viernes, 8 de septiembre de 2023

Jn 21,24-25

 

Jn 21,25

 <<Pero hay además otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, pienso que los libros que se escribieran no cabrían en el mundo>>.

La hipérbole usada tiene su sentido. Declara que lo escrito es sólo una muestra de las muchas cosas que hizo Jesús. No interesa saber, por tanto, todo lo que hizo, sino penetrar su significado.

En el primer colofón se afirmaba que el escrito ofrece datos suficientes para dar la adhesión a Jesús como Mesías e Hijo de Dios (20,31). La declaración es aquí más explícita: para conocer a Jesús no hace falta la plena información histórica, basta llegar a su interior y comprender su significado esencial. Importa conocer cuál es la incidencia de Jesús sobre el hombre y su vida; la obra ha condensado la vida de Jesús, pero ha dado su entero mensaje, expresado íntegramente en el mandamiento del amor. Por eso ha expuesto su figura como la manifestación y realización del amor de Dios al hombre.

SÍNTESIS

La comunidad define la obra del evangelista como un testimonio y se hace garante de su veracidad; con esto afirma tener una experiencia propia, que confirma la verdad del testimonio, e invita a participar de ella.

Testimonio es la declaración del que ha presenciado un hecho o tiene experiencia directa de algo ocurrido. Pero el testimonio acerca de Jesús no se limita a declarar que ciertos hechos, materialmente presenciados, se han verificado; se refiere al efecto que éstos han producido en el testigo.

Así, el evangelista, testigo de la muerte de Jesús (19,35), ve en lo sucedido el cumplimiento de profecías (19,36-37); esto supone una visión que va más allá de lo inmediatamente perceptible. Percibe esa muerte como un acto de amor y una fuerza que se comunica, y expresa esa experiencia bajo los símbolos de la sangre y el agua que salen del costado.

De modo semejante, el testimonio de la comunidad, que ratifica el del evangelista, extendiéndolo a la obra entera (21,24), no es tampoco una constatación material de la correspondencia exacta de los hechos narrados con episodios de la vida de Jesús, sino que se sitúa en la misma línea de experiencia. Habiendo aceptado el testimonio dado por el evangelista, ha llegado a una vivencia semejante, que le confirma la veracidad del primer testigo.

De hecho, para poder dar esta clase de testimonio hay que entrar en la esfera de Jesús, la del amor, mediante la opción en favor del hombre. Para ser testigo de que Jesús es el enviado de Dios hay que haber aceptado su obra y experimentado su eficacia (3,34; 17,6-8). No hay testimonio humano que pueda llevar a esa certeza (5,34), sólo es válido el testimonio del Padre (5,32.36s), que en sus obras manifiesta la actividad de su Espíritu; éstas son las obras de Jesús, que continúan y despliegan la eficacia de su obra suprema, su muerte en cruz, fuente de vida; ellas transforman al hombre, y la experiencia de esa transformación es el contenido del testimonio (cf. 1,16).

El evangelio, por tanto, no pretende ser una mera enseñanza doctrinal o la exposición de una ideología, ni tampoco la formulación jurídica de una norma de vida a la que hay que ajustarse. Es, ante todo, el testimonio de una comunidad que se ha visto transformada por el seguimiento de Jesús, es decir, por una experiencia de amor, a través de la cual ha descubierto que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (20,31 Lect.).

La experiencia es intransferible. El testimonio sólo pretende, por tanto, invitar al encuentro con Jesús, que producirá una experiencia semejante en el que acepta su Espíritu y practica el amor.

Jesús no es una figura del pasado, sigue presente entre los suyos como centro de donde irradia la vida de su comunidad y la capacita para entregarse como él al servicio del hombre hasta la muerte.

No basta, para llegar a la adhesión a Jesús, la mera reconstrucción histórica de su actividad y enseñanza, si por ello se entiende hacer la crónica de su vida. El hecho cristiano se remite, sin duda alguna, al personaje histórico Jesús, que murió condenado en la cruz por las autoridades de su tiempo. Pero su verdadera dimensión histórica se expresa en la capacidad transformadora que deriva de aquel acontecimiento. Queda anclado en la historia, pero no aprisionado en su momento histórico ni encerrado en un período. El lugar natural de su manifestación y presencia es la comunidad humana que a él se remite. Aceptando el testimonio de aquellos que han experimentado su acción transformadora, se puede llegar, por el encuentro con él, a la misma experiencia.

Jn 21,24b

 <<y sabemos que su testimonio es digno de fe>>.

La comunidad ha recibido y aceptado el testimonio del evangelista y lo refrenda. Sus miembros saben que ese testimonio es verdadero y digno de fe, es decir, declaran que corresponde a su propia experiencia personal de Jesús. El plural: sabemos, enlaza con la declaración de la comunidad al principio del evangelio, donde, junto con el evangelista, afirmaba su común contemplación y participación de la gloria de Jesús (1,14: hemos contemplado su gloria; 1,16: todos nosotros hemos recibido). 

<<Contemplar la gloria>> significa tener la experiencia del amor que se recibe; ella le permite ratificar que el testimonio es verdadero. Dar testimonio de Jesús no consiste simplemente en relatar una historia pasada, sino en transmitir la vivencia de la relación con él, hecho presente por el Espíritu. Cada comunidad puede darlo así de primera mano.

Jn 21,24a

 <<Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito>>.

El autor de la obra es identificado con el discípulo a quien quería Jesús (21,20-23). Con esta afirmación se autentica su escrito, no sólo como obra de un determinado individuo, sino, sobre todo, como el testimonio de aquel que era confidente de Jesús y que, por haberlo seguido, presenció la manifestación de su gloria (19,35). Esta afirmación asegura al lector que la figura de Jesús descrita en este evangelio responde al significado profundo de su persona.

La comunidad considera la obra como un testimonio del discípulo y como tal la ofrece al lector. Conecta así la totalidad del escrito con el testimonio dado por el discípulo al pie de la cruz (19,35).

El discípulo es testigo de los hechos en cuanto son señales (20,30) y, por tanto, en cuanto han constituido para él una experiencia vital, que ahora brinda a sus lectores. Con esto muestra que la misión requiere la experiencia personal de Jesús muerto y resucitado.

Jn 21,15-23

 

Jn 21,23

 De ahí que se corriera la voz entre los hermanos de que el discípulo aquel no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: <<Si quiero que se quede mientras sigo viniendo, ¿a ti qué te importa?>>.

Se deshace un equívoco. Los cristianos se llaman ahora <<hermanos>>. En esta escena final, el evangelista designa a Jesús por su nombre, no por el título de <<Señor>> que le han dado los discípulos (21,7.12). En la comunidad de hermanos, Jesús es un hermano (20,17).

Termina el evangelio repitiendo el dicho de Jesús que recuerda a todos la libertad que él da, y extiende a todos la advertencia hecha a Pedro. Recalca así la dignidad de cada discípulo y su vinculación a Jesús.

SÍNTESIS

Explica esta perícopa el seguimiento de Jesús y el obstáculo que a él presenta cierta mentalidad, tipificada por Pedro.

Hay una actitud que lleva a abandonar a Jesús: considerarlo como un líder a quien se debe el sacrificio de sus súbditos y a quien se presta una adhesión personal independiente de la comunidad y del mundo. Esta concepción es incompatible con la realidad de Jesús, quien, por el contrario, considera a los suyos no súbditos, sino amigos, y se pone a su servicio, como ellos han de hacer unos con otros. Y no existe verdadera adhesión sino se traduce en la entrega a una labor como la suya, llegando hasta el don de la vida.

Sólo renunciando a toda ambición de preeminencia, por saber adónde lleva el camino que Jesús traza y aceptarlo como manifestación del amor salvador de Dios, se puede comenzar su seguimiento. Sólo en esta óptica adquiere sentido la vida y muerte de Jesús y se orienta la propia existencia. Tal es el compromiso expresado en la eucaristía.

Para terminar el relato evangélico subraya el evangelista la libertad y responsabilidad del discípulo en su seguimiento de Jesús. El vínculo de amistad con él es personal. Cada cual ha de recorrer su propio camino y afrontar su propia responsabilidad expresándole así su amor. Su presencia está asegurada. El discípulo se va realizando con su seguimiento en la espera de la etapa definitiva junto al Padre, que verá la culminación del proyecto de Dios en la creación terminada.

Jn 21,22b

 <<Tú sígueme a mí>>.

Jesús repite con mayor énfasis su invitación anterior (20,19). No admite que se le pueda seguir a través de un intermediario, aunque sea el discípulo modelo, el más cercano a él. Pedro dudaba del amor de Jesús, que lo quiere consigo, inmediato a él, como lo estaba el otro discípulo en la Cena (13,23). Debe responder a la cercanía e intimidad que Jesús le ofrece y responde a ella siguiéndolo: Jesús es el único camino hacia el Padre (14,6). Cada discípulo está unido directamente a él, es objeto de su amor y recibe de Jesús el Espíritu que identifica con él e impulsa a seguirlo. Seguir a otro discípulo acabaría en el fracaso; todo intermediario impediría la comunicación íntima que Jesús establece con los suyos (10,14s; 14,21). Sólo él conoce a cada uno por su nombre (10,3), penetra en su interior (2,25) y puede comunicarle la fuerza de su amor. No se puede tener otro guía, ni siquiera el más cercano a Jesús.

Los discípulos coinciden todos en la dirección del seguimiento, detrás de Jesús, el único modelo, para llegar a la entrega total. En la tarea común, que cumple la misión encomendada, trabajando en favor del hombre (9,4), cada uno va expresando su propia respuesta.

La escena caracteriza la vida del discípulo como un compromiso con Jesús (seguir) que nace de la vinculación a él (a mí) y que se ejerce en la libertad ( ¿a ti qué te importa?). Jesús afirma de nuevo ser el centro de la comunidad. Los vínculos entre los suyos, que la forman, son los del amor y la entrega mutua.

En la escena anterior (21,15-19a) Pedro había aceptado a Jesús como Señor: el que demuestra su amor a los suyos levantándolos a su nivel (21,17a; 13,5 Lects.). Ahora ha de aceptarlo también como único Maestro: el que enseña y capacita a cada uno a amar como él ha amado (13,14s).

Jesús ha respondido a <<Pedro>>; la mención del sobrenombre sólo deja el episodio abierto al futuro: la respuesta a la invitación de Jesús la dará la historia personal del discípulo.

Jn 21,22a

 Le respondió Jesús: <<Y si quiero que se quede mientras sigo viniendo, ¿a ti que te importa?>>.

Jesús no contesta a la pregunta. Afirma en primer lugar que el porvenir del otro discípulo depende de él y que no es cosa que interese a Pedro; ya ha anunciado a éste la clase de muerte que va a coronar su seguimiento (21,19). Le contrapone la hipótesis de que el otro discípulo no muera, solamente para subrayar la independencia de la ruta de cada uno. Lo que importa es seguirlo fielmente entregándose a los demás. Aun en el caso de que el otro discípulo no hubiese de morir, para Pedro el único itinerario es el que Jesús le ha marcado: manifestar la gloria de Dios dejando que le arrebaten la vida por amor a las ovejas.

Jesús ve el futuro de su comunidad como el período en que acaece su venida. La expresión mientras sigo viniendo enlaza las venidas futuras con las que han tenido lugar a partir de la primera, cuando constituyó la nueva comunidad (20,19: llegó Jesús haciéndose presente en el centro), dándole la misión y el Espíritu (20,21.22). La segunda representaba el modo habitual como Jesús se hace presente en su comunidad reunida (20,26: llegó / llega Jesús); la tercera era el paradigma de sus llegadas futuras en la eucaristía (21,13), momento privilegiado que corona su presencia continua en la misión (21,4). Misión y eucaristía constituirán la vida de la comunidad en medio del mundo, tejiendo la historia del amor que responde a su amor (1,16). Esta situación se prolongará en el tiempo hasta un momento que Jesús no precisa. Es la etapa en que irá realizándose el reino de Dios, terminándose la obra creadora en la humanidad; es el día último, el primero y el octavo, el de la plenitud que se va extendiendo, hasta que se realice el proyecto divino en todos aquellos que en épocas sucesivas respondan al mensaje de la vida. La primera venida de Jesús para cada individuo le da su capacidad de desarrollo (1,12: los hizo capaces de hacerse hijos de Dios), y él vive con los suyos (14,23). Pero llegará un momento en que terminará el ciclo de la creación. Entonces, cuando la muerte quede vencida en todos para siempre (19,41b Lect.), tendrá realidad plena la creación terminada. Esta humanidad acabada será la que, según la imagen utilizada por Jesús (20,17), subirá con él para quedarse con el Padre, constituyendo el reino definitivo. Será la etapa final, la total realización del designio de Dios creador.

Jn 21,21

 Pedro, entonces, al verlo, le preguntó a Jesús: <<Señor, y éste, ¿qué?>>.

Ver al otro discípulo provoca en Pedro (entonces) una reacción. Está seguro de la fidelidad de este discípulo, que nunca ha abandonado a Jesús; pero, después de su seguimiento fracasado en el atrio del sumo sacerdote (18,15-19), no lo está de la suya propia. Había ya llegado al sepulcro siguiendo a este discípulo (20,6); ahora que, finalmente, Jesús lo ha invitado a seguirlo y le ha anunciado como meta una muerte como la suya, piensa hacerlo con mayor seguridad yendo detrás de aquel que lo acompañó hasta la cruz (19,26s). Por eso pregunta por la ruta del otro; imitándolo a él evitará toda desviación.

Jn 21,20

 Al volverse, Pedro vio al discípulo a quien quería Jesús, que iba siguiendo, el mismo que en la Cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: <<Señor, ¿quién es el que te va a entregar?>>.

El gesto de Pedro, que cambia la dirección de su marcha, expresa su decisión de seguir a Jesús; es su respuesta a la invitación que ha recibido (21,19). Al comenzar ve al discípulo a quien Jesús quería, el que nunca ha dejado de seguirlo (cf. 1,38; 18,15 Lect.), que continúa su seguimiento.

En esta escena, Jn caracteriza a este discípulo recordando el episodio de la Cena, donde su intimidad con Jesús, expresada por su gesto (se había apoyado en su pecho), lo hizo el único confidente de la identidad del traidor (13,25s). Con estos datos da Jn la clave para interpretar la escena: marca la diferencia entre este discípulo y Pedro en la cercanía a Jesús y la confianza con él; por otra parte, recuerda al traidor (cf. 6,71 Lect.) en el momento en que Pedro acaba de rectificar renunciando a la postura que lo había llevado a negar a Jesús. Pedro ha estado en peligro de perderse, pero no ha rechazado hasta el final el amor de Jesús, y éste lo ha rescatado.

Son dos los que ahora siguen a Jesús: el que nunca había dejado de seguirlo y Pedro, el que ahora comienza. Aquel discípulo no pronunciará palabra; será Pedro el que plantee una cuestión; el uso del sobrenombre solo indica que su actitud no es aún la que Jesús espera, como aparecerá a continuación.

Jn 21,19b

 Y dicho esto, añadió: <<Sígueme>>.

La invitación de Jesús a Pedro está estrechamente ligada a su predicción anterior (dicho esto), que ha expuesto el desenlace del seguimiento, y a la explicación de la misma (Esto lo dijo), que le ha dado su sentido (manifestar la gloria de Dios). Ahora que Pedro sabe el final del camino, Jesús lo invita por primera vez a comenzarlo (cf. 13,36: Adonde me marcho no eres capaz de seguirme ahora, pero me seguirás finalmente).

Esta invitación que hace Jesús a Pedro al final del evangelio es la misma que hizo a Felipe antes de comenzar su actividad. Los dos primeros discípulos, preparados por Juan Bautista, siguieron espontáneamente a Jesús (1,37). Felipe lo siguió respondiendo a su llamada (1,43). Pedro, en cambio, aún no lo había seguido. Intentó hacerlo, pero se detuvo por miedo (18,15ss). La profesión de fe que hizo en Cafarnaún en nombre del grupo (6,68s) no se había traducido en la práctica. Sólo ahora que sabe y acepta la meta de su seguimiento podrá seguir a Jesús.

Una vez que, renunciando a su Mesías imaginario, se ha vinculado a Jesús, ha aprendido de nuevo su mensaje bajo la figura del pastoreo y ha deshecho sus negaciones con su triple profesión de amistad, tiene que recomenzar su discipulado y seguir los pasos de Jesús en su vida y en su muerte. Dejada aparte su obstinación, que le impedía comprender a Jesús, tiene que volver al principio, adonde estaba Felipe, e ir aprendiendo de nuevo toda la vida de Jesús hasta llegar a la cruz, como él. Jesús lo invita al seguimiento del que es símbolo la eucaristía: asimilarse a su vida y muerte.

Jn 21,19a

 <<Esto lo dijo indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios>>.

Esta frase está en paralelo con la que se dijo de Jesús: Esto lo decía indicando con qué clase de muerte iba a morir (12,33; cf. 18,32). La gloria de Dios se manifiesta como lo hizo Jesús, dando la vida por los demás: en el don total del hombre resplandece el amor de Dios. Ocupar un puesto al lado de Jesús en la cruz es el término del camino de todo discípulo, allí culmina su entrega (19,18). Jesús ha mostrado a Pedro adónde va a conducirlo su adhesión a él; pero es muerte no es una derrota, como no lo ha sido la suya. En la manifestación de Dios brilla la vida. La muerte de Pedro será su resurrección.

Jn 21,18

 <<Sí, te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres>>.

Jesús, que ha exhortado a Pedro a demostrarse su amistad entregándose al servicio del hombre, dispuesto a dar incluso su vida, le predice ahora qué va a significar en concreto su aceptación: dará la vida en la cruz, como él la ha dado. Pedro llegará a morir con Jesús como los dos que fueron crucificados con él (19,18.32). Así se asociará hasta el final a la misión del pastor.

<<Extender los brazos>> se refiere probablemente a la costumbre de que los que iban a ser crucificados llevasen sobre los hombros el travesaño de la cruz; el cinturón sería la cuerda atada a la cintura con que eran conducidos. 

Jesús caracteriza al Pedro de pasado (Cuando eras joven) como al que actuaba a su arbitrio, sin ir guiado por un objetivo (ibas adonde querías). Le anuncia, sin embargo, un hecho futuro (cuando llegues a viejo) que condiciona su presente (adonde no quieres). Pedro no puede obrar ya sin orientación; tiene que aceptar desde ahora la suerte que le espera en el seguimiento de Jesús y obrar coherentemente, aunque le cueste (adonde no quieres). Si la cruz, el suplicio infamante, va a ser el desenlace de su vida, ya desde ahora debe renunciar a todo afán de ser protagonista. Y ha de orientar su vida hacia un servicio que pueda culminar, como el de Jesús, en la suprema manifestación de su amor por el hombre.

Jn 21,17c

 Le dijo: <<Apacienta mis ovejas>>.

La invitación de Jesús, al tomar un término de cada una de las dos anteriores (21,15: apacienta; 21,16: mis ovejas), las sintetiza. Pide a Pedro que considere misión suya hacer que los hombres encuentren la vida y que, para eso, esté dispuesto a entregarse hasta el final.

Este pasaje explica, al mismo tiempo que el caso de Pedro, el contenido de la misión que Jesús confiere a los suyos y para la cual les comunica el Espíritu (20,19-23). Expone el significado de la frase: Igual que el Padre me ha enviado a mí, os mando yo también a vosotros (20,21). 

Jn 21,17b

 Pedro se puso triste porque la tercera vez le había preguntado: <<¿Me quieres?>>, y le respondió: <<Señor, tú lo sabes todo, tú conoces que te quiero>>.

La pregunta de Jesús, que parece mostrar desconfianza hacia sus afirmaciones anteriores, entristece a Pedro, haciéndole recordar su obstinación. El evangelista la indica con el uso del sobrenombre; después de la introducción inicial (21,15a), es la única vez que aparece en la perícopa el nombre de Pedro, indicando ser el momento decisivo para éste (cf. 21,7, también en el centro del episodio). La pregunta ha resumido toda su historia de oposición al designio de Jesús. Cuando Jn describió las negaciones no señaló reacción alguna de Pedro al canto del gallo (18,27) predicho en la cena (13,38); es ahora cuando por fin se da cuenta cabal de lo que había hecho. De ahí su tristeza.

Al repetir el evangelista la pregunta de Jesús: ¿me quieres?, muestra su importancia. Hay adhesiones que no son las que él pide; Pedro se la había mostrado como a líder; pero esto no respondía a lo que es Jesús ni a su programa. Era la adhesión del que renuncia a su libertad para ponerse a las órdenes de un jefe. La que pide Jesús es la que da libertad, por fundarse no en la subordinación, sino en la amistad.

La frase con que Pedro se remite a Jesús: tú lo sabes todo, es otra rectificación. Como se ha dicho (21,15c Lect.), en la Cena había pretendido conocerse mejor que Jesús mismo (13,37s). Ahora comprende que Jesús no necesita declaraciones, pues conoce lo que hay dentro del hombre (2,25). Los discípulos habían ya reconocido una vez que Jesús lo sabía todo (16,30) y en la ciencia de Jesús fundaban su fe en su origen divino. Pero aquellas palabras provocaron el comentario escéptico de Jesús; anunció que iban a dejarlo solo (16,32), porque aquella fe no incluía la aceptación de su muerte. El caso extremo ha sido el de Pedro. Ve que no puede tener secretos para Jesús y que éste conoce perfectamente la calidad de su adhesión.

Jn 21,17a

 La tercera vez le preguntó: <<Simón de Juan, ¿me quieres?>>.

La expresión La tercera vez, que se repite inmediatamente después para subrayar su importancia, pone en estrecha relación esta pregunta de Jesús con su predicción de la triple negación de Pedro (13,38: me habrás negado tres veces; cf. 18,15-18.25-27). Con la triple pregunta, Jesús está llevando a Pedro a una rectificación total.

Sin embargo, la tercera no es idéntica a las anteriores, como lo indica su misma introducción: La tercera vez le preguntó; se omite además la indicación de nuevo, que ponía la segunda pregunta en paralelo con la primera. La tercera pregunta no es una más en la serie; no dice, en efecto, <<por tercera vez>>, de modo indeterminado (21,16: por segunda vez), sino determinado, destacándola de las otras dos. Con ella, Jesús va a llegar a la raíz de la actitud que causó la defección de Pedro.

Al preguntarle Jesús si lo amaba, Pedro había profesado dos veces su cariño a Jesús como amigo (21,15.16: tú sabes que te quiero); Jesús cambia ahora el verbo <<amar>>, que había utilizado antes, por el verbo usado por Pedro mismo: ¿me quieres? Con ello lo hace fijarse en lo que ha dicho y le pregunta si está seguro de lo que afirma. No omite tampoco en esta ocasión llamarlo Simón de Juan, apelativo que sigue recordando su antigua postura.

Pedro ha afirmado dos veces ser amigo de Jesús, que había dicho: Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que os mando (15,14), amar como él hasta dar la vida por los amigos (15,12s). Con su pregunta hace Jesús recapacitar a Pedro; <<ser amigo>> significa renunciar para siempre al ideal mesiánico que se había forjado, el de un Mesías poderoso, apoyado en el poder y la fuerza (18,10); a una relación de inferior a superior (13,6-8); a un trabajo de siervos o asalariados al servicio de un señor (15,15). Jesús no pretende ser servido como señor; con él y como él, el servicio ha de prestarse a todos (13,14). El camino de Jesús no ha sido el de la grandeza humana (19,2-3 Lect.), sino el de la cruz, porque la única grandeza es la del amor dispuesto a darse hasta el final (19,21b Lect.). Pedro ha de tener esto presente para responder a Jesús por tercera vez, que será la definitiva, como lo fue su tercera negación. Fue su obstinación en no aceptar este tipo de mesianismo la que lo llevó hasta renegar de Jesús.

Jn 21,16b

 Le respondió: <<Señor, sí; tú sabes que te quiero>>. Le dijo: <<Pastorea mis ovejas>>.

La respuesta de Pedro es la misma, afirmando su vinculación a Jesús como amigo y remitiéndose a su saber. El encargo que Jesús le da difiere del anterior en sus dos palabras principales: en vez de <<corderos>>, menciona <<ovejas>>, en lugar de <<apacentar>>, <<pastorear>>. Esta frase recoge varios temas anteriores. En primer lugar, recuerda el expresado en 10,11: Yo soy el modelo de pastor. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas. Jesús está indicando a Pedro la necesidad de seguir sus pasos, de estar dispuesto a dar la vida por los hombres: Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas (10,2). Pedro ha de entrar, siguiendo a Jesús, para sacar a las ovejas del recinto donde son explotadas y sacrificadas (10,3-4). El dicho hace alusión directa a la negación de Pedro, pues éste negó a Jesús precisamente por miedo a seguirlo arriesgando su vida cuando él iba a darla (18,17 Lect.). Pide Jesús a Pedro que le demuestre su amor siguiendo el camino que no se atrevió a seguir en aquella ocasión; que se confiese discípulo, en vez de negarlo.

La comunidad de Jesús continúa su obra y su presencia en el mundo. A ella ha hecho él participar de todo lo suyo: serán hijos de Dios (1,12), estando donde está él (17,24), sus amigos (15,15) y hermanos (20,17), los consagrados (17,17; cf. 10,36), los portadores de la gloria de Jesús y del Padre (17,10.22), los que proclaman su mismo mensaje (17,20) y producen su fruto (15,16). También los asocia a su oficio de pastor, que tiene como característica entregarse por las ovejas (10,11).

Se ve aquí que las dos metáforas que usa Jesús en este pasaje: <<apacentar>>, <<pastorear>> describen de nuevo lo ya expresado valiéndose de otras imágenes; en particular con la de <<comer su carne y beber su sangre>>, en cuanto el discípulo, al recibir el don de Jesús, toma por norma su vida y muerte, expresión de su amor hasta el extremo (13,1). Jesús exhorta de nuevo a Pedro a traducir en su vida el compromiso de la eucaristía en que acaba de participar (21,13).

Como la imagen del pastor (10,2-3 Lect.), también el verbo <<pastorear>> se usaba en el sentido de <<gobernar>> (cf. Sal 78,70s: <<Escogió a David, su siervo, lo sacó de los apriscos del rebaño; de andar tras las ovejas, lo llevó a pastorear a su pueblo>>). Pero Jesús ha cambiado el significado del pastoreo, como el del señorío y la realeza. Ser Pastor, Señor, Rey, significan para él una sola cosa: entregarse por amor. Ha eliminado de aquellos títulos todo rasgo de superioridad o dominio. Así lo recalcará en la tercera pregunta a Pedro.

Las ovejas de Jesús han de ser reunidas (cf. 11,52). Él tiene ovejas que no están en el recinto de Israel, es decir, que pertenecen a otros pueblos. También esos hombres aceptarán su mensaje y habrán de formar un solo rebaño con los de origen judío (10,16). Esa labor de reunión toca a sus discípulos, y eso significa la pesca. Las ovejas de Jesús no son sólo, por tanto, los miembros de la comunidad, sino todo hombre dispuesto a responder a su mensaje, aunque no lo conozca todavía. El pastoreo que ejercen los suyos no concierne las relaciones intracomunitarias, donde todos tienen el mismo vínculo con Jesús y es él el centro de quien todos directamente reciben vida (6,54-57; 7,37-39; 10,10; 14,23; 15,4.5-9); se refiere a la misión que ofrece la vida a los que escuchan la voz de Jesús. Los que responden a su llamada lo siguen fuera de la institución opresora (10,4-5). Los discípulos tendrán que hacer resonar esa voz para que otras ovejas puedan formar parte de la nueva comunidad.

Para la misión, Jesús es el modelo de pastor (10,11), porque él se entrega por las ovejas; para la comunidad formada es el único pastor (10,16), por ser su centro (20,19.26), de donde irradia el amor y la vida (17,24; cf. 1,14.16).

Jn 21,16a

 Le preguntó de nuevo, por segunda vez: <<Simón de Juan, ¿me amas?>>.

Al repetir el apelativo: Simón de Juan, recuerda de nuevo Jesús a Pedro la actitud que lo llevó a negarlo. Su pregunta es ahora más breve y, por ello, más incisiva. No compara ya adhesiones, va más a fondo; le pregunta si realmente está identificado con él, si de verdad lo toma por modelo, renunciando a todo otro ideal o prototipo de Mesías que se hubiera forjado.

Jn 21,15e

 Le dijo: <<Apacienta mis corderos>>.

Ante la declaración de amistad de Pedro, Jesús le pide una muestra de ella, que no puede consistir más que en su entrega a los demás. 

La pesca representaba la misión en cuanto movimiento hacia dentro, la recogida del fruto (4,36), la integración de otros en la comunidad. Ahora Jesús emplea otra imagen, la del pastoreo, que la representa como movimiento hacia fuera, la entrega del discípulo. <<Apacentar>> significa procurar alimento; ahora bien, la comunidad lo procura compartiendo el suyo propio y dándose a sí misma en el don, como Jesús había mostrado en el episodio de los panes (6,11), recordado en el episodio anterior (21,9.13). Los discípulos, como Jesús, han de dar el doble alimento: el pan que se acaba y el que dura dando vida definitiva, es decir, en su don han de darse ellos mismos (cf. 6,27); así, en su amor, se hará presente el de Jesús y el del Padre, comunicando la vida.

Los términos usados en este pasaje: corderos, ovejas, lo ponen en relación con 10,1ss. La condición para encontrar pasto es <<entrar por la puerta>>, que es Jesús (10,9), es decir, seguir su modo de actuar prestando servicio hasta la muerte. Procurar pasto o alimento es comunicar vida, y esto solamente puede hacerse estando dispuesto a darlo todo (12,24). Llevar a pastar significa colaborar con Jesús en esta labor de dar vida, pues los corderos son suyos, y sólo puede hacerse en unión con Jesús, que es la vida (14,6) y el dador de vida (10,10). Es Jesús mismo la vida que hay que comunicar, secundando el dinamismo de su Espíritu, que lleva a la entrega personal.

En sus tres exhortaciones (vv. 15-17) usa Jesús dos términos figurados para designar a los destinatarios de la misión: corderos y ovejas, ambos sin connotación de género. Indican, en el rebaño, a los pequeños y a los grandes y, con esta oposición, se engloba la totalidad del rebaño. Traduciendo a términos personales, indican que la misión se dirige a toda clase de hombres, sin discriminación basada en su importancia.

En primer lugar, sin embargo, utiliza Jesús el término que designa a los pequeños, contraponiéndolo a la pretensión de Pedro de ser el primero. La prueba de su amor será ponerse al servicio de los más humildes.

Esta primera exhortación de Jesús se opone directamente a la actitud de Pedro en el lavado de los pies, cuando consideraba indigno de Jesús ponerse al servicio de sus <<inferiores>>. Jesús destruyó en aquella ocasión toda idea de superioridad y precedencia, creando una comunidad de iguales, en las que él mismo, aun siendo su centro, se pone al nivel de amigo (15,13-15). Pedro ha de aceptar esta lección y obrar en consecuencia.

Jn 21,15d

 Le respondió: <<Señor, sí; tú sabes que te quiero>>.

La respuesta de Pedro es afirmativa, pero la matiza evitando toda comparación, que, dado su historial, resultaría en disfavor suyo. Con el verbo que emplea, diverso del que ha usado Jesús, profesa su cariño de amigo.

Pedro empieza a comprender; Jesús es el centro, pero sin ser líder; no es el superior que se impone (13,5.14), sino la fuente de vida y amor que se comunica (15,4); no es el señor que domina, sino el amigo de los suyos (15,15).

Pedro ni siquiera afirma simplemente su amistad con Jesús, se remite al conocimiento que Jesús tiene (tú sabes); él puede juzgar la veracidad de su afirmación. En la Cena pensaba Pedro que su juicio valía más que el de Jesús y que éste no lo conocía bastante para poder apreciar sus capacidades (13,37: ¿por qué razón no soy capaz de seguirte ahora?). Su obstinación ha cedido, reconoce que  no hay fundamento para su pretensión de singularidad.

Jn 21,15c

 <<¿me amas más que éstos?>>.

Jesús ahora, con su pregunta, trata de enfrentar a Pedro con su actitud. En presencia de los demás discípulos (éstos), pregunta a Pedro si puede aducir el único título que podría justificar su pretensión de ser el primero: un amor mayor que el de los demás. Pedro no podrá afirmar eso, siendo el único de ellos que lo ha negado, aun después de haber sido invitado por el otro discípulo a acompañar a Jesús en su entrega y muerte (18,15-18).

El amor a Jesús se demuestra no con protestas de fidelidad, sino estando dispuesto a dar la vida como él la dio (14,21: El que ha hecho suyo mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama). <<Sus mandamientos>>, como ya se ha explicado (14,15 Lect.), son las expresiones concretas de su mensaje de amor al hombre hasta la muerte (cf. 15,13). Pedro, en la misión, no tenía esta actitud, y por eso no ha conseguido fruto.

Acaban de participar en la eucaristía, expresión del amor de Jesús hasta la muerte. El discípulo debe asimilarse a Jesús con una entrega como la suya; sólo así le manifestará su amor.

Jn 21,15b

 <<Simón de Juan>>.

El evangelio se acerca a su término. Nunca ha llamado Jesús a Pedro por su sobrenombre, ni lo llamará en lo que resta. Vuelve a utilizar el apelativo que había empleado en su primera entrevista, aunque simplificado (1,42: el hijo de Juan). Como allí se vio, alude en primer lugar a la relación de Pedro con Juan Bautista. Pedro, que era discípulo del Bautista y que, por tanto, había roto con la institución judía, no había escuchado, sin embargo, su testimonio acerca del Mesías (1,42 Lect.). La postura de Pedro era así la del reformista: rechazando la situación existente, esperaba un Mesías triunfador que tomase el poder para renovar las instituciones. Manifestaba una adhesión absoluta a ese tipo de Mesías, estando dispuesto a dar la vida por él (13,37 Lect.) y de hecho arriesgándola en el huerto (18,10). No había aceptado, sin embargo, al Mesías-servidor que, en lugar de dominar por la fuerza, se pone al servicio de los hombres hasta dar la vida por ellos (13,6-8). Reconocía en Jesús un Señor, al estilo del mundo (cf. 18,36), no un servidor y amigo (15,13,15). No admitía que se pusiera a su nivel.

Esta mentalidad de Pedro lo había llevado a singularizarse entre los demás, queriendo manifestar en cada ocasión su adhesión a Jesús por encima de sus compañeros. Así, se hizo portador de la profesión de lealtad del grupo (6,68s), que Jesús acogió con una nota de pesimismo (6,70 Lect.). En el lavado de los pies, no acepta, como los demás, el servicio de Jesús; pretende salir por los derechos del <<Señor>> (13,6) e impedir que se rebaje, mereciéndose una advertencia severa por parte de Jesús (13,8). Más tarde, durante la misma Cena, cuando Jesús declara a todos que no pueden ir por el momento adonde está él, Pedro, en contraste con los otros, que aceptan el dicho de Jesús, vuelve a ponerse en primer plano, afirmando poder seguirlo y estar dispuesto incluso a dar la vida por él; esto le valió la predicción de sus negaciones (13,33.36-38). En el huerto, a pesar de la recomendación de Jesús (18,8: dejad que se marchen éstos), en lugar de marcharse pretendió defender al mismo Jesús, quien le reprochó su incomprensión del designio del Padre (18,10s). Intentando seguir a Jesús sin ser capaz de ello (cf. 13,36), acabó negándolo tres veces por miedo a confesarse discípulo (18,15-18.25-27).

A pesar del fracaso revelado en sus negaciones, ahora, en la misión, ha vuelto a tomar la iniciativa, a la que se han sumado sus compañeros (21,3), y, al final, cuando Jesús pide a todos que le lleven pescado, Pedro vuelve a encargarse solo de la tarea (21,11).

En todas estas escenas aparece Pedro con una actitud insolidaria; pretende destacarse del grupo ostentando ser el primero en su adhesión a Jesús.

Jn 21,15a

 <<Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro>>.

En el episodio anterior se ha descrito el cambio de actitud de Pedro desde su punto de vista personal (21,7b Lect.). Jesús, sin embargo, no se ha hecho echo de su gesto ni se ha dirigido a Pedro para ponerlo de relieve; se diría que lo ha ignorado. Ha estado entre los suyos como un amigo; les ha ayudado en la pesca y, luego, les ha preparado y ofrecido de comer. El pastor modelo sigue dando a los suyos vida abundante (10,10).

Terminada la comida comunitaria, se dirige Jesús a Pedro, de modo parecido a como había hecho con Tomás (20,27). Tanto aquí como allí evita que el problema personal interfiera en su contacto con la comunidad.

La escena se desarrolla dentro del mismo grupo que ha terminado de comer y en estrecha conexión con la comida que acaba de celebrarse. Representa, por así decir, la exigencia que plantea al discípulo haber participado en la eucaristía, que, siendo la aceptación del don de Jesús, es, al mismo tiempo, el compromiso del discípulo a asimilarse a la vida y muerte del Señor.

Es Jesús quien toma la iniciativa. No bastaba el acto individual de Pedro en el episodio anterior. Hay que notar que mientras en 21,1-14 el nombre de Jesús aparecía nueve veces (21,1.4 bis.5.7.10.12.13.14) y tres el apelativo <<el Señor>> (21,7 bis.12), en estos cinco versículos (21,15-19), a pesar de tener por contenido exclusivo el diálogo entre Jesús y Pedro, aparece solamente una vez el nombre de Jesús, en la presentación de la escena. En cambio, en los cuatro vv. de la perícopa siguiente (21,20-23), se encontrará cuatro veces (21,20.21.22.23).

La ausencia del nombre en este diálogo pone más de relieve la voz de Jesús que su persona (nueve veces el verbo <<decir>> o su equivalente <<preguntar>> en boca de Jesús), como si se tratase de la interpelación de Jesús a Pedro a través de la voz profética del Espíritu que resuena en el grupo.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Jn 21,1-14

 

Jn 21,14

 <<Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte>>.

La tercera vez es la definitiva, la que va a durar para siempre, por eso esta manifestación es modelo para la vida de la comunidad. De hecho, la expresión por tercera vez asimila este episodio a los dos programáticos que habían aparecido en <<el día del Mesías>>. El de Caná, <<principio de las señales>>, abría la manifestación del amor de Jesús (2,11), que había de culminar en <<su hora>> (2,4), la de la cruz. El del funcionario, donde por primera vez aparecía el tema de la vida que vence la muerte, era calificado de <<segunda señal>> (4,54), y abría el ciclo del hombre. Este tercer episodio es también programático, por describir la vida de la comunidad en la misión y en la eucaristía, que constituyen su historia. Aquí fluye el vino del amor de Jesús y del Padre, en el don incesante del Espíritu (2,1-11), y existe y se propaga la vida que vence la muerte (4,46b-54).

SÍNTESIS

La vida de la comunidad cristiana presenta una alternancia entre <<dentro>> y <<fuera>>, entre vida en común y actividad de la misión. La presencia de Jesús se requiere tanto en la una como en la otra; la misión sin él está destinada al fracaso.

Los discípulos saben que la presencia y actividad de Jesús es necesaria para que su misión sea fecunda, pero no por eso trabajan como siervos o empleados de un señor; lo hacen como hombres libres unidos a Jesús por un vínculo de amistad. Jesús está presente como un amigo que colabora con los suyos y que se pone a su servicio para comunicarles vida y dar fecundidad a su esfuerzo.

El fruto de la misión depende de la docilidad a la palabra de Jesús; ésta es mensaje de amor que pide la decisión de seguirlo hasta dar la vida, y es orientación para el campo de trabajo.

La misión cristiana, que se realiza en unión con Jesús, termina en la comunión del grupo con él en la eucaristía. En ella ofrece él su alimento, que es su misma persona, al que se integra la aportación de los discípulos, la de sus propias personas. Se verifica así la unión de la comunidad con Jesús en la sintonía del amor.

Jn 21,13

 <<Llega Jesús, coge el pan y se lo va dando, y lo mismo el pescado>>.

Este versículo, que adquiere un relieve particular por la concatenación de verbos en presente, es el punto en que culmina la perícopa.

Nótese la expresión: Llega Jesús, como en las dos manifestaciones anteriores (20,19: llegó; 20,26: llega, cf. nota). La presencia de Jesús en la comunidad es una llegada continua, que se percibe en la eucaristía y que durará hasta el momento en que deje de llegar (21,22: mientras sigo viniendo), porque tendrá lugar la subida definitiva al Padre (20,17: aún no he subido con el Padre para quedarme), llevando a su estadio final la creación y el reino de Dios.

Si se compara esta escena con la del reparto de los panes y peces (6,11), aparecen claramente los paralelos: es el mismo alimento, pan y pescado, y se describen las mismas acciones de Jesús: coger el pan, distribuirlo, y lo mismo el pescado.

En aquella ocasión, las acciones de Jesús describían su acción en la historia a través de su comunidad; enseñaba a los suyos la manera de proceder en el futuro. La escena prefiguraba la acción de la comunidad con Jesús en favor del mundo; Jesús se hacía tipo de la comunidad que se ofrece, compartiendo hasta la propia vida. Enseñaba cómo hay que ejercer el amor concreto y cotidiano, dándose a sí mismo en el don del pan, siendo el límite la necesidad de los hombres (6,11: todo lo que querían). Repartió entonces a la multitud dos clases de pan (cf. 6,27), el pan material que poseía el grupo y el pan de su amor, que se expresaba y comunicaba en el primero.

En este pasaje, en cambio, Jesús se da a los suyos; les reparte su mismo cuerpo, continuando el don de sí mismo ya realizado en la cruz. Este pan, vehículo del Espíritu, es un don permanente, la carne del Cordero en la nueva Pascua.

Jesús es ahora el centro de la comunidad de donde irradia la fuerza de vida y amor que hace capaces a los suyos de entregarse como él. Les da el pan de la nueva creación, el maná de su éxodo (6,32s) que los mantiene en su camino.

Jn 21,12

 Les dijo Jesús: <<Venid, almorzad>>. A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: <<¿Quién eres tú>>, conscientes de que era el Señor.

Jesús invita a todos a la eucaristía, a participar de su alimento; él ofrece el banquete. Éste es muestra perenne de su amor, que lo ha llevado a dar la vida por sus amigos. Al final del trabajo, no se presenta como señor que toma cuentas a sus siervos, sino como amigo que comparte con ellos y los invita a comer lo que él mismo ha preparado (15,13-15). El don de sí mismo, que en escenas anteriores quedaba figurado por las señales de las manos y el costado, se expresa ahora en la invitación a comer.

La invitación de Jesús hace que los discípulos reconozcan su presencia. En la misión lo habían reconocido por el fruto, ahora por el don. Terminado el esfuerzo, con el que le han demostrado su amor, experimentan su presencia, como él lo había dicho: El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor, y yo también se lo demostraré manifestándole mi persona (14,21). De ahí la frase de Jn: A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: <<¿Quién eres tú?>>, conscientes de que era el Señor. Su presencia entre los suyos es tan perceptible que no deja lugar a dudas. Corresponde este pasaje a 16,23: Ese día no tendréis que preguntarme nada.

La pregunta ¿Quién eres tú? ha aparecido dos veces en el evangelio. La primera vez fue dirigida a Juan Bautista por la comisión investigadora, para averiguar si pretendía ser el Mesías (1,19); la segunda vez la hicieron los dirigentes judíos a Jesús (8,25) inmediatamente después de una alusión a su mesianismo (8,24: si no llegáis a creer que yo soy lo que soy). Está así en relación con las otras preguntas por la identidad de Jesús: Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente (10,24); ¿Tú eres el rey de los judíos? (18,33). Asimismo, con las declaraciones sobre Jesús: Este es el Hijo de Dios (1,34), o hechas por él mismo: Yo soy la luz del mundo (8,12), etc.

De una manera o de otra, todas reflejaban su carácter mesiánico, y ésta es la pregunta que los discípulos ya no necesitan hacer. Desde el encuentro con Jesús han llegado a la fe que Jn proponía en el primer colofón: para que lleguéis a creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él (20,32 Lect.). Se verifica ahora lo que Jesús había anunciado a los suyos: vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis (14,19). En la eucaristía, donde Jesús sigue comunicando su vida, se percibe particularmente su presencia.

Jn 21,11

 <<Subió entonces Simón Pedro y tiró hasta tierra de la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres; a pesar de ser tantos, no se rompió la red>>.

Jesús había dado el encargo en plural: Traed, pero Simón Pedro se singulariza de nuevo (21,3: Me marcho a pescar; 21,7: se tiró al mar) y lo ejecuta solo. Él, que había arrastrado al grupo a la pesca infructuosa, ahora, que ha aceptado el servicio hasta la muerte, toma una vez más la iniciativa para llevar los peces a Jesús. Tampoco responde Jesús a este gesto.

La frase Subió entonces Simón Pedro, donde el verbo <<subir>> no lleva complemento alguno, resulta enigmática. Se contrapone, sin duda, a la anterior: Se tiró al mar (21,7b). Así como <<tirarse al mar>> expresaba su aceptación del servicio hasta la muerte, <<subir/salir>> del agua es señal de la nueva actitud de Pedro. Ésta le permite tirar de la red.

La red estaba repleta de peces; Jn indica, por una parte, su número: ciento cincuenta y tres; por otra, su tamaño: grandes.

El significado de la cifra puede aclararse atendiendo a los datos del evangelio y al lenguaje de aquella cultura. Ciento cincuenta y tres es la suma de tres grupos de cincuenta más un tres que es precisamente el multiplicador. El número cincuenta, puesto en relación con los cinco mil del episodio de los panes, designa una comunidad como profética, la comunidad del Espíritu (6,10 Lect.). Cada grupo de cincuenta peces <<grandes>> corresponde, pues, a una comunidad de <<hombres adultos>> (6,10; cf. 9,20-21), es decir, terminados de crear por el Espíritu.

El número tres, que multiplica las comunidades, es el de la divinidad, y aquí podría representar a Jesús (20,28: ¡Señor mío y Dios mío!). La cifra ciento cincuenta y tres indicaría, por tanto, que las comunidades del Espíritu (el fruto) se multiplican en proporción exacta de su presencia.

A pesar de la cantidad de peces, no se rompe la red. El verbo <<romper>> es el mismo que se ha usado en el episodio de los soldados después de la crucifixión, cuando proponen respetar la integridad de la túnica (19,24: No la dividamos). En la pesca se encuentra, pues, un significado paralelo al de aquella escena. Allí el manto dividido en cuatro partes indicaba la universalidad de las comunidades esparcidas por el mundo entero, mientras la túnica indivisa indicaba su unidad interna. En este lugar, las comunidades están representadas por los tres grupos de cincuenta, mientras la red que no se rompa simboliza su unidad, por la que Jesús había rogado y que sería el signo distintivo de los discípulos (17,21: que sean todos uno; cf. 13,35).

La presencia de Jesús, que multiplica el fruto, culmina en la eucaristía. La misión es inseparable de ella, pues la respuesta del discípulo al don de Jesús es la asimilación a su vida y muerte, en el don de sí hasta el final (6,53-58; 13,15.34s).

Jn 21,10

 Les dijo Jesús: <<Traed pescado del que habéis cogido ahora>>.

El alimento que ven y que Jesús ha preparado se distingue del que ellos han obtenido por indicación suya. Este último es fruto de su trabajo; el que encuentran preparado es don gratuito. Existen, pues, dos alimentos, el que da directamente Jesús y el que se obtiene respondiendo a su mensaje. Les pide su aportación, que se unirá a lo que él ofrece: existe así el <<nuestro>> de la comunidad con Jesús.

Nótese el cambio de términos: <<los peces>> (21,6.8.11) designan el fruto objetivo de la misión; <<el pescado>>, el fruto como alimento. <<El pescado>> que ofrece Jesús (21,9.13) y que lo representa a él mismo en la eucaristía, lo designa así como el primer fruto del amor que lo llevó a la muerte y que sigue dándose a los suyos. <<Los pescados>> que los discípulos han cogido y deben aportar los representan a ellos mismos, en cuanto el desarrollo del propio amor, por el trabajo en favor del hombre, los hace don de sí que alimenta a la comunidad. En la eucaristía, por tanto, además del don de Jesús a los suyos, ha de estar presente el don de unos a otros, el amor que responde al suyo (1,16).

La comunidad vive de Jesús, de su amor, pero también de la misión, del amor al hombre, que realiza y expresa el amor a Jesús (14,21); este amor es también don suyo (el Espíritu), pero exige colaboración activa de parte de cada uno. Ambos son inseparables, los dos dan vida a la comunidad. El doble y único amor se expresa también en los dos momentos: en el esfuerzo del trabajo y en el gozo de la comunidad con Jesús.

Cuando el trabajo no produce fruto no hay qué comer (21,3.5), porque Jesús no está presente; faltan los dos alimentos. El fruto es criterio de su presencia. Solamente después de haberlo producido, entregándose a los demás, encuentra preparada la comida de Jesús y es lo primero que ven al  llegar a tierra. La presencia de Jesús se constata a través de la experiencia de su don, la eucaristía.

Nótese la alternancia en el texto entre los peces que han cogido y el alimento que Jesús da. En 21,6-8 se describe el trabajo y su fruto; en el v.9, lo que Jesús ofrece; en el v.10, de nuevo el fruto del trabajo, que Jesús une a lo que él da; los vv. 12-13 describen la invitación y la comida. No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada, pero lo que se aporta no se obtiene sin él. Jesús se hace uno con los suyos: colabora en el trabajo (cf. 9,4: Mientras es de día, nosotros tenemos que trabajar realizando las obras del que me mandó) y les pide que contribuyan con su propio alimento (15,16: vuestro fruto).

Jn 21,9

 <<Al saltar a tierra vieron puestas unas brasas, un pescado encima y pan>>.

En <<la tierra>>, lo primero que ven no es a Jesús, sino el fuego y la comida que ha preparado, expresión de su amor a ellos. Jesús sigue siendo el amigo que se pone al servicio de los suyos. La eucaristía, señal de su acogida, es el don de Jesús a sus amigos, que corona la misión cumplida.

Los alimentos que ven los discípulos son los mismos que Jesús había repartido en la segunda Pascua: pan y pescado (6,9.11). El pan dio origen al discurso de Jesús sobre el pan de vida; lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva (6,51); ése es el que ahora ofrece. Después de haber dado su vida, puede dar su pan, que es él mismo. En aquella ocasión fue Jesús quien repartió lo que todos tenían (6,9.11), ahora es él quien prepara de comer. Provee su alimento, que es vida para ellos.

Jn 21,8

 <<Los otros discípulos fueron en la barca (no estaban lejos de tierra, sino a unos cien metros) arrastrando la red con los peces>>.

El resto del grupo no imita el gesto de Pedro, no necesita el cambio radical de actitud. Van en la barca juntos, como estaban al principio (21,2), hacia el lugar donde está Jesús. No estaban lejos de <<la tierra>>. Este término, en el original con artículo las tres veces que aparece (21,8.9.11), designa el lugar propio de la comunidad donde ella vive con Jesús (cf. 1,39), de donde sale (21,3b) para su labor en el mundo, simbolizado por el mar. Es figuradamente <<la tierra prometida>>, representada en los episodios anteriores por el local con las puertas atrancadas (20,19.26), donde Jesús se manifiesta a los suyos. Es la tierra adonde ellos habían llegado siguiéndolo en su éxodo (6,21 Lect.). Los discípulos que se quedan en la barca no estaban lejos de esa tierra; no habían tomado ellos la iniciativa de trabajar en la noche.

martes, 5 de septiembre de 2023

Jn 21,7b

 <<Simón Pedro entonces, al oír que era el Señor, se ató la prenda de encima a la cintura, pues estaba desnudo, y se tiró al mar>>.

Pedro no había percibido la causa de la fecundidad, pero al oír lo que le dice el otro discípulo, comprende. Para indicar el cambio de actitud de Pedro, el autor utiliza un lenguaje simbólico sumamente denso.

En primer lugar, hay un juego de vestido-desnudez; en segundo lugar, la acción de tirarse al agua. La desnudez de Pedro indica que carece de vestido propio del discípulo. La expresión clave que remite a un pasaje anterior es: se ató ... a la cintura. Esta expresión se ha usado solamente en la Cena, cuando Jesús se ató el paño que significaba su servicio hasta la muerte (13,4.5 Lects.). Pedro va desnudo porque no ha adoptado la actitud de Jesús, por eso no ha producido fruto alguno la misión (12,24). Todavía el término <<la prenda de encima>> alude al manto de Jesús que dividieron los soldados, la herencia del crucificado, el Espíritu que lleva al comportamiento distintivo del discípulo (19,23-24 Lect.). Ésta era la desnudez de Pedro: no haber aceptado la muerte de Jesús como expresión suprema del amor ni haberla tomado por norma; no responder al impulso del Espíritu que lo habría llevado a identificarse con Jesús.

Ahora, finalmente, comprende. Se ata aquella prenda como Jesús se había atado el paño para servir. Para expresar su disposición a dar la vida, se tira al agua. Muestra estar dispuesto al servicio total hasta la muerte.

Ahora entiende lo que había hecho Jesús con él al lavarle los pies (13,7: lo entenderás dentro de algún tiempo; 21,1). Pedro es el único que se tira al mar, separándose del grupo, por ser el único que ha de rectificar su conducta anterior; los demás no habían resistido como él al amor de Jesús ni lo habían negado. Su gesto es individual y simboliza su nueva actitud. En esta narración, sin embargo, Jesús no responderá al gesto de Pedro, se dirigirá siempre al entero grupo; el problema personal será tratado más tarde. El evangelista singulariza a Pedro, porque éste necesitaba reconciliarse con Jesús; prepara así la escena siguiente. De hecho, Pedro reaparecerá en la narración solamente después que los otros hayan llegado a la orilla y Jesús se haya dirigido a ellos (21,9-11).

Jn 21,7a

 El discípulo aquel a quien Jesús quería le dice entonces a Pedro: <<Es el Señor>>.

El sorprendente resultado de la indicación de Jesús hace que un discípulo lo reconozca. Es el discípulo a quien Jesús quería, que, como se ha visto, ha aparecido ya en tres ocasiones en contraste con Pedro (13,23; 18,15 Lect.; 20,2). Este discípulo reconoce la presencia del Señor en la abundancia de la pesca, es decir, en el fruto de la misión (15,5). El que fue testigo de la vida que brota de Jesús en la cruz (19,35) reconoce el fruto de vida.

Como en el sepulcro, está en contraste con Pedro. Ante las mismas señales, sólo este discípulo creyó que Jesús vivía (20,8). Ante la misma pesca, él descubre la presencia del Señor y Pedro no. Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales. La fecundidad de la misión es señal de Jesús presente, como la infecundidad delataba su ausencia, es decir, la falta de práctica de su mensaje.

Aparece de nuevo el sobrenombre aislado (Pedro), indicando que el discípulo no ha dado aún el paso decisivo, aceptando el servicio hasta la muerte por amor al hombre, siguiendo a Jesús. El evangelista no recuerda en este momento, cuando va a cambiar de actitud.

El otro discípulo comunica su intuición a Pedro. Así el narrador centra la atención sobre éste, para hacer resaltar la acción que sigue.

Jn 21,6

 Él les dijo: <<Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis>>. La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces.

Jesús les indica el lugar donde hay que echar la red. Faltándoles la intuición del Espíritu, no habían dado con él. Los discípulos siguen la indicación de Jesús y la red se llena de peces.

El fruto se debe a la docilidad de las palabras de Jesús, que representan su mensaje. Pero hay también una indicación local precisa: al lado derecho de la barca; hay un lugar favorable para la pesca, donde se encuentra la muchedumbre de peces que cogerán con la red.

El término muchedumbre ha aparecido solamente una vez en Jn, en una frase paralela a ésta: la muchedumbre de los enfermos (5,5) / de los peces (21,6). Es posible que el paralelo sea pretendido por el evangelista. En tal caso, Jesús les indica que, para obtener resultados, han de dirigirse al pueblo oprimido y abandonado que ha perdido prácticamente la esperanza. Con ellos han de trabajar, para hacer hombres libres, como hizo él con el inválido de la piscina. En esa masa humana el fruto será abundante. Si realmente es ésta la intención del evangelista, sería al mismo tiempo una ejemplificación de lo que había dicho Jesús: Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, las obras que yo hago también él las hará, y las hará mayores (14,12).

Jn 21,5

 Les preguntó Jesús: <<Muchachos, ¿acaso tenéis algo para acompañar el pan?. Le contestaron: <<No>>.

Como en 20,26, cuando estaba pendiente la cuestión de Tomás, Jesús, al hacerse presente, se dirige al grupo entero y a todos dará la indicación, sin destacar a Pedro entre los demás. El problema de éste será tratado a continuación, una vez terminada la tarea y la comida comunitaria (21,15ss).

El término que usa Jesús para dirigirse a ellos indica afecto: Muchachos (chiquillos). Con su llamada, interrumpe la infructuosa labor. Les pregunta si tienen algo para acompañar el pan. El alimento de Jesús consistía en llevar a cabo el designio del Padre, en dar remate a su obra en el hombre (4,34). Tal es el que pide a los discípulos. Por parte de Jesús, la obra está terminada (19,30); él tendrá pan y pescado, que les ofrecerá más tarde, pero ellos tienen que contribuir continuando su misión (21,9-10).

El grupo entero está desorientado ante el fracaso, puesto en evidencia por la pregunta de Jesús. A su interpelación responden secamente, todos a una, mostrando su decepción. En ausencia de Jesús no pueden realizar el designio del Padre.

Jn 21,4

 <<Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa, aunque los discípulos no sabían que era Jesús>>.

La llegada de la mañana coincide con la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje comenzado con la mención de la noche: Jesús es luz del mundo, su presencia es el día que permite trabajar realizando las obras del Padre (9,4).

El modo como se presenta Jesús difiere de las ocasiones anteriores. En la comunidad reunida dentro de casa, se describía en forma de llegada percibida como su presencia en medio de ellos (20,19.26). En este caso, en cambio, Jesús no llega, simplemente se hace presente en la playa; su llegada se mencionará más tarde, en la comida que figura la eucaristía (21,13). La presencia en la playa es la de Jesús, que acompaña en la misión; la de la comida es la del que acoge a los suyos una vez terminada ésta. Los discípulos no han podido verlo antes debido a la noche que ellos mismos habían creado.

Jesús está en la playa, el límite entre la tierra y el mar. Éste representa <<el mundo>> donde se ejerce la misión, pero el lugar de referencia es siempre la tierra firme, donde está Jesús (21,8.9.11) y donde ellos viven (21,3). En la vida de la comunidad hay un ritmo: se sale y se vuelve llevando la pesca. Jesús no los acompaña en la pesca, se queda en tierra: su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos.

Concentrados en su esfuerzo inútil, no reconocen a Jesús cuando se presenta. La comunidad se ha cerrado en sí misma, y el trabajo, sin estar vinculado a Jesús, no rinde.

Como aparecerá por las palabras de Jesús, los discípulos no saben cuál es el lugar propicio para la pesca. Les falta la palabra de Jesús, que ellos deberían conocer por el Espíritu que recuerda todo lo que Jesús ha dicho (14,26). Cuando sigan las instrucciones de Jesús no sólo podrán recoger fruto, sino que encontrarán a Jesús mismo.

Jn 21,3b

 <<Salieron y se montaron en la barca, pero aquella noche no cogieron nada>>.

El verbo salir indica el paso de <<dentro de casa>> (20,26) al trabajo. La precisión temporal: aquella noche, es de primera importancia para comprender la escena. Esta mención de la noche, en relación con la labor de los discípulos, está en relación con el dicho de Jesús: Mientras es de día, nosotros tenemos que trabajar realizando las obras del que me mandó. Se acerca la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, soy luz del mundo (9,4s). La noche significa, por tanto, la ausencia de Jesús, luz del mundo. En la actividad de los discípulos de noche falta su presencia y su acción.

En ella no pueden realizar las obras del Padre (9,4), es decir, no pueden abrir los ojos de los ciegos, mostrar a los hombres el proyecto de Dios sobre ellos, que se realiza en Jesús y que Jesús realiza (9,6 Lect.).

La mención de la noche se hace al final de la escena, en relación con la falta de pesca. Esto muestra de nuevo que no se designa en primer lugar la noche física, sino el resultado de una actitud. Ha sido la decisión individual de Pedro y la adhesión del grupo a él (contigo) la que los ha llevado a trabajar en la noche. Es voluntad del Padre que produzcan fruto (15,2.8), y a eso los ha destinado Jesús. La infecundidad se debe a la falta de unión con él (15,5: El que sigue conmigo y yo con él, ése produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada). Al no estar identificados con él, no pueden amar como es necesario para dar fruto (14,15: Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos). No mueren como el grano de trigo; por eso no tienen capacidad de convocatoria ni de agregación (12,24 Lect.).

Jn 21,3a

 Les dijo Simón Pedro: <<Me marcho a pescar>>. Le contestaron: <<Vamos también nosotros contigo>>.

Simón Pedro toma aisladamente su decisión y el grupo lo sigue. Bajo la imagen de la pesca se representa la misión de la comunidad. Esta equivalencia se había insinuado en el evangelio al mencionar la ciudad de origen de Felipe, Andrés y Pedro: Betsaida (1,44), el puerto pesquero, situada en Galilea (12,21). Felipe y Andrés, con mención expresa de Betsaida, fueron los intermediarios entre los griegos y Jesús (12,21s), anunciando la futura misión. Ahora aparece Simón Pedro, el tercero de los de Betsaida, dedicado a ella.

Otro indicio de que la escena representa la misión es el verbo que usa Simón Pedro para decir que va a pescar: Me marcho a pescar. Es el que utilizó Jesús para describir la misión: Os destiné a que os marchéis, produzcáis fruto y vuestro fruto dure (15,16). Allí, sin embargo, hablaba Jesús en plural, a la comunidad como tal, mientras aquí es Pedro quien toma él solo la iniciativa; los demás la siguen, todos a una. No es una decisión común ni independiente de cada cual, hay uno en el grupo a quien el resto se asocia (contigo). La iniciativa de Pedro arrastra a los demás.

Jn 21,2

 <<Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (es decir, Mellizo), Natanael el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos>>.

En contraste con las dos apariciones anteriores de Jesús, el relato no sitúa ésta en un día preciso (cf. 20,19: Aquel día primero de la semana; 20,26: Ocho días después). La misión se realiza en todo tiempo, como la de Jesús (5,17: Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo).

Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. Se nombra en primer lugar a Simón Pedro, que será figura central en este episodio y en el siguiente. Se le ha nombrado por última vez en el sepulcro, donde, apegado a su mentalidad, no comprendió las señales de la resurrección. Estaba incluido, sin embargo, en el grupo a quien Jesús confirió la misión y el don del Espíritu (20,19-23) y que presenció más tarde lo acaecido con Tomás (20,24-29).

Vuelve a mencionarse a Tomás, el último nombrado (20,28), que había pasado de la incredulidad a la adhesión incondicional a Jesús. Se vuelve a traducir su nombre, que ahora indica su disposición final: el que estaba dispuesto a morir con Jesús (11,16), sabe ahora adónde conduce esa muerte (14,5; 20,28).

El tercer discípulo nombrado es Natanael. No había aparecido en el evangelio desde la escena de su llamada (1,45-51). Como se vio en aquel episodio, este discípulo era figura del Israel fiel a las promesas, que esperaba el Mesías. Añade Jn la precisión: el de Caná de Galilea. Señalar en este momento el lugar de origen de Natanael, que, por otra parte, no se había mencionado en su presentación (1,45), es completamente superfluo desde el punto de vista narrativo, pues además no tendrá consecuencia alguna en la escena que sigue, donde Natanael no volverá a ser nombrado. La intención del evangelista parece ser poner en relación a este discípulo con la madre de Jesús, figura femenina del mismo Israel, que aparece en Caná de Galilea como personaje de primer plano (2,1-5). En la figura de la madre, este Israel había quedado integrado al pie de la cruz en la nueva comunidad (19,25-27); ahora, en la figura de Natanael, aparece incluido en la comunidad de discípulos.

Por única vez aparecen en este evangelio los de Zebedeo, cuyos nombres no se precisan. El grupo se completa con dos discípulos anónimos.

Son siete los discípulos presentes. No se hace alusión alguna a los Doce, número que denotaba a la comunidad en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70 Lect.). Ahora, en cambio, está representada por otro número, el de la totalidad determinada, que, referido a pueblos, indica la totalidad de las naciones y hace, por tanto, referencia directa a los paganos. Es ahora la comunidad de Jesús en cuanto abierta a todos los hombres, a los que estaba destinado su mensaje (19,23-24 Lects.). La nueva comunidad, que ha reconocido su origen en el antiguo Israel de las promesas (19,26-27 Lect.), renuncia a todo particularismo y reconoce su misión universal.

Destaca en el grupo la figura de Simón Pedro. Este discípulo no se definió en su primera entrevista con Jesús (1,42), pero, a lo largo del relato evangélico, ha mostrado, por un lado, una indiscutible adhesión a Jesús y, por otro, una incomprensión de su mesianismo y una oposición a su actitud que lo han llevado a renegar de él (18,15ss). Desde la escena del prendimiento (18,10s) no se ha referido ningún encuentro personal de Pedro con Jesús (véase, en cambio, el caso de Tomás, 20,24-29). La cuestión está aún por resolver.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25