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domingo, 2 de abril de 2023

Jn 13,36-38

 

  • Jn 13,36a
  • Jn 13,36b
  • Jn 13,37
  • Jn 13,38
  • De las palabras anteriores, Pedro ha retenido solamente las que anunciaban la marcha de Jesús (13-33) (36). No se fija en lo que le toca como discípulo. Jesús le repite lo que ha dicho antes, pero indicándole que en el futuro llegará a seguirlo. Pedro no se conforma (37). Se declara dispuesto a dar la vida por Jesús, pero no se da por enterado del mandamiento del amor a los demás; se vincula solamente a su Señor. Vuelve a singularizarse entre sus compañeros, queriendo mostrar a Jesús una adhesión mayor que la de ellos (cf. 21,15); cree que Jesús no lo conoce suficientemente. No entiende que no se trata de morir por Jesús, sino de dar la vida, con y como Jesús, por el bien de los hombres. Su generosidad manifiesta su profunda incomprensión: nadie puede sustituir a Jesús en su función liberadora y manifestadora del amor del Padre. Siguiendo a Jesús, el hombre no se sacrifica a Dios, sino que se hace don suyo a los demás hombres, así como Dios mismo, por el Espíritu, se hace don para el hombre.
  • Ironía de Jesús (38). Pedro ha mostrado su arrogancia y su ignorancia. Jesús no necesita sacrificios por él ni los acepta. Dios no absorbe al hombre, sino que lo empuja a amar. Pedro pretende vincularse solamente a Jesús, sin comprender que éste es inseparable del grupo.
  • Pedro, que se ofrece a morir por su Señor, al ver derrumbarse su falsa idea de Mesías, acabará negándolo. Su relación con Jesús no es tanto la adhesión a su persona (amor) cuanto al papel mesiánico que le atribuye. Sus negaciones serán indicio de una profunda decepción.

Jn 13,38

 Replicó Jesús: <<¿Que vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: Antes que un gallo cante me habrás negado tres veces>>.

Jesús responde a Pedro con ironía. Éste ha mostrado su arrogancia y su ignorancia. No se puede dar la vida por Jesús, pues nadie puede sustituirlo a él como salvador. Tampoco quiere él la vida de sus discípulos. Él no necesita sacrificios por él, ni los acepta; el discípulo ha de dar su vida con Jesús y como Jesús: por el hombre. Dios no absorbe, sino que empuja a amar. Jesús, que se ha puesto al servicio de los suyos (lavado de los pies), no les pide que vivan para él.

Pedro pretende vincularse solamente a Jesús. No ha comprendido que Jesús es inseparable del grupo. Al lavarles los pies había destruido la imagen tradicional del maestro y señor; no se quitó el paño (13,5.12), mostrando ser el primero en el servicio mutuo que exige a los suyos (cf. 21,9). Jesús es el centro y el origen de una comunidad de iguales. Pedro quiere separarlo del grupo, poniéndolo en un pedestal. Jesús no acepta tal adhesión.

Pedro, que se ofrece a morir por su señor, al ver derrumbarse su falsa idea de Mesías, acabará negándolo. En medio de su arrogancia, es un débil. Su fuerza era la del líder con quien se había identificado, es decir, el Mesías que iba a desafiar el poder con sus mismas armas (18,26). Cuando la realidad de los hechos le descubra que Jesús no representa su ideal, su fuerza se disipará; aparecerá entonces que su relación con Jesús no era tanto una adhesión a su persona (amor) cuanto a la función imaginada por él. Así, Pedro no podía comprender que Jesús desafiaba al poder no desde la violencia, sino desde el amor. La única fuerza del discípulo es la del amor aceptado y ofrecido. Ahí está la verdadera adhesión a Jesús.

La negación de Pedro no será efecto de una ligereza, sino indicio de una profunda decepción. Dejará a Jesús, negará conocerlo y ser su discípulo (18,15-18.25.27). Jesús se lo había advertido: Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo (13,8). Pedro no sólo no se deja lavar, tampoco quiere que Jesús muera por él. Sigue resistiendo al amor. Él mismo, que no comprende a Jesús, lo negará tres veces, es decir, de modo total. Entonces cantará el gallo. El canto del gallo, que se alza en medio de las tinieblas, es un grito diabólico de victoria (18,27 Lect.). La defección del discípulo será el triunfo de los enemigos de Jesús. Pero éste no lo abandonará, y nadie podrá arrebatar de su  mano lo que el Padre le ha entregado (10,28s; 21,15ss).

SÍNTESIS

La única identificación con él que admite Jesús es la de su mandamiento (13,34: igual que yo os he amado). No es Jesús el rey glorioso que hace participar de su poder a los suyos. Éstos se definen como él, siendo don de Dios a los hombres por la actividad del amor desinteresado. Jesús no pide nada para sí, sino para la humanidad, objeto del amor universal de Dios (3,16). Él ha marcado el camino para ayudar y salvar al hombre. Jesús es origen, fuerza de vida, comunicación del Espíritu y del amor, para que el designio de Dios sobre el hombre sea realidad. No quiere pedestales, sino seguimiento. Pero antes tiene él que morir, pues nadie puede amar como él sin haber conocido y aceptado todo el alcance de su amor.

Quien se identifica con un poderoso, está respaldado en la fuerza del poderoso y la hace suya. Cuando el potente fracasa, el súbdito queda sin identidad propia. En cambio, quien se identifica con Jesús, se identifica con su amor, pero no como algo externo, sino como principio de vida interior que no falla ni se agota. Jesús es don permanente, disponibilidad continua, compañero inseparable. Mientras el hombre se mantenga en su amor, no hay decepción posible.

Jn 13,37

 Le dice Pedro: <<Señor, ¿por qué razón no soy capaz de seguirte ya ahora? Daré mi vida por ti>>.

Pedro no se conforma. Da de nuevo a Jesús el título de <<Señor>> y le muestra su total adhesión, declarándose dispuesto a dar la vida por él, pero no se da por enterado del mandamiento del amor a los hermanos. Su vínculo es con el Señor y quiere sustituirlo a él en la muerte. Vuelve a singularizarse entre sus compañeros, queriendo mostrar una adhesión a Jesús mayor que la de ellos (21,15c Lect.). Por otra parte, cree que Jesús no lo conoce bien y que sólo él sabe sus propias posibilidades (cf. 21,15: tú lo sabes todo).

No entiende que no se trata de morir por Jesús, sino por el hombre. Pero Pedro, que no se deja amar, no deja tampoco amar, quiere impedir que Jesús muestre su amor al hombre. Para él una muerte equivale a la otra, porque no entiende el sentido de la de Jesús. La muerte de Pedro manifestaría su adhesión a su Señor, pero no el amor de Dios al hombre. Seguir a Jesús no consiste en dar la vida por él, sino en darla con él, el hombre que muere por el pueblo (11,50; 18,14; cf. 11,16 Lect.).

Su generosidad manifiesta su profunda incomprensión, pues nadie puede sustituir a Jesús en su función liberadora y manifestadora del amor del Padre. Solamente él es uno con el Padre (10,30); nadie puede ocupar su puesto.

Como en el lavado de los pies, Pedro considera a Jesús como el líder; allí le parecía impropio que el líder sirviera a los súbditos; aquí, en cambio, estima que el subordinado debe dar su vida por el jefe. Jesús no les ha pedido nada para sí, su mandamiento es el amor de unos a otros; Pedro, en cambio, se empeña en mostrar su adhesión a Jesús sin acordarse del mandamiento.

Por segunda vez (cf. 13,8) utiliza Jn el sobrenombre Pedro aisladamente, sin que acompañe al nombre de Simón. Como la vez anterior, esto sucede cuando Pedro muestra su indocilidad a Jesús. Hasta ahora, por tanto, el sobrenombre (Piedra) parece describir su obstinación. Esta interpretación quedará confirmada por su uso en el cap. 18.

Pedro cree que Jesús va a recorrer un camino y llegar a un final que él conoce. Para él, la muerte de Jesús es como otra cualquiera y, llevado de su idea mesiánica, quiere evitarla. Él se ofrece como rescate. No ha caído en la cuenta de que Jesús traza el camino, por ser él mismo el camino (14,6). No entiende que el camino hacia Dios es el camino hacia el hombre; la máxima solidaridad con el hombre, que Jesús va a mostrar en su muerte, es el punto de llegada a Dios o el punto donde Dios se hace presente, manifestando su amor. En su muerte, Jesús e hace el don supremo de Dios a la humanidad. No es tanto la entrega del hombre a Dios cuanto la de Dios al hombre. Tal ha sido la actitud de Jesús al distribuir el pan (6,11) y al lavar los pies de sus discípulos (13,5), la que va a culminar en su muerte.

Siguiendo a Jesús, el hombre no se sacrifica a Dios, sino que se hace don suyo a los demás hombres, como Dios mismo, por el Espíritu, se hace don al hombre. El hombre termina de recorrer su camino cuando llega a ser don total de Dios a los demás.

Jn 13,36b

 Le repuso Jesús: <<Adonde me marcho no eres capaz de seguirme ahora, pero me seguirás finalmente>>.

Repite a Pedro su frase anterior, pero añadiendo que le tocará recorrer su mismo itinerario en el futuro. Jesús tiene que abrir el camino del amor total. Lo que ellos hagan será un seguimiento, no una compañía. Los discípulos no están a la altura necesaria, puesto que todavía no han recibido el Espíritu; aún no son capaces de amar hasta el final (13,1). La creación del hombre no está aún terminada (19,30).

Jn 13,36a

 Le pregunta Simón Pedro: <<Señor, ¿adónde te marchas?>>.

De las palabras anteriores de Jesús, Pedro ha retenido solamente las que anunciaban su marcha. Quiere saber adónde. Jesús había dicho que se marchaba solo (13,33) y que ellos no podían seguirlo aún. Les dejaba por testamento el mandamiento del amor muto. Pedro no se fija en lo que le toca como discípulo, sino solamente en lo que afecta a Jesús.

sábado, 1 de abril de 2023

Jn 13,33-35

Jn 13,33a

  • Jn 13,33b
  • Jn 13,34a
  • Jn 13,34b
  • Jn 13,35
  • Terminó de afecto (33: Hijos míos, lit. “hijitos”). El momento es emocionante, porque va a anunciar su próxima partida. Con esto, las palabras que siguen toman el carácter de testamento. Alusión a 8,21. En su itinerario nadie puede acompañarlo; nadie puede aún comprender la magnitud de su amor ni asociarse a él.
  • Ellos se quedan y él va a constituirlos en comunidad, dándoles su estatuto y su identidad. El mandamiento nuevo (34) se opone y sustituye a la Ley antigua. Diferencia entre las dos alianzas (1,17). Es nuevo en dos sentidos:
  • 1) Por la norma que propone, el amor del Hijo único que posee la plenitud del Espíritu (igual que yo os he amado; cf 6,53: comer su carne y beber su sangre); cesa por insuficiente la antigua norma: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18).
  • 2) Por el contenido: en la antigua ley el hombre había de amar a Dios sobre todas las cosas (Dt 6,4s), pero con amor y fidelidad humanos; Dios estaba “separado” del hombre y podía ser “objeto” de amor. Ahora, Jesús comunica el Espíritu, la fuerza del amor de Dios mismo, que identifica con Jesús y con el Padre. Dios no exige que el hombre se entregue a él, él se entrega al hombre como fuerza de amor, por la que el hombre puede, a su vez, entregarse a los demás. Los discípulos aman siendo uno con el Padre y el Hijo (17, 21-23). Por eso el mandamiento de Jesús no prescribe ya el amor de Dios, sino el amor entre los hombres. No hay que amar “a Dios” o “a Jesús”, sino amar a los hombres “con y como Dios”, “con y como Jesús”.
  • En otras palabras: Respecto a Jesús y al Padre existe un amor de identificación, por la comunidad de Espíritu; el amor de entrega lo realiza el discípulo hacia los demás hombres.
  • El punto de referencia del mandamiento, igual que yo os he amado, acaba de explicarlo Jesús en las dos escenas precedentes: “amar” consiste en acoger, en ponerse al servicio de los demás para darles dignidad y libertad (lavado de los pies) y eso sin cejar ni desanimarse, respetando la libertad y respondiendo con amor al odio (episodio de Judas).
  • El amor que existe entre los suyos ha de ser visible (35) y será el signo distintivo de su comunidad. Lo que aprenden los discípulos de su maestro no es una doctrina, sino un comportamiento: no van a distinguirse por un saber particular ni van a comunicar a la humanidad una especulación sobre Dios. Van a mostrar la posibilidad del amor y de una sociedad nueva. La identidad del grupo no estará basada en observancias, leyes o cultos. Poniendo como único distintivo el amor desliga Jesús a los suyos de todo condicionamiento cultural: el amor es el lenguaje universal.

Jn 13,35

 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros.

El amor que existe entre los suyos ha de ser visible, y podrá ser reconocido por todo hombre. Por tanto, ha de ser mostrado con obras como las de Jesús. Éste será el signo distintivo de su comunidad. Lo que aprenden los discípulos de su maestro no es una doctrina, sino un comportamiento: no van a distinguirse por un saber particular, ni mucho menos esotérico, ni van a comunicar a la humanidad una especulación sobre Dios. Van a mostrar la posibilidad del amor y de una sociedad nueva; así manifestarán y harán presente al Padre en el mundo.

Jesús quiere crear el espacio donde el amor exista, la alternativa a la tiniebla. Por eso su mandamiento se refiere a los discípulos. Está constituyendo su comunidad, realizando la utopía. No crea, sin embargo, un grupo cerrado, sino la plataforma indispensable para la misión en medio del mundo, de la que tratará en los caps. 15 y 16 donde <<el fruto>> expresará el amor a la humanidad (cf. 12,24) y <<sus mandamientos>> lo prescribirán. La actividad del amor ha de tener como base la vivencia del amor. Quien no vive en el amor no conoce la vida ni puede ofrecerla. De la experiencia de vida nace la urgencia de la misión.

La primera muestra de amor a la humanidad consiste en demostrar que la utopía es posible, que Dios es padre y los hombres pueden ser hermanos; en hacer brillar en medio del mundo la gloria de Dios, su amor leal al hombre.

Éste es el mandamiento <<constituyente>> de la comunidad de Jesús: él crea la solidaridad del amor, que practica <<los mandamientos>> (14,15) realizando <<las obras de Dios>> (9,3s) y entregando su vida por el hombre (12,24s). Su opuesto es el pecado <<constituyente>> del orden éste: éste crea la solidaridad del mal, cuya actividad son <<los pecados>> u obras perversas (7,7), quitando la vida al hombre (8,23.44 Lects.).

Al poner Jesús como único distintivo de su comunidad la existencia de ese amor visible, elimina todo otro criterio. La identidad de su grupo no estará basada en observancias, leyes o cultos. Con ese único distintivo desliga Jesús a los suyos de todo condicionamiento cultural. Si el orgullo de Israel estribaba en la peculiaridad de sus instituciones respecto a las de los pueblos paganos, el grupo de Jesús no tendrá barreras que lo separen. Su mensaje coincide con lo más profundo del hombre, más allá de las diversas culturas. El amor es lenguaje universal.

La independencia que ha venido mostrando Jesús a lo largo de su vida pública frente a las instituciones de su cultura (2,13ss; 4,21ss; 5,18.39; 6,32; 7,19; 8,44; 9,14; 10,3-4) vale también para sus discípulos. Las obras en favor del hombre, expresión del amor, son las que dan testimonio de su misión divina; los suyos tendrán las mismas credenciales.

Jn sitúa el mandamiento del amor entre la traición de Judas y la predicción de las negaciones de Pedro, en el mismo lugar donde Mt 26,26-30 y Mc 14,22-26 colocan la eucaristía. Jn, en el mandamiento, está explicando el sentido profundo de ésta. Como ya lo había descrito en 6,56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él, la eucaristía es una identificación con Jesús por asimilación a su vida y a su muerte.

Para Jn, por tanto, la celebración de la eucaristía es el recuerdo incesante del amor de Jesús y el compromiso continuo de la comunidad con ese amor hasta la muerte. Pero no es sólo recuerdo. Jesús, presente entre los suyos, sigue demostrándoles su amor y comunicándoles su Espíritu, que les permitirá amar como él los ha amado.

SÍNTESIS

El primer mandamiento de la Ley antigua se refería a Dios: <<Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas>> (Dt 6,5). Como todos los de aquella Ley, queda sustituido por el mandamiento que da Jesús: Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. Lógicamente, se esperaría que Jesús pidiese una correspondencia a su amor: <<Amadme como yo os he amado>> (cf 1 Jn 4,11). La frase de Jesús muestra, por el contrario, que sólo amando al hombre se ama a Dios, que Dios es inseparable del hombre. Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (cf. 1 Jn 4,20). El amor a los otros es la única prueba de la presencia en el hombre del amor de Dios.

Amar a Dios es, en primer lugar, aceptarlo en uno mismo como presencia y fuerza de amor (el Espíritu), cuyo término es siempre el hombre. Así, amando a los demás, se hace a Dios presente en uno mismo y se establece con él la única relación posible, la de su amor aceptado, que es su presencia y su gloria.

En Jesús, Dios se ha hecho presente en el hombre y uno con él (10,30). Con eso exige el máximo respeto por él y toma como suyos lo mismo el amor a él que la ofensa. El Dios lejano y trascendente permitía manipular al hombre. El Dios que habita en el hombre lo hace intocable.

El mandamiento de Jesús da existencia a su grupo, lo constituye. Éste se encuentra en medio del mundo como la alternativa de la vida frente a la muerte, de la dignidad y la libertad frente al sometimiento. Es el ofrecimiento permanente del amor de Dios a la humanidad por medio de Jesús. Él es el centro de ese grupo humano, por ser su modelo, el dador de la vida que comparten los miembros y, con ella, de la posibilidad de amar. Desde esa alternativa y esa vivencia se ejerce el servicio al hombre.

DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 6.

Jn 13,34b

 <<igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros>>.

Jesús había ya presentado como norma para los discípulos la asimilación a su vida y a su muerte (6,53: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros). Ahora especifica que la norma es su propia manera de proceder: el mandamiento nuevo consiste en amar como él los ha amado. Jesús es la meta que deben alcanzar. La salvación del hombre consiste en ser como él, el Hombre, cumbre de las posibilidades humanas, es decir, en el desarrollo de toda la capacidad de amar.

El punto de referencia, igual que yo os he amado, acaba de ser explicado por Jesús en las dos escenas precedentes: <<amar>> consiste en acoger, en ponerse al servicio de los demás, para darles dignidad y libertad por el amor (lavado de los pies), y eso sin límite ni discriminación alguna, con el respeto sumo a la libertad (episodio de Judas).

El mandamiento de Jesús está dirigido a los suyos, que han nacido de Dios por el Espíritu (1,13; 3,5s). Al nacer de Dios han recibido la capacidad de hacerse hijos de Dios (1,12), y se harán hijos de Dios al amar como ha amado Jesús, el Hijo: él mismo es el camino que han de recorrer (14,6). Éste es el contenido de su mandamiento.

Jesús es norma, no con palabras, sino con hechos. Ahora traduce los hechos en un principio: su actitud han de adoptarla ellos; el amor que él muestra y que es su gloria, ha de verificarse también en ellos (cf. 17,10: en ellos dejo manifiesta mi gloria). Este es el mandamiento nuevo: ser semejantes a Jesús en su amor sin límite.

El mandamiento es tan nuevo como el amor de Jesús. A lo más que había llegado el AT era a la formulación de Lv 19,18: <<No serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo...>>. Este mandamiento hacía al hombre norma del bien de su prójimo. En el amor, por tanto, se proyectaba el propio yo. Pero el hombre de <<carne>> no puede ser norma del bien del otro. Jesús, el Hombre acabado, que realiza el proyecto de Dios, es el único que muestra el verdadero ser del hombre. Él, que lo ama más que a su propia vida, va a llegar hasta el final del amor (13,1), sin escatimar nada, renunciando a todo interés y gloria propia. Sólo él puede ser la norma del amor. El que ama al otro como a sí mismo puede deformar según su propia deformación. Mirándose a sí mismo, limitado y egoísta, no puede llegar a saber lo que es realmente bueno para su prójimo.

Jn 13,34a

 <<Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros>>.

Él se marcha, pero ellos van a quedarse (13,1; 17,11). Jesús los va a constituir como comunidad, dándoles su estatuto y su identidad. Ellos, que lo han reconocido por Mesías (1,41.45.49), van a saber ahora cuál es el fundamento y la característica de la comunidad mesiánica. Les da el mandamiento nuevo, por oposición a la Ley antigua; la Ley de Moisés queda sustituida por el mandamiento de Jesús. Va a establecerse ahora la diferencia entre las dos alianzas: la del legislador y la del Mesías (1,17), la del que habla desde la tierra y la del Esposo-Hijo que pronuncia las exigencias de Dios (3,29.31.34). La alianza basada sobre la realidad del amor y lealtad de Dios no puede tener más Ley que la del amor, que es al mismo tiempo el culto que el Padre busca (4,23s) y el Espíritu que él comunica. Si la gloria de Dios es amor y lealtad (1,14), no puede ser otra su exigencia a los hombres: un amor que responde a su amor (1,16). En realidad, la nueva ley es Jesús mismo como señal alzada que manifiesta y expresa el amor de Dios.

Jesús lo llama mandamiento para oponerlo a los de la antigua Ley. En realidad, el amor no es ni puede ser un precepto impuesto desde fuera, como tampoco lo es para Jesús. Él hace lo que ve hacer a su Padre (1,18), lo que el Padre le enseña (5,19s). Obra por sintonía e identificación con el Padre (10,30; 14,10).

En su mandamiento, Jesús no pide nada para él mismo ni pada Dios, sólo para el hombre. Vuelve a mostrarse que Dios no es absorbente ni acapara al hombre; por el contrario, es un dinamismo expansivo de amor universal, cuyas ondas empujan cada vez más lejos. Es fuente de amor personal, don de sí, que impulsa a darse a los demás. Toda la vida y la actividad han de ser una variada expresión de ese único afán, el de expresar en obras el amor por los otros.


domingo, 26 de marzo de 2023

Jn 13,33b

 <<Me buscaréis, pero aquello que dije a los Judíos: ´Adonde yo me marcho, vosotros no sois capaces de venir´, os lo digo también a vosotros ahora>>.

La frase a que hace alusión Jesús se encuentra en 8,21: Yo me marcho; me buscaréis, pero vuestro pecado os llevará a la muerte. Adonde yo me marcho, vosotros no sois capaces de venir. Los discípulos lo buscarán (20,15), porque su ausencia les causará dolor (16,20), pero no será, como para los Judíos, una ausencia definitiva que los lleve a la ruina. No morirán por su pecado, porque están limpios (13,10). Sin embargo, tampoco ellos son capaces de ir adonde él se marcha. Él va libremente adonde lo lleva Judas (13,30): a la cruz, y por ella al Padre (13,3). En ese itinerario nadie es capaz de acompañarlo. Nadie puede comprender todavía la magnitud de su amor ni asociarse a él. Los Judíos no habrían aceptado nunca un Mesías que hubiera de morir (cf. 12,34); por eso no podían acompañar a Jesús. Los discípulos tampoco pueden aceptarlo aún ni entender hasta dónde ha de llegar el don de sí (cf. 16,31). No tienen todavía la talla para amar de esa manera. Él se la dará con su propia muerte. De hecho, lo abandonarán en la hora decisiva (16,32).

Sólo el discípulo amigo de Jesús (13,23) lo acompañará en su itinerario (18,15s) y se encontrará al pie de la cruz (19,26s), donde será testigo del amor manifestado (19,35). Figura así al discípulo modelo.

Jn 13,33a

 <<Hijos míos, ya me queda poco que estar con vosotros>>.

Jesús se dirige a los discípulos con un término de afecto. El momento es emocionante, porque va a anunciarles su próxima partida, de la que es plenamente consciente (13,1.3). Con esto, las palabras que siguen toman carácter de testamento. Aunque ellos no se han dado cuenta (13,28), la traición se ha consumado y la entrega es inminente.

Este <<poco>> va a ser completado en 16,16ss por otro <<poco>>, cuando los discípulos volverán a ver a Jesús. Por el momento, les habla de su  marcha, que es la que da carácter definitivo al mandamiento que va a comunicarles.

sábado, 25 de marzo de 2023

Jn 13,21-32

Jn 13,21

  • Jn 13,22
  • Jn 13,23
  • Jn 13,24-25
  • Jn 13,26a
  • Jn 13,26b
  • Jn 13,27a
  • Jn 13,27b
  • Jn 13,28
  • Jn 13,29
  • Jn 13,30
  • Jn 13,31
  • Jn 13,32
  • Se pone el acento en uno de vosotros (cf. 6,70.71; 12,4) (21). Al ver que, a pesar de su amor, uno de los suyos va a la ruina y la muerte, Jesús se estremece. Sorpresa de los discípulos (22).
  • Primera mención del discípulo predilecto (22). Su figura se contrapone a la de Simón Pedro (cf. 18,15; 20,2ss; 21,7.20-23); acepta el amor de Jesús y responde a él con su cercanía (inmediato). Es la figura masculina de la nueva comunidad bajo los rasgos del amigo íntimo, identificado con Jesús (la figura femenina, en papel de “esposa”, estará representada por María Magdalena cf. 20,13-16).
  • El discípulo puede permitirse un gesto de total intimidad (Reclinándose… le preguntó) (24-25). Pedro no está inmediato a Jesús, no comprende su amor ni acepta ser amado (13,8).
  • La respuesta de Jesús no revela el nombre del traidor ni lo señala (26); no rompe con el que va a traicionarlo: no ha venido a juzgar, sino a salvar (12,47). Ofrecer a un comensal un trozo de alimento era señal de deferencia. No se especifica de qué es el trozo, Jn juega con la ambigüedad, la de salsa/sangre. Lo que Jesús ofrece a Judas es su misma persona dispuesta a aceptar la muerte. Lo invita a rectificar y ser de los suyos, a comer su carne y sangre y unirse a él (6,56). Responde al odio con amor, poniendo su vida en manos de su enemigo. Toca a Judas Iscariote hacer su última opción.
  • Jn evita decir que Judas comió el trozo (27), lo que habría significado la voluntad de asimilarse a Jesús. Más adelante (30) se explicará lo que hace con él. El gesto de amistad de Jesús no encuentra en Judas una respuesta positiva, antes al contrario, aumenta su antagonismo. Se identifica con los principios y valores del sistema. Así interioriza (entró en él) a Satanás, el dinero-poder, que lo hace agente suyo y homicida (8,44). Jesús ha mostrado a Judas su amor hasta el fin, pero no intenta forzarlo; le ha dejado plena libertad de opción, aun a costa de su propia vida, y Judas se ha dado su propia sentencia; es inútil prolongar la situación (hazlo pronto) (28).
  • Judas administraba los fondos del grupo (12,6) (29). Dos interpretaciones de las palabras de Jesús, que muestran la falta de comprensión del mensaje por parte de los discípulos. Comprar significa dependencia del sistema económico explotador (prueba de Jesús a Felipe, 6,5s). Dar a los pobres fue la propuesta de Judas para el precio del perfume (cf. 12,5).
  • Judas sale llevándose el trozo (30), la vida de Jesús, para entregarla. Entra en la tiniebla (era de noche), en el ámbito de los enemigos de Jesús, llevándose la luz, para extinguirla (1,5).
  • Jesús interpreta la salida de Judas (31-32), como había interpretado el lavado de los pies (13,12). Ha puesto libremente su vida en manos de sus enemigos, por amor al hombre, para salvarlo. Así manifiesta al máximo su gloria/amor, y el amor manifestado es el de Dios mismo, tan grande que, traducido por Jesús en términos humanos, llega al don de la propia vida por los hombres. En la primera parte (31) ocupa el primer plano la manifestación de la gloria/amor de Dios a través del de Jesús; en la segunda (32) se trata de la comunicación a los hombres de ese amor/gloria de Dios, el Espíritu, a través de Jesús. La gloria/amor de Jesús se manifiesta en dar su vida y expresa el amor de Dios al hombre. La de Dios se manifiesta en el don del Espíritu, que se hace por medio de Jesús.
  • Nota crítica: Se ha elegido la lectura corta, suprimiendo en v.32 la repetición: “Si la gloria de Dios se ha manifestado por su medio”, peor atestiguada que la omisión.
  • Síntesis. Si en el lavado de los pies ha demostrado Jesús que el amor consiste en el servicio que procura la libertad y la dignidad del hombre, en esta perícopa muestra su total respeto por la libertad y su amor hasta el fin (13,1), aun a costa de la propia vida. Al traidor le ofrece su amistad hasta el último momento. El amor es más fuerte que el odio: es el amor fiel (1,14: amor y lealtad). Excluye toda violencia; Dios no se impone ni coacciona, es puro amor que se ofrece. No existe más juicio que el que el hombre da de sí mismo con sus opciones.

Jn 13,32

 <<y Dios va a manifestar su gloria en él y va a manifestarla muy pronto>>.

Si los dos primeros miembros de la explicación de Jesús exponen el amor suyo y de Dios al hombre, que Jesús demuestra dando su vida, los dos últimos exponen el amor de Dios comunicado al hombre a través de Jesús. El fruto de la vida que ha dado será la vida que comunique a través de él, el don del Espíritu a la humanidad.

La frase de Jesús está en relación con 12,88: Padre, manifiesta la gloria de tu persona, y la respuesta del cielo: ¡Como la manifesté, volveré a manifestarla!

Si en la primera parte (13,31) ocupaba el primer término la manifestación de la gloria, en esta segunda está en primer término Dios, que manifiesta la suya a través de Jesús.

Vuelve a expresarse así el tema de todo el evangelio: la unión del amor demostrado con la del amor comunicado (1,16), representada en la cruz por la sangre y el agua que brotan del costado abierto de Jesús.

Por eso aquí se trata sucesivamente de las dos glorias, que se confunden en una. La gloria/amor de Jesús se manifiesta en dar su vida y expresar el amor de Dios al hombre; la de Dios se manifiesta en el don del Espíritu, que se hace por medio de Jesús. Éste será el amor recibido que responde a su amor demostrado (1,16).

Se ve la razón del <<ahora>> inicial. Está en correspondencia con <<la hora>> anunciada en 13,1. En otras ocasiones afirmaba Jesús: se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado (lit. y es ahora) (cf. 4,23; 5,25), anticipando la de su  muerte. En la Cena, la hora está presente y en ella se manifiesta su gloria (cf. 12,23).

SÍNTESIS

Si en el lavado de los pies ha demostrado Jesús en qué consiste el amor, en este episodio muestra su total respeto por la libertad del hombre, a costa de la propia vida. Uno de sus discípulos se ha propuesto entregarlo. Jesús no lo delata delante de sus compañeros; lo pone ante su última opción, en la que va a jugarse su propia suerte. No lo hace, sin embargo, fríamente, sino ofreciéndole su amistad. Con ella le ofrece la vida y la verdad, su relación humana, ser libre e hijo de Dios. Pero no lo fuerza, le deja la posibilidad de rechazarlo y de procurar su muerte y la de él mismo. No coacciona su libertad ni siquiera para defenderse. La traición del discípulo será para Jesús la ocasión de demostrar que su amor es más fuerte que el odio mortal de sus enemigos.

La mención del discípulo a quien quería Jesús y la identificación del traidor, con la que en realidad no lo da a conocer, completan la instrucción de Jesús sobre el amor que caracteriza a su discípulo: es un amor que no juzga, que no conoce límite, que se extiende al enemigo mortal. Para el que está con Jesús, no hay enemigos que delatar.

El fruto de este amor, que da la vida libremente, será la posibilidad universal de salvación, el don del Espíritu. Éste es la comunicación de Dios mismo, que da al hombre la capacidad de amar sin límite, haciéndolo así plenamente hombre.

Jesús excluye toda violencia. Muestra que Dios no se impone ni coacciona, sino que es puro amor que se ofrece. La idea de un Dios impositivo justifica todo poder y violencia entre los hombres. El Dios de Jesús, el Padre, no justifica ninguna. Por eso no existe más juicio que el que el hombre da de sí mismo.

Jn 13,31

 Cuando salió, dijo Jesús: <<Ahora acaba de manifestarse la gloria de este Hombre, y así la gloria de Dios se ha manifestado en él>>.

Al terminar el lavado de los pies, había explicado Jesús su significado (13,12). Ahora interpreta la salida de Judas, que va a entregarlo. Explica su aceptación de la muerte en términos de manifestación de su gloria, que se identifica con la de Dios. El Hombre que realiza el proyecto de Dios manifiesta la gloria/amor en toda su plenitud (1,14).

Jesús ha aceptado su muerte; es más, ha puesto libremente su vida en manos de sus enemigos por amor al hombre, para salvarlo. Su muerte es la gran prueba del amor de Dios, que da a su Hijo único (3,16).

La construcción acaba de manifestarse la gloria de este Hombre pone en primer término la manifestación de la gloria; pero el amor manifestado es el de Dios mismo, tan grande que, traducido por Jesús en términos humanos, llega a dar su propia vida por los hombres.

Jn 13,30

 Él tomó el trozo y salió en seguida; era de noche.

Las palabras de Jesús permiten a Judas marcharse de un círculo al que ya no le une nada. Él ha decidido la muerte de Jesús; lo ha rechazado absoluta y definitivamente. No puede quedarse allí un momento más. Sale, pero llevándose el trozo, la vida de Jesús, para entregarla.

Era de noche. Judas entra en la tiniebla, en el ámbito de los enemigos de Jesús, al que lo ha llevado su decisión. Abandona el lugar donde brilla la gloria y el amor. Su salida a la noche es la expresión visible de su decisión interior: se ha pasado al enemigo, no hay vuelta atrás. La noche significa la ausencia de la luz que es Jesús (11,10; 21,3), es aquí la tiniebla del odio y de la muerte. No ha querido caminar detrás de Jesús y vuelve a ella (12,35). No hay otra alternativa. Pero vuelve a la tiniebla llevándose la luz, para extinguirla (1,5).

Jn 13,29

 (Algunos pensaban que, como Judas tenía la bolsa, Jesús le decía: <<Compra lo que necesitemos para la fiesta>>, o que diese algo a los pobres).

Judas administraba los fondos del grupo (12,6). Algunos discípulos que no se han dado cuenta del significado del gesto de Jesús ni del alcance de sus palabras, dan dos interpretaciones. Suponen que Jesús le ha dicho que compre lo que necesitaban para la fiesta o bien que diera algo a los pobres. Con estas frases Jn quiere mostrar de nuevo la falta de penetración del mensaje de Jesús que existe en algunos discípulos. El verbo <<comprar>> expresaba la prueba a la que Jesús sometió a Felipe en el episodio de los panes (6,5b.6 Lect.); algunos entienden tan poco la novedad de Jesús que lo consideran aún dependiente del sistema económico explotador. La otra suposición habla de <<dar algo a los pobres>>, por alusión a 12,5, donde precisamente Judas propuso vender el perfume y dar el importe a los pobres. Jesús había corregido esta concepción, afirmando que los pobres no han de recibir <<algo>> de la comunidad, sino que deben ser acogidos en ella; ésta ha de compartir con los pobres todo lo que tiene (cf. 6,11). Se dibuja así la complejidad del grupo: al lado de Judas, el traidor, está Simón Pedro, el que no sabe aceptar el amor de Jesús (13,8); otros discípulos, que no han comprendido que el amor se expresa en el don, y, frente a todos ellos, la figura del discípulo a quien quería Jesús, que representa el ideal de la comunidad.

Al mismo tiempo, Jn juega con el doble sentido de las frases. Hay dos fiestas, la Pascua judía y la Pascua de Jesús, la fiesta de la muerte y la de la vida. De hecho, Judas va a procurar lo necesario para la verdadera fiesta: va a sacrificar el Cordero de Dios, que inaugura la Pascua definitiva. Esa Pascua, Jesús, en la cruz, será al mismo tiempo el gran don a los pobres, el que va a liberarlos de su miseria. Judas, a quien no le importaban los pobres (12,6), va a ser el medio involuntario para que puedan salir de su situación. Lo necesario, sin embargo, no hay que comprarlo (6,5b-6 Lect.), lo proporciona el amor de Jesús, que va a dar su vida voluntariamente (10,18). Los discípulos, sin saberlo, expresan lo que realmente está sucediendo.

Jn 13,28

 Ninguno de los comensales se dio cuenta de por qué le decía esto.

La frase de Jesús, que ha seguido a su gesto de aceptación, no puede interpretarse como un reproche a Judas. Nadie se da cuenta de la inminencia de la traición.

Jn 13,27b

 Por eso le dijo Jesús: <<Lo que vas a hacer, hazlo pronto>>.

Percibiendo Jesús la actitud de Judas, no intenta forzarlo; él le ha mostrado la suya hasta el último momento. No lo ha denunciado ante el resto de los discípulos, le ha dejado plena libertad de opción, aun a costa de su propia vida. Pero ahora ya es inútil prolongar la situación. Jesús mismo le facilita la salida. Respeta la decisión libre y malvada del discípulo, como el Padre respetará la de Pilato (19,11a Lect.).

Se ve aquí la absoluta libertad que deja Dios al hombre. Su ofrecimiento de vida no se impone en ningún sentido. Su amor es indefectible, continuo, hasta el final, pero nunca fuerza. Se puede aceptar la vida plena y definitiva o consumar la propia ruina. No es Dios quien juzga, el hombre se da su propia sentencia (3,16-21).

Jn 13,27a

 Y en aquel momento, después del trozo, entró en él Satanás.

Jn evita decir que Judas comió el trozo, lo que hubiese significado la voluntad de asimilarse a Jesús. Éste se lo ha dado, pero queda en suspenso qué haces Judas con él. Más tarde se explicará: lo toma y sale (13,30). Se llevará el trozo, la vida de Jesús, para entregarlo a los que van a matarlo. Así indica Jn figuradamente cuál ha sido su opción.

Satanás se identifica con <<el Enemigo/diablo>> (13,2). En este momento, Judas hace su opción definitiva. Al tener en sus manos la vida y la muerte de Jesús, no lo acepta como don, sino que decide hacerlo morir. El gesto de amistad de Jesús no provoca en él respuesta positiva, antes al contrario, aumenta su antagonismo. Se pone deliberadamente al lado del sistema diabólico, se identifica con sus principios y valores, resumidos en la idolatría del dinero (8,44a Lect.). Así interioriza (entró en) plenamente al adversario de Dios, Satanás, que lo hace agente suyo y homicida.

Jn 13,26b

 Mojando, pues, el trozo se lo dio a Judas de Simón Iscariote.

La cuádruple repetición del trozo (26bis.27.30) muestra su importancia en el pasaje y anuncia un lenguaje simbólico. No se especifica de qué es, jugando con la ambigüedad pan/carne, ni en qué lo moja, creando otra ambigüedad salsa/sangre. El uso del verbo mojar, pariente de bautizar, bañar, insinúa la idea de la carne bañada en sangre. Lo que Jesús ofrece a Judas es su misma persona dispuesta a aceptar la muerte. Comer su carne y su sangre une a él (6,56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él) y da vida definitiva (6,54). El gesto de Jesús invita a Judas a ser de los suyos, a rectificar su pasado. Responde a su odio con amor, como ocurrirá en la cruz, donde ofrecerá la última oportunidad a los que lo han crucificado (19,28). Esta es la calidad del amor leal (1,14): el que no se desmiente nunca, el que espera y se ofrece hasta el último momento, aun a costa de la propia vida. Pone su vida en manos del enemigo. Ahora toca a Judas hacer su última opción: o bien aceptar el amor de Jesús y responder a él, o bien endurecerse en su postura y consumar su traición.

Vuelve a nombrarse Judas como <<de Simón Iscariote>>. Último paralelo con Simón Pedro. Este quiere averiguar quién es el traidor, sin darse cuenta de lo cerca que está el mismo de traicionarlo (13,36-38).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...