jueves, 25 de mayo de 2023

Jn 15,26 -- 16,15

 

  • Jn 15,26
  • Jn 15,27a
  • Jn 15,27b
  • Jn 16,1
  • Jn 16,2
  • Jn 16,3
  • Jn 16,4a
  • Jn 16,4b-6
  • Jn 16,7
  • Jn 16,8
  • Jn 16,9
  • Jn 16,10
  • Jn 16,11
  • Jn 16,12
  • Jn 16,13
  • Jn 16,14
  • Jn 16,15
  • Antes ha prometido Jesús a los discípulos la permanencia en ellos del Espíritu de la verdad (14,17); ahora les anuncia la actividad del Espíritu en la misión (26); dará testimonio a favor de Jesús, condenado por el mundo. Dará ese testimonio dentro de la comunidad, asegurándola de la verdad de su mensaje y actuación. Se trata del testimonio profético, que confirma la experiencia interior y consolida la ruptura con el mundo. El testimonio ha de ser continuado por los discípulos (también vosotros). El enfrentamiento de Jesús con el mundo no va a terminar con su muerte; al contrario, va a multiplicarse por medio de los suyos. Estar con Jesús desde el principio, requisito para dar testimonio en cualquier época, significa aceptar como norma toda la vida de Jesús, sin separar al Jesús resucitado del Jesús terrestre, como en la tentación espiritualista que prescinde del compromiso.
  • Previene a los discípulos, para evitar su deserción en el futuro (16,1). Podría parecerles inexplicable verse combatidos por las instituciones religiosas. Jesús les anuncia que serán marginados por los que se llaman representantes de Dios e intérpretes de su voluntad (2). No sólo los marginarán, sino que llegarán a darles muerte. Las instituciones religiosas adoran a un dios que acepta como culto la muerte del hombre (se figure que ofrece culto a Dios). Si ése es su dios, son homicidas por esencia. De hecho, los máximos representantes de la institución religiosa judía han decretado ya la muerte de Jesús (11,53) y la de la comunidad representada por Lázaro (12,10).
  • Jesús libera a los suyos del respeto a las instituciones religiosas (3). Bajo su impresionante fachada se esconde un fraude, pues no conocen al Padre (5,37; 8,19.47.54s). El dios a quien ofrecen culto no es el verdadero (17,3), pues no está a favor del hombre (5,10; 9,24.29): es la antítesis del que se manifiesta en Jesús. Al vaciar a Dios de su propio ser, llenan su nombre con la proyección de sus propias ambiciones, que despliegan su capacidad destructora. De ahí el dios homicida (8,44). Este mundo injusto tendrá su hora (4), la de su triunfo aparente.
  • Nunca les había hablado Jesús de la persecución futura; hasta ahora, el blanco había sido él, quien, además, podía defenderlos. Los discípulos siguen sin comprender la muerte como ida al Padre (5). No piden explicaciones, que consideran superfluas, pero se llenan de tristeza al pensar en la separación (6), que ellos interpretan como desamparo (cf. 14,18). Sin Jesús, se sienten indefensos ante el mundo.
  • Para Jesús, la presencia y ayuda del Espíritu hará más bien a los discípulos que su propia presencia corporal (7). Pero para comunicar el Espíritu tiene que dar antes la prueba última y radical de su amor por el hombre. Mientras se apoyen en la presencia física de Jesús, los discípulos no aprenderán a tomar su plena responsabilidad ni tendrán la autonomía propia del que obra por convicción interior. Les conviene que se marche, para actuar por sí mismos bajo el impulso del Espíritu.
  • El sistema injusto se ha erigido en juez de Jesús y lo ha condenado como a un criminal. El Espíritu va a reabrir el proceso para pronunciar la sentencia contraria (8). Los que se hicieron jueces son los culpables; el condenado tenía razón y, en consecuencia, el sistema que se atrevió a cometer semejante injusticia está condenado por Dios.
  • El mundo designa aquí al círculo dirigente que condenó a Jesús. Su pecado (9) es “el pecado del mundo” (1,30), que consiste en impedir, reprimir o suprimir la vida, impidiendo la realización del proyecto creador (1,10); ha alcanzado su máxima expresión en el rechazo de Jesús (15,22).
  • La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida del Padre (10), de la que la comunidad tendrá plena conciencia a través de la experiencia del Espíritu que de él va a recibir (15,26). El Padre va a refrendar toda la obra de Jesús; al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio dado por el mundo. Al marcharse con el Padre, Jesús dejará de estar presente como antes.
  • El orden injusto va a considerarse más seguro por la muerte de Jesús, pero la comunidad experimentará que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él (11). El jefe del orden este (12,31; 14,30) encarna al círculo dirigente, considerado como un todo único, con plena unanimidad de objetivos.
  • La comunidad se siente juzgada y condenada por el mundo (16,1-4), pero el testimonio del Espíritu la convence de que es ella la que puede juzgarlo, acusándolo de su pecado. Así, a pesar de la persecución, no se siente culpable ni se acobarda; ve en Jesús la vida y en el sistema la muerte.
  • El mensaje tiene consecuencias que los discípulos aún no sacan y horizontes que no pueden vislumbrar (12). Hay mucho terreno inexplorado en la verdad de Jesús, que sólo irá siendo conocido a medida que la experiencia coloque a la comunidad ante nuevos hechos o circunstancias. El Espíritu será el guía (13). No transmitirá una doctrina nueva, explicará y aplicará el mensaje, y descubrirá en él virtualidades antes ocultas. Al mismo tiempo, irá interpretando la historia (lo que vaya viniendo) como dialéctica entre “el mundo” y el proyecto de Dios: así irá guiando a los discípulos en su actividad en favor del hombre. Para acertar en lo que conviene han de estar atentos, por una parte, a la vida y a la historia y, por otra, a la voz del Espíritu que la interpreta. Lo hará manifestando la gloria de Jesús (14), que equivale a tomar de lo suyo. Toma de Jesús su mensaje, el amor manifestado en su muerte. Lo oye en cuanto mensaje (13: cada cosa que le digan), lo toma y lo comunica en cuanto amor. La penetración del mensaje, es decir, la sintonía del amor, hace posible la interpretación de la historia. Quiere decir Jesús que sólo a través del amor se puede conocer el ser del hombre, interpretar su destino y realizar la sociedad humana.
  • Jesús posee en común con el Padre, en primer lugar, la gloria/amor que le ha comunicado (1,14), la plenitud del Espíritu (1,32; cf. 17,10). No ha de concebirse como posesión estática sino como relación dinámica con el Padre, incesante y mutua, que hace de los dos uno (10,30) e identifica su actividad. Jesús realiza así las obras del Padre (5,17.36; 10,25), su designio creador (4,34; 5,30; 6,38-40). Por tanto, el criterio para interpretar la historia, basado en la sintonía con Jesús, se concreta en la realización del hombre, designio del Padre y expresión de su amor.
  • Síntesis. El vigor y la seguridad que la comunidad recibe de la acción del Espíritu se transmite a la misión. Grave peligro para las comunidades cristianas es querer dividir a Jesús, siguiendo, o bien a un Jesús hombre de acción, que sólo ha dejado su ejemplo, o bien a un Jesús glorioso, despegado de su existencia terrena. Jesús no es sólo ejemplo del pasado, sino, también y sobre todo, el salvador presente; pero tampoco es sólo objeto de contemplación y gozo, sino Mesías a quien seguir y en cuya obra hay que colaborar.

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