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martes, 12 de julio de 2022

Jn 6,60-71

 

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  • Jn 6,69b
  • Jn 6,70
  • Jn 6,71
  •  Protesta de un numeroso grupo de discípulos contra las exigencias propuestas por Jesús (60); las consideran excesivas. Interpretan su anunciada muerte como una debilidad y un fracaso y, en consecuencia, se niegan a seguir a Jesús en esa entrega. Conservan la concepción de Mesías-rey (6,15), que había provocado la primera crisis (6,16-21).
  • Jesús afronta la situación (61-62): Ellos lo esperan todo de un triunfo terreno; no han comprendido la calidad de vida que él posee y promete; la muerte física no significa un final, no interrumpe la vida (subir adonde estaba antes). Los términos carne y espíritu (63) reflejan dos concepciones del hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión. Carne es el hombre no acabado, sin capacidad de entrega y sin vida definitiva; espíritu es el hombre nacido del Espíritu (cf 3,6), capaz de entregarse por los demás y que posee vida definitiva. Son estos últimos los únicos capaces de crear un mundo nuevo. Un Mesías, rey dominador, está destinado al fracaso (“carne”); el Mesías que da su vida para comunicar vida (Espíritu) lleva al éxito su empresa. El Padre concede el encuentro con Jesús (65) a los que han aprendido de él (6,45) y se han dejado impulsar hacia Jesús (6,44); el encuentro con Jesús se realiza en el don del Espíritu, que el Padre concede. A pesar de la explicación, la mayor parte abandona a Jesús definitivamente (66).
  • Jesús no acepta componendas, plantea la cuestión a los Doce (67). Reacción: por boca de Simón Pedro lo reconocen por Mesías (el Consagrado por Dios) y le dan su adhesión; sin él, van al fracaso (15,4s) (68-69). El grupo, sin embargo, no es compacto; en él se esconde un enemigo, dispuesto a entregar a Jesús (70-71).
  • Síntesis. La perícopa opone dos clases de hombres: los que quieren construir un mundo nuevo mediante el triunfo y el dominio, y los que quieren construirlo, no mediante el poder, sino con la entrega personal. Los primeros son hombres inacabados, por falta del espíritu de amor/entrega que lleva a la plena personalización; el mundo que creen no será nuevo, sino tan injusto como el que quieren sustituir. Sólo los hombres nuevos pueden construir un mundo nuevo.

Jn 6,71

 Se refería a Judas de Simón Iscariote, pues éste, siendo uno de los Doce, lo iba a entregar.

Es sorprendente la identificación de Judas, personaje que aparece por primera vez (cf. 12,4; 13,2.26.29; 18,2.3.5). Únicamente en Jn se le llama el de Simón Iscariote, y las tres veces aparece este patronímico en contextos donde se encuentra cercano a Simón Pedro. El nombre de Simón, que, aunque de modo diverso, designa a ambos, podría insinuar cierto paralelo entre el discípulo que traiciona a Jesús y el que lo niega tres veces (13,38; 18,15-18.25-27).

Esta predicción sobre Judas prepara las escenas de 12,4-6, donde se le califica de ladrón; 13,21-30, donde se marchará para entregar a Jesús, y 18,1-5, donde se pondrá a la cabeza de los que lo entregan.

Jesús lo califica de enemigo, adversario; tal es el significado del griego diabolos (8,44a Lect.). Como se revelará en 12,4ss, es enemigo porque retiene para sí el dinero de todos, exactamente lo contrario de lo que ha enseñado Jesús en el reparto de los panes. Judas no acepta el don de sí mismo a los demás; al contrario, quita a los demás y retiene para sí (13,2 Lect.).

Con esta nota pesimista termina el episodio de los panes. Se ha producido la crisis y se ha resuelto, pero continúa la falta de unanimidad en el grupo de Jesús. Su enseñanza del amor hasta el don total ha provocado la deserción de muchos, y aun entre los que quedan hay quien va a traicionarlo.

SÍNTESIS

El punto central de esta perícopa se encuentra en la oposición entre <<carne>> y <<Espíritu>>, es decir, entre dos concepciones del hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión. La condición indispensable para ser verdadero discípulo y poder identificarse con Jesús es la visión del hombre como <<espíritu>>, es decir, como realizado por la acción creadora del Padre, no meramente como <<carne>>, el hombre sin capacidad de amor desinteresado hasta el fin.

A estas dos concepciones del hombre corresponden dos diversas de Jesús. El Mesías <<según la carne>> es el rey que ellos han querido hacer, el dominador que impone su gobierno a un reino de súbditos. El Mesías según el Espíritu es el que se hace servidor del hombre hasta dar su vida por él, para comunicarle vida plena, es decir, libertad y capacidad de amar como él. La aceptación de tal Mesías implica la asimilación a su persona y mensaje, que lleva, por el Espíritu, a la misma actitud de vida. Comporta una renuncia, como la suya, a toda ambición de dominio o poder y a la gloria humana.

Jn 6,70

 Les repuso Jesús: <<¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? Y, sin embargo, de vosotros, uno es enemigo.

La respuesta de Jesús a la declaración de Simón Pedro, hecha en nombre de todos e intachable en el plano de la formulación, no es entusiasta; al contrario, marca su reserva. Ante esa profesión de fe recuerda con ironía la traición de uno de ellos. Para Jesús, las palabras no dan la medida de la fidelidad del hecho. Pedro, a la hora de seguirlo, será incapaz de hacerlo (13,36ss). Lo hará sólo cuando acepte la muerte de Jesús, porque entonces estará dispuesto a aceptar su propia muerte por las ovejas (21,19); esto ya no será solamente una frase, sino un hecho que dará sentido a su vida. Para ser verdadero discípulo no basta la adhesión de principio hay que atenerse en la práctica al mensaje de Jesús (8,31).

El grupo de los Doce no es compacto. La frase de Jesús reviste un carácter de advertencia a la comunidad cristiana: puede haber miembros que no sólo no acepten el mensaje, sino que sean aliados, manifiestos u ocultos, del <<mundo>> enemigo de Jesús (7,7).

Hace notar que el hecho de haber sido elegido por él no garantiza la permanencia ni la fidelidad. Su elección no fuerza en absoluto la libertad del grupo, como lo ha mostrado con su pregunta: ¿Es que también vosotros queréis marcharos? (6,67). Pero incluso la adhesión del grupo (6,69: nosotros) no garantiza la adhesión personal de cada miembro. Cada uno es responsable de sí mismo.

No ha aparecido en este evangelio la elección de los Doce a que se refiere Jesús. Tampoco se da nunca la lista de los que los componen. Mencionados por sus nombres, aparecen en este evangelio siete discípulos: Andrés y Simón Pedro (1,40), Felipe (1,43), Natanael (1,45), Tomás (11,16), Judas Iscariote (6,71) y el otro Judas (14,22); además, sin nombre propio los hijos de Zebedeo (21,2). José de Arimatea fue discípulo clandestino (19,38).

Sólo Judas Iscariote (6,71) y Tomás (20,24) son incluidos explícitamente en el grupo de los Doce. Hay que añadir, naturalmente, a Simón Pedro, que se hace su portavoz (6,68). Estas imprecisiones y la ausencia de una lista hacen de este número en Jn un símbolo de la comunidad cristiana en su conjunto, el número de la nueva comunidad como opuesto al del antiguo pueblo, Israel, al que se había aludido con la mención de los doce cestos de sobras en el reparto de los panes (6,13). Muestra el vínculo de su comunidad con el antiguo Israel, en cuanto es heredera de las promesas (4,37-38 Lect.).

Jn 6,69b

 <<que tú eres el Consagrado por Dios>>.

La consagración se identifica con la plenitud del Espíritu (1,32) con que el Padre selló a Jesús (6,27; cf. 10,36). La expresión es título mesiánico que responde a la revelación mesiánica de los panes (6,13 Lect.). Por ser la unción de Jesús como Mesías el mismo Espíritu de Dios, es el Hijo de Dios, como había declarado Juan dando testimonios de su visión (1,34), la presencia de Dios en el mundo. Ambos títulos (Mesías e Hijo de Dios), que se aplicaban al rey de Israel (Sal 2,2.7), se verifican en Jesús de manera única. Así lo afirmará Jesús de sí mismo ante la comisión que lo interroga sobre su carácter mesiánico (10,24.36). El título <<el Consagrado por Dios>> reúne, ahora, todo lo que es Jesús y excluye el Mesías político que los discípulos se imaginaron (2,17; 6,15). Jesús, el Consagrado con el Espíritu, vive por el Padre (6,57) y realiza libremente su designio (4,34; 5,30; 6,38; 13,3; 17,18s); la nueva comunidad, <<su reino>>, estará constituida, a su vez, por los que libremente acepten su mensaje (18,37b). No será un rey hecho por ellos (6,15), a la imagen de <<la carne>>, sino por Dios, con el sello del Espíritu (6,27).

Jn 6,69a

 <<y nosotros creemos firmemente y sabemos muy bien...>>.

Sigue Pedro hablando como portavoz del grupo. Toda la escena está leída desde la comunidad; no es una crónica, sino una historia interpretada a través de una experiencia. El contenido de ésta, que es reconocimiento y adhesión, está desdoblado en la pareja de verbos: creemos firmemente y sabemos. De hecho, la adhesión sigue al reconocimiento y lo manifiesta, pero aquí se invierte el orden para dar énfasis a la fe, tema del capítulo. Esta se expresa indistintamente con <<acercarse a Jesús>> (6,37.45), <<llegar hasta él>> (6,37.44) o <<darle adhesión>> (6,29.35.40.47). Está incluida también en la imagen de <<comer y beber>> (6,50-51.53-58).

Jn 6,68

 Le contestó Simón Pedro: <<Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva.

La grave pregunta de Jesús suscita una reacción en el grupo de los Doce. En representación de todos (uso del plural), responde Simón Pedro. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay esperanza. Sin él van al fracaso.

Las exigencias de Jesús no son un mero mensaje oral, son inseparables de su persona, en ella expresa su propia actitud. No son una doctrina que, separada de él, produzca vida; no pueden constituir un sistema teórico, dependen de la realidad de Jesús. Él es el proyecto de Dios realizado (1,14a Lect.) y, al proponer sus exigencias, se está explicando a sí mismo; ellas remiten a la vida que él posee, la vida definitiva, que los suyos pueden tener asimilándose a él (6,54).

Por boca de Pedro se formula la experiencia de la comunidad de Jn (plural). De ahí el uso del término <<exigencia/mandato>> (cf. 3,34, en oposición a los mandamientos de Moisés). Las <<exigencias>> son algo que la comunidad practica y que le dan su identidad, como los mandamientos promulgados por Moisés la daban al antiguo Israel. Se reducen al mandamiento de Jesús: igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros, su distintivo ante el mundo (13,34s). Se expresan en la eucaristía; en ella, el don material del pan y el vino contiene el don personal de Jesús a los suyos, y se hace norma para la vida de los discípulos como don de sí a la humanidad.

Jn 6,67

 Preguntó entonces Jesús a los Doce: <<¿Es que también vosotros queréis marcharos?>>.

En esta situación dolorosa, Jesús se dirige a los Doce y les pregunta cuál es su opción; no acepta componendas. El tenor de la pregunta muestra que está dispuesto a quedarse sin discípulos antes que renunciar a su línea. Para él no existe salvación para la humanidad fuera del programa que ha expuesto, el de la entrega por amor. Todos los otros, por brillantes que parezcan, dejan al hombre en su mediocridad y, por lo mismo, terminan en el fracaso.

Aparece por segunda vez en Jn la cifra <<doce>>, que será repetida en los vv. siguientes (6,70.71; cf 20,24). La primera vez, en este mismo capítulo (6,13), precisaba el número de cestos recogidos de pan y pescado sobrante. En ambos casos, la alusión a Israel es clara (6,13 Lect.; para el significado en estos vv., 6,70 Lect.).

Jn 6,66

 Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.

Se origina una fuerte crisis en el grupo. Muchos se retiran definitivamente. El programa expuesto, que exige, por un lado, renunciar a toda ambición personal y, por otro, asumir la responsabilidad propia del hombre libre, provoca en muchos de ellos positivo rechazo.

Jn 6,65

 Y añadió: <<Por eso os he estado diciendo que nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede>>.

Jesús enuncia este principio de cuatro maneras diferentes: Todo lo que el Padre me entrega llega hasta mí (6,37); Nadie puede llegar hasta mí si el Padre ... no tira de él (6,44); Todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí (6,45); Nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede (6,65).

Se puede adquirir ahora una visión de conjunto de estos cuatro dichos de Jesús. En ellos cobra gran relieve la actividad del Padre, descrita como entregar (6,37), tirar (6,44), hablar/enseñar (implícitos en 6,45), conceder (6,65).

De estas acciones, tirar, que terminará en entregar, tienen como término Jesús (tirar hacia él, entregarle) y como objeto al hombre (que es arrastrado, entregado). Las otras dos acciones tienen como término al hombre (a quien se habla/enseña o concede).

La sucesión lógica es la siguiente: la primera se dirige al hombre: hablar/enseñar. Se describe así el ofrecimiento universal que hace el Padre (6,45: Serán todos discípulos de Dios), invitando a la plenitud de vida, objetivo del proyecto creador, que se encuentra en Jesús. A esta invitación, el hombre ha de responder (6,45: escuchar/aprender) usando su libertad. Esta actividad del Padre se dirige, por tanto, al hombre, y tiene como objeto Jesús.

A la respuesta positiva del hombre, sucede la actividad del Padre descrita como tirar, que indica en términos de atracción el impulso interior hacia Jesús que él suscita en el hombre. El término de este movimiento es el encuentro con Jesús (6,65: llegar hasta él), que es concedido por el Padre al que se ha dejado atraer. El encuentro con Jesús en esa docilidad al Padre se identifica con la recepción del Espíritu, que realiza la entrega del hombre a Jesús por parte del Padre.

Quien se cierra al Espíritu, quedando en la esfera de <<la carne>>, rechaza el don del Padre y no llega nunca hasta Jesús. Es el caso de los discípulos que desertan. Han aceptado a Jesús en la esfera de la <<carne>>, según la concepción triunfal del Mesías-rey, y rechazan el Espíritu, es decir, el dinamismo del amor leal que lleva a Jesús a dar su vida para comunicarla al hombre.

Los discípulos, que habían limitado su visión al horizonte de <<la carne>>, es decir, al hombre sin Espíritu, no aceptaban la propuesta de Jesús por considerarla insoportable (6,60), excesiva para la fuerza humana. Jesús los había invitado a superar esa visión, advirtiéndoles que sólo el Espíritu da la vida (6,63). Ahora lo confirma. Nadie puede llegar hasta él sino a través del Espíritu.

Este dicho de Jesús expresa la imposibilidad de seguirlo antes de su muerte, pues sólo entonces el Espíritu será comunicado (7,39). Un pasaje paralelo se encuentra en 13,33ss, un contexto donde aparecen igualmente las figuras de Judas y Simón Pedro (13,21-32.36-38). Sobre los paralelos entre los caps. 6 y 13.

Jn 6,64

 <<Pero hay entre vosotros quienes no creen>>. (Es que Jesús sabía ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar).

Jesús no se hace ilusiones acerca de su grupo; no por el hecho de estar con él aceptan todos su línea. Hay resistencias y seguimiento puramente exterior. Al llegar esta crisis, va a revelarse quiénes son los verdaderos seguidores. Él sabía incluso que uno de ellos lo iba a entregar. Veía ya en Judas un hombre que, por profesar los valores del <<mundo>>, no asimilaba su mensaje.

Jesús sabe desde el principio, es decir, cuenta ya con la traición, porque cuenta con la libertad del individuo. Su elección no la elimina ni pretende evitar los riesgos. Es un ofrecimiento cuya aceptación depende de cada uno, como el trozo ofrecido a Judas en la Cena esperaba su opción sin forzar una respuesta (13,26ss Lects.; para el sentido de la elección, cf. 15,16 Lect.).

Jn 6,63

 <<Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida>>.

Jesús contrapone su idea mesiánica a la de los discípulos que no aceptan sus exigencias. El Espíritu es la fuerza del amor, que procede del Padre (15,26) y es Dios mismo (4,24). Él es vida y la comunica. La <<carne>> sola, sin fuerza ni amor, el hombre no acabado (3,6 Lect.), es débil y sus empresas no llegan a término ni tienen permanencia. El fundamento de la nueva comunidad humana es la entrega de sí a los demás y la plenitud del hombre (carne + Espíritu), no el poder que ellos pretendían conferirle (6,15).

En concreto, el programa que Jesús propone y la ley que funda la nueva comunidad es la identificación con su muerte. Pero no es la muerte por sí misma ni la no violencia como debilidad (carne), sino, al contrario, la muerte como expresión de amor, única fuerza y agente de vida (Espíritu). Son los que <<creen>> a su manera, como los de Jerusalén (2,23), los que quieren imponer a Jesús su propia idea de Mesías y los que, cuando él expone la suya, son incapaces de aceptarla. El don de sí hasta la muerte no puede entrar en sus planes. Entienden las señales de poder (4,48 Lect.), no las del amor (cf. 13,6ss). Jesús, en cambio, rechaza absolutamente semejante concepción; la salvación que él trae se basa en la vida nueva que él comunica con el Espíritu. De ese hombre nuevo brotará la sociedad nueva, que será expresión de vida, no represión de muerte.

La nueva sociedad o comunidad mesiánica no se hace sin colaboración del hombre. Son aquellos que optan por Jesús y adoptan su actitud de entrega los que construyen el mundo nuevo. El Mesías poderoso, por el contrario, que organiza e impone el orden, dispensa al individuo de amar, lo descarga de la responsabilidad que es suya.

Es en la eucaristía donde se recibe el Espíritu y se expresa la entrega de la comunidad y de sus miembros, por identificación con Jesús. La <<carne>> sin Espíritu indica también, por tanto, una pertenencia a la comunidad y una participación a la eucaristía puramente exteriores, que no incluyen el compromiso del amor por el hombre. Cuando Jesús recuerda su mensaje se produce la crisis, como en esta ocasión.

martes, 5 de julio de 2022

Jn 6,61-62

 Consciente Jesús de que lo criticaban por esto sus discípulos, les dijo: <<¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais subir a este Hombre adonde estaba al principio?>>.

Jesús se da perfecta cuenta de lo que sucede y afronta la situación. Su enseñanza ha creado un obstáculo por considerar ellos la muerte como un final y un fracaso. No se han dado cuenta de la calidad de vida que posee y promete Jesús. Lo esperan todo de un triunfo terreno. Jesús, en cambio, quiere hacerles comprender que la muerte no significa un final, que no interrumpe la vida. La bajada a la muerte incluye la subida a la vida; él va a darla, pero para tomarla de nuevo (cf. 10,17ss); ése es su retorno adonde estaba al principio. Su muerte es su gloria, por ser la expresión máxima del amor.

Así como <<bajar>> significaba el movimiento del que tiene una vida proveniente de Dios para entrar en un mundo cuyo distintivo y máxima expresión es la muerte, <<subir>> es su movimiento desde la muerte causada por ese mundo hasta la vida definitiva. Ellos se escandalizan de su <<bajada>> y consideran demasiado duro tener que asimilarse a él, porque no entienden su fruto ni su horizonte.

Jn 6,60

 Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: <<Este mensaje es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?>>.

Se ha cerrado la escena de Cafarnaún y aparecen de nuevo los discípulos con Jesús, enlazando con la escena de la barca y la llegada a tierra (6,21). En la primera parte hubo ya un malentendido: los discípulos, ante la negativa de Jesús a ser proclamado rey (6,15), desertaron en bloque (6,16-21). Jesús, en cambio, no los abandonó; fue a su encuentro mientras se alejaban de él (6,19-20). El grupo quedó rehecho (6,21).

El discurso de Cafarnaún, en sus dos partes (6,22-40.41-59), ha tratado precisamente de las condiciones para pertenecer a la comunidad mesiánica: la adhesión a Jesús y la asimilación a él en la entrega a los demás.

El Mesías y los suyos forman, pues, una comunidad dedicada sin reservas al bien del hombre. No propone Jesús, por tanto, un mesianismo triunfal ni nacionalista, como lo esperaban sus contemporáneos. El Mesías no será un dominador ni limitará su horizonte a Israel.

Los discípulos, que habían interpretado mal la escena del templo (2,17) y el día anterior habían pretendido hacerlo rey, han comprendido el sentido de las palabras de Jesús. Éste no busca gloria humana (5,41) ni la promete a los suyos. Seguirlo significa renunciar a toda ambición. Muchos discípulos consideran excesivo este mensaje de Jesús (cf. Mt 16,22; Mc 8,32). Esto refleja, sin duda, problemas existentes en la comunidad cristiana; no todos quieren aceptar el programa de la donación total de sí expresada en la donación de los bienes, que la generosidad multiplica.

Al principio del capítulo quedó patente que los discípulos no comprendían la actitud de Jesús, que se había puesto a servir a la gente con un gesto que debía ser normativo para los suyos (6,11 Lect.). Pretendían, en cambio, conferirle un poder que dispensara del esfuerzo; querían un pan <<institucional>> (rey). Al exponer Jesús su programa de manera radical e inequívoca, se produce la rebelión de muchos discípulos, que se niegan a seguir esa línea.

Jn 6,41-59

 

  • Jn 6,41
  • Jn 6,42
  • Jn 6,43-44
  • Jn 6,45
  • Jn 6,46
  • Jn 6,47
  • Jn 6,48
  • Jn 6,49-50
  • Jn 6,51a
  • Jn 6,51b
  • Jn 6,52
  • Jn 6,53-54
  • Jn 6,55
  • Jn 6,56
  • Jn 6,57
  • Jn 6,58
  • Jn 6,59
  • Los adversarios de Jesús no admiten que un hombre pueda tener condición divina; sería usurpar el puesto de Dios. La piedra del escándalo es la humanidad de Jesús. Y, sin embargo, es precisamente en esa humanidad donde está la plenitud del Espíritu (1,32s), que hace de Jesús la presencia de Dios en la tierra. Ellos alejan a Dios del hombre; no creen en su amor, generoso y gratuito, que lo lleva a comunicarse (41-42).
  • Jesús pone al descubierto la actitud que delatan sus críticas (43-44). No reconocen que Dios es Padre y dador de vida y que quieren comunicarla al hombre, sacándolo de toda esclavitud (5,37s). El Padre empuja hacia Jesús, porque éste es su don, la expresión de su amor a la humanidad. Ellos, a quienes no interesa el bien del hombre, no esperan ese don ni lo desean. Jesús es el dador de la vida definitiva (resurrección); “el último día”, el de su muerte (cf. 5,39).
  • Jesús reinterpreta el texto de Is 54,13 (cf. Jr 31,33s) (45); del Padre no se aprende a observar la Ley, sino a dar adhesión a Jesús. El texto del profeta mencionaba a “los hijos de Jerusalén”; Jesús suprime esta mención y universaliza el sentido. El término “Dios” del profeta queda sustituido por “el Padre”. El Padre dador de vida enseña a amar al hombre. Quien perciba esto se sentirá atraído hacia Jesús, que libera a los débiles. No hace falta una experiencia extraordinaria; a los judíos les bastaba prestar atención a su antigua historia para comprender que Dios está a favor de los oprimidos (46). Únicamente Jesús, que ha tenido la plena experiencia de Dios como Padre, puede explicar lo que es Dios.
  • Efecto de la adhesión a Jesús es poseer una plenitud de vida que realiza al hombre haciéndolo superar la muerte (47) y asegurando así el éxito de su liberación. Jesús, pan de vida, se contrapone al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra prometida (Nm 14,21-23); Jos 5,6; Sal 95,7ss). La asimilación a Jesús evita el fracaso del hombre (para comerlo y no morir). Incesante comunicación de vida procedente de Dios (baja del cielo), que el hombre debe hacer suya (comerlo).
  • Siguiendo la simbología del éxodo, pasa de la figura del maná a la del cordero (51: mi carne). El Espíritu no se da fuera de su realidad humana; “su carne” lo manifiesta y lo comunica. A través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. Jesús-hombre, lugar donde Dios se hace presente (1,14), se entrega como don al mundo (3,16). En Jesús, su Palabra, Dios se expresa en la historia y manifiesta su voluntad de diálogo con la humanidad.
  •  Es en el hombre y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se le acepta o se le rechaza.
  • Discordia entre los adversarios (52). Segunda declaración (53-54): Comer y beber significan asimilarse a Jesús, aceptar y hacer propio el amor expresado en su vida (su carne) y en su muerte (su sangre). En el éxodo, la carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la carne de Jesús es alimento permanente; la carne y la sangre dan vida definitiva. El Hombre en su plenitud es el que hace esa entrega y puede comunicar el Espíritu. No hay realización para el hombre (no tenéis vida en vosotros) si no es por la asimilación a Jesús; el Espíritu que se recibe lleva a una entrega y a una calidad humana como la suya.
  • Contexto eucarístico (55). Doble aspecto de la eucaristía: nuevo maná, alimento que da fuerza y vida, y nueva norma de vida, no por un código externo (Ley), sino por la identificación con Jesús y su entrega (cf. 1,16: un amor que responde a su amor). Jesús no es un modelo exterior que imitar, sino una realidad interiorizada; sintonía (56). La vida que Jesús posee procede del Padre (cf. 1,32) (57) y él vive en total dedicación al designio de Dios de dar vida al mundo (4,34; 6,39-40.51). Él comunica esa vida a los suyos: la actitud de éstos ha de ser dedicarse a cumplir del mismo designio, tal como lo hace Jesús. A diferencia del antiguo pueblo, la nueva comunidad podrá alcanzar la tierra prometida, la de la vida definitiva (58). Termina la perícopa indicando la ocasión y el lugar. (59).
  • Síntesis. El punto central es el don de sí. Lo mismo que Jesús, el discípulo debe considerarse como “pan” que hay que repartir, y debe repartir su pan como si fuese él mismo el que se reparte. Ha de renunciar a poseerse. Sólo el que no tema perderse encontrará la vida. Ésta se posee en la medida en que se entrega. Hacer que la propia vida sea “alimento disponible” para los demás es la ley de la nueva comunidad humana. Esta disposición se expresa en la eucaristía, que renueva el gesto de Jesús. En ella se experimenta su amor en el amor de los demás, y se manifiesta el compromiso de entregarse a los demás como él se entregó.
  • La nueva sociedad, la que permitirá una vida plenamente humana, no se producirá por una intervención milagrosa de Dios, sino por el amor sin reservas de todos y cada uno por todos. El amor y la acción del Padre, que se han manifestado en Jesús-hombre, han de continuar manifestándose por medio de los hombres.

Jn 6,59

 Esto lo dijo enseñando en una reunión, en Cafarnaún.

El dato local, relegado al final del episodio, aparece como secundario (cf. 1,28). Cierra las dos escenas, por formar inclusión con la primera mención de Cafarnaún (6,24). El diálogo con la gente (6,22-40) y la polémica con los judíos del régimen (6,41-59) están íntimamente trabadas, son dos hojas de un díptico.

SÍNTESIS

En esta perícopa da Jesús la última explicación del reparto de los panes. El punto central se encuentra en su afirmación, repetida de diversas maneras, del don de sí mismo. Jesús no ha venido a dar <<cosas>>, sino a darse él mismo a la humanidad. Por eso el pan que daba contenía su propia entrega, era la señal que la expresaba.

Esta misma es su exigencia para el discípulo: Debe considerarse a sí mismo como <<pan>> que hay que repartir, y debe repartir su pan como si fuese él mismo que se reparte. Ha de renunciar a poseerse. Sólo el que no tema perderse encontrará su vida. Esta se recibe sólo en la medida en que se da, se posee en la medida en que se entrega. Hacer que la propia vida sea <<alimento disponible>> para los demás, como la de Jesús, repitiendo su gesto con la fuerza de su Espíritu que es la de su amor, es la ley de la nueva comunidad humana. Se expresa en la eucaristía, que renueva el gesto de Jesús. En ella se experimenta su amor en el amor de los hermanos y se manifiesta el compromiso de entregarse a los demás como él se entregó.

La nueva sociedad no se producirá por una intervención milagrosa de Dios. El amor de Dios se ha manifestado en Jesús-hombre y ha de seguir manifestándose por medio de los hombres, con su esfuerzo y su dedicación.

Jn 6,58

 <<Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre>>.

Se cierra el tema del maná, comenzado en la perícopa anterior (6,31) y recogido en la primera parte de esta sección (6,41.49.51). Existen dos panes del cielo: uno, falso, el maná, y otro verdadero, su persona. El primero no consiguió completar el éxodo, no llevó a los que lo comieron hasta la tierra prometida (cf. 6,49); el éxodo de Jesús, en cambio, llega a su fin: quien come pan de éste vivirá para siempre.

Este pan, nuevo maná, ha bajado del cielo (cf. 6,57: como a mí me envió el Padre). Jesús se refiere ahora a sí mismo como dador del Espíritu (cf. 6,33.34), disponible para el hombre.

Habla en esta perícopa de la nueva comunidad humana, que ha de llegar a la tierra prometida, a diferencia de la que se constituyó en el Sinaí, que murió en el desierto. Sin embargo, cada vez que hace alusión a su seguimiento (comer/beber) se refiere al individuo, no a la comunidad. Para él, su comunidad no es <<gente>> ni <<multitud>> (6,5), sino hombres, adultos (6,10), donde cada uno hace su opción personal y libre y tiene su propia responsabilidad en el seguimiento y en la asimilación.

Jesús ha expuesto la condición para crear la sociedad que Dios quiere para el hombre, la única que le permitirá una vida plenamente humana y cumplir el proyecto de Dios sobre la creación: es el amor de todos y cada uno por todos, sin regatear nada. Él da al hombre la posibilidad de ese amor y de esa vida.

Al final de la escena no se registra acción alguna por parte de los Judíos que habían criticado a Jesús (6,41). Al evangelista interesa solamente subrayar su incomprensión. Todo el episodio está dirigido, en realidad, al círculo de creyentes, para aclarar el sentido de la adhesión al Mesías, explicar el programa de Jesús y el de la comunidad e interpretar la eucaristía.

Jn 6,57

 <<como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí>>.

La vida que Jesús posee procede del Padre (1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo y se quedó sobre él), y él vive por el Padre, es decir, en total dedicación al designio de Dios (4,34) de dar vida al mundo (6,39-40.51). Al disponer él mismo de la vida (1,33: él va a bautizar con Espíritu Santo; cf. 5,26: ha concedido al Hijo disponer de la vida), la comunica a los suyos; la actitud de éstos ha de ser la dedicación al mismo designio. El mismo vínculo de vida que existe entre Jesús y el Padre (vida recibida - vida dedicada) existe entre los discípulos y Jesús.

Jn 6,56

 <<Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él>>.

La adhesión a Jesús no queda en lo externo. Él no es un modelo exterior que imitar, sino una realidad interiorizada. Esta comunión íntima cambia el medio interior del discípulo. Produce la sintonía con Jesús, y hace vivir identificado con él.

Aparece por primera vez la expresión <<seguir conmigo/en mí>>, que constituirá uno de los motivos principales en la imagen de la vid como nueva comunidad humana (15,4.5.7). Allí, permanecer en la vid equivale a permanecer en el amor (15,9: seguid en ese amor mío). Esa unión activa del discípulo con Jesús se expresa ahora con la metáfora del comer y beber. Esto muestra que la adhesión a Jesús es siempre una adhesión de amor, que establece una comunión de vida.

Jn 6,55

 <<porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida>>.

El contexto eucarístico en que se mueve Jn va a formularse más claramente. La eucaristía va a aparecer con un doble aspecto: como nuevo maná, alimento que da fuerza y vida, vehículo del Espíritu (6,55), y como nueva ley, que tiene realidad no por un código externo, sino por la identificación con Jesús (6,56) que lleva a una entrega como la suya (6,57).

En otras palabras: Por parte de Jesús, la eucaristía, memorial de su vida y muerte, es don que comunica su amor y su vida (el Espíritu). Por parte del discípulo es la aceptación del don; de éste nace una experiencia de vida-amor que se convierte en norma de su conducta; al aceptarlo, renueva su compromiso con Jesús y, en él, con el hombre. Jesús, alimento de su comunidad, produce en ella el amor, la entrega y la alegría festiva (cordero pascual). El don recibido lleva al don de sí: es el amor que responde a su amor (1,16).

Jn 6,53-54

 Les dijo Jesús: Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo le resucitaré el último día>>.

Jesús lanza su segunda declaración, que explica la primera. Al añadir a <<carne>> el elemento <<sangre>>, responde a la pregunta: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? La separación de carne y sangre expresa la muerte; Jesús va a dar su carne muriendo. Cuando su carne y su sangre sean separadas por la violencia del odio, quedará patente la vida que hay en él, el Espíritu, amor y gloria, que como agua de vida, brotará de su cuerpo entregado (cf. 19,34). Es en su carne y sangre donde se manifiesta y se comunica.

La antigua simbología del cordero pascual (1,29: el Cordero de Dios) queda integrada, pero cambiando muchos aspectos. La carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la figura queda realizada y superada al mismo tiempo: la carne del Cordero es alimento, pero permanente; su sangre no sólo libera momentáneamente de la muerte, sino, como su carne, da vida definitiva, que la supera.

Vuelve Jesús a utilizar su autodesignación: el Hombre/este Hombre, pues es en cuanto tal como puede dar su carne y su sangre. Vuelve a insistir así en su realidad humana, expresada antes por el término <<carne>> (6,51), en respuesta a la protesta de los Judíos (6,41s). <<El Hombre>>, sin embargo, es <<la carne>> llena del Espíritu (1,32) con el que ha sido sellado (6,27). Éste, siendo la plenitud del amor leal (1,14e Lect.), lo lleva a entregar su carne y sangre, en las que se comunica ese mismo Espíritu, que es fuerza vital en el hombre.

La frase de Jesús: no tenéis vida en vosotros, es decisiva; no hay realización para el hombre si no es por la asimilación a él, realizada por el Espíritu que de él se recibe.

Aceptar a Jesús, adherirse a él, equivale a <<comer>>, y significa asimilar su realidad humana, que se da al hombre en su vida y en su muerte; es así como se posee la vida definitiva que no conoce fin ni depende de la vicisitud humana (yo lo resucitaré). El Espíritu-vida que se recibe lleva al hombre a la misma entrega a la que lleva a Jesús. El discípulo de Jesús, con él y como él, se da a sí mismo hasta la muerte por el bien del hombre. Como Jesús mismo, no se detiene ni siquiera ante la muerte, pues la vida que posee la supera (para <<el último día>>, cf. 6,39 Lect.).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...