sábado, 29 de julio de 2023

Jn 19,28-30

 

Jn 19,30b

 <<y, reclinando la cabeza, entregó el Espíritu>>.

La frase reclinando la cabeza indica que Jesús se duerme, según la metáfora que él mismo había usado con Lázaro (11,11-13). Es una muerte que no interrumpe la vida; el símbolo es paralelo al de la sepultura en el huerto (19,41 Lect.). Lo que para los espectadores aparecerá como una muerte definitiva (19,33) es en realidad un sueño. El gesto espontáneo muestra la voluntariedad de su muerte, que no se menciona de otro modo.

Pero este gesto está subordinado a la entrega del Espíritu: Jesús no muere por morir, sino para salvar al hombre; para completar su obra tenía que demostrar su amor hasta el final. Ese amor extremo rompe, por así decir, los límites de la humanidad de Jesús y lo convierte en dador de vida, como el Padre. El Espíritu, que él había recibido del cielo (1,32s), puede entregarlo ahora y comunicarlo a los hombres. Es el Dios engendrado (1,18; 20,28).

El Espíritu que Jesús entrega es el fundamento de la nueva alianza; él realiza el reino universal (19,232 Lect.) y constituye el nuevo pueblo (19,25-27). Anunciado en Caná bajo la figura del vino (2,9 lect.), se ofrece ahora a la humanidad entera. El Espíritu, que completará la creación del hombre (3,6 Lect.), dándole la capacidad de amar como Jesús (13,34; 15,12), formará la humanidad nueva, el pueblo de la nueva alianza. En la entrega del Espíritu se unen así los dos temas: el de la creación y el de la alianza-Pascua. En contraste con Moisés, dador de la Ley, Jesús Mesías comunica el Espíritu, el amor leal (1,17).

El Hombre ha sido levantado en alto, como señal de vida en medio del campo de muerte; los que lo hagan objeto de su adhesión recibirán la vida definitiva (3,14s). Ésta es la gran prueba del amor de Dios que ofrece a todos la salvación; los hombres tendrán que optar ante esta luz (3,16-21).

SÍNTESIS

En la muerte de Jesús culmina la realización del proyecto de Dios sobre el hombre. El Hombre, transformado por el Espíritu de Dios y que ha respondido hasta el final a su dinamismo de amor, es aquel que es capaz de entregarse voluntariamente por amor a los demás y que vence el odio extendiendo su amor hasta el último momento a los mismos enemigos que le dan muerte. Es así como se convierte en fuente de vida.

Esta generosidad absoluta, que ama hasta el final sin exigir ser correspondido, es la que hace al hombre igual a Dios, que es amor fiel, gratuito y generoso. Al desarrollar el Hombre su entera capacidad de amar comienza el mundo definitivo, el estadio final de la humanidad.

Jn 19,30a

 Y, cuando tomó el vinagre, dijo Jesús: <<Queda terminado>>.

Tomar el vinagre equivale a aceptar la muerte causada por el odio; es el cumplimiento de <<su hora>> (2,4; 13,1), en la que el Hombre, el Hijo, demuestra su gloria, su amor hasta el extremo (12,23; 13,1; 17,1); cumple así su éxodo, pasando del mundo este al Padre (13,1). Su paso coincide con el acto final y supremo de amor, que lo asimila perfectamente al Padre.

Las últimas palabras de Jesús son: Queda terminado. Ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34). Él, que había recibido la plenitud del Espíritu (1,32; cf. 1,14: plenitud de amor y lealtad), ha respondido a aquella consagración hasta completarla (17,19); ha sido consecuente hasta el final, siendo, como el Padre, amor gratuito y generoso que da sin esperar retorno y responde al odio con el amor. Jesús ha realizado en sí mismo la plenitud del Hombre igual a Dios (20,28); culmina así la realización del proyecto creador (1,1c Lect.). Lo que <<los Judíos>> consideraban blasfemia expresaba el designio del Padre: Jesús se hacía igual a Dios (5,18), se hacía Dios (10,33; cf. 19,7).

En este acto de amor, que se ofrece hasta el último momento a sus enemigos, el Padre manifiesta la gloria de su Hijo y el Hijo manifiesta la del Padre (17,1). En este momento, la presencia de Dios brilla como nunca en Jesús, a quien pone para siempre a su lado (17,5), y, al ser el Padre la fuente de vida, toda muerte queda excluida por su presencia. Por eso la muerte física de Jesús no interrumpirá su vida. 

En Jesús, la obra creadora llega por primera vez a su término, según el proyecto inicial (1,1c Lect.; 17,5). Es éste <<el último día>> (6,39 Lect.), que termina la creación y abre el mundo definitivo. El último día será también el primero (20,1), a partir del cual ese mundo ya empezado se irá completando. Jesús, el Hombre-Dios, será su artífice.

Jn 19,29

 <<Estaba allí colocado un jarro lleno de vinagre. Sujetando a una caña de hisopo una esponja empapada con el vinagre, se la acercaron a la boca>>.

El jarro allí colocado recuerda las tinajas de Caná: Estaban allí colocadas seis tinajas (2,6). El vinagre que contiene el jarro se opone al vino que Jesús ofreció al maestresala en aquella boda; es el odio como opuesto al amor.

En la boda les faltaba vino; ahora rechazan al que lo ofrece. A la falta total de amor (2,3: No tienen vino), corresponde la plenitud del odio (un jarro lleno de vinagre). La triple mención del vinagre (19,29 bis.30) destaca la importancia del símbolo. El jarro lleno de vinagre representa la Ley de ellos (15,25), que da muerte a Jesús (19,7). Aunque les prohibía matar (18,31), la han convertido en instrumento de muerte.

La esponja empapa todo el vinagre contenido en el jarro, todo el odio contra Jesús que predecía su Ley (15,25). Al rechazar a Jesús, se dan su propia sentencia (3,18). Ante el Hombre levantado en alto (12,31s) reciben la que habían pronunciado contra sí mismos optando por el César (19,15 Lect.).

Jn, sin embargo, introduce aquí un detalle que completa el significado de la escena; sujetan la esponja a una caña de hisopo, la planta que se utilizaba para rociar la sangre liberadora del cordero pascual: <<Degollad la víctima de pascua (= el cordero). Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre del plato y untad de sangre el dintel y las dos jambas de la puerta ... El Señor va a pasar hiriendo a Egipto, y cuando vea la sangre en el dintel y las jambas, el Señor pasará de largo y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir>> (Éx 12,21ss).

La esponja ofrece a Jesús el odio de los homicidas (8,44); se derramará así la sangre del Cordero de Dios (1,29). El hisopo recogerá esta sangre que va a liberar a la comunidad de la muerte. Se inicia el tema de la nueva Pascua, en relación con la alianza del Mesías.

Jn 19,28

 Después de esto, consciente Jesús de que ya todo iba quedando terminado, dijo: <<Tengo sed>> (así se realizaría del todo aquel pasaje).

La escena está estrechamente ligada a la anterior (Después de esto): constituida la nueva comunidad universal, todo va quedando terminado, sólo falta la expresión de su amor hasta el extremo (cf. 13,1), dando a los mismos que lo han rechazado la última oportunidad de aceptarlo como Mesías, para verse libre de la ruina que los amenaza (8,24).

Hasta el último momento señala Jn que Jesús no ha sido arrastrado a la muerte y que ésta no es algo imprevisto; él es dueño de su destino y sigue realizando el designio del Padre: consciente Jesús de que ya todo iba quedando terminado. El evangelista no se asusta ante la realidad de aquella condena; advierte, por el contrario, que Jesús mismo, que la había predicho (8,28; 10,11; 18,32), la acepta como culminación de su obra. Era consciente de que el Padre lo había puesto todo en su mano (13,3). Usando de su libertad total, da la vida voluntariamente por los hombres (10,18).

Jesús expresa su necesidad: Tengo sed. Este dicho recuerda la petición que hizo la samaritana: Dame de beber (4,7). Pedir agua equivalía a pedir acogida, expresada con una muestra de solidaridad humana elemental. A la de la mujer respondió Jesús con el don de su agua viva, el Espíritu (4,10). Como en Sicar, también a la hora sexta (19,14), Jesús está ahora cansado de su camino (4,6); expresa la misma necesidad y pide la misma acogida.

La escena puede compararse con la del traidor en la Cena. A pesar de la certeza de la traición (13,11.18.21; cf. 6,64), Jesús no lo excluyó de su amor; es más, se lo ofreció por última vez poniéndole su propia vida en sus manos (13,26s Lect.). El gesto de amistad, que lo invitaba a aceptar a Jesús y, con él, la vida, provocó la decisión de Judas; exacerbado su odio, lo rechazó definitivamente y lo entregó a los que habían decretado su muerte.

En la cruz, Jesús tiene un gesto semejante para con los que lo han rechazado y obtenido su condena (19,6.15). Les demuestra que su amor no ha sido vencido por el odio. Les pone delante la calidad del amor suyo y del Padre, que no se cansa ni se desmiente, que deja siempre abierta la posibilidad de respuesta, para que el hombre no se pierda. En esta atmósfera de odio sin límite, brilla así en Jesús la plenitud de la gloria del Padre, su amor sin límite, su lealtad al hombre hasta el extremo (1,14). Muestra Jesús que Dios no condena al hombre, que busca solamente salvarlo comunicándole vida (3,16s; 6,39s; 12,47). Les ofrece una vez más la posibilidad de optar por ella.

Nota el evangelista que el gesto de Jesús provocará el pleno cumplimiento de un texto de la Escritura. Es aquel que Jesús había citado en la Cena: Me odiaron sin razón (15,25 Lect.). Se había cumplido ya durante la vida de Jesús (7,7: el mundo me odia), pero el odio a él y al Padre (15,23s) va a llegar a su colmo en el momento de su muerte, con el rechazo final del amor ofrecido: los suyos no lo acogieron (1,11).

Jn 19,25-27

 

Jn 19,26-27

 Jesús, entonces, viendo a la madre y, a su lado, al discípulo al que él quería, dijo a la madre: <<Mujer, mira a tu hijo>>. Luego dijo al discípulo: <<Mira a tu madre>>. Y desde aquella hora la acogió el discípulo en su casa.

Cambia el juego de personajes. La nueva comunidad, representada en cuanto esposa por María Magdalena, va a serlo ahora el personaje masculino, el discípulo a quien quería Jesús. La sustitución de un personaje por otro está indicada en el texto. En primer lugar, al mencionar a los presentes, Jn ha señalado solamente a las dos mujeres; ahora, en cambio, los presentes son la madre y el discípulo. La sustitución de María Magdalena por el discípulo, como representantes femenino y masculino de la comunidad, está indicada por la partícula entonces que refiere lo que ve Jesús a los personajes mencionados antes. La relación de fraternidad descrita anteriormente entre el antiguo Israel y la comunidad de la nueva alianza va a ser presentada bajo otro aspecto.

El discípulo representa a la comunidad en cuanto sus miembros son compañeros y amigos de Jesús. Siendo el confidente (13,23-25) e inseparable de Jesús, entró con él en el atrio del sumo sacerdote, para ser testigo de su entrega y muerte (18,15 Lect.). Por eso está presente al pie de la cruz. Él ha de ser testigo de la gloria que se manifiesta (19,35).

En esta escena, Jesús ve <<a la madre>>, no ya <<a su madre>>m como se la había llamado las tres veces que se la menciona en Caná (2,1.3.5), en Cafarnaún (2,12) y en el versículo anterior (19,25 bis). La que era <<madre>>, es decir, origen de Jesús, pasa a ser origen de la comunidad nueva. Es del Israel creyente en las promesas de Dios y fiel a ellas de donde nace en primer lugar el Mesías (4,22) y, en consecuencia, la comunidad mesiánica.

El encargo de Jesús a la madre y al discípulo se hace en términos de reconocimiento muto: Mira a tu hijo; Mira a tu madre. La antigua comunidad judía (la madre) debe reconocer como descendencia suya la comunidad nueva, la de los que han roto con la institución judía (1,35 Lect.), aceptan el amor de Jesús (el discípulo a quien Jesús quería) y comprenden la novedad del Mesías.

La comunidad nueva (el discípulo) tiene, por su parte, que reconocer su origen, ser el cumplimiento de las promesas que hizo Dios al pueblo de Israel.

El discípulo acoge a la madre en su casa. Ella no tiene ya hogar propio; al incorporarse a la comunidad encuentra su nueva casa, una vez que Israel, al rechazar al Mesías, ha dejado de ser el pueblo de Dios (cf. 1,11).

La combinación de las figuras de la Magdalena y del discípulo, que, como se ha visto, representan a la nueva comunidad bajo diversos aspectos, muestra la relación que establece la comunidad israelita con la nueva. Aunque ha sido el origen de la comunidad mesiánica (la madre), no goza del privilegio (hermana).

Desde aquella hora, la de la muerte de Jesús, queda formado el nuevo pueblo, que tiene su origen en Israel para extenderse hasta los confines del mundo (19,23 Lect.).

Jesús llama a la madre con el apelativo <<Mujer>>, como lo había hecho en Caná, identificándola de nuevo como la comunidad de la antigua alianza (2,4 Lect.). La hora que le había anunciado en aquella ocasión (2,4: Todavía no ha llegado mi hora) ha llegado ya. Es ahora cuando él va a dar el vino del Espíritu, cuando va a inaugurar la alianza nueva que sustituirá definitivamente a la antigua. Ese vino será ofrecido ahora, no ya al maestresala, que lo ha rechazado, sino a todo el que quiera aceptarlo. El amor de Jesús, que va a brotar de su costado en forma de sangre y agua, será el vino que alegre la boda nueva y definitiva.

SÍNTESIS

La universalidad, expresada en primer lugar en términos de Escritura universal, luego como reino universal, dejaba pendiente una cuestión: el puesto de Israel en los tiempos mesiánicos. El evangelista la resuelve reconociendo, por una parte, el papel providencial de aquel pueblo, del que salió la salvación, y por otra, mostrando que su continuación es la nueva comunidad en la que ese pueblo se integra.

Reconoce así la comunidad cristiana la fidelidad de Dios a través de la historia, que ha culminado en el Mesías Jesús.

Jn 19,25

 <<Estaban presentes junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena>>.

La presencia junto a la cruz de Jesús de dos mujeres contrasta con la del verso siguiente, donde estarán presentes la madre y el discípulo a quien Jesús quería.

Esta presencia significa fidelidad. La madre, que representa, como en Caná (2,1.3.5; cf. 2,12), al Israel que espera el cumplimiento de las promesas, muestra su fidelidad precisamente acompañando a Jesús en su muerte. Ella reconoció al Mesías y, al decir a los sirvientes que hicieran todo lo que él les dijera, mostraba aceptar desde el principio todo el programa de Jesús, que lo ha llevado a ser condenado a muerte. En este momento, cuando ella sola, en medio del rechazo del pueblo (12,34-40), acepta a un Mesías que ha invalidado la concepción del rey terreno, va a ser acogida en la comunidad mesiánica. Su designación, <<la de Cleofás>>, puede ser su patronímico.

La segunda mujer es María Magdalena. El adjetivo significa <<natural de Magdala>>, junto a Tiberíades, en el lago de Galilea. María Magdalena aparecerá en la escena de la resurrección, donde representará a la nueva comunidad como esposa del Mesías (20,1.11s).

Cada una de las dos mujeres representa la comunidad de una alianza: la madre, la de la alianza antigua, el resto de Israel, la esposa fiel de Dios (2,4: Mujer); María Magdalena, la comunidad de la nueva alianza, la esposa del Mesías (20,13.15: Mujer). El resto de Israel es admitido en la alianza nueva.

El papel de la madre, la antigua comunidad, termina en la cruz; el de María Magdalena comienza en ella (cf. 21,1.11-18). La identidad de nombre significa también el común papel de esposa. María de Betania anticipaba la figura de la nueva esposa, precisamente en la muerte y resurrección de Lázaro (11,1-2; 12,3), que preanunciaban las de Jesús.

Con este juego de personajes, afirma Jn que la nueva comunidad (María Magdalena) es hermana de la antigua (la madre de Jesús). Existe, pues, una relación de parentesco, de fraternidad, entre el pueblo antiguo y fiel y la nueva comunidad, que es la esposa de Jesús. Es decir, Israel, que ha dejado de ser un pueblo privilegiado (18,33 Lect.), es parte de la comunidad humana que forma el Mesías y entre en ella en pie de igualdad.

viernes, 28 de julio de 2023

Jn 19,23-24

 

Jn 19,24

 Se dijeron unos a otros: <<No la dividamos, la sorteamos a ver a quién le toca>>. Así se cumplió aquel pasaje: <<Se repartieron mi manto y echaron a suerte mi ropa>>. Fueron los soldados quienes hicieron esto.

Los soldados renuncian a dividir la túnica, en eso todos están concordes; toda división le quitaría su belleza y su mérito. Atentar contra la unidad es destruir la obra de Jesús.

Jn ve cumplido en la acción de los soldados el dicho del salmo 22,19 (21,19 LXX, citado literalmente). La Escritura daba testimonio de Jesús en cuanto enviado de Dios y dador de vida (5,39-40). Jn ve, pues, en esta escena un cumplimiento de la misión de Jesús, la extensión de su obra al mundo entero.

En el salmo, el reparto de la ropa tiene un sentido hostil; los soldados, al realizar este acto, cumplen, sin embargo, el gesto profético que anuncia el plan de Dios. Lo mismo que habían revelado la verdadera grandeza de Jesús al despojarlo de la grandeza mundana (19,1-3), ahora, lo que parece un despojo, es en realidad una expansión universal. La importancia y el profundo significado de la acción quedan subrayados por la frase final: Fueron los soldados quienes hicieron esto.

SÍNTESIS

La universalidad expresada en la perícopa anterior por la multiplicidad de lenguas en que estaba redactado el letrero de la cruz se expresa ahora en el reparto del manto de Jesús. La herencia del Mesías será llevada al mundo entero; como el vestido, ha de ser hecha propia, para convertirse en el distintivo de las comunidades esparcidas por la tierra. A pesar de la pluralidad de razas y culturas, permanece un elemento indivisible, la unidad que realiza el Espíritu, la que tiene su origen <<arriba>>.

Todo el mundo reconocerá a los discípulos como a los herederos de un crucificado, que se distinguen como él por la práctica del servicio al hombre hasta dar la vida.

Jn 19,23b

 <<además, la túnica. La túnica no tenía costura, estaba tejida toda entera desde arriba.>>

Se da una descripción detallada de esta prenda, que era la interior. Contrasta con la prenda exterior, el manto. Este puede dividirse; la túnica, no.

Se opone así la pluralidad exterior (manto dividido) a la unidad interior (túnica). La unidad no tiene fisura (costura) y, además, por estar tejida de una pieza, es indivisible.

Jn concibe a la comunidad cristiana como una participación del Espíritu y amor de Jesús, formando grupos que se extienden por el mundo entero; se reconocen por la identidad de su servicio al hombre y gozan interiormente de la unidad indivisible del Espíritu; éste realiza la presencia de Jesús y del Padre y les comunica el dinamismo de amor que las distingue.

La unidad de la túnica está fuertemente subrayada: toda entera. La frase tejida desde arriba denota el principio dinámico que estructura la comunidad; es la fuerza vital del Espíritu, que alcanza a todo el cuerpo.


Jn 19,23a

 <<Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su manto y lo hicieron cuatro partes, una parte para cada soldado>>.

Era costumbre que los ejecutores de la sentencia se repartiesen la ropa del reo. Sobre este dato construye Jn su narración.

No ha señalado el evangelista que hubiesen quitado a Jesús los atributos reales de la burla (19,2.5). Sigue siendo, por tanto, el rey escarnecido, despojado del poder. Son cuatro soldados paganos los que reciben la herencia de Jesús. Jn insiste sobre este hecho: el episodio empieza y termina con la mención de los soldados. Representantes del mundo no judío, muestran dos aspectos diversos: por una parte, como ejecutores del odio del mundo (15,18ss), son los agentes de la muerte de Jesús; por otra, son sus herederos.

Menciona el evangelista en primer lugar el manto de Jesús; el manto posee en el AT varios simbolismos, que Jn utiliza para dar el contenido teológico de la escena.

En primer lugar, es símbolo del reino. Así, en 1 Re 11 30-31, el profeta Ajías, para significar la división del reino a la muerte de Salomón y su repartición entre dos herederos, divide su manto en doce partes: dos de ellas representan el reino de Judá y diez el de Israel.

De modo parecido, en 1 Sam 15,27, la ruptura del manto del profeta, que Saúl quiere retener, simboliza que éste queda despojado del reino.

Jn recoge este simbolismo, pero dándole un sesgo particular. El manto de Jesús, el rey de los judíos (19,19.21 bis), figura del reino. Los soldados cogen el manto y lo dividen en cuatro partes, que ellos se apropian. El antiguo reino, el de los judíos, pasa a ser ahora el reino de los paganos: los paganos quitan a los judíos su rey para hacerlo rey suyo. Los soldados cumplen el gesto profético, expresando la voluntad de Dios de traspasar el reino.

Las cuatro partes en que dividen el manto aluden a los cuatro puntos cardinales y significan la tierra entera. La salvación sale de los judíos (4,22), pero se extiende a toda la humanidad (4,42). Jesús no será ya el rey de los judíos, sino el rey universal; el resto de Israel, que sigue fiel a este rey, habrá de integrarse en la nueva comunidad (19,27).

Al mismo tiempo, la universalidad del reino no significa división: la túnica quedará intacta para señalar la unidad.

Como agentes de la violencia del poder, los soldados crucifican a Jesús; pero es esa sentencia que ellos ejecutan la que permite repartir su ropa. Las comunidades cristianas en el mundo entero serán el fruto de su muerte.

Otro simbolismo que se atribuye al manto en el AT es el de la transmisión del Espíritu profético. Así, en 1 Re 19,20, Elías significa a Eliseo su vocación profética echándole encima su manto. Cuando es arrebatado al cielo, Elías le trasmite su Espíritu dejándole el manto en herencia; llevar el manto de Elías será la señal de estar revestido del mismo Espíritu y continuar su misma misión (2 Re 2,1-15).

El evangelista utiliza el tema del vestido-herencia, pero lo modifica, desdoblándolo en manto y túnica; ambos son símbolos del Espíritu que Jesús comunica con su muerte. Al no ser un solo hombre quien va a recibirlo, sino hombres esparcidos por el mundo entero, necesita expresar que la herencia de Jesús es para todos los pueblos (manto dividido) y, al mismo tiempo, señalar la unidad del Espíritu que reciben (la túnica indivisa).

El manto de Jesús es su vestido exterior. Todos los suyos habrán de llevar este vestido, que los asemejará a él; por él serán reconocidos como discípulos suyos. El vestido igual para todos se convierte en uniforme, distintivo. Enlaza este simbolismo con 13,35: En esto conocerán todos que sois discípulos míos, en que os tenéis amor entre vosotros. Ese amor es la respuesta al impulso del Espíritu. Las comunidades cristianas serán reconocidas por llevar el vestido de un crucificado, es decir, por continuar, con su mismo Espíritu, la misión y entrega del que dio su vida por amor al hombre, a manos de los poderes de este mundo.

En el lavado de los pies, el manto simbolizaba la vida que Jesús entrega voluntariamente (13,4 Lect.) y que recobra (10,17 Lect.). Se expresa también de este modo el dinamismo del Espíritu que anima a sus discípulos en el mundo entero.

Los diversos simbolismos del manto se completan entre sí: el reino de Dios se extiende a la humanidad entera (cf. 3,16) y se realiza por la comunicación de su Espíritu a través de Jesús; los ciudadanos de este reino se reconocerán por la actividad de su amor. En la pluralidad de comunidades serán reconocibles las partes de un mismo manto. Será, pues, el modo de comportarse en medio del mundo el que dará su identidad a los grupos esparcidos por él. El discípulo que no lleve este vestido, es decir, que no se comporte como Jesús, estará desnudo, como lo estará Pedro en 21,7.

jueves, 27 de julio de 2023

Jn 19,19-22

 

Jn 19,22

 Replicó Pilato: <<Lo que he escrito, escrito lo dejo>>.

Otra vez se contraponen los jefes judíos y Pilato, y éste aparece en mejor luz que aquéllos, porque, para Jn, el pecado más grave es adulterar la idea de Dios y hacerlo cómplice de la opresión (19,11a Lect.).

La frase de Pilato tiene tono de oráculo: lo escrito es definitivo, queda fijado y no se puede cambiar. Este carácter indeleble (10,35) asimila la proclamación de la realeza de Jesús a la antigua Escritura; Jesús crucificado por amor al hombre y así proclamado en todas las lenguas es el cumplimiento de las promesas mesiánicas y la Escritura definitiva.

La Escritura daba testimonio de él; ahora se cumple su contenido y cesa su papel. Para el futuro, no hay más libro que éste. De ahí la insistencia del evangelista en el verbo escribir (19,19: escribió, estaba escrito; 19,20: estaba escrito en hebreo, etc.; 19,21: No dejes escrito; 19,22: Lo que he escrito, escrito lo dejo).

La Escritura contenía las cláusulas de la alianza, que establecían una relación bilateral: Dios se comprometía a ayudar al pueblo, y éste a ser fiel a su Dios, su Soberano.

Jesús es el nuevo código de la alianza. Pero éste no enuncia preceptos que expliciten la voluntad soberana de Dios. El letrero o título de la cruz anuncia que su contenido es Jesús mismo crucificado. El designio de Dios no consiste en imponerse al hombre, sino en encontrarse con él para darle vida definitiva (6,38-40).

La Escritura nueva no es un enunciado, sino una persona que revela una presencia: la del Padre que manifiesta su amor hasta el extremo. Así, Jesús en la cruz enseña lo que es Dios y, al mismo tiempo, lo que es el hombre, cuya máxima realización queda visible en él.

Esta Escritura-persona es normativa; no es, sin embargo, mandamiento externo que se prescribe, sino presencia que contiene y comunica el Espíritu. Éste identifica con Jesús, confiere su misión y hace recorrer su camino. Tal es la única cláusula de la alianza (13,34; 15,12s): lo que Dios pide al hombre es que sea como él, y lo que es él queda expresado en el libro de la cruz. Así se realiza el objetivo de la alianza: Yo seré tu Dios, y tú serás mi pueblo (Jr 31,33) o, expresado en categorías de Jn: para que todos sean uno (17,21-23).

No existe una Ley intermediaria entre Jesús-código y el hombre; la adhesión a Jesús-norma se realiza por el amor personal a él (14,15: Si me amáis cumpliréis los mandamientos míos). Por eso la alianza queda absorbida por el símbolo nupcial (2,1ss; 12,2s20,1.11ss; cf. Jr 31,33; Ez 36,25-27).

SÍNTESIS

El Mesías prometido al pueblo judíos, el realizador de las promesas, se manifiesta en la cruz como el salvador universal. En él se realiza la nueva alianza de Dios con la humanidad, cuyo código es Jesús mismo. Él es la Escritura nueva, que contiene la definición esencial de Dios-amor y del hombre, proyecto de su amor y respuesta a él. La relación del hombre con Dios no se hace ya a través de textos escritos, sino a través del amor personal a este Hombre-Dios crucificado. Su condición humana y su muerte por el hombre lo ponen por encima de todo condicionamiento cultural. La esencialidad de esta Escritura, donde aparece el hombre como expresión de Dios, la hace patrimonio común de la humanidad entera, por encima de todo particularismo. Todo hombre puede leerla; el lenguaje de este amor es universal.

Jn 19,21

 Dijeron entonces a Pilato los sumos sacerdotes de los judíos: <<No dejes escrito: ´El rey de los judíos´, sino: ´Éste dijo: Soy rey de los judíos´>>.

Los sumos sacerdotes, que han optado por el César rechazando a Jesús como rey, no pueden tolerar que su decisión sea desmentida por el letrero ni que el mismo representante del emperador les eche en cara su traición. En la figura de Pilato es el paganismo el que acusa a los judíos de su infidelidad.

El texto opone dos denominaciones: los sumos sacerdotes de los judíos  y el rey de los judíos. Los primeros no toleran el segundo título, que equivale al de Mesías. Es la institución religiosa como tal la que se hace rival del Mesías salvador y lo rechaza; ella, que se ha apoderado del pueblo, sobre el que ejerce el poder político y religioso. En el ámbito judío es ella <<el jefe del orden este>>, que ahora, frente al rey <<que no pertenece al orden este>> (18,36), el Hombre levantado en alto, se siente echado fuera (12,32); por eso quiere que Jesús aparezca como un impostor.

Jn 19,20

 <<Este letrero lo leyeron muchos judíos, porque estaba cerca de la ciudad el lugar donde fue crucificado Jesús. Y estaba escrito en hebreo, latín y griego>>.

Los judíos que lo han rechazado como rey (19,15b) leen ahora el letrero y notan la humillación y la acusación que supone para ellos; tampoco podían ellos tolerar que su rey fuese crucificado como un criminal (19,15b). El título proclama al mismo tiempo la realeza de Jesús y la vergüenza del pueblo.

La construcción de la frase griega es extraña. Dice literalmente: estaba cerca el lugar de la ciudad donde fue crucificado Jesús (cf., en cambio, 11,18). La ambigüedad podría ser pretendida, para de alguna manera cargar sobre la ciudad que lo ha rechazado la responsabilidad de la muerte de Jesús. El paralelo con 19,17s: el lugar de la calavera ... donde lo crucificaron, señalaría a la ciudad como el ámbito de la muerte (cf. 12,18 Lect.).

El letrero estaba escrito en tres lenguas, la del país y las dos lenguas principales del mundo conocido; la de los opresores, de quienes se temían represalias si Jesús continuaba su actividad (11,48); la de los paganos que quieren ver a Jesús (12,20s). El Mesías de los judíos es el salvador del mundo (4,29.42), su misión universal ha de ser traducida a todas las lenguas. Él tiene ovejas que no pertenecen a este pueblo (10,16) y crea una comunidad humana en la que no cuenta la pertenencia étnica (4,12.20.21 Lects.). La salvación sale de los judíos, por obra del Mesías rey de los judíos, que recoge las promesas hechas al pueblo de Dios (4,22), pero está destinada a la humanidad entera.

Las tres lenguas anuncian también quiénes van a ser atraídos por Jesús: cuando sea levantando de la tierra, tiraré de todos hacia mí (12,32).


Jn 19,19

 Pilato escribió además un letrero y lo fijó en la cruz; estaba escrito: <<Jesús el Nazareno, el rey de los judíos>>.

El letrero de la cruz indica la causa de la condena. Al dictarlo, contradice Pilato la opción hecha por los sumos sacerdotes: el rey de los judíos no es el César, sino Jesús (19,15).

Vuelve a aparecer el título <<el Nazareno>>, el Germen, el vástago de David, pastor modelo que se ocupará de las ovejas maltratadas (18,5a Lect.; 10,11; cf. 5,3 Lect.). Este es el rey de los judíos, el Mesías anunciado; en él se cumplen las promesas. Él defenderá a los humildes del pueblo (Sal 72,4), pero no lo hará como rey poderoso, aclamado por las multitudes (12,13), sino como el Hombre levantado en alto, señal de vida y centro de atracción (12,32; cf. 3,14s; 8,28). Da la vida a manos del sistema injusto, pero no es un oprimido; al entregarse voluntariamente por el bien del hombre, siguiendo el dinamismo del Espíritu, muestra su libertad frente al sistema que lo quiere destruir. Jesús es más fuerte que él y, de hecho, es el juez del sistema que lo condena (12,31; 16,11). Él es el Soberano, por ser dueño de sí mismo y disponer de su vida. El Espíritu, que lo ha consagrado Mesías (1,32; 10,36), la fuerza que constituye su <<poder>>, lo hace más poderoso que la muerte. Ante esta fuerza, el Espíritu, el hombre no tiene que profesar sumisión; al contrario, los suyos la reciben de su rey, para hacerse libres y reyes como él. La consagración no es sólo un privilegio personal como la antigua, sino un bien comunicable (17,16-17a Lect.).

La expresión estaba escrito es la clásica para designar los textos de la antigua Escritura. Este letrero describe el contenido de la nueva, que no es para ser leída, sino contemplada (1,14; 17,24; 19,35).

Jn 19,16b-18

 

Jn 19,18

 <<Allí lo crucificaron y, con él, a otros dos, a un lado y a otro; en medio, a Jesús>>.

No se especifica quienes lo crucificaron. Son todos culpables de su muerte. En primer lugar, los sumos sacerdotes (19,16a: se lo entregó a ellos para que fuese crucificado), que la tenían decidida (11,53) y la han obtenido. Pero también Pilato ha traicionado al hombre por temor a perder su puesto.

En la cruz, Jesús no va a estar solo: con él crucificaron a otros dos. A diferencia de los otros evangelistas, Jn no identifica a los dos compañeros de suplicio ni los califica de manera alguna. Son éstos los que van a morir con Jesús; las palabras con él recuerdan las de Tomás el Mellizo: Vamos también nosotros a morir con él (11,16). Figuran a los discípulos que siguen a Jesús hasta el final y dan con él la vida por el hombre.

La especificación: a un lado y a otro; en medio, a Jesús, muestra la corte del rey, pues Jn no ha mencionado que hubiesen quitado a Jesús los atributos reales (19,2.5). Los puestos a la derecha y a la izquierda del personaje principal correspondían a las personas de mayor rango. Los que mueren con Jesús condenados por <<el mundo>> (15,20) son los que lo poseen en su comunidad. Pero Jn no distingue entre derecha e izquierda; expresa una localización que indica la igualdad.

Estos son los discípulos que están donde está Jesús (14,3; 17,24) por haber recorrido su camino (14,4.6). El Hombre levantado en alto ha tirado de ellos hacia sí y los ha levantado con él hasta la cumbre de la entrega (12,32). Son granos de trigo que, caídos en la tierra, van a morir para dar mucho fruto (12,24).

Al principio del evangelio aparecieron dos discípulos que siguieron a Jesús y se quedaron a vivir con él (1,39); al final, dos hombres lo han acompañado hasta el término de su camino y van a morir con él. Como aquéllos representaban la comunidad ideal, así éstos figuran el término de su itinerario. De hecho, será la cruz la muerte que Jesús anuncie a Pedro, cuando, en la escena final, éste se decida a aceptar el amor de Jesús y sea invitado a seguirlo (21,18-19).

Jn 19,17b

 salió para el que llamaban <<lugar de la Calavera>> (que, en la lengua del país, se dice Gólgota).

Jn describe ahora en términos de crucifixión lo antes descrito en términos de exaltación (19,13-16). Al <<enlosado>> (lithostrôton), lugar donde se manifiesta la gloria, corresponde el lugar de la muerte. El contraste aparece aún más evidente comparando los dos nombres arameos puestos en paralelo: Gábbata, la altura, y Gólgota, la calavera. La exaltación de Jesús se verifica en el don de su vida.

Jn 19,17a

 <<y, cargando él mismo con la cruz>>.

Al decretar la muerte, todos los poderes han traicionado a Jesús y, con él, al hombre. Pero Jesús no depende de su sentencia, nadie va a quitarle la vida, él se entrega voluntariamente (10,18). Subraya Jn la voluntariedad y la libertad de la muerte de Jesús: él mismo carga ahora con la cruz y sale hacia el lugar de la ejecución, como había salido para entregarse (18,4) y más tarde para presentarse como rey (19,5). Jesús toma la iniciativa, como si tuviese prisa de manifestar el amor de Dios y de liberar al hombre.

Se afirmaba que el sacrificio de Isaac había tenido lugar exactamente a la hora en que más tarde se establecería la inmolación del cordero pascual. Jesús, el Hijo único, dado por el Padre por amor al mundo (3,16), sale a esa hora para la muerte.

Jn 19,16b

 <<Tomaron, pues, consigo a Jesús>>.

Pasa al poder judío la responsabilidad plena de la muerte de Jesús. Los que no lo habían acogido como palabra de vida (1,11) lo acogen ahora para matarlo. Es la tiniebla que quiere apagar la luz (1,5).

sábado, 22 de julio de 2023

Jn 19,13-16a

 

Jn 19,16a

 <<Entonces, al fin, se lo entregó a ellos para que fuese crucificado>>.

Pilato acaba traicionando al hombre como los demás: se lo entregó, la misma expresión usada para significar la traición de Judas (18,2) y la de los dirigentes judíos (18,30.35). Al ver su poder en peligro, sacrifica al hombre.

Los judíos se profesan fieles al emperador, mientras han puesto en cuestión la fidelidad de Pilato. Al oír mencionar por segunda vez al César, Pilato, entre el hombre y el opresor, opta por éste. Ahí está su traición. Como <<los Judíos>>, prefiere la gloria humana a la que viene de Dios sólo (5,44; 12,43).

SÍNTESIS

La sentencia contra Jesús pone al descubierto cuáles son las opciones profundas de los dirigentes judíos, representados por los sumos sacerdotes, jefes del sistema teocrático. Al declararse contra Jesús y reconocer al César como único rey, rechazan al Dios liberador, que, por serlo, hace salir al pueblo de su esfera de influencia y de su dominio. Muestras así cuál es su verdadero dios: su ambición de poder y gloria, que Jesús mismo había denunciado repetidas veces y que había sido simbolizada por el Tesoro del templo. Es ésta la que los hace ser opresores y asesinos del hombre. Revelan en esta ocasión su ateísmo, al poner su interés en el lugar de Dios. Al desaparecer por obra de Jesús la figura de un dios cómplice de la opresión, buscan ellos su legitimación en la autoridad del César, el poder invasor. Con ello pronuncian su propia sentencia, excluyéndose de la liberación mesiánica.


Jn 19,15c

 Replicaron los sumos sacerdotes: <<No tenemos más rey que el César>>.

Responden los sumos sacerdotes, representantes del sistema teocrático. Los que representan a Dios son los que lo traicionan; los que tenían por misión transmitir los oráculos divinos (cf. 11,51: siendo sumo sacerdote el año aquel profetizó que Jesús iba a morir por la nación) cometen la apostasía definitiva.

En la tradición del AT era Dios el rey de Israel (Sal 5,3; 29,10; 44,5; 47,3.7; 48,3; 74,12; 84,4M 89,19; 145,1; 149,2; Is 6,5; 33,22; 41,21; 44,6; Zac 14,9, etc.). Ellos, en cambio, aceptan como rey legítimo al emperador romano, el que les había quitado su independencia como nación, el pagano que no reconoce a Dios. Prefieren ser dominados por el poder de muerte que ser amados por el Dios de la vida, porque ellos saben dar muerte (8,44), pero no conocen el amor de Dios (5,42).

En realidad, al elegir al emperador, eligen a su dios de siempre, pues desde siempre tenían hecha su opción por el poder; que éste lleve un nombre u otro, dios o emperador romano, es secundario. El Dios a quien ellos profesaban fidelidad, aunque siguieran llamándolo Yahvé, era un dios que legitimaba la opresión, desentendiéndose del grito de los oprimidos (8,54s: el que vosotros decís que es Dios vuestro, aunque nunca lo habéis conocido; 5,37s: nunca habéis escuchado su voz ni visto su figura, y tampoco conserváis su mensaje entre vosotros; cf Is 5,7: <<Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; espero justicia, y ahí tenéis: lamentos>>).

En la narración, el evangelista pone de relieve las opciones verdaderas, más allá de las palabras y de las profesiones externas de religiosidad. Lo importante no es el nombre que se dé a Dios, sino el contenido que se significa con ese nombre. La opción por el César delata lo que Dios significaba para ellos. Al revelarse Dios en Jesús como amor al hombre, ellos lo rechazan y eligen al que, por ser opresor, permite y justifica la opresión que ellos ejercen. Su opción no es nueva; Jesús no hace más que poner al descubierto la realidad del poder religioso (sumos sacerdotes). Aceptan sólo a un Dios que legitime su posición y privilegio. En su opción, los jefes arrastran al pueblo: lo someten a la opresión extranjera, que, por el momento, legitima la que ellos ejercen.

Jn 19,15b

 Pilato les dijo: <<¿A vuestro rey voy a crucificar?>>.

Yuxtapone Pilato los dos términos: rey y suplicio, haciendo el contraste intolerable. En la narración va destacando cada vez más la realeza de Jesús, incluso para los personajes, que hablan de ella como de un hecho innegable. Los jefes se ven forzados a optar en favor o en contra de su rey.

Jn 19,15a

 Ellos entonces empezaron a dar gritos: <<¡Quítalo, quítalo de en medio! ¡Crucifícalo!>>.

Hay un forcejeo que alarga la escena y hace más dramática la opción de los jefes judíos. Muestran un odio desaforado, que no tolera ya ni la vista de Jesús. El rey que quiere dar su vida por el pueblo (11,50; 18,14) es rechazado por ellos mismos. Piden para él la pena de muerte. Jesús viene a eliminar el pecado del mundo; los representantes del pecado (8,21) quieren eliminar a Jesús. Ante el rey que, en vez de dominar, quiere liberar del dominio, los opresores se rebelan.

El grito del odio contra Jesús es el del odio contra Dios: Odiarme a mí es odiar a mi Padre (15,23). Se va revelando la incompatibilidad entre el Dios verdadero y la institución de Israel, que culminará en la opción final.

Jn 19,14b

 Dijo a los judíos: <<Mirad a vuestro rey>>.

Estas palabras, dirigidas a los representantes del pueblo, pueden ser pronunciadas por Pilato o por Jesús mismo, sujeto del verbo anterior (se sentó). Nueva ambigüedad pretendida por Jn. Existen dos planos: el narrativo y el teológico; en el primero, sería Pilato quien proclamase rey a Jesús; en el segundo, el más importante para el evangelista, es Jesús mismo quien se presenta como rey ante su pueblo. La misma ambigüedad de sujeto se encontraba en 19,5: Mirad al hombre, frase en paralelo con ésta. <<El Hombre>> es <<el Rey de los judíos>>.

Jesús, el rey Mesías, el ungido por Dios y enviado a su pueblo, debía cumplir la expectación secular y realizar la liberación definitiva; era la única esperanza para Israel. Tal es el rey ante el cual tienen que hacer su opción. Jesús muestra de nuevo el verdadero carácter de su realeza; despojado de todo atributo de poder, hace brillar el amor de Dios.

Jn 19,14a

 <<Era preparación de la Pascua; era alrededor de la hora sexta>>.

La hora sexta (mediodía) era el momento en que, la víspera de Pascua (la preparación), comenzaban a sacrificarse los corderos pascuales en el templo. Recoge aquí Jn, por tanto, el tema del Cordero de Dios, que abre el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús (1,29.36); con él identificaba al Mesías y describía su misión. Recuérdese que la designación <<el Cordero de Dios>> estaba en paralelo con la de <<el Hijo de Dios>> (1,34), y que la misión del Cordero, <<quitar el pecado del mundo>>, sería realizada <<bautizando con Espíritu Santo>> (1,33). Toda esta concepción del Mesías está presente en este pasaje, al recogerse el tema pascual para llevarlo a su conclusión. Ésta es la última de las seis fiestas mencionadas en el evangelio (2,13; 5,1; 6,4; 7,2; 10,22; 12,1) y la tercera Pascua (2,13; 6,4; 12,1).

La espera de <<la hora>> del Mesías, anunciada en Caná al principio de su actividad (2,4), ha mantenido en tensión el relato, orientado hacia ella (5,28; 7,30; 8,20). El período de <<la hora>> constituye la segunda parte del día sexto. Este momento condensa su significado.

Como ya ha aparecido en 4,6, la hora sexta, cifra de lo incompleto, señala la hora de Jesús en su aspecto de muerte (4,6: fatigado), mientras la hora séptima ha indicado sus efectos de vida (4,52). La hora sexta, la de la plena luz, había señalado la revelación del Mesías a Samaría (4,25s); ahora la señala para Israel.

Siendo toda la escena una anticipación de la cruz, también la hora adelanta la de su muerte; son los sumos sacerdotes, al rechazar a Jesús, los que matan al Cordero. Preparan así, como Judas (13,29 Lect.), lo necesario para la Pascua, de la que ellos no van a participar.

viernes, 21 de julio de 2023

Jn 19,13

 Al oír Pilato aquellas palabras, condujo fuera a Jesús. Se sentó en un escaño, en un lugar que llamaban <<el Enlosado>> (en la lengua del país, Gábbata).

La escena que sigue está en íntima conexión con los gritos que han precedido. Pilato va a hacer el último intento de liberar a Jesús. Convencido de que éste tiene razón de su parte y de que su realeza es verdadera, va a enfrentar a Israel con su rey. No se atreve a dar la sentencia que pide la justicia: va a dejar la decisión en manos de los sumos sacerdotes.

Conduce a Jesús fuera. La frase siguiente: se sentó en un escaño, precisamente por la indeterminación (en un escaño), muestra que no es Pilato quien se sienta, ocupando su escaño oficial de juez, sino Jesús mismo quien toma la iniciativa y se sienta como rey en su trono. El término bêma (escaño) significaba el asiento del juez, el tribunal. Representa al mismo tiempo el trono de Jesús y el tribunal desde donde, como rey, va a dictar la sentencia.

La escena anticipa la de la cruz y propone una explicación teológica de la misma; de ahí los numerosos temas que en ella superpone Jn, apoyados en alusiones a textos del AT. Para facilitar la lectura, es preferible dar desde el principio un resumen.

Jn figura en esta escena la entronización y exaltación de Jesús, el rey de los judíos, Mesías prometido y Esposo que inaugura la nueva alianza. Ante él va a tener lugar el juicio del pueblo, representado por sus jefes. En este rey no brilla el esplendor humano, sino la gloria de Dios mismo.

El tema de la realeza, significado ya por el escaño-trono, está apoyado además por la alusión al Cantar contenida en el término Lithostrôton (Enlosado). El Cantar describe al esposo bajo la figura del rey Salomón: <<El rey Salomón se hizo construir un palanquín con maderas del Líbano, ... con asiento de púrpura, taraceado por dentro (LXX: lithostrôton, empedrado), ¡Muchachas de Sión, salid para ver al rey Salomón, con la rica corona con que lo coronó su madre el día de su boda, el día de fiesta de su corazón!>> (Cant 3,9-11).

Se unen aquí los dos temas: el de la realeza y el de la boda (alianza). Jesús aparece como el descendiente de David (Salomón, cf. 10,23), cumplimiento de la promesa dinástica (2 Sm 7,12s) y el nuevo Esposo (3,29), el Mesías que inaugura la nueva alianza.

La exaltación del rey está indicada por el término Gábbata, que no significa <<enlosado>> (lithostrôton no es su traducción), sino <<promontorio, altura>>. Al sentarse Jesús en la altura ocupa el lugar que corresponde al Hombre levantado en alto (3,14; 8,28; 12,32); es una alusión a la cruz, que será el lugar de su exaltación, como lo indicará el letrero colocado en ella (19,19).

El tema de la gloria que resplandece en Jesús está indicado por el mismo término enlosado (lithostrôton), que recuerda también la bajada de la gloria de Dios sobre el templo el día de su Dedicaci´don: <<La gloria del Señor llenó el templo ... Los israelitas, al ver que el fuego y la gloria del Señor bajaban al templo, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento (lithostrôton) y adoraron y dieron gracias al Señor, <<porque es bueno, porque es eterno su amor>> (hebr. hesed, cf. 1,14 cf. 2 Cr 7,2-3).

Jesús, el santuario de Dios (2,17.19) en quien habita la plenitud de la gloria (1,14), se ha sentado en este enlosado delante de los jefes de Israel. La reacción de ellos a esta manifestación del amor del Padre no será, sin embargo, la postración y la alabanza, como en tiempo de Salomón, sino el rechazo. Éste constituirá su juicio y su sentencia.

La relación con la cruz es manifiesta: ella será su trono (19,19: Jesús el Nazareno, el rey de los judíos), ante el cual se verificará el juicio del <<jefe del orden este>> (12,31). En ella, colmo del oprobio, brillará hasta el extremo el amor de Dios por el hombre (la gloria). Allí será sacrificado el Cordero de Dios, que inaugura la Pascua de la nueva alianza.

Al nombre arameo Gábbata (la altura) corresponderá en la perícopa siguiente el de Gólgota (la calavera). La muerte de Jesús será su exaltación.

jueves, 20 de julio de 2023

Jn 19,9-12

 

Jn 19,12b

 Pero los Judíos daban gritos diciendo: <<Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey se declara contra el César>>.

Mientras Pilato está dentro con Jesús y se esfuerza por obrar con justicia, se oye el grito amenazador de los jefes judíos. Para forzar la decisión del juez, recurren a la amenaza personal. Hasta ahora la acusación a Jesús había sido religiosa (19,7: se ha hecho hijo de Dios). Ahora la cambian por una acusación política: Jesús es un rebelde contra el emperador, la que ha estado implícita durante todo el proceso.

Pilato tiene ya clara conciencia de que la condena de Jesús serías una flagrante injusticia, pero <<los Judíos>> lo colocan ante un dilema: ser leal con el hombre o con el sistema de poder al que pertenece; una y otra lealtad son inconciliables. Ha de ser amigo de Jesús (15,15) o amigo del César. Se le ofrece la ocasión de optar en favor del hombre, pero ella lo llevaría a perder su posición. Quien está en favor del hombre ha de estar dispuesto a sacrificarlo todo por su bien, incluso la propia vida (12,25); pero quien da su lealtad al poderoso acaba sacrificando al hombre.

Es trágico que <<los Judíos>> recuerden a Pilato su deber para con el poder opresor, y precisamente para exigirle el homicidio de su rey, el que constituía la esperanza de salvación para Israel. Rechazando así la única posibilidad de liberación, que se les ofrecía en Jesús, anuncian ya su opción por el César.

Al presionar a Pilato poniéndolo en una situación límite, que va a determinar su sentencia injusta, cargan también ellos con la responsabilidad del juez.

Los jefes judíos acusan a Jesús de <<hacerse rey>>; antes lo habían acusado de haberse hecho <<hijo de Dios>> (19,7). En realidad él es rey porque es el Hijo de Dios; ha sido el Espíritu el que lo ha consagrado Mesías y su dinamismo el que lo ha guiado en su misión (10,36).

La expresión hacerse rey se opone a la de 6,15: para hacerlo rey, que describía la tentativa rechazada por Jesús. Era aquella la clase de realeza que él no admite, basada en la sumisión voluntaria de los súbditos. <<Ser rey>>, en el sentido de Jesús, es decir, llegar a la total independencia y libertad, no depende de los otros, sino de uno mismo: se realiza por el don de sí, por la colaboración con el Espíritu, que se manifiesta actuando en favor del hombre (10,36-37). La realeza que deseaban los discípulos (6,15) y el pueblo (12,13) los disminuía a ellos para exaltar al rey. La de Jesús da vida abundante a los suyos (10,10s). Con su entrega y su rechazo del poder, Jesús se está haciendo él mismo rey; lo será definitivamente en la cruz, donde su título quedará fijado para siempre.

La frase de los sumos sacerdotes admite un doble sentido: por una parte, ellos pretenden acusar a Jesús de cabecilla político, rebelde contra el poder imperial. Pero el evangelista señala al mismo tiempo que quien, por la entrega de sí mismo, adquiere su libertad e independencia, se declara necesariamente contrario a todo poder opresor, cuyo símbolo supremo es el César romano. De ahí que lo expresado en la frase rebase el caso personal de Jesús: Todo el que se hace rey. Quien está dispuesto a darse por el bien del hombre se pone inevitablemente en contra de los poderes opresores. Se ve así la equivalencia de las expresiones haberse hecho hijo de Dios (19,7) y hacerse rey (19,12). Cada una corresponde a una esfera, pero tienen el mismo contenido: Hijo de Dios o rey es el hombre que realiza en sí el designio divino, entregándose sin límite. Quien así obra es incompatible con el poder religioso, expresado en la Ley (19,7), y con el sistema de gobierno opresor (19,12). Uno y otro lo condenarán a muerte.

SÍNTESIS

Destaca en esta perícopa, por encima de la responsabilidad de Pilato en la muerte de Jesús, la de <<los Judíos>>, que hacen de Pilato instrumento de su odio. Teniendo ante los ojos todos los datos para conocer a Jesús y reconocerlo como Mesías enviado por Dios, en vez de aceptarlo como liberador, lo ven como amenaza para sus propios intereses. De aquí surge la aversión que los ciega y que los hace aliarse con sus mismos opresores en contra de Jesús.

Aparece, por otra parte, el dilema de Pilato, el hombre integrado en el sistema de poder: o pone en peligro su posición o sacrifica al hombre. Por ser miembro de la estructura de injusticia, acaba sacrificando al hombre, aun en contra de su propia convicción, para mantenerse en su cargo.

Jn 19,12a

 <<Desde aquel momento Pilato trataba de soltarlo>>.

Pilato no había buscado justificarse con la voluntad de Dios para cometer la injusticia; había invocado su propia autoridad. Al descubrirle Jesús la responsabilidad que pesa sobre él y que existe una instancia superior, comprende que no puede actuar arbitrariamente. De ahí que se esfuerce por soltar a Jesús, según su propósito frustrado (18,39). Él mismo acaba de afirmar que soltarlo estaba en su mano. Intenta zafarse de la presión e intereses de los dirigentes judíos; ve que está al borde de cometer una grave injusticia y quiere rectificar a tiempo.

Jn 19,11b

 <<Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor>>.

La expresión en singular: el que me ha entregado a ti, está en paralelo con la plural: tu propia nación y los sumos sacerdotes te han entregado a mí (18,35), y con la frase anterior de los dirigentes: Si éste no fuese un malhechor no te lo habríamos entregado (18,30). El que ha entregado a Jesús es el círculo de poder cuyo agente fue Judas, el que lo entregaba (6,71; 12,4; 18,2).

Para Jn, <<el pecado>> (8,21.34) consiste en integrarse en el orden injusto, opresor del hombre (8,23 Lect.). Pilato pertenece al orden opresor. De esa pertenencia derivan <<los pecados>>, las injusticias concretas, Pilato, con su amenaza a Jesús, demuestra estar dispuesto a cometer la injusticia, después de haber declarado tres veces la inocencia del acusado. 

La mayor responsabilidad (pecado) de <<los Judíos>> se debe a varias razones: Em primer lugar, ellos, que no tienen la posibilidad de crucificar a Jesús (18,31), están buscando hacerlo por manos de un tercero (19,6: ¡A la cruz! ¡Mándalo a la cruz!). En segundo lugar, con esto violan el mandamiento explícito de su Ley, que les prohíbe el homicidio (18,31: A nosotros no nos está permitido matar a nadie). En tercer lugar, se trata de una acción contra Jesús, a quien ya pueden conocer como Mesías a través de sus palabras y sus obras (15,22: Si yo no hubiera venido y les hubiera hablado, no habrían mostrado su obstinación en el pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado; cf. 15,24; 10,25.37; 12,37-43); aún más: en su rechazo de Jesús han arrastrado al pueblo, privándolo de la liberación que Dios les destinaba y condenándolo a la ruina (12,42 Lect.). Por último, para matar a Jesús invocan su Ley (19,7), atribuyendo así el homicidio a Dios mismo; van a escudarse en Dios para dar muerte al Hijo de Dios. Hacen así a Dios apoyo y cómplice de la injusticia humana.

Jn 19,11a

 Le replicó Jesús: <<No estaría en tu mano hacer nada contra mí si Dios no te dejara>>.

Afirma Jesús el absoluto respeto de Dios por la libertad: cada uno es responsable de su opción en favor o en contra del hombre. Pero ésta se identifica con la opción en favor o en contra de Dios.

El juez va a elegir entre la vida y la muerte. Su sentencia sobre Jesús será su propia sentencia (3,17).

Pilato ha anunciado su doble posibilidad: dar libertad y matar. Jesús recoge solamente la segunda, la opción mala. Para hacer bien al hombre tiene el apoyo de Dios (3,21); para quitar la vida, no.

El dicho de Jesús a Pilato: si Dios no te dejara, concuerda con la que Jesús mismos hizo con el traidor durante la Cena: mojando el trozo, que representaba su propia persona y su propia vida, se lo dio a Judas (13,26), poniendo así su vida en sus manos. En ese momento se enfrentó Judas con su opción definitiva: tenía que elegir entre dar su adhesión a Jesús o entregarlo. Jesús no presionó su libertad ni impidió su decisión; el hombre tiene que elegir su camino y hay que darle esa posibilidad aun a costa de la propia vida. Judas cogió la vida de Jesús para entregarla (13,30 Lect.). Este muestra ahora que la actitud de Dios con el hombre es igual a la suya. Con Jesús y en Jesús, Dios ofrece a todos su amor incondicional, pero no fuerza la respuesta.

Jn 19,10

 Entonces le dijo Pilato: <<¿Te niegas a hablarme a mí? ¿No sabes que está en mi mano soltarte y está en mi mano crucificarte?>>.

El silencio de Jesús fuerza a Pilato a continuar. Para salir de la duda que lo inquieta recurre a la amenaza, recordando a Jesús que tiene en sus manos su vida y su muerte.

Piensa que el hecho de detentar el poder debería persuadir a Jesús a someterse a sus deseos: ¿Te niegas a hablarme a mí? No sabe que Jesús da su vida voluntariamente (10,17).

Los dos miembros de la frase de Pilato: soltarte ... crucificarte expresan la opción que tiene delante. <<Soltarte>> corresponde al veredicto que él mismo ha dado (18,38b; 19,4.6: no encuentro ningún cargo contra él) y a la propuesta que él ha hecho (18,39); <<crucificarte>> corresponde a los gritos de los sumos sacerdotes que lo presionan (19,6). Pilato es consciente de la situación en que se encuentra y se jacta de tener ese poder en su mano, el de obrar según justicia o injustamente.

La frase de Pilato: está en mi mano soltarte y está en mi mano crucificarte, contrasta con la pronunciada por Jesús: está en mi mano entregarla (la vida) y está en mi mano recobrarla (10,18). La primera describe la facultad ilegítima que se arroga el sistema injusto, pretendiendo ser dueño de la vida de sus súbditos. La segunda, la facultad propia del Hijo de Dios y de los que, por adhesión a él, se hagan hijos de Dios (1,12): no pretenden ser dueños de la vida de los demás, pero, como hombres libres, lo son de la suya propia y la entregan por los demás. Así posee el hombre su propia riqueza, que es él mismo, y es libre para darla: en eso consiste <<hacerse rey>>, acusación que será proferida contra Jesús al final de la perícopa.

Frente a Jesús, Pilato se arroga la facultad de dar sentencia de absolución o de muerte, prescindiendo de toda justicia. Es el abuso de la libertad.

Jn 19,9

 Entró de nuevo en la residencia y preguntó a Jesús: <<¿De dónde procedes tú?>>. Pero Jesús no le dio respuesta.

Pilato vuelve a entrar en la residencia llevándose a Jesús con él. Quiere escapar al ambiente de fuera, donde reina la pasión y el odio, expresados en los gritos de muerte sin justificación alguna. Fuera, Jesús no pronuncia palabra; la mala fe de sus enemigos impide todo diálogo. Dentro, por el contrario, ha respondido a Pilato sobre el sentido de su realeza (18,33-38a) y sigue dispuesto a dialogar con él. 

Pilato está ahora dominado por el miedo (19,8). La acusación de los Judíos contra Jesús: se ha hecho hijo de Dios, lo intranquiliza. La pregunta que le hace recuerda otros pasajes del evangelio (7,27: éste sabemos de dónde procede, mientras, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde procede; 8,14: vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde me marcho; 9,29: ése ... no sabemos de dónde procede). Pilato pide a Jesús que declare cuál es su origen; dado el motivo de su temor, si su origen es humano o divino.

Jesús no le contesta. Para hacer justicia debe bastarle que Jesús sea un hombre, como él mismo ha proclamado (19,5). Jesús no se aprovecha del miedo de Pilato para forzarlo a darle la libertad. El juez tiene datos más que suficientes para dar sentencia. Además, el origen de Jesús sólo se descubre a través de sus obras (5,36; 10,25.38; 14,11). Ante los dirigentes judíos, Jesús se había negado a dar explicaciones sobre su persona (10,24: Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente), remitiéndose a su actividad (10,25). Tampoco las da ahora a Pilato. Éste le había preguntado: ¿Qué has hecho? (18,35), y en su respuesta le había explicado Jesús que su realeza rechaza el uso de la fuerza y que su misión consiste en dar testimonio de la verdad. Ya tiene elementos de juicio.

Una alusión a su origen divino (cf. 7,28s; 8,19; 10,30.36) podría inclinar la balanza a su favor. Jesús no la hace; la decisión de Pilato ha de referirse al hombre, pues la opción ante éste es la opción ante Dios (5,27; 15,23 Lects.).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25