domingo, 31 de julio de 2022

Jn 7,31

 Entre la gente, sin embargo, muchos le dieron su adhesión y decían: <<Cuando venga el Mesías, ¿va a realizar más señales de las que éste ha realizado?>>.

Sin embargo, una gran parte de la multitud que escucha queda convencida por sus palabras y se pone de su parte. Lo reconocen por Mesías y le dan su adhesión. Jesús les ha abierto los ojos: dejan las teorías para fijarse en los hechos. La gente conoce las acciones pasadas de Jesús; las han comprendido (señales) y aceptado como prueba de su mesianismo (5,36). El Mesías no se reconoce por referencias al pasado ni al futuro, sino al presente. Si de él se esperaba una liberación, Jesús ha mostrado ser el liberador del pueblo oprimido (5,1ss).

En paralelo con la situación inicial (7,12), la multitud está dividida respecto a Jesús. Sus declaraciones han llevado aquellas actitudes a sus últimas consecuencias. Había quienes estaban contra él, considerándolo heterodoxo (7,12b: extravía a la gente); ahora un grupo ha intentado prenderlo. Había quienes lo juzgaban favorablemente, apoyándose en su actividad (7,12a: Es una persona buena); ahora muchos le dan su adhesión, reconociéndolo por Mesías. El número de éstos es elevado, lo que suscitará la alarma de las autoridades.

SÍNTESIS

Destaca la situación de miedo en que vive el pueblo respecto a los dirigentes, temiendo expresar opiniones sobre Jesús. Se ve la presión ejercida por la ideología oficial. Su escudo es la Ley de Moisés que los dirigentes interpretan y mantienen como último criterio de bien y de mal.

En medio de esta falta de libertad, se alza la voz de Jesús que enseña en el templo, desafiando a la institución. Ante el contraste de su doctrina enuncia ante el pueblo dos criterios para distinguir quién habla en nombre de Dios y quien se aprovecha del nombre de Dios para oprimir al pueblo.

El primero es éste: Sólo quien está en sintonía con Dios, porque desea colaborar con su trabajo en favor del hombre, puede distinguir si una doctrina viene de Dios o no. Ninguna doctrina que de algún modo impida la realización del hombre puede autorizarse con el nombre de Dios.

El segundo criterio completa el primero: Quien de alguna manera busca con su doctrina ganar prestigio o gloria, ése no habla en nombre de Dios, pues no está de hecho en favor del hombre; llegado el momento, sacrificará al hombre a sus propios intereses. Sólo es de fiar quien, olvidando su propio interés, pone el bien del hombre como valor supremo y actúa en consecuencia.


Jn 7,30

 Intentaron entonces prenderlo, pero nadie le puso la mano encima, porque todavía no había llegado su hora.

La declaración de Jesús, que invalida el modo corriente de concebir al Mesías y acusa a los que lo profesan de no conocer de Dios, provoca dos reacciones diversas. Una parte de los oyentes intenta prenderlo. Sus palabras han suscitado en ellos un fuerte antagonismo; no están dispuestos a renunciar a sus convicciones ni toleran que sean puestas en tela de juicio. De hecho, no conocen a Dios (7,28) y por eso no aceptan a Jesús. La pretensión mesiánica de éste les resulta intolerable; quieren por Mesías al triunfador de aparición misteriosa y victoria inmediata.

No consiguen echarle mano, porque la hora de Jesús aún no ha llegado. Jesús dará su vida él mismo, cuando llegue el momento; ninguno se la quitará por la fuerza (10,18).

Jn 7,29

 <<Yo sí sé quién es, porque procedo de él y él me ha enviado>>.

Jesús, en cambio, conoce a Dios, porque procede de él (1,18.32; 3,31), y ése es el fundamento de su misión y actividad. Expresa aquí su propia experiencia de unión con el Padre, la experiencia de vida (cf. 6,57) propia del Hijo (3,34). No se puede saber quién es Dios sin ser hijo (17,3 Lect.). Ahí radica la diferencia entre el saber de Jesús y el que se atribuyen las escuelas de la Ley (1,18; 5,19 Lect.). Él ha aprendido del Padre (5,19s) y es el único que puede hablar de su designio sobre el hombre (6,39s; cf. 3,11.32).

Jn 7,28b

 <<aunque vosotros no sabéis quién es>>.

<<Vosotros>> incluye a todos los que comulgan con esas ideas, lo mismo pueblo que dirigentes. La ideología religiosa, que les oculta el amor de Dios por el hombre (2,6; 5,38 Lect.), les impide conocerlo y, en consecuencia, reconocer a su enviado.

Jn 7,28a

 Gritó entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo: <<¿Conque sabéis quién soy y sabéis de dónde procedo? Y, sin embargo, no he venido por decisión propia, sino que hay realmente uno que me ha mandado>>.

Jesús estaba enseñando. Ante aquellas creencias fantásticas que impiden a la gente reconocerlo como Mesías, reacciona enérgicamente para refutarlas. Opiniones que al principio fueron intentos de entender y explicar el plan de Dios se han convertido en verdades indiscutibles. En nombre de una interpretación, de una tradición, dictan a Dios la manera de actuar, le planean el futuro. Su acción tendrá que acomodarse a las creencias, o no se reconocerá por suya. Se elimina la espontaneidad del Espíritu, y no se reconoce su voz (3,8). El hombre perderá la verdadera oportunidad de poseerlo, cuando se presente como don libre de vida fuera de la red tejida por el hombre mismo. Tal va a ser la situación del pueblo destinatario de las promesas (12,40).

El grito de Jesús recuerda el de la Sabiduría (Prov 1,21s): (La Sabiduría) <<grita en lo más ruidoso de la ciudad, y en las plazas públicas pregona: ¿Hasta cuándo, inexpertos, amaréis la inexperiencia, y vosotros, insolentes, os empeñaréis en la insolencia, y vosotros, necios, odiaréis el saber?>>. Este aviso será continuado en 7,34: Me buscaréis, pero no me encontraréis (Prov 1,28). Jn presenta la actividad docente de Jesús (cf. 7,14ss.28; 8,20) como la de la Sabiduría que enseña (Prov 1,23ss.29).

Ellos piensan conocer a Jesús y saber su origen, mientras, como se ha visto, según las creencias, al Mesías no se le reconocería hasta el momento de su manifestación y su procedencia, como ellos piensan; su autenticidad depende únicamente de que sea enviado por Dios (no he venido por decisión propia), el portador del Espíritu (cf. 1,32: Tampoco yo sabía quién era, etc.), cuya actividad se reconoce en obras. El Mesías liberador ha de reconocerse porque da libertad al oprimido (5,36s; 7,18). Esta es la única condición que puede requerirse; si ellos no lo reconocen en Jesús es por haber subordinado la realidad de Dios y de su plan a sus propios prejuicios.

Jn 7,27

 <<Pero éste sabemos de dónde procede, mientras, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde procede>>.

Ellos mismos, sin embargo, desechan tal posibilidad, basándose en las concepciones del tiempo sobre la llegada del Mesías. Se pensaba que procedería de la casa de David y que nacería en Belén (7,42), pero antes de su manifestación triunfante, nadie, ni él mismo, podría saber que estaba designado Mesías; además, debería aparecer en público súbitamente, sin que se supiera de dónde venía. Jesús, en cambio, va y viene de Galilea, es una persona conocida. Estas venidas suyas no pueden tener relación con la del Mesías, que había de ser por sorpresa y ocasionar un cambio inmediato y definitivo.

Jn 7,25-26

 Unos vecinos de Jerusalén comentaban: <<¿No es éste al que tratan de matar? Pues miradlo, habla públicamente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es éste el Mesías?>>.

Los vecinos de Jerusalén están al corriente de la intención de los jefes. Expresan su extrañeza, pues no ven cómo pueden conciliarse dos hechos: por una parte, quieren matar a Jesús; por otra, lo dejan hablar en público en el mismo templo, sin tomar medidas. Nace en ellos la duda: ¿Será que los jefes se han convencido de que es éste el Mesías? En la capital, en su primera visita al templo, el gesto mesiánico de Jesús había provocado una reacción en contra por parte de las autoridades (2,13ss); al notar ahora la pasividad de los dirigentes, los vecinos de Jerusalén se preguntan si habrán cambiado de parecer. Aparece aquí un grupo de gente pendiente de la opinión de los jefes.

Jn 7,24

 <<No juzguéis superficialmente, dad la sentencia justa>>.

La exhortación de Jesús no contiene solamente una advertencia, sino, al mismo tiempo, una acusación. Antes había afirmado que sólo él, que buscaba la gloria del Padre, manifestada en su actividad liberadora, era de fiar y estaba libre de injusticia (7,18 Lect.). Ahora los exhorta a practicar la justicia, adoptando como único criterio de actuación el bien del hombre, sola norma de moralidad que permite distinguir entre el bien y el mal. Es la norma expuesta en 5,30: el designio del Padre.

Jn 7,22b-23

 <<(no es que venga de Moisés, viene de los patriarcas) y en día de descanso circuncidáis al hombre. Si se circuncida al hombre en día de descanso para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿os indignáis conmigo porque en día de descanso le di la salud a un hombre entero?>>.

En este punto Moisés no fue original. No es él, por tanto, en este caso, la última autoridad. El precepto de circuncidar al octavo día había sido dado por Dios a Abrahán: A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados (Gn 17,12). Moisés no hizo más que repetir aquella prescripción divina (Lv 12,3), y la Ley, incluso la del descanso, hubo de respetarla. Existía, por tanto, una instancia anterior a la Ley. Jesús ha expresado otra al referirse al trabajo creador del Padre (5,17). Su designio está por encima de todo precepto.

La circuncisión se consideraba un bien hecho al hombre en un miembro particular. Jesús, en cambio, le confiere un bien total, haciéndolo pasar de la muerte a la vida (5,21.26). Los que realizaban la circuncisión ponían de hecho lo que ellos consideraban beneficioso para el hombre por encima del precepto del descanso, y eso por prescripción de la misma Ley. Jesús les muestra así la falta de fundamento de su acusación.

Jn 7,22a

 <<Por eso mismo os prescribió Moisés la circuncisión>>.

Jesús va a demostrarles que ellos no penetran el verdadero significado de la Ley de Moisés, que contenía ya un anuncio de la futura liberación. Continúa así su argumentación anterior (7,19). La obra que él ha realizado y de que lo acusan es una obra creadora, pertenece al trabajo que él hace a semejanza del Padre (5,17); significaba poner el bien del hombre como valor absoluto, por encima de la Ley. Pero ya Moisés insinuaba este principio al prescribir en su Ley la circuncisión al octavo día, que prevalece sobre el precepto del sábado. Moisés había escrito de él (5,46) y ahora se convierte en acusador de ellos (5,45): esta excepción al precepto les daba una lección que ellos no han querido aprender.

Jn 7,21

 Les replicó Jesús: <<Una obra realicé y todos seguís desconcertados>>.

La hostilidad de sus adversarios se debe a la curación del inválido (5,16-18). Con ella, sin embargo, Jesús ha realizado en un hombre la obra encargada por el Padre (4,34), trabajando como el Padre miso trabaja (5,17). Pero con su acción y con la controversia siguiente (5,19ss) Jesús había derribado la autoridad de los dirigentes, y ellos se la tienen jurada. La osadía de Jesús al poner en tela de juicio el dogma indiscutible, la validez perenne de la Ley, tiene a todos desconcertados.

Jn 7,20

 La gente reaccionó: <<Estás loco, ¿quién trata de matarte?>>.

Ante la grave acusación de Jesús a los dirigentes reacciona la multitud. No pueden creer que sus autoridades tengan intención de matarlo. Los de Jerusalén sí lo sabían (7,25), los peregrinos no. Lo que dice Jesús les parece insostenible (Estás loco). Ellos, que conocen la actividad pasada de Jesús (7,12) no ven motivo alguno para condenarlo y mucho menos para intentar matarlo

Jn 7,19

 <<¿No fue Moisés quien os dejó la Ley? Y, sin embargo, ninguno de vosotros cumple esa Ley. ¿Por qué tratáis de matarme?>>.

Jesús subraya su distancia respecto a la entera tradición judía, no se incluye entre los destinatarios de la Ley. De hecho, la época de la Ley ha pasado. En contraposición a Moisés, que dejó a los judíos la Ley, Jesús dejará a los suyos la gloria (17,22), el amor leal (1,17).

Moisés anunció la realidad que él representa (5,46), y basándose en él, va a demostrar a los dirigentes la incoherencia de su conducta con la misma Ley que profesan y se precian de observar. Afirma, ante todo, que ellos, sus custodios ante el pueblo, no la cumplen, porque la usan como medio de represión; así aparece en el propósito de matarlo, amparándose en ella.

Los dirigentes querían matar a Jesús por violar el precepto del descanso y hacerse igual a Dios (5,18). En esta ocasión, Jesús va a demostrarles con su misma Ley que no pueden acusarlo de violarla, pues los criterios que acaba de exponer (7,17s) están por encima de ella y han de guiar su interpretación. En otro momento refutará su acusación de hacerse Hijo de Dios (10,33ss). Su argumentación va a continuar, pero se produce una interrupción por parte de la gente que escuchaba.

Jn 7,18

 <<Quien habla por su cuenta busca su propia gloria; en cambio, quien busca la gloria del que lo ha mandado, ése es de fiar y en él no hay injusticia>>.

<<La propia gloria>> es exterior y, por tanto, constatable; de ahí que su búsqueda o la renuncia a ella pueda servir de criterio para juzgar la procedencia de una doctrina. La búsqueda del propio prestigio delata que la doctrina que se propone no procede de Dios, sino del hombre mismo; es un medio para favorecer sus propios intereses.

Este criterio completa el primero expuesto en el versículo anterior. Aquél se dirigía a quien escucha la doctrina de Jesús, y consistía en la experiencia interna que ésta provoca en quien está por el hombre. Pero, para el público al que Jesús hablaba, existía otra doctrina oficial que pretendía también autoridad divina, la Ley, interpretada y manejada por los círculos de poder. Por eso añade un criterio externo: los intereses que defiende el que propone una doctrina; éstos permitirán juzgar su validez. La doctrina refleja la actitud del que la enseña; es expresión de la persona e inseparable de ella.

Responde este criterio a la concepción de Jn; Jesús no propone una doctrina abstracta, él mismo es la verdad, con sus obras y, sobre todo, con su muerte, en cuanto, en su vida y en su muerte, hace presente a Dios mismo, manifestando la eficacia de su amor leal. Las palabras o exigencias de Jesús son siempre una explicación de lo que él es y hace: sus obras dan el sentido de sus palabras; éstas se comprenden en relación con sus obras (5,36; 10,37s; 14,10s). Dios no se revela en él a través de formulaciones, sino manifestando su presencia en la actividad de Jesús (5,36; 10,30.37s).

Cuando la doctrina sobre Dios viene propuesta por uno que no busca manifestar la gloria de Dios, sino favorecer la suya propia, manipula a Dios. El criterio último de verdad es la actividad en favor del hombre, porque la verdad de Dios es ser Padre, amor al hombre como presencia activa y efectiva.

La palabra ha de comunicare la presencia y la acción de Dios. De ahí que las palabras/exigencias de Jesús sean Espíritu y sean vida (6,63). Quien con su hablar no pretende comunicar vida, sino promover su propio prestigio, ése no conoce a Dios ni tiene experiencia de él; no sólo no reflejará lo que es Dios, sino que, al ponerlo al servicio de su interés, necesariamente lo falsificará.

No se puede hablar de Dios distanciándose de él, porque Dios no es una fórmula, sino una presencia. Sólo es formulable cuando la expresión se mantiene en el ámbito de su presencia y actividad; la palabra se convierte entonces en signo que las expresa y las transmite. Cuando rompe este contacto, se convierte en ideología y necesariamente deforma a Dios: ofrece como dios lo que es un sonido vacío o un invento humano al servicio del propio interés.

El que no busca su gloria, sino que quiere manifestar la de Dios, su amor leal al hombre, es de fiar; en él no hay injusticia, que es el pecado (8,46: ¿Quién de vosotros podrá echarme en cara pecado alguno?). Quien va guiado por ese valor supremo no explota al hombre ni manipula una Ley. Sus palabras son dignas de fe (5,31) y su conducta es leal (cf. 3,33). Entre los dos miembros de la frase hay una relación de consecuencia; ésta, al mismo tiempo, remite a la causa y la confirma.

Por el contrario, quien buscando su prestigio intenta ponerse por encima de los demás comete injusticia; tal es el caso de los dirigentes, que se valen de la Ley para conservar su posición de privilegio. Así se ha descrito en el episodio del paralítico curado: condenan al hombre, invocando su Ley (5,10), y lo mismo a Jesús, llegando a planear su muerte (5,18). Jesús, en cambio, curando al inválido, había manifestado su criterio para interpretar la Ley y juzgar las actitudes: la fidelidad al designio de Dios; por ella, su sentencia es justa (5,30 Lect.).

Estos criterios acusan, pues, a los dirigentes. Ellos no aceptan la doctrina de Jesús porque no quieren realizar el designio de Dios; es más, lo impiden con la opresión que ejercen (5,10 Lect.), sin detenerse ante el homicidio (5,18; 7,1). Además, su doctrina no es de Dios: ninguna doctrina que redunda en propio beneficio merece crédito.

Jn 7,17

 <<El que quiera realizar el designio de Dios apreciará si esta doctrina es de Dios o si yo hablo por mi cuenta>>.

Jesús no prueba su afirmación con argumentaciones ni citando textos del AT. El criterio para discernir la verdad de su doctrina está en el hombre mismo, y a él se remite Jesús. Él no se impone, cada uno tiene que encontrar la certeza. El criterio que Jesús propone, independiente de su persona, es la fidelidad a Dios creador, el deseo de realizar su designio cooperando en la obra creadora, con el trabajo por el bien del hombre. Quien considere el bien del hombre como valor supremo, relativizando toda otra norma, y esté dispuesto a dedicarse a él, tendrá la evidencia de que la doctrina de Jesús viene de Dios. Es decir, en quien busca la plenitud de vida, la doctrina de Jesús produce una experiencia que le hace percibir su verdad. El convencimiento es, por tanto, personal, no por testimonio ajeno y, mucho menos, por imposición externa. Es el criterio ya propuesto por Jesús en otras ocasiones (5,36-38; 6,44-45).

Jn 7,16

 Les replicó Jesús: <<Mi doctrina no es mía, sino del que me ha mandado>>.

Jesús replica, tomando la ofensiva. Los informa de dónde procede su saber. La doctrina que expone no es opinión personal si ha sido aprendida en las escuelas oficiales, es de Dios mismo. Habla a los dirigentes, que ya lo conocen y saben que se declara Hijo de Dios (5,17-18), pero ahora se dirige a ellos delante de la multitud. Es el Padre quien ha enseñado a Jesús (8,28); él le ha mandado lo que tiene que decir y que proponer, y ese mandamiento suyo significa vida definitiva (12,49s). La doctrina que propone Jesús no es más que la expresión del mandamiento que él mismo recibió del Padre: entregar su vida y así recobrarla (10,17s); enseña que el amor sin tasa es el camino para realizar el designio divino. Esa misma es la verdad que propone, aprendida de Dios (8,40.46).

Es el tercer choque de Jesús con los círculos de poder de Jerusalén (2,13ss; 5,16ss). El Hijo de Dios también lo que enseña lo ha aprendido de su Padre (5,19). De hecho, este capítulo prolonga la controversia iniciada en 5,17 a propósito de la curación del inválido.

Jn 7,15

 Los dirigentes judíos se preguntaban desconcertados: <<¿Cómo sabe éste de Escritura si no ha estudiado?>>.

Sorpresa de los dirigentes, no se esperaban esto. Conocían a Jesús por las señales que había realizado (2,13ss; 5,1ss). Que ahora enseñe al pueblo les resulta inexplicable, un hombre sin estudios. Constatan, sin embargo, su saber, y esto les deja perplejos. Hablan de él en tono despectivo (éste). Jesús, por su parte, no enseña en un círculo esotérico, sino en el templo, en cuyos pórticos tenían ellos sus escuelas. Su enseñanza es un reto a la institución; Jesús, que conoce sus intenciones de matarlo, no se arredra.

Jn 7,14

 Sin embargo, mediadas ya las fiestas, subió Jesús al templo y se puso a enseñar.

Jesús ha pasado ya unos días en Jerusalén y no ha ido al templo; ahora sube, pero no para participar en el culto, sino para enseñar. Él no se siente solidario de una fiesta (7,8), que es la fiesta de los judíos (7,2), los que quieren matarlo (7,1).

Nunca había enseñado antes en Jerusalén (sólo en una reunión en Cafarnaún, 6,59). Hasta la fecha, en la capital, había ejercido su actividad y sostenido polémica (2,13ss; 5,1ss); ahora, en cambio, expone su doctrina. Jn no explicita el contenido, pasa inmediatamente a la controversia que suscita.

Jn 7,13

 Pero nadie hablaba de él en público por el miedo a los dirigentes.

Hay simpatizantes y enemigos de Jesús, pero domina el miedo a las autoridades (cf. 9,22). La gente conoce la postura de éstas respecto a Jesús y no se atreve a expresar opiniones en voz alta. Aparece aquí la presión que ejercían los dirigentes sobre la opinión pública. Quien se pronuncia en contra de ellos puede estar sujeto a sanciones. El pueblo no tiene libertad para expresarse.

Jn 7,12

 La gente hablaba mucho de él, cuchicheando. Unos decían: <<Es una persona buena>>. Otros, en cambio: <<No, que extravía a la gente>>.

La expectación existe también en el pueblo. Jesús es ya una figura pública. El comentario acerca de él es incesante entre la multitud de peregrinos, pero en voz baja. Desde su aparición, todos se pronuncian a su propósito. Los dirigentes ya lo han hecho, quieren matarlo (7,1). La multitud, por su parte, está dividida; unos muestran su aprobación; para otros, en cambio, que están con los dirigentes, Jesús es un impostor.

Los primeros definen a Jesús como bueno, cualidad que califica a la persona y se aprecia en las obras (cf. 5,29). Estos son los que se fijan en su actividad, sin ideas preconcebidas.

La opinión de los segundos sobre Jesús no se basa en su bondad o maldad, es decir, no se funda en sus obras. Afirman que extravía a la gente, juzgándolo desde el punto de vista de la ortodoxia. Hay para ellos una verdad de la que Jesús desvía.

Los dos criterios de juicio muestran su diversidad: el primero se apoya en la praxis, el segundo en la ideología.

Jn 7,11

 Los dirigentes judíos lo buscaban durante las fiestas y decían: <<¿Dónde está éste?>>.

Las festividades han comenzado y Jesús no se deja ver en público. Los dirigentes no están tranquilos; sus choques anteriores con Jesús habían tenido lugar con ocasión de fiestas (2,13ss; 5,1.16ss). Ahora hacen pesquisas para apoderarse de él si se presenta en la capital (cf. 7,1).

sábado, 30 de julio de 2022

Jn 7,1-10

 

Jn 7,9-10

 Dicho esto, él se quedó en Galilea; sin embargo, después que subió su gente a la fiesta, entonces subió él también, no de modo manifiesto, sino clandestinamente.

Jesús no busca el conflicto por sí mismo. Éste resultará de su fidelidad a la misión recibida. Sube a la capital, pero de manera contraria a como su gente le había propuesto: no <<para manifestarse>>, sino clandestinamente (cf. 7,4).

SÍNTESIS

Aparecer aquí descarnadamente la oposición entre la institución judía y Jesús. Éste es ya un perseguido a muerte. Apenas iniciada su actividad con el pueblo, ya los dirigentes lo consideran un peligro. Por el momento, Jesús se mantiene en la clandestinidad. La situación en torno a él es de crisis, escepticismo y persecución. Sin embargo, su actitud no ha cambiado. No hace caso de las invitaciones al brillo mundano. Denuncia, en cambio, el perverso modo de obrar de su sociedad. Su misma presencia y actividad en favor de los débiles son el reproche más eficaz de la opresión que el sistema ejerce sobre el pueblo.

Jn 7,8

 <<Subid vosotros a la fiesta, yo no subo a esta fiesta, porque para mí el momento no ha llegado aún>>.

Después de haberles explicado las razones que tiene el mundo para odiarlo, Jesús, al indicarles a ellos que suban a la fiesta, les pone ante los ojos su complicidad con la injusticia. Él, en cambio, no va a una fiesta <<de los Judíos>>; llegará su momento y celebrará la suya, que reunirá los rasgos de la Pascua y de las Chozas (12,13 Lect.). El gran día de su fiesta será cuando en la cruz deje correr el torrente del Espíritu (7,37-39; 19,34).

En esta ocasión no subirá al templo hasta ya mediadas las festividades, y no será para participar en las celebraciones, sino para enseñar. Su presencia y sus declaraciones provocarán un grave conflicto que llegará hasta el intento de apedrearlo (8,59).

Jn 7,7b

 <<a mí, en cambio, me odia, porque de él yo denuncio que su modo de obrar es perverso>>.

Jesús es objeto de odio a causa de su actividad; ésta, de palabra y de obra (2,13ss; 3,19-21; 5,41-47), denuncia el comportamiento de los dirigentes. Estos no rectifican, su reacción es el odio y la persecución (5,16-18). Jesús denuncia en ellos su indiferencia por el pueblo, al que tienen abandonado y, además, oprimen con la Ley. Remite, en particular, al último episodio en Jerusalén (5,1-47).

Verbalmente, sin embargo, la frase repite el texto de 3,19, donde esta conducta explica la opción en favor de las tinieblas. La aclaración que sigue (3,20: Todo el que obra con bajeza odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar) se aplica, por tanto, a <<el mundo>>, a los dirigentes judíos. En realidad, odian a Jesús, porque temen que éste ponga al descubierto ante el pueblo su verdadera conducta.

El modo de obrar de <<el mundo>> (7,7) está en contraste con las obras de Jesús (7,3), las que sus parientes lo incitan a hacer en público. Son estas obras las que <<el mundo>> no puede soportar (2,18). Ellas provocan el choque con los dirigentes (5,16-18).

Jn 7,7a

 <<El mundo no tiene motivo para odiaros>>.

No hay conflicto entre ellos y <<el mundo>>, porque no disienten de él ni protestan contra él, son adictos suyos. Esa es la razón por la que no se adhieren a Jesús. Identificados con la institución (7,1; los dirigentes judíos), no ven la necesidad de cambio ni alimentan esperanza de mejora. Son gente sometida, dócil, por eso participan en la fiesta de los opresores. Ellos no se sienten excluidos (5,3 Lect.); no desean, por tanto, ser curados (5,6) ni ansían libertad (5,14 Lect.).

<<El mundo>> es aquí una entidad capaz de odiar y de obrar (7,7b: a mí me odia; su modo de obrar es perverso); está en paralelo con 7,1; los dirigentes judíos, que trataban de matarlo. <<El mundo>>, por tanto, se identifica con <<los Judíos>>, en particular con los dirigentes. El colectivo <<el mundo>> los describe como un todo cerrado, una corporación o sistema de poder. Al mismo tiempo, por la denotación universal de <<el mundo>>, este sistema se convierte en tipo de todo sistema opresor (1,5 Lect.).

Jn 7,6

 Jesús les contestó: <<Para mí, todavía no es el momento; para vosotros, en cambio, cualquier momento es bueno>>.

La expresión <<el momento>> de Jesús es ambivalente. Por una parte, no es para él el momento de subir a esta fiesta, pero, por otra, no ha llegado todavía <<su hora>> (cf. 2,4; 7,30; 8,20), en la que él se presentará públicamente en Jerusalén y que lo llevará a la muerte (12,12.23). Es entonces cuando realizará su obra, la manifestación de la gloria que ha de suscitar la fe de los discípulos (19,35).

Ellos, por el contrario, que no están en situación de conflicto con la institución de Jerusalén, pueden ir y venir voluntariamente. A continuación va a explicar Jesús el porqué de la diferencia.

Jn 7,5

 De hecho, tampoco su gente le daba su adhesión.

La razón que propone el evangelista para explicar esta actitud es que no tomaban partido por Jesús. Éste ha llegado al mínimo de su popularidad: por una parte, los dirigentes lo persiguen; por otra, su grupo ha sufrido una crisis; finalmente, sus paisanos no están de su parte, se muestran escépticos e irónicos.

Jn 7,4

 <<pues nadie hace las cosas clandestinamente si busca ser una figura pública. Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo>>.

Ellos presuponen que Jesús pretende adquirir una posición de influencia y consideran incongruente su conducta. Sus palabras lo invitan a adoptar el programa mesiánico ya rechazado por él (6,15). Usan precisamente el verbo <<manifestarse>>, con el que Juan Bautista describió el objetivo de su misión (1,31: para que se manifieste a Israel). La manifestación de Jesús, comenzada en Caná, fue la de su gloria-amor por el hombre (2,11). Ellos le proponen, en cambio, una manifestación personal, para su propia gloria, que también ha sido y será rechazada por Jesús (5,41; cf. 7,18).

Jn 7,3c

 <<así tus discípulos presenciarán esas obras que haces>>.

Los parientes se distancian ellos mismos de los discípulos de Jesús; no pertenecen ni tienen intención de pertenecer a ese grupo. Ellos no esperan nada de Jesús. La manifestación pública que le proponen serviría para sus discípulos; esto revela el carácter irónico de su propuesta. Han visto lo que ellos consideran el fracaso de Jesús, abandonado por muchos (6,66), y lo desafían a que haga en la capital una demostración pública que los recupere.

Jn 7,3b

 <<Trasládate de aquí y márchate a Judea>>.

Quieren apartarlo de su línea de conducta. Le aconsejan que se instale en la provincia del sur, donde claramente Jesús corría peligro. No comprenden la gravedad de la situación.

Los verbos que emplea Jn en esta frase son los mismos que usará para la marcha de Jesús al Padre a través de su muerte. Lo que en realidad proponen a Jesús es lo contrario de lo que él pretende. Si su éxodo significa salir de la sociedad dominada por la institución judía (6,1 Lect.), ellos le proponen el movimiento inverso: salir de Galilea para entrar en la institución judía (Judea)d. Pero su éxodo no tendrá Galilea por punto de partida, ni Judea, la circunscripción del poder judío y el lugar de la muerte, por punto de llegada. Partirá de Jerusalén y terminará en la vida (18,1 Lect.).

Jn 7,3a

 Su gente le dijo.

La gente de Jesús ha aparecido ya en 2,12, cuando había bajado a Cafarnaún acompañado de tres grupos: su madre, su gente y sus discípulos. Jn 7,3-10 da la clave para interpretar el significado de ese grupo: son gente de Galilea (4,45), judíos de raza, que no creen en Jesús (7,5), en contraste con la figura de la madre, representante del Israel que esperaba la realización de las promesas.

Jn 7,2

 Se acercaba la gran fiesta de los Judíos, la de las Chozas.

La fiesta de las Chozas era la más popular del año litúrgico y la ocasión en que acudían más peregrinos a la capital.

La profecía de Zacarías (Zac 14,16.19) la había asociado con <<el día del Señor>>, es decir, el día de su triunfo, y acumulaba promesas para ese día; el rey mesiánico llegaría a Jerusalén cabalgando un borrico (9,9), Dios derramaría sobre la dinastía davídica y los vecinos de Jerusalén un espíritu de arrepentimiento (12,10), y para ellos se alumbraría un manantial contra los pecados (13,1). El manantial de Jerusalén había de fluir hasta los dos mares y el Señor sería el rey del mundo entero (14,8). La fiesta de las Chozas sería el punto de encuentro de las naciones paganas cada año (14,16ss). La que no acudiese no recibiría la lluvia (14,17).

Esta fiesta tenía, por tanto, un carácter mesiánico; excitaba la esperanza del futuro reinado de Dios y de la liberación del pueblo. Las festividades duraban siete días, de los cuales el primero era festivo como un sábado. Caían al principio del otoño. Como en las ocasiones anteriores (2,13; 5,1; 6,4), es una fiesta de los dirigentes (<<los judíos>>), es decir, manejada por ellos.

Jn 7,1

 Después de esto andaba Jesús por Galilea; no quería andar por Judea porque los dirigentes judíos trataban de matarlo.

Después de los acontecimientos anteriores, Jesús tiene que seguir en Galilea, pues los dirigentes de Jerusalén no le perdonan su actuación, siguen decididos a matarlo (cf. 5,16-18). Jesús, por su parte, no se expone innecesariamente, se mantiene a distancia de ellos, fuera de su jurisdicción política, que se ejercía sólo sobre Judea, y se queda en la región del norte. Toda la provincia del sur es territorio peligroso para él. <<Los suyos, que no lo habían acogido>> (1,11; 4,44), mantienen su rechazo.

martes, 12 de julio de 2022

Jn 6,60-71

 

Jn 6,71

 Se refería a Judas de Simón Iscariote, pues éste, siendo uno de los Doce, lo iba a entregar.

Es sorprendente la identificación de Judas, personaje que aparece por primera vez (cf. 12,4; 13,2.26.29; 18,2.3.5). Únicamente en Jn se le llama el de Simón Iscariote, y las tres veces aparece este patronímico en contextos donde se encuentra cercano a Simón Pedro. El nombre de Simón, que, aunque de modo diverso, designa a ambos, podría insinuar cierto paralelo entre el discípulo que traiciona a Jesús y el que lo niega tres veces (13,38; 18,15-18.25-27).

Esta predicción sobre Judas prepara las escenas de 12,4-6, donde se le califica de ladrón; 13,21-30, donde se marchará para entregar a Jesús, y 18,1-5, donde se pondrá a la cabeza de los que lo entregan.

Jesús lo califica de enemigo, adversario; tal es el significado del griego diabolos (8,44a Lect.). Como se revelará en 12,4ss, es enemigo porque retiene para sí el dinero de todos, exactamente lo contrario de lo que ha enseñado Jesús en el reparto de los panes. Judas no acepta el don de sí mismo a los demás; al contrario, quita a los demás y retiene para sí (13,2 Lect.).

Con esta nota pesimista termina el episodio de los panes. Se ha producido la crisis y se ha resuelto, pero continúa la falta de unanimidad en el grupo de Jesús. Su enseñanza del amor hasta el don total ha provocado la deserción de muchos, y aun entre los que quedan hay quien va a traicionarlo.

SÍNTESIS

El punto central de esta perícopa se encuentra en la oposición entre <<carne>> y <<Espíritu>>, es decir, entre dos concepciones del hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión. La condición indispensable para ser verdadero discípulo y poder identificarse con Jesús es la visión del hombre como <<espíritu>>, es decir, como realizado por la acción creadora del Padre, no meramente como <<carne>>, el hombre sin capacidad de amor desinteresado hasta el fin.

A estas dos concepciones del hombre corresponden dos diversas de Jesús. El Mesías <<según la carne>> es el rey que ellos han querido hacer, el dominador que impone su gobierno a un reino de súbditos. El Mesías según el Espíritu es el que se hace servidor del hombre hasta dar su vida por él, para comunicarle vida plena, es decir, libertad y capacidad de amar como él. La aceptación de tal Mesías implica la asimilación a su persona y mensaje, que lleva, por el Espíritu, a la misma actitud de vida. Comporta una renuncia, como la suya, a toda ambición de dominio o poder y a la gloria humana.

Jn 6,70

 Les repuso Jesús: <<¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? Y, sin embargo, de vosotros, uno es enemigo.

La respuesta de Jesús a la declaración de Simón Pedro, hecha en nombre de todos e intachable en el plano de la formulación, no es entusiasta; al contrario, marca su reserva. Ante esa profesión de fe recuerda con ironía la traición de uno de ellos. Para Jesús, las palabras no dan la medida de la fidelidad del hecho. Pedro, a la hora de seguirlo, será incapaz de hacerlo (13,36ss). Lo hará sólo cuando acepte la muerte de Jesús, porque entonces estará dispuesto a aceptar su propia muerte por las ovejas (21,19); esto ya no será solamente una frase, sino un hecho que dará sentido a su vida. Para ser verdadero discípulo no basta la adhesión de principio hay que atenerse en la práctica al mensaje de Jesús (8,31).

El grupo de los Doce no es compacto. La frase de Jesús reviste un carácter de advertencia a la comunidad cristiana: puede haber miembros que no sólo no acepten el mensaje, sino que sean aliados, manifiestos u ocultos, del <<mundo>> enemigo de Jesús (7,7).

Hace notar que el hecho de haber sido elegido por él no garantiza la permanencia ni la fidelidad. Su elección no fuerza en absoluto la libertad del grupo, como lo ha mostrado con su pregunta: ¿Es que también vosotros queréis marcharos? (6,67). Pero incluso la adhesión del grupo (6,69: nosotros) no garantiza la adhesión personal de cada miembro. Cada uno es responsable de sí mismo.

No ha aparecido en este evangelio la elección de los Doce a que se refiere Jesús. Tampoco se da nunca la lista de los que los componen. Mencionados por sus nombres, aparecen en este evangelio siete discípulos: Andrés y Simón Pedro (1,40), Felipe (1,43), Natanael (1,45), Tomás (11,16), Judas Iscariote (6,71) y el otro Judas (14,22); además, sin nombre propio los hijos de Zebedeo (21,2). José de Arimatea fue discípulo clandestino (19,38).

Sólo Judas Iscariote (6,71) y Tomás (20,24) son incluidos explícitamente en el grupo de los Doce. Hay que añadir, naturalmente, a Simón Pedro, que se hace su portavoz (6,68). Estas imprecisiones y la ausencia de una lista hacen de este número en Jn un símbolo de la comunidad cristiana en su conjunto, el número de la nueva comunidad como opuesto al del antiguo pueblo, Israel, al que se había aludido con la mención de los doce cestos de sobras en el reparto de los panes (6,13). Muestra el vínculo de su comunidad con el antiguo Israel, en cuanto es heredera de las promesas (4,37-38 Lect.).

Jn 6,69b

 <<que tú eres el Consagrado por Dios>>.

La consagración se identifica con la plenitud del Espíritu (1,32) con que el Padre selló a Jesús (6,27; cf. 10,36). La expresión es título mesiánico que responde a la revelación mesiánica de los panes (6,13 Lect.). Por ser la unción de Jesús como Mesías el mismo Espíritu de Dios, es el Hijo de Dios, como había declarado Juan dando testimonios de su visión (1,34), la presencia de Dios en el mundo. Ambos títulos (Mesías e Hijo de Dios), que se aplicaban al rey de Israel (Sal 2,2.7), se verifican en Jesús de manera única. Así lo afirmará Jesús de sí mismo ante la comisión que lo interroga sobre su carácter mesiánico (10,24.36). El título <<el Consagrado por Dios>> reúne, ahora, todo lo que es Jesús y excluye el Mesías político que los discípulos se imaginaron (2,17; 6,15). Jesús, el Consagrado con el Espíritu, vive por el Padre (6,57) y realiza libremente su designio (4,34; 5,30; 6,38; 13,3; 17,18s); la nueva comunidad, <<su reino>>, estará constituida, a su vez, por los que libremente acepten su mensaje (18,37b). No será un rey hecho por ellos (6,15), a la imagen de <<la carne>>, sino por Dios, con el sello del Espíritu (6,27).

Jn 6,69a

 <<y nosotros creemos firmemente y sabemos muy bien...>>.

Sigue Pedro hablando como portavoz del grupo. Toda la escena está leída desde la comunidad; no es una crónica, sino una historia interpretada a través de una experiencia. El contenido de ésta, que es reconocimiento y adhesión, está desdoblado en la pareja de verbos: creemos firmemente y sabemos. De hecho, la adhesión sigue al reconocimiento y lo manifiesta, pero aquí se invierte el orden para dar énfasis a la fe, tema del capítulo. Esta se expresa indistintamente con <<acercarse a Jesús>> (6,37.45), <<llegar hasta él>> (6,37.44) o <<darle adhesión>> (6,29.35.40.47). Está incluida también en la imagen de <<comer y beber>> (6,50-51.53-58).

Jn 6,68

 Le contestó Simón Pedro: <<Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva.

La grave pregunta de Jesús suscita una reacción en el grupo de los Doce. En representación de todos (uso del plural), responde Simón Pedro. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay esperanza. Sin él van al fracaso.

Las exigencias de Jesús no son un mero mensaje oral, son inseparables de su persona, en ella expresa su propia actitud. No son una doctrina que, separada de él, produzca vida; no pueden constituir un sistema teórico, dependen de la realidad de Jesús. Él es el proyecto de Dios realizado (1,14a Lect.) y, al proponer sus exigencias, se está explicando a sí mismo; ellas remiten a la vida que él posee, la vida definitiva, que los suyos pueden tener asimilándose a él (6,54).

Por boca de Pedro se formula la experiencia de la comunidad de Jn (plural). De ahí el uso del término <<exigencia/mandato>> (cf. 3,34, en oposición a los mandamientos de Moisés). Las <<exigencias>> son algo que la comunidad practica y que le dan su identidad, como los mandamientos promulgados por Moisés la daban al antiguo Israel. Se reducen al mandamiento de Jesús: igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros, su distintivo ante el mundo (13,34s). Se expresan en la eucaristía; en ella, el don material del pan y el vino contiene el don personal de Jesús a los suyos, y se hace norma para la vida de los discípulos como don de sí a la humanidad.

Jn 6,67

 Preguntó entonces Jesús a los Doce: <<¿Es que también vosotros queréis marcharos?>>.

En esta situación dolorosa, Jesús se dirige a los Doce y les pregunta cuál es su opción; no acepta componendas. El tenor de la pregunta muestra que está dispuesto a quedarse sin discípulos antes que renunciar a su línea. Para él no existe salvación para la humanidad fuera del programa que ha expuesto, el de la entrega por amor. Todos los otros, por brillantes que parezcan, dejan al hombre en su mediocridad y, por lo mismo, terminan en el fracaso.

Aparece por segunda vez en Jn la cifra <<doce>>, que será repetida en los vv. siguientes (6,70.71; cf 20,24). La primera vez, en este mismo capítulo (6,13), precisaba el número de cestos recogidos de pan y pescado sobrante. En ambos casos, la alusión a Israel es clara (6,13 Lect.; para el significado en estos vv., 6,70 Lect.).

Jn 6,66

 Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.

Se origina una fuerte crisis en el grupo. Muchos se retiran definitivamente. El programa expuesto, que exige, por un lado, renunciar a toda ambición personal y, por otro, asumir la responsabilidad propia del hombre libre, provoca en muchos de ellos positivo rechazo.

Jn 6,65

 Y añadió: <<Por eso os he estado diciendo que nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede>>.

Jesús enuncia este principio de cuatro maneras diferentes: Todo lo que el Padre me entrega llega hasta mí (6,37); Nadie puede llegar hasta mí si el Padre ... no tira de él (6,44); Todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí (6,45); Nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede (6,65).

Se puede adquirir ahora una visión de conjunto de estos cuatro dichos de Jesús. En ellos cobra gran relieve la actividad del Padre, descrita como entregar (6,37), tirar (6,44), hablar/enseñar (implícitos en 6,45), conceder (6,65).

De estas acciones, tirar, que terminará en entregar, tienen como término Jesús (tirar hacia él, entregarle) y como objeto al hombre (que es arrastrado, entregado). Las otras dos acciones tienen como término al hombre (a quien se habla/enseña o concede).

La sucesión lógica es la siguiente: la primera se dirige al hombre: hablar/enseñar. Se describe así el ofrecimiento universal que hace el Padre (6,45: Serán todos discípulos de Dios), invitando a la plenitud de vida, objetivo del proyecto creador, que se encuentra en Jesús. A esta invitación, el hombre ha de responder (6,45: escuchar/aprender) usando su libertad. Esta actividad del Padre se dirige, por tanto, al hombre, y tiene como objeto Jesús.

A la respuesta positiva del hombre, sucede la actividad del Padre descrita como tirar, que indica en términos de atracción el impulso interior hacia Jesús que él suscita en el hombre. El término de este movimiento es el encuentro con Jesús (6,65: llegar hasta él), que es concedido por el Padre al que se ha dejado atraer. El encuentro con Jesús en esa docilidad al Padre se identifica con la recepción del Espíritu, que realiza la entrega del hombre a Jesús por parte del Padre.

Quien se cierra al Espíritu, quedando en la esfera de <<la carne>>, rechaza el don del Padre y no llega nunca hasta Jesús. Es el caso de los discípulos que desertan. Han aceptado a Jesús en la esfera de la <<carne>>, según la concepción triunfal del Mesías-rey, y rechazan el Espíritu, es decir, el dinamismo del amor leal que lleva a Jesús a dar su vida para comunicarla al hombre.

Los discípulos, que habían limitado su visión al horizonte de <<la carne>>, es decir, al hombre sin Espíritu, no aceptaban la propuesta de Jesús por considerarla insoportable (6,60), excesiva para la fuerza humana. Jesús los había invitado a superar esa visión, advirtiéndoles que sólo el Espíritu da la vida (6,63). Ahora lo confirma. Nadie puede llegar hasta él sino a través del Espíritu.

Este dicho de Jesús expresa la imposibilidad de seguirlo antes de su muerte, pues sólo entonces el Espíritu será comunicado (7,39). Un pasaje paralelo se encuentra en 13,33ss, un contexto donde aparecen igualmente las figuras de Judas y Simón Pedro (13,21-32.36-38). Sobre los paralelos entre los caps. 6 y 13.

Jn 6,64

 <<Pero hay entre vosotros quienes no creen>>. (Es que Jesús sabía ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar).

Jesús no se hace ilusiones acerca de su grupo; no por el hecho de estar con él aceptan todos su línea. Hay resistencias y seguimiento puramente exterior. Al llegar esta crisis, va a revelarse quiénes son los verdaderos seguidores. Él sabía incluso que uno de ellos lo iba a entregar. Veía ya en Judas un hombre que, por profesar los valores del <<mundo>>, no asimilaba su mensaje.

Jesús sabe desde el principio, es decir, cuenta ya con la traición, porque cuenta con la libertad del individuo. Su elección no la elimina ni pretende evitar los riesgos. Es un ofrecimiento cuya aceptación depende de cada uno, como el trozo ofrecido a Judas en la Cena esperaba su opción sin forzar una respuesta (13,26ss Lects.; para el sentido de la elección, cf. 15,16 Lect.).

Jn 6,63

 <<Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida>>.

Jesús contrapone su idea mesiánica a la de los discípulos que no aceptan sus exigencias. El Espíritu es la fuerza del amor, que procede del Padre (15,26) y es Dios mismo (4,24). Él es vida y la comunica. La <<carne>> sola, sin fuerza ni amor, el hombre no acabado (3,6 Lect.), es débil y sus empresas no llegan a término ni tienen permanencia. El fundamento de la nueva comunidad humana es la entrega de sí a los demás y la plenitud del hombre (carne + Espíritu), no el poder que ellos pretendían conferirle (6,15).

En concreto, el programa que Jesús propone y la ley que funda la nueva comunidad es la identificación con su muerte. Pero no es la muerte por sí misma ni la no violencia como debilidad (carne), sino, al contrario, la muerte como expresión de amor, única fuerza y agente de vida (Espíritu). Son los que <<creen>> a su manera, como los de Jerusalén (2,23), los que quieren imponer a Jesús su propia idea de Mesías y los que, cuando él expone la suya, son incapaces de aceptarla. El don de sí hasta la muerte no puede entrar en sus planes. Entienden las señales de poder (4,48 Lect.), no las del amor (cf. 13,6ss). Jesús, en cambio, rechaza absolutamente semejante concepción; la salvación que él trae se basa en la vida nueva que él comunica con el Espíritu. De ese hombre nuevo brotará la sociedad nueva, que será expresión de vida, no represión de muerte.

La nueva sociedad o comunidad mesiánica no se hace sin colaboración del hombre. Son aquellos que optan por Jesús y adoptan su actitud de entrega los que construyen el mundo nuevo. El Mesías poderoso, por el contrario, que organiza e impone el orden, dispensa al individuo de amar, lo descarga de la responsabilidad que es suya.

Es en la eucaristía donde se recibe el Espíritu y se expresa la entrega de la comunidad y de sus miembros, por identificación con Jesús. La <<carne>> sin Espíritu indica también, por tanto, una pertenencia a la comunidad y una participación a la eucaristía puramente exteriores, que no incluyen el compromiso del amor por el hombre. Cuando Jesús recuerda su mensaje se produce la crisis, como en esta ocasión.

martes, 5 de julio de 2022

Jn 6,61-62

 Consciente Jesús de que lo criticaban por esto sus discípulos, les dijo: <<¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais subir a este Hombre adonde estaba al principio?>>.

Jesús se da perfecta cuenta de lo que sucede y afronta la situación. Su enseñanza ha creado un obstáculo por considerar ellos la muerte como un final y un fracaso. No se han dado cuenta de la calidad de vida que posee y promete Jesús. Lo esperan todo de un triunfo terreno. Jesús, en cambio, quiere hacerles comprender que la muerte no significa un final, que no interrumpe la vida. La bajada a la muerte incluye la subida a la vida; él va a darla, pero para tomarla de nuevo (cf. 10,17ss); ése es su retorno adonde estaba al principio. Su muerte es su gloria, por ser la expresión máxima del amor.

Así como <<bajar>> significaba el movimiento del que tiene una vida proveniente de Dios para entrar en un mundo cuyo distintivo y máxima expresión es la muerte, <<subir>> es su movimiento desde la muerte causada por ese mundo hasta la vida definitiva. Ellos se escandalizan de su <<bajada>> y consideran demasiado duro tener que asimilarse a él, porque no entienden su fruto ni su horizonte.

Jn 6,60

 Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: <<Este mensaje es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?>>.

Se ha cerrado la escena de Cafarnaún y aparecen de nuevo los discípulos con Jesús, enlazando con la escena de la barca y la llegada a tierra (6,21). En la primera parte hubo ya un malentendido: los discípulos, ante la negativa de Jesús a ser proclamado rey (6,15), desertaron en bloque (6,16-21). Jesús, en cambio, no los abandonó; fue a su encuentro mientras se alejaban de él (6,19-20). El grupo quedó rehecho (6,21).

El discurso de Cafarnaún, en sus dos partes (6,22-40.41-59), ha tratado precisamente de las condiciones para pertenecer a la comunidad mesiánica: la adhesión a Jesús y la asimilación a él en la entrega a los demás.

El Mesías y los suyos forman, pues, una comunidad dedicada sin reservas al bien del hombre. No propone Jesús, por tanto, un mesianismo triunfal ni nacionalista, como lo esperaban sus contemporáneos. El Mesías no será un dominador ni limitará su horizonte a Israel.

Los discípulos, que habían interpretado mal la escena del templo (2,17) y el día anterior habían pretendido hacerlo rey, han comprendido el sentido de las palabras de Jesús. Éste no busca gloria humana (5,41) ni la promete a los suyos. Seguirlo significa renunciar a toda ambición. Muchos discípulos consideran excesivo este mensaje de Jesús (cf. Mt 16,22; Mc 8,32). Esto refleja, sin duda, problemas existentes en la comunidad cristiana; no todos quieren aceptar el programa de la donación total de sí expresada en la donación de los bienes, que la generosidad multiplica.

Al principio del capítulo quedó patente que los discípulos no comprendían la actitud de Jesús, que se había puesto a servir a la gente con un gesto que debía ser normativo para los suyos (6,11 Lect.). Pretendían, en cambio, conferirle un poder que dispensara del esfuerzo; querían un pan <<institucional>> (rey). Al exponer Jesús su programa de manera radical e inequívoca, se produce la rebelión de muchos discípulos, que se niegan a seguir esa línea.

Jn 6,41-59

 

Jn 6,59

 Esto lo dijo enseñando en una reunión, en Cafarnaún.

El dato local, relegado al final del episodio, aparece como secundario (cf. 1,28). Cierra las dos escenas, por formar inclusión con la primera mención de Cafarnaún (6,24). El diálogo con la gente (6,22-40) y la polémica con los judíos del régimen (6,41-59) están íntimamente trabadas, son dos hojas de un díptico.

SÍNTESIS

En esta perícopa da Jesús la última explicación del reparto de los panes. El punto central se encuentra en su afirmación, repetida de diversas maneras, del don de sí mismo. Jesús no ha venido a dar <<cosas>>, sino a darse él mismo a la humanidad. Por eso el pan que daba contenía su propia entrega, era la señal que la expresaba.

Esta misma es su exigencia para el discípulo: Debe considerarse a sí mismo como <<pan>> que hay que repartir, y debe repartir su pan como si fuese él mismo que se reparte. Ha de renunciar a poseerse. Sólo el que no tema perderse encontrará su vida. Esta se recibe sólo en la medida en que se da, se posee en la medida en que se entrega. Hacer que la propia vida sea <<alimento disponible>> para los demás, como la de Jesús, repitiendo su gesto con la fuerza de su Espíritu que es la de su amor, es la ley de la nueva comunidad humana. Se expresa en la eucaristía, que renueva el gesto de Jesús. En ella se experimenta su amor en el amor de los hermanos y se manifiesta el compromiso de entregarse a los demás como él se entregó.

La nueva sociedad no se producirá por una intervención milagrosa de Dios. El amor de Dios se ha manifestado en Jesús-hombre y ha de seguir manifestándose por medio de los hombres, con su esfuerzo y su dedicación.

Jn 6,58

 <<Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre>>.

Se cierra el tema del maná, comenzado en la perícopa anterior (6,31) y recogido en la primera parte de esta sección (6,41.49.51). Existen dos panes del cielo: uno, falso, el maná, y otro verdadero, su persona. El primero no consiguió completar el éxodo, no llevó a los que lo comieron hasta la tierra prometida (cf. 6,49); el éxodo de Jesús, en cambio, llega a su fin: quien come pan de éste vivirá para siempre.

Este pan, nuevo maná, ha bajado del cielo (cf. 6,57: como a mí me envió el Padre). Jesús se refiere ahora a sí mismo como dador del Espíritu (cf. 6,33.34), disponible para el hombre.

Habla en esta perícopa de la nueva comunidad humana, que ha de llegar a la tierra prometida, a diferencia de la que se constituyó en el Sinaí, que murió en el desierto. Sin embargo, cada vez que hace alusión a su seguimiento (comer/beber) se refiere al individuo, no a la comunidad. Para él, su comunidad no es <<gente>> ni <<multitud>> (6,5), sino hombres, adultos (6,10), donde cada uno hace su opción personal y libre y tiene su propia responsabilidad en el seguimiento y en la asimilación.

Jesús ha expuesto la condición para crear la sociedad que Dios quiere para el hombre, la única que le permitirá una vida plenamente humana y cumplir el proyecto de Dios sobre la creación: es el amor de todos y cada uno por todos, sin regatear nada. Él da al hombre la posibilidad de ese amor y de esa vida.

Al final de la escena no se registra acción alguna por parte de los Judíos que habían criticado a Jesús (6,41). Al evangelista interesa solamente subrayar su incomprensión. Todo el episodio está dirigido, en realidad, al círculo de creyentes, para aclarar el sentido de la adhesión al Mesías, explicar el programa de Jesús y el de la comunidad e interpretar la eucaristía.

Jn 6,57

 <<como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí>>.

La vida que Jesús posee procede del Padre (1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo y se quedó sobre él), y él vive por el Padre, es decir, en total dedicación al designio de Dios (4,34) de dar vida al mundo (6,39-40.51). Al disponer él mismo de la vida (1,33: él va a bautizar con Espíritu Santo; cf. 5,26: ha concedido al Hijo disponer de la vida), la comunica a los suyos; la actitud de éstos ha de ser la dedicación al mismo designio. El mismo vínculo de vida que existe entre Jesús y el Padre (vida recibida - vida dedicada) existe entre los discípulos y Jesús.

Jn 6,56

 <<Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él>>.

La adhesión a Jesús no queda en lo externo. Él no es un modelo exterior que imitar, sino una realidad interiorizada. Esta comunión íntima cambia el medio interior del discípulo. Produce la sintonía con Jesús, y hace vivir identificado con él.

Aparece por primera vez la expresión <<seguir conmigo/en mí>>, que constituirá uno de los motivos principales en la imagen de la vid como nueva comunidad humana (15,4.5.7). Allí, permanecer en la vid equivale a permanecer en el amor (15,9: seguid en ese amor mío). Esa unión activa del discípulo con Jesús se expresa ahora con la metáfora del comer y beber. Esto muestra que la adhesión a Jesús es siempre una adhesión de amor, que establece una comunión de vida.

Jn 6,55

 <<porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida>>.

El contexto eucarístico en que se mueve Jn va a formularse más claramente. La eucaristía va a aparecer con un doble aspecto: como nuevo maná, alimento que da fuerza y vida, vehículo del Espíritu (6,55), y como nueva ley, que tiene realidad no por un código externo, sino por la identificación con Jesús (6,56) que lleva a una entrega como la suya (6,57).

En otras palabras: Por parte de Jesús, la eucaristía, memorial de su vida y muerte, es don que comunica su amor y su vida (el Espíritu). Por parte del discípulo es la aceptación del don; de éste nace una experiencia de vida-amor que se convierte en norma de su conducta; al aceptarlo, renueva su compromiso con Jesús y, en él, con el hombre. Jesús, alimento de su comunidad, produce en ella el amor, la entrega y la alegría festiva (cordero pascual). El don recibido lleva al don de sí: es el amor que responde a su amor (1,16).

Jn 6,53-54

 Les dijo Jesús: Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo le resucitaré el último día>>.

Jesús lanza su segunda declaración, que explica la primera. Al añadir a <<carne>> el elemento <<sangre>>, responde a la pregunta: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? La separación de carne y sangre expresa la muerte; Jesús va a dar su carne muriendo. Cuando su carne y su sangre sean separadas por la violencia del odio, quedará patente la vida que hay en él, el Espíritu, amor y gloria, que como agua de vida, brotará de su cuerpo entregado (cf. 19,34). Es en su carne y sangre donde se manifiesta y se comunica.

La antigua simbología del cordero pascual (1,29: el Cordero de Dios) queda integrada, pero cambiando muchos aspectos. La carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la figura queda realizada y superada al mismo tiempo: la carne del Cordero es alimento, pero permanente; su sangre no sólo libera momentáneamente de la muerte, sino, como su carne, da vida definitiva, que la supera.

Vuelve Jesús a utilizar su autodesignación: el Hombre/este Hombre, pues es en cuanto tal como puede dar su carne y su sangre. Vuelve a insistir así en su realidad humana, expresada antes por el término <<carne>> (6,51), en respuesta a la protesta de los Judíos (6,41s). <<El Hombre>>, sin embargo, es <<la carne>> llena del Espíritu (1,32) con el que ha sido sellado (6,27). Éste, siendo la plenitud del amor leal (1,14e Lect.), lo lleva a entregar su carne y sangre, en las que se comunica ese mismo Espíritu, que es fuerza vital en el hombre.

La frase de Jesús: no tenéis vida en vosotros, es decisiva; no hay realización para el hombre si no es por la asimilación a él, realizada por el Espíritu que de él se recibe.

Aceptar a Jesús, adherirse a él, equivale a <<comer>>, y significa asimilar su realidad humana, que se da al hombre en su vida y en su muerte; es así como se posee la vida definitiva que no conoce fin ni depende de la vicisitud humana (yo lo resucitaré). El Espíritu-vida que se recibe lleva al hombre a la misma entrega a la que lleva a Jesús. El discípulo de Jesús, con él y como él, se da a sí mismo hasta la muerte por el bien del hombre. Como Jesús mismo, no se detiene ni siquiera ante la muerte, pues la vida que posee la supera (para <<el último día>>, cf. 6,39 Lect.).

Jn 6,52

 Los judíos aquellos peleaban unos con otros diciendo: <<Cómo puede éste darnos a comer su carne?>>.

Las palabras de Jesús no provocan ahora una crítica (cf. 6,41), sino una pelea entre los mismos Judíos. No entienden su lenguaje; la mención de su carne los ha desorientado, pero, al mismo tiempo, les ha quitado la seguridad. Mientras Jesús se mantuvo en la metáfora del pan, creían comprender; podían aún interpretar que se presentaba como un maestro de sabiduría enviado por Dios. Pero Jesús ha precisado que este pan es su misma realidad humana, no una doctrina. Ellos ya no entienden qué puede significar <<comer su carne>>. Buscan una explicación, pero no la encuentran.

Para los lectores de Jn, en cambio, el significado es claro. El autor habla desde la perspectiva de su comunidad, teniendo presente la celebración y el significado de la eucaristía.

Jn 6,51b

 <<Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva>>.

Pasa de la figura del maná a la del cordero, sin salirse de la simbología del Éxodo (Pascua) (cf. 1,29.36). Ambos términos pertenecen al campo semántico del alimento.

Jesús recoge la objeción inicial de los Judíos. Su don es <<su carne>>; es decir, el Espíritu no se da fuera de su realidad humana: <<su carne>> lo manifiesta y lo comunica. No hay don de Espíritu donde no hay don de la <<carne>>. A través de ella, el don de Dios se hace concreto, histórico, adquiere realidad para el hombre.

Por tanto, <<la carne>> de Jesús no es sólo el lugar donde Dios se hace presente (1,14), sino que se convierte en el don de Jesús al mundo, don del amor del Padre (3,16). Es así una presencia que busca un encuentro, que es voluntad de comunicación por parte de Dios. Dios entabla esta comunión con el hombre en el plano humano, en Jesús y por su medio.

La objeción de los Judíos (6,42) reflejaba el escándalo que provoca el Hombre-Dios. Mientras Dios pone todo su interés en acercarse al hombre y establecer comunión con él, éste tiende continuamente a alejarlo de su mundo, situándolo en una esfera cerrada y trascendente; Dios, por el contrario, abre esa esfera en Jesús (1,51: veréis el cielo quedar abierto), para comunicarse y vivir con el hombre (14,23).

La palabra creadora de Dios enuncia su voluntad de diálogo con la humanidad. Es palabra eficaz que se expresa en la obra creada (1,3) y contiene para el hombre un mensaje de vida (1,4). Como voluntad de comunión, se hace realidad humana (1,14) que manifiesta y comunica a Dios mismo, amor leal (1,14-17). El hombre Jesús, la Palabra hecha carne, contiene como significado la gloria del Padre (el Espíritu-amor). En él Dios se expresa en la historia; es en el hombre y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se le ve y se le acepta o rechaza. No está Dios en <<el más allá>>, se ha hecho presente en Jesús. No existen dones divinos que no tengan expresión en la <<carne>>. Dios da su Espíritu, pero es su <<carne>> la que lo expresa y contiene. A los Judíos, que piensan en el Dios <<del más allá>>, la carne les escandaliza. No creen que Dios pueda ser visto y tocado, Dios, sin embargo, quiere entrar en el campo de la experiencia humana.

Jesús dará su carne para que el mundo viva. La expresión supone que la humanidad carece de vida. La universalidad de la expresión está en paralelo con 1,29: el que va a quitar el pecado del mundo; la vida se opone al pecado y el pecado se quita con el don de la vida. Está también en paralelo con 3,16: así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. El don de la vida se ofrece a todos y se comunica en el don de la carne, la realidad humana de Jesús.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25