lunes, 7 de diciembre de 2020

Jn 1,15

 Juan da testimonio de él y sigue gritando: <<Este es de quien yo dije: "El que llega detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía antes que yo">>.

La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confirmado por su propia experiencia. La palabra / proyecto hecho hombre, cuya gloria contemplan los hablantes, fue reconocido y descrito por Juan. Su testimonio conserva, por lo mismo, validez perenne. La casi identidad del texto citado con el que éste pronuncia en 1,30 indica que la comunidad tiene presente la entera declaración de Juan (1,29-34). La frase Juan da testimonio de él se refiere a 1,32-34, donde atestigua la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús (1,32: Y Juan dio este testimonio; 1,34: Pues yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios). La declaración de Juan en 1,29-34 es, por tanto, una explicación en otros términos de lo que experimenta y expone la comunidad: la gloria-amor leal que el Padre comunica al Hijo único es el Espíritu que lo llena (1,32-33).

Las afirmaciones sobre la identidad de la Palabra contenidas en el testimonio de Juan concuerdan con otras tantas hechas anteriormente en el prólogo, pero con la peculiaridad de confrontar, en un contexto polémico la existencia perenne de la Palabra a la existencia históricamente limitada de Juan. La afirmación central del testimonio: estaba ya presente antes que yo, se opone a la forma puntual con que se introduce la figura de Juan en 1,5: apareció un hombre. La aparición, anterior en el tiempo con respecto a la de Jesús, utilizada por los discípulos de Juan como argumento a favor de su maestro (3,27), viene explicada en su testimonio. Juan se refiere sintéticamente a las tres etapas temporales en las que ha distribuido la existencia de la Palabra en el prólogo, aunque lo hace comenzando en sentido inverso: mientras la visión del prólogo avanza desde los orígenes hacia el presente, el testimonio de Juan retrocede desde el presente a los orígenes:

1,11.14        presencia <<histórica>>        El que llega detrás de mí

1,10             presencia <<cósmica>>        Estaba ya presente antes que yo

1,1-2            existencia primordial             porque existía primero que yo

Despojadas de los elementos comparativos, debidos, como se ha notado, al contexto polémico, las afirmaciones de Juan contienen, como cabría esperar, la identificación del hombre Jesús como la Palabra hecha hombre, la misma Palabra permanentemente presente en el mundo y originariamente junto a Dios.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Jn 1,14e

 plenitud de amor y lealtad.

La frase está tomada de Éx 34,6. Moisés, antes de recibir el segundo decálogo, hizo a Dios varias peticiones, que él le concedió (Éx 33,12-17). Sin embargo, al exponer la última: <<Enséñame tu gloria>> (Éx 33,18), le contestó Dios: <<Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza (gloria) y pronunciaré ante ti el nombre "Señor" (Yahvé) ... pero mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida ... cuando pase mi gloria te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado, y cuando retire la mano podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás>> (33,19-23). El Señor pasó ante él proclamando: <<El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, grande en misericordia y fidelidad (= lleno de amor y lealtad), etc.>> (34,6s). <<Ver la gloria>> equivale en el texto a <<ver el rostro>> de Dios, es decir, al conocimiento personal (cf. Jn 1,18), a la experiencia inmediata de Dios. La frase <<lleno de amor y lealtad>> define, por tanto, el ser de Dios en lo que constituye su riqueza y su gloria.

El término griego (kharis) escogido por Jn significa amor gratuito y generoso, que se traduce en don no amor absorbente, sino, todo lo contrario, expansivo. Fuera del prólogo no volverá a utilizar este término, que será sustituido por <<Espíritu>> (vida activa en el amor, 4,24), por <<amor>> (agapê) y los verbos <<amar>> (agapaô), <<querer>> (phileô). El amor, calificado por la lealtad o fidelidad, es el que no se desmiente nunca, no cesa, no se arredra ni cede ante la dificultad. La lealtad es la verdad del amor.

La frase: plenitud de amor y lealtad, enlaza con 1,14c: hemos contemplado su gloria. La intermedia: la gloria que un hijo único, etc., es un inciso que identifica la gloria manifestada en Jesús con la del Padre, sin limitación alguna. La riqueza de Dios resplandece en Jesús en su amor indefectible. Dios ama al hombre llevado de su generosidad, por un movimiento espontáneo (Padre), y su amor está todo en Jesús. Su resplandor es su evidencia.

Como la luz se identifica con la vida (1,4), así la gloria se identifica con el amor leal. Este paralelo se transforma en identidad: el Hijo único, que posee la plenitud de la gloria-amor, es al mismo tiempo realización del proyecto creador que contenía la vida-luz (1,4.9-10). Son dos aspectos de la misma realidad: luz corresponde a gloria, vida a amor. De hecho, la vida no es una cualidad estática, sino un dinamismo que se traduce necesariamente en actividad. Es el amor su actividad propia: vivir es amar y amar es comunicar vida. Por eso el amor gratuito y generoso que aquí se significa es el principio y la actividad de la vida, que se difunde dándose a otros (= el Espíritu).

La lealtad es la constancia del amor; significa lo firme, estable, cierto, veraz, auténtico, fiel. De ahí que Jesús, presente entre los suyos, sea la oferta constante de vida-amor; él hace posible el crecimiento que lleva a ser hijo de Dios (1,12: a esos que mantienen a adhesión a su persona).

La manifestación de la gloria es un tema que recorre todo el evangelio; es más, resulta su tema principal una vez que se capta su contenido: la manifestación de la gloria es la del amor que comunica vida. Por primera vez se mencionará en la escena de Caná (2,11), donde Jesús ofrece anticipadamente el Espíritu de vida, como muestra de lo que será realidad en <<su hora> (2,4), la de su muerte. La manifestación de la gloria coincidirá con el don del agua-Espíritu (7,39). La gloria-amor de Jesús, que es la de Dios, se manifestará haciendo salir a Lázaro del sepulcro (11,4.40.43), resurrección que anticipa la de <<el último día>>, que coincide también con la cruz (6,39 Lect.; cf. 7,37). Así, la gran manifestación de la gloria sucederá en la cruz, cuando Jesús muestre su amor hasta el extremo (13,1), dando su vida, para dar a los hombres la vida definitiva con el don del Espíritu (19,30.34). Será la cruz la visión de la gloria, y el costado de Jesús, que continuará simbólicamente abierto después de la resurrección (20,25-27), demostrará la lealtad de su amor, la comunicación incesante de la vida.

Al decir: hemos contemplado su gloria, expresión que se refiere a un hecho concreto, afirma la comunidad su experiencia de Jesús muerto en la cruz, de cuyo costado sale sangre, expresión de su amor hasta el final (13,1), y agua, símbolo del Espíritu (7,37-39), el amor-vida que comunica. Es la misma experiencia contenida en el testimonio solemne del evangelista, que subraya la escena con la declaración más enfática de todo el evangelio, indicando ser aquél el momento cumbre de todo el relato: el que lo ha visto personalmente deja testimonio -y este testimonio suyo es verdadero y él sabe que dice la verdad- para que también vosotros lleguéis a creer. Se cumple en la comunidad la profecía de Zacarías (12,10) citada por Jn: Mirarán al que traspasaron (19,37). Y esa experiencia que comenzó no cesa, el amor de Jesús sigue siendo el centro de la comunidad: Padre, quiero que también ellos, los que me has entregado, estén conmigo donde estoy yo, para que contemplen mi gloria (17,24). Jesús está presente en ella como el crucificado / traspasado (20,20.27); ella lo percibe como la señal alzada en medio del mundo (3,14-16; 8,28; 12,34), de la que brota continuamente la vida (7,37-39).

El hecho de que la comunidad cristiana pueda contemplar la gloria personal de Dios, presente en Jesús, marca la diferencia entre antigua y nueva alianza (1,14e Lect.). Ver la gloria no sólo no produce la muerte (Éx 33,20), sino que es condición para la vida. Quien no contempla la gloria no puede llegar a creer (2,11 Lect.).

Otra figura de esta contemplación de la gloria es la que Jesús promete a Natanael: Sí, os lo aseguro, veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por este Hombre (1,51 Lect.).

Jn 1,14d

 la gloria que un hijo único recibe de su padre.

La gloria que la comunidad contempla no es, como en los antiguos tiempos, un fenómeno material, fuego o nube, que lejanamente simbolizase la presencia de Dios, sino la plenitud personal de Dios, presente en Jesús. Así lo indica la comparación con el hijo único, que posee todos los bienes del Padre, sin excepción. El correspondiente hebreo del término <<gloria>> significa al mismo tiempo <<gloria>> y <<riqueza>>. El hijo único es el heredero universal de su padre, y todo lo que éste tiene le pertenece (cf. 3,35; 17,10). La gloria / riqueza que brilla en Jesús es, en extensión e intensidad, exactamente la misma que posee el Padre. Por eso su presencia equivale a la del Padre (12,45; 14,9), él es Dios entre los hombres, manifestado en una <<carne>> humana. Es la revelación completa del ser de Dios, quien realizando su proyecto de hombre igual a él (5,18; 10,33) se pronuncia a sí mismo en su palabra. Brilla ahora en medio de la humanidad nueva todo su resplandor. Jesús es el Hijo único, nacido directamente de Dios, y sólo él posee la plenitud humana y divina. Los que lo reciban llegarán a ser hijos por su fidelidad a él (1,12). Teniendo la vida del Padre, pueden comunicarla. Los demás darán su adhesión a la Palabra-vida; él es la Palabra misma, y la vida misma, el proyecto realizado.

Se descubre ya en este pasaje el contenido que va a adquirir en el evangelio el término <<padre>>: es aquel que comunica su ser, haciendo al hijo igual a él. La inmensa mayoría de las veces se aplicará a Dios, definiéndolo como aquel que, por amor, comunica al hombre su propia vida divina; será así el prototipo del amor generoso, creador de igualdad. La actividad del hijo corresponde a la del padre, como lo explica Jesús en 5,19: Un hijo no puede hacer nada de por sí, tiene que verlo hacer al padre. Así, cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Jn 1,14c

 y hemos contemplado su gloria.

En el AT se llamaba <<la gloria del Yahvé>> al resplandor de la presencia divina. Aparecía en particular sobre el santuario o tienda y, al ser ésta inaugurada, se llenó de la gloria de Dios (Éx 40,34-38; cf. 29,42s; 1 Re 8,10s). Su presencia se hacía visible durante el día como nube, durante la noche como resplandor, pero era la idea de luz que se asociaba con <<la gloria>> (cf. Is 60,1-3). En el AT, la gloria de Yahvé se manifestaba a menudo en cólera (Nm 14,10-12; 16,20-21; 17,7-10).

Para la nueva humanidad en camino, la gloria, es decir, la presencia activa de Dios, no está ligada a un lugar material ni su morada es un reciento sacro, resplandece en el Hombre, en Jesús. La gloria que la comunidad contempla es la de Jesús mismo, que se identifica con la de Dios (1,14d Lect.) y que tiene su momento privilegiado de manifestación en la <<hora>> de su entrega en la muerte (17,1-5).

En él, Dios se hace presente para siempre en medio de un grupo humano (entre nosotros). Ha desaparecido la distancia entre Dios y el hombre y, por tanto, la búsqueda angustiada de Dios. Para conocerlo no hay que salir fuera del mundo, sino acercarse a él, que se ha instalado en el ámbito del mundo. Este no es ya un lugar profano, separado de Dios (5,13 Lect.; cf. 6,10).

Al acampar en una comunidad de hombres, el encuentro con él excluye todo individualismo y exclusividad (20,24ss). Establece una relación interpersonal y social. No hay mediación entre Jesús y los suyos, su presencia es inmediata para todos. En el contexto de éxodo, esta gloria será la luz que los guíe en la noche de la tiniebla (cf. Éx 13,21; 40,38).

El rasgo de luminosidad propio del concepto de <<gloria>> indica solamente ciertas cualidades relativas a su visibilidad: magnitud, esplendor, belleza, etc. <<Gloria>> es un término que denota el impacto en el hombre de una realidad dotada de tales o parecidas cualidades; como <<verdad>>, <<gloria>> es un concepto adjetival, que supone la existencia de otra realidad definible por sí misma.

En Jn, <<la gloria>> está en relación con <<la luz>> (1,4) o esplendor de la vida que brilla (1,5) e ilumina (1,9) a los hombres. La identidad entre la palabra creadora y la luz de la vida (1,9-10) muestra que la gloria que contempla la comunidad de Jn es también e resplandor de la vida, que va a definirse como <<amor y lealtad>> (1,14c).

Jn 1,14b

 acampó entre nosotros.

El verbo <<acampar>> deriva en castellano de <<campo / campamento>> y connota la tienda de campaña, gr. skênê, sustantivo el que deriva el verbo aquí usado. Aparece así en esta frase una alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto, la primera época de Israel (Éx 33,7-10), y reemplazada mas tarde por el santuario de Jerusalén (2 Sm 7,1-13; 1 Re 5,15-19; 6,1ss). Aquella presencia de Dios queda sustituida por ésta: la tienda de Dios, el lugar donde él habita en medio de los hombres, es un hombre, una <<carne>>.

Aflora aquí el tema del éxodo, que se desarrollará en el cuerpo del evangelio a partir del 4,46b (véase El ciclo del hombre) y que era propio de la fiesta de Pascua. Jesús, de hecho, reunirá en su persona y actividad toda la temática del antiguo éxodo. Él es el Cordero de Dios, el de la nueva Pascua (1,29.36), su sangre librará a la humanidad de la muerte (cf. Éx 12,1-14), su carne será la comida de la nueva Pascua (6,55) y el nuevo maná, que llevará a los que lo sigan a la tierra prometida (6,58); él será entregado a la hora en que se inmolaba el cordero, para sustituir definitivamente la antigua pascua (19,14.16). Va a verificarse, pues, un nuevo éxodo, el paso de las tinieblas a la luz (8,12), de la muerte a la vida (5,24; cf. 6,1; 10,40); en él la presencia de Dios entre los suyos se realizará en Jesús.

<<La tiniebla>>, punto de partida del éxodo hacia la luz-vida, cubre el ámbito de <el mundo>> que odia a Jesús (7,7), personificado a lo largo del relato en los dirigentes judíos, representantes de las instituciones que quieren matarlo (5,18; 7,1; 11,53; véase 1,5 Lect.). La característica de la comunidad de Jesús será no pertenecer a ese mundo (8,23; 17,14.16), tierra de esclavitud de la que él los hará salir (4,46bss Lect.).

La alusión a la nueva tienda anuncia ya la sustitución del templo. El cuerpo de Jesús, su humanidad, será el nuevo santuario (2,19.21). Como la antigua, la nueva tienda supone una humanidad en marcha. Jesús no crea un nuevo templo, masa estática y fija; los suyos están en camino hacia el Padre (14,6). Caminan en la historia, pero no con los objetivos de la carne, sino con los del Espíritu, y sólo ellos saben adónde van (3,7; 8,14).

Jn 1,14a

 Así que la Palabra se hizo hombre.

Hasta aquí el autor ha hecho una síntesis de la obra creadora de Dios, incluida la llegada histórica de la Palabra y las reacciones, negativa y positiva, que ha provocado (1,11-13). La exposición se ha hecho desde fuera, de modo impersonal. Ahora, en esta sección, Jn va a considerar la llegada de la Palabra y sus efectos positivos desde el punto de vista de la comunidad creyente a la que pertenece (1,14: nosotros hemos contemplado; 1,16: todos nosotros hemos recibido). La llegada de la Palabra se describe en términos de experiencia, la que es propia de los que han recibido, han nacido de Dios y mantienen su adhesión a ella.

Para entender bien el alcance de la frase de Jn, hay que tener presente el doble significado de logos: proyecto / palabra. El proyecto divino se ha realizado en una existencia humana, la plenitud de la vida brilla en un hombre, es visible, accesible, palpable (cf. 1 Jn 1,1-3). Por vez primera aparece cuál es la meta de la creación de Dios, a qué tiende toda su obra: lo manifiesta el Hombre que encarna su proyecto: al llegar a la plenitud humana, es Dios, pues tal era el proyecto, llevar al hombre a la condición divina (nótese la traducción alternativa de 1,1c: y un Dios era el proyecto). El hombre-Dios está presente en la tierra, él es la presencia del Padre entre los hombres (12,45; 14,9), el Dios engendrado (1,18) por la comunicación plena de la vida el Padre.

A esta expresión <<el proyecto / palabra hecho hombre>> corresponde en el cuerpo del evangelio dos expresiones: <<el Hijo del Hombre>> ( = el Hombre; 1,51 Lect.), que denota el hombre en su plenitud, el modelo de Hombre, y <<el Hijo de Dios>> (3,18; 5,25, etc.), aquel que ha recibido la plenitud de vida divina y que, por tanto, es Dios. Son dos aspectos de la misma realidad, pues el hombre no llega a serlo plenamente hasta que no sea hijo de Dios, recibiendo la comunicación de la vida divina. Ambas denominaciones están compendiadas en otra: <<el Hijo>> (3,17.35s; 5,21-23; 6,40, etc.), que denota al mismo tiempo la procedencia humana (el Hijo del hombre) y la divina (el Hijo de Dios) de Jesús.

Estas realidades se <<cumplen>> en el momento de la muerte (19,28-30, cf. Lect.) que pone de manifiesto la realidad <<carnal>> de la Palabra y, paradójicamente, su transparencia divina: en ese momento privilegiado el hombre puede contemplar en ella la gloria del Hijo que, a su vez, es la del Padre (cf. 19,35, cf. Lect.).

Jn 1,13

 los que no han nacido de mera sangre derramada ni por mero designio de una carne ni por mero designio de un varón, sino que han nacido de Dios.

Jn anticipa la respuesta a una objeción que puede surgir de la afirmación central del verso siguiente: Así que la Palabra se hizo hombre, donde el término empleado (sarx, lit. <<carne>>, denota la fragilidad humana que se manifiesta sobre todo en la muerte. La contemplación de la gloria está vinculada a la <<hora>> de la muerte (1,14; cf. 12,27s) y ésta tuvo una realización violenta, donde la sangre derramada es la señal de la vida manifestada (cf 19,34 Lect.).

La frase adversativa (no ... ni ... ni ... sino que) opone dos tipos de nacimiento. Aunque el primero se formula de tres modos distintos; la oposición se establece entre nacimiento humano (triple formulación) y nacimiento divino (única formulación).

En efecto, si los tres primeros principios vitales: carne, sangre, varón, fueran independientes, el hombre podría tener tres orígenes diversos. Ante esta imposibilidad, hay que identificar de algún modo los tres principios del primer nacimiento y preguntarse por qué razón Jn los ha especificado y separado.

Nótese, en primer lugar, la diferencia entre este pasaje y 3,3-6, donde también se distingue entre dos nacimientos: el primero se llama <<nacer de nuevo / de arriba>> (3,3), <<de agua y Espíritu>> (3,5) o simplemente <<del Espíritu>> (3,6), mientras el segundo, el nacimiento humano, se describe únicamente como <<nacer de la carne>> (3,6),  mientras en 1,13 aparecen en oposición compleja: nacer de sangre, carne, varón / nacer de Dios.

Por otra parte, en 1,13 se habla de <<nacer de Dios>>; en 3,6 de <<nacer del Espíritu>>, que equivale a <<nacer de nuevo / de arriba>> (3,3). El nacimiento del Espíritu viene de arriba, es decir, de Jesús, el Hombre, levantado en alto (3,13 Lect.). El elemento activo de ese nacimiento es el Espíritu, dado por designio de Jesús, el portador del Espíritu (1,32) y su fuente (del agua-Espíritu: 7,37-39; 19,30.34; cf. 20,22). Jesús es carne y sangre (realidad humana) + Espíritu (vida divina, cf. 4,24). El hombre no puede tener vida divina, definitiva, si no es a través de Jesús, por el Espíritu que él comunica a través de su realidad humana (6,53s: si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva), aceptándola como don (6,51: el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva), el don del Padre a la humanidad (6,32: mi Padre os da el verdadero pan del cielo [cf. 3,16]).

En la cruz aparece, por otra parte, que Jesús da el Espíritu cuando entrega su cuerpo / carne y derrama su sangre. La única forma de nacer de nuevo es, por tanto, aceptar a Jesús que da su vida por el hombre, aceptar su condición humana y asimilarse a ella.

<<Nacer de Dios>> equivale, por tanto, a nacer del Espíritu que procede de la carne y sangre de Jesús, aceptando su carne y su sangre, su vida y su muerte. Es solamente por el designio de Jesús (carne + sangre + Espíritu) de dar vida, que se identifica con el designio del Padre (6,39s) y se traduce en su entrega voluntaria a la muerte (10,18), como es posible al hombre el nuevo nacimiento.

El que nace de Dios, lo hace del Dios que se manifiesta y actúa en Jesús: su expresión cumplida en la debilidad de la <<carne>> y en el acto de su entrega en la cruz. Por lo mismo nace de la sangre de Jesús, pero no de mera sangre, sino de aquella que, derramada en la cruz, contiene la fuerza vivificadora de Dios; nace de la carne, débil y mortal que es Jesús, pero no de mera carne, puesto que es la morada de Dios, de donde brota el manantial de vida, indestructible, nuevo lugar de encuentro con el Padre; nace de un varón, pero no de un mero varón, sino del hijo único del Padre, heredero de su gloria.

Este nacimiento de Dios, que se obtiene por la aceptación de la humanidad de Jesús (lo aceptaron), permitirá al hombre, por su fidelidad a él (a esos que mantienen la adhesión a su persona), llegar a ser hijos de Dios.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Jn 1,12c

 a esos que mantienen la adhesión a su persona.

Explica Jn en qué consiste <<aceptarlo>>. Se trata de una adhesión personal a Jesús en su calidad de proyecto creador realizado, de una aceptación de la vida que comunica en cuanto palabra creadora. No pide Jn la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada, sino a una persona en cuanto es modelo y dador de la vida que Dios ofrece a la humanidad. La actividad de los creyentes, que los lleva a ser hijos de Dios, supone la adhesión continua a Jesús (cf. 6,29), el Hijo, el enviado de Dios. El proceso de asimilación al Padre es inseparable de la identificación con Jesús, como Él mismo lo afirmará (14,15: si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos). Se requiere la adhesión que da el amor para ser capaces de amar como él hasta la muerte (14,15; 21,15-17 Lect.).

Jn 1,12b

 los hizo capaces de hacerse hijos de Dios.

A los términos castellanos <<hijo / hijos>>, distinguidos solamente como singular y plural, corresponden en el evangelio dos términos griegos: huios y tekna, como en francés se distingue entre <<fils>> y <<enfants>>. Jn usa el primero exclusivamente para Jesús, <<el Hijo único>> (3,16.18), <<el Hijo de Dios>> (5,25; 20,31), o simplemente <<el Hijo>> (5,23; 6,40). El segundo, referido a los hijos de Dios, se emplea sólo en este pasaje y en 11,52.

En el evangelio de Jn, el concepto <<hijo>> es dinámico, como aparece en 8,39: Si fuerais hijos de Abrahán, realizaríais las obras de Abrahán. El <<nacer>> capacita para ejercer una actividad del mismo género que la del padre, y esa actividad es la que demuestra la filiación. El hijo imita a su padre y aprende de él (cf. 5,19-20). Así puede decir Jesús a los dirigentes judíos que tienen por padre al Enemigo (el diablo), porque realizan sus mismas obras y cumplen sus deseos, siendo asesinos y embusteros (8,44).

El dinamismo contenido en el término <<hijos>> da la razón de la frase, a primera vista extraña, de Jn: los hizo capaces de hacerse hijos de Dios. La capacidad se confiere con el <<nacer de Dios>> (1,13), pero el ser hijo no es algo dado de una vez para siempre: se demostrará con una actividad que se asemeje a la de Dios mismo y será fruto de ella. La expresión <<hijos de Dios>> connota a Dios como Padre, el que, por amor, comunica vida. Tal será la actividad de los hijos, comunicar vida por las obras de amor hacia los demás, que continuarán las de Jesús, el Hijo. Por eso su único mandamiento prescribirá precisamente el amor de unos a otros, igual al amor con que él los ha amado (13,34; 15,12.17), es decir, el hacerse hijos de Dios como lo es él. Esa actividad de amor al hombre será el camino hacia el Padre, camino de semejanza progresiva (14,6), que se recorre por identificación con Jesús, por asimilación a su vida y muerte (6,53ss: su carne y su sangre), prueba de su amor al hombre hasta el extremo (13,1.4.5).

En esta frase de Jn, hacerse hijos de Dios, se contiene un principio que dominará todo el evangelio: Dios no sustituye al hombre, sino que lo capacita para que él pueda desarrollar su propia actividad. Y lo capacita haciendo que nazca de nuevo (1,13; 3,3) por la comunicación de su Espíritu (3,5s), dándole así una calidad de vida que potencia su ser y le permite desarrollarlo hasta realizar en sí el proyecto creador. Desde este momento, la acción de Dios y la del hombre son indistinguibles, pues actúa el hombre completo, del que es componente el Espíritu de Dios (4,14; 8,12 Lect.). La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre. Este no queda anulado por la acción de Dios; al contrario, se desarrolla por la unión y la colaboración con el Padre y Jesús, sus compañeros de vida (14,23). De ahí la frase de Jesús: Quien me presta adhesión, las obras que yo hago también él las hará, y las hará mayores (14,12).

En relación con este principio está la constante negativa de Jesús a ser proclamado rey (2,23 Lec.; 6,15; 12,12-36). Él no quiere gobernar al hombre ni a la sociedad, sino dar la vida por él para acabar su creación (nuevo nacimiento) y mostrarle su camino (hacerse hijos de Dios). Dios no le da al hombre la existencia ni el mundo hechos, le comunica su capacidad de amor y entrega (el Espíritu-vida, cf. 4,14), para que él mismo, señor de su vida y de su mundo (13,12 Lect.), los construya. Dios es ímpetu que impulsa (4,24: Espíritu; cf. 3,8), no soberano que impone un orden y determina sus límites. Se advierte de nuevo la oposición entre el Padre, Dios creador y dador de vida, y el Dios de la Ley y las instituciones que, estableciendo un orden inviolable, fija la vida y el mundo del hombre. De ahí que la Ley impida ser hijos de Dios (19,7; cf. 5,18, 10,33).

Jn 12a

 En cambio, a cuantos la aceptaron.

Aunque los suyos no lo acogen, hay quienes lo aceptan. Con esta frase indica Jn que ha habido una respuesta positiva a la palabra-luz, sobre todo fuera de su pueblo. Esta afirmación corresponde en el relato evangélico a la acogida hecha a Jesús en Samaría (4,39), y a su retirada a Efraín (11,54 Lect.); también a la mención de otras ovejas no pertenecientes al recinto de Israel (10,16), al episodio de los griegos (12,20-22) y al de la pesca (21,1ss). Comienza una nueva época para la humanidad, que se divide en dos partes desiguales: los que continúan en la actitud del pasado (los suyos) y no reconocen la Palabra (1,10), y los que la reconocen y la aceptan, liberándose del dominio de la tiniebla.

Aunque Israel como pueblo no acoja a Jesús, hay excepciones que aparecen en el mismo evangelio (1,48 Lect.); una parte de Israel será integrada en la nueva comunidad (19,25-27 Lect.). De hecho, la vida-luz brilla para la humanidad (1,4) e ilumina a todo hombre (1,9). Lo mismo, aunque la presencia histórica de Jesús se verifica en Israel, su  mensaje está destinado a la humanidad entera (3,16: así demostró Dios su amor al mundo / humanidad). La tragedia fue que aquel pueblo mostrase la mayor resistencia. De hecho, Jesús tendrá otros <<suyos>> (13,1), que ya no se identificarán con el Israel histórico (cf. 10,4).

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Jn 1,11

 Vino a su casa, pero los suyos no lo acogieron.

En paralelo con la llegada de Juan bautista (1,7: vino) está la de la Palabra, ya personificada y que el lector identifica con Jesús. Él es el proyecto realizado, la palabra creadora, la vida (11,25; 14,6) y la luz (8,12; 9,5). Si la luz siempre existente brillaba para todo hombre (1,5) e iluminaba la humanidad entera (1,9), su presencia histórica se verifica en un pueblo determinado, que es el suyo, metafóricamente su casa, donde debía haber sido acogido sin condiciones: pero los suyos no lo acogieron; llegó al pueblo que Dios había hecho suyo, pero este pueblo no lo aceptó.

Resalta aquí el fracaso de la antigua alianza. La Escritura (5,39) y Moisés (5,46) habían anunciado esta realidad, pero los suyos no quieren reconocer la Palabra / interpelación de Dios, el proyecto creador (12,13ss Lect.), la vida que se les ofrece. Entre la preparación que Dios pretendía hacer y la llegada del anunciado se ha interpuesto un factor que ha invalidado la preparación y le ha quitado su eficacia. Este elemento ha de ser la tiniebla, la enemiga de la luz, que se identifica con los principios de la institución judía. Ésta ciega al pueblo con la enseñanza de la Ley y los ideales nacionalistas (12,34.40 Lect.), y condenará a Jesús (11,53).

Nótese la identidad de sujeto en 1,10 y 1,11. El que llega es la palabra primordial y creadora (1,3: mediante ella existió todo; 1,10: el mundo existió mediante ella), el proyecto divino que interpelaba al hombre ofreciéndole la vida (1,4), hecho realidad en una existencia humana. Jesús será, por tanto, el proyecto divino realizado, el hombre-Dios (1,1c); su actividad consistirá en llevar a cabo el designio creador de Dios sobre el hombre (4,34) y su presencia será la interpelación de Dios a la humanidad (15,22.24). La obra de salvación continúa la obra creadora y la lleva a su término (5,17).

Jn 1,10

 En el mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, el mundo no la reconoció.

La mención de la actividad creadora y el paralelismo con 1,3 indican que el sujeto es la Palabra. Tanto en griego como en castellano, el paso de <<luz>> a <<palabra>> es imperceptible (en griego por la isomorfia de los pronombres, en castellano por la comunidad de género entre los dos términos). En la luz-vida que llega al mundo están presentes el proyecto de Dios y su palabra creadora, su ideal para el hombre y su interpelación al mundo / humanidad. Sin embargo, contradiciendo al deseo de vida implantado en ella, la humanidad no reconoció el proyecto divino ni hizo caso de la interpelación. Aunque le era connatural, lo rechazó y, con ello, rechazó la vida. Vivía en régimen de muerte, dominada por la tiniebla, y se negó a responder al ideal de plenitud humana al que estaba destinada por la creación misma.

En este verso se resume la situación de la humanidad hasta la llegada histórica de la Palabra: una negativa a realizar el proyecto divino, la sumisión a la tiniebla. Esta no se identifica con la humanidad, que podría escapar de ella y pasarse a la zona de la luz; es la ideología propuesta por un sistema que subyaga y somete al hombre, quitándole hasta el deseo de su propia plenitud. La humanidad en su conjunto se deja dominar por ella y renuncia a la vida, su único bien.

La frase <<el mundo no la reconoció>>, que describe el rechazo voluntario del proyecto de Dios sobre el hombre, anuncia <<el pecado del mundo>>, que va a ser quitado por el Cordero de Dios (1,29 Lect.). La humanidad está dominada por el pecado, por aceptar un régimen de opresión; se niega a dejarse iluminar por la luz-vida, a dejarse interpelar por la palabra.

No existe zona neutra entre la luz y la tiniebla. La humanidad está sumergida en ésta y tiene que salir de ella para pasarse a la zona de la luz. Como estar con la tiniebla significa carecer de vida, vivir en régimen de muerte, el paso a la luz-vida equivale a nacer de nuevo (3,3: si uno no nace de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios), a una resurrección (5,25: los muertos van a oír la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen tendrán vida).

En resumen: desde el principio, el proyecto de Dios era que el hombre alcanzase la plenitud de vida, la vida divina. En la humanidad (el hombre, el mundo, todo hombre), sin embargo, ha dominado una entidad maligna (la tiniebla) que ha impedido que el hombre viva, sometiéndolo a un régimen de muerte. Siempre había podido el hombre experimentar el anhelo de vida, pero la humanidad en su conjunto lo había reprimido, aceptando la opresión. La voz de Juan pretendía despertar ese anhelo y sacar al hombre de su resignación, anunciando la alternativa. Por eso su bautismo significará ruptura con la institución existente y propósito de adhesión al liberador que llega.

martes, 1 de diciembre de 2020

Jn 1,9b

 La que ilumina a todo hombre, llegando al mundo.

La luz de la vida se describe ahora no en sí misma, sino en su acción sobre el hombre, ya insinuada en 1,4: la vida era la luz del hombre. Al decir que ilumina se hace referencia no sólo a su cualidad de ser visible (1,5: brilla), sino también a su capacidad de difusión. Es la vida que se comunica la vida que vivifica.

De hecho iluminaba e ilumina a todo hombre, porque llega al mundo / la humanidad. A pesar de las tinieblas y de las falsas luces, el hombre podía experimentar el anhelo de vida, podía valorarla y acrecentar el deseo de ella. La plenitud de vida contenida en el proyecto creador se e presentaba siempre como ideal y meta. Tenía, pues, un criterio para distinguir entre luces verdaderas y falsas, su anhelo de vida y plenitud. Por eso todos podían responder al testimonio de Juan (1,7), pues él daba testimonio de una realidad existente, pretendía despertar la conciencia de la vida, latente en todo hombre y que cada uno podía descubrir de nuevo. Sin embargo, para responder a su invitación había que darse cuenta de la situación de muerte; tal era la labor de Juan por medio de su bautismo: proponer la ruptura con la situación y la adhesión al que había de llegar y que, de hecho, ya estaba presente (1,26: entre vosotros se ha hecho presente).

Jn 1,9a

 Era ella la luz verdadera.

La luz, testimoniada por Juan, es la única luz, la vida (1,4), la que brilla en medio de la tiniebla (1,5) y que va a manifestarse en la historia en una existencia humana, el Mesías-Luz (8,12 Lect.). Él será la manifestación histórica de la luz-vida contenida desde el principio en el proyecto creador y que ha brillado siempre para el hombre.

La luz verdadera se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley (1,4 Lect.). La luz de la vida (cf. 8,12) procedía de Dios creador, no de Dios legislador. La Ley, que como luz pretendía guiar la conducta del hombre, no le comunicaba vida. Era luz sólo en apariencia (cf. 1,17).

Jn 1,8

 No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.

Se insiste ahora sobre la persona y el papel de Juan de un modo negativo. Aunque enviado por Dios, Juan no es la luz; tiene sólo una misión respecto a ella. Esta insistencia delata que había quienes identificaban a Juan con la luz. No era él la luz porque no realizaba en sí plenamente el proyecto divino, porque no contenía la vida ni podía comunicarla. De hecho, la afirmación no era él la luz está en paralelo con la declaración de Juan: Yo no soy el Mesías (1,19). La luz siempre existente, la plenitud de vida, ideal que brilla para el hombre (1,4), va a tener una manifestación histórica. Esa persona hará posible colmar esa aspiración, pero no se identifica con Juan.

El testimonio de éste se apoya en la aspiración del hombre (la luz perenne) y anuncia al mismo tiempo la posibilidad de su realización (la luz histórica, el Mesías). Suscita la esperanza y anuncia el cumplimiento.

Jn 1,7

 éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer.

La misión de Juan, conferida por Dios, era dar testimonio, es decir, declarar en favor de la luz, avivar la percepción de su existencia y el deseo de alcanzarla. Implícitamente es una denuncia de la tiniebla y de su actividad.

Dado que la luz es el resplandor de la vida (1,4), Juan está encargado de señalar la posibilidad de la vida, despertando en todos el deseo y la esperanza. La misión de Juan muestra hasta qué punto había sido dañina y eficaz la acción de la tiniebla, que había cerrado el horizonte, haciendo desesperar de toda posibilidad de salir de la situación de muerte (cf. 5,7). Por medio de Juan se sabrá que existe la zona de la luz y que va a ser posible escapar de la tiniebla. Esta será su enemiga (1,9ss; 3,24).

Al repetir el texto el objeto de la misión, en forma de sustantivo (un testimonio) y de verbo (dar testimonio), indica su importancia para comprender la figura de Juan. Su misión es universal (todos), aunque, de hecho, en su contexto histórico, él la definirá como limitada a Israel (1,31). Esto confirma la amplitud del término <<la tiniebla>>, que, si en el evangelio está tipificada por la institución judía, tiene, sin embargo, alcance universal.

La misión de Juan, descrita aquí como dar testimonio de la luz, es decir, provocar la expectación de la vida, será descrita por él mismo como <<bautizar con agua>>, para que el que llegaba detrás de él se manifestase a Israel (1,31). Su bautismo simbolizará, por tanto, la ruptura con la tiniebla, es decir, con la situación mantenida por la institución judía, y el paso, en deseo, a la zona de la luz-vida, que será inaugurada por el que va a quitar el pecado del mundo (1,29).

Jn 1,6

 Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan.

En este estado permanente de la humanidad, el de la dialéctica luz / tinieblas, hay un acontecimiento: se presenta un mensajero. Se le describe sucesivamente, en primer lugar, como hombre; luego como enviado, determinando quién lo envía; finalmente, se pronuncia su nombre propio.

Esta sección, que describe la figura de Juan y el contenido y significado de su misión, tiene un evidente carácter polémico. Irrumpe bruscamente en el desarrollo del tema de la Palabra. Representa un cambio en la estructura (ritmo diverso) y estilo de las frases (v.g.: desaparición de la serie de coordinadas, y uso de la subordinación). Contiene elementos antitéticos con respecto a lo que se había afirmado de la Palabra: la palabra existía en el principio (forma durativa) / Juan apareció, vino (formas puntuales); la Palabra estaba junto a Dios / Juan fue enviado por él: la Palabra era Dios / Juan era un hombre; la Palabra contenía la vida-luz / Juan no era la luz.

Juan Bautista era visto por algunos como oponente de la Palabra (en realidad, históricamente, Jesús fue considerado como competidor de Juan Bautista, que había aparecido antes en el tiempo, cf. 3,25-30), de ahí el significado de la contraposición que Jn establece en esta sección y que va in crescendo hasta la formulación breve y taxativa del último paralelismo: no era él la luz (1,8). Sin embargo, Jn no hace de Juan Bautista un oponente de la Palabra: de rasgos contrapuestos a ella, Juan es, sin embargo, el aliado de la Palabra; pero su significado se agota en la misión de testimoniar, subsidiaria de la Luz.

Para transmitir su mensaje, Dios escoge a un hombre, sin más calificación de pueblo, condición social ni estado religioso. Un hombre, para quien la vida es la luz (1,4), va a dar testimonio a los hombres acerca de la luz-vida. Su misión le viene directamente de Dios, al margen de las instituciones religiosas.

Jn 1,5

 esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha extinguido.

La luz no ha cesado de brillar, pero su brillo no es pacífico y sin obstáculos, tiene lugar en un cerco de tinieblas que intenta sofocarla. La tiniebla es la anti-luz y, por tanto, la anti-vida. No es una mera ausencia de luz, sino una entidad activa y maléfica, una fuerza de muerte, enemiga de la vida que estimula a la humanidad, irreconciliable con la plenitud que muestra la luz. Intenta extinguirla, invadirla para que cese su brillo, pero no lo consigue: su actividad está bajo el signo de la derrota.

La tiniebla, entidad negativa, es hostil a la luz, y quiere aniquilarla. La luz no lucha, no fuerza ni violenta, tiene su identidad positiva, es evidente por sí misma; se muestra, atrayendo a la opción. 

La vida sigue brillando. Se establecen así dos polos antagónicos: luz-vida y tiniebla-muerte. La dialéctica vida-muerte está presente en la historia. Pero, a diferencia de lo narrado en el Génesis, donde la tiniebla era un dato primordial y la luz fue creada para constituir un cielo con ella (1,3-5), Jn no menciona la tiniebla sino después de haber afirmado la existencia de la vida como luz del hombre: es ésta el dato primordial, componente de su ser. Sólo el hombre, oponiéndose a ella, puede crear la tiniebla. Esta no se opone a la vida directamente, sino en cuanto ésta es luz-verdad que puede ser conocida. Se sitúa, pues, la tiniebla en la línea del conocimiento: es una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por él, y sofocando su aspiración a la plenitud de vida.

Existen, por tanto, dos esferas contrapuestas, como dos países limítrofes: el de la vida plena (luz) y el de la muerte en vida (tiniebla). La obra de Dios en Jesús dará al hombre la posibilidad de salir de la tiniebla en que se encuentra y pasar a la zona de la luz / vida. La luz es el ámbito del amor de Dios, y el que entra en él recibe el don de ese amor (1,16). La zona de la tiniebla está bajo la reprobación de Dios, y quien permanece en ella voluntariamente se encuentra bajo esa reprobación (3,36).

A pesar de sus esfuerzos, la tiniebla no ha logrado extinguir la luz; la aspiración a una vida plena ha existido y existe siempre en el hombre, se inserta en su mismo ser (1,3). Será la condición para dar la adhesión a Jesús, y se formulará en el evangelio con expresiones como <<escucha la voz del Padre>> (5,37b), <<aprender del Padre>> (6,45), el Dios que ha creado al hombre para realizar en él su proyecto (1,1c). Los que sienten este deseo y responden a él son los que el Padre entrega a Jesús (6,37). Lo contrario será propio de los dirigentes judíos (5,37b; 8,19). <<Escuchar al Padre>> significa responder a la aspiración que el mismo acto creador ha colocado en el interior del hombre. Aquí se encuentra su disposición más profunda, la que decidirá de su suerte: quien anhela la vida, al encontrarse con la luz-vida, optará por ella; quien, por razones inconfesables, la reprime, odiará la luz y optará por la tiniebla (3,19-21).

Dado que el anhelo de vida pertenece al ser del hombre, reprimirlo significa obrar contra la propia naturaleza, frustrar el propio desarrollo y malograr el designio de Dios. En esto consistirá el pecado de la humanidad (1,10 Lect.; 3,19; 8,21.23).

En el evangelio, la luz se identificará con Jesús (8,12: Yo soy la luz del mundo); él es la alternativa a la tiniebla (ibid., el que me sigue no andará en la tiniebla). Será la institución judía la que pretende extinguir la luz dando muerte a Jesús a propuesta del sumo sacerdote en persona (11,50.53). Es esta institución, por tanto, la que propone y encarna en este evangelio la ideología enemiga de la vida, que se concretará en la Ley absolutizada (5,10 Lect.) y el culto explotador (2,16 Lect.), cuyo baluarte es el templo (2,14; 5,2 Lect.). Jn, sin embargo, no la considera exclusiva de la institución judía; ésta representa únicamente un caso particular, que históricamente se enfrentó con Jesús. La tiniebla designa en realidad la ideología de todo sistema de poder que impide al hombre realizar en sí mismo el proyecto creador, la plenitud de vida. Aparece claramente esta universalidad por ser <<el mundo / orden éste>>, en sentido peyorativo (7,7; 8,23; 9,39, etc.), el ámbito de la tiniebla, haciéndola rebasar las fronteras del sistema judío. Si el caso de las autoridades judías es más escandaloso, se debe a que en este pueblo se había preparado, a lo largo de una historia secular, la realización del proyecto divino para toda la humanidad. La tiniebla, sin embargo, lo había invadido; las autoridades fueron responsables de haber torcido el camino (1,23).

Resumiendo lo anterior puede decirse que la identificación luz-vida impone la de tiniebla-muerte. Si la luz es el resplandor de la vida, la tiniebla es la opacidad de la muerte. Existe así una clase de vida que se llama luz y una clase de muerte que se llama tiniebla y se opone a la vida-luz. A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida-luz sirve de orientación y de meta a la humanidad para salir de su situación. El hombre puede comprender qué significa una existencia plenamente humana; a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. La tiniebla, enemiga de la vida, es agente de muerte. Los dominados por ella son muertos en vida.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25