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martes, 5 de septiembre de 2023

Jn 20,30-31

 

  • Jn 20,30
  • Jn 20,31
  •  Para Jn, la vida de Jesús significa ante todo un conjunto de hechos, las "señales", en los que ha manifestado su amor a los hombres (2,11: "su gloria"). El evangelista ha hecho una selección (30). Su objetivo es suscitar la adhesión de los lectores a Jesús (31), el que, después de una actividad liberadora, ha sido condenado y ejecutado por los poderes del mundo. El creyente ha de ver en él al Mesías, al consagrado por Dios para llevar a cabo su designio en la historia, al que forma la nueva comunidad humana; ha de descubrir también que es el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.

Jn 20,31

 <<éstas quedan escritas para que lleguéis a creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él>>.

El objetivo de la obra es suscitar la fe de los lectores. La selección que ha hecho el autor es, por tanto, significativa; piensa que el relato ha presentado los rasgos de Jesús que pueden mover a esa fe y que bastan para llegar a ella.

La fe viene calificada: es la fe en Jesús, el que en su vida ha realizado las señales de un amor que libera al hombre, el que ha sido condenado por las autoridades, ha muerto en cruz y ha resucitado de la muerte. Es a él a quien se aplican los títulos de Mesías e Hijo de Dios.

El Mesías es el consagrado por Dios para llevar a cabo su designio en la historia. Él forma la nueva comunidad humana que continúa el antiguo pueblo de Dios. Es el liberador que instituye la alianza definitiva. El que cree en él reconoce, por tanto, que aquella actividad de Jesús, que ha suscitado una oposición a muerte, es la que realiza el designio de Dios sobre el hombre y la historia.

El Hijo de Dios, título que apareció por primera vez en boca de Juan Bautista (1,34; cf. 1,18.49) y que Jesús mismo se ha aplicado explícitamente (6,40; 10,36) e implícitamente cada vez que ha llamado a Dios Padre suyo (5,17, etc.), adquiere toda su fuerza después de la confesión de Tomás: es aquel que ha nacido de Dios (1,18), que está identificado con el Padre (10,38), que actúa como él (5,17), y es uno como él (10,30), que es Dios, la presencia del Padre entre los hombres (12,45; 14,9).

El fundamento de la fe o adhesión incondicional a Jesús se encuentra en este doble aspecto: él es el Mesías, el ejecutor del designio de Dios que forma la nueva comunidad; pero cumple esa misión en cuanto es en el mundo la presencia y actividad de Dios mismo, que despliega en él y a través de él su amor al hombre.

La adhesión a Jesús, que se traduce en norma de acción y de conducta (13,34; Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros), obtiene la vida, el Espíritu. Ella es amor que inserta en la vida verdadera (15,4.5) y hace permanecer en el ámbito del amor (15,9).

Se anunciaba en el prólogo que la palabra/proyecto divino contenía vida; esa vida, en su plenitud, es la que se obtiene por la fe en Jesús Mesías e Hijo de Dios. Ella es el fruto del amor leal, que él hace existir en el hombre (1,17); el dinamismo de la vida lleva a los demás, para hacer llegar hasta ellos el amor de Jesús, que, a su vez, fundará la fe en él.

Jn 20,30

 <<Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro>>.

Para el evangelista, la vida de Jesús significa ante todo un conjunto de hechos, a los que llama señales, a través de los cuales ha manifestado su gloria (2,11), su amor leal al hombre. El autor ha hecho una selección; la experiencia de los discípulos fue mucho más amplia de lo que está contando en el evangelio. Jesús ha creado un grupo de testigos.

El autor no se nombra; se oculta detrás de las formas impersonales: no están escritas, quedan escritas. Es, sin embargo, el mismo que vio y dejó su testimonio al pie de la cruz (19,35); era precisamente su escrito el testimonio que dejaba. Así lo confirmará el segundo colofón (21,24).

domingo, 3 de septiembre de 2023

Jn 20,24-29

 

  • Jn 20,24
  • Jn 20,25a
  • Jn 20,25b
  • Jn 20,26a
  • Jn 20,26b
  • Jn 20,27
  • Jn 20,28
  • Jn 20,29
  • Mellizo (24), cf. 11,16: parecido con Jesús por su prontitud para acompañarlo en la muerte. Los Doce, en Jn, la comunidad cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70); esta cifra no designa a la comunidad después de la muerte-resurrección de Jesús, cuando las promesas se han cumplido (cf. 21,2: siete nombres, comunidad universal). Tomás no había entendido el sentido de la muerte de Jesús (14,5); la concebía como un final, no como un encuentro con el Padre. Separado de la comunidad (no estaba con ellos), no ha participado de la experiencia común, no ha recibido el Espíritu ni la misión. Es uno de los Doce, con referencia al pasado.
  • La frase de los discípulos (Hemos visto al Señor, cf. 20,18) formula la experiencia que los ha transformado. Esta nueva realidad muestra por sí sola que Jesús no es una figura del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. Tomás no acepta el testimonio. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido. Exige una prueba individual y extraordinaria.
  • Ocho días después (26): el día permanente de la nueva creación es “primero” por su novedad y “octavo” (número que simboliza el mundo futuro) por su plenitud. En él va surgiendo el mundo definitivo. Dentro, en la esfera de Jesús, la tierra prometida. Las puertas atrancadas ya no indican temor; trazan la frontera entre la comunidad y el mundo, al que Jesús no se manifiesta (14,22s). Llegó, lit. “llega”; ya no se trata de fundar la comunidad (20,19: “llegó”), sino de la presencia habitual de Jesús con los suyos. Jesús se hace presente a la comunidad, no a Tomás en particular. Jn menciona solamente el saludo (Paz con vosotros), que en el episodio anterior abría cada una de las partes. No siendo ya éste el primer encuentro, el saludo remite al segundo saludo, anterior (20,21): cada vez que Jesús se hace presente (alusión a la eucaristía), renueva la misión de los suyos comunicándoles su Espíritu.
  • Luego (27) divide la escena; ahora va a tratarse con Tomás. Unido al grupo encontrará solución a su problema. Jesús, demostrándole su amor, toma la iniciativa y lo invita a tocarlo. La insistencia de Jn en lo físico (dedo, manos, mano, meter, costado) subraya la continuidad entre el pasado y el presente de Jesús: la resurrección no lo despoja de su condición humana anterior ni significa el paso a una condición superior: es la condición humana llevada a su cumbre y asume toda su historia precedente. Ésta no ha sido solamente una etapa preliminar; ella ha realizado el estado definitivo.
  • Respuesta (28) tan extrema como la incredulidad anterior. El Señor es el que se ha puesto al servicio de los suyos hasta la muerte (13,5.14); es así como en Jesús ha culminado la condición humana (19,30). La expresión Señor mío reconoce esa condición. Tomás ve en Jesús el acabamiento del proyecto divino sobre el hombre y lo toma por modelo (mío).
  • Después del prologo (1,18: “Hijo único, Dios”) es la primera vez que Jesús es llamado simplemente Dios (cf. 1,34.49, etc.: “el Hijo de Dios”; 3,16.18, etc.: “el Hijo único de Dios”). Con su muerte en la cruz ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34): realizar en el Hombre el amor total y gratuito propio del Padre (17,1). Se ha cumplido el proyecto creador: “un Dios era el proyecto” (1,1). Tomás descubre la identificación de Jesús con el Padre (14,9.20). Es el Dios cercano, accesible al hombre (mío).
  • La experiencia de Tomás no es modelo (29). Jesús se la concede para evitar que se pierda (17,12; 18,9): a él no se le encuentra sino en la nueva realidad de amor que existe en la comunidad. La experiencia de ese amor (sin haber visto) es la que lleva a la fe en Jesús vivo (llegan a creer).
  • Síntesis. La fe de la comunidad reconoce en Jesús al Hombre-Dios; tal es la formulación de su experiencia. Toda generación cristiana puede participar de ella por la comunicación del Espíritu/vida.

Jn 20,29

 Le dijo Jesús: <<¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer>>.

La experiencia que tiene Tomás es la misma que habían tenido los otros discípulos, ver a Jesús en persona (20,25). El reproche de Jesús se refiere, por tanto, a la negativa de Tomás de creer el testimonio de la comunidad, exigiendo una experiencia individual, separada de ella.

Tomás buscaba un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte; pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al del presente. El mismo Jesús de antes se manifiesta vivo en la comunidad a través de su actuación en ella y en cada uno de sus miembros.

Tomás no obtiene lo que buscaba. Jesús se revela a Tomás en el interior de la comunidad (dentro) , después que ha participado en la experiencia de todos (20,26). Fuera del círculo de los que lo aman está <<el mundo>> a quien Jesús no se manifiesta (14,22s).

La experiencia de Tomás no es modelo; Jesús se la concede para evitar que se pierda uno de los que el Padre le ha entregado (17,12; 18,9). Tomás ha invertido los términos: sin escuchar a los otros discípulos ni percibir la nueva realidad creadora por el Espíritu, quiere encontrarse con Jesús; pero a Jesús no se le encuentra sino en la nueva realidad de amor que existe en la comunidad (1,17). La experiencia del amor de Jesús durante su vida había fundado la fe incipiente de los discípulos (2,11; cf. 16,31); la presencia del amor en la comunidad, la gloria que él le comunica (17,22), fruto de su muerte-exaltación (19,30: el Espíritu), demuestra que Jesús está vivo y presente en ella, que ha vencido la muerte. La experiencia de ese amor (sin haber visto) es la que lleva a la fe en Jesús vivo (llegan a creer); al aceptarlo como norma de vida, el discípulo tendrá la experiencia / visión personal de Jesús (14,21).

La bienaventuranza Dichosos los que sin haber visto llegan a creer está en estrecha relación con la pronunciada en la Cena: Dichosos vosotros si lo hacéis (13,17). Lo que los discípulos han de cumplir son las obras del servicio mutuo que expresa el amor y hace libres (13,14s). Ese amor hace a Jesús presente, vivo y activo en el grupo.

Vuelve a enunciar aquí Jn el principio repetido en el evangelio: que la aceptación y práctica del amor son condición para la experiencia de Jesús (7,17: la voluntad de realizar el designio de Dios lleva a conocer que la doctrina de Jesús es de Dios; 8,31s: la práctica del mensaje lleva al conocimiento de la verdad; 17,6-8: la aceptación de las exigencias del Padre y la práctica de su mensaje llevan a conocer el origen divino de Jesús y a creer que es el enviado de Dios). No es la experiencia extraordinaria (Tomás) el verdadero fundamento de la fe: es la experiencia y práctica del amor entre los hermanos su base sólida y permanente.

Todo discípulo de cualquier época tiene que ver al Señor, y esa visión se realiza al experimentar la vida que él comunica: Vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis (14,19). Es la comunicación del Espíritu la que produce esa clase de visión. La experiencia se perpetúa en la celebración eucarística, donde los discípulos se asimilan a Jesús y reciben vida definitiva (6,54). Esta experiencia produce el conocimiento: la vida es la luz del hombre (1,4).

El evangelio queda abierto al futuro: Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer. Creerán por el mensaje de los discípulos (17,20), quienes continuarán manifestando en medio del mundo el amor de Jesús.

SÍNTESIS

La fe en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Tomás representa la figura de aquel que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. Además, no busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia del pasado que pueda constatar palpablemente.

La fe de la comunidad reconoce en Jesús el Hombre-Dios, tal es la formulación de su experiencia. Ésta, sin embargo, no es privativa de los primeros testigos; toda generación cristiana puede participar de ella. Con esta nota de apertura al futuro termina el evangelista el relato de los hechos de Jesús.

Jn 20,28

 Reaccionó Tomás diciendo: <<¡Señor mío y Dios mío!>>.

La respuesta de Tomás es tan extrema como su incredulidad. <<Señor>> y <<Maestro>> eran los apelativos que los discípulos usaban para dirigirse a Jesús (13,13) o designarlo (20,2.13.18.20.25). <<El Señor>> es el que lavó los pies a sus discípulos (13,14), anunciando su muerte por ellos, expresión de su máximo servicio (15,13). Al llamarlo <<Señor mío>> Tomás reconoce el amor de Jesús y lo acepta, expresando al mismo tiempo su total adhesión. El posesivo <<mío>>, paralelo al de María Magdalena (20,13: Se han llevado a mi Señor), indica su cercanía a él.

Puede aproximarle el apelativo <<señor>> al de <<rey>>. La insistencia en designarlo como <<el Señor>> después de la resurrección indica que este título se atribuye a Jesús sobre todo a partir de su muerte, cuando ha demostrado en la cruz la calidad de su realeza. <<El Señor>> es el que se ha puesto al servicio de los suyos hasta la muerte (13,5.14 Lect.); así lo indican las señales que ostenta. Es así como Jesús <<se ha hecho rey>> (19,12), llevando hasta el límite la expresión de su amor. En él ha culminado así la condición humana (19,30), y queda abierto el camino para los demás (19,12b.34 Lects.). La expresión de Tomás: Señor mío, es el reconocimiento de la máxima calidad humana realizada en Jesús y equivale en boca del discípulo a la denominación <<el Hombre>> usada por Jesús mismo. Tomás ve en Jesús el acabamiento del proyecto divino sobre el hombre y lo toma como modelo (mío).

Después del prólogo (1,18: el único Dios engendrado) es la primera vez que Jesús es llamado simplemente Dios. Hasta ahora en el relato se había llamado <<el Hijo de Dios>> (1,34.49; 5,25, etc.) o <<el Hijo único de Dios>> (3,16.18, etc.). <<Los Judíos>>, sin embargo, lo habían acusado de hacerse igual a Dios (5,18) o de hacerse Dios (19,33). Al llegar a dar su vida respondiendo al odio con el amor (19,30a Lect.), Jesús ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34; cf. 17,19): realizar en el Hombre el amor total y gratuito propio del Padre (17,1c Lect.). La designación <<el Hijo de Dios>>, que apareció al principio en boca de Juan Bautista (1,34), anunciaba, pues, la condición divina afirmada en el prólogo (1,18). Se ha cumplido el proyecto creador: <<un Dios era el proyecto>> (1,1c Lect.).

Las palabras de Tomás: Dios mío, están en relación con las de Jesús a María: Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios (20,17)l. El que tiene por único Dios al Padre, llama <<Dios mío>> a Jesús. Éste es el Dios engendrado, por recibir la vida del Padre, la totalidad de su Espíritu que ha hecho culminar su condición humana en la condición divina. El Padre, único Dios verdadero (17,3), el Dios de Jesús (20,17), está en él (14,10) y es uno con él (10,30). Jesús es su presencia (12,45; 14,9).

Tomás, en su contacto con Jesús, experimenta lo que él les había anunciado: Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros (14,20). Tomás ya llegado a descubrir la identificación de Jesús con el Padre (Dios mío) y la identificación con ellos (Señor mío). Se realiza en Jesús el contacto con el Padre (14,9: Quien me ve presente a mí, ve presente al Padre; cf. 1,51 Lect.).

<<Los Judíos>> no conocían lo que significa el amor de Dios al hombre y en el hombre. El Padre, fuente de la vida y de la divinidad, al comunicar al hombre su amor ( = su Espíritu, su vida), le da la posibilidad de hacerse hijo de Dios (1,12). En Jesús, la comunicación total del Espíritu (1,32s) y su respuesta a él (17,19) lo llevó a la condición divina, hizo de él la Palabra/Proyecto hecho hombre (1,14). Pero el amor del Padre, a través de Jesús, quiere realizar su proyecto en todo hombre, comunicándole su Espíritu. Tomás lo confiesa.

Su Dios es el Hombre-Dios, en quien se manifiesta el Padre, único Dios verdadero (17,3).Sólo en Jesús puede conocerse lo que es Dios, pues sólo en el Hombre-Dios brilla en su totalidad el amor de Dios al hombre. El Dios engendrado es así la explicación de la divinidad (1,18).

Dios está cercano, accesible en el Hombre; él es el camino y la meta para todo hombre, la esperanza de la humanidad. Esa adhesión, cercanía e intimidad son las que expresa Tomás con sus palabras: Señor mío y Dios mío.

El proyecto de Dios realizado en Jesús descubre al hombre todo el horizonte de su posibilidad. Capacitado por el Espíritu, que lleva a término la obra creadora, la entrega hasta el don total permite al hombre trascenderse a sí mismo.

Jn 20,27

 Luego dice a Tomás: <<Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel>>.

La indicación de posteridad (Luego) divide la aparición de Jesús a la comunidad del caso de Tomás. Jesús viene para todos y es en esa reunión, y no independientemente del grupo, donde Tomás se encontrará con Jesús y hallará solución a su problema. Él había manifestado su incredulidad ante los otros discípulos; Jesús toma la iniciativa y lo invita a tocarlo, como había pretendido; acepta su desafío y lo exhorta a creer.

Muestra Jesús de nuevo su amor a los suyos. Lo mismo que había tomado la iniciativa cuando lo abandonaron (6,19-21), la toma también ahora para impedir que se pierda Tomás (17,12), que le había dado su adhesión sincera, mostrándose dispuesto a morir con él (11,16).

Siempre que Jesús se hace presente entre los suyos lleva en sí el recuerdo de su muerte por sus amigos (15,13). Su amor hasta el extremo, simbolizado por las señales de los clavos y de la lanza, es connatural a su presencia e inseparable de ella. La señal del costado significa, además, el don incesante del Espíritu.

Jn insiste fuertemente en el aspecto físico de la prueba que Tomás requiere y que Jesús está dispuesto a concederle. Con esto subraya la continuidad entre el pasado y el presente de Jesús, sin embargo, tiene una cualificación: es el que ha pasado a través de la muerte y así quedará siempre, en su estado definitivo.

Quiere decir, por tanto, en primer lugar, que la resurrección no lo despoja de la condición humana anterior, ni significa el paso a una condición de ser superior a la humana, sino que es la condición humana llevaba a su cumbre y asume toda su historia precedente. Ésta no ha sido simplemente una etapa preliminar; ella ha realizado el estado presente de Jesús.

Se aprecia de nuevo en esta escena el tema eucarístico. Tocar las manos y el costado de Jesús significa una comunión con su carne y su muerte, recibiendo por ella su misma vida. La comunidad reunida contempla su gloria (17,24), el esplendor de su amor.

Jn 20,26b

 estaban de nuevo dentro de casa de sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: <<Paz con vosotros>>.

Los discípulos están <<dentro>>, es decir, en el lugar de Jesús, en la esfera del Espíritu, opuesto al <<fuera>>, el lugar sin Jesús y, por tanto, sin Dios, adonde debía ser arrojado <<el jefe del orden este>>. El <<dentro>> es la tierra prometida, distinta del mundo injusto que la rodea; equivale a otra determinación local figurada: <<arriba>>, la esfera de Dios y del Espíritu (8,23: Vosotros pertenecéis a lo de aquí abajo, yo pertenezco a lo de arriba).

Tomás se ha reintegrado a la comunidad; puede experimentar el amor. <<Sus discípulos>>, como <<los discípulos>> de la perícopa anterior, incluyen la totalidad de los suyos.

Las puertas cerradas ya no indican temor. El Espíritu ha dado a los discípulos la seguridad y libertad ante <<el mundo>> (20,19: los dirigentes judíos), convirtiéndolos en acusadores de su injusticia (cf. 16,8-11). Las puertas trazan ahora la frontera entre la comunidad y ese mundo que la circunda. Jesús se hace presente a los que lo aman, no se manifiesta al mundo (14,22s).

El verbo: Llegó, está en el texto en presente: Llega, a diferencia de la perícopa anterior (20,19: llegó). Este contraste es significativo: en el episodio anterior Jesús fundaba su comunidad, infundiéndoles por primera vez el Espíritu, fruto de su muerte (19,30b.34 Lect.), y con él la vida definitiva que acaba la creación del hombre; con el Espíritu los consagraba para la misión. Esta vez, en cambio, el presente indica que ya no se trata de fundar la comunidad, sino de la presencia habitual de Jesús entre los suyos en la reunión comunitaria, con alusión a la eucaristía por la mención del día de la semana (el octavo día).

Jesús llega y se hace presente para la comunidad entera, no solamente para Tomás. Él se sitúa en el centro del grupo (17,24 Lect.) porque de él dimana su vida (15,5).

Jn no ofrece descripción alguna del encuentro de la comunidad con Jesús. Sin embargo, menciona el saludo, que en la perícopa anterior abría cada una de las dos partes. En la primera (20,19-29), precedía la manifestación de Jesús y su reconocimiento por parte de la comunidad; en la segunda (20,21-23), la misión y el don del Espíritu. Dado que en esta escena ya no se trata del primer encuentro, el saludo remite a la segunda parte de la anterior. Cada vez que Jesús se hace presente (alusión a la eucaristía), renueva la misión de sus discípulos comunicándoles el Espíritu.

La comunidad celebra su encuentro con Jesús. María, en su búsqueda, lo consideraba ligado a un lugar concreto (20,2: No sabemos dónde lo han puesto; cf. 20,13)j. Él se hace presente donde están los suyos. Jn responde a la pregunta que le hicieron dos al principio: ¿Dónde vives? (1,38). Lo mismo que la comunidad permanece en Jesús, así está él presente en la comunidad (15,4).

Jn 20,26a

 <<Ocho días después>>

La negativa de Tomás a creer ha tenido lugar en el intervalo entre el día primero (20,19) y el octavo, dos maneras de designar el mismo día de la semana. Se refleja aquí la costumbre de celebrar en tal día la reunión comunitaria.

El octavo día es el de la plenitud, más allá del séptimo que siguió a la primera creación; es el día del mundo definitivo. La creación que Jesús ha llevado a su término el día sexto (19,30a, Lect.) desemboca en este tiempo nuevo, que es, al mismo tiempo, primero por su novedad y octavo por su plenitud. Es el tiempo en que va surgiendo el mundo definitivo.

Jn 20,25b

 Pero él les dijo: <<Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo>>.

Los otros discípulos refieren a Tomás su experiencia, pero él no acepta su testimonio. La existencia de la nueva comunidad transformada por el Espíritu no es para él prueba suficiente de que Jesús esté vivo. Aunque estaba dispuesto a morir, no cree en la permanencia de la vida. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido. Exige una prueba individual y extraordinaria.

Sin embargo, el encuentro con Jesús que funda la fe se hace a través de la experiencia del amor en la comunidad; es en ella donde ahora se manifiesta y se percibe su gloria (17,21.23; cf. 13,35).

Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras, subrayan estilísticamente su testarudez.

Jn 20,25a

 Los otros discípulos le decían: <<Hemos visto al Señor en persona>>.

La identidad del testimonio pone en paralelo la escena anterior (20,19-23) con el encuentro de María con Jesús en el huerto y muestra la equivalencia de ambas escenas. Es el testimonio unánime de todos los discípulos que entran en contacto con Jesús resucitado.

Hay que poner en relación la frase de los discípulos <<hemos visto al Señor>> con la que pronunciaron los primeros a quienes encontró Jesús: Hemos encontrado al Mesías (1,41; cf. 1,45). Esta describía el primer encuentro con Jesús como un descubrimiento; la de ahora, como un conocimiento basado en la experiencia personal de la vida que comunica. Aquella expresión anunciaba el fin de la expectación de <<el que viene>> (1,27.30; cf. 11,27); ésta anuncia el encuentro con el que está ya presente, pero cuya presencia hay que percibir (ver).

La frase jubilosa de los discípulos no es una mera afirmación de palabra; formula la experiencia de Jesús, que los ha transformado infundiéndoles el Espíritu. Existe ya la nueva comunidad humana, que lleva en sí el dinamismo del amor. Jesús ha comunicado a los suyos su gloria, que es la del Padre (17,22); el amor gratuito y generoso brilla ahora en un grupo de hombres. Esta nueva realidad muestra por sí sola que Jesús no es una figura del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. La existencia de tal comunidad es la prueba de que Jesús vive.

Jn 20,24

 <<Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús>>.

La traducción del nombre de Tomás se había encontrado en 11,16, donde manifestó su parecido con Jesús por su prontitud para acompañarlo a la muerte. Al mencionar la traducción <<el Mellizo>>, el evangelista recuerda los episodios anteriores en que ha actuado este discípulo. Ellos explicarán su incredulidad.

Tomás es uno de los Doce. <<Los Doce>>, como ya se ha visto, designan en Jn a la comunidad cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70 Lrect.). Por ser uno de ellos, Tomás ha sido testigo de la escena de los panes y conoce el discurso del pan de vida, donde Jesús había propuesto la identificación con su vida y muerte (6,51-56: comer su carne y beber su sangre). Tomás, que permaneció con Jesús, lo había comprendido y aceptado; por eso animó a sus compañeros a asociarse con Jesús en la muerte (11,16: Vamos también nosotros a morir con él). No había entendido, sin embargo, el sentido de ésta: Señor, no sabemos adónde te marchas, ¿cómo vamos a saber el camino? (14,5). No comprendía que la muerte no era un final, sino el encuentro con el Padre; no concebía una vida después de la muerte.

<<Era uno de los Doce>> es frase que se ha dicho de Judas cuando se ha anunciado su traición por primera vez (6,71: se refería a Judas de Simón Iscariote, pues éste, siendo uno de los Doce, lo iba a entregar). Tomás, separado de la comunidad (no estaba con ellos cuando llegó Jesús), está en peligro de perderse, por no haber participado de la experiencia común. Subraya además Jn que Tomás no ha estado presente al acto de fundación del pueblo de la nueva alianza; no ha recibido el Espíritu ni, con él, la misión. Es <<uno de los Doce>>, con referencia al pasado (6,67.70s). Esta cifra no designará a la comunidad después de la resurrección; siendo Jesús no sólo <<el rey de los judíos>> (cf. 19,19.21), sino el rey universal (19,23-24 Lect.) su comunidad estará representada por la cifra siete (21,2 Lect.).

Subraya además Jn que no existe verdadera adhesión a Jesús mientras no se crea en la victoria de la vida. La resurrección es, por eso, el quicio de la fe cristiana. No se reconoce el amor del Padre mientras no se crea en la calidad de vida que comunica. Por lo mismo, no se conoce tampoco lo que significa su proyecto creador sobre el hombre. La verdadera experiencia del Espíritu, que hace desaparecer el temor (20,19.22), es la de la vida definitiva (17,3 Lect.). Mientras exista el miedo a la muerte no existirá la libertad propia de los hijos de Dios, ni será posible cumplir el mandamiento de Jesús, amar como él ha amado (13,34; 15,13). El miedo a perder la vida llevará a defenderla incluso con la violencia.

domingo, 20 de agosto de 2023

Jn 20,19-23

 

  • Jn 20,19a
  • Jn 20,19b
  • Jn 20,20a
  • Jn 20,20b
  • Jn 20,21
  • Jn 20,22
  • Jn 20,23
  • El mismo día en que comienza la nueva creación (19: primero de la semana); esta realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua., con alusión al éxodo del Mesías. Los discípulos, todos los que dan su adhesión a Jesús; no hay nombres propios ni limitación alguna. Con las puertas atrancadas, etc. Muestra su desamparo en medio de un ambiente hostil. El miedo denota la inseguridad; aún no tienen experiencia de Jesús vivo (16,16). Como José de Arimatea, son discípulos clandestinos (19,38). Situación como la del Antiguo Israel en Egipto (Éx 14,10); pero están en la noche (Ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1).
  • Jesús se hace presente, como había prometido (14,18s; 16, 18ss). En el centro; fuente de vida, punto de referencia, factor de unidad. Paz con vosotros, cf. 14,27s; 16,33; el saludo les confirma que ha vencido al mundo y a la muerte. Les muestra los signos de su amor y de su victoria (20). El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz; se les muestra como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, cuya sangre los libera de la muerte (Éx 12,12s); el Cordero preparado para ser comido esta noche (Éx 12,8), es decir, para que puedan asimilarse a él. La permanencia de las señales en las manos y el costado indica la permanencia de su amor; Jesús será siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua. Alegría, cf. 16,20.22.
  • La repetición del saludo (21) introduce la misión, a la que tendía la elección de los discípulos (15,16; 17,18). Ha de ser cumplida como él la cumplió, demostrando el amor hasta el fin (manos y costado). El Espíritu (22) los capacitará para la misión. Sopló o “exhaló su aliento”, verbo usado en Gn 2,7 para indicar la infusión en el hombre del aliento de vida. Jesús les infunde ahora su propio aliento, el Espíritu (19,30). Crea la nueva condición humana, la de “espíritu” (3,6; 7,39). Por el “amor y lealtad” que reciben (1,17). Culmina la obra creadora; esto significa “nacer de Dios” (1,13), estar capacitado para “hacerse hijo de Dios” (1,12). Quedan liberados “del pecado del mundo” (1,19) y salen de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es “la verdad que hace libres” (8,31s); quedan “consagrados con la verdad” (17,17s). El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del “mundo” injusto (17,15), sino dando la adhesión a Jesús y, de este modo, dejando de pertenecer a él (17,6.14).
  • Resultado positivo y negativo de la misión (23), en paralelo con la de Jesús. El pecado, la represión o supresión de la vida que impide la realización del proyecto creador, se comete al aceptar los valores de un orden injusto. Los pecados son las injusticias concretas que se derivan de esa aceptación.
  • El testimonio de los discípulos (15,26s), la manifestación del amor del Padre (9,4), obtendrá las mismas respuestas que el de Jesús: habrá quienes lo acepten y quienes se endurezcan en su actitud (15, 18-21; 16,1-4).
  • Al que lo acepta y es admitido en el grupo cristiano, rompiendo de hecho con el sistema injusto, la comunidad le declara que su pasado ya no pesa sobre él; Dios refrenda esta declaración infundiéndole el Espíritu que lo purifica (19,34) y lo consagra (17,16s). A los que rechazan el testimonio, persistiendo en la injusticia, su conducta perversa, en contraste con la actividad a favor de los hombres que ejerce el grupo cristiano, les imputa sus pecados. La confirmación divina significa que estos hombres se mantienen voluntariamente en la zona de la reprobación (3,36).
  • Síntesis. “El día primero de la semana” alude a la celebración de la eucaristía. De Jesús brota la fuerza de vida que anima a la comunidad y le impulsa a la misión. En ella, el grupo cristiano prolonga el ofrecimiento de vida que hace el Padre a la humanidad por medio de Jesús. Ante él cada hombre ha de hacer su opción. La integración en la alternativa de Jesús da realidad a la ruptura con el sistema injusto. La opción negativa pone en evidencia la injusticia del hombre; la existencia de la comunidad es la imputación objetiva de su culpa.

Jn 20,23

 <<A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados>>.

Este dicho de Jesús, dirigido a la comunidad como tal, señala el resultado positivo y negativo de la misión, paralelo con el de la suya.

Ante todo, para comprender su contenido, hay que tener presente el concepto de pecado en Jn. <<El pecado>> (1,29; 8,21.34) consiste, como se ha visto (8,23 Lect.), en integrarse voluntariamente en el orden injusto. <<Los pecados>> son las injusticias concretas a que conduce la adhesión a éste y a sus principios.

El individuo que acepta un sistema injusto puede hacerlo voluntariamente o por no conocer otra posibilidad. Cada uno de estos casas está representado por uno de los inválidos/sometidos que han aparecido en el evangelio: el paralítico (5,3ss) y el ciego de nacimiento (9,1ss). El primero, que no había estado siempre inválido (5,5: treinta y ocho años enfermo), había sido capaz de decisión y pecado por su adhesión voluntaria a la institución opresora (5,13 Lect.); Jesús lo liberó dándole la fuerza que le permitiera salir de ella. El ciego, en cambio, no tenía pecado, por serlo de nacimiento y no haber tenido nunca posibilidad de opción; Jesús se la da mostrándole lo que significa ser hombre (9,6).

Por el contrario, existe el caso de los fariseos (9,40: cf. 10,19: <<los Judíos>>), quienes, ante la actividad de Jesús en favor del hombre, la condenan. Son los enemigos del hombre. A ellos les declara Jesús que su pecado permanece (9,41).

Aparecen así los modelos de actuación que Jesús transmite a su comunidad:

a) Con los oprimidos que nunca han conocido la dignidad humana (ciego de nacimiento), la comunidad ha de mostrarles el proyecto divino sobre el hombre, y que Jesús es capaz de realizarlo.

b) Con los oprimidos que han perdido la libertad por su adhesión voluntaria al sistema injusto (paralítico), la comunidad les ofrece la posibilidad de salir de él, rompiendo así con su conducta anterior (sus pecados).

c) Con los que se niegan a ponerse de parte del hombre y se obstinan en su conducta opresora (fariseos), la comunidad denuncia su modo de obrar perverso (cf. 7,7) (sus pecados).

Los discípulos continúan la obra de Jesús, pues él les confiere su misma opinión (20,21). Por el Espíritu que reciben de él, son sus testigos ante el mundo (15,26s). Su actividad, como la de Jesús, es la manifestación con la obra del amor gratuito y generoso del Padre (9,4). Ante este testimonio, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su adhesión a Jesús y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre, rechacen el amor y se vuelvan contra él, llegando incluso a perseguir y dar muerte a los discípulos en nombre de Dios (15,18-21; 16,1-4). No es misión de la comunidad, como no lo era de Jesús, juzgar a los hombres (3,17; 12,47). Su juicio, como el de Jesús, no hace más que constatar y confirmar el que el hombre da sobre sí mismo. Repetidas veces ha enunciado Jn este principio: Sí, os aseguro que quien escucha mi mensaje y así da fe al que me mandó, posee vida definitiva y no está sujeto a juicio: ya ha pasado de la muerte a la vida (5,24); el que le presta adhesión no está sujeto a sentencia; el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en calidad de Hijo único de Dios (3,18).

Misión de la comunidad es hacer brillar en el mundo la gloria-amor del Padre (17,22) y así hacer presente a Jesús. Ante él, que es la luz, los hombres han de pronunciarse positiva o negativamente. Dado el testimonio del grupo cristiano, toca al hombre dar el paso, rompiendo con la injusticia del mundo en que ha vivido (la tiniebla). El rechazo de la luz es la sentencia: Ahora bien, ésta es la sentencia, que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar (3,19-20).

Jesús crea su comunidad como la alternativa de salvación. Los discípulos conocen que un hombre ha roto con el pecado y desea pasar a la luz cuando se acerca, reconoce a Jesús y se propone vivir según su mensaje. A éste, al ser admitido en el grupo cristiano, rompiendo así efectivamente con el orden injusto, declara que su pasado ya no cuenta, que sus pecados ya no pesan sobre él. En cambio, ante los que rechazan el testimonio persistiendo en su injusticia, se les imputan sus pecados, que prueban con el hecho de no dar adhesión a Jesús ni a su mensaje (16,9). No se trata de una imputación pública o judicial, sino de la evidencia misma de su actividad perversa en contraste con la actividad en favor del hombre que ejerce el grupo cristiano. Esto es lo que mantiene objetivamente la imputación del pecado. La comunidad puede expresarla gracias al testimonio del Espíritu, que le confirma que <<el jefe del orden éste ha salido condenado>> (16,11).

Aparece aquí una mediación de la comunidad respecto a los que desean acercarse a Jesús. Como él, no echa fuera a ninguno que se acerca (6,37). La asimilación a Jesús que produce el Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que manifiestan su adhesión a él (17,20). Al interiorizar a Jesús en los discípulos, interpretándoles su persona y mensaje (14,26), el Espíritu hace que sea Jesús su criterio para discernir las actitudes y hechos que encuentran. No se trata de una <<potestad>>, sino de una capacidad que se mide por su sintonía con Jesús por el Espíritu.

La actitud que el hombre toma ante Jesús y que la comunidad discierne, queda refrendada por Dios (quedan libres, les quedan imputados; cf. 5,26-27 Lect.). Las dos fórmulas tienen correspondencias en varios pasajes del evangelio. En primer lugar, la libertad definitiva de los pecados la da el Espíritu, que es la purificación (19,34 Lect.) y consagra al hombre dándole la fidelidad en el amor (17,16-17a Lect..). La permanencia del don de Dios es comparable a la expresada por Juan Bautista a propósito de Jesús: He contemplado al Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo; y se quedó sobre él (1,32). La permanencia del Espíritu en el hombre es la que crea su estado de libertad. Se expresa en el evangelio de otras muchas maneras: tener vida definitiva (3,36) haber pasado de la muerte a la vida (5,24); estar donde está Jesús (14,3; 17,24); estar unido a la vid (15,4); permanecer en su amor (15,9). Es la condición que existe a partir del nuevo nacimiento (3,3.5).

La segunda fórmula: les quedarán imputados, está en relación con lo afirmado en otro pasaje: quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida: no, la reprobación de Dios queda sobre él (3,36 Lect.). Esta reprobación, bajo la cual permanece el hombre por negarse a salir de la tiniebla, es la que da el carácter definitivo a la imputación de sus pecados.

Resumiendo lo expuesto, puede decirse:

Jn no concibe el pecado como una mancha, sino como una actitud del individuo: pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en el sistema opresor. Cuando el individuo cambia de actitud y se pone en favor del hombre, cesa el pecado (15,3: Vosotros estáis ya limpios, por el mensaje que os he comunicado; cf. Lect.).

Según la declaración de Juan Bautista, Jesús, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo (1,29), bautizando con Espíritu Santo (1,33 Lect.); es decir, comunicando al hombre la capacidad de amar hasta el extremo.

Crea Jesús así un espacio humano donde, en lugar de la injusticia, reina el amor mutuo; es la comunidad alternativa que permite a los hombres salir del sistema que los lleva a cometer la injusticia.

La comunidad prolonga el ofrecimiento de vida que hace el Padre a la humanidad en Jesús. Ante él, el hombre ha de hacer su opción. La opción positiva lo separa ya del sistema injusto, pero sólo la admisión en al alternativa del amor da realidad a la ruptura con su pasado (dejar libres de sus pecados). El Padre, a través de Jesús, confirma la decisión del hombre y de la comunidad comunicando el Espíritu.

La opción negativa pone en evidencia el pecado del hombre, su adhesión a la injusticia. La existencia de la comunidad es la imputación objetiva de su modo de obrar. La persistencia en la injusticia hace que el hombre permanezca bajo la reprobación de Dios.

Aspecto eucarístico de la perícopa

El relato de la aparición de Jesús a los discípulos tiene muchos puntos de contacto con la celebración de la eucaristía. En primer lugar, aparece la comunidad como algo distinto del mundo y Jesús en su centro; su presencia viviente lleva en ella, sin embargo, el recuerdo de su muerte; su costado, abierto en la cruz, es la expresión permanente de su amor. La experiencia comunitaria del amor de Jesús, expresado en su muerte, y de su victoria sobre ella, es precisamente la de la eucaristía. Ésta es también la fuente del Espíritu para la comunidad por su asimilación a la carne y sangre de Jesús e, inseparablemente, el compromiso para la misión, continuando la actividad de su amor entre los hombres.

Se presenta así también la eucaristía como éxodo, no por el alejamiento del mundo, donde se desarrolla la misión, sino por la identificación con Jesús, que hace que no se pertenezca al mundo. La comunidad que la celebra se encuentra así en la tierra prometida (6,21 Lect.). Ésta es al mismo tiempo punto de llegada y camino incesante hacia el Padre, secundando la obra del Espíritu que recibe con la entrega cada vez mayor al bien del hombre. Así esta tierra prometida se transformará en la definitiva, cuando suba con Jesús al Padre.

Otro dato eucarístico es la hora en que se sitúa la escena, ya anochecido, y el día primero de la semana, que las primeras comunidades adoptaron para celebrar la reunión cristiana.

SÍNTESIS

La comunidad cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente, crucificado y resucitado. Él está en su centro otorgándole confianza y seguridad al mostrarle los signos de su victoria sobre la muerte. Su presencia es activa; de él, que se ha entregado por los hombres, brota la fuerza de vida que anima a la comunidad en su misión. Ésta, como la de Jesús, es la actividad liberadora del hombre, hasta la entrega total.

La comunidad, alternativa que Jesús ofrece, da testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. La aceptación o rechazo de este amor es para ella criterio de discernimiento y hace resonar dentro del hombre mismo su propia liberación o su propia sentencia.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Jn 20,22

 Y dicho esto sopló y les dijo: <<Recibid Espíritu Santo>>.

La acción de Jesús está en conexión con sus palabras anteriores (dicho esto); al dar el Espíritu capacita para la misión y la confiere.

El verbo usado por Jn: sopló, exhaló su aliento, es el mismo que se encuentra en Gn 2,7 para indicar la animación del hombre al infundirle Dios un aliento de vida; con aquel soplo se convirtió el hombre en ser viviente.

Jesús infunde ahora a sus discípulos su aliento de vida, que es el Espíritu. Es aquel que había entregado en la cruz una vez terminada la creación del hombre (19,30: dijo <<Queda terminado>>. Y ... entregó el Espíritu). El proyecto creador contenía vida (1,4); el Espíritu es el principio vital que realiza este proyecto; la creación del hombre no está terminada hasta que Jesús no se lo infunde, como lo muestra la frase de Jn (sopló). La calidad de vida propia del hombre según el designio de Dios es la vida definitiva que supera la muerte física (8,51) y que se identifica con la resurrección que Jesús había de conceder el último día a los que le dieran su adhesión (6,39.40); <<el último día>>, inaugurado en la cruz (19,30a Lect.), es el tiempo mesiánico que se prolonga a partir de <<este primer día>>.

El Espíritu que Jesús comunica crea en los suyos la nueva condición humana, la de ser <<espíritu>> (3,6: del Espíritu nace espíritu; 7,39: aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado). Esta condición la crea el <<amor y lealtad>> que el hombre recibe de Jesús Mesías (1,17: el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías). Aquí culmina la obra creadora; esto significa <<nacer de Dios>> (1,13), estar capacitado para <<hacerse hijo de Dios>> (1,12).

Así supera el hombre su condición de <<carne>> (3,6), es decir, la de lo débil y transitorio, pues esa <<carne>> queda asumida y transformada por el Espíritu, la fuerza divina que capacita al hombre para darse generosamente a los demás, como Jesús (13,34: igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros).

El Espíritu bajó sobre Jesús desde el cielo, es decir, fue la comunicación directa del Padre que lo constituyó <<el Proyecto hecho Hombre>> (1,14), <<el Hijo de Dios>> (1,34). Los discípulos reciben el Espíritu de Jesús, según lo anunció Juan Bautista: ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo (1,33). En la escena del Calvario, el testigo, para figurar el Espíritu, usó la imagen del agua que fluía del costado de Jesús (19,34); por ella el hombre nace <<de arriba>>, del Hombre levantado en alto (3,3.7); aquí describe la misma realidad de otro modo: el Espíritu que les infunde Jesús produce en ellos una vida nueva. Del Espíritu que bajaba del cielo nació el Hombre-Dios, el único engendrado; ahora nace la nueva comunidad humana, la de los hijos de Dios, primicia de su reino (3,5).

Vuelven a unirse los dos temas entrelazados a lo largo del evangelio: el de la creación y el de la nueva Pascua-alianza. Terminar la creación del hombre, dándole el Espíritu, y con él la capacidad de amar hasta el extremo, es lo que lo libera del pecado del mundo, sacándolo de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es la verdad que lo hace libre (8,31-32 Lect.), sacándolo de la esclavitud.

El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del <<mundo>> injusto (17,15), sino saliendo de él hacia Jesús; los discípulos dejan de pertenecer <<al mundo>>, es decir, rompen con el sistema de injusticia entrando en el espacio de Jesús. La comunidad alrededor de él, unida a él por la sintonía de su Espíritu, es la nueva tierra prometida, situada en medio del Egipto opresor. No vive, sin embargo, en situación estática, recorre su camino hacia el Padre (14,4-6), secundando en la misión el dinamismo del Espíritu-amor. Jesús, en medio de los suyos (cf. Nm 11,20: El Señor que camina en medio de vosotros; 14,14: tú, Señor, estás en medio de este pueblo), los acompaña como la presencia de la gloria de Dios en el santuario de su cuerpo (1,14; 2,21). La gloria-amor de Dios es el Espíritu que ahora les comunica (17,22), los ríos de agua viva que habían de brotar de Jesús, nuevo templo (7,37-39).

Viendo las señales de su cuerpo, pueden dar fe los discípulos al texto de la Escritura: La pasión por tu casa me consumirá (2,17); al recibir la efusión del Espíritu, reconocen en Jesús el nuevo santuario de Dios (2,19.21s).

El Espíritu es, al mismo tiempo, el vino del amor que inaugura la nueva alianza; él da a los discípulos la experiencia de Dios como Padre, llevándolos al conocimiento que es la vida definitiva (17,2-3). Por asimilar a Jesús, es la Ley de la nueva alianza (7,37b-38 Lect.).

Toda esta temática se encuentra en el contexto de la misión. Para ella había pedido Jesús al Padre que consagrase a los discípulos con la verdad, que es su mensaje (17,17s). Es el Espíritu Santo (= el que consagra, 14,25-26 Lect.) el Espíritu de la verdad, el mensaje del amor, la unción con que el Padre los consagra. Por ser la misma misión de Jesús, necesitan el Espíritu que los identifique con él. La de Jesús nacía de su consagración con el Espíritu (10,36; cf. 1,32s), así la de los discípulos: movidos por su dinamismo se entregarán como Jesús a la obra de Dios en favor del hombre (9,4).

El Espíritu es la savia de la vid, que los identifica con Jesús, les enseña recordándoles su mensaje (14,26) y los mantiene en su amor (15,4.9). Se constituye así la comunidad mesiánica (15,1 Lect.), por el amor recibido de su plenitud y que responde al suyo (1,16). La vida que les comunica debe producir fruto (15,5.8.16). En el contexto de la misión, el Espíritu es el valedor que Jesús envía a los suyos (16,7). Él les dará seguridad frente al mundo, haciéndoles conocer que Jesús está con el Padre y que <<el jefe del mundo este>> ha recibido su sentencia (16,10s).

Jn 20,21

 Les dijo de nuevo: <<Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os mando yo también a vosotros>>.

Para introducir la misión, repite Jesús su saludo. Con el primero pretendía liberar del miedo a los discípulos, asegurándoles su victoria. Ahora, esa seguridad y valentía deberá acompañarlos en la misión que comienza. La suya es paz presente y para el futuro, en medio de las dificultades de la labor en el mundo.

La misión es tan esencial a los discípulos que la elección de Jesús estaba en función de ella: Os elegí yo a vosotros y os destiné a que os marchéis, produzcáis fruto y vuestro fruto dure (15,16). La misión igual a la de Jesús había sido anunciada en 17,18: Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo. Será la misión de los que, estando en medio del mundo, no les pertenecen (17,16). La suya ha consistido en dar testimonio en favor de la verdad (18,37), manifestando con sus obras (5,36; 10,25.38) la persona del Padre (10,30; 17,6) y su amor a los hombres (17,1.4: la gloria). Toca a los discípulos realizar las obras del que lo envió (9,4), producir fruto unidos a él (15,5).

La misión ha de ser cumplida como él la cumplió: demostrando el amor hasta el final que simbolizan las manos y el costado. Ellos van a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18) y que pensará rendir homenaje a su Dios cuando les dé muerte (16,2). Ahora pueden ir a la misión sin temor alguno (12,25), dispuestos a morir para dar mucho fruto (12,24).

Jn 20,20b

 <<Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor>>.

El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado: Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría (16,20); cuando aparezca entre vosotros os alegraréis y vuestra alegría no os la quitará nadie (16,22). Ha comenzado la fiesta de la nueva Pascua con la alegría del nacimiento del Hombre (16,21), que da principio a la creación definitiva. Las manos y el costado recuerdan al mismo tiempo el dolor del parto y su fruto: el Hombre-Dios.

Jn 20,20a

 <<Y dicho esto les mostró las manos y el costado>>.

Jesús muestra a los discípulos los signos de su amor y su victoria. Equivale este gesto a las palabras que les dirigió cuando lo abandonaron: Soy yo, no tengáis miedo (6,20). Jesús se les da a conocer como el que les demuestra su amor hasta la muerte; tal era su identidad en aquella ocasión y sigue siéndola (13,1: él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el extremo). Por ellos ha entregado su vida y la ha recobrado (10,18).

El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Les asegura así que las palabras de paz que les ha dirigido son verdaderas. Si tenían miedo a la muerte que podían infligirles <<los Judíos>>, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él les comunica. La mención del costado prepara el don del Espíritu (20,22), simbolizado por el agua que salió de él (19,34).

Al mostrarles las señales de su muerte, se les manifiesta Jesús como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, que ha sido inmolado y cuya sangre, en esta noche de su éxodo, los librará definitivamente de la muerte (Éx 12,12: <<Esa noche atravesaré todo el territorio egipcio ... La sangre será vuestra contraseña en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora>>).

Es el Cordero preparado para ser comido esta noche (Éx 12,8: <<Esa noche comeréis la carne>>); la carne y la sangre de Jesús han quedado preparadas en la cruz, para que los suyos puedan asimilarse a él.

La permanencia de las señales en las manos y el costado indica la permanencia de su amor; se perpetúa la escena de la cruz; Jesús será para siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua.

Lo que el discípulo describió en el Calvario como un signo a la vista del mundo entero, el Hombre levantado en alto del que fluía la vida, se propone aquí ahora como experiencia de Jesús en el ámbito de la comunidad.

Es curioso que el evangelista menciona las manos, de las que nada había dicho en las escenas de la crucifixión. En el decurso del evangelio se ha afirmado que el Padre lo ha puesto todo en las manos de Jesús (3,35; 13,3) y que nadie podría arrebatar a las ovejas de su mano, como tampoco de la del padre (10,28s). Éstas son las manos que dan seguridad a los discípulos, las que representan la potencia de Jesús que los defiende; las manos libres, signo de su victoria y de su actividad; las que tienen plena disposición de todo, porque todo lo ha puesto el Padre en ellas. El costado, que había sido traspasado por la lanza, es la muestra de su amor sin límite; son sus manos las que han de llevar a cabo la obra de ese amor.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Jn 20,19b

 llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: <<Paz con vosotros>>.

En esta situación se presenta Jesús, como lo había prometido: No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros (14,18); Dentro de poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis (14,19; cf. 16,18ss). Es el Señor que viene a liberar a los suyos (cf. Dt 7,21: <<No les tengas miedo, que está en medio de ti el Señor, tu Dios>>).

Jesús aparece en el centro de su comunidad, porque él es para ella la fuente de la vida, el punto de referencia, el factor de unidad, la vid en la que se insertan los sarmientos (15,5), el lugar donde brilla la gloria que ellos contemplan (1,14; 17,24), el santuario de Dios que los acompaña en su camino (2,19). La comunidad cristiana está centrada en Jesús y solamente en él.

La construcción de la frase muestra el modo como Jesús se hace presente. No recorre el espacio desde la puerta, su presencia se efectúa directamente en el centro del grupo.

Los saluda deseándoles la paz, como había hecho en su despedida: <<Paz>> es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo ... me marcho para volver con vosotros (14,27s). También quiso Jesús que el anuncio de su victoria sobre el mundo infundiese paz a los suyos: Os voy a decir esto para que, unidos a mí, tengáis paz: en medio del mundo tenéis apuros, pero, ánimo, que yo he vencido al mundo (16,33). A ellos, que por el miedo han perdido la paz, se la confirma: es el saludo del que ha vencido al mundo y a la muerte.

Este saludo de Jesús significa para los discípulos el encuentro con él, correspondiente al que ha tenido con María en el huerto. Allí, su voz (20,16: María) provocó el reconocimiento, calmando la angustia de María; ahora, su saludo de paz recuerda a los discípulos su presencia en medio de ellos (14,27s) y su victoria (16,33), eliminando el miedo y la incertidumbre.

En la perícopa anterior, el encuentro se verifica al término de una búsqueda, más en consonancia con el tema nupcial; aquí se debe a la iniciativa de Jesús, el Señor que viene a estar con los suyos. Al huerto-jardín, lugar del amor, corresponde aquí el local cerrado, lugar que delimita el espacio de la comunidad en medio del mundo hostil (cf. 20,26).

Jn 20,19a

 <<Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos>>.

Es el mismo día en que comienza la nueva creación y, con ella, la nueva alianza; esta misma realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua, con alusión al éxodo del Mesías. Corresponden así las dos manifestaciones de Jesús, a María Magdalena y a los discípulos, a los dos aspectos de la cruz: la creación terminada y alianza hecha (19,28-30) y la preparación de la Pascua (19,31-42). El enlace de las dos manifestaciones por el encargo de Jesús a Magdalena (20,18) muestra la unión entre uno y otro aspecto: la Pascua de la nueva alianza, que libera a la humanidad de la esclavitud, el pecado del mundo, se realiza completando con el Espíritu la creación del hombre y llevándolo así a su plena estatura humana (20,22).

El artículo que determina a <<los discípulos>> (20,19.20) es marca de totalidad: como antes María Magdalena representaba a la comunidad, ahora <<los discípulos>> incluyen a todos los que dan su adhesión a Jesús. Nótese la ausencia en esta perícopa de todo nombre propio y de toda limitación.

La situación en que se encuentran los discípulos: con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes judíos, muestra su desamparo en medio de un ambiente hostil. El miedo denota su inseguridad. No tienen experiencia de Jesús vivo; están aún en la situación descrita por él en 16,16: Dentro de poco dejaréis de verme, pero aún no se ha verificado la promesa: pero un poco más tarde me veréis aparecer.

Las puertas cerradas aluden de nuevo (20,10 Lect.) al texto de Is 26,20s: <<Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera. Porque el Señor va a salir de su morada>>.

Como el antiguo Israel, los discípulos, que habían comenzado su éxodo siguiendo a Jesús, se encuentran atemorizados ante el poder enemigo (cf. Éx 14,10).  Pero están en la noche (Ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42: Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto; cf. Dt 16,1 LXX: te sacó de Egipto de noche el Señor tu Dios).

La determinación temporal <<al anochecer>> se encontraba en 6,16, cuando los discípulos se marcharon abandonando a Jesús, que había rechazado la realeza que ellos pretendían conferirle. Aquel episodio anticipaba el desánimo producido en ellos por la muerte de Jesús, que ha manifestado en la cruz su verdadera realeza, rechazando toda pretensión de poder. Como en aquella ocasión (619-20 Lect.), se presentará Jesús para recuperar a los suyos y evitar que se pierdan (17,12; 18,9).

La expresión por miedo a los dirigentes se ha encontrado en dos pasajes anteriores: en 7,13, donde el temor impedía a la multitud hablar abiertamente sobre Jesús, y en 19,38, donde el miedo hacía de José de Arimatea un discípulo clandestino. Ésta es la situación en que se encuentra la comunidad: atemorizada, oculta, sin valor para pronunciarse públicamente en favor del injustamente condenado.

El mensaje de María Magdalena no los ha liberado aún del miedo. No basta saber que Jesús ha resucitado; sólo su presencia misma puede dar la seguridad y la alegría en medio de la hostilidad del mundo.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...