viernes, 30 de junio de 2023

Jn 17,19

 <<y por ellos me consagro yo mismo, para que también ellos estén consagrados con verdad>>.

Jesús estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36); sin embargo, afirma ahora que se consagra él mismo por sus discípulos. Esta última expresión, por ellos, evoca su muerte (10,11: el pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas, cf.10,15; 11,54: que un solo hombre muera por el pueblo, cf. 11,51s; 15,13: dar la vida por sus amigos). La consagración de que habla Jesús es su muerte.

Para conciliar la doble afirmación hay que comprender cómo se coordinan la acción de Dios y la del hombre. La antigua consagración o unción con aceite se recibía pasivamente y confería un rango. La consagración con el Espíritu exige la colaboración.

Por parte de Dios, la consagración consiste en capacitar para la misión que él confía; por parte del que la recibe, en aceptarla y comprometerse a llevarla a cabo. El cumplimiento será progresivo, hasta llegar a su término.

Por parte de Dios, por tanto, la consagración se identifica con la comunicación del Espíritu. Por parte de Jesús, el Consagrado por Dios (6,69), ese don recibido, fuerza de vida y amor, se va manifestando en su actividad en favor del hombre. La muerte, su don total, será la aceptación total del Espíritu, llevando a su última consecuencia su dinamismo de amor a la humanidad. Así termina Jesús su propia consagración. Un don no llegar a ser tal hasta que es aceptado. La muerte de Jesús, mostrando la aceptación del don hasta lo último, le dará su realidad plena y definitiva.

Su muerte hará posible la consagración de los discípulos, pues ella les hará ver cuál es el máximo del amor (13,1) y por ella recibirán el Espíritu. Quedarán así consagrados, es decir, capacitados para recorrer el camino hacia el Padre (14,6), con y como Jesús, hasta llegar a la respuesta total

Jesús no propone un seguimiento voluntarista. Él no da únicamente ejemplo, sino la fuerza para seguirlo. No es sólo maestro, sino, sobre todo, salvador. Únicamente a partir de su acción (consagración inicial) se puede recorrer su camino (consagración realizada).

Se ve de nuevo (17,17b Lect.) que con el símbolo de la consagración en sus dos aspectos, inicial y final, se recogen las metáforas del prólogo <<nacer de nuevo>> y <<hacerse hijos de Dios>> (1,12.13).

Jn 17,18

 <<Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo>>.

La consagración de los discípulos, como la de Jesús, tiene por objetivo la misión (10,3l6; 17,3: a tu enviado, Jesús Mesías). Los discípulos no forman un grupo que se aísla, desentendiéndose de la realidad que los circunda e indiferente al dolor del hombre. Han de constituir la alternativa que ofrezca a todos libertad y vida. Desde la unión con el Padre y Jesús (14,23; 17,11c) y como miembros de la comunidad de amigos dispuestos a dar la vida (15,13), entran en la sociedad, llevando como testimonio la experiencia de vida y alegría (17,13) y la entrega al bien del hombre (9,4). La misión ha de producir fruto y fruto que dure (15,16). Es tan necesario, que el Padre corta el sarmiento que no lo produce (15,2). No existe vida cristiana sin la actividad de la misión. Tienen que sacar a los hombres del mundo, proclamando el mensaje del Padre (17,6), entrar en el <<atrio>> para echar fuera a las ovejas víctimas de la explotación (10,2s).

La misión de los discípulos tiene el mismo fundamento que la de Jesús: la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias: la persecución por parte del mundo hostil (15,18-25; 16,1-4a). El amor del Padre, que ha brillado en Jesús, ha de brillar igualmente en los suyos (17,10).

Jn 17,17b

 <<verdad es el mensaje tuyo>>.

Es el mensaje del amor (17,6.17), las exigencias transmitidas por el Padre a los discípulos (17,8). La consagración de los discípulos se verifica, pues, por la práctica del amor que es fruto del Espíritu en ellos. No es una consagración estática, sino dinámica; la experiencia inicial (1,13: nacer de Dios) se va desarrollando hasta llegar a su meta (1,12: hacerse hijos de Dios).

El Espíritu separa al hombre del mundo injusto haciéndolo entrar en la esfera divina, el lugar donde está Jesús (1,38s; 7,34; 12,26; 14,3). Pero el Padre no pide al hombre nada para sí; lo impulsa, en cambio, a entregarse a los demás; tal es el mandamiento.

Al definir la noción de culto, había expresado Jesús la misma idea: Dios es Espíritu (4,24), es decir, fuerza de vida-amor, y los que lo adoran han de dar culto con Espíritu y lealtad, es decir, con la práctica del amor fiel hasta la muerte, según el mandamiento de Jesús. El Padre busca hombres que lo adoren así (4,23).

No hay dicotomía ni dispersión en la vida que propone Jesús: la esfera de Dios lleva a la esfera humana; el culto a Dios es el servicio al hombre, el Espíritu de Dios potencia y desarrolla al hombre (4,14).

La verdad que consagra es el mensaje del amor y la vida. La frase alude, sin duda alguna, a Sal 118,42 (LXX): verdad es tu Ley (Lect. var.; es tu palabra/mensaje). Jesús ha sustituido la antigua Ley por la entrega al bien del hombre: ésa es la verdad del Padre. La consagración realiza en el discípulo el amor leal, que había de existir por medio de Jesús Mesías (1,17).

Jn 17,16-17a

 <<No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. Conságralos con la verdad>>.

Jesús expresa de nuevo la ruptura de los discípulos correspondiente a la suya propia; introduce así la petición siguiente, que constituye el punto culminante de esta oración.

Al pedir al Padre que consagre a los discípulos con la verdad, ésta toma el lugar de la unción ritual. Los términos emparentados: <<santo, consagrado, consagración>>, son escasos en Jn. <<Santo>> se aplica en primer lugar al Espíritu (1,33; 14,26; 20,22) y, como se ha visto, significa al mismo tiempo santo y santificador, el que está separado y el que separa (14,26). Se aplica a Jesús, el consagrado por Dios (6,69; 10,36: a quien el Padre consagró y envió al mundo). Este hecho funda su título y actividad de Mesías (10,24), su función histórica de liberación y fundación del nuevo pueblo (11,50-52). Finalmente, se ha aplicado al Padre (17,11b), del que procede el Espíritu (15,26) y es fuente de toda consagración; él consagró a Jesús para su misión (10,36) y posee la plenitud que sólo él puede comunicar.

Jesús pide al Padre que consagre a los discípulos de manera semejante a la suya, es decir, para una misión.

La consagración de Jesús se ha hecho por el Espíritu que permanece sobre él como unción mesiánica (1,32 Lect.). Pero el Espíritu Santo es, al mismo tiempo, el Espíritu de la verdad (14,17; 15,26; 16,13); existe, pues, una relación entre consagración y verdad; Jesús la enuncia en este pasaje.

El Espíritu es la vida-amor del Padre, es principio de vida (3,6); al ser comunicado al hombre, lo hace nacer de nuevo, dándole el amor que responde al de Jesús (1,16). Produce una nueva experiencia de vida que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31-32 Lect.). <<La verdad>> es, por tanto, la realidad de Dios en Jesús, su amor sin límite, conocido por experiencia y de alguna manera formulado. Ese amor, en cuanto recibido, es el Espíritu.

<<Consagrar con la verdad>> significa, por tanto, comunicar el Espíritu que hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre (14,17; 14,16-17a Lect.).

El Padre, que es Espíritu (4,24), consagra comunicando (1,32) o haciendo participar de su Espíritu (3,6: Del Espíritu nace espíritu). La consagración se hace para una misión (10,36: A quien el Padre consagró y envió al mundo), que realiza el designio de Dios, su obra salvadora con la humanidad. Por eso Jesús es el Consagrado por excelencia (6,69: El Consagrado por Dios), el Mesías (1,17) Hijo de Dios (1,34). La consagración de los discípulos viene del Padre (17,17), de quien procede el Espíritu (15,26); pero, como toda la obra del Padre, se hace por medio de Jesús (1,33: Él va a bautizar con Espíritu Santo; 20,22: Recibid Espíritu Santo), pues el Espíritu brotará de él (7,38s) traspasado en la cruz (19,34: el agua). Por eso puede Jesús enviar a los discípulos con una misión como la suya (17,18; 20,21).

Jesús pide que su comunidad participe de lo que es propio suyo: ahora, de la unción mesiánica para la misión mesiánica. Como Hijo, ha hecho a los suyos capaces de hacerse hijos de Dios (1,12; 17,2); en cuanto lugar de la gloria, la ha comunicado a la comunidad, que continúa manifestando al mundo la presencia del Padre (17,10). Ahora, para la misión, pide al Padre que los consagre con su misma unción, el Espíritu. La comunidad mesiánica recibe la consagración del Mesías y perpetúa su obra en la historia (9,9b Lect.). El óleo de consagración es la verdad, es decir, la experiencia del Espíritu. La evidencia de la vida que experimentan y la respuesta a su dinamismo de amor serán las que mantengan su autenticidad en medio del mundo. La petición de 17,11c: guárdalos unidos a tu persona, desemboca ahora en la misión. Son los dos aspectos inseparables de Jesús mismo: <<el Hijo>> (17,1), su relación con el Padre (= 17,11c: guárdalos unidos a tu persona), y <<el Mesías>> (17,3), su misión en la humanidad (=17,17: conságralos con la verdad).

Jn 17,15

 <<no te ruego que te los lleves del mundo, sino que los guardes del Perverso>>.

La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material. Los discípulos han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de desempeñar su misión (17,18). Esta petición de Jesús corresponde a la constatación hecha anteriormente: Ellos van a estar en el mundo (17,11). Pero ese contacto ineludible con el sistema perverso no debe contaminar a los discípulos; éstos no deben ceder a su amenaza o a su halago.

<<El Perverso>> es una nueva denominación de <<el Enemigo>> (8,44; 13,2), <<Satanás>> (13,27), el dios-dinero, principio inspirador (8,44: Padre) del sistema de injusticia. Él ha hecho de Judas un enemigo (6,70s), ladrón (12,6; cf. 10,1.8.10), mentiroso (12,6; cf. 8,55) y homicida (13,30; cf. 8,40; 11,53), llevándolo a la muerte definitiva (17,12). Es él quien inspira el modo de obrar perverso propio del mundo injusto (7,7). Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal, los antípodas del amor al hombre, llevaría a los discípulos a ser cómplices de la opresión; sería el fin de la comunidad de Jesús, que se habría pasado a las filas del <<mundo>>. Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro ser solidaria de la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.

Jn 17,14

 <<Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo>>.

El Padre había entregado los discípulos a Jesús sacándolos del mundo (17,6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre, que es el del amor, llevando a cabo su separación. Los discípulos, que han venido cumpliendo el mensaje (17,6), se han situado fuera de esa esfera.

Esta nueva realidad suscita el odio del mundo, al comprobar que los que han seguido a Jesús han desertado de sus filas (15,18-25). El mundo intenta disgregar suprimiendo el amor, fuerza que congrega y mantiene la unión de los discípulos.

Como Jesús no pertenece al mundo, así tampoco sus seguidores, que recorren su mismo camino con las mismas consecuencias (15,18-19).

domingo, 18 de junio de 2023

Jn 17,13

 <<Pero ahora me voy contigo, y hablo así en medio del mundo para que estén colmados de mi propia alegría>>.

Menciona Jesús de nuevo su marcha, que ocasiona su oración. El tema de la alegría ha aparecido ya en el discurso de la cena en varias ocasiones; con una formulación casi idéntica, en 15,11: Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia alegría, y así vuestra alegría llegue a su colmo.

Era la alegría del que recoge fruto y experimenta el amor de Jesús y del Padre (15,11 Lect.). La condición para ello era mantenerse en el amor de Jesús por la práctica de sus mandamientos (15,10). Aquí, una vez que ha pedido al Padre que los guarde unidos a su persona para que sean uno (17,11b), es la alegría de saberse queridos por el Padre, que los hará objeto de su solicitud (cf. 15,1); ve Jesús en esa unión la promesa del fruto, que causará ulterior alegría. Se insinúa lo que va a ser explicitado después: será la unión entre los discípulos la que mueva el mundo a creer en Jesús como enviado del Padre: así recibirán los hombres la vida definitiva (17,2).

La unión de los discípulos en el ámbito del Padre supone la experiencia continua de su amor (el Espíritu), que los lleva a la actividad del amor con los demás. Ese flujo de vida incesante recibida y comunicada es la causa de la alegría y crea el ambiente de fiesta propio de la Pascua que va a inaugurar el Cordero de Dios.

Jn 17,12b

 <<y los protegí; ninguno de ellos se perdió, excepto el que iba a la perdición, y así se cumple aquel pasaje>>.

La solicitud de Jesús por el grupo quedó tipificada en el episodio de los panes, cuando los discípulos desertaron de Jesús, marchándose a Cafarnaún, y él fue a buscarlos andando sobre el agua (6,16-21). Su amor (13,1) no ha sido en vano. Sólo una excepción se ha producido, la del traidor, que no había aceptado nunca el mensaje de Jesús; éste sabía desde el principio que lo iba a entregar (6,64). Judas no ha practicado el amor, mostrado en el compartir (6,11 Lect.); al contrario, era ladrón (12,6), enemigo (6,70), como los dirigentes judíos, que tienen por padre al Enemigo (8,44). Nunca, ni aun en el último momento, ha respondido al amor de Jesús. Éste ha respetado su libertad y le ha testimoniado su amistad poniendo su misma vida en sus manos (13,26 Lect.), pero Judas ha sido incapaz de respuesta. Al rechazar la vida que le ofrece Jesús, él miso se pierde.

Jn no cita el pasaje que se cumple, pero el paralelo exacto con 13,18 muestra que se refiere al allí citado: El que come pan conmigo me ha puesto la zancadilla (Sal 41,10).

La mención del traidor en este lugar es un aviso a las comunidades. Pueden existir cristianos de nombre que no practiquen el amor, sino que vivan para su provecho personal. Prepara el párrafo siguiente: si durante la vida de Jesús, mientras él los protegía, un discípulo se ha perdido, ahora que Jesús se marcha siguen necesitando protección.

Jn 17,12a

 <<Mientras estaba con ellos, yo los guardaba unidos a tu persona -eso que me has entregado->>.

El trato y unión de Jesús con los discípulos les ha abierto ya el acceso al Padre, que será completo y personal cuando reciban el Espíritu. Ellos tienen de él una experiencia externa, por su convivencia con Jesús; pero ha de llegar a ser interna (14,17). Esto es lo que Jesús expresa: hasta ahora, constituyendo el grupo y viviendo con él, los ha mantenido unidos al Padre, presente en él. De ahora en adelante, la situación cambia: la experiencia del Padre ha de ser interior, porque Jesús mismo, presencia del Padre, será una realidad interior en los discípulos. Tendrán por aglutinante esta experiencia que producirá la perfecta unidad (17,11d). Así llegan a su estado adulto.

Jn 17,11d

 <<para que sean uno como lo somos nosotros>>.

Aparece por primera vez el objetivo último de la oración de Jesús, que será desarrollado en la parte siguiente (17,21-23). Se formula siempre en términos de unidad: ser uno, como lo son el Padre y  Jesús; ser todos uno -como el Padre está identificado con Jesús y él con el Padre-, para que también los discípulos lo estén con ellos y el mundo crea (17,21); ser uno como lo son el Padre y Jesús -Jesús identificado con ellos y el Padre con Jesús-, para que queden realizados alcanzando la unidad (17,22s).

Para alcanzar este objetivo pide Jesús la protección del Padre (17,11c), que no consiste en sacarlos del mundo, sino en protegerlos del Perverso (17,15).

Por así decir, los medios internos son la consagración con la verdad, es decir, con el Espíritu (17,17); en otras palabras: la comunicación y la contemplación de la gloria (17,22.24); ésta equivale al conocimiento del Padre y de Jesús Mesías (17,3), que es la vida definitiva. Efecto de la unidad será la fe del mundeo (17,22.23).

Esta unidad había sido anunciada como una experiencia de identificación: Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros (14,20). La solicitud del Padre, labrador que cuida de su viña (15,1), tendrá como resultado la unidad perfecta, como la que Jesús mismo tiene con él.

Hasta ahora, ha sido Jesús quien ha hecho presente al Padre en la tierra (12,45; 14,9). En lo sucesivo será la comunidad unida la que muestre la existencia del amor leal. Jesús va transmitiendo a la comunidad sus propios atributos: él ha sido la manifestación de la gloria-amor del Padre; ahora será la comunidad (17,10), con su unidad perfecta, la que la manifieste. Jesús, el Hijo único, ha dado a los suyos la capacidad de hacerse hijos de Dios (1,12); será la comunidad de los hijos la que manifieste la gloria del Padre.

La comparación que hace Jesús de la unidad de los discípulos con la que existe entre él y el Padre elimina toda idea de dominio; se trata de la unidad de amor que identifica y compenetra.

El objetivo de la oración de Jesús es que exista la unidad, es decir, que sea realidad su alternativa y exista en medio del mundo la prueba visible del amor de Dios al hombre. Ella es el presupuesto de la misión y, en cierto modo, su término.

Jn 17,11c

 <<guárdalos unidos a tu persona -eso que me has entregado->>.

Como los discípulos están unidos a Jesús, la vid verdadera, de quien reciben vida (15,1-8), así han de mantenerse unidos con el Padre, permanecer en su ámbito. De este modo no cederán al mundo hostil que los rodea. La defensa contra él está en la unidad del grupo. Jesús pide al Padre que los mantenga unidos a su persona; pero no existe unión (2,19-21). Jesús expresa en otros términos lo que había dicho en su exhortación a los discípulos: Mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí (14,1). Sabe que la única garantía de unión con el Padre es la unión con él, y pide al Padre que asegure la adhesión de los discípulos a él mismo, el único lugar de encuentro con el Padre.

Este ruego de Jesús cumple el anunciado en 14,16-17: yo ... le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté con vosotros siempre, el Espíritu de la verdad. Lo que allí se expresaba como don del Espíritu, se formula ahora como presencia personal del Padre (guárdalos unidos a tu persona). La unión se realiza por la comunicación de su Espíritu, que, al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia.

Jn 17,11b

 <<Padre santo>>.

El apelativo <<Padre santo>> (hagie) prepara la petición final de esta oración: conságralos (hagiason) con la verdad. <<Santo>> significa originalmente <<separado>>, y conserva este sentido en cuanto el Padre se distingue del <<mundo>>, del sistema del pecado y de la muerte, y se opone a él. El adjetivo <<santo>>, al mismo tiempo que cualidad, significa actividad: <<santificador>>, el que atrae a su esfera, separando del mundo del pecado. Su calidad de <<santo>>> no lo retira, pues, de la realidad humana, sino que, por el contrario, lo hace intervenir en ella. Si el ser del Padre es el amor leal, su actividad como <<santo>> consistirá en manifestarlo, haciendo que el hombre salga de la esfera del pecado y de la muerte. La frase de 1,29: Mirad el cordero de Dios, el que va a quitar el pecado del mundo, anuncia la actividad santificador de Dios por medio de Jesús, y, de hecho, el pecado será quitado de la humanidad por la comunicación del Espíritu Santo (1,33), que saca al hombre de la esclavitud, dándole la condición de hijo (8,36 Lect.).

Jn 17,10b-11a

 <<en ellos dejo manifiesta mi gloria y no voy a estar más en el mundo; mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo>>.

El distintivo de la comunidad cristiana es que en ella brilla la gloria de Jesús (13,35). La comunidad ha de continuar manifestándola con la actividad de su amor por la humanidad entera, según la misión que el Padre confió a Jesús (3,17; 12,47). Es una comunidad donde el amor llega hasta el don de la vida (15,13) y constituye así un núcleo de amor por la humanidad, que manifiesta el amor gratuito de Dios. Perpetúa así su presencia entre los hombres.

<<El mundo>> conserva sus connotaciones negativas. Jesús se marcha con el Padre, pero los suyos se van a quedar en ese ambiente hostil (15,18-25) y seductor al mismo tiempo. Constituye un peligro por la amenaza que hace pesar y por la seguridad y comodidad que ofrece (12,42s).

Jesús ha enumerado los motivos de la petición que va a hacer. En primer lugar, que los discípulos pertenecen al Padre; a continuación, que en ellos deja manifiesto su amor; por último, que esa comunidad de amor, comienzo de la nueva humanidad, no tendrá ya el soporte de su presencia física; en cambio, va a verse sumergida en un mundo hostil que intentará hacerla desaparecer. La comunidad, sin el apoyo visible de Jesús, necesita una ayuda para conservar su identidad en medio del mundo, resistir a sus embates y seguir manifestando a los hombres el amor leal de Jesús y del Padre.

La petición que sigue va a exponer cómo el Padre mantendrá a la comunidad fiel a su llamamiento.

Jn 17,9-10a

 <<Yo te ruego por ellos; no te ruego por el mundo, sino por los que me has entregado, porque son tuyos (como todo lo mío es tuyo, también lo tuyo es mío)>>.

En el discurso anterior había dicho Jesús a los suyos: Ese día pediréis en unión conmigo; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo os quiere (16,26 Lect.). En las necesidades concretas, la comunidad pide en unión con Jesús; no habrá una auténtica mediación, porque el contacto con el Padre y su amor son inmediatos en su persona.

El ruego que hace ahora Jesús por los suyos no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio del mundo. Esta oración, válida para siempre, precede la existencia de su comunidad y la funda.

Jesús no ruega por el mundo, que, como de ordinario en el discurso de la cena (15,18-25; 16,8-11.20.33; 17,6.14.16.25), significa el orden injusto. Respecto a él, sólo puede pedirse que se destruya y desaparezca. La injusticia institucional, que se llama <<el mundo>>, es enemiga del hombre y, por tanto, de Dios. Jesús subraya su incompatibilidad con el sistema de muerte, cuyo jefe se acerca para quitarle la vida (14,30).

Los discípulos son del Padre y de Jesús. Existe entre ambos una comunidad total, efecto de su identificación (19,30.38; 14,11.20; 16,15; cf. 1,13 Lect.). Los discípulos son objeto del amor inseparable de ambos, y les pertenecen. <<Ser del Padre>> no significa propiedad, sino pertenencia a la familia: son los que viven en el hogar del Padre (14,2-3), unidos por el vínculo del Espíritu.

Al no rogar por el mundo y, en cambio, hacerlo por sus discípulos, Jesús distingue a los suyos del sistema injusto. Ellos forman la comunidad de la vida, reunida en torno al Padre y a Jesús. Traza así la frontera entre la zona de la vida-luz y la de la tiniebla-muerte (1,4-5).

domingo, 4 de junio de 2023

Jn 17,7-8

 <<Ahora ya conocen que todo lo que me has dado procede de ti; porque las exigencias que tú me entregaste se las he entregado a ellos y ellos las han aceptado, y así han conocido de veras que de ti procedo y han creído que tú me enviaste>>.

En el centro de este pasaje se encuentra la razón que hace saber y conocer: las exigencias ... las han aceptado. Hay una decisión de la voluntad, aceptar las exigencias, que precede al conocimiento y es condición para él.

En relación con el versículo anterior, la aceptación de que aquí se habla señala el momento inicial del cumplimiento del mensaje (17,6). La relación entre <<el mensaje>> y <<las exigencias>> es la de lo particular a lo general; <<las exigencias>> expresan la práctica del mensaje (14,10; 15,7; 3,34 Lect.; 6,63). El plural indica que el mensaje ha sido aceptado no como un principio teórico, sin previniendo la multiplicidad de sus implicaciones.

Repite aquí Jesús el principio enunciado en la controversia del templo: El que quiera realizar el designio de Dios, apreciará si esta doctrina es de Dios o si yo hablo por mi cuenta (7,17). La misma precedencia de la decisión respecto al conocimiento la expresó dirigiéndose a los Judíos que le habían dado crédito: Para ser de verdad mis discípulos tenéis que ateneros a este mensaje mío: conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (8,31). No hay conocimiento sin previa decisión de la voluntad, no se sale de la duda sin comprometerse por el bien del hombre.

No se puede conocer a Jesús ni dale adhesión sin darla al hombre; su mandamiento y sus exigencias se refieren al amor de los demás; sus obras, que son el argumento decisivo para probar la autenticidad de su misión (5,36; 10,38; 14,11), no son obras para honrar a Dios, sino para ayudar al hombre. Los discípulos han llegado a la certeza porque han aceptado la exigencia del amor; entonces han conocido el origen de Jesús y han creído en su misión.

Este pasaje está en relación con 3,33s: Quien acepta su testimonio pone su sello, declarando: <<Dios es leal>>; y es que el enviado de Dios propone las exigencias de Dios, dado que comunican el Espíritu sin medida. Al aceptar las exigencias y llevarlas a la práctica, los discípulos experimentan la acción del Espíritu en ellos: esto los convence de la misión divina de Jesús y de que lo que tiene procede del Padre.

La certeza de la fe no se funda, por tanto, en un testimonio externo, sino en la experiencia de vida (el Espíritu) que comunica la práctica del mensaje de Jesús, creando la comunión con él. Apoyada en esta evidencia, la fe no necesita más prueba y puede resistir todo ataque. Aparece de nuevo implícitamente lo que es la verdad: la evidencia de la vida experimentada.

Esta fe, por otra parte, que se refiere a Jesús, lo acepta plenamente, descubriendo el origen divino de su persona y misión (que de ti procedo ... y que tú me enviaste); se descubre además que no hay en Jesús nada que no proceda de Dios, que cada aspecto de su persona, mensaje y modo de obrar refleja exactamente lo que es el Padre (8,29: la prueba es que yo hago siempre lo que a él le agrada; 12,50: lo que yo propongo, lo propongo exactamente como me lo dejó dicho el Padre; 14,24: El mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del que me mandó, del Padre; 14,30: Que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que me mandó). Se llega así, a través de Jesús, a conocer el único Dios verdadero (17,3).

Jn 17,6b

 <<tuyos eran, a mí me los entregaste y vienen cumpliendo tu mensaje>>.

Eran del Padre porque habían respondido a su ofrecimiento; pero el Padre se manifiesta en Jesús y actúa por su medio; a él se lo entrega todo, pues él ha de llevar a cabo la obra salvadora (17,2; cf. 3,35; 13,3).

Los discípulos van cumpliendo el mensaje del Padre, que es el de Jesús (14,24: y el mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del que me mandó, del Padre.). Es el mensaje del amor (14,24 Lect.), cuyo cumplimiento realiza el designio de Dios sobre el hombre.

Jn 17,6a

 <<He manifestado tu persona a los hombres que me entregaste sacándolos del mundo>>.

Jesús es la manifestación o epifanía del Padre. Siendo él la luz que brilla e ilumina (1,5.9), llega para manifestarse a Israel, como revelación última y definitiva de Dios que hace culminar la revelación profética; Juan, su último representante, tiene como misión no sólo hablar en nombre de Dios, sino señalarlo presente en Jesús en medio del pueblo (1,26.31). Jesús es la revelación del Padre, porque lo que él contiene y manifiesta, lo que la comunidad contempla, es la gloria del Padre que lo llena (1,14) y que, al ser su propia riqueza, herencia recibida del Padre, es su propia gloria (2,11).

La gloria-amor que en él reside es principio de actividad; por eso, a través de su persona, se manifiestan las obras del Padre, o, en otros términos: el Padre, actuando a través de Jesús, se manifiesta en el hombre (9,3). Por eso, ver a Jesús es ver al Padre (12,45; 14,9).

Jesús, que ha venido a manifestarse a Israel (1,31), se niega a manifestarse al <<mundo>> (7,4; 14,22), ya que éste, por su modo de obrar, rechaza la paternidad de Dios y acepta la del Enemigo (8,23.44). Quien, en cambio, practica la lealtad al hombre manifiesta que sus obras están realizadas en unión con Dios (3,20). Estos son los que el Padre entrega a Jesús.

La llamada del Padre hace romper con el mundo, el sistema de injusticia y de muerte esa ruptura es completada por la elección de Jesús (15,19). Pertenecer al <<mundo>> es el pecado (8,23.44a Lects.). Quien, escuchando la llamada del Padre, sale del <<mundo>>, se suma al éxodo de Jesús (8,12).

Jn 17,5b

 <<la gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia>>.

Jesús es la realización del proyecto divino sobre el hombre. Este proyecto, anterior a la creación, era el Hombre-Dios (1,1c Lect.) lleno de la gloria del Padre (1,14), el Dios engendrado (1,18). Pide ahora al Padre que llegue a su realización perfecta con la demostración plena de su capacidad de amar y de comunicar vida (cf. 20,28).

Siendo Jesús el cumplimiento del proyecto creador, la creación, que estaba aún en proceso, llega en él a su cumbre. Toda ella miraba a esta hora de Jesús, en la cual va a darse la plena manifestación de la vida en el hombre por el acto de amor total.

El texto expresa la predestinación de Jesús. El proyecto inicial (1,1) no había de verificarse en cualquier hombre, sino precisamente en él: el Hombre-Dios se identificaba con Jesús mismo. Por eso, en este evangelio, Jesús no tiene <<prehistoria>>: cuando aparece por primera vez (1,35) es ya el Hijo de Dios (cf. 1,34) que ha recibido la plenitud del Espíritu. A esta relación sin paralelo del Padre con Jesús corresponde la denominación <<el Hijo único>> (1,14; 3,18), de cuya plenitud participan los que lo aceptan (1,16), para llegar a ser <<hijos>> (1.12).

El proyecto inicial, personificado en Jesús, era la concreción de la gloria del Padre. Ahora va a manifestarse esa gloria/amor presente en el Hijo único.

Jn 17,5a

 <<ahora, Padre, manifiesta tú mi gloria a tu lado>>.

Jesús vive un proceso histórico que, a partir de su llegada (1,11.15.27.30), se desarrolla en una actividad y termina con su marcha (13,1). Desde el punto de vista de su unión con el Padre, nada cambia, pues ésta es plena desde el principio (1,32), pero Jesús va actualizando con su actividad la respuesta al amor (= el Espíritu) que el Padre le comunica en plenitud; su muerte será la expresión de su respuesta total y definitiva.

Jesús pide que su muerte manifieste el amor solidario del Padre y suyo al hombre, que sea la prueba indiscutible de que su propia obra y amor son los del Padre. La adición: a tu lado, indica el carácter definitivo de esa manifestación; será la acogida del Padre como final del itinerario de Jesús (13,3: Consciente ... que de Dios procedía y con Dios se marchaba; cf. 16,10) y el estado definitivo de unión con el Padre, que manifestará permanentemente la gloria del Hijo; ésta será la que la comunidad contemple (17,24). Esta manifestación perpetua del amor demostrado en la cruz, cuyo don es el Espíritu, quedará simbolizada por el costado abierto después de la resurrección (19,34; 20,20.27).

Jn 17,4

 <<Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar>>.

Jesús da remate a la obra del Padre en primer lugar en sí mismo. La manifestación de su amor hasta el extremo acaba en él mismo la obra creadora e inaugura el mundo nuevo y definitivo (19,30).

Así, con su muerte-exaltación realiza el designio del Padre (4,34), dando vida definitiva a los que el Padre le entrega (6,39.40); a esto tendía su actividad, que continuaba el trabajo creador (5,17.26); la lleva a término infundiendo el Espíritu (19,30.34; 20,22).

La nueva condición del hombre, que lo sitúa frente al Padre en relación de hijo, semejante a la de Jesús (20,17), lo transforma, situándolo consecuentemente en una nueva relación con el mundo y con los demás hombres. Por ser hijo de Dios, participa de su libertad y de su dominio sobre el mundo; respecto al hombre, se sitúa en igualdad radical, fundada en la condición común de hijo de Dios, dada por el Espíritu; al mismo tiempo, en relación de solidaridad total, cuyo fundamento es el dinamismo del Espíritu, que impulsa a la entrega.

La actividad de Jesús ha manifestado ser él el prototipo de esa nueva condición (el Hombre): sus señales las ha realizado en los hombres, dándoles libertad (5,1ss), amor que comparte (6,1ss), plenitud humana (9,1ss), vida definitiva (cf. 11,44).

Jn 17,3

 <<y ésta es la vida definitiva, que te conozcan personalmente a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús Mesías>>.

La vida que Jesús quiere comunicar al hombre consiste en el conocimiento personal e inmediato del Padre, único Dios verdadero (cf. 20,17). Siendo <<Padre>> un término relativo (17,1b Lect.), conocer a Dios en cuanto tal es un hecho necesariamente relacional, de experiencia, no únicamente intelectual. Sólo puede conocer a Dios como Padre quien respecto a él es hijo. La vida definitiva implica, pues, ser hijo del Padre.

Este conocimiento es el correlativo en el hombre de la manifestación de la gloria del Padre, su amor o Espíritu. Jesús lo recibe del Padre y así es el Hijo (1,32-34); el hombre, a su vez, lo recibe de Jesús, y el Espíritu crea también en él la relación de hijo. Al aceptar ese amor como norma el hombre se hace semejante a Jesús (1,16).

También la relación de Jesús con el Padre se describe en términos de conocimiento, que significa la intimidad del amor (10,14-15 Lect.), y tal es la relación de los suyos con él (10,14). Es la experiencia descrita por Jesús en 14,20: aquel día experimentaréis (conoceréis) que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros.

El Padre dador de vida es el único Dios verdadero. Todo Dios que establece con el hombre una relación señor-siervo es falso. El Padre no se impone al hombre, sino que lo acaba y lo capacita comunicándole su misma vida por medio del Espíritu-amor.

La adición: y a tu enviado, Jesús Mesías, muestra que el conocimiento del Padre es inseparable del de Jesús, que realiza su presencia (14,6.9). Él se ha definido como <<el Hijo>>, mostrando su relación con el Padre (17,1); ahora se designa como <<Mesías>>, significando su misión histórica respecto a los hombres. Es el liberador que efectúa el nuevo éxodo (8,12) y constituye la nueva comunidad humana, haciendo posible la salvación.

Es la primera vez, desde el prólogo (1,17), que aparecen asociados nombre y misión histórica: Jesús Mesías; allí se expuso cuál era su obra mesiánica: el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías. Él, como Mesías, la realiza en el hombre, comunicándole el Espíritu (1,17 Lect.).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25