sábado, 23 de enero de 2021

Jn 1,1-18

 EL DESIGNIO CREADOR

    Jn 1,18

     A la divinidad nadie la ha visto nunca; el único Dios engendrado, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación.

    Moisés y con él todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido un conocimiento mediato de Dios. Moisés fue sólo un mediador que no hablaba de Dios por experiencia directa, sino por encargo. No vio el rostro de Dios (Éx 33,20.23), solamente oyó una descripción hecha por Dios mismo (Éx 34,6; 1,14b Lect.). Intentó transcribir en una Ley el conocimiento intelectual que había adquirido, pero no consiguió reflejar el ser de Dios. Esta Ley debía haber sido una etapa preparatoria a la revelación plena; pero, al ser absolutizada, considerándola un fin en sí misma, se hizo pantalla que velaba el verdadero ser de Dios y obstáculo para su manifestación; de ahí su fracaso.

    Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas (nadie lo había visto nunca), y las expresiones en que se afirma que algunos personajes vieron al Dios de Israel (Éx 24,10-11 hebr., suavizada por los LXX; cf. Éx 33,1; Nm 12,6-8; Dt 34,10) han sido relativizadas. El evangelista limita la validez del AT: era anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías y no puede absolutizarse en modo alguno. La misión de la Escritura era igual a la de Juan Bautista: dar testimonio de Jesús (5,39). Moisés mismo escribió de él (5,46). La Escritura contenía una esperanza y una promesa; con Jesús Mesías ha llegado la realidad que la cumple. Obstinarse en la perpetuidad de la Ley es oponerse al plan de Dios, como se verá más adelante al comentar 3,22-4,3.

    Al contrario que en Éx 33,20, donde Dios dice a Moisés: mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida, Dios no sólo admite al hombre en su presencia sin que muera, sino que le comunica la riqueza de su ser, su amor leal (1,14) y, al infundirle así su propia vida, se convierte en Padre (primera vez que en el evangelio se aplica esta denominación directamente a Dios; cf. 1,14).

    Propone aquí Jn la superación de la antigua teología del hombre-imagen de Dios. Dios no termina su designio creador dando existencia al hombre modelado de arcilla y animado por un aliento de vida (Gn 2,7); lo acaba al engendrar al Hijo, comunicándole su propia divinidad. La acción creadora alcanza su cumbre en la paternidad de Dios. La comunicación de su gloria es una efusión de amor que hace participar de su mismo ser, realizando la íntima comunión entre el Hijo y el Padre (10,30.38; 14,10.11; 17,21.22). El Hijo está de cara al Padre, acogido en su intimidad; y esta relación no es momentánea o accidental, sino que define la postura connatural del Hijo en la presencia del Padre.

    Solamente Jesús, el Dios engendrado, por su experiencia personal e íntima, puede expresar lo que Dios es (cf. 6,46). La verdadera experiencia de Dios lo reconoce como el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre (1,1c). Hay que desaprender lo que se sabía de Dios para aprender de Jesús, que es su explicación. Lo explican su persona y su actividad; su enseñanza no es teórica, sino existencial. Jn tiene siempre ante los ojos la muerte de Jesús, manifestación suprema de la gloria-amor de Dios y su explicación plena de su ser (17,1).

    La frase: él ha sido la explicación, que termina el prólogo, abre el relato evangélico que sigue. Jn invita al lector a prestar atención a la persona de Jesús, pues en él va a poder conocer la humanidad, por primera vez, el verdadero ser de la misteriosa divinidad. Sin embargo, no hay que partir de una idea preconcebida de Dios, para concluir que Jesús es exactamente igual a él, como si pudiera tenerse un concepto verdadero de Dios independientemente de Jesús; Jn afirma que el punto de partida es Jesús Mesías, Dios, el Padre, es como Jesús, único dato de experiencia al alcance del hombre. Toda idea de Dios que no pueda verificarse en Jesús, es un a priori humano sin valor alguno. Jesús, el Hombre-Dios, el Dios engendrado, hace presente al Padre y es la única fuente para conocerlo como es.

    A la denominación: el único Dios engendrado, corresponderá al final del evangelio la exclamación de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! (20,28), la fe que finalmente ha llegado a conocer a Jesús (cf. 14,9).

    Jesús es así, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios no como doctrina, sino como presencia de ser y actividad. Revela lo que es el hombre por ser la realización plena de proyecto creador: el Hombre acabado, el modelo de Hombre (el Hombre / el Hijo del hombre). Revela lo que es Dios dando su vida para dar vida al hombre, haciendo así presente y visible el amor incondicional del Padre (el Hijo de Dios).

    SÍNTESIS

    Es tan grande la riqueza del prólogo de Jn que hay que limitarse a señalar algunas líneas fundamentales, que servirán de claves de interpretación para el cuerpo del evangelio.

    a) En primer lugar, Jn comienza su evangelio con la mención de <<el principio>>, referencia a la creación. Sitúa así toda la obra de Jesús en esa perspectiva. El Dios que crea el mundo, realizando su proyecto de vida, es el que se manifiesta en Jesús. Esta es su última y definitiva intervención. Su obra corona la actividad creadora y manifiesta a Dios como amor fiel, que se realiza en la comunicación de vida. 

    Se remonta así Jn más allá de la Ley, que es ya parte de la historia. Si se pone en primer plano al Dios de la Ley, se corre el riesgo de olvidar que Dios, antes que legislador, fue creador, y de oponer la Ley al designio de la creación. Tal oposición, real en los dirigentes judíos, motiva la oposición a Jesús, que manifiesta al Dios de la creación y de la vida (cf. 5,16; 9,29).

    El designio de Dios creador es comunicar su vida, que se identifica con su amor. Si se le concibe, en cambio, principalmente, como dador de la Ley, su designio será imponerla y custodiar el orden que ella fija. Varía así, según la concepción de Dios, el criterio para distinguir entre el bien y el mal. En la línea de Dios creador, el criterio es la vida misma: es bueno lo que favorece a la vida, el desarrollo de la creación. El hombre tiene como punto de referencia la experiencia de vida en sí mismo y en el mundo. En la línea del Dios legislador, el criterio es la Ley y su interpretación admitida. El punto de referencia obligado y exterior al hombre es el código, mediado por los que lo interpretan.

    Al imponer su voluntad desde fuera (el código), el Dios de la Ley vacía al hombre, haciéndolo renunciar a la propia voluntad e iniciativa. El Dios creador, por el contrario, potencia la vida del hombre acrecentando su libertad y su capacidad de acción.

    La incompatibilidad entre los dirigentes judíos y Jesús radica en la oposición entre uno y otro Dios. Jesús y su mensaje ponen en contacto con Dios comunicando vida. Para <<los Judíos>>, la fidelidad a la Ley, aunque matara al hombre, era valor supremo; así hicieron de la Ley un instrumento de muerte.

    b) Otra clave de interpretación para el evangelio es el proyecto creador de Dios sobre el hombre, realizado en Jesús, el Dios engendrado por la comunicación de la gloria-amor del Padre. Es el modelo de Hombre, el Hijo de Dios Por un nuevo nacimiento, que lleva a término en el hombre la obra creadora, quien responde a Jesús recibe la calidad de vida y la capacidad de amar (el Espíritu) que le permite recorrer su camino, siguiendo a Jesús hasta el don total de sí mismo, y realizar así la total semejanza con el Padre. Dios quiere que el hombre alcance su plenitud humana y de ese modo llegue a ser su hijo.

    La persona de Jesús es la interpelación y el mensaje de Dios a la humanidad, el ofrecimiento de la plenitud de vida. Siempre ha existido en el hombre este anhelo, conforme al proyecto divino, pero queda continuamente frustrado por el dominio que sobre el mundo ejercen ciertos grupos humanos (la tiniebla), que no sólo apagan la vida, sino que intentan suprimir incluso la esperanza.

    Toda la obra de Jesús en el evangelio consistirá en capacitar al hombre, por el don de la vida-amor, para que pueda realizar en sí mismo el proyecto de Dios, la semejanza con el Padre. De ahí que la escena principal del relato evangélico sea la de Jesús en la cruz, de cuyo costado mana la sangre de su amor y el agua del Espíritu, la vida-amor que él comunica al hombre. El relato evangélico será la explicación anticipada de los efectos y consecuencias de este don de Jesús: el don de su vida para comunicarla.

    c) Una tercera clave de lectura se encuentra en la identificación de la luz con la vida (1,4). La luz, en cuanto realidad perceptible y reconocible, es una metáfora para designar la verdad que guía e ilumina al hombre. El prólogo declara, por tanto, que la vida precede lógicamente a la verdad y no viceversa. No se afirma que la luz (verdad) es la vida del hombre, sino que la vida es su luz (verdad). No es la verdad la que lleva a la vida, el brillo de la vida es la verdad. En consecuencia, la Palabra creadora no revela una supuesta verdad cuyo conocimiento produciría la vida; ella da una vida que, experimentada y reconocida, se revela como verdad.

    Se previene así la interpretación intelectualista, que originaría una lectura <<al revés>> de todo el evangelio. Tal lectura convierte a Jesús en <<el Revelador>> de verdades ocultas, en las que estaría el secreto de la vida. Por el contrario, él se  manifiesta como el dador de vida, cuya fuerza y actividad elimina la muerte. Por eso, la prueba de su misión no es la sublimidad de su doctrina, sino la eficacia de sus obras (5,36; 10,38). Reconocer la vida que comunica es reconocer la verdad.

    Jn 1,17

    porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías.

    La conjunción explicativa <<porque>> no se refiere exclusivamente al verso anterior, sino que introduce un resumen explicativo de toda la sección precedente. Juan expone sintéticamente, mediante paralelismos antitéticos, la superación de la antigua economía por la nueva y el contraste entre ambas: la Ley / el amor  y la lealtad. En el verso siguiente subyace implícitamente la misma contraposición de las dos alianzas y la de sus mediadores respectivos: Moisés (siervo de Dios) / Jesús (hijo único del Padre).

    La primera parte de este versículo es clara: la Ley se dio por medio de Moisés. La segunda, en cambio, necesita explicación: el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías. La construcción de la frase la pone en paralelo con 1,3: mediante ella existió todo, y 1,10: el mundo existió mediante ella. Como en estos dos casos, se trata, pues, de una actividad creadora: la creación del hombre llevada a su término por medio de Jesús Mesías, la Palabra hecha hombre.

    Gracias a la actividad de Jesús Mesías han existido el amor y la lealtad en los hombres. Se había mencionado, en primer lugar, la plenitud existente en la Palabra hecha hombre: plenitud de amor y lealtad. A continuación, se han expuesto el don que hace a los suyos, comunicándoles de su plenitud un amor que responde a su amor (1,16). Ahora se explica que este amor recibido es la obra propia del Mesías. Representa, al mismo tiempo, la culminación de la obra creadora de Dios, realizada, desde el principio, por medio de su Palabra, y la característica de la nueva alianza, a diferencia de la de Moisés.

    Se pueden analizar ahora las tres oposiciones que se establecen entre los dos miembros del versículo: Ley - amor y lealtad / se dio - ha existido / Moisés - Jesús Mesías.

    a) La primera oposición se establece entre la Ley, exterior al hombre, y el amor leal, realidad interior al hombre que lo transforma, haciéndose constitutivo de su ser. Se aprecia inmediatamente la resonancia del conocido texto de Jr 31 (LXX 38), 31-34, donde se anuncia la nueva alianza en estos términos: <<Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré una alianza nueva con Israel y con Judá; no será como la alianza que hice con sus padres cuando los agarré de la mano para sacarlos de Egipto; la alianza que ellos quebrantaron y yo mantuve -oráculo del Señor-; así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro -oráculo del Señor-: Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo; ya no tendrán que enseñarse unos a otros, mutuamente, diciendo "Tienes que conocer al Señor", porque todos, grandes y pequeños, me conocerán -oráculo del Señor-, pues yo perdono sus culpas y olvido sus pecados>>.

    La sustitución de la alianza caducada, anunciada en el texto de Jeremías, es la que Jn constata en este versículo como ya verificada. Ha sido Jesús Mesías el instaurador de la nueva alianza. En el pasaje profético, la diferencia fundamental entre ambas es la que media entre una Ley externa, como la que dio Moisés, y una Ley interna grabada en el corazón. Esta Ley nueva es precisamente el amor leal, obra de Jesús Mesías. El amor, grabado en el corazón, pasa a ser componente del hombre; su comunicación entra por ello en el ámbito de la obra creadora, efectuada desde el principio por la Palabra, encarnada ahora en Jesús.

    El amor y la lealtad, atribuidos aquí a la obra creadora del Mesías, son el mismo amor que la comunidad ha recibido en su plenitud (1,16). La obra de Jesús Mesías consiste en comunicar la realidad divina presente en él mismo; es lo que antes se ha llamado <<nacer de Dios>> (1,13). Comienza entonces, según la profecía (todos ... me conocerán), un conocimiento nuevo, inmediato y experimental, en cada uno de los que reciben este amor: la intimidad con Dios, propia de los hijos (17,3; cf. 10,15).

    Otro aspecto de la alianza nueva, anunciado por el profeta y que estará presente en el evangelio, es el de la purificación. El pecado, obstáculo a la intimidad con Dios, quedará perdonado y olvidado, haciendo inútiles las purificaciones de la antigua alianza (2,6; 13,10; 15,3).

    La Ley mosaica se contrapone al amor y la lealtad, como lo externo y caduco a lo constitutivo y permanente. Ante la nueva realidad del hombre, el código externo pierde su validez y su razón de ser. La Ley nueva será una inclinación interior del mismo hombre, fruto del Espíritu que recibe. Es conocido el pasaje de Ezequiel 36,25-28, inspirado en el de Jeremías 31 antes citado: <<Os rociaré con agua pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y pongáis por obra mis mandamientos. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios>>.

    La transformación que Dios efectúa en el hombre está simbolizada por el cambio de corazón (de piedra / de carne). La Ley interior de que hablaba Jeremías se identifica en Ezequiel con el don del Espíritu. Así, Jn 1,17 está en paralelo con 7,39: aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado. <<Espíritu>> en este pasaje significa el fruto del nuevo nacimiento (f. 3,6: de la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu), es decir, el hombre que por haberlo recibido, ha sido creado del todo y es capaz de amar haciéndose hijo de Dios (1,12). <<No había espíritu>> porque el amor y la lealtad, es decir, el hombre nacido de arriba (3,3), existió por primera vez cuando Jesús manifestó su gloria, en la hora de su muerte (17,1s; 19,30.34).

    Se notará en estos pasajes proféticos el simbolismo del agua pura y purificadora, que corresponde a la simbología del Espíritu en Jn (3,5; 4,14; 7,37-39; 19,34).

    b) La segunda oposición se establece entre se dio y ha existido. La forma impersonal (se dio) reduce al mínimo la actividad de Moisés, mero transmisor (Dt 9,11; 10,4). La Ley era separable del legislador, un legado suyo al pueblo (7,19: ¿No fue Moisés quien os dejó la Ley?). El amor leal, en cambio, procede de la acción de Jesús; éste no es mero transmisor, sino agente de la existencia de esta nueva realidad. Y esta acción no se interrumpe; la comunicación del Espíritu es incesante (15,5), creando una comunicación de vida como la que existe entre él y el Padre (17,1 Lect.).

    c) El título Mesías aplicado a Jesús (cf. Mc 1,1) lo pone en relación con el cumplimiento de las promesas y el término de la etapa de la Ley. El Mesías había de realizar el éxodo definitivo, inaugurando la nueva edad que desembocaría en el reinado de Dios. Ante el Mesías, la antigua alianza, promulgada por Moisés, queda clausurada.

    Ha empezado la nueva alianza, no fundada en la Ley externa, sino en el corazón nuevo. No es contractual, basada en un código que delimite las obligaciones de los contrayentes y se interponga entre ellos; su estatuto es la relación personal del amor, demostrado por Dios en Jesús Mesías y comunicado por él a los suyos, que responden con el mismo amor (1,16). De ahí que para designar a esta alianza se emplee únicamente la imagen nupcial (1,15 Lect.).

    Jn va delineando la imagen del Mesías, que quedará completada en el verso siguiente: el único Dios engendrado. El liberador que Dios envía a la humanidad, el Mesías, es la realización de su proyecto creador (1,14), es decir, posee la plenitud de la vida (1,4) por la comunicación del ser de Dios (1,14: el amor leal; 1,32: el Espíritu), y así él mismo es Dios (1,1c.18; 20,28). Su obra liberadora consistirá en dar vida (1,16-17: amor leal; 1,13: nacer de Dios), para que el hombre por el libre ejercicio del amor llegue a ser hijo de Dios (1,12), realizando en sí mismo el proyecto divino (1,1c). Jesús creará la alternativa al <<mundo>> (sistemas opresores) que impide la vida del hombre y comenzará una humanidad nueva y definitiva (nueva alianza).

    Aunque Jn utiliza para Jesús el antiguo título <<Mesías>>,, se descubre la distancia que media entre esta concepción y la que había transmitido la tradición judía. El Mesías no sigue la línea de la Ley, viene a sustituirla por el amor y la lealtad, no será un dominador temporal, sino que, dando su vida, completará la creación del hombre para que éste sea libre y autónomo en el amor; la obra mesiánica se dirige a todo hombre, no a un pueblo particular. Su acción con los suyos será comunicarles vida de su propia plenitud, para que ellos recorran con él el camino que él traza.

    La concepción del Mesías que Jn presenta explica la incomprensión por parte de aquellos que se aferran a la concepción tradicional (1,45; 2,17; 3,2; 6,15; 7,27; 8,19.25; 9,16; 10,24; 12,34; 13,8.37; 18,10).

    Jn 1,16

    La prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor.

    En el testimonio de Juan ha reconocido el grupo cristiano la realidad de Jesús Mesías como el fundador de la comunidad de la nueva alianza, de la que ella forma parte. La locución: La prueba es, conecta lo que sigue con los hechos anteriormente expuestos. En primer lugar, establece la relación entre contemplar (1,14) y recibir (1,16), acciones correspondientes a las dos actividades de la luz: la intransitiva, brillar (1,4, correlativo de 1,14: contemplar la gloria), y la transitiva, iluminar (1,9, correlativo de 1,16: hemos recibido). La vida-amor que brilla como luz-gloria ilumina comunicándose.

    Por el amor que en ella reina, la comunidad cristiana es la prueba fehaciente de la salvación-vida comunicada por Jesús, el Mesías portador del Espíritu, y de la existencia de la nueva alianza. El amor y la lealtad que brillaban como gloria del Hijo único se han comunicado a los suyos. Todos nosotros designa el grupo de los que no pertenecen al mundo dominado por la tiniebla (8,23; 17,14.16), porque el Mesías Jesús los ha sacado de él (15,19) liberándolos del pecado del mundo (1,29). Son los que viven en la zona de la luz-vida y contemplan la gloria (1,14), por haber realizado el éxodo de Jesús.

    Todos han recibido de su plenitud de amor y lealtad (1,14), todos participan así de la gloria / riqueza del Padre (17,22), comunicada enteramente a Jesús. El Hijo único y heredero universal hace a los suyos coherederos, partícipes de la misma herencia, es decir, les confiere la condición de hijos. Este tema se repetirá a lo largo del evangelio, en particular usando la fórmula <<estar donde está él>>, puesta en boca de Jesús (7,34; 12,26; 14,3; 17,24). Si no se emplea sencillamente el término <<hijos>> es porque, para Jn, esta calidad no se confiere instantáneamente, sino que implica un proceso de crecimiento (1,12 Lect.). La recepción de la gloria / amor leal corresponde, por tanto, a <<nacer de Dios>> (1,13), momento inicial de los que han de hacerse hijos de Dios.

    La humanidad de Jesús es ahora el receptáculo de la vida, que sólo de él puede recibirse; él es por eso el centro de la nueva comunidad, su origen y la garantía de su existencia y de su fruto (15,5s). La experiencia y participación del amor-vida es lo específico cristiano (todos nosotros).

    El don que se recibe es la respuesta de Jesús a los que lo reciben a él (1,12), es decir, a los que le dan su adhesión, en cuanto es la realización del proyecto de Dios, y el modelo de lo que debe realizarse en todo hombre a partir del nuevo nacimiento.

    Por ser participación de la plenitud de Jesús, el amor recibido es semejante al suyo y, con su ejercicio, llevará al hombre a realizar en sí el proyecto divino (1,12). Al comunicar su amor, comunica su gloria, que resplandece en la comunidad (17,10: en ellos dejo manifiesta mi gloria; 17,22: la gloria que tú me has dado se la he dado a ellos). Es el amor que existe en la comunidad la prueba de la realidad y la acción de Jesús (17,22s: para que sean uno como nosotros somos uno ... para que queden realizados alcanzando la unidad, y así conozca el mundo que tú me enviaste). El amor recibido, que tiene una relación radical a su persona, identifica con él (17,23: yo identificado con ellos y tú conmigo) y se mostrará en una actividad como la suya (13,34: igual que yo os he amado).

    Su amor llegará hasta el don de la vida, y en ese momento comunicará su vida-amor a los que creen en él. Este doble amor, demostrado y comunicado, estará representado en la cruz por la sangre y el agua que salen de su costado (1,14e Lect.). Los pasajes 1,14.16 describen, por tanto, desde el punto de vista de la comunidad, lo sucedido en la exaltación de Jesús (muerte y resurrección). El cuerpo de Jesús, santuario de Dios (2,19.21) por ser morada del Espíritu (1,32s), queda abierto en la cruz, y su plenitud puede comunicarse (19,34) completando la obra de la creación por el don del Espíritu (7,37-39), el aliento de vida (20,22).

    En la frase: un amor que responde a su amor, no aparece el término <<lealtad>> (1,14), que será repetido en el verso siguiente (1,17). Puesto que el amor recibido es participación del suyo, la lealtad está incluida en él. Esto muestra que la <<lealtad>> es adjetival respecto al amor, término principal (= amor leal).

    Jn 21,24-25

      Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25