domingo, 21 de noviembre de 2021

Jn 4,45-46a

 

Jn 4,46a

 Llegó así de nuevo a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

La vuelta de Jesús a Caná cierra un ciclo que incluye su actuación en Jerusalén y sus bautismos en Judea. Su primer contacto con el centro han provocado reacciones equivocadas (2,23ss) y, además, abierta hostilidad en los círculos adictos a la Ley (4,1-3). En suma, incomprensión. La vuelta al lugar de su primera señal pone fin a su primera etapa y va a constituir un nuevo principio.

Jn 4,45

 Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, por haber visto personalmente todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

Jesús vuelve a Galilea, la región menos hostil, donde puede moverse con libertad (cf. 1,43). La acogida de los galileos está inspirada por su actuación en Jerusalén, que había tenido resonancia nacional. Se muestran favorables a Jesús; continúa la adhesión que él no había aceptado en la capital (2,23-25), por fundarse en una idea mesiánica reformista. Tampoco los galileos lo comprenden; aunque en menor grado que Judea, contrastan también ellos con Samaría, que ha aceptado su mensaje y reconocido su universalismo (el salvador del mundo), por encima de las barreras nacionalistas. Hasta ahora, únicamente los heterodoxos han recibido al Mesías en su verdadero carácter.

Jn 4,4-44

 

Jn 4,43-44

 Al cabo de los dos días salió de allí para Galilea, pues Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia tierra.

Insiste el evangelista sobre la estancia de Jesús en Samaría, para subrayar la vivificación de aquel pueblo. Irse a Galilea significaba, por otra parte, alejarse de Judea. La razón contrasta con lo sucedido en Samaría. Los samaritanos lo han reconocido; en Judea, en cambio, no ha recibido el honor de un profeta (4,19): vino a su casa, pero los suyos no lo acogieron (1,11) y, entre los suyos, destaca Jerusalén, que personificaba la nación y era el lugar del Mesías. Él, que se había manifestado en el templo, experimentó la oposición de los dirigentes (2,18) y, más tarde, la hostilidad de los fariseos (4,1).

El tema del profeta rechazado por los suyos se había convertido en proverbio (Mt 13,57; Mc 6,4; Lc 4,24). En el AT el caso más claro es el de Jeremías, sospechoso para sus mismos familiares: <<También tus hermanos y tu familia te son desleales, también ellos te calumnian a la espalda>> (12,6); <<He abandonado mi casa y desechado mi heredad, he entregado el amor de mi alma en manos enemigas, porque mi heredad se había vuelto contra mí>> (12,7-8). La figura de Jesús Mesías sintetiza trazos de los diversos enviados de Dios en la antigua alianza (1,21 Lect.).

SÍNTESIS

La perícopa define el contenido del designio divino que Jesús ha de ejecutar: la comunicación del Espíritu al hombre como nuevo principio vital que sustituye a la Ley externa.

El Espíritu, que se hace constitutivo del hombre, lo desarrolla y lo fecunda, dándole la capacidad de amar generosamente. Lo eleva al nivel de existencia que se llama vida definitiva, propio de la creación terminada, completando así su ser. Lo capacita para realizar el proyecto de Dios en sí mismo, la plenitud de vida personal. El Espíritu es único, el de Jesús; por eso, aunque constituye un principio vital en cada individuo, crea la unidad en la diversidad.

Dios se define como Espíritu, es decir, como principio dinámico de amor. El sustrato del universo es un amor personal, activo y sin fronteras, hecho presente en Jesús y que por él llega a todo hombre que lo acoge en su realidad humana.

Por ser fuente de vida y amor por esencia, Dios-Espíritu es llamado Padre. Esta denominación suprime las discriminaciones, dejando en la sombra el origen étnico y los condicionamientos culturales. El único Padre de la humanidad entera crea la hermandad y la igualdad de todos. La superioridad que busca pretexto en las peculiaridades o tradiciones nacionales o religiosas queda eliminada. Reconocer a Dios como Padre exige renunciar a los particularismos.

La denominación <<Padre>> hace pasar a Dios de la esfera de lo sacro a la de la familia. Él se propone formar la familia humana. Cesa, por tanto, el culto a Dios en los templos. El Padre no exige presentes o dones, él es el dador que comunica vida. Su voluntad y designio es que ésta se extienda y florezca lo más posible. El homenaje al Padre ya no consistirá, por tanto, en un culto ritual, al estilo de Israel. No hay dos esferas, la de Dios y la de la vida. La existencia misma, dedicada al bien de los demás, es el culto al Padre, que vive con el hombre, prolongando con él su actividad en el mundo. El amor forma inmediatamente la nueva comunidad humana, que muestra al mundo la realidad de la obra de Dios.

Es el pueblo marginado quien responde a Jesús. Mientras los instalados en el régimen judío no lo han comprendido, e incluso lo han forzado a marcharse de Judea, los despreciados lo acogen.



Jn 4,41-42

 Muchos más creyeron por lo que dijo él, y decían a la mujer: <<Ya no creemos por lo que tú cuentas, nosotros mismos lo hemos estado oyendo y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo>>.

La eficacia del anuncio queda eclipsada por la palabra de Jesús. La fe ya no se funda en la experiencia de la mujer, sino en la experiencia personal de ellos, que lo han oído y han llegado a la persuasión de que es realmente el salvador del mundo. Para ellos, Jesús no es un Mesías nacional, destinado a su pueblo o al judío; han comprendido que su misión es universal, pues ha sido capaz de superar la enemistad entre los dos pueblos. Para él no hay diferencias. La nueva era sin templos anula los reductos del nacionalismo religioso. El nuevo manantial, que sustituye al antiguo, hace indiferente la ascendencia israelita (Jacob). El nuevo Padre, Dios, que sustituye a los antepasados, es común a la humanidad entera. El título de Mesías, ligado a la tradición particular de un pueblo, necesitaba ser explicado al extenderse su misión fuera de la cultura judía. El nuevo título, que responde al nombre de Jesús (Dios salva, cf. 4,22), anuncia la misión entre los paganos (11,54 Lect.).

El salvador del mundo está en paralelo con 1,29: el Cordero de Dios, que va a quitar el pecado del mundo, y con la universalidad del amor de Dios (3,16): así demostró Dios su amor al mundo (cf. 3,17; 12,47; Is 49,6; 1 Jn 4,14; 2 Cor 5,19). Los samaritanos, heterodoxos, han comprendido el mensaje de Jesús, mientras los judíos ortodoxos, como Nicodemo, no han sido capaces de captarlo. La fe aparece como el resultado del contacto personal con Jesús; sólo él lleva a la confesión plena. 

Comparando este pasaje con la estancia de Jesús en Judea, resalta la diferencia. En Judea predominaban los aspectos negativos: Jesús no se confiaba a ellos (2,24); al describir la misión de Jesús se hacía notar el doble resultado, aceptación y rechazo (3,17ss); al final de la estancia en Judea resuena casi una amenaza: quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida; no, la reprobación de Dios queda sobre él (3,36). En este pasaje, en cambio, los aspectos son positivos: la mujer ha reconocido su situación de pecado (4,29.39) y ha ido a comunicar a otros su experiencia. Si, al principio, los discípulos se quedaron con Jesús (1,39), cuando aún no tenían fe en él (cf. 2,11), aquí es Jesús el que se queda con los samaritanos, que han creído: según la alusión a Os 6,2, se queda para darles vida, es decir, para realizar en ellos el designio del Padre (4,34). Nicodemo esperó que fuese el Mesías-maestro para Israel; éstos lo ven como el Mesías-salvador para el mundo entero.

Los temas tratados desde Caná (2,1) hasta la salida de Judea (4,1-3) se repiten en este episodio, pero en sentido positivo: según la figura de la alianza / boda, el Mesías encuentra a la esposa infiel y la atrae a sí de nuevo. Él es el nuevo santuario del que mana el agua del Espíritu. La Ley de Moisés queda sustituida por el espíritu y la lealtad, que son la norma de vida y el culto al Padre. Los antiguos intermediarios, representados por Jacob, que habían dado el pozo, quedan superados.

Jn 4,39-40

 Del pueblo aquel muchos de los samaritanos le dieron su adhesión por lo que les decía la mujer, que declaraba: <<Me ha dicho todo lo que he hecho>>. Así, cuando llegaron los samaritanos adonde estaba él, le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días.

La noticia dada por la mujer hace comprender a los samaritanos que ha llegado para ellos la hora de la misericordia de Dios (Os 7,1; Jn 4,28-29 Lect.). Al llegar adonde estaba Jesús, su reacción inmediata es el deseo de su presencia, rompiendo toda barrera de prejuicios raciales o religiosos. La reconciliación está hecha, Jesús accede, interrumpe su viaje y se queda en el lugar dos días; según Os 6,2: <<En dos días nos hará revivir>>. Jesús, cuya misión es dar vida, la comunica a los que han respondido a su anuncio con la fe.

Jn 4,37-38

 Con todo, en esto tiene razón el refrán, que uno siembra y otro siega: yo os he enviado a segar lo que no os ha costado fatiga; otros se han estado fatigando y vosotros os habéis encontrado con el fruto de su fatiga.

En contraste con el versículo anterior, donde se describía la alegría común de sembrador y segador por la participación en el mismo fruto, Jesús afirma ahora otro hecho: también es verdad que otros no van a gozar del fruto de su fatiga. Al no aceptar el programa del Mesías, la sustitución de las antiguas instituciones, el pasado de Israel queda frustrado y el fruto de las promesas lo cosecharán otros, la nueva comunidad de Jesús. Se recoge aquí el tema de la maldición que recaería sobre el pueblo infiel a la alianza: ser excluidos del fruto del propio trabajo (Dt 28,30: <<Te plantarás una viña y no la vendimiarás>>; Miq 6,15: <<Sembrarás y no segarás, pisarás la aceituna y no te ungirás; pisarás la uva y no beberás vino>>; cf. Lv 26,16; Am 5,11). Equivale este dicho al que terminaba la estancia de Jesús en Judea: la reprobación de Dios queda sobre él (3,36).

Por otra parte, los discípulos gozan ya de bienes que no les han costado fatiga. Esto corresponde a lo que sucedió a Israel al ocupar la tierra prometida (Dt 6,10-11: <<Cuando el Señor tu Dios te introduzca en la tierra ... con viñas y olivares que tú no has plantado, etcétera>>; Jos 24,13: <<Les di una tierra por la que no habían sudado (LXX: fatigado), ... viñedos y olivares que no habían plantado y de los que ahora comen>>).

Como para Israel la tierra fue un don de Dios, así los discípulos de Jesús van a recibir como don la realidad mesiánica, nueva tierra prometida. Ésta es la bendición inicial, el fruto sin trabajo, que se continuará con lo expresado anteriormente (4,36), el gozo de la cosecha compartido con el que siembra (cf. Am 9,13-14: <<Mirad que llegan días ... cuando el que ara seguirá de cerca al segador y el que pisa uvas al sembrador; fluirá licor por los montes y ondearán los collados. Cambiaré la suerte de mi pueblo Israel: ... plantarán viñedos y beberán su vino, cultivarán huertos y comerán sus frutos>>).

Jn 4,36

 <<El segador cobra salario reuniendo fruto para una vida definitiva; así se alegran los dos, sembrador y segador>>.

El designio del Padre (4,34) se expresa ahora en términos de siembra y siega, que están en función del fruto. Esta palabra no reaparecerá hasta 12,24: si el grano de trigo, caído en la tierra, no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto. La hora de la siega estará precedida de la hora de su muerte, cuando quede terminado el proyecto de Dios (19,30: Queda terminado). Esa será la siembra del grano. Esa será la siembra del grano. Jesús es aquí el sembrador y el trigo que se siembra. En 12,24, el fruto estará en relación con los griegos que se acercan, aquí con los samaritanos. Es Judea, el reducto del nacionalismo y de la Ley (2,23-25; 3,1-21), la que no escucha. El fruto, que es el hombre nuevo, no es transitorio, tiene vida definitiva; se va constituyendo la nueva creación, la de los hijos de Dios dispersos que la muerte de Jesús reunirá en uno (11,52). Es una labor en la que han de colaborar los discípulos (15,16).

El fruto se reúne para una vida definitiva. Siendo un nombre colectivo (cosecha), subraya la unidad de los que han recibido el agua del Espíritu y poseen esa vida (4,14), que se hace visible y se desarrolla en la comunidad donde se ejerce el amor muto (13,34s). Esa calidad de vida forma el grupo de los que viven en medio del mundo injusto sin pertenecer a él (17,14.16); ellos son las primicias del reino de Dios, la nueva sociedad en marcha.

El segador cobra ya su salario, que es el mismo fruto que recoge y que alegra lo mismo a él que al que hizo la siembra. El trabajo de uno y otro distaban en el tiempo, pero la alegría es simultánea. Ambos han trabajado mirando a la cosecha; la finalidad era la misma, por eso la alegría es común.

La alegría está en relación con el fruto. Tal fue la de Juan Bautista, al ver que el esposo tenía ya a la esposa, que el Mesías reunía a su pueblo (3,29). Pero, sobre todo, tal es la de Jesús. Por eso el tema de la alegría aparecerá en los capítulos 15-16, en los que él trata de la misión de su comunidad (15,8.16: fruto; 15,11; 16,20-22: alegría). 

Jn 4,35

 <<Vosotros decís que aún faltan cuatro meses para la siega, ¿verdad? Pues mirad lo que os digo: Levantad la vista y contemplad los campos dorados para la siega>>.

La estación del año sirve a Jesús para hacer una oposición metafórica, comparando dos cosechas: la del campo, todavía lejana, y la de la fe de Samaría, ya a punto de ser recogida.

Invita a sus discípulos a darse cuenta de la nueva realidad. La presencia y el mensaje de la mujer a los suyos han sido la siembra profetizada en Os 2,25: <<Y me la sembraré en el país, me compadeceré de Incompadecida y diré a No-pueblo-mío: ´Eres mi pueblo´ y él responderá: ´Dios mío´>>.

Las palabras de Jesús son un canto de triunfo. La esterilidad de Jerusalén y de Judea se ha cambiado en la fecundidad de Samaría. El Mesías / Esposo ha encontrado aquí a la esposa. Si en Judea nadie aceptaba su testimonio (3,32), aquí, en cambio, ya están en camino los que lo aceptan (4,30). La cosecha ya presente invita a la siega y es un estímulo para los discípulos. La frase de Jesús explica y confirma lo sucedido con la mujer.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Jn 4,33-34

 Los discípulos comentaban: <<¿Acaso le habrá traído alguien de comer?>> Jesús le dijo: <<Para mí es alimento realizar el designio del que me mandó, dando remate a su obra>>.

Los discípulos no entienden que Jesús pueda tener alimento por sí solo. Si ha rechazado el que ellos traen, suponen que lo habrá recibido de otro. Conocen sólo el alimento que perece, no el que dura dando vida definitiva (6,27).

Jesús afirma que existe un designio de Dios que no está aún realizado, una obra que no está completada. Esta última frase se refiere a Gn 2,2: Para el día séptimo había concluido Dios toda su tarea / todas sus obras. Como ya se ha visto, el esquema teológico en que coloca Jn el día del Mesías es el del día sexto de la creación, y su labor será precisamente terminar la creación del hombre. Esa es la obra que falta para llevar a cabo el designio del que lo envió. Es aquí la primera vez que aparece en el evangelio el designio de Dios, que es dar al hombre vida definitiva (6,38-40). Había aparecido en el prólogo el designio humano (1,13: de una carne cualquiera, de un varón cualquiera), que daba sólo una vida perecedera.

La frase con que Jesús responde a sus discípulos recuerda la manera de referirse a la Ley como alimento (Sal 119,103; Prov 9,5). El alimento que Jesús tiene sustituye al de la Ley, como su agua sustituía la del pozo ( = la Ley). Su alimento consiste en realizar el designio del Padre trabajando en favor del hombre; este designio ha sido traicionado por aquellos que, absolutizando la Ley, lo han rechazado en Judea (4,1-3). En el ciclo siguiente tendrá lugar la polémica entre los que utilizan la Ley para impedir la realización de la obra de Dios y Jesús, que lleva a cabo su designio (cf. 5,16-18).

En el contexto de este episodio, el designio del Padre consiste para Jesús en dar el agua / Espíritu (4,14); su obra, en ir actualizando su propia respuesta de amor al Espíritu recibido (1,32s), por medio de esta actividad en favor del hombre (cf. 19,28.30.34). Habrá también para los hombres una obra que Dios requiere que se cumpla, y será la adhesión a Jesús, su enviado (6,29). En ambos pasajes se describe la obra de Dios como alimento, es decir, como factor que comunica vida. Aquí Jesús <<se asimila>> (come) el designio del Padre y de esa identificación recibe vida; allí, el hombre <<se asimila>> a Jesús. Hay, por tanto, una doble asimilación o identificación, la de Jesús con el Padre y la de los discípulos con Jesús (cf. 14,20; 17,23). Es el circuito de la vida, como se expresa en 6,57: Como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí.

La metáfora <<comer>> significa, por tanto, para Jesús, su identificación con el Padre como fuente de vida; para el discípulo, su aceptación de Jesús y su adhesión a él como dador de vida. Ambas se traducen en la actividad, llevando a cabo el designio de Dios.

A Samaría, el pueblo antes abandonado (Os 1,9: <<Llámalo ´No-pueblo-mío´, porque vosotros no sois mi pueblo y yo no estoy con vosotros>>), Jesús ha mostrado el amor del Padre (Os 2,1: <<En lugar de llamarlos No-pueblo-mío, los llamarán hijos del Dios vivo>>; 2,3: <<Llamad a vuestro hermano Pueblo-mío y a vuestra hermana Compadecida>>).

Jn 4,31-32

 Mientras tanto sus discípulos le insistían: <<Maestro, come>>. Él les dijo: <<Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis>>.

Durante el trayecto de los samaritanos intercala Jn un diálogo de Jesús con sus discípulos. Invitan a Jesús a comer, pero él no acepta su comida.

La invitación de los discípulos a Jesús se inserta en la narración para establecer el c contraste entre dos alimentos. Jesús va a exponer dónde encuentra el hombre la vida verdadera.

Jn 4,30

 Salieron del pueblo y se dirigieron adonde estaba él.

La respuesta de los habitantes es unánime e inmediata. Todos tenían sed y van a buscar el agua nueva. Ante un horizonte de salvación, todos responden como la mujer, también ellos son conscientes de que algo esencial les falta. Su camino es el de la libertad y la esperanza.

Jn 4,28-29

 La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: <<Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?>>.

La palabra que designa el cántaro es la misma empleada en el episodio de Caná para designar las tinajas (2,6). Como allí éstas representaban la Ley, también el cántaro es imagen de la Ley que la mujer toma del pozo para buscar la vida en ella. La mujer estaba supeditada a la vasija, donde bebía el agua que no apagaba su sed.

Abandona el cántaro, que era su conexión con el pozo; rompe con la Ley. Esta es su respuesta de fe al Mesías que se le ha dado a conocer. Ha comprendido la novedad que representa respecto al pasado. Al contrario de Nicodemo, que no veía la posibilidad de un nuevo principio, la mujer lo ha entendido perfectamente.

Va a invitar a <<los hombres>> (la gente) a que vayan a ver a <<un hombre>>; así presenta a Jesús. No hay miedo a acercarse. No lo describe como un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación. Es sencillamente <<un hombre>> que tenía sed, como todos. En el fundamento de la común humanidad funda la mujer su invitación a acercarse a Jesús.

Su mensaje es modesto, lo propone en forma interrogativa; quiere que cada uno, como ella, llegue a su conclusión personal. Sus palabras son una invitación que abre una esperanza. La representante de Samaría se individualiza. Anuncia a sus paisanos que Jesús le ha dicho todo lo que había hecho. Esta frase es importante, pues se repetirá textualmente en 4,39. La mujer insiste en que Jesús le ha descubierto su pasado; esto supone que ella ha reconocido su adulterio.

La noticia de la samaritana a sus paisanos está inspirada en Os 7,1: <<Cuando cambie la suerte de mi pueblo, cuando cure a Israel>> (el reino del norte con centro en Samaría), <<se descubrirá el pecado de Efraín y las maldades de Samaría>>. Al saber los samaritanos que se han descubierto sus pecados, comprenden que ha llegado el cambio de suerte, el momento de su curación. De ahí la pregunta de la mujer: ¿Será el Mesías?, y la prontitud de los samaritanos en acudir a Jesús.

El comportamiento de la mujer es parecido al de los discípulos cuando encontraron a Jesús. Andrés fue a buscar a su hermano Simón (1,41); Felipe, a Natanael (1,45). Ella va al pueblo y anuncia.

Jesús, en primer lugar, ha ofrecido el agua viva; sólo después de haber despertado el anhelo ha denunciado sus maldades a Samaría. Primero expone la calidad de su don, luego señala los obstáculos para recibirlo. Comienza con lo positivo, su denuncia no deja a nadie desamparado. No pide una ruptura que deje en el vacío, abre una puerta invitando a pasar de la muerte a la vida.

Jn 4,27

 En esto llegaron sus discípulos y se quedaron extrañados de que hablase con una mujer, aunque ninguno le preguntó de qué discutía o de qué hablaba con ella.

El asombro de los discípulos supone la inferioridad de la mujer en aquella sociedad; pero Jesús no acepta tal desigualdad. No le preguntan nada; se acentúa así la intimidad de la conversación que ha precedido, del encuentro con Samaría. Él se la ha llevado a la soledad y le ha hablado al corazón para ganársela de nuevo (Os 2,16).

La primera suposición de los discípulos es que Jesús pueda haber estado discutiendo con la mujer. Delatan su mentalidad judía. Tampoco comprenden de qué puede hablar con ella. No ven por qué Jesús tiene que dirigirse a Samaría. No han olvidado la discriminación. No se les ocurre que Jesús pueda manifestarle su amor, como había hecho con ellos en Caná. Sin embargo, así ha sido; también a ella ha ofrecido el Espíritu, allí simbolizado por el vino (2,9), y ha sido aceptado.

Jn 4,25-26

 Le dice la mujer: <<Sé que va a venir un Mesías (es decir, Ungido); cuando venga él, nos lo explicará todo>>. Le dice Jesús: <<Soy yo, el que hablo contigo>>.

La mujer se confiesa dispuesta a aceptar al Mesías cuando llegue. Aunque Jesús, al decir que ha llegado la hora (4,23), ha declarado implícitamente el cambio de época, la mujer no lo ha reconocido, pero comprende que sus palabras anuncian ya la era mesiánica. Ante su apertura al futuro y su esperanza, Jesús se le revela: Soy yo, el que hablo contigo.

Jn 4,24

 <<Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad>>.

Jesús define a Dios mismo como Espíritu, es decir, dinamismo de amor que se ha expresado en la creación del hombre y sigue actuando hasta llevarla a su término; de ahí su nombre de Padre: el que por amor comunica su propia vida (1,14c Lect). Ese amor es su gloria (1,14), la que llena su santuario, que es Jesús, su Proyecto hecho hombre (íbid), y la que por su medio se comunica a los hombres. En 1 Jn 4,7s se expresa la misma doble realidad del amor: El amor procede de Dios y Dios es amor.

La afirmación de Jn: Dios es Espíritu, explicado como dinamismo de amor, hace comprender los efectos del agua viva que Jesús da a beber y que apaga la sed del hombre (4,14a). Ese agua es la experiencia constante, a través de Jesús, de la presencia y el amor del Padre. La experiencia del amor produce, a su vez, en cada hombre la capacidad de amar generosamente como se siente amado (4,14b: se le convertirá dentro en un manantial); así el hombre se transforma en espíritu (3,6) semejante a Dios mismo (1,16). Siendo el amor la línea de desarrollo y personalización del hombre, su actividad irá realizando en él el proyecto creador, llevándolo a una semejanza cada vez mayor con el Padre (1,12: hijos de Dios).

El culto a Dios deja de ser vertical, pues él está presente en el hombre por el Espíritu; el Padre y Jesús son compañeros de vida del que practica el amor (14,23). La relación con Dios es la de una sintonía que impulsa a una semejanza cada vez mayor (14,6: el camino hacia el Padre) y lleva a amar al hombre hasta la entrega total. Ese es el único culto que el Padre busca y que, por tanto, acepta: la prolongación del dinamismo de amor que es él mismo y que él comunica.

El culto antiguo exigía del hombre una renuncia a bienes exteriores (sacrificios, etc.). Era una humillación del hombre, una disminución ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla al hombre; al contrario, lo eleva, haciéndolo cada vez más semejante al Padre. El antiguo culto subrayaba la distancia; el nuevo tiende a suprimirla, gracias a la iniciativa de Dios mismo, que hace al hombre hijo y semejante a él. Consiste en testificar que Dios es Padre, porque existen hijos suyos y hermanos del hombre que, desde la nueva realidad que viven, se esfuerzan por comunicarla, para que el hombre salga de su situación de opresión y de muerte.

Se entiende la oposición de Jesús al templo (2,13ss) y la sustitución de éste por el nuevo santuario, su cuerpo (2,21), la tienda que acompaña en el camino (1,14), de donde brota el agua del Espíritu (7,37-39; 19,34). Se aclara la ruptura con el pasado que él proponía a Nicodemo (3,3: nacer de nuevo / de arriba) y que éste, devoto de la Ley, no podía comprender. Dios no quiere cultos como los de la antigua alianza; él no espera dones, sino que busca comunicarse. Su gloria es expansiva, no centrípeta, y consiste en dar vida, desplegando así la actividad de su amor. Los que participan de esta gloria (17,22), la difunden en el mundo.

V. DIOS ES AMOR. SOLO QUIEN AMA CONOCE A DIOS 4,7-...

Jn 4,23b

 <<pues el Padre busca hombres que lo adoren así>>.

La expresión aplicada al Padre es muy fuerte: el Padre busca, indicando su deseo, su interés por encontrar esa clase de culto. Esta urgencia es la de su amor; el Padre ansía el bien del hombre. Si se lo ha demostrado llegando a dar a su Hijo (3,16), no puede resignarse a que esa obra suya quede infructuosa y busca quienes colaboren en ella. Para él, el culto antiguo de los templos y de la religión no significa nada, como lo expresaba ya Os 6,6, pasaje al que alude Jn: Corazón quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Él no necesita homenajes, el culto que requiere es una actividad como la suya.

Jn 4,23a

 <<pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad>>.

Jn, como ya se ha dicho (4,6 Lect.), anticipa en su relato los efectos de la muerte de Jesús, de <<su hora>> (cf. 2,4; 13,1; 17,1).

El verdadero culto a Dios suprimirá el culto samaritano y el judío, para sustituirlo por un culto nuevo, que se dará no ya a un Dios lejano, sino al Padre, unido al hombre por una relación personal, y que se realizará con espíritu y lealtad.

La frase con espíritu y lealtad está en paralelo con la del prólogo (1,14): lleno de amor y lealtad. Por otra parte, en el diálogo precedente, el Espíritu ha sido simbolizado por el agua viva, que es el don de Jesús (4,14). El Espíritu, agua que mana del costado abierto, es el don del amor comunicado, en correspondencia con la sangre, el amor que Jesús demuestra dando su vida (19,34). El Espíritu es el amor; por eso, cuando Jesús lo comunica a sus discípulos, su frase es: Recibid Espíritu Santo (20,22), en paralelo con 1,16: de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor. De ahí que <<espíritu>>, como <<amor>>, pueda ir acompañado del sustantivo <<lealtad>> (1,14e.17 Lects.). Espíritu (amor) y lealtad en el hombre (1,17; 3,6; 7,39b) son el efecto del <<Espíritu Santo>> que se le comunica (1,33; 20,22). Como Espíritu, es la fuente de vida-amor, como <<santo>>, consagra (17,17 Lect.) dando al hombre la lealtad del amor.

En 1,14.17, el amor se expresa en términos de benevolencia desinteresada y generosa (1,14e Lect.); el espíritu expresa el mismo amor en términos de fuerza, vida y acción. Él es su dinamismo, su principio activo.

El culto con espíritu y lealtad es, por tanto, la práctica del amor fiel al hombre. De ahí que excluya los templos fabricados, ya denunciados en Is 66,1: <<El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies: ¿qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?>>. Dar culto al Padre es colaborar en su obra creadora, estando en favor del hombre.

Jesús, antes de ser llamamiento, ha sido para la samaritana oportunidad de ejercitar ese amor (4,7). De ahí que, para ella, ha llegado la hora de dar ese culto y de recibir el Espíritu.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25