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domingo, 17 de octubre de 2021

Jn 3,22 -- 4,3

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  • Jn 3,26a
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  • Jn 3,36a
  • Jn 3,36b
  • Jn 3,36c
  • Jn 4,1
  • Jn 4,2
  • Jn 4,3
  • Jesús bautiza (22) o hace bautizar a sus discípulos (4,1), mostrando así su acuerdo con el movimiento contestatario comenzado por Juan Bautista (1,28). Éste ha tenido que cambiar de lugar, ya ha comenzado la persecución contra él (23). Se quiere absolutizar a Juan Bautista; aunque él se presentaba sólo como precursor (1,6-8.15.26.30), sus discípulos pretenden oponerlo a Jesús (26); Juan reafirma su misión y manifiesta su gozo por el éxito del Mesías-Esposo (27-30).
  • Lo ocurrido con Juan ha sido la tónica general del judaísmo: se había dado valor permanente a los enviados de Dios en el AT, en particular a Moisés. Ellos y su mensaje no se consideraban anuncio y preparación del Mesías, sino término en sí mismos.
  • Sin nombrarla, se considera la figura de Moisés, el primero de los enviados (31), cuya Ley, tenida por definitiva, se convierte en obstáculo para aceptar al Mesías-Hijo, que propone las verdaderas exigencias/mandamientos de Dios (33-34), las que comunicaban el Espíritu. Jesús no es un profeta más, sino el Hijo. El Hombre-Dios no puede ser alineado con los que lo han precedido en la historia de Israel (35). Quien no lo acepta se niega a entrar en la zona de la vida/amor, queda en la zona de la muerte, contraria al Dios de la vida (35-36). El éxito de Jesús, mayor que el de Juan, provoca los recelos del partido fariseo. Judea no acepta a Jesús (cf 1,11) (4,1-3).
  • Síntesis: Ha terminado el régimen contractual de la Ley para dar paso a la relación recíproca de amor entre el hombre y Dios. La presencia inmediata de Dios en Jesús hace innecesaria cualquier clase de mediación o de intermediario. Se habían creado instituciones que tenían por objetivo servir de cauce a la comunicación con Dios. Han caducado, pero se niegan a desaparecer, revelando así su perversión: se han constituido fin en sí mismas.

Jn 3,36c

 no, la reprobación de Dios queda sobre él.

La reprobación o ira de Dios pesa sobre la tiniebla que combate la luz divina de la vida (1,5). El amor de Dios a la humanidad se ha mostrado en Jesús, dando a todos y a cada uno la posibilidad de salir de la muerte por medio de una opción personal en favor de la luz (3,16-21).

Jesús, el portador del Espíritu (1,32), crea la zona de la vida, del amor de Dios. A ella se opone la zona de la muerte (1,5: la tiniebla). Pero Dios no es indiferente ante la entidad maligna que se opone a su amor por el hombre: sobre ella pesa su reprobación y su ira. Existen, por tanto, dos ámbitos. Quienes desprecian el ofrecimiento de Dios y voluntariamente se quedan en el ámbito de la muerte (3,19; 1,29: el pecado del mundo), permanecen bajo el peso de la reprobación. Dios, que es vida, odia la muerte.

El fin de la perícopa coincide con el fin de la estancia de Jesús en Judea, donde ha sido rechazado (cf. 2,18; 3,10; 4,1-3.44). Termina con una nota de amenaza: el rechazo de Jesús tendrá para los suyos consecuencias desastrosas (8,21.23). Su institución explotadora (2,13ss) no acepta la novedad del Mesías y, contra el plan de Dios, se empeña en considerarse definitiva. Voluntariamente se ha situado en el ámbito de la tiniebla-muerte (3,19).

Jn 3,36b

 quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida.

Para el que ha conocido a Jesús no hay término medio entre darle su adhesión o volverle la espalda. Pero, siendo el Hijo el único dador de vida, quien no se adhiere a él no tendrá ni lejana experiencia de lo que ésta significa.

Sigue el contraste con Moisés, que no era Hijo, sino siervo en la casa de Dios (cf. Nm 12,7: mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos). La vida se obtiene solamente por la fe en Jesús; los que piensan obtenerla por su adhesión a Moisés se engañan (5,45-47). Y los que se niegan a escuchar al Hijo desprecian al Padre (5,23).

Jn 3,36a

 quien presta adhesión al Hijo posee vida definitiva.

Aceptar el testimonio de Jesús comporta adherirse a él en su calidad de Hijo único de Dios (3,18). Él, a quien el Padre ha puesto todo en la mano, puede disponer de la vida como el Padre mismo (5,26) y la comunica, cumpliendo así el designio del Padre (6,40; 17,2). La vida procede del Espíritu, que hace nacer de nuevo (3,6-7), y con el cual ha de bautizar Jesús (1,33).

Jn 3,35

 El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos.

Jesús no es un profeta más, es el Hijo (3,17 Lect.); el Hombre-Dios no puede ser alineado con los que lo han precedido en la historia de Israel. No es el más excelente de una serie de iguales; pertenece a una categoría única (1,14.18: 3,16: Hijo único; 1,34.49: Hijo de Dios; 3,18: Hijo único de Dios).

Por ser Hijo, procede de Dios y es objeto de su amor. Él es el heredero universal del Padre, y, en consecuencia, tiene plena disposición sobre todo.

Jn 3,34

 y es que el enviado de Dios propone las exigencia de Dios, dado que comunican el Espíritu sin medida.

La lealtad de Dios, su fidelidad a sus promesas, anunciadas por la antigua Escritura, se verifica a través de su enviado. Éste expone las exigencias de Dios, que sustituyen las de la antigua Ley; las verdaderas exigencias divinas no se reducen a palabras, sino que comunican el Espíritu.

Para el que acepta las exigencias de Jesús, la recepción del Espíritu no está limitada al momento de nacer de nuevo; la práctica de ellas va comunicándolo continuamente y sin límite alguno. Cuanto mayor es la respuesta del hombre en el amor a los demás, mayor es la efusión del Espíritu sobre él, que lo va realizando como hijo de Dios (1,12; 10,18 Lect.). Aquí está la diferencia entre el pasado y el presente. No solamente las exigencias antiguas no reflejaban el ser de Dios, por no proceder de un conocimiento directo de él, sino que, además, quedaban en mera norma externa. Se describe la experiencia de la comunidad; la práctica de las exigencias de Jesús comunica un dinamismo vital, el Espíritu (6,63.68). Es a partir de esa experiencia como llega a conocer que son exigencias de Dios y que Jesús es su enviado. Es, por tanto, la vida experimentada la que lleva al conocimiento de la verdad; el testimonio de Jesús (3,32) no es un testimonio externo, sino que el creyente lo escucha dentro de sí: es el testimonio del Espíritu.

Jn 3,33

 Quien acepta su testimonio pone su sello, declarando: <<Dios es leal>>.

Aunque los que están con la Ley no aceptan el testimonio, otros lo hacen y éstos ratifican la lealtad de Dios.

La acumulación de términos pertenecientes al campo semántico contractual: dar / aceptar el testimonio, poner el sello ( cf. Jr 32,10.11.35.44) y la afirmación de la lealtad, subrayan el tema de la alianza / pacto. Los contrayentes son Dios y el hombre, por medio de Jesús, que declara lo que ha visto y oído; él hace la propuesta en nombre de Dios, ofreciendo vida definitiva, mediante el Espíritu (cf. 3,34). La única voz acreditada para hablar en nombre de Dios es la de Jesús, por ser la del Hijo, heredero y poseedor de toda la riqueza del Padre, su misma presencia (1,14: la gloria; cf. 1,18; 3,35).

La experiencia de vida comunicada por el Espíritu es la que hace que el hombre conozca la fidelidad de Dios a su pacto y selle definitivamente su alianza.

Pone su sello afirmando la lealtad de Dios, que es la expresión de su amor con obras. Quien acepta el testimonio tiene evidencia de la obra de Dios en sí mismo, experimenta el cumplimiento de su promesa. Ser fiel / leal era una de las cualidades características de Dios en el AT (Éx 34,6; Nm 14,18; Sal 86,15; 103,8; Is 65,16: veraz / fiel). Al comunicar la vida manifiesta su lealtad a sus promesas y al hombre.

A dos alianzas diversas (1,17) corresponden dos tipos distintos de relación con Dios. La primera, fundada en la Ley, establecía una relación mediata, la de siervo-Señor, produciendo la conciencia de culpabilidad y la necesidad de una purificación nunca alcanzada (cf. 2,6). En la segunda, fundada sobre el amor leal, la relación es inmediata, interpersonal, y se describe en términos de amor, como de esposo-esposa o de Padre-hijo; su característica es la fidelidad / lealtad.

Jn 3,32b

 pero su testimonio nadie lo acepta.

Dada la contraposición hecha entre Jesús y Moisés, esta frase se refiere a los que se niegan a aceptar la superación de la Ley y rechazan a Jesús. Éste reclutaba numerosos adeptos entre el pueblo (3,26; 4,1); pero entre los aferrados a la Ley mosaica eran raros, prácticamente ninguno, los que aceptaban la nueva manifestación de Dios en él. La frase, hiperbólica, está en paralelo con otras afirmaciones de Jn (1,10: el mundo no lo reconoció; 1,11: los suyos no lo acogieron; 3,11: nuestro testimonio no lo aceptáis; 3,19: los hombres han preferido la tiniebla a la luz).

El testimonio de Jesús declara lo que ha visto y oído personalmente. Esta frase recuerda la pronunciada en el diálogo con Nicodemo (3,11: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero nuestro testimonio no lo aceptáis). Esto confirma que Jn expone de nuevo la cerrazón de los adictos a la Ley frente al testimonio cristiano.

Jn 3, 31c-32a

 el que viene del cielo, de lo que ha visto personalmente y ha oído, de eso da testimonio.

Se subraya el contraste con Moisés. Sus palabras, su Ley, no respondían a una experiencia personal e inmediata de Dios (1,18: A la divinidad nadie la ha visto nunca). Era sólo mediador de la alianza, que hablaba de oídas (Éx 33,19; 34,6s), porque no pudo ver la gloria de Dios, su rostro (Éx 33,18-23). Jesús, por el contrario, está de cara al Padre (1,18). Por eso no <<habla>>, como Moisés; por ser <<el Hijo>>, da testimonio de su propia experiencia.

A la alianza fundada en la Ley de Moisés va a corresponder la fundada en el testimonio del Hijo. Habrá, sin embargo, otra diferencia: el Hijo no viene a ser el mediador de una nueva alianza, sino a realizarla, puesto que él es el Esposo (3,29; cf. 1,15.27.30; 2,1ss), tomando el puesto de Dios mismo-

La frase El que viene del cielo está en paralelo con El que ha bajado del cielo (3,13) y con la de Juan Bautista: Si no se le concede del cielo (3,27). Todas hacen alusión a la bajada del Espíritu (1,32). Por eso el testimonio de Jesús transmite una experiencia directa. Sólo él puede comunicar lo que ha visto personalmente y oído, formular la voluntad cierta y completa de Dios (3,11). La manifestación de Dios que en él tiene lugar sobresee todas las anteriores.

Jn 3,31b

 El que es de la tierra, de la tierra es y desde la tierra habla.

Después del principio general establecido anteriormente, se hace la oposición entre el que es de la tierra y el que viene del cielo. <<Ser de la tierra>> no significa no haber tenido encargo divino, pues tanto Moisés como Juan Bautista lo tuvieron (Éx 3,10; Jn 1,6) y de modo parecido los demás profetas (Is 6,8; Jr 7,4-10, etc.), sino la provisionalidad de ese encargo, lo incompleto de su mensaje, limitado por un horizonte terreno (desde la tierra habla).

<<Ser de la tierra>> connota la ausencia de conocimiento inmediato de Dios, que caracteriza la época anterior a Jesús (1,18). Sólo un Hijo puede conocer a Dios, que es Padre, y Jesús es el Hijo único, el primogénito de los hijos de Dios (3,18). Todo intermediario entre Dios y el pueblo había transmitido mensajes apoyados más en su experiencia del mundo (de la tierra es y desde la tierra habla) que en la de Dios mismo.

Jn 3,31a

 El que viene de arriba está por encima de todos.

La oposición que se establece en este párrafo no contrapone a Jesús meramente con Juan Bautista, sino con todos, es decir, con todos los enviados de Dios anteriores a Jesús, que, de hecho, no venían de arriba. Reaparece el contraste insinuado en el prólogo entre la Palabra primordial y creadora y <<las palabras>> de la Ley y de los profetas (1,1a Lect.). Toda otra palabra había sido de la tierra. Jesús, el Mesías (3,28), está por encima de todos los personajes que hablaron de parte de Dios en el AT, cuyo último representante ha sido Juan Bautista (1,6). Éste ha afirmado la superioridad de Jesús sobre él mismo (1,15. 27.30; 3,29s); la afirmación se extiende ahora a toda la serie de profetas comenzando por Moisés, su prototipo (Dt 18,15.17-18: <<Un profeta de los tuyos, de tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios; a él le escucharéis... El Señor me respondió: Tienes razón. Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mandé>>; Jn 5,46: <<de mí escribió él>>). Al llegar el cumplimiento, la antigua alianza pierde su validez (2,1-11) y, con ella, la Escritura en cuanto palabra de Dios que reclamaba la fidelidad a aquella alianza. Su marco desaparece, su mensaje queda relativizado.

Va a inaugurarse la alianza nueva, ya prevista por Jr 31,31ss (1,17 Lect.).

sábado, 16 de octubre de 2021

Jn 3,30

 <<A él le toca crecer, a mí menguar>>.

En el contexto nupcial creado por la metáfora del esposo, el verbo <<crecer>> alude a la bendición dada por Dios al hombre en Gn 1,28: <<Creced, multiplicaos>>, indicando la fecundidad de la alianza inaugurada por el Mesías (cf. Gn 35,11, bendición de Dios a Jacob/Israel).

Consciente de lo provisional de su misión, Juan manifiesta que su destino es ir desapareciendo, en contraposición al de Jesús, que es ir creciendo. Por un momento han coexistido Juan, el último eslabón de la serie de los profetas, y Jesús, el que va a cumplir las profecías. La misión de Juan ha terminado, y con ella la de las antiguas Escrituras, en cuanto daban testimonio de Jesús (5,39), lo mismo que van a desaparecer la antigua alianza (2,1-11), el antiguo templo (2,19) y la Ley (3,2-3).

Mientras Jesús enviará a sus discípulos a continuar su misión y producir fruto (15,16; 17,18; 20,21), la de Juan no tendrá continuadores.

Superioridad del Mesías-Hijo sobre Moisés, el primero y  prototipo de los intermediarios de la antigua alianza.

La mención del Mesías (fundador del nuevo pueblo, conductor en el nuevo éxodo) Esposo (inaugurador de la nueva alianza) lleva a la figura de Moisés, líder del primer éxodo, mediador de la antigua alianza. También la voz del esposo, que oye Juan con alegría (3,29), recuerda otra voz que no cesa de oírse, la del que habla desde la tierra porque es de la tierra (3,31). Es la voz de la Ley, promulgada y transmitida por Moisés.

No era ésta la única voz que resonó en el AT. Era el mensaje profético el que había fundado la gran esperanza del futuro. Sin embargo, en esta perícopa se consideran solamente los dos extremos de la serie: Juan Bautista y Moisés. De hecho, para la institución, la promesa se ha olvidado y la voz de los profetas ha cesado (8,52.53: Abrahán murió y los profetas también); sólo queda la voz de Moisés, el maestro de Israel (9,28s: nosotros somos discípulos de Moisés, el maestro de Israel (9,28s: nosotros somos discípulos de Moisés, a nosotros nos consta que a Moisés le estuvo hablando Dios; cf. 3,10; 1,45).

Prosigue, por tanto, la oposición entre Jesús y Moisés que aparecía en el prólogo (1,17: porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías). Allí se comparaban dos alianzas, y aquí, por la mención del Mesías-Esposo, ha surgido el mismo tema. Desde ahora, será la nueva voz la única que tenga derecho a dejarse oír. La suya es la voz del Espíritu (3,8), pero existe una voz de la <<carne>> que todavía resuena, la de Moisés en la Ley absolutizada (3,5-6 Lect.).

A pesar de la clara alusión, no se nombra a Moisés. De hecho, su figura, en boca de Jesús, es positiva, como anunciador de la salvación mesiánica (5,46; 7,22.23); está en favor de él y en contra de sus adversarios (5,45; cf. 7,19); sus acciones fueron tipo de la de Jesús (3,14; cf. 6,32). No es, por tanto, el verdadero Moisés quien crea obstáculo para adherirse al Mesías, sino el Moisés oficial, considerado como el legislador y maestro último y definitivo.

GÉNESIS. CAPÍTULO 1.

GÉNESIS. CAPÍTULO 35.

Jn 3,29c

 <<Por eso, ésta mi alegría ha llegado a su colmo>>.

En su último testimonio sobre Jesús, Juan afirma la alegría que lo llena. Él no buscaba su gloria, no se alza como rival de Jesús; percibe con gozo la voz que toma el puesto de la suya. Su testimonio ya no es promesa, sino constatación, y de ella procede su alegría, que es total, pues el cumplimiento es pleno, y Juan ha sido testigo de ello (1,34).

Abrahán, origen del pueblo y primer portador de las promesas, vio en lontananza el día del Mesías, descendiente suyo, cuando habrían de cumplirse, y se alegró (8,56). Ahora que ese día está presente, Juan escucha la voz del Mesías-Esposo y su alegría es completa. La figura del Mesías, manteniendo viva la esperanza, causaba la alegría en la alianza antigua, que demostraba así su carácter provisional. En la comunidad cristiana será Jesús Mesías el realizador de la esperanza y la fuente de la alegría (15,11; 17,13).

Jn 3,29b

 <<y el amigo del esposo, que se mantiene a su lado y lo oye, siente gran alegría por la voz del esposo>>.

Juan se define a sí mismo como el amigo del esposo, es decir, como el encargado de tenerlo todo a punto para la boda, de cuidar de la marcha del festejo y de preparar a la novia.

Es clara en este versículo la alusión a los textos de Jr 7,34: 16,9; 25,10; 33,10s. En los tres primeros se expresa la amenaza de Dios: <<Haré cesar en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia, porque el país será un desierto>>. Después de esta desolación, el profeta anuncia la época futura de la restauración: <<En las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, ahora desoladas, sin hombres ni ganado, todavía se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia>> (33,10s). En Caná, la antigua alianza, no se oyó la voz del esposo ni la de la esposa. Ahora, en cambio, escucha ya Juan la voz del esposo ni la de la esposa. Ahora, en cambio, escucha ya Juan la voz del esposo anunciado por él (1,27), y que es, por tanto, la señal de la restauración definitiva, de la alianza nueva; de ahí su alegría.

Todavía no se oye la voz de la esposa: los que se adhieren a Jesús no han recibido aún el Espíritu, que manará de su costado abierto (7,39; 19,34). Sólo cuando comience el nuevo día, el de la nueva creación, a la voz de Jesús responderá la de la esposa, María Magdalena (20,16 Lect.), figura de la comunidad cristiana.

Juan ha reconocido la voz y la identifica. Nicodemo, en cambio, fariseo y jefe, hombre del régimen, no la percibía como tal; la voz del Espíritu era para él un ruido de viento (3,8 Lect.). Pero Juan está fuera de las instituciones; es más, las autoridades lo consideran una figura sospechosa (1,19ss) y acabará en la cárcel (3,24); él puede reconocer la voz del Espíritu, que se oye en la de Jesús.

El grupo de discípulos ha querido apartar a Juan de su misión precursora. Él, en cambio, no ha perdido nunca la conciencia de ella y con ejemplar fidelidad renuncia al papel de protagonista que quieren imponerle. Entre el rechazo de las instituciones (2,18; 3,12) y la incomprensión de muchos (2,23s), se mantiene al lado de Jesús. La voz del Esposo que llega a Juan es la de sus señales, que revelan su presencia y lo hacen reconocible.

Juan se había definido como una voz que grita desde el desierto (1,23); ahora su voz va a apagarse, pues oye la del Mesías. De hecho, su actividad ha consistido en dar testimonio; su voz ha enlazado con la de los antiguos profetas (1,23: Isaías), pero anunciando ya la presencia del Mesías (1,26). La alusión a Jeremías (la voz del esposo) muestra que ha terminado la preparación: la era de los profetas anunciadores del futuro queda clausurada con la llegada del Mesías esperado, Juan es el último enviado de Dios, que habla ya del presente. Su voz va a callarse, y con ella la de todos los profetas. No hay que volver a ellos para conocer los oráculos de Dios. Habla ya aquel que conoce a Dios personalmente (1,18) y transmite exactamente su mensaje (8,26.28; 12,50).

JEREMÍAS. CAPÍTULO 7.

JEREMÍAS. CAPÍTULO 16.

JEREMÍAS. CAPÍTULO 25.

JEREMÍAS. CAPÍTULO 33.


Jn 3,29a

<<El que se lleva a la esposa es el esposo>>

La esposa es figura del pueblo, según las imágenes usadas por los profetas (Is 62,4; Jr 2,2; 3,20; Os 2,21). (2,1 Lect.). Consecuencia del principio enunciado antes (3.27: Nadie puede apropiarse cosa alguna si no se le concede desde el cielo), si Jesús se lleva a la esposa, es porque está consagrado Mesías (1,33: el Espíritu permanece sobre Jesús como la unción mesiánica): hay que reconocerlo como el Esposo. Se está verificando lo que Juan había anunciado en varias ocasiones (1,15.27.30). Nueva alusión a Caná, boda de la antigua alianza, que iba a ser sustituida. Lo anticipado allí por la señal de Jesús es lo que ahora percibe Juan. El Esposo está presente, la verdadera boda va a comenzar; se le llamará después <<el Hijo>> (3,35s). <<El rey>> es apelativo del esposo en el Cantar (1,4.12; 3,9.11); corresponde a <<el Mesías>>, quien, por ser tal, es el Hijo de Sios (Sal 2,7). Estos títulos evocan numerosos pasajes del AT, que permiten el desarrollo siguiente.

ISAÍAS III. CAPÍTULO 62.

JEREMÍAS. CAPÍTULO 2.

JEREMÍAS. CAPÍTULO 3.

OSEAS. CAPÍTULO 2.

 CANTAR DE LOS CANTARES. CAPÍTULO 1.

CANTAR DE LOS CANTARES. CAPÍTULO 3.

martes, 12 de octubre de 2021

Jn 3,28

 <<Vosotros mismos me sois testigos de que dije que no soy yo el Mesías, sino que me han enviado delante de él>>.

Juan no ha cambiado nunca sus testimonio; desde el primer día hasta ahora siempre ha rechazado ser tenido por el Mesías (1,20.25); por el contrario, ha sido explícito en recalcar su misión de precursor, de preparador (1,23). No es él, por tanto, el salvador; ese papel le toca al anunciado por él.

Jn 3,27

 Replicó Juan: <<Nadie puede apropiarse cosa alguna si no se le concede del cielo>>.

Reacción de Juan: lo que sucede con Jesús es designio divino. El principio que cita se aplica también a él mismo: él no tiene derecho a llevarse nada, pues no le ha sido concedido del cielo. La expresión <<del cielo>> pone este dicho en relación con la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,32: He contemplado al Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo, y se quedó sobre él). Atribuye Juan la misión de Jesús como Esposo a la bajada del Espíritu, su investidura mesiánica, por la cual lo había reconocido como el Hijo de Dios (1,34). Sólo el que posee el Espíritu puede atribuirse este título. Recuérdese que nunca se menciona el agua en relación con el bautismo de Jesús, mientras se insiste en ella a propósito del bautismo de Juan (1,26.31.33; 3,23). El bautismo propio del Mesías será el del Espíritu (1,33), y Juan prevé que los que se adhieren a Jesús han de recibirlo. Él, que no ha recibido el don del cielo, no puede pretender comunicar el Espíritu (cf. 3,34).

Juan reafirma, pues, su misión de precursor (1,22s): él ha venido para dar testimonio de la luz (1,7). El autor pone en contraste la fidelidad de Juan al encargo recibido con la obstinación de sus discípulos, que se empeñan en considerarlo el personaje definitivo. El evangelista refleja probablemente en todo este pasaje una situación posterior. Existen grupos en su tiempo que se aferran a la figura de Juan y que ven en Jesús un rival que ha suplantado al que tenía el derecho. Es un conflicto de atribuciones mesiánicas: los seguidores de Juan ven a él al Mesías. De ahí la insistencia en la pureza del testimonio de Juan.

Jn 3,26c

 <<resulta que ése está bautizando y todos acuden a él>>.

Se describen de modo diferente la actividad de Juan y la de Jesús. Acerca de la primera se decía que la gente se presentaba y se bautizaba (3,23), sin indicar la intención del bautismo ni el término adonde llevaba. La de Jesús la describen los discípulos de Juan en orden inverso: mencionan primero el hecho de que Jesús está bautizando y añaden luego que todos se acercan/acuden a él (cf. 4,1). Este acudir personalmente a él indica que su bautismo terminaba en una adhesión a su persona, que de alguna manera creían en él (cf. 6,35). Mientras Juan anunciaba solamente una esperanza, la gente encuentra en Jesús no sólo la ruptura (bautismo), sino también la persona a quien seguir después. El movimiento de adhesión a Jesús es general (todos). Los discípulos de Juan están perplejos y molestos ante esta realidad.

Este significado de adhesión personal a Jesús que tiene su bautismo es lo que hace que el autor señale en un principio que Jesús bautizaba (3,22.26; 4,1). Quería establecer claramente el paralelo y la oposición entre dos bautismos, el de Jesús y el de Juan (3,22-23). De ahí que las primeras veces atribuya el bautismo a Jesús, término de la adhesión (3,22.26); luego puede ya, sin peligro de equívocos, precisar que no lo hacía personalmente (4,2).

Jn 3,26b

 <<el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú, diste testimonio>>.

Le hablan de Jesús, pero sin nombrarlo: al contrario, usan un tono despectivo: el que ... de quien ... ése ... La primera frase pone a Jesús en la misma categoría de Juan o, más bien, lo subordina, pues Juan queda como centro (el que estaba contigo). además, puesto que Juan dio testimonio en su favor y lo dio a conocer (1,34), juzgan que Jesús es deudor a Juan de su fama. Se indignan de que ése, que lo debe todo a Juan, se haya puesto a bautizar por su cuenta y se lleve la gente detrás. Consideran esto una competencia desleal, la del favorecido que traiciona a su bienhechor. Estos individuos no habían aceptado o comprendido el testimonio de Juan; se han adherido a él, que era la figura popular. No han tomado en serio sus declaraciones (1,26: yo bautizo con agua; entre vosotros se ha hecho presente... el que llega detrás de mí), no se han dado cuenta de que el pueblo no pertenece a Juan (1,27: y a ése yo no soy quien para desatarle la correa de las sandalias). Como los fariseos (1,25), tampoco ellos saben por qué bautiza Juan. Ahora se muestran alarmados.

Jn 3,26a

 Fueron después adonde estaba Juan y le dijeron: <<Maestro>>.

Como resultado de la discusión, y enterados de la actividad de Jesús, los discípulos, cuya localización no se precisa, van a ver a Juan para informarlo. Se muestran alarmados, considerando a Jesús como un rival de su  maestro, y exponen su amargura o su irritación.

Usan con Juan el tratamiento respetuoso que se daba a los letrados (Rabbí, maestro, cf. 3,2), usado hasta ahora solamente para dirigirse a Jesús: 1,38: dos discípulos; 1,49: Natanael; 33,2: Nicodemo. Éstos, en cambio, consideran a Juan, no a Jesús, como su propio maestro; ya forman un grupo que quiere erigir a Juan en líder.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...