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jueves, 27 de julio de 2023

Jn 19,19

 Pilato escribió además un letrero y lo fijó en la cruz; estaba escrito: <<Jesús el Nazareno, el rey de los judíos>>.

El letrero de la cruz indica la causa de la condena. Al dictarlo, contradice Pilato la opción hecha por los sumos sacerdotes: el rey de los judíos no es el César, sino Jesús (19,15).

Vuelve a aparecer el título <<el Nazareno>>, el Germen, el vástago de David, pastor modelo que se ocupará de las ovejas maltratadas (18,5a Lect.; 10,11; cf. 5,3 Lect.). Este es el rey de los judíos, el Mesías anunciado; en él se cumplen las promesas. Él defenderá a los humildes del pueblo (Sal 72,4), pero no lo hará como rey poderoso, aclamado por las multitudes (12,13), sino como el Hombre levantado en alto, señal de vida y centro de atracción (12,32; cf. 3,14s; 8,28). Da la vida a manos del sistema injusto, pero no es un oprimido; al entregarse voluntariamente por el bien del hombre, siguiendo el dinamismo del Espíritu, muestra su libertad frente al sistema que lo quiere destruir. Jesús es más fuerte que él y, de hecho, es el juez del sistema que lo condena (12,31; 16,11). Él es el Soberano, por ser dueño de sí mismo y disponer de su vida. El Espíritu, que lo ha consagrado Mesías (1,32; 10,36), la fuerza que constituye su <<poder>>, lo hace más poderoso que la muerte. Ante esta fuerza, el Espíritu, el hombre no tiene que profesar sumisión; al contrario, los suyos la reciben de su rey, para hacerse libres y reyes como él. La consagración no es sólo un privilegio personal como la antigua, sino un bien comunicable (17,16-17a Lect.).

La expresión estaba escrito es la clásica para designar los textos de la antigua Escritura. Este letrero describe el contenido de la nueva, que no es para ser leída, sino contemplada (1,14; 17,24; 19,35).

lunes, 3 de julio de 2023

Jn 18,19

 <<Entonces, el sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina>>.

La escena está en contraste con lo que ocurre en el patio; allí Pedro niega ser discípulo; aquí Jesús es interrogado acerca de sus discípulos. El sumo sacerdote es Anás (18,24), personificación del Enemigo que inspira la conducta opresora de los dirigentes judíos (8,44). Se omite en este momento su nombre: es el jefe supremo, que da origen al poder religioso-político, quien hace comparecer e interroga a Jesús.

Sabe quién es, pues ha hecho que lo detengan: le interesa ante todo conocer quiénes lo apoyan, el influjo de Jesús (sus discípulos); luego, la doctrina que propone.

Como sucedió en la condena de Jesús (11,47-53), el sumo sacerdote no hace la menor alusión a Dios; tampoco pregunta a Jesús por el origen o legitimación de su persona y doctrina (7,16). Después de la manifestación a la salida de Jerusalén (12,12ss), es público que el pueblo visto en Jesús al Mesías, al rey de Israel, enviado y representante de Dios (12,13: el que llega en nombre del Señor) que había de cumplir las profecías (12,34); Anás, por otra parte, lo ha hecho detener como al <<Nazareno>>, es decir, como a un pretendiente al mesianismo davídico (18,5a Lect.). Pero, el representante del poder no se hace eco de esa cuestión. Su preocupación es meramente política: proteger los intereses de la institución que ejecuta sus designios (11,47-50).

La entrevista no es un juicio, no hay formalidad jurídica alguna. La sentencia está ya dada (11,53).

viernes, 30 de junio de 2023

Jn 17,19

 <<y por ellos me consagro yo mismo, para que también ellos estén consagrados con verdad>>.

Jesús estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36); sin embargo, afirma ahora que se consagra él mismo por sus discípulos. Esta última expresión, por ellos, evoca su muerte (10,11: el pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas, cf.10,15; 11,54: que un solo hombre muera por el pueblo, cf. 11,51s; 15,13: dar la vida por sus amigos). La consagración de que habla Jesús es su muerte.

Para conciliar la doble afirmación hay que comprender cómo se coordinan la acción de Dios y la del hombre. La antigua consagración o unción con aceite se recibía pasivamente y confería un rango. La consagración con el Espíritu exige la colaboración.

Por parte de Dios, la consagración consiste en capacitar para la misión que él confía; por parte del que la recibe, en aceptarla y comprometerse a llevarla a cabo. El cumplimiento será progresivo, hasta llegar a su término.

Por parte de Dios, por tanto, la consagración se identifica con la comunicación del Espíritu. Por parte de Jesús, el Consagrado por Dios (6,69), ese don recibido, fuerza de vida y amor, se va manifestando en su actividad en favor del hombre. La muerte, su don total, será la aceptación total del Espíritu, llevando a su última consecuencia su dinamismo de amor a la humanidad. Así termina Jesús su propia consagración. Un don no llegar a ser tal hasta que es aceptado. La muerte de Jesús, mostrando la aceptación del don hasta lo último, le dará su realidad plena y definitiva.

Su muerte hará posible la consagración de los discípulos, pues ella les hará ver cuál es el máximo del amor (13,1) y por ella recibirán el Espíritu. Quedarán así consagrados, es decir, capacitados para recorrer el camino hacia el Padre (14,6), con y como Jesús, hasta llegar a la respuesta total

Jesús no propone un seguimiento voluntarista. Él no da únicamente ejemplo, sino la fuerza para seguirlo. No es sólo maestro, sino, sobre todo, salvador. Únicamente a partir de su acción (consagración inicial) se puede recorrer su camino (consagración realizada).

Se ve de nuevo (17,17b Lect.) que con el símbolo de la consagración en sus dos aspectos, inicial y final, se recogen las metáforas del prólogo <<nacer de nuevo>> y <<hacerse hijos de Dios>> (1,12.13).

viernes, 26 de mayo de 2023

Jn 16,19

 Notó Jesús que querían preguntarle, y les dijo: <<¿Estáis discutiendo porque he dicho: ´Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer´?>>.

Jesús repite su frase textualmente, como para inculcarla bien a los suyos. Conserva la misma diferencia de verbos, cuya contraposición indica dos modos de presencia y, correlativamente, dos modos de visión, la física y la propia de una experiencia espiritual.

El intervalo entre las dos visiones supone una ausencia de Jesús, como si se hubiera ocultado o hubiese muerto. Pero han de convencerse los discípulos de que su desaparición es momentánea, que pronto volverán a verlo. Como se ha dicho, la frase mira en primer lugar a la próxima muerte de Jesús, pero incluye las dificultades y aprietos de los suyos en la historia. La comunidad vive en medio del mundo, frente a un sistema perverso, y participa continuamente de dos realidades: la vida de Jesús y su muerte. La vida de Jesús que experimenta es una realidad interna e indefectible (14,19); externamente, sin embargo, se encontrará a menudo en circunstancias de lucha y muerte. El conflicto más o menos agudo entre la comunidad y el mundo tendrá sus momentos de dolor intenso. Es ahí donde el grupo cristiano ha de manifestar el amor del Padre, como Jesús, quien, en medio del paroxismo del odio, responde con amor (19,28 Lect.). La vida es ya en ellos una realidad, la muerte será solo el paso a una nueva etapa, pero entre tanto tendrán que seguir a Jesús, dispuestos a la entrega total (12,25; 21,19).

martes, 21 de marzo de 2023

Jn 13,19

 <<Os lo digo ya desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que yo soy lo que soy>>.

Su predicción tiene un propósito. Cuando llegue su muerte, verán ellos que la había aceptado voluntariamente. Como en otras ocasiones, la frase elíptica <<yo soy>> (8,24.28; cf. 1,20; 4,26) se refiere a la totalidad de su  misión como Mesías (1,20 Lect.), el enviado, salvador, liberador (8,12: la luz del mundo), el Hijo de Dios (1,34), la presencia del Padre entre los hombres (1,51; 12,45; cf. 14,9).

domingo, 5 de febrero de 2023

Jn 12,19

 A esto, los fariseos se dijeron entre ellos: <<Estáis viendo que no adelantáis nada; mirad, todo el mundo ha ido detrás de él>>.

Fuera de esta concentración, formada por Jesús y la multitud, queda el grupo fariseo, que no participa. Entre los dos polos: Jesús, la luz de la vida, y los fariseos, la tiniebla, se encuentra la multitud, que pasa de la tiniebla a la luz.

Ante el impacto que produce Jesús reaccionan los fariseos en el interior de su círculo (entre ellos). Su modo de hablar (no adelantáis nada, en vez de <<no adelantamos nada>>) muestra que no hacen simple comentario pesimista de la situación, sino que se echan unos a otros la culpa de lo que sucede. Ninguno se hace responsable. Están unidos contra Jesús, pero ante el fracaso se dividen (cf. 9,16).

La frase todo el mundo lleva la carga teológica del prólogo (1,9s). El mundo, la humanidad, puede reconocer la luz y abandonar las tinieblas, renunciando a su pecado (1,29: el pecado del mundo), la integración en un orden injusto (8,23 Lect.). Es Jesús quien ofrece la verdadera alternativa, y así quita el pecado. Los fariseos constatan que la multitud se marcha con Jesús: no forma un cortejo que se acerque a lo que ellos representan, sino una manifestación que se aleja para irse con el que ellos han condenado a muerte (11,47.53). Jesús introduce en la historia una dinámica de sentido contrario a la que existe; para ellos y sus sistema, significa la ruina.

La mención de los fariseos en este lugar prepara la de la Ley en 12,34. La multitud anhela la vida que existe en Jesús y en los suyos (Lázaro). Pero en su aclamación está latente un equívoco; Jesús intenta deshacerlo montándose en el borrico, pero ni si quiera sus discípulos lo comprenden. El pueblo espera un rey que haga justicia instalándose en el poder (el rey de Israel). Aunque están con Jesús, no entienden su programa. Él da vida al hombre desde dentro, dándole la fuerza del Espíritu. Ellos, en cambio, la esperan desde fuera, de la reforma hecha por un rey justo; no desean salir de su dependencia.

La multitud se ha ido con Jesús, pero sin abandonar sus propios ideales. Situación ambigua, que prepara la decepción.

viernes, 6 de enero de 2023

Jn 11,19

 y muchos judíos del régimen habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por el hermano.

Los judíos presentes en Betania, aunque no sean dirigentes, pertenecen al orden enemigo de Jesús, el de los que quieren matarlo (11,8; cf. 7,1; 8,59; 10,31.39). Sin embargo, dan muestras de amistad a esta comunidad de discípulos: no han visto en ellos una ruptura semejante a la que ha hecho Jesús. Se confirma el significado de la doble Betania. Mientras Jesús va a ver a Lázaro (11,15) para despertarlo (11,11), los judíos van a ver a las dos hermanas para mostrarles su solidaridad en la muerte, para ellos irremediable. Han ido a consolar a las hermanas, sin poderles ofrecer nada. Es Jesús quien les dará el verdadero consuelo. El hermano, sin el posesivo (su), define a Lázaro como un miembro de la comunidad cristiana (11,3: las hermanas).

domingo, 31 de julio de 2022

Jn 7,19

 <<¿No fue Moisés quien os dejó la Ley? Y, sin embargo, ninguno de vosotros cumple esa Ley. ¿Por qué tratáis de matarme?>>.

Jesús subraya su distancia respecto a la entera tradición judía, no se incluye entre los destinatarios de la Ley. De hecho, la época de la Ley ha pasado. En contraposición a Moisés, que dejó a los judíos la Ley, Jesús dejará a los suyos la gloria (17,22), el amor leal (1,17).

Moisés anunció la realidad que él representa (5,46), y basándose en él, va a demostrar a los dirigentes la incoherencia de su conducta con la misma Ley que profesan y se precian de observar. Afirma, ante todo, que ellos, sus custodios ante el pueblo, no la cumplen, porque la usan como medio de represión; así aparece en el propósito de matarlo, amparándose en ella.

Los dirigentes querían matar a Jesús por violar el precepto del descanso y hacerse igual a Dios (5,18). En esta ocasión, Jesús va a demostrarles con su misma Ley que no pueden acusarlo de violarla, pues los criterios que acaba de exponer (7,17s) están por encima de ella y han de guiar su interpretación. En otro momento refutará su acusación de hacerse Hijo de Dios (10,33ss). Su argumentación va a continuar, pero se produce una interrupción por parte de la gente que escuchaba.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Jn 3,19

 Ahora bien, ésta es la sentencia, que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso.

Jn va a desarrollar lo antes dicho, la causa de la exclusión de muchos (3,18). La luz que ha venido al mundo, de por sí lo ilumina todo. La luz es el Hijo, en su función salvadora de dar vida, como prueba del amor de Dios a la humanidad (3,16s); es Jesús como Mesías (cf. 8,12: Yo soy la luz del mundo: 12,35). Se confirma así una vez más la relación de toda esta perícopa con la escena del templo (2,13ss). Ha venido y se ha quedado en el mundo: presencia duradera de alcance universal.

La frase: La luz ha venido al mundo, está en paralelo y en oposición con la de Nicodemo: tú has venido de parte de Dios como maestro (3,2), al servicio de la Ley. Según la tradición rabínica, la Ley era vida y luz; su observancia daba vida al hombre y al pueblo, ella revelaba a Dios y su voluntad y servía de guía a la conducta.

Jesús levantado en alto toma su puesto: la conducta del hombre está guiada y juzgada por esta luz, el resplandor de su amor al hombre. Es ella la única norma y la que descubre la bondad o maldad de las acciones.

La presencia de la luz-vida en el mundo coloca al hombre ante la opción de aceptar la vida-luz o no aceptarla. La sentencia de exclusión se identifica con una opción de mala fe: viendo la luz, resplandor de la vida, que ha venido al mundo (1,4), los hombres (alusión a 2,24s; 3,1) han preferido la tiniebla, es decir, la muerte.

La tiniebla, como se ha visto en el prólogo (1,5), representa la ideología opresora que sofoca la vida del hombre, objetivada aquí en la institución judía denunciada por Jesús (2,14ss). Los hombres (3,19) son otra expresión para el mundo (3,16). La frase es hiperbólica; la totalidad denotada por los hombres significa la inmensa mayoría e incluye a los muchos que le dieron su adhesión durante las fiestas (2,23), a quienes Jesús no se confiaba (2,24), y, entre ellos, a los representados por Nicodemo (3,2: sabemos). Esta universalidad del rechazo contrasta con la del amor de Dios (3,16: así demostró Dios su amor al mundo), y fue expresada en el prólogo con una hipérbole equivalente (1,10: el mundo no la reconoció; 1,11: los suyos no la acogieron).

Antes de la venida de la luz estaba la humanidad en tinieblas. La mayoría de los hombres prefieren continuar en la muerte, renunciando a la plenitud de vida: ése es el pecado de la humanidad (1,29). Desprecian el amor de Dios, optan por la tiniebla. Esa opción constituye su sentencia. Son los hombres mismos los que la pronuncian.

Pero la opción tiene un motivo: porque su modo de obrar era perverso, en consonancia con la actividad malvada de la tiniebla, que intenta extinguir la luz (1,5), y con las obras malvadas del mundo u orden injusto que denunciará Jesús (7,7). El modo de obrar perverso consiste en el uso de la mentira y la violencia como medios de opresión (8,44: mentiroso y homicida). El imperfecto (era) indica una conducta precedente que no se quiere rectificar (cf. 2,18, el rechazo de los dirigentes ante la denuncia de Jesús). Explica Jn por qué los suyos no lo acogieron (1,11). Son los cómplices de la tiniebla, dirigentes o incondicionales del régimen injusto (= los Judíos), los que prefieren la tiniebla a la luz. Ellos encuentran en ese sistema su campo de acción; los opresores del hombre a cualquier nivel no aceptan la luz-vida. Los causantes de muerte rechazan el ofrecimiento del amor de Dios.

domingo, 29 de agosto de 2021

Jn 2,19

 Les replicó Jesús: <<Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré>>.

La palabra que usa Jesús, santuario, designaba la tienda del desierto y, en el moderno templo, la capilla que simbolizaba la presencia de Dios. Jesús es el santuario; como Hijo, asegura la presencia de Dios en el mundo y,  por tanto, tiene derecho a eliminar los obstáculos a ella.

Le han pedido una señal; él les da la de su muerte, que será su máximo servicio a la humanidad y la máxima manifestación de la gloria de Dios, es decir, de la presencia de su amor; la muerte hará de él el santuario único y definitivo.

Jesús los desafía a suprimir el templo que es él mismo; ellos lo matarán, pero no lograrán destruirlo; volverá a levantarlo en tres días. Movidos de su afán de lucro y de poder han quitado su validez al templo antiguo y van a intentar anular a Jesús. Matándolo, querrán eliminar la presencia de Dios. De hecho, lo condenarán por considerar que lo que hace, sus señales, constituyen un peligro para el templo (11,47s). La misma lógica que los había llevado a ahogar en éste la presencia de Dios les hace intolerable toda otra presencia suya fuera de él. Tratarán de eliminar la que brilla en Jesús. Pero Dios no es divisible; al matar a Jesús matarán para ellos toda presencia de Dios e invalidarán ellos mismos su propio templo, que perderá el derecho a llamarse tal (20,7 Lect.). El fin de los templos está ligado a la muerte de Jesús (cf. 4,21). Pero él va a rehacer la presencia de Dios que ellos suprimen. Él es quien la garantiza en el mundo, a pesar de ellos, que la destruyen por el comercio y el homicidio (cf. 8,44; 10,8.10).

La frase: en tres días lo levantaré, que alude a la resurrección de Jesús, debe compararse con la de 11,39, en la cual Marta, la hermana del difunto Lázaro, cree que la muerte es definitiva por llevar ya cuatro días en el sepulcro. El cuarto día, la descomposición del cadáver comienza a borrar sus rasgos. De ahí la creencia en la muerte definitiva a partir de ese día. Los tres días, más que una determinación temporal, significan, por tanto, una estancia transitoria, un estado que no adquiere carácter definitivo. La muerte de Jesús incluirá la continuidad de la vida.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Jn 1,19

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle: <<Tú, ¿quién eres?>>

La persona de Juan se da por conocida. De hecho, ha sido presentado en el prologo como <<un hombre>> (1,6) de aquellos para quienes la vida es la luz (1,4) y se han aducido sus credenciales (enviado de parte de Dios) y el objetivo de su misión (1,6-8). La presente perícopa enlaza con aquel pasaje del prólogo por la conjunción <<y>>, explicativa, y por el término <<testimonio>> (1,7: vino para un testimonio). Va a describirse el testimonio de Juan en medio del mundo donde la tiniebla ejerce su actividad maléfica (1,5). El testimonio allí anunciado en favor de la luz (1,7.8) se identifica con el que dará en esta pericopa sobre la presencia del Mesías (1,26s; cf. 8,12: Yo soy la luz del mundo). Pero, ante todo, en correspondencia con la declaración del evangelista (1,8: no era él la luz), Juan negará rotundamente que tal título pueda atribuirse a su propia persona.

Aborda a Juan una comisión investigadora de la autoridad central. Los dirigentes judíos que tienen a sus órdenes sacerdotes y clérigos, son las autoridades supremas, en lo religioso y político, de las que depende el personal del templo; de ahí la calidad de los delegados. Los clérigos o levitas, miembros de la tribu de Leví, pero no de la familia de Aarón, y, por tanto, ineptos para recibir el grado sacerdotal, desempeñaban diversas funciones en el templo, entre ellas las de vigilantes y guardias.

La figura de Juan se muestra ahora en primer plano, dando testimonio en una ocasión precisa, al ser interrogado por una comisión oficial. Este hecho indica que la actividad de Juan provocaba las sospechas de las autoridades judías. Según se ha visto en el prólogo, su misión: dar testimonio de la luz, consistía en despertar el deseo y la esperanza de la vida, preparando la llegada del que era la vida-luz; anunciar la posibilidad de una vida plenamente humana, como alternativa al régimen de la tiniebla. El hecho de que su actividad provoque la sospecha de las autoridades coloca a éstas en la zona de las tinieblas. En lugar de apoyar la labor de Juan, hombre enviado de parte de Dios (1,6), la miran con recelo; son un círculo de poder que está en contra del testigo de la luz-vida; son, por tanto, agentes de muerte. De hecho, Juan tendrá que cambiar de lugar y acabará en la cárcel (3,23s).

El interrogatorio comienza ex abrupto, autoritariamente, sin fórmulas de cortesía: Tú, ¿quién eres? (cf. 8,25). La pregunta, sin embargo, es cauta, evitando cogerse los dedos. Ellos no atribuyen a Juan ningún papel; quieren que él mismo declare sus intenciones.

En el ambiente de mesianismo exasperado propio de la época, la figura de Juan y su testimonio resultaban inquietantes.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...