domingo, 24 de abril de 2022

Jn 6,22-40

 

Jn 6,40

 <<Porque éste es el designio de mi Padre, que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva, y lo resucite yo el último día>>.

<<El que lo mandó>> del versículo anterior se identifica ahora con <<mi Padre>>, precisando la relación que existe entre Dios y Jesús. Su misión no es la de un subordinado ni se ejecuta por obediencia a una orden, sino que es expresión de una comunidad de ser y de un vínculo de amor. Expone de nuevo la condición propuesta antes (6,29: que prestéis adhesión al que él ha enviado) para comunicar vida.

A través de las señales que realiza hay que reconocer en Jesús al Hijo. Esta denominación, sin determinación alguna, comprende en sí las dos grandes denominaciones de Jesús: el Hijo del hombre (el Hombre) y el Hijo de Dios (Dios); el hombre acabado, cumbre de la humanidad, que es al mismo tiempo el Hijo de Dios, la presencia de Dios en el mundo. Ver en el hombre Jesús al Hijo de Dios significa reconocer la capacidad del hombre de ser hijo de Dios (1,12), realizando en sí mismo el proyecto creador. El hombre acepta entonces toda la posibilidad que Dios ha puesto en él, el verdadero horizonte de su ser. Al reconocimiento sigue la adhesión personal a Jesús, que comunica la vida plena y definitiva, cuya culminación es la resurrección misma. El contenido de la adhesión a Jesús será explicado en la sección siguiente.

SÍNTESIS

La perícopa, primera parte de la explicación del episodio de los panes, presenta la falta de penetración por parte de la multitud de las señales realizadas por Jesús. Éstas son el lenguaje de Dios al hombre, compuestas, como éste, de <<carne>> y <<espíritu>>. Son el medio de comunicación personal entre un sujeto divino y otro humano. Considerarlas como un mero hecho objetivo, sin descubrir el significado, es decir, al sujeto que se comunica en ellas, equivale a percibir un ruido de palabras, el ruido del viento, en lugar de la voz del Espíritu (3,8).

Se plantea aquí la cuestión de cómo conocer a Dios. Tal conocimiento no es posible si se le objetiva, considerándolo objeto de especulación. No puede preguntarse si Dios <<existe>>, como un objeto cualquiera, sino si Dios <<está presente>>, como persona. Para conocerlo hay que descubrir su presencia. No siendo Dios un ser material, éste no puede percibirse más que en la relación interpersonal, a través de una interpelación comprendida y aceptada.

La interpelación de Dios es Jesús mismo, la Palabra hecha <<carne>> (1,14). Es la Palabra cuyo significado es el Espíritu, que en ella se comunica. Se dirige no sólo a la inteligencia, sino al hombre entero, como sujeto personal. Aceptada, produce la presencia de Dios (el Espíritu) en el hombre.

Las señales de Jesús explican lo que él miso es, son palabras que explica la Palabra. El pan que da es una palabra que, significando el amor, lo comunica; es, por tanto, un gesto de comunión. Recibir el pan sin aceptar su significado es cerrarse a la comunicación divina.

Jn 6,39

 Y éste es el designio del que me mandó: que de todo lo que me ha entregado no pierda nada, sino que lo resucite el último día.

Es la primera vez que aparece la expresión el último día (6,39.40.44.54; 11,24; 12,48), que, en este discurso, se repite con insistencia.

Curiosamente, además de los textos citados, se encuentra la expresión <<el último día>> introduciendo un episodio en el templo: El último día, el más solemne de las fiestas (7,37-39), donde Jesús invita al que cree a beber del agua que va a brotar de su entraña. Tal invitación, sin embargo, aunque situada en el presente, no puede hacerse realidad en aquel momento, se hará posible en su muerte, cuando manifieste su gloria y se dé el Espíritu (19,30.34).

Jugando el evangelista con la doble referencia, al presente (en el templo) y al futuro (en su muerte), muestra que la muerte de Jesús, Cordero pascual, será el verdadero último día, el mayor de la fiesta, cuando a todos sea posible acercarse y beber el agua del Espíritu. Al ser ése el último día, será entonces cuando él conceda la resurrección a todos los que el Padre le ha entregado; es decir, el don del Espíritu que lleva consigo el de la resurrección. Por eso afirma en 8,51: Quien cumpla mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir. En consecuencia, no aceptará Jesús el sentido que da Marta al último día (11,24), interpretándolo como final de los tiempos, según la concepción de la época. El último día es aquel en que termina la creación del hombre, el día sexto de la muerte de Jesús, cuando acabada su obra entregue el Espíritu (19,30) y la vida definitiva empiece a ser realidad (7,37 Lect.).

Al conceder la resurrección con el don del Espíritu muestra Jesús que la realización del hombre no es un mero producto del proceso histórico. Aparece aquí una de las implicaciones de la frase de Jesús: al elegiros yo os saqué del mundo (15,19). Jesús los sustrae al influjo destructor de la sociedad injusta. Sin salir de ella (17,11: ellos están en el mundo; 17,15: no te pido que los saques del mundo), participando en ella, su comunidad representa una fuerza de vida, por la que la creación va adquiriendo su condición definitiva.

Jn 6,38

 <<porque no estoy aquí bajado del cielo para realizar un designio mío, sino el designio del que me mandó>>.

Como ya se ha explicado (3,13 Lect.), la expresión <<bajar del cielo>> no debe ser entendida en sentido espacial, significa que el origen de Jesús no es meramente humano, sino que hay que buscarlo en la esfera divina. Denota en concreto la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,32), que hace de él la presencia del Padre entre los hombres (cf. 1,14). De su identificación con el Padre nace su absoluta fidelidad a su designio (cf. 5,30). El objetivo de ambos es el mismo: comunicar vida al hombre.

Jn 6,37

 <<Todo el que el Padre me entrega llega a mí, y al que se acerca a mí no lo echo fuera>>.

Explica Jesús (6,37-40) lo dicho anteriormente bajo el símbolo del maná/pan del cielo, usando un lenguaje diverso. El tema de este pasaje es el central del evangelio: Jesús dador de vida (1,4; 3,14s; 4,14.50; 5,21.25s.40; 10,10; 11,25; 17,2; 19,34 Lect.).

Comienza el pasaje por una expresión de la conciencia que tiene la comunidad cristiana de su pertenencia a Jesús por la voluntad del Padre (lo que el Padre me entrega), que lo ha puesto todo en manos de su Hijo (3,55). Experimenta su acogida como permanente y segura (no lo echo fuera).

El significado de este versículo se entiende más fácilmente poniéndolo en relación con expresiones paralelas que aparecen en el capítulo. Serán tratadas juntamente en 6,65 Lect.

El neutro Todo lo que (cf. 6,39), en lugar del plural todos los que, subraya la unidad, el bloque que forman los que se le adhieren; no son individuos aislados, sino un cuerpo. Es una comunidad humana, un conjunto indivisible (10,29; 17,2.11) del que nada puede ser separado, del que nada puede perderse (3,16; 17,12), y en el cual la realización de la vida tiene que verificarse hasta el final.

Jn 6,36

 <<Pero os dije que me habéis tenido delante y que no creéis>>.

La introducción de Jesús os dije alude a la frase anterior, que ha de ser necesariamente la de 6,26: No me buscáis por haber visto señales. Las señales se identifican ahora con la persona de Jesús, que se expresa a través de su actividad. Sus obras manifiestan que ha sido sellado con el Espíritu (6,27) y por eso en ellas puede reconocerse el testimonio del Padre (5,36; cf. 12,45; 14,9). Ellos las han presenciado, pero no han descubierto su persona, en el hombre no descubren al Hijo. Desean el pan que ofrece Jesús, pero no dan el paso; no se acercan a él. Desean un don suyo, pero no el de su persona; se mantienen a distancia. Pretenden separar el don del amor que contiene, haciéndolo perder su sentido. Por eso quieren recibir, pero se niegan a amar.

Son numerosos los paralelos entre esta exposición de Jesús y el episodio de la samaritana. En ambos casos hay una mirada al pasado, con la mención de los padres y sus hechos, y una comparación desafiante con Jesús (4,12; 6,31). Al aceptar Jesús el desafío y superar la obra del pasado, lo anula, dando comienzo a una nueva realidad.

En uno y otro caso se niega la eficacia del don de los padres (4,13; volverá a tener sed; 6,49: murieron) y se afirma la eficacia del de Jesús (4,14: nunca más tendrá sed; 6,35: nunca pasará hambre, nunca pasará sed). Los interlocutores manifiestan el deseo de recibir el don de Jesús (4,15: dame agua de ésa; 6,34: danos pan de ése). Jesús se define (4,26: Soy yo [el Mesías]; 6,35a: Yo soy el pan de la vida).

Estos paralelos, que tiene por motivo común la comida-bebida/agua desarrollan el tema de la vida (4,14; 6,27: dando vida definitiva). Lo que Jesús quiere transmitir es la vida definitiva, que se identifica con el Espíritu (agua-alimento que en él se contiene); la condición para recibirla no es la aceptación de una doctrina que él proponga, sino la adhesión a su persona (4,39; 6,29), manifestada en una actividad como la suya.

Jn 6,35

 Les contestó Jesús: <<Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed>>.

Jesús se había presentado como dador de pan, ahora se identifica con el pan, él mismo se da como pan. Comerlo significa, por tanto, dar adhesión, asimilarse a Jesús (6,29); es la misma actividad formulada antes en término de trabajo (6,27.29). Así se obtiene la calidad de vida que lleva al hombre a su plenitud. El pan que dura es el amor, concretado ahora en Jesús mismo como don de amor. La unión a él comunica la vida de Dios al mundo. Él es el pan que Dios ofrece a los hombres.

Según se ha visto ya en el episodio de la Samaritana (4,13a-14 Lect.), la frase se opone frontalmente a la de la Sabiduría en el AT: El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed (Eclo 24,21); el contraste quiere hacer ver que la fidelidad a la Ley dejaba una continua insatisfacción, como el agua del pozo de Jacob. No colma las exigencias humanas, porque no responde enteramente a ellas. En cambio, en lo que promete Jesús encuentra el hombre satisfacción plena. No centra al hombre en la búsqueda de la propia perfección, sino en el don de sí mismo. Mientras la perfección es abstracta y tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como la que señala la propia ambición, el don de sí mismo es concreto y puede ser total, como el de Jesús. Con la primera, el hombre va edificando su propio pedestal; con el segundo, se pone al servicio de los demás y crea la igualdad en el amor (13,5 Lect.).

Jn 6,34

 Entonces le dijeron: <<Señor, danos siempre pan de ése>>.

Ante la declaración de Jesús, la gente reacciona pidiéndole aquel pan, que él miso había de dar (6,27: el que os va a dar este Hombre). Lo llaman <<Señor>>, creen en sus palabras, adivinan que Jesús puede satisfacer todos sus anhelos. Con respeto y deseo se lo piden, pero no se comprometen al trabajo, no acaban de darle su adhesión. Siguen en su actitud pasiva, dependiente, buscando el beneficio propio. Quieren recibir el pan sin trabajarlo, encontrar la solución hecha, sin colaboración personal.

Jn 6,32-33

 Entonces Jesús les respondió: <<Pues sí, os lo aseguro: Nunca os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y va dando vida al mundo>>

La respuesta de Jesús es tajante; la creencia de ellos es ilusoria. Sólo su Padre da el verdadero pan del cielo. El maná es cosa del pasado; el pan de Dios es presente, una comunicación permanente de vida que él hace al mundo. Este pan baja del cielo, como el maná llovía de lo alto, pero sin cesar; y no se limita a dar vida a un pueblo, sino a la humanidad entera. Dado que es Jesús quien da ese pan (6,27), se afirma aquí la comunicación continua de la vida de Dios al hombre a través de Jesús (1,51 Lect.). Como se ha visto en el episodio precedente, el pan expresa el amor de Dios creador; el pan del cielo es una manifestación de ese amor superior a la del pan material. El pan es la vida, don continuo de Dios y que no acaba (6,27: el alimento que dura, dando vida definitiva). Sacia también el hambre material del hombre, porque es amor que abraza al hombre entero. Es definitiva, plena, la única digna del hombre según el proyecto creador.

El pan del día anterior no era sólo un signo que figurase otro pan. Aquel pan contenía el que él anuncia. En el pan compartido hay que descubrir el pan del amor, ya que éste sólo se da con aquél. En el amor humano, expresado con dones humanos, se contiene el amor de Dios y el don de Dios, como en el Hombre se contiene la presencia divina.

Jesús habla aquí no ya del Padre, sino de su Padre, en correspondencia con la expresión que sigue: el pan de Dios. Está preparando la identificación del pan consigo mismo (6,35). Él procede de Dios, es su Hijo y su pan, único don (3,16).

Jn 6,31

 <<Nuestros padres comieron el maná en el desierto; así está escrito: ´Les dio a comer pan del cielo´>>.

En el AT se llamó <<pan del cielo>> al maná (Neh 9,15; Éx 16,15; Nm 11,7-9; Sal 78,24); ellos esperan de Jesús un prodigio semejante. Habla n de <<sus padres>>, cuando Jesús les ha hablado del Padre (6,27). Siguen apegados a su linaje y se refugian en el pasado (cf. 4,12.20); Jesús, en cambio, tiene una perspectiva universal. A <<nuestros padres>> corresponde Israel; a <<el Padre>>, el mundo.

Se nota aquí la controversia entre los judíos y la comunidad cristiana. Ellos oponen los prodigios de Moisés a la falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Se exige lo portentoso (4,48 Lect.), lo que deslumbra sin comprometer con el hombre, en vez de lo humano, cotidiano, profundo y de eficacia permanente, Jesús ha dado su vida por el hombre y le ha comunicado la capacidad de amar como él (13,34): he aquí su prodigio mesiánico, muy superior a los de Moisés.

Jn 6,30

 Le dijeron: <<Y ¿qué señal realizas tú para que viéndola te creamos?, ¿qué obras haces?>>.

La gente comprende que Jesús se declara Mesías, ejecutor del designio divino, representante de Dios en la tierra. Al no haber entendido el signo, no les basta como credencial el pan que han comido el día anterior, le piden una señal particular que dé garantías a su exigencia y a la adhesión que requiere. El Mesías había de renovar los prodigios del Éxodo; eso esperan ahora de Jesús.

Jn 6,29

 Respondió Jesús: <<Éste es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado>>.

Jesús corrige el presupuesto de la pregunta. Dios no va a imponer nuevos preceptos u observancias. El trabajo que Dios requiere es único: dar adhesión permanente a Jesús, como enviado. Tal es el trabajo que procura el pan que permanece y da vida definitiva. La adhesión es a Jesús lo que el trabajo es al pan. En uno y otro caso se describe una apropiación, hacer suyo el alimento, o hacer suyo a Jesús, por asimilación a él.

Esta exigencia es nueva y no se la esperaban. Estaban dispuestos a manifestar su adhesión a Dios, de la manera que él pidiese. Han considerado a Jesús un profeta, en la línea de Eliseo, aunque superior a él; en cuanto tal, habrían acatado lo que Dios les comunicase por su medio. Pero siguen atribuyéndole el papel de mediador, no de término de una adhesión. Un profeta es instrumento de Dios, pero, ante él, queda en segundo término. Jesús, en cambio, no los exhorta a adherirse ni a imitar a Dios, sino que de parte de Dios les pide adhesión a su propia persona.

Jn 6,28

 Le preguntaron: <<¿Qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?>>.

Entienden que hay que trabajar, pero no saben cómo ni en qué. Comprenden que el pan que no perece es un pan de Dios, y quieren saber las condiciones que pone para concederlo. Acostumbrados por la Ley a que Dios dicte mandamientos y observancias, preguntan a Jesús cuáles son las que ahora prescribe. No conocen el amor gratuito, creen que Dios pone precio a sus dones.

Jn 6,27

 <<Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar este Hombre; pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello>>.

Jesús les da un aviso: hay que trabajar, hay que ganarse el alimento, pero no sólo el que se acaba, sino el que dura sin acabarse y da así vida definitiva. Hay que comprender que el pan contiene el amor, y éste es el alimento que realmente mantiene y desarrolla la vida del hombre, el que lo construye y lo realiza.

En la oposición establecida por Jn entre carne y espíritu, que constituyen al hombre completo, el Espíritu es el que acaba al hombre y lo lleva a su plenitud. Es un dinamismo nuevo que viene de lo alto y produce una nueva condición, que recibe también el nombre de <<espíritu>> (3,6 Lect.), y se identifica con la capacidad de amar, participando del dinamismo divino del amor (4,24).

El reproche de Jesús es que han limitado su horizonte: el alimento que se acaba da solamente una vida que perece; poner toda la esperanza en ese alimento es negar en el hombre la dimensión del Espíritu y reducirlo a la <<carne>>, aceptando la propia destrucción.

Los invita, pues, a superar esta dimensión que mutila el designio creador de Dios. El pan era señal que expresaba el amor y lo contenía. No hay amor sin don de sí mismo; no hay don de sí sin una real comunicación de bienes. Para que el don del pan adquiera su sentido, ha de ser expresión del amor; y éste no puede expresarse más que en el don del pan. Pero había que leer en la señal su contenido, y esto no lo ha hecho la multitud. Aquel pan repartido era la expresión de Jesús mismo. En él la carne contiene el Espíritu, con el que ha sido sellado (1,32s): la señal contenía el amor como la carne al Espíritu. Ellos ven el pan sin comprender el amor y, en Jesús, ven la carne, sin descubrir el Espíritu.

El sello de Dios en la humanidad de Jesús es el Espíritu que ha hecho de él <<el Hombre>>. Jesús, el modelo de Hombre, es capaz de dar el alimento que dura por ser el portador del Espíritu. A través de sus señales, Jesús expresa su ser; ellas hacen visible el Espíritu que en él da su acabamiento a <<la carne>> y a la obra que realiza (1,14.32). Sus señales son así manifestaciones del amor-Espíritu que lo llena: éste adquiere su visibilidad a través de ellas y ellas adquieren a su vez su plenitud por el Espíritu que contienen y comunican.

Jesús promete ese alimento para el futuro. De hecho, todas las obras de Jesús anticipan su obra definitiva, su don total de sí mismo en la cruz, manifestación suprema del amor que comunica la vida (19,34 Lect.).

El Espíritu que sella a Jesús es el de Dios como Padre, es decir, como dador de vida que culmina la obra creadora. Así él, lleno de este Espíritu, con este alimento la completa en el hombre.

Para comprender la señal no basta presenciarla pasivamente, hay que entrar en el significado que contiene. Pero el amor no puede ser reconocido si no existe la voluntad de amar. Ésta es la que Jesús designa como <<trabajar para ganarse el alimento>>. La sintonía del amor hace comprender la señal y lleva a la adhesión a Jesús.


domingo, 17 de abril de 2022

Jn 6,26

 Les contestó Jesús: <<Sí, os lo aseguro: No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros>>.

Jesús no responde a la pregunta, sino al deseo de encontrarlo. Su respuesta les revela sus propias intenciones: ellos habían seguido a Jesús como a un posible liberador (6,2); pero ahora pretenden sólo que les asegure el sustento.

Han sido los beneficiarios del amor de Dios expresado a través de Jesús y su comunidad (el chiquillo), pero ellos recuerdan sólo la satisfacción de su hambre, y ésa es la que los mueve a buscar a Jesús. La señal había sido una invitación a la generosidad, como respuesta al amor manifestado (2,11 Lect.); no era solamente donación de algo (el pan), expresaba la donación de la persona. Al retener únicamente el aspecto material, la satisfacción de la propia necesidad, la han vaciado de su contenido y han perdido la oportunidad de responder al amor. Lo que debía haberlos llevado a entregarse a los demás, como Jesús se ha entregado a ellos, los ha centrado egoístamente en su propia hartura.

Jn 6,25

 Lo encontraron al otro lado del mar y le preguntaron: <<Maestro, ¿desde cuándo estás aquí?>>

Jesús está de nuevo entre la gente. Se dirigen a él con un título de respeto: Rabbi/Señor/Maestro. Es la primera vez que la multitud habla con Jesús, y muestra deseo de aprender de él. Siguen considerándolo el Profeta-Maestro (6,14). No se explican cómo es que Jesús se encuentra en esta orilla del lago.

Jn 6,24

 Así, al ver la gente que Jesús no estaba allí ni sus discípulos tampoco, se montaron ellos en los botes y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

La multitud se convence de que Jesús no está allí, ni los discípulos tampoco. La gente se embarca y va a Cafarnaún en busca de Jesús. Sigue la misma ruta de los discípulos (6,17), pero no para alejarse de él, sino para acercarse. Esperan de él la solución a su indigencia.

Jn 6,23

 Llegaron de Tiberíades otros botes cerca del lugar donde habían comido el pan cuando el Señor pronunció la acción de gracias.

Entre tanto, se le ofrece una solución; hay nuevas barcas que llegan de Tiberíades cerca del lugar donde estaban, donde habían comido. La nueva mención de la acción de gracias de Jesús muestra su importancia. El hecho del día anterior se resume ahora así: fue posible comer por obra de la acción de gracias pronunciada por Jesús (6,11 Lect.). La denominación <<el Señor>>, que, excepto en boca de un personaje, es insólita en Jn (sólo en 11,2; 20,20; 21,12), indica que el autor está leyendo el episodio desde la praxis eucarística de la comunidad. Por eso también menciona de nuevo <<el lugar>> (6,10a Lect.) donde Jesús manifiesta su amor al hombre.

La nueva mención de Tiberíades, que, como se ha indicado, parece aludir a la población pagana de Galilea (6,1 Lect.), unida a la constante incredulidad de aquel ambiente judío (6,36.41-42.66; 7,5), podría dar un valor particular a esta mención: son los no judíos los que facilitan el acceso a Jesús.

Jn 6,22

 Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no había habido más que un bote y que no había entrado Jesús con sus discípulos en aquella barca, sino que sus discípulos se habían marchado solos.

La datación muestra la íntima conexión con el episodio anterior. Aquella noche, los discípulos habían intentado separarse de Jesús. La gente, en cambio, había permanecido en el mismo sitio; querían continuar en la situación que había dado solución a su indigencia. Desean encontrar de nuevo a Jesús.

Se dan cuenta, por una parte, de que allí había habido una sola barca, la que habían cogido los discípulos, y, por otra, que Jesús no se había embarcado con ellos. Los discípulos se habían marchado solos, como Jesús había subido solo al monte (6,15). La repetición del adjetivo (solo ... solos) muestra la situación violenta e innatural que se había creado. Esto provoca la desorientación de la gente. El punto de referencia para encontrar a Jesús es su comunidad. Cuando ésta se separa de él, no se puede localizar su presencia.

Jn 6,1-21

 

Jn 6,21

 Al querer ellos recogerlo en la barca, inmediatamente se encontró la barca en la tierra adonde se marchaban.

Ante el intento de los discípulos de recoger a Jesús en la barca, se produce un fenómeno extraño: ésta se encuentra inmediatamente en la tierra adonde se había marchado. Los discípulos habían querido separarse de Jesús, pero él ha ido a encontrarlos y les ha asegurado su amistad. La reacción de los discípulos es positiva, quieren reunirse con Jesús, tomarlo en la barca. Implícitamente se adhieren de nuevo a él, que ha rechazado aquella realeza; en este momento, todo lo que causaba peligro desaparece: el mar agitado no existe, se encuentran en terreno firme. Aceptar a Jesús los ha librado de su tentación. No hace falta ni que Jesús calme el viento, el peligro se desvanece por sí mismo.

El verbo <<marcharse>> lo usa Jn para indicar la ida de Jesús con el Padre pasando por la muerte (cf. 8,14; 13,3; 16,5.10.17); es el camino del Espíritu que lleva el término que Dios quiere. Han llegado a la tierra adonde Jesús pretendía llevarlos con su éxodo. Cafarnaún era la meta de los desertores; ahora, en cambio, están con Jesús en la meta que él con ellos se había propuesto, en la comunidad que acepta su servicio hasta la muerte y se funda en él.

SÍNTESIS

En esta perícopa propone Jesús la calidad de su alternativa y la misión de su comunidad; ´como ésta, en una situación de ruptura con la sociedad injusta, asegura la posibilidad de la subsistencia, convirtiéndose así en señal del amor generoso de Dios, que provee a los que emprenden el éxodo comenzado por Jesús.

Frente a la confianza en el dinero, que rige la vida de la sociedad injusta, propone Jesús la eficacia del amor, que multiplica la acción creadora y, con ella, los dones creados. El acaparamiento, que se opone al amor, frustra la obra creadora y crea la necesidad. El amor, expresado en el compartir generoso, hace crecer al hombre, devolviéndole su dignidad y su independencia.

La comunidad cristiana tiene como misión hacer visible la generosidad divina a través de la propia generosidad. Tal es el sentido de su vida, que se expresa y se celebra en la eucaristía.

Ante la humanidad, la comunidad encarna la actitud de servicio de Jesús, renunciando al intento de ampararse en el poder para realizar su obra.

La dificultad con que tropieza Jesús es la mentalidad de los que persisten en las categorías de poder. Prefieren un Mesías-rey, un déspota bienhechor que les asegure la vida imponiendo su régimen. La eficacia, sin embargo, no se encuentra en el poder de uno que mande, sino en el amor de todos, que hace presente a Jesús como aquel que se opone al servicio del hombre hasta dar su vida.

Jn 6,19-20

 Habían ya remado unos cinco o seis kilómetros cuando percibieron a Jesús, que, andando por el mar, se acercaba a la barca, y les entró miedo; pero él les dijo: <<Soy yo, no tengáis miedo>>.

Avanzada ya la travesía, perciben a Jesús que, caminando sobre el mar, se acercaba a la barca. El hecho de <<caminar sobre el mar>> era propio de Dios (Job 9,8: Sólo él ... camina sobre el dorso del mar>>). La escena de Jn describe, pues, una manifestación de la divinidad de Jesús. Los discípulos lo reconocen; la presencia de Jesús, Hombre-Dios, del que han desertado, les causa miedo; esperan una reprimenda o represalia. Jesús, por el contrario, les dirige la palabra y los tranquiliza: Soy yo, no tengáis miedo. Las palabras Soy yo dan el motivo para no temer (1,20; 4,25-26 Lects). Él es el Mesías, el que los escogió, mostrándoles con eso su amor, y el que los sigue queriendo a pesar de su deserción: lleno de amor y lealtad (1,14; cf. 13,1). Ha caminado por el lago para ir a buscarlos, no tiene barca (comunidad), pero nada hay imposible para el amor. Ellos han querido volverse atrás, Jesús vuelve a ellos para no dejarlos solos con su mal designio. No quiere que se pierdan en la tiniebla (6,39; cf. 10,28; 12,35).

La huida en la barca anticipa la angustia y la desorientación del grupo después de la muerte de Jesús. Sus palabras: Soy yo, no tengáis miedo, anuncian su victoria sobre el mundo (16,33) y el saludo pascual: Paz con vosotros (20,19).

Job. CAPÍTULO 9.

Jn 6,18

 ... además el mar, por un fuerte viento que soplaba, estaba picado).

Otra razón para no emprender el viaje: el peligro de la navegación. Eran tres, por tanto, las razones que se oponían a la decisión de los discípulos: la noche, la ausencia de Jesús y el estado del lago. Es tal, sin embargo, su decepción ante lo sucedido, que deciden sin más abandonar a Jesús y volverse a la ciudad.

Jesús se había hecho servidor de la multitud; los discípulos no lo entienden, participan de la confusión general. Ante esa incomprensión, Jesús se ha retirado. El viento fuerte que agita el lago y hace peligrosa la navegación, es decir, pone en peligro la comunidad de Jesús, representa al mismo tiempo el mal espíritu que agita a los discípulos. La falsa concepción mesiánica es enemiga del proyecto de Dios (tiniebla) y puede hacer fracasar la obra de Jesús.

Jn 6,17c

 ... y aún no se había reunido con ellos Jesús...

Razón de más para no marcharse, pues siendo sus discípulos debían haberlo esperado. La gente espera a Jesús hasta el día siguiente y, por la mañana, se pondrá a buscarlo para estar con él (6,22-24). Los discípulos, en cambio, se marchan.

Jn 6,17b

 (Los había cogido la tiniebla...

El texto presenta un paréntesis muy significativo. Se alude claramente al prólogo (1,5: la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha extinguido). La oposición de los discípulos a Jesús, que los lleva a separarse de él, los hace caer en manos de la tiniebla, la ideología propia del sistema opresor, cuyos falsos valores ellos profesan. Son partidarios del poder y quieren conferirlo a Jesús, pero el poder, que somete al hombre, privándolo de su libertad, es enemigo del amor que él ha manifestado.

Jn 6,16-17a

 Al anochecer bajaron sus discípulos al mar, se montaron en una barca y se dirigieron a Cafarnaún.

Cae la noche. Los discípulos han estado esperando hasta entonces en el lugar de la comida, pero la oscuridad hace ya imposible toda manifestación mesiánica. Cuando ven que toda esperanza se ha esfumado, bajan al lago, se montan en una barca y se dirigen a Cafarnaún. La barca, que reúne y unifica al grupo, no es la de ellos ni la de Jesús, sino una barca cualquiera.

Quieren volver a la ciudad, a la vida de todos, en vez de quedarse con Jesús al otro lado del lago. Ya no lo siguen, eligen ellos su propio itinerario: desandar el éxodo que habían hecho con él. Como Jesús se niega a secundar sus planes, desertan y lo abandonan. Llegada la crisis, bajan en la noche. El mar y la noche se oponen a la altura del monte, donde se ha quedado Jesús.

Jn 6,15

 Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a ir y a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

Además de la reacción de la multitud, antes narrada (el Profeta), surge otra manera de concebir a Jesús; hay quienes piensan en hacerlo rey. Este propósito está en abierta contradicción con la actitud que él ha adoptado antes, poniéndose a servir a los comensales. Para saciar a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y de fuerza, sino de la debilidad y escasez de recursos propia de su comunidad, figurada por el niño. La fuente de abundancia que él ha abierto es la generosidad de Dios mismo, capaz de multiplicar lo que parece desproporcionado al objetivo. Estos pretenden cambiar su programa mesiánico, constituirlo en señor, conferirle el poder que él rechaza. Él pretendía hacer al pueblo libre (6,10), ellos quieren renunciar a su propia libertad. Jesús les pide generosidad y amor, ellos prefieren rendir obediencia. Jesús ha querido asociarlos a su obra, ellos intentan descargar en un jefe la propia responsabilidad.

Ante esta perspectiva, Jesús se retira (o <<huye>>, según leen otros manuscritos), se aleja de aquellos que pretenden deformar su mesianismo proyectando en él su propia concepción mesiánica.

Se retira solo, como Moisés subió solo al monte después de la traición del pueblo (Éx 34,3-4). El monte representa la esfera divina, la gloria/amor de Dios. Al querer hacerlo rey han traicionado el designio de amor que él ha realizado con su servicio.

El paralelo con Moisés muestra la gravedad de lo que ha sucedido. Al intentar hacer de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría cometida por los israelitas en el desierto. Allí quisieron éstos adorar a Yahvé, pero bajo la imagen que ellos mismos se habían hecho de él (Éx 32,4: el becerro de oro). Paralelamente, otros están ahora dispuestos a reconocer a Jesús, pero según la concepción que ellos mismos se han forjado. Esta concepción del Mesías era común en la expectación del tiempo (2,17 Lect.); ella causará el rechazo de Jesús por parte del pueblo (12,12-36) y la actitud de Pedro en el huerto (18,10s), que lo llevará a negar a Jesús (18,15ss). Nótese la mención de Simón Pedro en 6,8.

La subida de Jesús al monte está en relación con la cruz. Es allí y de esa manera como Jesús será rey (19,19). Entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32). Este pasaje (16,32) explica el sentido de <<el monte>>: aunque yo no estoy solo, el Padre está conmigo. La soledad humana de Jesús significa la deserción de los discípulos. Él está siempre con el Padre, en la esfera del amor fiel. Los discípulos se acercan (6,3) o se alejan de ella (6,15s), según lo acepten o no.

Jn 6,14

Aquellos hombres, al ver la señal que había realizado decían: <<Ciertamente éste es el Profeta que tenía que venir al mundo>>.

Los hombres que habían comido, al ver la señal realizada, llegan a una conclusión: Jesús es el Profeta que tenía que venir al mundo. Como en 1,22 (preguntan a Juan Bautista), se alude claramente a Dt 18,15.18, donde dice Moisés: <<Un profeta de los tuyos, de tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios; a él le escucharéis>>. <<El Profeta>> (cf. 1,21; 7,40) es, como lo fue Moisés, un enviado destinado a Israel, en la línea de la tradición mosaica. La señal que ha dado Jesús tenía, sin embargo, un claro sentido mesiánico, pues al dar de comer a una multitud renovaba los signos del Éxodo, en particular el del maná. Repetir esos signos y realizar la liberación definitiva, como un segundo Moisés, era misión del Mesías.

La idea que se hacen de Jesús es la de un personaje perteneciente a la antigua alianza. No ven el cambio de época. Jesús, que anuncia el nuevo éxodo, viene puesto en la línea de Eliseo, aunque más potente, por haber satisfecho el hambre de una multitud mucho mayor. Es ciertamente un enviado de Dios, excepcional incluso, y por eso creen reconocerlo como <<el Profeta>>.

viernes, 15 de abril de 2022

Jn 6,13

 Los recogieron y llenaron doce cestos con trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los que habían estado comiendo.

Los discípulos recogen lo que ha sobrado. El número doce es evidentemente una alusión a Israel (las doce tribus); compartiendo, puede satisfacerse el hambre de la nación entera.

Se insiste en la clase de panes (de cebada), detalle mencionado antes, como alusión a la historia de Eliseo (6,9). El motivo de la repetición es claro. En los comentarios contemporáneos a Sal 72,16: <<Que abunden las mieses del campo y ondeen en lo alto de los montes>>, se afirmaba que en tiempo del Mesías, como señal de abundancia, estaría el suelo cubierto de panes de cebada. Esta alusión hace ver que lo sucedido no es sólo un signo profético, sino mesiánico. Lo perciben únicamente los discípulos, que recogen los trozos. Habían reconocido ya a Jesús como Mesías (1,14.45.49); Jesús a su vez, les hace ver la manera como él realiza la abundancia mesiánica.

Jn 6,12

 Cuando quedaron satisfechos dice a sus discípulos: <<Recoged los trozos que han sobrado, que nada se eche a perder>>.

No hay carencia, se han superado las imposibilidades, el límite lo han puesto los mismos comensales. Llama ahora a los discípulos a otra tarea. Hay muchas sobras que normalmente se echarían a perder (Éx 16,20: <<algunos guardaron [maná] para el día siguiente, y salieron gusanos que lo pudrieron>>); pero lo que estaba destinado a perderse deberá ser principio de otras abundancias. Hay que multiplicar incesantemente el amor y el pan. La comunidad continuará la obra de Jesús.

Jn 6,11

 Jesús tomó los panes, pronunció la acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían.

Jesús va a poner remedio a la escasez con un signo que explicará cómo ha de producirse la abundancia mesiánica. Toma los panes de la comunidad: ésta ha de encontrar la solución por sí misma, sin crear dependencias de las estructuras explotadoras que, al controlar los medios de vida, la privan de la libertad.

Sin embargo, en la pobreza del grupo humano entra un elemento nuevo. Jesús pronuncia la acción de gracias, que introduce en la escena un nuevo personaje: Dios, el Padre. Sólo después de establecida la relación a Dios puede ser alimentada la multitud.

Dar gracias a Dios significa reconocer que algo que se posee es don recibido de él y, como tal, muestra de su amor (kharis = don, amor), y alabarlo por ello. En este caso se le dan gracias por la existencia de los panes, producto de su obra creadora, ayudada por el trabajo del hombre. Al reconocer su último origen en Dios, como don suyo, se desvinculan de su posesor humano, el niño-grupo de discípulos, para hacerse propiedad de todos, como la creación misma. La señal que da Jesús, o el prodigio que cumple, consiste precisamente en liberar la creación del acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios para todos. Al reconocer el hombre el amor que se manifiesta en ella, se dispone a compartir para manifestar su propio amor. La maravilla de Dios es la naturaleza creada. La abundancia está dada con la creación misma; basta liberarla de los que se apropian para que torne a ser el don de Dios a la humanidad. El milagro es el amor, por parte de Dios y por parte de los hombres: dar todo sin reservarse nada. Así el hombre multiplica el acto creador.

La acción de gracias de Jesús crea la abundancia, pero no sustituyéndose al hombre, sino con su colaboración.

Según Andrés (6,9), no se podía repartir porque no bastaba lo que se poseía; cuando ya no se posee, por haberlo hecho de todos con la acción de gracias, se demuestra que había más que suficiente.

Jesús mismo distribuye el pan y el pescado. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la comunidad, Jesús restaura su verdadero destino, que es la humanidad entera (se puso a repartirlos). Su actitud de servicio, distribuyendo el pan, prefigura su servicio total, el don de su vida, que explicará más tarde (6,51; 13,5 Lect.).

todo lo que querían. Vuelve a subrayarse la abundancia (todo), que es al mismo tiempo libertad (lo que querían). El maná estaba tasado (Éx 16,16: <<lo que pueda comer, dos libros por cabeza>>). Jesús no traza reglas. Él responde a la necesidad humana hasta la satisfacción total.

Con su acción, Jesús enseña a sus discípulos cuál es la misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad del Padre, compartiendo los dones que de él se han recibido.

Se convierte este signo en una celebración de la generosidad de Dios (1,14: kharis) a través de su Hijo, que, en la comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de los hombres. Aparece así el sentido profundo de la eucaristía, que, de expresión de amor entre los miembros de la comunidad, pasa a ser signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su propio Hijo (3,16).

Jn 6,10b

 Se recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil.

El término griego (andres) significa varón adulto. De la masa de gente que se acercó a Jesús en una situación de dependencia, quiere él hacer personas adultas, es decir, independientes y libres. Éste es el efecto del servicio, que es amor. El número de cinco mil está en proporción y en desproporción con el de los panes (cinco-cinco mil).

Cinco mil (hombres) es cifra que aparece en un episodio de los panes en todos los evangelios (Mt 14,21; 16,9; Mc 6,44; 8,19; Lc 9,14) y como compleción de la comunidad de Jerusalén en Hch 4,4 (cf. 2,1.16ss), siempre de hombres adultos, mostrando así su extraordinaria importancia simbólica. El número cincuenta (múltiplo del cual es cinco mil) se ponía en relación con el Espíritu de Dios. De hecho, en 1 Re 18,4.13 (ciclo de Elías) y 2 Re 2,7 (ciclo de Eliseo, al que alude este episodio, cf. 6,9 Lect.), los profetas aparecen en grupos de cincuenta, siempre acompañados de la especificación <<hombres>> (varones adultos), como en este pasaje y en los de los demás evangelistas. No es dudoso, por tanto, el significado de la cifra. Designa a la comunidad mesiánica como profética, en cuanto comunidad del Espíritu. Jesús quiere crear alrededor de él una comunidad del Espíritu, figura de su futuro pueblo mesiánico.

En este evangelio, también la designación <<hombres adultos>> está en relación con el Espíritu. Fue usada por Juan Bautista para designar a Jesús (1,30), en quien reside el Espíritu de Dios (1,32). Denota el <<hombre hecho>>, acabado, que de <<carne>> ha pasado a ser <<espíritu>> (3,6): La misma idea se expresará en el episodio del ciego con la frase <<ser mayor de edad>> (9,21.213) y en el de la pesca con la calificación <<peces grandes>> (21,11 Lect.). Los miembros de la comunidad de Jesús son llevados por el Espíritu al pleno desarrollo humano.

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Jn 6,10a

 Jesús les dijo: <<Haced que esos hombres se recuesten>>. Había mucha hierba en el lugar.

Sin hacer caso del pesimismo de sus discípulos, Jesús les da una orden. Las palabras de Jesús personalizan a la multitud. El plural que usa (los hombres), en vez del singular colectivo (la multitud), da un rostro personal a sus componentes.

Jesús encarga a los discípulos de la tarea. Comer recostado era propio de los hombres libres; particularmente en la cena pascual, se veía en ello el paso de la esclavitud a la libertad. La orden de Jesús a sus discípulos tiene, por tanto, ese significado. En el éxodo/pascua de Jesús, la muchedumbre de los oprimidos ha de cambiar de condición.

Jesús instruye a los suyos sobre cómo han de tratar a la gente que se acerca. La comunidad ha de ponerse al servicio de los hombres como un inferior. No parte de una condición de poder o de fuerza, sino de la debilidad del <<chiquillo>> mencionado por Andrés. Los discípulos, mediante su servicio, dan a los que vienen una dignidad igual a la suya, los hacen hombres libres como ellos lo son (13,5.15 Lect.).

Los que han seguido a Jesús al otro lado del lago, alejándose de la sociedad opresora, encuentran en él un estímulo y una invitación. Él les da conciencia de su dignidad.

Había mucha hierba en el lugar. <<El lugar>> era una denominación del templo (4,20; 11,48). En oposición al lugar, situado en Jerusalén, donde yacía la muchedumbre de los oprimidos (5,13 Lect.), el sitio donde está ahora Jesús es el lugar donde brilla la gloria de Dios, es decir, donde manifiesta su amor incondicional al hombre (1,14). Es el lugar de los hombres libres, fuera de la institución opresora (10,2-3 Lect.). Así, este monte donde está sentado Jesús se hace el antagonista de Jerusalén, el monte santo donde está el templo (Sal 2,6; 24,3; 48,2.11; 68,15; 77,68, etc.), al que había que acudir para celebrar la Pascua. La hierba cubre el lugar; es una promesa de la fecundidad propia del tiempo mesiánico (cf. Sal 72,16: <<broten las espigas como hierba del campo>>), que va a traducirse muy pronto en abundancia. La gloria de Dios no va a brillar en su desierto (Éx 40,34: <<la gloria del Señor llenó el santuario>>), lugar de muerte por su esterilidad (Éx 16,3: <<Nos has sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad>>), sino en un lugar de vida. Y la Pascua que anuncia el Mesías o se come de pie y de prisa como la antigua (Éx 12,11: <<Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua del Señor>>); se come echado, recostado, por ser la Pascua de los hombres libres, no la de los esclavos; y porque en ella no hay que atravesar un desierto para llegar a la tierra. Quienes dan el paso de este éxodo entran directamente en la tierra prometida. Es la Pascua de los que llegan, no la de los que huyen. La liberación es inmediata, como lo había sido la del inválido (5,8: Levántate, etc.). Por eso no se ha señalado siquiera la travesía de Jesús (6,1) ni la de la gente después de él (6,5), sólo el punto de llegada. Tampoco se come en esta Pascua por separado, cada uno en su casa (Éx 12,3: <<una res para su familia, una por casa>>); todos la comen juntos.

       

     

      

      

      

      

Jn 6,9

 ... le dice <<Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué eso para tantos?>>.

Andrés no responde ni pregunta, sencillamente constata la realidad e informa. Vislumbra una solución distinta del comprar. Ve cuál es la situación concreta, los medios de que se dispone. Pero el resultado es descorazonador, ¿qué es eso para tantos? Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay, pero no cree que haya suficiente. Sería bueno poder independizarse del sistema acaparador, pero es imposible, no hay medios.

En la frase de Andrés: Hay aquí un muchacho, la determinación local (aquí) hace referencia a la única determinación local aparecida antes (6,3: Subió Jesús al monte y se quedó sentado allí con sus discípulos). El lugar donde está el muchacho es el mismo donde están los discípulos. El muchacho representa, por tanto, al grupo de discípulos que está con Jesús. Esto explica que Andrés hable de los panes y pescados como de algo de lo que puede disponer.

Sin embargo, dado el uso del término paidarion en griego, la figura del <<muchacho>> caracteriza al grupo de discípulos como <<servidores>>, dispuestos a poner a disposición de la multitud los recursos de su pobreza. De hecho, Jesús servirá personalmente a los comensales los panes y los peces (6,11) y, en la escena del lavado de los pies, estrechamente conectada con ésta, después de su propia acción con los discípulos establecerá el servicio, expresión del amor, como actitud permanente de los suyos. La comunidad de Jesús se presenta, pues, ante el mundo como un grupo socialmente humilde, sin pretensión alguna de poder ni de dominio, dedicado al servicio de los hombres.

Existe, sin duda, un juego de palabras entre Andrés (= varonil) y los hombres adultos (andrés, varones), mencionados a continuación (6,10). Aparece así un contraste entre Andrés, el hombre adulto y, por tanto, independiente, y el <<muchacho>>, que él mismo constituye en figura de la comunidad. Ésta es, por una parte, varón adulto, es decir, hombres acabados por el Espíritu (3,5.6 Lects.; cf. 6,10); por otra, ante la humanidad, el grupo de discípulos se presenta sin pretensiones ni poder, sino como una comunidad al servicio de todos.

Los números cinco y dos, que sumados dan siete, indican una totalidad: todo lo que tienen se pone a disposición para ser distribuido.

La mención de los panes de cebada y la respuesta de Andrés están inspiradas en 2 Re 4,42-44 <<Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo ´Dáselos a la gente, que coman´. El criado replicó: ´¿Qué hago yo con esto para cien personas?´Eliseo insistió: ´Dáselos a la gente, que coman, porque así dice el Señor: Comerán y sobrará´. Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor>>.

Este pasaje explica varios detalles de la escena de Jn. En primer lugar, la especificación panes de cebada, que pone en relación las dos escenas. En segundo lugar, el tema del escepticismo (el criado/Andrés) y el de la insuficiencia, que, prodigiosamente, se resuelve. Además dará pie al reconocimiento de Jesús por parte de la gente como <<el Profeta>> (6,14) mayor que Eliseo.

Jn 6,8

 Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro.

En el grupo se hace oír otra voz, la de Andrés, ya conocido, uno de los discípulos de Juan Bautista que se pasaron a Jesús y se quedaron a vivir con él (1,35ss). Entre los discípulos mencionados por su nombre representa la plenitud de la experiencia cristiana (1,39b Lect.). Es el hermano de Simón Pedro.

Con la mención de éste aparecen en la escena los tres discípulos principales que entraron en contacto con Jesús al principio (1,35-51, además del discípulo innominado y Natanael, figura exclusiva). Así como Felipe, en su respuesta a Jesús, ha mostrado una vez más su concepción mesiánica de continuidad con el pasado (1,45), y Andrés, el que se quedó a vivir con Jesús (1,39), va a mostrar su disposición al amor de obra (6,9), queda en suspenso la figura de Simón Pedro, al que no se atribuye papel alguno, como tampoco lo tuvo en 1,43. Su figura, cuyo significado personal se revelará a partir de la Cena deberá tenerse presente en las vicisitudes descritas en el episodio. Como representante del grupo, será él quien, al final de sta sección (6,68s), reafirme la mesianidad de Jesús.

Jn 6,7

 Felipe le contestó: <<Medio año de jornal no bastaría para que a cada uno le tocase un pedazo>>.

La respuesta de Felipe revela su desaliento; ni con medio año de jornal (lit. doscientos denarios, siendo un denario el jornal de un obrero) no se puede dar ni un pedazo a cada uno; no bastan. Ateniéndose a los principios de la sociedad, resulta imposible a los discípulos satisfacer la necesidad de los pobres. Felipe, que no ve más horizonte, confiesa su impotencia; no se puede hacer nada. Además, la cantidad considerable de dinero que él ha calculado, y que está fuera del alcance del grupo, no bastaría en realidad para cubrir la necesidad, sino solamente para engañar el hambre (un pedazo). Para Felipe, el éxodo fracasa.

Jn 6,5b-6

 se dirigió a Felipe: <<¿Con qué podríamos comprar pan para que coman éstos?>>. (Lo decía para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer).

Ante esa multitud Jesús plantea una cuestión a un discípulo, precisamente a Felipe, el que, reconociéndolo por Mesías, concebía su mesianismo como un calco de los conceptos tradicionales. Felipe, reconociendo en Jesús al Mesías, no creía en su novedad; era para él un continuador del pasado (1,45b Lect.).

La gente necesita comer. El que lleva en sí vida (1,4), el que la promete (4,14) y dispone de ella (5,26) se preocupa de lo necesario para vivir. La escena posee rasgos que recuerdan episodios del Éxodo. Como allí en el desierto, se plantea el problema de la subsistencia, que había sido una tentación para los israelitas, haciéndoles añorar la esclavitud de Egipto. En Éx 16,1-4 Dios mismo responde a la protesta del pueblo, pero se hace rogar. En la escena de Jn, Jesús previene la necesidad del pueblo y sale a su encuentro; muestra así el amor fiel.

La época de Israel en el desierto fue un tiempo en que hubo de mostrar su fidelidad a Dios. El tema de la prueba recurre a lo largo de aquella historia; el pueblo pone a prueba a Dios (Éx 17,2.7), pero, con más frecuencia, es Dios quien pone a prueba al pueblo, para constatar su fidelidad a él y a sus preceptos (Éx 15,25; 16,4; cf. Dt 33,8; Éx 20,20). En su situación de éxodo, Jesús pone a prueba a Felipe, el discípulo a quien él mismo ha invitado a seguirlo y, por eso, en cierto modo, prototipo de todos lo que él llama.

Jesús enfrenta a Felipe y, con él, a la comunidad, con la realidad que tiene delante: existe una multitud que, atraída por la persona y la actuación de Jesús mismo, se ha sumado al éxodo iniciado por él, es decir, desean verse libres de la opresión. Se plantea como problema la subsistencia de esas personas, que no pueden bastarse por sí mismas. Jesús pone a prueba a Felipe abordando directamente la cuestión del dinero como medio para subvenir a la necesidad: ¿Con qué podríamos comprar pan para que coman éstos? La pregunta distingue dos grupos, Jesús y los suyos (podríamos) y la gente que se ha acercado (éstos). Expresa el plural de la comunidad en la que él se incluye. La frase no refleja, pues, un diálogo entre Jesús y la comunidad, sino en el interior de ella, donde se percibe la presencia de Jesús. Éste no se coloca frente a los suyos, creando una alteridad, se integra en su grupo llevándolo al discernimiento comunitario.

El tema del dinero ha aparecido ya en el evangelio. El culto al dinero había desplazado a Dios del templo, y tal ha sido la primera denuncia hecha por Jesús (2,16). El dios de la institución religiosa es el tesoro (8,19-20 Lect.). Éste la ha convertido en espacio de muerte y mentira (8,44), y a eso se debe el éxodo de Jesús. No es extraño que la prueba que él pone a los suyos pretenda constatar su actitud en este punto. Quiere ver si entienden la liberación que él trae, si comprenden la ley del amor y la ruptura que supone su llamamiento.

El dinero y el sistema económico explotador que han dejado atrás son los causantes de la injusticia y del hambre. Se esperaba la justicia y la abundancia para los tiempos mesiánicos, y Jesús, ya reconocido por Mesías (1,41.45.49), quiere ver cómo los concibe Felipe, si éste sigue o no en los antiguos esquemas.

En el contexto, <<comprar>> significa obtener el bien radical, imprescindible para la vida (pan = alimento), a cambio de dinero, no necesario para la vida. Supone un sistema económico en el que alguien (el vendedor) dispone del alimento en abundancia, pero que no lo cede sino bajo ciertas condiciones, dictadas por él mismo (precio). Este sistema crea ineludiblemente la dependencia. La vida (= el alimento) no está directamente al alcance del hombre, sino mediatizada por ciertos individuos que detentan el control. Jesús no acepta tal estructura, pero quiere apreciar hasta qué punto la aceptan sus discípulos.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25