Le preguntaron: <<¿Quién es el hombre que te dijo: ´Carga y echa andar?´>>.
La réplica del hombre alarma a los dirigentes; no se trata ya de una violación particular cometida por un individuo poco religioso, existe alguien que se arroga el derecho de eximir de la Ley. No reaccionan ante la noticia de la curación. El bien del hombre no les importa; en cambio, le preguntan inmediatamente quién puede ser ese que se atreve a dispensar a los otros de sus obligaciones religiosas.
Aparecen aquí dos mundos: el de los dirigentes, pendientes sólo de imponer la observancia, y el de la muchedumbre, que ansía aprovechar la mínima esperanza de salir de su estado (5,6). Son dos esferas incomunicadas, aunque no independientes, porque los dirigentes se arrogan el dominio sobre la masa del pueblo. Ellos no buscan soluciones a la desesperada situación; añaden encima otra esclavitud: la de los preceptos. La suerte de aquellos desgraciados les es indiferente; pero apenas advierten una erosión de su autoridad, intervienen sin tardar. La esfera legal es el ámbito de su poder; la Ley, el instrumento de su dominio. No cuenta para ellos que el hombre esté sano o enfermo; lo único que pretenden es conservar su hegemonía. En 2,13ss aparecía la Pascua del régimen como una explotación económica del pueblo; en 5,1ss la fiesta del régimen resulta una farsa. Hay una fiesta oficial, mientras existen multitudes abandonadas en su miseria. Un caso como el presente, el de un inválido curado, sería verdadero motivo de alegría en consonancia con la fiesta; pero los dirigentes la amargan invocando la obligación. La libertad de un hombre los irrita, y el hecho de que haya quien libere, los alarma. Ese tal es para ellos evidentemente <<el hombre>> enemigo de Dios dador de la Ley, pues se atreve a oponerse a ella.
Al preguntar quién le ha dado esa orden, los dirigentes ya no mencionan la camilla (Carga). Hacen resaltar, en el plano simbólico, la obra liberadora de Jesús. Haber puesto al hombre por encima de la obligación del descanso (la camilla) equivale a ponerlo por encima de toda norma que se oponga a su libertad de acción. Ven claro que, suprimida la sujeción al precepto, el hombre queda enteramente libre de su dominio.
La fiesta es contingente, ocasional, mientras la miseria es permanente. El pasaje subraya la total despreocupación de los dirigentes respecto al pueblo. El templo celebra sus fiestas sin cuidarse en absoluto de la situación real; es más, cuando surge un vislumbre de libertad, los adictos al régimen lo reprimen. Quieren apagar la vida, que es la luz (1,5; cf. 10,8).
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