Mostrando entradas con la etiqueta Jn 17. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jn 17. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de julio de 2023

Jn 17,1-26

 

  • Jn 17,1a
  • Jn 17,1b
  • Jn 17,1c
  • Jn 17,2
  • Jn 17,3
  • Jn 17,4
  • Jn 17,5a
  • Jn 17,5b
  • Jn 17,6a
  • Jn 17,6b
  • Jn 17,7-8
  • Jn 17,9-10a
  • Jn 17,10b-11a
  • Jn 17,11b
  • Jn 17,11c
  • Jn 17,11d
  • Jn 17,12a
  • Jn 17,12b
  • Jn 17,13
  • Jn 17,14
  • Jn 17,15
  • Jn 17,16-17a
  • Jn 17,17b
  • Jn 17,18
  • Jn 17,19
  • Jn 17,20
  • Jn 17,21a
  • Jn 17,21b
  • Jn 17,22-23a
  • Jn 17,23b
  • Jn 17,23c
  • Jn 17,24a
  • Jn 17,24b
  • Jn 17,25
  • Jn 17,26
  • I. Prefacio de la oración (1-5). Sin usar verbos que signifiquen ruego, Jesús pide al Padre que su muerte manifieste su propia gloria/amor y el del Padre por la comunicación del Espíritu a los que creen (cf. 13,31s). Esa obra será el tema central de la eucaristía en las comunidades posteriores.
  • Padre (1) es el apelativo de Dios que muestra la relación que el que lo pronuncia tiene con él, y caracteriza a Dios como el que por amor comunica su propia vida. Ha llegado la hora anunciada en Caná (2,4) y que había provocado la crisis de Jesús (12,27). Sabe que ella significa su victoria (16,33). Vuelve a pedir al Padre que se realice el acontecimiento salvador, la manifestación de su gloria/amor (12,27): manifestando su amor, quiere dar a conocer el Padre a los hombres. El Padre manifestará su gloria dando vida/Espíritu por medio de Jesús.
  • De Jesús depende la realización de la obra creadora de Dios. Él tiene la capacidad de hacer que el hombre nazca de Dios (1,13), dándole así vida definitiva y la capacidad de hacerse hijo (1,12). Lo que le has entregado (6,37.39; 10,29), expresión neutra, en relación con el que sean uno (22). El Padre ha entregado a Jesús el grupo de los que responden a la llamada de la vida; son los que escuchan y aprenden del Padre (6,45).
  • El conocimiento del Padre solamente se obtiene conociendo a Jesús Mesías (3). Pero este conocimiento es relacional, no meramente intelectual. Sólo puede conocer a Dios como Padre quien respecto a él es hijo; la vida definitiva implica, pues, ser hijo del Padre. Sólo puede conocer a Jesús como Mesías el que experimenta la liberación y salvación que él trae (14,20). Una y otra experiencia se identifica con la del Espíritu. El Padre es el único Dios verdadero; el dios que establece con el hombre una relación señor-siervo es falso.
  • Jesús da remate a la obra del Padre (4) en primer lugar en sí mismo (19,30) y, por la comunicación del Espíritu/vida definitiva (19,30.34; 20,22), en los que le han dado su adhesión.
  • Pide que su muerte manifieste el amor solidario del Padre y suyo al hombre (5), que sea la prueba indiscutible de que su propia obra y amor son los del Padre. A tu lado indica el carácter definitivo de esta manifestación; la acogida del Padre será el final del itinerario de Jesús (13,3; 16,10) y manifestará permanentemente la gloria del Hijo. Jesús realiza el proyecto divino sobre el hombre. Este proyecto, anterior a la creación, era el Hombre-Dios (1,1), lleno de la gloria del Padre (1,14), el Hijo único, Dios (1,18). Pide ahora al Padre que el proyecto llegue a su realización perfecta con la demostración plena de su capacidad de amar y de comunicar vida.
  • II. Oración de Jesús por la comunidad presente (6-19). Presupone la fe y la praxis de la comunidad por obra de la actividad de Jesús (6-8). Jesús es la manifestación del Padre (6); lo que la comunidad contempla en él es la gloria del Padre que lo llena (1,14) y que es su propia gloria (2,11). El Padre, actuando a través de Jesús, se manifestará a los hombres (9,3). Ver a Jesús es ver al Padre (12,45; 14,9). La llamada del Padre hace romper con el mundo, el sistema de injusticia y muerte, y asociarse al éxodo de Jesús (8,12). Los discípulos van cumpliendo el mensaje del Padre, que es el de Jesús (14,24).
  • El punto central de 7-8 es las exigencias… las han aceptado. Hay una decisión de la voluntad que precede al conocimiento y es condición para él. Repite Jesús un principio enunciado dos veces en el templo (7,17; 8,31). No hay conocimiento sin previa decisión de la voluntad; no se sale de la duda sin comprometerse con el bien del hombre. El pasaje está también en relación con 3,33s: al aceptar las exigencias y llevarlas a la práctica, los discípulos experimentan la acción del Espíritu en ellos; esto los convence de la misión divina de Jesús y de que lo que tiene procede del Padre. La certeza de la fe no se basa, por tanto, en un testimonio externo, sino en la experiencia de vida (el Espíritu) que comunica la práctica del mensaje de Jesús, creando la comunión con él. Esta fe descubre el origen divino de su persona y misión (que de ti procedo… que tú me enviaste).
    Considera Jesús la circunstancia en que pronuncia esta oración por los suyos; es la de su marcha con el Padre (9-11a). En las necesidades concretas, la comunidad pide en unión con Jesús (16,16). Ahora, sin embargo (9), el ruego de Jesús no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio del mundo. Esta oración precede a la existencia de su comunidad y la funda.
  • Jesús no ruega por el mundo, el orden injusto. Respecto a él, sólo puede pedirse que se destruya y desaparezca. Subraya Jesús su incompatibilidad con el sistema de opresión y de muerte. Los discípulos son del Padre y de Jesús (10); son miembros de la misma familia, viven en el hogar del Padre (14,2s). El distintivo del grupo cristiano es que en él brilla la gloria/amor de Jesús (13,35); perpetúa así su presencia entre los hombres. El grupo va a quedar en medio del mundo, ambiente hostil y seductor al mismo tiempo, sin el soporte de su presencia física (11).
  • Petición de Jesús por los suyos (11b-19). El apelativo Padre santo (11) prepara la petición final de esta oración: conságralos/santifícalos con la verdad. La unión con el Padre se realiza por la comunicación de su Espíritu (14,16), que, al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia. El objetivo último es la unidad (cf. 21-23; 14,20), efecto de la comunidad de Espíritu. Como entre Jesús y el Padre, se trata de la unidad que produce el amor.
  • Hasta ahora, constituyendo el grupo y viviendo con él, Jesús lo ha mantenido unido al Padre (12), presente en él. En adelante, la situación cambia: la experiencia del Padre ha de ser interior. Así llegarán a su estado adulto. Un discípulo, Judas, no ha respondido, ni siquiera en el último momento (13,26), el amor de Jesús; éste se refiere al pasaje de Sal 41,10, citado en 13,18.
  • El tema de la alegría (13) ha aparecido en el discurso, significando la que producen el fruto y la experiencia del amor de Jesús y del Padre (15,11). Aquí es la de saberse queridos por el Padre, que los hará objeto de su solicitud (cf. 15,1).
    El Padre había entregado los discípulos a Jesús, sacándolos del mundo (6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre (14), que es el del amor, haciendo efectiva su separación. Al cumplir el mensaje (6), los discípulos se han situado fuera de la esfera del mundo, y esto suscita odio, como ha sucedido con Jesús (15,18-25). La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material (15). Han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de crear la alternativa, pero sin ceder a las amenazas o halagos del sistema perverso. El Perverso es “el Enemigo” (8,44; 13,2), “Satanás” (13,27), el dios-dinero, principio inspirador (8,44: “padre”) del sistema de poder e injusticia. Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal llevaría a los discípulos a ser cómplices de la opresión; la comunidad se habría pasado a las filas del “mundo”. Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro asociarse a la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.
  • Jesús menciona de nuevo la ruptura de los discípulos, que corresponde a la suya propia; introduce así la petición siguiente, punto culminante de esta oración. La verdad toma el lugar de la unción ritual; consagrar/santificar está en relación con el Espíritu Santo/santificador (14,26; cf. 1,33; 20,22) y con el Padre (11), del que procede el Espíritu (15,26); el Espíritu Santo es al mismo tiempo el Espíritu de la verdad; Jesús enuncia en este pasaje la relación entre “consagración” y “verdad”. El Espíritu es la vida-amor del Padre y el principio de vida (3,6); al ser comunicado al hombre, produce una nueva experiencia de vida-amor que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31s). Consagrar con la verdad significa, por tanto, comunicar el Espíritu. El Padre consagró a Jesús para su misión (10,36); Jesús le pide que consagre a los discípulos (unción mesiánica) de manera semejante a la suya. La verdad se formula en el mensaje del amor y la vida, que equivale al mandamiento (Sal 119,142) (13,34). Equivalencias: gloria, amor, Espíritu. El Espíritu da la experiencia del amor del Padre; esta experiencia, conocida, es verdad; proclamada, el mensaje; como norma de vida, el mandamiento; traducida en la entrega, la “gloria” o resplandor visible del amor, que manifiesta a Dios en medio del mundo.
  • La misión de los discípulos (18) tiene el mismo fundamento que la de Jesús, la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias, la persecución por parte de la sociedad hostil (15,18-25; 16,1-4a). Jesús estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36): sin embargo, afirma que se consagra él mismo por los discípulos (19), aludiendo a su muerte. La consagración con el Espíritu no es pasiva, exige la colaboración. Por parte de Dios consiste en capacitar para la misión que él confía, comunicando el Espíritu; por parte del que la recibe, en comprometerse a responder hasta el fin a ese dinamismo de amor y entrega. Un don no llega a ser tal hasta que no es aceptado; la muerte de Jesús, mostrando la aceptación del don hasta lo último, le dará su realidad plena y definitiva. Su muerte, que permitirá la efusión del Espíritu, hará posible la consagración de los discípulos.
  • III. Oración por la comunidad del futuro (20-23). Jesús ensancha el horizonte de su comunidad a épocas sucesivas (20). Está seguro de que su obra continuará. El llamado mensaje del Padre (6.7) y mensaje de Jesús (14,23), lo es también de los discípulos. No es para ellos una doctrina aprendida ni han de proponerlo como algo a lo que están obligados; no se puede proponer el amor si no se vive; se comunica como experiencia y convicción propia. El mensaje produce la adhesión a Jesús, punto de referencia para todos los tiempos. El mensaje no es una teoría sobre el amor, sino la formulación de la vida y muerte de Jesús.
  • La petición de Jesús es la unidad (21), expresión y prueba del amor, distintivo de la comunidad; su modelo es la unidad que existe entre Jesús y el Padre, y es condición para la unión con ellos. Quienes no aman no pueden tener verdadero contacto con el Padre y Jesús. Se establece así la comunidad de Dios con los hombres; su presencia e irradiación desde la comunidad, a través de las obras que revelan su amor (9,4), será la prueba convincente de la misión divina de Jesús. No se convence con palabras, sino con hechos.
  • La gloria/amor del Padre (el Espíritu) que Jesús ha recibido (1,14) constituye al Hijo (1,32.34) uno con el Padre (10,30). La comunicación de la gloria (22) a los discípulos realiza en ellos la condición de hijos; la comunidad de Espíritu produce la unidad entre ellos y con Jesús y el Padre. La comunidad es el nuevo santuario. La realización plena del designio de Dios (23) depende de la existencia de la unidad, fruto del amor incondicional. Éste es el testimonio válido ante los hombres. Equivalencia entre gloria y amor del Padre. Los discípulos manifestarán a un Dios que es don de sí generoso y total (“Padre”).
  • IV. Conclusión (24-26). El término quiero (24) muestra la libertad del Hijo (13,3): su designio es el mismo del Padre. Estar con él (14,3) denota la condición de hijos. Contemplar su gloria equivale a experimentar su amor (1,14) y responder a él (1,16). Jesús ha realizado el proyecto de Dios (1,1; 17,5), que el Padre había concebido como expresión total de su amor, y cuya realización en Jesús preveía desde el principio.
  • Expone al Padre la diferencia entre el mundo que lo rechaza y él y los suyos (25), para que el Padre justo los honre (12,26). Resume Jesús el contenido de su oración (26). Alude a su actividad pasada (vv. 4.6) y afirma su propósito para el futuro (vv.1.5): manifestar el ser el Padre dando la vida. La cruz será la revelación plena y definitiva de la persona el Padre, manifestando todo el alcance de su amor.
  • Conocer al Padre a través de Jesús es la vida definitiva (v.3). Quiere que los discípulos sean iguales a él, que gocen del mismo amor del Padre que él ha gozado, para que su unión con ellos sea total.
  • SíntesisEl acontecimiento salvador es la muerte de Jesús, en la que el Hombre queda terminado (19,30) al actualizar plenamente su capacidad de amar, y que revela lo que es Dios mismo: amor total y gratuito al hombre (Padre).
    Desde su plenitud, Jesús el Hombre-Dios, igual y uno con el Padre, puede comunicar la vida/amor que posee. El efecto de esa comunicación será doble: la unidad de los que participan de él, y su entrega a la difusión de ese amor/vida en el resto de la humanidad.
  • El amor produce en los hombres una calidad de vida que puede llamarse definitiva, pues no está sujeta a muerte. Esa vida se identifica con la condición de hijos de Dios, que nace de la experiencia del amor de Dios como Padre al experimentar en la propia persona la acción salvadora de Jesús.
  • El amor, que es don de sí, establece la relación interpersonal, que no se crea dando “cosas”, sino dándose uno mismo. En cualquier donación se ofrece la propia persona. De hecho, el bien del hombre no está en poseer “algo” sino a “alguien”, en poseer a Dios y a los demás. Pero esta posesión no se adquiere por conquista o compra, se recibe como don gratuito. Cada uno regala su vida a los otros, como el Padre, que es Espíritu/vida (4,24), da su Espíritu a Jesús (1,32), y Jesús se entrega y da su Espíritu a los hombres (10,11; 19,30). Cada uno es dueño de su vida, su máxima riqueza, para entregarla; de esa manera, todos tienen en común la riqueza de todos (17,10).
  • Se ve así el sentido del “servicio”. Es el don personal de todos a todos. No basta un servicio “objetivo” al hombre, sino uno que en lo objetivo lleve dentro el ofrecimiento de la persona. La existencia de la comunidad una es al mismo tiempo el origen y el término de la misión.

Jn 17,26

 <<Ya les he dado a conocer tu persona, pero aún se la daré a conocer, para que ese amor con el que tú me has amado esté en ellos y así esté yo identificado con ellos>>.

En sus últimas palabras resume Jesús el contenido de su oración. Alude a su actividad pasada (cf. 17,4: Yo he manifestado tu gloria en la tierra; 17,6: He manifestado tu persona a los hombres que me entregaste) y afirma su propósito para el futuro: y se la daré a conocer, que equivale a la futura manifestación de la gloria (17,1: Manifiesta la gloria de tu Hijo para que el Hijo manifieste la tuya; 17,5: Manifiesta tú mi gloria a tu lado). La frase de Jesús está en paralelo con la voz del cielo de 12,28: Como la manifesté, volveré a manifestarla, en respuesta a la petición de Jesús: Manifiesta la gloria de tu persona (12,28). La manifestación futura se refería a la muerte de Jesús, culminación de su hora (12,23.32). Allí era promesa del Padre; aquí, propósito de Jesús. Su cruz será la revelación plena y definitiva de la persona del Padre, manifestando todo el alcance de su amor. La afirmación de Jesús: y se la daré a conocer, es un grito ante la muerte próxima, que será su victoria definitiva sobre el mundo (16,33).

El fruto de su muerte será que el Espíritu que se comunicó a Jesús se comunique también a los discípulos; éste es el don del amor del Padre que recibirán de la plenitud de Jesús (1,16; 19,34: el agua del costado).

Como ya se ha podido observar, la realidad divina que se comunica al hombre recibe nombres diversos. Se llama Espíritu, en cuanto que es fuerza, principio vital que se recibe; vida, en cuanto fuerza que se posee; amor, en cuanto actividad de la vida que tiende al don de sí mismo para comunicar vida; gloria, en cuanto la vida y el amor son visibles.

Conocer al Padre es la vida definitiva (17,3); por eso Jesús va a dar a conocer su persona, para que el hombre pueda conocerlo experimentando su amor.

Jesús quiere que, ante el Padre, los discípulos sean iguales a él, que gocen del mismo amor del Padre que él ha gozado y que así formen una unidad con él. No dice en esta ocasión que ellos estén identificados con él, sino él con ellos; Jesús está presente en la comunidad, es uno con ella, por el amor que el Padre comunica a ésta, el mismo Espíritu que le comunicó a él.

Jesús no absorbe ni acapara a los suyos. En medio del mundo donde han de estar presentes (17,11.15), él los acompaña en la tarea (14,23), actúa con ellos y por ellos. Los discípulos perpetúan así su presencia y la del Padre, su mensaje y actividad en medio de la humanidad que espera ser liberada de la tiniebla.

Jesús pide por los suyos teniendo presente a la humanidad entera. Es el final de la actividad de Jesús. Llega el momento en que no podrá seguir actuando, porque va a darse totalmente. Lo pone todo en manos del Padre, cuya presencia se hace más visible en este momento. El grano de trigo va a caer en tierra y morir; quiere dar mucho fruto.

SÍNTESIS

El acontecimiento salvador es la muerte de Jesús, un hecho que sucede en la historia y que revela en primer lugar lo que es Dios, amor total y gratuito al hombre; a esta realidad de Dios corresponde el nuevo nombre de <<Padre>> (17,1.24).

Revela al mismo tiempo lo que es el hombre, es decir, el proyecto de Dios sobre él: que sea, como es el Padre, don gratuito y total de sí a los demás (17,1.26), haciéndose así <<hijo>>.

La unidad

Del hecho de la muerte por amor al hombre, que identifica a Jesús con el Padre, nace la petición principal de su oración, a la que todas las otras se subordinan, la unidad perfecta entre los suyos: que todos sean uno (17,11.21.23). Esa unidad realiza a los discípulos (17,23).

Las otras afirmaciones o peticiones de Jesús expresan los presupuestos que permiten alcanzar esa unidad; tales son la entrega del mensaje (17,14), la consagración con la verdad (17,17) y la comunicación de la gloria-amor (17,22). El mismo acontecimiento salvador, la manifestación de la gloria-amor (17,1), tiene por objetivo dar vida definitiva, que se identifica con el conocimiento propio de los hijos, efecto del Espíritu ( = amor, gloria) comunicado (17,2-3). Todas estas formulaciones describen una misma realidad: la capacitación de los discípulos para hacerse hijos de Dios (1,12) por la comunicación del Espíritu (1,13: nacer de Dios; cf. 1,14.32; 3,5s; 7,37-39), que es la gloria (1,14.32), el amor leal (1,14.16.17), el mensaje (17,17) y el principio de vida (6,63).

La unidad por el amor

La unidad que desea Jesús para los suyos es obra del amor mutuo, contenido de su mandamiento: amar como él ha amado (13,34), dándose a los otros hasta la muerte (15,13). La unidad existe, por tanto, cuando los miembros de la comunidad se aman de tal manera que cada uno se entrega a los demás sin límite.

Este amor es la norma de conducta del discípulo. La vida que da Jesús con el Espíritu se recibe para darla. La cooperación con el Espíritu va desarrollando la capacidad de entrega.

El don de sí establece la relación interpersonal, que no se crea dando <<cosas>>, sino dándose uno mismo. En cualquier donación se ofrece la propia persona.

El bien del hombre, en efecto, no está en poseer <<algo>>, sino <<a alguien>>, en poseer a Dios y a los demás. Ahora bien, esta posesión no se adquiere por conquista o compra, se recibe como don gratuito. En la comunidad de Jesús cada uno posee a los demás a través del amor, porque cada uno regala su vida a todos, como el Padre, que es Espíritu (4,24), da su Espíritu a Jesús (1,32) y Jesús se entrega y entrega el Espíritu a los hombres (10,11; 19,30). Cada uno es dueño de su vida, su máxima riqueza, para entregarla; de esa manera todos tienen en común la riqueza de todos (cf. 17,10). Tal es el patrimonio de la comunidad, las vidas puestas en común; así se realiza el mandamiento del amor mutuo.

Se ve así el sentido del <<servicio>> que Jesús considera normativo para los suyos. Es el don personal de todos a todos. No basta un servicio <<objetivo>> al hombre, sino uno que en el objetivo lleva dentro lo subjetivo, el ofrecimiento de la persona. Así ha aparecido en el episodio de los panes (6,10ss). No basta dar el pan que se acaba, <<el don objetivo>>; hay que dar <<el pan que dura dando vida definitiva>>, el don de sí por amor (6,27).

Que sean uno

En esta experiencia de intercomunión se trasciende la individualidad de cada miembro, haciéndolo superar su propia frontera para hacerse presente en los otros. El individuo adquiere así una dimensión nueva, al integrarse en el <<uno>> (17,21.22.23) o en el <<nosotros>> (1,14.16>) que así resulta, cuya realidad rebosa la suma de las riquezas individuales. El don total de sí no vacía de contenido al donante, éste no se disuelve al integrarse en el <<nosotros>>. <<Darse>> significa liberar en sí mismo toda la potencia del amor, que es el Espíritu de Dios, su fuerza creadora; en el término de su donación el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como él, dador de vida (10,17).

El don de sí mismo

El hombre no llega a su máximo desarrollo, a realizar el designio creador, hasta que no ha aprendido a darse del todo, como Jesús (13,34) de una manera o de otra. Esto equivale a considerar la propia vida como pan y vino, que existen solamente para ser comidos y bebidos, y así dan vida al hombre.

El don de sí mismo es progresivo, es un camino (14,4.6), un crecimiento en intensidad y extensión. Se desarrolla la capacidad de amar y se descubren nuevas posibilidades de hacerlo. La donación personal, para manifestarse y existir, necesita expresiones concretas. Es un lenguaje que hay que ir encontrando, <<las exigencias>> (17,8) que especifican el don de sí en cada circunstancia. Cada donación de amor expresa y comunica el Espíritu de Dios (3,34).

Para poder darse, el hombre necesita poseerse, ser dueño de sí mismo para decidir de su don personal, según su propia peculiaridad. Siendo el mandamiento del amor el único camino para el hombre, la norma que traduce la vida y la muerte de Jesús mismo, el hombre tiene que guardar celosamente la posibilidad de darse y, por lo mismo, su libertad. En último término, el bien radical que el hombre posee, lo único de que puede realmente disponer es su persona; si se le impide hacerlo, se le priva de la posibilidad de entregarse, que es la única posibilidad de realizarse, y, por tanto, se le priva de su riqueza esencial. Quien suprime la libertad quita al hombre la posibilidad de serlo.

El amor de Jesús consiste en el don de sí mismo generoso y gratuito. No busca la propia afirmación, sino la del otro y, por tanto, no exige siquiera ser aceptado ni correspondido. Respeta así absolutamente la libertad, permitiendo al otro entregarse a su vez él mismo.

Para Jesús, la norma de conducta no se basa en una definición previa y abstracta del hombre y de su bien; se va encontrando en la relación interpersonal, la del amor, donde el hombre no es un objeto, sino un sujeto libre, con su peculiaridad y en su circunstancia.

La misión

La unidad es creada por el Espíritu-amor, que se recibe de Jesús y une con él, el mismo que crea la unidad entre Jesús y el Padre (14,20; 15,4). Por esa comunión con Jesús, la comunidad tiene su misma misión (17,18), dar fruto (15,8.16) manifestando la gloria-amor del Padre.

La existencia de la comunidad, una, es al mismo tiempo el origen y el término de la misión. La unidad identifica a la comunidad con Jesús y con el Padre (17,21), haciéndolos presentes en ella: es entonces cuando en su actividad con los hombres irradia el amor de Dios y se despliega su potencia; a través de ella Dios comunica vida. La experiencia del amor gratuito lleva al mundo a creer que Jesús es el enviado de Dios y a acercarse a él para obtener vida.

Pero, al mismo tiempo, la existencia de la humanidad una e el objetivo de la misión. El amor, que se expresa en la actividad, es fuerza de integración y unidad y a ellas tiende necesariamente. La unidad de los hombres entre sí, que los une con Jesús y con el Padre, los lleva a su plena realización (17,22): la comunidad, una, es el signo visible de la creación que llega a su término (17,23).

La comunidad se constituye, por tanto, aceptando el amor de Dios; responde a él con el amor entre sus miembros, que hace visible en ella la gloria de Dios (1,5: la luz que brilla), e insertando su actividad humana en el dinamismo de Dios que tiende a consagrar y reunir (1,9: la luz que ilumina). La comunidad, en la que Dios está presente y activo, es al mismo tiempo su expresión y su proclamación, como lo era la persona de Jesús (12,45; 14,9.24).

El mundo, interpelado por la actividad del amor gratuito, descubre la unidad del amor y, en consecuencia, su origen, la misión de Jesús (17,21.23). Así percibe que el amor, riqueza que el Padre comunicó a Jesús (1,14; 17,22), continúa presente en los suyos (17,22-23).

Relación con el prólogo

La relación del cap. 17 con el prólogo del evangelio (1,1-18) es tan estrecha, que puede decirse que los temas allí apuntados quedan explicados en este capítulo. Se esbozan aquí algunos de mayor relieve; otros pueden encontrarse en el índice temático (ARTÍCULOS DEL N.T).

Aparece en primer lugar en ambos el tema de la gloria. En el prólogo es tema central en el contexto de la humanidad nueva (1,14): la plenitud de la gloria (= amor leal) es comunicada por el Padre al Hijo único (1,14) y por éste a los miembros de su comunidad (1,16.17). En el cap. 17 el tema central es la manifestación de la gloria de Jesús y del Padre (1,1-5), y ella se comunica a los discípulos (17,10.22).

Como en el prólogo, la gloria de Jesús es objeto de contemplación (1,14; 17,24); significa la presencia de Jesús en la comunidad por la que ésta es consciente de su amor; se abre así al conocimiento de Jesús y del Padre (17,3). La gloria comunicada es la participación en el dinamismo del Espíritu, que, con Jesús, lleva a la actividad por el hombre.

Como en el prólogo, la gloria se identifica con el amor (cf. 17,22.26), expresado allí en términos de kharis, amor generoso que se traduce en don, aquí como agape, el amor que lleva al don de sí mismo a los demás.

Término central en el prólogo es el logos (proyecto, palabra, mensaje) (1,1.14), que en el cap. 17 se menciona como logos (mensaje) del Padre (17,6); los discípulos lo cumplen (17,6), Jesús se lo ha comunicado (17,14), como les ha comunicado la gloria (17,22). Es también el mensaje de los discípulos (17,20). El logos del Padre, que contenía vida, la luz del hombre (1,4) se identifica así con el mensaje que transmite Jesús; de ahí que la vida equivalga al amor.

Se cierra en este capítulo el tema de la carne (sarx), comenzado en 1,14: la Palabra se hizo carne (hombre) (en 1,13 la frase es negativa), que enlaza con 17,2: le has dado esa capacidad para con toda carne / hombre.

Aparece en ambos lugares la denominación compuesta Jesús Mesías (1,17; 17,3). Se especifica allí la misión del Mesías como dar existencia al amor leal (1,17). Resulta de aquí la equivalencia entre gloria-amor leal-vida definitiva-conocimiento de Dios como Padre y de Jesús como Mesías.

El tema de la vida definitiva (17,2s) está en relación con el <<nacer de Dios>> (1,13) y la capacidad de hacerse hijos de Dios (1,12).

En ambos lugares se menciona explícitamente la creación del mundo (1,3.10; 17,5.24) y se trata del <<mundo>> en sentido peyorativo, el que se niega a reconocer la vida-luz (1,10), al cual no pertenece Jesús ni los suyos (17,14.16).

Puede decirse que, si el prólogo formula la realización del proyecto divino en Jesús, por la comunicación de la gloria-amor leal, en esta oración expone Jesús la fundación de la comunidad por la comunicación de la misma gloria. El proyecto divino, realizado en Jesús, ha de ser realizado en los suyos.

Jn 17,25

 <<Padre justo, el mundo no te ha reconocido; yo, en cambio, te he reconocido, y éstos han reconocido que tú me enviaste>>.

En este verso expone Jesús la razón del deseo expresado en el verso anterior. El adjetivo <<justo>>, raro en Jn (5,30: sentencia de Jesús; 7,24; sentencia justa), aplicado aquí al Padre, está en relación con la diferencia entre Jesús y los suyos, que lo reconocen, y el mundo, que se niega a reconocerlo. Recoge lo dicho en 12,26: El que quiera ayudarme, que me siga, y así, allí donde yo estoy estará también el que me ayuda. A quien me ayude lo honrará el Padre. Jesús recuerda al Padre la respuesta y fidelidad de sus discípulos, en contraste con la incredulidad del mundo, para que el Padre los honre concediéndoles estar donde está él, es decir, gozar también de la condición de hijos. De ahí el apelativo: Padre justo.

El reconocimiento de que habla Jesús se ha expresado antes como convencimiento y fe (17,8b) y no se limitaba a la aceptación de principio, sino que se basaba en la práctica del amor mutuo (17,6.8a). Esta es la fidelidad a que Jesús se refiere, contraria a la conducta perversa del mundo opresor (17,6a), que niega a Dios con su modo de obrar.

Jn 17,24b

 <<para que contemplen mi propia gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes que existiera el mundo>>.

Contemplar la gloria-amor es correlativo de su manifestación (17,1.4.5). Al participar de la condición de Jesús, los discípulos, como la comunidad de Jn afirmaba de sí misma en el prólogo (1,14), podrán contemplar su gloria, es decir, experimentar su amor y responder a él, gracias al Espíritu recibido (1,16: un amor que responde a su amor).

La gran manifestación de la gloria se verificará en la cruz, y allí el testigo la verá personalmente y dejará testimonio (19,35). El amor allí manifestado, que continúa, como sigue abierto el costado de Jesús (20,25.27), es el que la comunidad experimenta. El grupo de Jesús goza continuamente de su presencia y  de su amor, sabe que se construye en torno a él, y que en esa experiencia se funda su unidad. Su mirada converge en Jesús, el Hombre levantado en alto, señal y fuente de vida (3,14s).

Jesús recibió la gloria-amor porque el Padre lo amaba antes que existiera el mundo. Esta frase pone de nuevo en paralelo este párrafo con el primero (17,5: La gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia). Jesús ha realizado el proyecto de Dios (1,1), que el Padre había concebido como expresión total de su amor, y cuya realización en Jesús preveía desde el principio. Nótese que Jn omite la escena del bautismo de Jesús; mientras en los sinópticos el bautismo significa su compromiso hasta la muerte, siendo el Espíritu la respuesta del Padre, en Jn la comunicación del Espíritu equivale a la realización del proyecto creador en él y a la misión de realizarlo en los hombres.

Jn 17,24a

 <<Padre, quiero que también ellos, eso que me has entregado, estén conmigo donde estoy yo>>.

La expresión neutra eso que me has entregado, que denota al grupo de Jesús trabado por la unidad que crea su presencia, pone a este verso en paralelo con 17,12: que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado. Lo que Jesús quiere para los suyos, expresado aquí como <<estar donde está él>>, equivale, por tanto, a tener la vida definitiva.

El término que usa Jesús: <<quiero>>, muestra su libertad de Hijo (13,3: Consciente de que el Padre lo había puesto todo en sus manos); expresa su designio, que es el mismo del Padre (4,34; 5,30; 6,38-40).

Es designio de Jesús que donde está él estén también sus discípulos. Esta frase recoge varios dichos suyos anteriores (14,3: Os acogeré conmigo; así, donde yo estoy, también vosotros estaréis; cf. 12,26). Como se desprende de 14,2-3, denota la condición de hijos, correspondiente a la de Jesús. Incluye la intimidad con el Padre y la unión con él descritas en 17,21: que también ellos estén identificados con nosotros, y que se hará realidad con el don del Espíritu. Este designio de Jesús abarca a los dos grupos: su comunidad presente y la del futuro.

Jn 17,23c

 <<y que les has demostrado tu amor como me lo has demostrado a mí>>.

Jesús expresa con otras palabras lo antes dicho, mostrando la equivalencia entre <<gloria>> y <<amor>>. En efecto, la gloria que el Padre le ha dado y que él da a sus discípulos (17,22) es el don del amor del Padre a él y a ellos. La gloria-amor se identifica con el Espíritu; con él comunica el Padre a sus nuevos hijos la capacidad de amar hasta el final, como Jesús (13,34). Así, lo mismo que éste, con su actividad, manifestaba a Dios como Padre, es decir, como donación generosa y total, lo mismo harán los suyos (cf. 14,12; 15,12).

 

Jn 17,23b

 <<y así conozca el mundo que tú me enviaste>>.

La unidad perfecta es el único argumento capaz de convencer a la humanidad. Esta unidad dinámica, efecto visible del amor, se manifiesta en la comunión y en un servicio que llega hasta el don de la vida. La fe se basa en la experiencia del amor-gloria que ha dejado Jesús a los suyos (17,10.22). Como al manifestar él su gloria en Caná, creyeron sus discípulos (2,11), la demostración del amor en la comunidad será la que provoque la fe del mundo.

La fe nace del conocimiento de la verdad: la experiencia del amor que comunica vida. Si Jesús hubiera venido a revelar una verdad conceptual o de doctrina, la adhesión se habría dado directamente a ella, indirectamente a él; un discípulo podría creer la verdad de Jesús, aun separándose de su persona. Jesús y la verdad no serían una misma cosa (14,6). Bastaría abstraer de él un modelo; dejado su ejemplo, no sería necesaria su presencia. La fe, en cambio, no responde a un concepto, sino a la experiencia del amor percibido en las obras.

Jn 17,22-23a

 <<Yo, por mi parte, la gloria que tú me has dado se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros somos uno -yo identificado con ellos y tú conmigo-, para que queden realizados alcanzando la unidad>>.

<<La gloria>>, riqueza del Padre (=el Espíritu) que Jesús ha recibido (1,14), constituye al Hijo (1,32-34) uno con el Padre (10,30). La comunicación de la gloria a los suyos realiza en ellos la condición de hijos; al poseer todos la misma filiación, todos serán <<uno>>. La comunidad de Espíritu hace uno con Jesús y, a través de él, con el Padre. El Espíritu (= la gloria) produce la comunicación de vida y de actividad; la comunidad es el nuevo santuario desde donde irradia la presencia de Dios, que se traduce en las obras de su amor leal al hombre. La comunicación de la gloria implica, por tanto, la comunicación del dinamismo del amor. La comunidad, que, por la unión que en ella reina, es morada de Dios, prolonga su manifestación hecha en Jesús.

Ella ofrece como alternativa ante el mundo el ámbito de Dios, la esfera del amor y la vida. Al mismo tiempo, e inseparablemente, se entrega con y como Jesús manifestando así el amor gratuito y generoso del Padre y constituyéndose, como Jesús, en su don a la humanidad (3,16).

La expresión <<quedar realizados en la unidad>> está en relación con <<dar remate a la obra del Padre>> (4,34; 17,4). La realización plena del designio de Dios en los discípulos depende de la existencia de la unidad, fruto del amor incondicional.

Jn 17,21b

 <<para que también ellos lo estén con nosotros; y así el mundo crea que tú me enviaste>>.

La unión de la comunidad es una condición para la unión con el Padre y Jesús. Si existe, la comunidad vive unida con ellos. Si no existe, esa unión es imposible. Quienes no aman no pueden tener verdadero contacto con el Padre y Jesús, cuyo ser es el amor leal.

Se establece así la comunidad de Dios con los hombres (cf. 14,20; 17,11c). La presencia e irradiación de Dios desde la comunidad, a través de las obras que revelan su amor (9,4), será la prueba convincente de la misión divina de Jesús. La presencia del Padre se constata en la unidad perfecta, efecto del amor mutuo expresado en el mutuo servicio (13,14s). Ha de ser visible, puesto que constituye un testimonio ante el mundo: resplandece en la actividad en favor del hombre.

Vuelve a insistir Jesús en la necesidad de crear la alternativa a la sociedad de muerte. No se convence con palabras, sino con hechos; él mismo apelaba a sus obras, por encima de sus propias palabras, como prueba de su misión (5,36; 10,25.38; 14,11). Sólo la existencia palpable de la liberad (8,32), del amor (13,34s), de la alegría (17,13), que acompañan la dedicación desinteresada, convencerá a la humanidad de la verdad de Jesús.

Si esto no sucede, aparecerá Jesús como un teórico más de la utopía humana; sólo si su proyecto toma cuerpo y adquiere realidad, se verá que no es un mero filósofo, sino que la fuerza de Dios obra en él y por su medio.

Jn 17,21a

 <<que sean todos uno, como tú, Padre, estás identificado conmigo y yo contigo>>.

Lo que Jesús desea y pide para su comunidad de toda época es la unidad, expresión y prueba del amor, presencia de la gloria (17,10), que se realiza cumpliendo su mandamiento (13,34). El modelo de esta unidad, que la eleva a la calidad de ideal, es la que existe entre el Padre y Jesús, basada en el conocimiento íntimo (10,14s; cf. 17,3) que da el amor (3,35; 10,17; 14,31; 15,10). Jesús señala de nuevo el distintivo de su comunidad, la novedad que representa en medio del mundo (13,34) y el modelo de su existencia.

Jn 17,20

 <<Pero no te ruego solamente por éstos, sino también por los que a través de su mensaje me den su adhesión>>.

Jesús ensancha el horizonte a la comunidad de las épocas sucesivas. Está seguro de que su obra continuará; siempre habrá hombres que respondan a la llamada de la vida. Son sus discípulos los encargados de ir transmitiendo ese mensaje. El llamado mensaje del Padre (17,6.17) y, en otras ocasiones, mensaje de Jesús (14,23), lo es también de los discípulos (cf. 15,20). No es para ellos una doctrina aprendida; el mensaje del amor no se puede proclamar si no se vive: se comunica como experiencia propia.

Este mensaje, difundido por los discípulos, ha de producir la adhesión personal a Jesús, punto de referencia para todos los tiempos, centro perenne de la comunidad; ésta no puede nunca perder de vista su origen ni olvidar a su salvador y modelo (13,4: Igual que yo os he amado). El mensaje no es una teoría sobre el amor, sino la formulación de la vida y  muerte de Jesús; expone su persona y su obra, el amor de Dios al hombre manifestado en él y que tuvo realidad por su medio (1,17). No puede quebrarse la línea que parte de Jesús ni la misión tiene eficacia alguna si no lleva a él (cf. 4,39-42).

viernes, 30 de junio de 2023

Jn 17,19

 <<y por ellos me consagro yo mismo, para que también ellos estén consagrados con verdad>>.

Jesús estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36); sin embargo, afirma ahora que se consagra él mismo por sus discípulos. Esta última expresión, por ellos, evoca su muerte (10,11: el pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas, cf.10,15; 11,54: que un solo hombre muera por el pueblo, cf. 11,51s; 15,13: dar la vida por sus amigos). La consagración de que habla Jesús es su muerte.

Para conciliar la doble afirmación hay que comprender cómo se coordinan la acción de Dios y la del hombre. La antigua consagración o unción con aceite se recibía pasivamente y confería un rango. La consagración con el Espíritu exige la colaboración.

Por parte de Dios, la consagración consiste en capacitar para la misión que él confía; por parte del que la recibe, en aceptarla y comprometerse a llevarla a cabo. El cumplimiento será progresivo, hasta llegar a su término.

Por parte de Dios, por tanto, la consagración se identifica con la comunicación del Espíritu. Por parte de Jesús, el Consagrado por Dios (6,69), ese don recibido, fuerza de vida y amor, se va manifestando en su actividad en favor del hombre. La muerte, su don total, será la aceptación total del Espíritu, llevando a su última consecuencia su dinamismo de amor a la humanidad. Así termina Jesús su propia consagración. Un don no llegar a ser tal hasta que es aceptado. La muerte de Jesús, mostrando la aceptación del don hasta lo último, le dará su realidad plena y definitiva.

Su muerte hará posible la consagración de los discípulos, pues ella les hará ver cuál es el máximo del amor (13,1) y por ella recibirán el Espíritu. Quedarán así consagrados, es decir, capacitados para recorrer el camino hacia el Padre (14,6), con y como Jesús, hasta llegar a la respuesta total

Jesús no propone un seguimiento voluntarista. Él no da únicamente ejemplo, sino la fuerza para seguirlo. No es sólo maestro, sino, sobre todo, salvador. Únicamente a partir de su acción (consagración inicial) se puede recorrer su camino (consagración realizada).

Se ve de nuevo (17,17b Lect.) que con el símbolo de la consagración en sus dos aspectos, inicial y final, se recogen las metáforas del prólogo <<nacer de nuevo>> y <<hacerse hijos de Dios>> (1,12.13).

Jn 17,18

 <<Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo>>.

La consagración de los discípulos, como la de Jesús, tiene por objetivo la misión (10,3l6; 17,3: a tu enviado, Jesús Mesías). Los discípulos no forman un grupo que se aísla, desentendiéndose de la realidad que los circunda e indiferente al dolor del hombre. Han de constituir la alternativa que ofrezca a todos libertad y vida. Desde la unión con el Padre y Jesús (14,23; 17,11c) y como miembros de la comunidad de amigos dispuestos a dar la vida (15,13), entran en la sociedad, llevando como testimonio la experiencia de vida y alegría (17,13) y la entrega al bien del hombre (9,4). La misión ha de producir fruto y fruto que dure (15,16). Es tan necesario, que el Padre corta el sarmiento que no lo produce (15,2). No existe vida cristiana sin la actividad de la misión. Tienen que sacar a los hombres del mundo, proclamando el mensaje del Padre (17,6), entrar en el <<atrio>> para echar fuera a las ovejas víctimas de la explotación (10,2s).

La misión de los discípulos tiene el mismo fundamento que la de Jesús: la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias: la persecución por parte del mundo hostil (15,18-25; 16,1-4a). El amor del Padre, que ha brillado en Jesús, ha de brillar igualmente en los suyos (17,10).

Jn 17,17b

 <<verdad es el mensaje tuyo>>.

Es el mensaje del amor (17,6.17), las exigencias transmitidas por el Padre a los discípulos (17,8). La consagración de los discípulos se verifica, pues, por la práctica del amor que es fruto del Espíritu en ellos. No es una consagración estática, sino dinámica; la experiencia inicial (1,13: nacer de Dios) se va desarrollando hasta llegar a su meta (1,12: hacerse hijos de Dios).

El Espíritu separa al hombre del mundo injusto haciéndolo entrar en la esfera divina, el lugar donde está Jesús (1,38s; 7,34; 12,26; 14,3). Pero el Padre no pide al hombre nada para sí; lo impulsa, en cambio, a entregarse a los demás; tal es el mandamiento.

Al definir la noción de culto, había expresado Jesús la misma idea: Dios es Espíritu (4,24), es decir, fuerza de vida-amor, y los que lo adoran han de dar culto con Espíritu y lealtad, es decir, con la práctica del amor fiel hasta la muerte, según el mandamiento de Jesús. El Padre busca hombres que lo adoren así (4,23).

No hay dicotomía ni dispersión en la vida que propone Jesús: la esfera de Dios lleva a la esfera humana; el culto a Dios es el servicio al hombre, el Espíritu de Dios potencia y desarrolla al hombre (4,14).

La verdad que consagra es el mensaje del amor y la vida. La frase alude, sin duda alguna, a Sal 118,42 (LXX): verdad es tu Ley (Lect. var.; es tu palabra/mensaje). Jesús ha sustituido la antigua Ley por la entrega al bien del hombre: ésa es la verdad del Padre. La consagración realiza en el discípulo el amor leal, que había de existir por medio de Jesús Mesías (1,17).

Jn 17,16-17a

 <<No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. Conságralos con la verdad>>.

Jesús expresa de nuevo la ruptura de los discípulos correspondiente a la suya propia; introduce así la petición siguiente, que constituye el punto culminante de esta oración.

Al pedir al Padre que consagre a los discípulos con la verdad, ésta toma el lugar de la unción ritual. Los términos emparentados: <<santo, consagrado, consagración>>, son escasos en Jn. <<Santo>> se aplica en primer lugar al Espíritu (1,33; 14,26; 20,22) y, como se ha visto, significa al mismo tiempo santo y santificador, el que está separado y el que separa (14,26). Se aplica a Jesús, el consagrado por Dios (6,69; 10,36: a quien el Padre consagró y envió al mundo). Este hecho funda su título y actividad de Mesías (10,24), su función histórica de liberación y fundación del nuevo pueblo (11,50-52). Finalmente, se ha aplicado al Padre (17,11b), del que procede el Espíritu (15,26) y es fuente de toda consagración; él consagró a Jesús para su misión (10,36) y posee la plenitud que sólo él puede comunicar.

Jesús pide al Padre que consagre a los discípulos de manera semejante a la suya, es decir, para una misión.

La consagración de Jesús se ha hecho por el Espíritu que permanece sobre él como unción mesiánica (1,32 Lect.). Pero el Espíritu Santo es, al mismo tiempo, el Espíritu de la verdad (14,17; 15,26; 16,13); existe, pues, una relación entre consagración y verdad; Jesús la enuncia en este pasaje.

El Espíritu es la vida-amor del Padre, es principio de vida (3,6); al ser comunicado al hombre, lo hace nacer de nuevo, dándole el amor que responde al de Jesús (1,16). Produce una nueva experiencia de vida que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31-32 Lect.). <<La verdad>> es, por tanto, la realidad de Dios en Jesús, su amor sin límite, conocido por experiencia y de alguna manera formulado. Ese amor, en cuanto recibido, es el Espíritu.

<<Consagrar con la verdad>> significa, por tanto, comunicar el Espíritu que hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre (14,17; 14,16-17a Lect.).

El Padre, que es Espíritu (4,24), consagra comunicando (1,32) o haciendo participar de su Espíritu (3,6: Del Espíritu nace espíritu). La consagración se hace para una misión (10,36: A quien el Padre consagró y envió al mundo), que realiza el designio de Dios, su obra salvadora con la humanidad. Por eso Jesús es el Consagrado por excelencia (6,69: El Consagrado por Dios), el Mesías (1,17) Hijo de Dios (1,34). La consagración de los discípulos viene del Padre (17,17), de quien procede el Espíritu (15,26); pero, como toda la obra del Padre, se hace por medio de Jesús (1,33: Él va a bautizar con Espíritu Santo; 20,22: Recibid Espíritu Santo), pues el Espíritu brotará de él (7,38s) traspasado en la cruz (19,34: el agua). Por eso puede Jesús enviar a los discípulos con una misión como la suya (17,18; 20,21).

Jesús pide que su comunidad participe de lo que es propio suyo: ahora, de la unción mesiánica para la misión mesiánica. Como Hijo, ha hecho a los suyos capaces de hacerse hijos de Dios (1,12; 17,2); en cuanto lugar de la gloria, la ha comunicado a la comunidad, que continúa manifestando al mundo la presencia del Padre (17,10). Ahora, para la misión, pide al Padre que los consagre con su misma unción, el Espíritu. La comunidad mesiánica recibe la consagración del Mesías y perpetúa su obra en la historia (9,9b Lect.). El óleo de consagración es la verdad, es decir, la experiencia del Espíritu. La evidencia de la vida que experimentan y la respuesta a su dinamismo de amor serán las que mantengan su autenticidad en medio del mundo. La petición de 17,11c: guárdalos unidos a tu persona, desemboca ahora en la misión. Son los dos aspectos inseparables de Jesús mismo: <<el Hijo>> (17,1), su relación con el Padre (= 17,11c: guárdalos unidos a tu persona), y <<el Mesías>> (17,3), su misión en la humanidad (=17,17: conságralos con la verdad).

Jn 17,15

 <<no te ruego que te los lleves del mundo, sino que los guardes del Perverso>>.

La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material. Los discípulos han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de desempeñar su misión (17,18). Esta petición de Jesús corresponde a la constatación hecha anteriormente: Ellos van a estar en el mundo (17,11). Pero ese contacto ineludible con el sistema perverso no debe contaminar a los discípulos; éstos no deben ceder a su amenaza o a su halago.

<<El Perverso>> es una nueva denominación de <<el Enemigo>> (8,44; 13,2), <<Satanás>> (13,27), el dios-dinero, principio inspirador (8,44: Padre) del sistema de injusticia. Él ha hecho de Judas un enemigo (6,70s), ladrón (12,6; cf. 10,1.8.10), mentiroso (12,6; cf. 8,55) y homicida (13,30; cf. 8,40; 11,53), llevándolo a la muerte definitiva (17,12). Es él quien inspira el modo de obrar perverso propio del mundo injusto (7,7). Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal, los antípodas del amor al hombre, llevaría a los discípulos a ser cómplices de la opresión; sería el fin de la comunidad de Jesús, que se habría pasado a las filas del <<mundo>>. Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro ser solidaria de la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.

Jn 17,14

 <<Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo>>.

El Padre había entregado los discípulos a Jesús sacándolos del mundo (17,6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre, que es el del amor, llevando a cabo su separación. Los discípulos, que han venido cumpliendo el mensaje (17,6), se han situado fuera de esa esfera.

Esta nueva realidad suscita el odio del mundo, al comprobar que los que han seguido a Jesús han desertado de sus filas (15,18-25). El mundo intenta disgregar suprimiendo el amor, fuerza que congrega y mantiene la unión de los discípulos.

Como Jesús no pertenece al mundo, así tampoco sus seguidores, que recorren su mismo camino con las mismas consecuencias (15,18-19).

domingo, 18 de junio de 2023

Jn 17,13

 <<Pero ahora me voy contigo, y hablo así en medio del mundo para que estén colmados de mi propia alegría>>.

Menciona Jesús de nuevo su marcha, que ocasiona su oración. El tema de la alegría ha aparecido ya en el discurso de la cena en varias ocasiones; con una formulación casi idéntica, en 15,11: Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia alegría, y así vuestra alegría llegue a su colmo.

Era la alegría del que recoge fruto y experimenta el amor de Jesús y del Padre (15,11 Lect.). La condición para ello era mantenerse en el amor de Jesús por la práctica de sus mandamientos (15,10). Aquí, una vez que ha pedido al Padre que los guarde unidos a su persona para que sean uno (17,11b), es la alegría de saberse queridos por el Padre, que los hará objeto de su solicitud (cf. 15,1); ve Jesús en esa unión la promesa del fruto, que causará ulterior alegría. Se insinúa lo que va a ser explicitado después: será la unión entre los discípulos la que mueva el mundo a creer en Jesús como enviado del Padre: así recibirán los hombres la vida definitiva (17,2).

La unión de los discípulos en el ámbito del Padre supone la experiencia continua de su amor (el Espíritu), que los lleva a la actividad del amor con los demás. Ese flujo de vida incesante recibida y comunicada es la causa de la alegría y crea el ambiente de fiesta propio de la Pascua que va a inaugurar el Cordero de Dios.

Jn 17,12b

 <<y los protegí; ninguno de ellos se perdió, excepto el que iba a la perdición, y así se cumple aquel pasaje>>.

La solicitud de Jesús por el grupo quedó tipificada en el episodio de los panes, cuando los discípulos desertaron de Jesús, marchándose a Cafarnaún, y él fue a buscarlos andando sobre el agua (6,16-21). Su amor (13,1) no ha sido en vano. Sólo una excepción se ha producido, la del traidor, que no había aceptado nunca el mensaje de Jesús; éste sabía desde el principio que lo iba a entregar (6,64). Judas no ha practicado el amor, mostrado en el compartir (6,11 Lect.); al contrario, era ladrón (12,6), enemigo (6,70), como los dirigentes judíos, que tienen por padre al Enemigo (8,44). Nunca, ni aun en el último momento, ha respondido al amor de Jesús. Éste ha respetado su libertad y le ha testimoniado su amistad poniendo su misma vida en sus manos (13,26 Lect.), pero Judas ha sido incapaz de respuesta. Al rechazar la vida que le ofrece Jesús, él miso se pierde.

Jn no cita el pasaje que se cumple, pero el paralelo exacto con 13,18 muestra que se refiere al allí citado: El que come pan conmigo me ha puesto la zancadilla (Sal 41,10).

La mención del traidor en este lugar es un aviso a las comunidades. Pueden existir cristianos de nombre que no practiquen el amor, sino que vivan para su provecho personal. Prepara el párrafo siguiente: si durante la vida de Jesús, mientras él los protegía, un discípulo se ha perdido, ahora que Jesús se marcha siguen necesitando protección.

Jn 17,12a

 <<Mientras estaba con ellos, yo los guardaba unidos a tu persona -eso que me has entregado->>.

El trato y unión de Jesús con los discípulos les ha abierto ya el acceso al Padre, que será completo y personal cuando reciban el Espíritu. Ellos tienen de él una experiencia externa, por su convivencia con Jesús; pero ha de llegar a ser interna (14,17). Esto es lo que Jesús expresa: hasta ahora, constituyendo el grupo y viviendo con él, los ha mantenido unidos al Padre, presente en él. De ahora en adelante, la situación cambia: la experiencia del Padre ha de ser interior, porque Jesús mismo, presencia del Padre, será una realidad interior en los discípulos. Tendrán por aglutinante esta experiencia que producirá la perfecta unidad (17,11d). Así llegan a su estado adulto.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...