martes, 28 de febrero de 2023

Jn 12,39-40

 Y no podían creer por aquello que dijo en otra ocasión Isaías: <<Les ha cegado los ojos y les ha embotado la mente, para que sus ojos no vean ni su mente perciba ni se conviertan y yo los cure>>.

La razón de tal rechazo la ve Jn explicada en otro texto del profeta, que pertenece a la escena de su llamamiento (Is 6,9s). Sin embargo, el texto que presenta Jn no corresponde exactamente al hebreo ni a la traducción griega (LXX). Véase la traducción del texto hebreo, donde Dios da esta orden al profeta:

<<Embota el corazón (la mente) de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón (mente) no entienda, que no se convierta y sane>>.

Y la traducción griega:

<<El corazón (la mente) de este pueblo se ha embotado; son tardos de oído, ha cerrado los ojos, para no ver con los ojos ni oír con los oídos ni entender con el corazón (la mente) ni convertirse y que yo los cure>>.

Jn omite, en primer lugar, las frases que se refieren al oído. Para él, lo importante son los ojos y la mente (el corazón) porque se trata de ver señales y de interpretarlas (12,37). No han cerrado sus oídos a una doctrina, sino los ojos a una realidad.

Existe una notable diferencia entre los tres textos. En el hebreo es el profeta quien, con su anuncio, ha de cegar al pueblo, por orden de Dios, para procurarles la ruina que será su castigo (Is 6,11-13). El imperativo de Dios al profeta es retórico; lo que se propone como finalidad divina es, en realidad, efecto del endurecimiento del pueblo mismo. Debido a la mala disposición, cuanto más les hable el profeta, mayor será la resistencia que encuentre.

En la traducción griega, por el contrario, el pueblo resulta responsable de su ceguera, son ellos mismos los que han cerrado los ojos e impiden su propia curación.

De hecho, la negativa de Israel a ver y oír es tema común en los profetas. Así, por ejemplo, Is 42,18: <<Sordos, escuchad y oíd; ciegos, mirad y ved>>.

Jr 5,20-23: <<Escúchalo, pueblo necio y sin juicio, que tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye ... este pueblo es duro y rebelde de corazón, y se marcha lejos>>.

Ez 12,2: <<Hijo de Adán, vives en la casa rebelde: tiene ojos para ver, y no ven; tienen oídos para oír, y no oyen; pues son casa rebelde>>.

Según estos y otros textos, la responsabilidad de la ceguera recae sobre el pueblo; a veces, sin embargo, retóricamente, se expresa como un designio de Dios provocado por su cólera.

En Jn 12,40, sin embargo, existe un agente externo que ciega al pueblo e impide que Jesús lo cure. Su acción es precisamente la contraria de la que hizo Jesús cuando abrió los ojos al ciego (9,1.10.14, etc.; 10,21; 11,37). Habiendo sido ésta una obra de Dios (9,3s), la acción de cegar no puede venir de él. El Hijo enviado por Dios al mundo (3,17) es la luz que ilumina a todo hombre (1,9; 3,19); Dios no discrimina, pues no lo ha enviado para juzgar al mundo (= la humanidad), sino para que el mundo por él se salve (3,17; 12,47). Por tanto, el causante de la ceguera no puede ser de ningún modo Dios, como, de hecho, tampoco lo era en el AT. Ha de ser un antagonista suyo.

El contexto lo identifica sin lugar a dudas: el adversario de la luz/verdad es la tiniebla (12,35), que, usando <<la mentira>> (8,44), deja al hombre ciego, incapaz de percibir el esplendor de la vida a que Dios lo destina (1,5). Concretamente, la causa inmediata que ha impedido al pueblo reconocer a Jesús por Mesías ha sido la Ley, con su doctrina sobre el Mesías que no debía morir (12,34).

Pero la Ley, a su vez, es el instrumento del sistema de poder, personificado en <<el jefe del orden este>> (12,31). Los agentes humanos de la ceguera del pueblo son, por tanto, los dirigentes que encarnan ese sistema, en particular los fariseos (cf. 12,19.42). Ellos utilizan la Ley, prometiendo al pueblo un Mesías futuro continuador de las instituciones existentes; asimilan el futuro al pasado y programan de antemano la intervención de Dios en la historia; así mantienen al pueblo en la ceguera y le impiden reconocer al enviado de Dios (7,25-29.40-43). Son ellos, interesados en mantener su posición (11,48c Lect.), los primeros que rechazan a Jesús y, de hecho, ya han acordado matarlo (11,53). Son ciegos voluntarios, porque se han negado a aceptar la luz; pero, además, hacen alarde de ver y proponen al pueblo la falsa luz (9,41 Lect.).

Jesús ha venido a dar la salud, a curar al pueblo (cf. 5.9.13), liberándolo de la opresión que ejercen las instituciones (2,14-16; 5,1ss), pero el pueblo, dependiente de sus maestros (12,34; cf. 5,39s.46s), no acepta la vida que le ofrece Jesús.

La frase final: ni yo los cure, alude al inválido de la piscina (5,6.911.13). El pueblo estaba representado por la multitud de enfermos que vacían en los pórticos, figura de la Ley (5,2-3). No pueden caminar, porque no tienen fuerza ni libertad: la Ley, manejada por los dirigentes, los paraliza, prohibiéndoles la salud y la vida (5,10). Su tradición los mantiene en la esclavitud (8,34).

Esa Ley que los distancia de Dios y oculta su amor (2,.3.6 Lects.) les hace incomprensible la muerte del Mesías. No pueden entender que Dios ame al hombre hasta el punto de dar la vida por él. No perciben que es así como se manifiesta su gloria, que no es la del poder, sino la del amor leal.

Jn 12,38

 así se cumplieron las palabras que dijo el profeta Isaías: <<Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio? y ¿a quién se le ha descubierto la fuerza del Señor?>>.

En lo que sucede, Jn ve el cumplimiento de un texto de Isaías (53,1), que el profeta aplicaba al Siervo de Dios. Describe así el rechazo del mensaje de Jesús, y, en consecuencia, la imposibilidad de interpretar sus señales liberadoras (su brazo / su fuerza). Era la fuerza de Dios mismo, pues las obras que realizaba eran las del Padre (5,36; 9,4; 10,25.38), que mostraba con ellas su amor al hombre.

Jn 12,37

 A pesar de tantas señales como llevaba realizadas delante de ellos, se negaban a darle su adhesión.

El evangelista comenta lo que acaba de suceder. Israel, que había aclamado a Jesús, no le ha dado su adhesión. Muchas señales había realizado Jesús, de las que Jn ha relatado sólo una selección significativa (20,30; 21,25), pero el pueblo se niega a leerlas y lo rechaza. No se acercan a la luz, se quedan en la tiniebla y así pesa sobre ellos la reprobación de Dios (3,36).

Jn 12,12-36

 

Jn 12,36b

 Así habló Jesús. Luego se fue, ocultándose de ellos.

Después del aviso que ha dado, Jesús se aleja. Ha terminado su contacto con Israel, que no le ha dado su adhesión como Mesías; <<los suyos>> no lo han recibido (1,11). Ha querido darle la última oportunidad de escapar de la muerte que los domina, pero la Ley (12,34) enseñada por los fariseos (12,19) les impide ver. Los muertos han oído su voz, pero no la han escuchado (5,25).

SÍNTESIS

La perícopa propone la opción de Israel ante su Mesías, que acaba siendo negativa. Se oponen dos concepciones mesiánicas: el pueblo, modelado en la tradición que transmiten los dirigentes, concibe al Mesías en términos de realeza humana y, por tanto, de poder. Jesús, en cambio, se presenta como el Mesías que cumple las promesas del AT, pero interpretadas a otra luz, la de Dios creador. Por eso identifica al Mesías como <<el Hombre>>, que lleva su amor hasta el límite dando su vida para salvar al hombre, llevándolo a su plenitud. Anuncia, por eso, su muerte como componente esencial de su mesianismo. Advierte al mismo tiempo a sus discípulos que seguirlo en esa entrega es la condición para la fecundidad en la misión.

Aparece ahora con más claridad el significado de la escena de Betania (12,1ss). Es allí donde Jn describe por anticipado la relación del Mesías con su pueblo comunidad. No será el Señor que domina, sino el amigo que toma puesto a la mesa con los suyos: el Esposo que recibe el homenaje de la esposa; el dador de vida centro de la comunidad de los vivos. El marco no son grandiosas instituciones, sino el ámbito doméstico; el horizonte de su comunidad no es la grandeza humana, sino el amor a los pobres.

Jn 12,36a

 <<Mientras tenéis luz, prestad adhesión a la luz, y así seréis partícipes de la luz>>.

Jesús insiste en que prescindan de ideas preconcebidas y den su adhesión a la luz, para poseer la luz de la vida (8,12). Participar de la luz es efecto de su comunicación. La luz se posee como propia, igual que el agua recibida de Jesús, que en cada uno se convierte en un manantial interior (4,14)d. La luz, que es la vida, se integra en la persona.

domingo, 19 de febrero de 2023

Jn 12,35

 Les contestó Jesús: <<Todavía un poco de tiempo va a estar la luz entre vosotros, caminad mientras tenéis la luz, para que no os coja la tiniebla, pues el que camina en la tiniebla no sabe adónde va>>.

Jesús vuelve a advertirles la urgencia de la opción; el tiempo apremia (cf. 7,33). Es ya el último aviso, luego se consumará la ruptura (12,37ss). Los exhorta a la reflexión. Ellos, víctimas del sistema de poder, esperaban la liberación, pero, siguiendo los falsos ideales (tiniebla/mentira) propuestos por los dirigentes (12,34: hemos aprendido de la Ley), la esperan de otro poder y no aceptan la que les ofrece Jesús. Habían dado el primer paso, acercándose a él; los exhorta a seguir el camino que habían empezado, mientras él, la luz de la vida, está presente.

La tiniebla los circunda y está al acecho, y van a tener por poco tiempo la luz que les permite salir de ella: cuando lo prendan a él, no habrá opción posible para Israel como pueblo. Los dirigentes la habrán hecho en su lugar. Jesús exhorta al pueblo a separarse de los dirigentes, que han optado contra la vida (11,53); a salir del pecado que los lleva a la muerte (8,21).

Este pasaje se refiere directamente a 8,12: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la tiniebla, tendrá la luz de la vida. La exhortación a caminar y la oposición tiniebla-luz ponen en relación estrecha ambos dichos de Jesús. Vuelve a presentarles la opción allí propuesta, pero con mayor urgencia (poco tiempo). La luz significa la salvación, el Mesías como alternativa y como Ley. Pero ellos han opuesto su propia Ley, que los mantiene en la tiniebla.

Si cae de nuevo e irremediablemente bajo el dominio de la mentira, Israel quedará ciego y perderá el rumbo (el que camina en la tiniebla no sabe adónde va), no habrá meta (8,12).

La salvación viene repetidamente anunciada en Isaías bajo la metáfora de <<la luz>> (Is 2,5; 9,1; 42,16; 59,9-10; 60,1-3.19-28). La luz, al mismo tiempo que ilumina, congrega (2,5: <<Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor>>). La salvación se ofrece en términos de liberación (9,1: <<El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz>>) y el que cumpla esta promesa será un sucesor de David (9,5s). Una salvación semejante se atribuye en Isaías a la obra de Dios por medio de su Siervo (42,16: <<Conduciré a los ciegos por un camino que desconocen, los guiaré por senderos que ignoran. Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano>>). La luz brillará en la Jerusalén ideal, centro de convergencia de todas las naciones, que ofrecerá una salvación universal (60, 1-3: <<¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!>>, etc.). La luz será el Señor mismo (60,19: <<Será el Señor tu luz perpetua>>).

Por lo contrario, la situación del pueblo alejado de Dios se describe como estar en la tiniebla (59, 9-10: <<Por eso está lejos de nosotros el derecho y no nos alcanza la justica: esperamos la luz, y vienen tinieblas; claridad, y caminos a oscuras. Como ciegos vamos palpando la pared, andamos a tientas como gente sin vista; en pleno día tropezamos como al anochecer, en pleno vigor estamos como muertos>>).

En el episodio de Nicodemo, el Hombre levantado en alto era punto de referencia, ofrecimiento de salvación para todos (3,14s); ante él, como luz, se dividían las opciones (3,19-21). En este episodio, en cambio, el Hombre levantado aparece como centro de atracción y de convergencia, en paralelo con la luz de Is 2,5; 60,1ss. En ambos casos, el obstáculo para aceptar a Jesús, el Hombre, es la Ley (3,10 Lect.).

Jn 12,34b

 ¿cómo dices: tú que ese Hombre tiene que ser levantado en alto? ¿Quién es ese Hombre?

La denominación que usa la multitud para referirse a Jesús muestra que han asociado dos declaraciones suyas, la de 12,23: Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre, y la de 12,32: Yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. La primera afirmación les parecía apropiada para el Mesías; la segunda, en cambio, les choca, y no pueden compaginarla con la primera.

Han entendido la primera declaración de Jesús de una gloria que no es la del amor; en la segunda ven solamente la muerte, no la exaltación ni la vida, y les resulta incompatible con lo que han aprendido en su Ley. Oponen su concepción mesiánica (el Mesías), ya fijada por la enseñanza, al apelativo usado por Jesús (este Hombre). No comprenden su mesianismo. Por eso la pregunta final: ¿Quién es ese Hombre?, muestra precisamente su incertidumbre; quieren saber qué título se aplica Jesús, puesto que no puede ser el Mesías por no corresponder a lo anunciado. Se dibuja ya el rechazo. Si el Mesías que habían aclamado (12,13) afirma ahora que va a morir, no lo reconocen por Mesías. Buscaban un rey glorioso, un restaurador que diese esplendor a su nación e hiciese justicia, siempre en el marco de las antiguas instituciones (la Ley). Esperaban una salvación desde fuera, en la dependencia, y no aceptan la libertad que trae Jesús, la plenitud de vida.

El denominativo <<el Hombre>>, que Jn pone en boca de la gente, se refiere a Jesús como modelo de Hombre, el proyecto de Dios realizado. Precisamente por ser <<el Hombre>> y poseer la plenitud del amor del Padre, ha de demostrarlo hasta el final, hasta el don libre de su propia vida (10,18) para sacar al hombre de la muerte (3,14s). Esa es la manifestación de su gloria.

La multitud no lo comprende ni lo acepta; no conoce el designio de Dios. Para ellos, la gloria es el brillo y el poder del rey, no el esplendor del amor sin límite. El Mesías que esperan impondrá su reinado, como rey designado por Dios, sin dejar opción. Jesús, en cambio, tirará de todos hacia sí <<con correas de amor, con cuerdas de cariño>> (Os 11,4), respetando la libertad de cada uno, para llevarlos a una entrega como la suya (12,26) y fundar la comunidad humana conforme al designio divino. Ellos, que bajo el régimen de la Ley en que han vivido nunca han sido estimulados a la libertad ni a la responsabilidad personal, no desean semejante salvación, que los compromete personalmente. Desean la reforma de las instituciones, pero el cambio y plenitud del hombre no entra en su horizonte. Esperan la salvación del poder, no del amor. Se encuentran en la misma situación que los discípulos de 6,60-62, después del intento de hacer rey a Jesús (6,15). También a la multitud la declaración de Jesús le parece excesiva (6,60: Este mensaje es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?).

La condición para ser <<el Hombre>>, es decir, para realizar el proyecto de Dios, es la gloria del amor hasta el extremo. Al rechazarla, la multitud se cierra el camino a su propia creación. Su pregunta: ¿Quién es ese Hombre?, está en oposición a la del ciego curado. Aquél quería identificarlo para darle su adhesión (9,36); éstos, que saben quién es, no quieren reconocerlo ni ver en él el Mesías, la esperanza de Israel. El ciego se había curado precisamente por adherirse a la realidad de Jesús, el Hombre (9,6-7 Lect.); éstos quedarán ciegos por no reconocer a ese Hombre como Mesías. Se ha interpuesto la Ley.

Jn 12,34a

 Le replicó la gente: <<Nosotros hemos aprendido de la Ley que el Mesías sigue para siempre>>.

La Ley, como a menudo en Jn, significa los escritos del AT en cuanto se los considera como un todo cerrado y absoluto. Su auténtico papel, como Escritura (5,39), consistía en anunciar y preparar la futura intervención de Dios en la historia, de la que los acontecimientos pasados no eran sino figura y los oráculos anticipación. En las escuelas del tiempo se habían absolutizado aquellos escritos, atribuyéndoles un carácter definitivo. No se esperaba novedad alguna; todo había de suceder como estaba ya dicho en la <<Ley>> y en su interpretación autorizada (cf. 7,27). La fe en el Dios de la historia se había transferido al libro.

Los textos del AT que se interpretaban en sentido mesiánico incluían la idea de un reinado sin fin. Así Sal 89,4-5: <<Sellé una alianza con mi elegido jurando a David mi siervo: - `Te fundaré un linaje perpetuo, te construiré un trono perdurable`>>; Sal 110,1: <<Voy a hacer de tus enemigos estrado de tus pies>>; Is 9,6: <<Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre>>.

Conociendo estos y otros textos, la multitud espera como solución definitiva el gobierno de un rey davídico (7,42). Han aclamado a Jesús como Mesías (12,13: el rey de Israel), y creen que ese rey y el esplendor de su reinado ha de durar para siempre. Jesús, en cambio, ha identificado al Mesías con <<el Hombre levantado en alto>>. No es un Señor a quien hay que obedecer, sino una meta que hay que alcanzar. El Hombre es la luz del mundo.

Se unen aquí el contenido de las dos grandes revelaciones mesiánicas del evangelio: la respuesta de Jesús a la samaritana, que proponía la cuestión en clave teológica (4,25s: el Mesías), y su pregunta al ciego curado, en la que Jesús mismo la propuso en clave antropológica (9,35s: el Hombre). También aquí se define Jesús como <<el Hombre>>: es la multitud la que habla de Mesías. El proyecto creador, la plenitud humana, es el mismo para toda la humanidad: Israel no tiene un Mesías diferente del de los demás pueblos (4,42: el salvador del mundo).

     

     

Jn 12,32-33

 <<pues yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí>>. Esto lo decía indicando con qué clase de muerte iba a morir.

El mismo acto de levantar a Jesús sellará la sentencia del orden injusto. En ese momento, que será el de la manifestación esplendente del amor de Dios al hombre y el del don de la vida, se convertirá Jesús en el centro de atracción, comenzará el fruto. Ser levantado en alto no significa simplemente morir, sino convertirse en potencia vivificante, salvadora de la muerte. Jesús levantado será un signo visible, la señal de la vida en medio de un campo de muerte (3,14s), la gran demostración del amor de Dios, que da a su Hijo único para salvar a la humanidad (3,16s). Cuando lo levanten en alto podrán ver los hombres al Padre, el Dios que es amor y vida para el hombre, manifestado en él (8,28).

Existe una notable coincidencia de vocabulario y de conceptos entre este pasaje y 1 Sm 2,1-10. Se expone allí cómo el Señor acude en ayuda del humilde, oponiéndose a sus enemigos (2,1.8.10), y lo hace sentar en un trono de gloria (2,8 doxa, LXX). Dios truena desde el cielo, desbarata a sus contrarios y es juez de toda la tierra dando fuerza a su rey y exaltando el poder de su Ungido (= su Mesías).

En este pasaje la voz-trueno ha sido la respuesta de Dios a la petición angustiada de Jesús (12,27), el Padre va a manifestar su gloria en su Hijo, el perseguido (12,28); la voz-trueno es al mismo tiempo una advertencia a los que no lo aceptan (12,30); se realiza la sentencia del mundo (12,31). El rey recibe fuerza, para atraer a todos (12,13); el Ungido/Mesías (12,34) va a ser exaltado (12,32), pues al ser levantado en alto brillará la gloria de su amor.

Jesús no habla abiertamente de la cruz; se refiere a ella de manera velada, pero inteligible, asociándole la idea de exaltación. 

sábado, 11 de febrero de 2023

Jn 12,31

 <<Ahora hay ya una sentencia contra el orden este, ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera>>.

El orden este, el sistema de poder, es el enemigo de Jesús y de sus discípulos (12,25; cf. 8,23). <<El jefe del orden este>> es el señor que lo rige. La expresión <<el jefe del orden/mundo este>> (12,31; 16,11) o, simplemente, <<el jefe del mundo>> (14,30) es propia de Jn en el NT.

En 8,23 se distinguían dos pertenencias, a la esfera <<de arriba>>, la de Dios, y a la de <<de abajo>>, que se identificaba con <<el orden este>>. La pertenencia a una u otra se debe a la correspondiente paternidad: la del que tiene por Padre a Dios, por haber recibido el Espíritu (Jesús), y la de los que tienen por padre al Enemigo (<<el diablo>>), el asesino y embustero (los dirigentes, 8,44). El jefe del orden este personifica el círculo de poder, los dirigentes, hijos y agentes de ese <<padre>> que, como se ha visto, designa al dios-dinero (el tesoro del templo, 8,44a Lect.).

En el episodio del ciego (9,13-34) había tenido lugar un proceso: los dirigentes judíos habían condenado al ciego y en él a Jesús. El proceso concluyó con la expulsión (9,34: y lo echaron fuera). Creían que al excluirlo de su institución lo excluían de Dios y  del pueblo de las promesas (9,22: sinagoga).

Después de esta escena anunciaba Jesús a los fariseos que él había venido a abrir un proceso contra el orden este (9,39). Llegada su hora (12,23), y hecho definitivo el rechazo (11,53), afirma que el proceso allí anunciado ha tenido lugar y que la sentencia existe. Negarse a aceptar a Jesús es negarse a ir a la luz (3,19) y, por tanto, dictar la propia sentencia. Creyendo excluir a Jesús, como lo hicieron en la persona del ciego, son en realidad ellos mismos los que se excluyen de la luz y de Dios, pues Jesús y el Padre son uno (10,30; 12,45). Alardeando de conocer a Dios y su voluntad a través de la interpretación de la Ley, han arrojado fuera al ciego. Pero, al no aceptar a Jesús y rechazarlo definitivamente, son ellos los que han de ser arrojados fuera. Se invierten, pues, los papeles; los que creían juzgar son los juzgados; los que pretendían expulsar son los expulsados; los que pretendían expulsar son los expulsados; los que pensaban estar dentro son los que están fuera. No hay más <<dentro>> que el ámbito de Jesús, que es el del Padre (14,20). El que no permanece en él (15,4ss) es arrojado fuera (15,6), pero al que está unido a él nadie podrá arrebatarlo (10,29).

La sentencia existe debido a la opción hecha por la institución judía contra el amor del Padre (3,19: Ahora bien, ésta es la sentencia, que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso; cf. 7,7). El sistema de poder sellará su opción, ejecutando la condena a muerte que ya han pronunciado contra Jesús (11,53). La motivación común y la unidad del intento de los dirigentes está expresada en la personificación <<el jefe del orden este>>. Su oposición a Dios llegará a matar al que es su misma presencia. Las instituciones son instrumento del Enemigo.

La eliminación de <<el jefe del orden/mundo este>> está en relación con la misión del Cordero de Dios: quitar el pecado del mundo (1,29). La sangre del Cordero pascual va a liberar de la esclavitud del pecado (8,23 Lect.). El jefe del orden este es el usurpador que destruye la creación de Dios, y ha de ser destronado.

Con este lenguaje (<<ahora ya hay/ahora es>>) proclama Jesús la sustitución de las instituciones de Israel centradas en el templo, que ha de desaparecer, como lo había anunciado desde el principio (2,19.21). La frase <<ahora es>> se encontraba en el episodio de la samaritana (4,23: se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado) para anunciar la desaparición de los templos; y en la controversia sobre la curación del inválido (5,25), predecía el levantarse de los muertos en vida (5,3), sometidos por la Ley (5.10.18).

Jn 12,30

 Replicó Jesús: <<Esa voz no era por mí, sino por vosotros>>.

Jesús les interpreta lo sucedido. Era un mensaje, pero no estaba destinado a él, sino a ellos. Como el anuncio de Juan (1,33), la voz pretendía manifestarles la misión de Jesús, les ha interpretado su actividad y los preparaba para la gloria que va a manifestarse.

Jn 12,29

 A esto, la gente que estaba allí y la oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: <<Le ha hablado un ángel>>.

La multitud reconoce la procedencia celeste de la voz. Para unos es una manifestación divina sobrecogedora, y quizá amenazadora (trueno, cf. Éx 19,16; Sal 29,3ss); para otros, es un mensaje de Dios (ángel), aunque piensan que el destinatario es solamente Jesús como confidente de Dios, en paralelo con Moisés. Se perfila un contraste de actitudes entre el pueblo.

Jn 12,28b

 Vino entonces una voz desde el cielo: <<¡Como la manifesté, volveré a manifestarla!>>.

La respuesta confirma la actitud de Jesús. La voz procede <<del cielo>>, es decir, de la esfera divina, de donde había procedido el Espíritu que permaneció en él (1,32).

El término <<voz>> significa también <<trueno>> (hebr. qol, Éx 19,16.19 LXX), y así lo interpretará una parte de los presentes (12,29). Tal era la voz de Dios cuando hablaba con Moisés (Éx 19,19).

La bajada del Espíritu fue para Jesús la manifestación de la gloria-amor del Padre (1,32), constituyéndolo <<el Hijo de Dios>>, según el testimonio de Juan Bautista (1,34); ésta fue la comunicación de la gloria del Padre a Jesús (1,14). La voz ahora se dirige al pueblo (12,30) y promete una manifestación de la gloria-amor visible para todos. Será la nueva teofanía, que sustituye a las del AT; por el vocabulario del contexto (voz-trueno, levantado en alto-subida al monte), toma el significado de teofanía de la alianza, la que fue anticipada en Caná (2,11 Lect.).

Aparecen los contrastes entre la antigua teofanía, hecha a Moisés, y la nueva en Jesús. Dios hablaba solamente con el mediador, en lo alto del monte, mientras el pueblo tenía que quedar a distancia, bajo pena de muerte para los transgresores (Éx 19,10-25). Aquella altura significaba aislamiento y soledad del mediador con Dios. Jesús, en cambio, promete el acceso de todos a esta nueva teofanía, pues cuando él esté levantado, en la altura, tirará de todos hacia sí (12,32), para que allí, donde está él, estén todos (12,26).

Es más, ni siquiera Moisés, el mediador, pudo contemplar la gloria de Dios (Éx 33,18-34,13), e incluso los israelitas no podían fijar la vista en el resplandor de su rostro cuando bajó del monte (Éx 34,29-35). Ahora, en cambio, la gloria de Dios va a ser visible para todos en Jesús, en quien va a brillar hasta el máximo su amor fiel por el hombre (1,14; 12,45).

Al pedir Jesús al Padre que manifieste su gloria, está pidiendo por el pueblo, por la humanidad entera, pues de esa manifestación de amor-vida depende la salvación del mundo (17,1-2). Dios dará remate a su obra con el don total de Jesús; el designio del Padre es dar vida (6,39s), y quedará terminado cuando Jesús en la cruz se convierta en principio de vida comunicando el Espíritu (19,30.34 Lects.).

La voz del cielo es el segundo mensaje divino que aparece en el evangelio. El primero se dirigió a Juan Bautista, para darle a conocer a Jesús y anunciarle cuál sería su misión (1,33). Ahora, al principio de la etapa final, hay otro mensaje divino que anuncia a la multitud el propósito del Padre, confirmando la misión de Jesús. Aquel mensaje describía su investidura, preparando su actividad; éste se verifica cuando, terminada su actividad, llega su hora, en la que va a culminar su obra.

Jn 12,28a

 <<¡Padre, manifiesta la gloria de tu persona!>>

Jesús reacciona contra su estado de ánimo reafirmando su decisión de llevar a cabo su obra; por eso pide al Padre que manifieste su gloria, su amor fiel, <<La persona>> designa al Padre presente en el Hombre Jesús (12,45; 14,9-10), quien, en sus obras, lo hace patente como principio de amor activo y, así, manifiesta su gloria. Jesús le pide ahora que la manifieste en él una vez más, al afrontar la prueba final.

Su tentación ha sido recurrir al Padre para obtener una intervención que lo sacara de la situación crítica en que se encuentra; era la idea del Dios refugio, que permite esquivar la propia responsabilidad y destino. Jesús, en cambio, rechaza esa tentación y reafirma su fidelidad a la misión recibida (10,17s): pide al Padre que realice su designio en él y a través de él, manifestando su amor en su propia entrega. Así la humanidad podrá ver en la realización de su obra la acción misma del Padre.

Jn 12,27b

 <<pero ¿qué voy a decir: ´Padre, líbrame de esta hora´? ¡Pero si para esto he venido, para esta hora!>>.

El sentido de su vida entera depende de su hora, que será su enfrentamiento final con <<el mundo>> homicida y la manifestación suprema de su amor al hombre. Su hora es la consecuencia y el coronamiento de su vida entera. Desde el principio la tenía presente (2,4).

Se muestra aquí la realidad de la carne de Jesús, el Hombre. Hace su opción consciente en contra de su inclinación natural. Sus dos frases, la hipotética (¿qué voy a decir...?) y la que de hecho pronuncia (12,29: ¡Padre, manifiesta la gloria de tu persona!), se oponen una a la otra, como lo involuntario a lo involuntario. Jesús no va a la muerte con la sonrisa en los labios, la empresa es muy seria y dolorosa. Pero en la paradoja de que el hombre de carne pueda amar hasta ese punto, brilla la gloria de Dios y la del hombre mismo (12,23). Jesús es el hombre acabado, lleno del Espíritu, la fuerza de amor capaz de superar la debilidad de la carne.

Jn 12,27a

 <<Ahora me siento fuertemente agitado>>.

El texto griego pone en relación la agitación de Jesús con su frase anterior: despreciar la propia vida en medio del orden este. Jesús ha desafiado la institución judía (en medio del orden este) y su actitud le va a costar la vida. Ahora su ser protesta, se agita, oponiéndose a esa muerte. Él es la vida, la antítesis de la muerte. Pero, además, la suya no va a ser una muerte natural, sino prematura, en la flor de la vida (cf. 8,57), consecuencia de su oposición <<al orden este>>. Arriesgar la vida, aceptar el sufrimiento, es duro. Jesús no es un estoico; sufrir no es fácil tampoco para él, por eso es <<el Hombre>>. <<La carne>> se rebela ante la muerte violenta y, a mayor plenitud de vida, más fuerte es su rebelión. El Espíritu no suprime la condición de hombre; al contrario, hace amar profundamente la realidad humana, creación de Dios que el Espíritu lleva a su plenitud. Por eso la confianza suprema en Dios y la certeza de la continuidad de la vida (12,25: la conserva para una vida definitiva) no impiden el desgarro de esa muerte.

La muerte de Jesús será efecto del paroxismo del odio y del máximo de la injusticia. Él, que ofrece amor y vida, se ve rechazado, condenado a muerte por los suyos. Su agitación expresa también el horror que siente el amor ante el odio.

Jn 12,26c

 <<A quien me ayude lo honrará el Padre>>.

En paralelo con 8,50, donde Jesús afirmaba que el Padre se ocupa de su gloria, declara aquí que también se ocupa del honor de los discípulos. Ellos van a perderlo, como él, en su enfrentamiento con el mundo, van a renunciar al honor humano (5,41; 7,18), pero van a recibirlo del Padre (5,44); él los acogerá como hijos.

Jn 12,26b

 <<y así, allí donde yo estoy, estará también el que me ayuda>>

Jesús está en la esfera del Espíritu, que es la de Dios (7,34; 8,23 Lects). Quien se decide a seguirlo entra en esa esfera divina. Estar donde está Jesús significa permanecer unido a él, permanecer en su amor (15,b.9b); pero no de modo estático, sino dinámico, dejándose llevar del Espíritu, que es amor y entrega (15,10.12.13). La capacidad de amar, que en Jesús es plena desde el principio, ha de ser desarrollada en el discípulo por el ejercicio y la actividad. Así va siguiendo a Jesús, hasta alcanzar como meta un amor como el suyo (13,34; 17,24).

Jesús <<el Hijo>> tiene su lugar propio en el hogar del Padre. La adhesión dinámica del seguimiento hace al hombre hijo de Dios (1,12; 14,6 Lect.); por ella va adquiriendo su semejanza con el Padre hasta que, en el don total, la presencia del Padre sea plena en él. Llega así a realizar en sí mismo el proyecto creador.

El lugar de Jesús es, por tanto, el de la plenitud del amor que va a demostrar en la cruz, de donde brotará el fruto y desde donde tirará de todos hacia sí. La comunidad, que debe ser fecunda, lo será en ese seguimiento, estando donde está él, viviendo en el don continuo y total. La muerte será el último acto del don hecho en cada momento.

En una ocasión anterior había dicho Jesús a los dirigentes judíos que no eran capaces de ir adonde él está (7,34), porque ellos habían elegido el camino contrario al del amor al hombre. Por eso su pecado, la opresión que ejercen y la injusticia que cometen, los lleva a la muerte (8,21-24). Sólo hay vida, realización del hombre, donde hay amor. Esta frase explica la anterior: Despreciar la propia vida ... es conservarse para una vida definitiva.

El hombre libre creado por Jesús es dueño de su vida y por eso puede darla (8,32 Lect.). Lo que posee es su presente, y en cada presente puede entregarse del todo. Tal es el sentido de <<morir>>: ir entregando la propia vida, no porque otros la arrebaten, sino libremente como don de sí. Cuando el hombre va dando su vida, el Padre, por su medio, va comunicando vida a otros y acrecentándola en el hombre mismo, que se hace semejante a él. Vivir es dar vida; la vida se tiene en la medida en que se da.

domingo, 5 de febrero de 2023

Jn 12,26a

 <<El que quiera ayudarme, que me siga>>.

Ha advertido Jesús que el secreto de la fecundidad está en el don de la propia vida. Ahora invita a seguirlo en ese camino: el del servicio total. Ser discípulo consiste en colaborar en su misma tarea, dispuesto a sufrir su misma suerte, en medio de la hostilidad y la persecución, y con la posibilidad de perderlo todo. Jesús expone con estas palabras el mismo mensaje contenido en la exigencia de <<comer su carne y beber su sangre>> (6,35 Lect.).

Jn 12,25

 <<Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden éste es conservarse para una vida definitiva>>.

Dar la propia vida, condición para la fecundidad, es la suprema medida del amor. Explica Jesús a los discípulos que tal decisión no es una pérdida para el hombre, sino su máxima ganancia; no significa frustrar la propia vida, sino llevarla a su completo éxito. Infundir temor es la gran arma del orden injusto. Quien no teme ni a la propia muerte, lo desarma; es soberanamente libre y está libre para amar totalmente.

El temor a perder la vida es el gran obstáculo a la entrega; Jesús advierte que poner límite al compromiso por apego a la vida es llevarla al fracaso. La única línea de desarrollo para el hombre es la actividad del amor, y alcanzará su cima cuando el amor llegue a su expresión suprema. El apego a la vida lleva a todas las abdicaciones; llegará el momento en que el hombre ceda ante la amenaza. No solamente le será imposible amar hasta el límite, sino que acabará cometiendo la injusticia o callando ante ella.

El amor leal consiste en olvidarse del propio interés y seguridad, en seguir trabajando por la vida, dignidad y libertad del hombre en medio y a pesar del sistema de muerte. El ámbito donde se ha desarrollado la actividad de Jesús y va a continuar la de sus discípulos (15,18) es <<el mundo>> que lo odia, porque él denuncia que su modo de obrar es perverso (7,7). Jesús se declara dispuesto a su enfrentamiento último. Para dar vida está dispuesto a dar la suya propia. Así muestra la grandeza y la fuerza de su amor, que es el de Dios mismo.

El fruto supone una muerte; la entrega exige fe en la fecundidad del amor.

Jn 12,24

 <<Sí, os lo aseguro: Si el grano de trigo caído en la tierra no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto>>.

En esta declaración solemne y central explica Jesús cómo se producirá el fruto de la misión, suya y de los discípulos (cf. 17,18: Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo loes he enviado a ellos al mundo; cf 20,21).

No se puede producir vida sin dar la propia. La vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Amar es darse sin escatimar; hasta desaparecer, si es necesario, como individuo y como comunidad. Jesús va a entregarse por sus ovejas (10,11), ha aceptado la muerte y prevé ya el fruto.

En la metáfora del grano que muere en la tierra, la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que contiene; la vida allí encerrada se manifiesta de una forma nueva. Jesús afirma que el hombre posee muchas más potencialidades de las que aparecen, y que solamente el don de sí total las libera para que ejerzan toda su eficacia. El fruto comienza en el mismo grano que muere.

La muerte de que habla Jesús no es suceso aislado, sino la culminación de un proceso de donación de sí ismo. Es el último acto de una donación constante, que sella definitivamente la entrega haciéndola irreversible.

En el contexto del acercamiento de los paganos muestra Jesús que ellos van a ser el fruto. Los griegos y la multitud son una anticipación y una promesa de fecundidad. Hay esperanza para todos, que formarán un solo rebaño con el único pastor (10,16; 11,52).

La fecundidad no va a depender de la transmisión de un mensaje doctrinal, sino de una muestra extrema de amor. El amor es el mensaje (19,22 Lect.).

La infecundidad del grano que no muere se expresa de modo inesperado: permanece él solo. El fruto son los hombres que se agregan a la nueva comunidad, pasando de la muerte a la vida (5,24).

Jn 12,23

 Jesús les respondió: <<Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre>>.

Jesús no habla directamente con los griegos, se dirige a sus discípulos, a su comunidad. A ella tocará la misión con los paganos.

Declara, en primer lugar y por primera vez, que <<la hora>> anunciada desde el principio (2,4) ha llegado, y que en ella manifestará la gloria de <<el Hombre>>, su amor fiel hasta el don de la vida, realizando hasta el fin el proyecto de Dios (9,35b Lect.). La gloria que en él va a manifestarse es la misma del Padre (1,14). Es su humanidad el lugar de la teofanía; está salvada la distancia entre el hombre y Dios (1,51 Lect.).

Es precisamente el hecho de que Jesús va a manifestar la gloria del Hombre lo que permitirá la misión. No va a proponer una doctrina ni una ideología, sino a mostrar el designio creador de Dios, que significa la plenitud humana. Quiere devolver al hombre su valor fundamental por encima de toda ideología. En este terreno no hay barreras culturales ni raciales.

La manifestación de la gloria indica la existencia del nuevo templo, que será el lugar de reunión de todos, donde brilla el amor y la vida. La multitud, judía y pagana, que había ido en peregrinación al templo de Jerusalén, encuentra que la gloria de Dios reside en <<el Hombre>> (9,38 Lect.).

Jn 12,21-22

éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: <<Señor, quisiéramos ver a Jesús>>. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

Los griegos se dirigen a Felipe, natural de Betsaida, situada en la tetrarquía de Filipo, fuera del territorio propiamente judío, aunque por extensión se llame Betsaida de Galilea. Con Andrés, que aparecerá a continuación, son los discípulos que inmediatamente después de su encuentro con Jesús fueron a invitar a otros a participar de su experiencia (1,40.45).

El nombre Betsaida (lugar de pesca) alude sin duda a la actividad en la misión, expresada con la metáfora de la pesca, común en los sinópticos (Mc 1,17 y paral.). De hecho, el tercer discípulo natural de Betsaida, Simón Pedro (1,44), aparecerá ejercitando esta actividad, que simbolizará la misión entre los paganos (21,3).

La petición que hacen los griegos a Felipe corresponde a la invitación que hizo éste a Natanael: Ven a verlo (1,46). Los griegos, sin embargo, no tienen que ser invitados, muestras ellos mismos el deseo de acercarse a Jesús. Buscan conocerlo, tener experiencia personal de él (ver) en relación con la luz, que es Jesús, y con la alegría (resplandor), que es su amor (1,14).

Felipe, el hombre de la tradición (1,45), va a decírselo a Andrés, el que, por su ruptura con el pasado, vive ya con Jesús (1,39). Felipe, que había invitado a Natanael a acercarse a Jesús (1,46) no se atreve a hacer lo mismo con los griegos. Pero tampoco Andrés toma solo la iniciativa: con Felipe, va a Jesús a proponerle la cuestión.

Refleja este episodio la dificultad con que las comunidades dieron el paso a la evangelización de los paganos y su trascendencia histórica. Juan quiere hacer ver que esta decisión no dependió de iniciativa individual ni tampoco de la comunidad misma, sino que fue tomada después de haber consultado al Señor.

El hecho corresponde a Sof 3,9, texto al que Jn había aludido antes (12,15) y donde se habla de la integración de los paganos: <<Entonces purificaré los labios de los pueblos, para que invoquen todos el nombre del Señor y le sirvan de común acuerdo>>. También Zac 9,10 habla de un reinado universal: <<Dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra>>. Empieza aquí una nueva convocatoria, paralela a la narrada en 1,39 (dos discípulos de Juan) y 1,43 (Felipe), pero que se verifica una vez que existe el grupo de Jesús, cuando él se ha revelado ya como liberador de la muerte. Los paganos quieren participar de la vida y toman la iniciativa. Quieren acercarse a Jesús, anticipando lo que va a suceder cuando sea levantado en alto (12,32).

Jn 12,20

 Algunos de los que subían a dar culto en la fiesta eran griegos.

<<Griegos>> puede significar no judío. Podían ser prosélitos o simples simpatizantes. El cortejo que se adhiere a Jesús se hace universal, gente de otros pueblos va detrás de él. La hostilidad contra los griegos contenida en Zac 9,13: <<Sion, te convierto en espada de campeón, e incitaré a tus hijos contra los de Grecia>>, se cambia en acogida por parte de Jesús. Se verifica la frase de los fariseos: todo el mundo ha ido detrás de él. Los que subían para dar culto en el templo descubren a Jesús y renuncian a su propósito. Jesús ha sustituido al templo y desvía el itinerario de la multitud. Él ha anunciado el fin de los templos, en particular del de Jerusalén, y la sustitución del antiguo culto por el amor fiel al hombre (4,21.23.24 Lect.). Comienzan a acercarse las ovejas que no son del recinto de Israel (10,16), para ser reunidas por Jesús.

Jn 12,19

 A esto, los fariseos se dijeron entre ellos: <<Estáis viendo que no adelantáis nada; mirad, todo el mundo ha ido detrás de él>>.

Fuera de esta concentración, formada por Jesús y la multitud, queda el grupo fariseo, que no participa. Entre los dos polos: Jesús, la luz de la vida, y los fariseos, la tiniebla, se encuentra la multitud, que pasa de la tiniebla a la luz.

Ante el impacto que produce Jesús reaccionan los fariseos en el interior de su círculo (entre ellos). Su modo de hablar (no adelantáis nada, en vez de <<no adelantamos nada>>) muestra que no hacen simple comentario pesimista de la situación, sino que se echan unos a otros la culpa de lo que sucede. Ninguno se hace responsable. Están unidos contra Jesús, pero ante el fracaso se dividen (cf. 9,16).

La frase todo el mundo lleva la carga teológica del prólogo (1,9s). El mundo, la humanidad, puede reconocer la luz y abandonar las tinieblas, renunciando a su pecado (1,29: el pecado del mundo), la integración en un orden injusto (8,23 Lect.). Es Jesús quien ofrece la verdadera alternativa, y así quita el pecado. Los fariseos constatan que la multitud se marcha con Jesús: no forma un cortejo que se acerque a lo que ellos representan, sino una manifestación que se aleja para irse con el que ellos han condenado a muerte (11,47.53). Jesús introduce en la historia una dinámica de sentido contrario a la que existe; para ellos y sus sistema, significa la ruina.

La mención de los fariseos en este lugar prepara la de la Ley en 12,34. La multitud anhela la vida que existe en Jesús y en los suyos (Lázaro). Pero en su aclamación está latente un equívoco; Jesús intenta deshacerlo montándose en el borrico, pero ni si quiera sus discípulos lo comprenden. El pueblo espera un rey que haga justicia instalándose en el poder (el rey de Israel). Aunque están con Jesús, no entienden su programa. Él da vida al hombre desde dentro, dándole la fuerza del Espíritu. Ellos, en cambio, la esperan desde fuera, de la reforma hecha por un rey justo; no desean salir de su dependencia.

La multitud se ha ido con Jesús, pero sin abandonar sus propios ideales. Situación ambigua, que prepara la decepción.

Jn 12,17-18

 Daba testimonio la gente que había estado con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro levantándolo de la muerte. Precisamente por eso le salió al encuentro la multitud, por haberse enterado de que había realizado aquella señal.

Vuelve a describirse la escena inicial añadiendo algunos detalles y precisando el motivo de las aclamaciones. Jesús llegaba a la ciudad acompañado de un grupo de testigos presenciales de lo sucedido en Betania, y éstos seguían dando testimonio.

Jn recuerda aquí la voz de Jesús que llamó a Lázaro a que saliera del sepulcro. La multitud sabe de esa voz y de su efecto, y sale a su encuentro. Son los muertos que oyen su voz, porque ya ha llegado la hora (5,25); los que la escuchen tendrán vida. La señal de Lázaro suscita una esperanza de liberación.

Ir al encuentro de Jesús equivale a salir de la capital, la sede de las instituciones opresoras (10,3.4) y, en particular, alejarse del templo. A los que habían acudido con ocasión de la fiesta, centrada en el templo, su presencia los hace salir; se ha acercado a la ciudad (12,12: que Jesús llegaba a Jerusalén), pero para vaciarla (cf. 12,19).

Por primera vez acepta Jesús la condición de rey mesiánico, cuya misión es liberar y reunir (10,16; 11,52; cf. Sof 3,18s: <<Apartaré de ti la desgracia y el oprobio que pesa sobre ti; entonces yo mismo me encargaré de tus opresores, salvaré a los inválidos, reuniré a los dispersos, les daré fama y renombre en la tierra donde ahora los desprecian>>).

Este poder de convocatoria de Jesús está indicado literalmente por la estructura concéntrica del pasaje, donde aparecen, en primer lugar, la multitud y su aclamación (12,12-13), en el centro la figura de Jesús con su grupo (12,14-17), para terminar de nuevo con la mención de la multitud y el motivo de la aclamación (12,18).

Jn 12,16

 Sus discípulos no comprendieron esto al principio, pero cuando Jesús manifestó su gloria, entonces se acordaron de que lo mismo que estaba escrito fue lo que hicieron con él.

Es la segunda vez que los discípulos no comprenden por el momento el sentido de lo que sucede (2,22). Sigue en vigor la afirmación de Jn: los discípulos participaban de la idea de un Mesías reformador (2,17.22 Lect.). Pero mientras en la primera pascua (2,13ss) afirma el evangelista que no comprendieron hasta después de la resurrección de Jesús, aquí, en cambio, comprenderán cuando se manifieste su gloria en la cruz, que coincide con <<su hora>> (12,23.27). Al leer el título de la cruz (19,19: Jesús Nazareno, el rey de los judíos) y ver a Jesús muerto en ella, comprenderán cuál es su mesianismo, entenderán el sentido de las profecías y cómo ellos, sin saberlo, habían anunciado el verdadero mesianismo de Jesús. Por el momento, su interpretación coincide con la del pueblo.

Contrasta esta escena con la de 6,15, donde quisieron proclamar rey a Jesús. Allí habían querido llevárselo por la fuerza, y él había huido. Aquí acepta el homenaje porque ya ha llegado su hora: va a morir, y su muerte quitará toda ambigüedad a su realeza.

Jn 12,14-15

 Pero Jesús encontró un borriquillo y se montó en él, como estaba escrito: <<No temas, ciudad de Sión, mira a tu rey que llega montado en un borrico>>.

El gesto de Jesús, montarse en un borriquillo, muestra su reacción a la aclamación que ha precedido. El autor lo interpreta aludiendo a temas expuestos por los profetas y utilizando sus textos. 

El primero es de Sof 3,16, cambiando el nombre de Sión por su equivalente ciudad de Sión. Crea así una personificación femenina que facilita el símbolo de Mesías-Esposo (cf. 1,27.30; 3,29), aparente en el texto de Sofonías 3,17: <<el Señor tu Dios goza y se alegra contigo, renovando su amor>>. La profecía tiene al mismo tiempo un carácter universalista que hace de Jerusalén la capital del mundo, desbordando las fronteras de Israel: <<Entonces purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos el nombre del Señor y lo sirvan de común acuerdo>> (Sof 3,9). La frase no temas, que sustituye a la de Zac 9,9: Alégrate, ciudad de Sión, se dirige a la ciudad, no ya como capital gloriosa, sino como capital de un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que acogerá al Señor (Sof 3,13.18s). El Mesías viene a liberar a los oprimidos del temor. No es un guerrero que salve con la fuerza ni causando muerte, él dará libertad y vida.

En la profecía de Zac 9,9: <<Mira a tu rey que llega, justo, victorioso, humilde, cabalgando un asno, una cría de borrica>>, suprime Jn las características que se atribuyen al rey que llega (justo, victorioso, humilde), para dejar solamente el rasgo que corresponde al gesto de Jesús: montado en un borrico. El texto de Zac era interpretado mesiánicamente e indicaba lo no violencia del Mesías después de su triunfo (Zac 9,10: Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; destruirá los arcos de guerra y dictará paz a las naciones>>). Al tomar el borrico por montura quiere desmentir Jesús toda pretensión de violencia y de realeza mundana que la multitud pudiera esperar de él. La cabalgadura de los reyes de Israel era la mula, no el asno (1 Re 1,33.38.44).

Estos textos proféticos tienen puntos comunes. En primer lugar, la promesa de liberación (Sof 3,15ss; Zac 9,9ss). Luego, el tema de la reunión de los dispersos (Sof 3,19s; Zac 9,12). Zacarías, por su parte, añade la idea de la universalidad del reino (9,10) y el carácter pacífico del reinado (9,9s).

El texto de Miq 4,6-8 está muy cercano de los anteriores: expone el tema de la realeza del Señor <<aquel día>> (4,7b), menciona la capital Jerusalén (4,8 [LXX]: thugatêr Siôn, y la reunión de los inválidos y dispersos (4,6-8); expresa la misma idea del rebajo que Sof 3,19.

Jn 12,13b

 y empezaron a dar gritos: <<¡Sálvanos! ¡Bendito el que llega en el nombre del Señor, el rey de Israel!>>.

La multitud se pone a dar gritos, expresando su anhelo de salvación como si esperase el grito de vida que Jesús lanzó ante la tumba de Lázaro. A estas aclamaciones responderán más tarde los sumos sacerdotes con gritos de muerte contra Jesús (19,15).

La salvación se espera de Dios (Sal 118,25), pero se realizará por medio del Mesías; así recibe la multitud a Jesús, como al enviado que llega con la autoridad de Dios mismo para ejecutar su obra. Lo aclaman como rey mesiánico.

El título <<rey de Israel>> había sido aplicado a Jesús por Natanael, interpetando el de <<Hijo de Dios>> (1,49 Lect.). El pueblo lo aclama ahora como <<el rey de Israel>>, el esperado. Se ha realizado lo que pretendía Juan con su actividad (1,31: para que se manifieste a Israel), pero la reacción de la multitud queda dentro de un horizonte nacionalista (el rey de Israel).

El título mesiánico que le dan constituirá la acusación que lo llevará a la muerte (19,19). La multitud que lo aclama es la de los israelitas que han reaccionado en Jesús al Mesías liberador. Ellos son Israel y Jesús es su rey. La aclamación Hòsanna (Sálvanos), Bendito el que llega, etc., pertenece al Sal 118,25s, donde se dirige al vencedor. Jesús es recibido como vencedor, por su victoria sobre la muerte (12,17).

 

Jn 12,13a

 cogieron los ramos de las palmas, salieron a su encuentro ...

La multitud se entera de que llega Jesús y sale de la ciudad a su encuentro. Jesús no entrará en Jerusalén, donde dominan los que lo han condenado a muerte; su presencia, por el contrario, hace salir al pueblo.

Para recibir a Jesús, la multitud coge los ramos de las palmas. Esta frase extraña alude al ramo que se cogía y agitaba en la fiesta de las Chozas, compuesto de un ramo de palma, otro de sauce y otro mirto. Al introducir Jn este elemento en su narración, hace una síntesis de la fiesta de Pascua con la de las Chozas (7,1 Lect.). La temática mesiánica de los capítulos 7-10 queda así incorporada a la Pascua, fiesta del Éxodo y de la liberación del pueblo, en la que se inmolaba el cordero. Jn reúne y adelanta los significados que va a tener la muerte de Jesús.

Jn 12,12

 Al día siguiente, la multitud que había llegado para la fiesta, al oír que Jesús llegaba a Jerusalén.

La datación pone el episodio en conexión inmediata con el de la tarde anterior (cf. 6,22). Desde Betania, su comunidad, Jesús se dirige a Jerusalén, la sede de la institución judía. Avanza la semana final y el desenlace se acerca.

La conversación de los peregrinos en el templo había versado sobre la probabilidad de que Jesús se presentase en la capital por las fiestas de Pascua (11,56). Como de costumbre en estas fechas, la ciudad estaba repleta de forasteros.

Jn 12,9-11

 

Jn 12,11

 porque debido a él muchos de aquellos judíos se marchaban y daban su adhesión a Jesús.

El contacto con la comunidad cristiana da sus frutos; su testimonio lleva a la fe en Jesús. Las autoridades se alarman por la deserción de muchos de sus partidarios. Los sumos sacerdotes ven derrumbarse su credibilidad y, con ella, su poder. Han decretado la muerte de Jesús, pero ven que sus mismos adeptos se ponen de parte del condenado por ellos.

Jn 12,10

 Los sumos sacerdotes, por su parte, acordaron matar también a Lázaro.

El acuerdo de matar a Lázaro está en paralelo con el que habían tomado anteriormente respecto a Jesús (11,53). La doble decisión de las autoridades representa la sucesión histórica de los hechos. Después de matar a Jesús quieren suprimir a su comunidad, que afirma que el resucitado vive entre ellos y que ellos participan de su vida. Lázaro aparece como figura que anticipa la resurrección de la muerte comenzada en Jesús.

La vida que Jesús comunica hace a la comunidad libre y autónoma frente al mundo, y éste reacciona como lo hace contra Jesús (15,18-21). Al existir como grupo alternativo pone en peligro las bases del sistema, mostrando la nueva realidad que se ofrece a todos. La comunidad cristiana manifiesta y prolonga la libertad de Jesús.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25