lunes, 30 de noviembre de 2020

Jn 1,4b

 y la vida era la luz del hombre.

Al identificarse con la vida, recibe la luz un sentido metafórico: es la evidencia de la vida, esta misma en cuanto puede conocerse. La vida es la luz, no al contrario. Es decir, no existe para el hombre una luz que no sea el brillo de la vida misma; al ver la luz, lo que se percibe es la vida. Son inseparables: no describe Jn la luz-verdad como algo visible y reconocible anterior a la vida o independiente de ella, es la vida misma la que es visible y reconocible. En otros términos: no afirma que la verdad lleve a la vida, sino que para el hombre la única luz-verdad (artículo exclusivo: <<la luz>>) es el resplandor de la vida.

La luz es, por tanto, la vida en cuanto perceptible. La verdad es la vida misma en cuanto se puede experimentar y formular. La revelación que viene a traer Jesús es la de la vida, que se impone por su evidencia (verdad) y puede ser expresada, al menos por aproximación, por tratarse de una vivencia. De ahí la riqueza de los símbolos en este evangelio; el autor pretende mostrar al lector la luz, es decir, la experiencia de vida, suya y de su comunidad.

La vida, al ser la luz de los hombres, físicamente vivos, adquiere un significado que desborda la mera existencia: es la plenitud de vida (cf. 10,10), la vida definitiva (cf. 3,15), en contraposición con una vida que no merece ese nombre.

La luz del hombre es su orientación y su guía, la que le muestra su meta y lo atrae a ella. Esa luz o perceptibilidad de la vida ha de encontrarse necesariamente en el interior del hombre, es decir, éste lleva dentro un anhelo de plenitud que lo incita a realizarse. Por estar la vida contenida, en el proyecto divino, según el cual el hombre ha sido creado, el anhelo de vida es constitutivo de su ser. El hombre percibe que está destinado a la plenitud y que tal debe ser el objetivo de su existencia y actividad.

El término <<luz>> era uno de los modos ordinarios de designar la Ley de Moisés en el ambiente judío. La Ley como luz es la norma que guía la conducta del hombre. Así Sal 119,105: <<Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero>>; Sab 18,4: <<La luz incorruptible de la Ley>>; Eclo 45,17 (LXX); <<Le confió los mandamientos para que iluminase al pueblo con la Ley>>. En el pasaje de Nm 6,25: <El Señor te muestre su rostro radiante>>, la luz que irradiaba del rostro de Dios se interpretaba como a Ley. Lo mismo en los apócrifos; Apoc. de Baruc 77,16: <<Cuando miráis a la Ley y prestáis atención a la sabiduría, no os falta una luz>>; 59,2: <<En su tiempo (de Moisés) brillaba la luz de la Ley, que vale para siempre, para todos los que estaban en tinieblas>>.

El dicho de Jn la vida era la luz del hombre invierte la concepción rabínica, que enunciaría la frase al revés: la luz (= la Ley) es la vida del hombre. Primero habría que conocer la Ley, como luz y guía, su práctica llevaría a la vida (cf. 7,49). Jn propone exactamente lo contrario: lo que se conoce es la vida misma, y ese conocimiento y experiencia es la luz del hombre, la que guía sus pasos, la que se constituye en norma de su vida y conducta.

Jn, por tanto, con su enunciado, alude de nuevo a la Ley de Moisés, y, en general, al mensaje del AT, ya relativizado al utilizar el término <<la Palabra>>. No es una Ley externa al hombre, es la vida misma como objetivo y experiencia la que lo orienta. El conflicto entre la Ley y la vida como norma del hombre se plantea explícitamente en 5,1ss y 9,1ss (cf. Lect.). Mientras Jesús lo resuelve a favor de la vida, los dirigentes judíos se deciden a favor de la Ley.

Toda la actividad de Jesús con individuos determinados consistirá en una comunicación de vida, como se anuncia en la perícopa programática del hijo del funcionario real (4,46bss). Los episodios siguientes irán explicitando diversos aspectos. Así, el del invitado (5,3ss), el del pan en Galilea (6,1ss), el del ciego de nacimiento (9,1ss), el de Lázaro (11,1ss). La vida precede a la doctrina, a la verdad. Esta, por tanto, no es nunca teórica, sino explicación o defensa de un hecho de vida ya existente.

Aceptar a Jesús es aceptar la vida tal y como se manifiesta en su persona y se expresa en sus obras (1,38 Lect.). La experiencia de esta vida hecha presente y manifestada en Jesús se convierte en norma de toda la actividad del hombre.

El tema vida-luz se desarrollará en la perícopa de Nicodemo, precisamente en relación con la Ley (3,1-21). Allí, el Hombre levantado en alto será presentado como la fuente de la vida definitiva (3,13-15) y en ese sentido es luz (3,19-21), por ser la manifestación del amor gloria de Dios a la humanidad (3,16). En 8,12, Jesús se proclama la luz del mundo, después de haber invitado a recibir el Espíritu-vida que él va a comunicar (7,37-39).

Sabiduría CAPÍTULO 17,1-18,4.

Eclesiástico CAPÍTULO 45.

NÚMEROS. CAPÍTULO 6.

Jn 1,4a

 Ella contenía vida.

El contenido del proyecto divino, y su efecto como palabra, es <<vida>>, la cualidad divina por excelencia, la descripción del ser del Padre (6,57: como a mí me envió el Padre que vive y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí). El núcleo y la finalidad de la obra creadora, la comunicación de vida, colocada en el prólogo del evangelio, hace que todo éste deba leerse en esa clave. De hecho, tal es la misión de Jesús (10,10: yo he venido para que tengan vida y les rebose), comunicar vida al hombre hasta la plenitud (cf. 1,12.13).

Jn 1,3

 Mediante ella existió todo, sin ella no existió cosa alguna de lo que existe.

Resultado de la interpelación de la palabra es la creación del mundo, en particular de la humanidad (1,10: el mundo existió mediante ella, el mundo / la humanidad no la reconoció). El enunciado negativo (sin ella no existió cosa alguna, etc.) elimina toda excepción; nada existe fuera de la voluntad y del proyecto divino, expresado y realizado por su Palabra. No hay dualismo cósmico, ni principio cósmico del mal opuesto y antagonista de Dios. No hay criatura que no sea expresión de Dios ni, por tanto, que sea mala de por sí. Si el mal existe, no se debe a la obra creadora.

Al ser la Palabra la fuerza creadora de todo, funda el origen de todo (1,1: al principio). La enseñanza rabínica, al considerar la Ley como preexistente y divina, la tenía por agente de la creación. Así se lee en Pirqe Abot 5,1: <<El mundo fue creado por diez palabras>> (el decálogo, la Ley propiamente dicha). Juan, en cambio, desde su primera frase, opone la <<Palabra>> a <<las palabras>> de la Ley, disintiendo de esa doctrina. Frente a la Palabra, la Ley, dada por medio de Moisés (1,17), queda relativizada y circunscrita a una época determinada de la historia.

Jn 1,2

 Ella al principio se dirigía a Dios.

Cierra Jn la introducción del prólogo repitiendo la idea anterior, que expresaba la urgencia el amor de Dios, interpelado por su propio proyecto. Vuelve a nombrarse <<Dios>> (en griego con artículo), <<el Padre>>. Nadie toma su puesto (cf. 20,17) por ser él la fuente de la fuerza creadora y de la vida (cf. 14,28b). En 1,1-2, Dios aparece como término pasivo, toda la agentividad corresponde a la Palabra. Ni siquiera Dios la pronuncia, se la presenta dirigiéndose a Dios. Incluso cuando se habla expresamente de la creación (1,3), se sobrentiende que el agente es Dios, pero lo que se acentúa es la acción (dia) de la Palabra. Para Jn, desde la perspectiva del hombre, aparece en primer plano la Palabra, que se encarna en Jesús, ya que sólo a través de él y en él puede el hombre conocer a Dios (1,18).

domingo, 29 de noviembre de 2020

Jn 1,1c

 y la Palabra era Dios.

En este momento del prólogo, la Palabra significa el proyecto formulado, aún no llegado a ejecución. La frase puede traducirse, por tanto, también de esta manera: y un Dios era el proyecto. El designio de Dios consiste en que el hombre sea la expresión de su misma realidad divina. Cuando se pronuncie en la historia como palabra eficaz y se realice su proyecto, existirá el hombre-Dios.

En el prólogo, Jn evita cuidadosamente el uso del verbo <<hacer / crear>> (poieô), pues un ser divino no puede ser creado; la metáfora que usa es la de <<nacer / engendrar>> (1,13.18), que indica comunicación de la vida propia del que engendra (Dios). La vida divina que se comunica se designará como <<gloria / amor y lealtad>> (1,14), <<el Espíritu>> (1,32s, que será su presencia en él, cf. 4,24). Jesús será la plena realización del proyecto (1,14)  por eso será el Dios engendrado (1,18). A través de él y participando de su plenitud (1,16), los hombres podrán <<nacer de Dios>> (1,13), por el don del Espíritu (1,33), y estarán así capacitados para <<hacerse hijos de Dios>> (1,12), realizando en sí mismos el proyecto divino. Todo ideal del hombre que esté por debajo de éste mutila el proyecto de Dios sobre él.

El desconocimiento absoluto del proyecto divino, es decir, del amor de Dios por el hombre, será el que lleve a los dirigentes judíos a querer matar a Jesús, acusándolo de blasfemia, por hacerse igual a Dios (5,18) o hacerse Dios (10,33). Será precisamente la Ley la que impida ser hijos de Dios (19,7), mientras en esto culminará la obra de Jesús (20,17).

La calidad del proyecto divino hace equivalentes las denominaciones <<Dios creador> y <<Padre>>, pues esta última denota en Jn a Dios que por amor comunica su propia vida, y tal es precisamente el objetivo de la creación. <<Dios creador>> no aparece en el evangelio.

Conocer el proyecto realizado, el hombre-Dios, equivaldrá a conocer a Dios, y será el único medio de conocerlo como es en sí (1,18; cf. 12,45; 14,9).

Jn 1,1b

 y la Palabra se dirigía a Dios.

La expresión usada por Jn es la misma que se utiliza en muchos pasajes del AT donde se menciona la palabra o mensaje de Dios dirigido a los profetas. Pero en los textos proféticos el verbo se usa en indefinido: se dirigió, eran palabras ocasionales, particulares. Aquí, en cambio, se emplea el imperfecto: se dirigía. No es una palabra ocasional, sino única y permanente, una interpelación continua, anterior a la palabra escrita (la Ley) e incluso al período fundacional del mundo.

El proyecto de Dios se formulaba en una Palabra que se dirigía a él mismo; en forma de soliloquio divino se expresa su constante pensamiento, su plan creador, referido particularmente al hombre, cumbre de la creación. Su proyecto sobre el hombre, que había de ser efectuado por la palabra creadora, urgía a Dios.

Jn 1,1a

 Al principio ya existía la Palabra.

Al usar la expresión al principio, enlaza Jn su evangelio con el relato de la creación del mundo (Gn 1,1ss), ofreciendo ya una línea de interpretación de su escrito. Lo que en él va a narrarse está en relación con la obra creadora de Dios.

Jn declara la existencia de una realidad anterior al principio descrito por el Génesis: <<Al principio creó Dios el cielo y la tierra>> (1,1). Precediendo a la creación misma, existía una Palabra divina que había de guiar y realizar la creación entera. Asume Jn la idea expresada en el libro de los Proverbios (LXX) refiriéndose a la Sabiduría: <<El Señor me estableció como principio de sus caminos para (realizar) sus obras, me constituyó al principio antes que existiera el tiempo, antes de crear la tierra (8,22-24). <<Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo con él>> (8,27). Según este libro, la Sabiduría precedió a la creación y acompañaba a Dios en su obra, hasta terminarla con la existencia de los hombres (8,31). La consecuencia moral propuesta por el autor es que el hombre debe ajustar su vida a esa sabiduría primordial, debe escucharla para tener vida; quien la odia, ama la muerte (8,32-36).

Siguiendo la línea de los Proverbios, Jn coloca la existencia del Logos antes de la creación efectiva. El significado del término griego se desdobla así en dos: proyecto (hokmah, hekma, sophia) en cuanto representa el designio de Dios en la creación (thelêma en el resto del evangelio, cf. 4,34; 5,30; 6,39s, etc.) y palabra (dabar, memra) en cuanto formula el proyecto y lo ejecuta. Es la palabra creadora del Génesis (1,3.6.9, etc; y dijo Dios), literariamente personificada en la literatura targúmica, la que realiza el proyecto divino.

Cuando Jn habla del Logos (proyecto / palabra), lo supone conocido de sus lectores (<<la Palabra>>, con artículo), quienes de hecho han podido contemplarlo (1,14) en su llegada histórica.

En el principio absoluto existe, pues, al lado de Dios, su palabra, que es su proyecto formulado. Su contenido irá realizándose en la obra creadora. Es designio primordial, palabra divina absoluta, original, que relativiza todas las demás. Las dirigidas por Dios al hombre en la Ley y los profetas no eran más que expresión parcial de su plenitud. Si se llega a conocer esta Palabra, expresión perfecta de Dios, todas las demás pierden su fuerza, al percibirse su fragmentariedad y su imperfección.

Lo mismo vale en cuanto proyecto: todas las maneras de concebir al hombre, los ideales humanos propuestos en la antigua alianza, en particular la realización del hombre por medio de la Ley (cf. 3,3-8), quedarán superados cuando se conozca el verdadero y entero proyecto de Dios sobre el hombre en Jesús Mesías.

El esquema sapiencial, que sirve de matriz literaria al prólogo, llegó a incluir en algunas versiones más recientes (Eclo 24,23; Ba 4,1) la identificación de la Sabiduría con la Ley de Moisés. Según este esquema, la Sabiduría que estaba junto a Dios en la obra creadora, que finalmente escogió como morada la heredad de Israel (Eclo 24,8), tiene su última concreción histórica en el <<libro>> de la Ley. Esta misma concepción aflora con frecuencia en las escuelas rabínicas: abundan las opiniones que se refieren a la Ley de Moisés como preexistente y como principio creador.

Es claro que Juan tiene en cuenta tales opiniones y que polemiza con el esquema sapiencial introduciendo en él un elemento corrector: no es la Ley de Moisés la manifestación última y cabal de la Sabiduría; la expresión cumplida de la gloria / esplendor divinos es la Palabra en su concreción humana (1,14.17).

GÉNESIS. CAPÍTULO 1.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25