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jueves, 6 de julio de 2023

Jn 18,33

 Entró de nuevo Pilato en la residencia, llamó a Jesús y le dijo: <<¿Tú eres el rey de los judíos?>>.

Pilato entra en su residencia, donde se encuentra en su terreno propio, al abrigo de la presión judía. Hace llamar a Jesús que estaba fuera con sus acusadores.

El hecho de que el batallón haya participado en la captura de Jesús muestra que Pilato sabía quién era y de qué se le acusaba. La insistencia de las autoridades judías le ha impedido esquivar este proceso y quiere informarse de primera mano.

Lo llama <<el rey de los judíos>>, en lugar de <<el rey de Israel>>, modo de hablar tradicional (1,49; 12,13). En boca del romano, la denominación <<los judíos>> indica la diferencia racial y religiosa, la nación como tal, no sólo la casta dirigente. Equivalente a <<el rey de Israel>>, el título <<el rey de los judíos>>, con su determinación (el), designa a un rey conocido, al Mesías objeto de la expectación popular. La cuestión del mesianismo de Jesús, que se identifica con la de su realeza, y que ha aparecido ya con frecuencia en la narración evangélica (1,41.49; 3,28s; 6,15; 7,26s.41s; 9,22; 10,24; 12,13.15.34; cf. 18,5.7: el Nazareno), se propone ahora oficialmente.

Jesús ha sido llamado por última vez <<el rey de Israel>> al proponerse la cuestión de su mesianismo ante el pueblo (12,13); a partir de entonces, la expresión queda sustituida por <<el rey de los judíos>>. <<Israel>> era la denominación teológica, que recordaba la elección del pueblo y las promesas hechas a los patriarcas. Ahora, por su rechazo del Mesías, cumplimiento de las promesas, ese pueblo de ser Israel: es un pueblo como los demás, caracterizado no ya por la elección divina, sino por la raza (los judíos; cf. 4,40: los samaritanos; 11,48: los romanos).

El pronombre inicial: ¿Tú eres ...?, identifica a Jesús entre otros posibles pretendientes al título. Pilato quiere saber si Jesús afirma ser ese personaje.

sábado, 27 de mayo de 2023

Jn 16,33

 <<Os voy a decir esto para que, unidos a mí, tengáis paz: en medio del mundo tenéis apuros; pero, ánimo, que yo he vencido al mundo>>.

Este versículo termina el desarrollo sobre la persecución de los discípulos por parte del mundo, comenzada en 15,18: Cuando el mundo os odie, tened presente que primero me ha tomado odio a mí.

Jesús quiere tranquilizar a los suyos (cf. 14,1.27). La paz que les deseaba como despedida (14,27) debe ser una realidad en ellos gracias a la unión con él. Es la paz de su comunidad, asegurada por la presencia de Jesús y del Padre en ella. Responde a la alegría que nadie les podrá quitar (16,22).

Esta paz inalterable que Jesús desea para los suyos está cercada por la presión de <<el mundo>>, el orden injusto en medio del cual ellos se encuentran (12,25; 13,1). Jesús da por descontado el hecho de la persecución; si los discípulos se mantienen fieles a él, ésta es inevitable (15,18-25). Pero, para la comunidad de Jesús, la hostilidad del mundo no es señal de derrota. La victoria ya está conseguida, el sistema injusto ha recibido su sentencia (12,31; 16,11). De ahí la posibilidad de la alegría continua y de la paz; cada vez que el mundo cree vencer, confirma su fracaso.

La muerte de Jesús le quitará toda la legitimación religiosa en que se apoya (15,21; 16,3) y pondrá al descubierto hasta dónde llega su maldad intrínseca. Para el que cree en Jesús, el orden injusto quedará desacreditado para siempre.

domingo, 8 de enero de 2023

Jn 11,33

 Jesús entonces, al ver que lloraba ella y que lloraban los judíos que la acompañaban, se reprimió con una sacudida.

Jesús contempla el espectáculo de los que lloran ruidosamente; son María, la hermana del difunto, y los visitantes que se le habían reunido. María no tiene aún esperanza. Su llanto se equipara al de <<los Judíos>>, que no conocen a Jesús. Aun habiendo creído, no comprende las consecuencias de su fe. Ésta no da solamente la garantía de la vida futura, que también los judíos esperaban. En tal caso, Jesús habría sido un maestro más. Su acción habría consistido en ofrecer una doctrina diferente o superior, pero que llevaría al mismo fin. Él, en cambio, no ofrece un camino distinto para llegar a la vida, sino una vida distinta, que es la definitiva, por ser el término de la creación (14,6 Lect.).

Jesús se reprime; no quiere participar en esta clase de dolor. El suyo se manifestará después, pero con otro género de llanto. Éste es el llanto desconsolado, por la inevitabilidad y definitividad de una muerte sin esperanza; a lo más, con la de una lejana resurrección (11,24).

La expresión se reprimió puede tener un segundo sentido, por la ambivalencia del adjunto griego (to pneumati), que puede indicar simplemente un acto interior de voluntad o connotar <<el espíritu>> como opuesto a <<la carne>>, que se siente vencido por la muerte; Jesús, que tiene el Espíritu, rehúsa participar.

 

sábado, 27 de agosto de 2022

Jn 10,33

 Le contestaron los dirigentes: <<No te apedreamos por ninguna obra excelente, sino por blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te estás haciendo Dios>>.

Jesús les propone sus obras. Ellos, que, sin admitirlas, no pueden negar ya su calidad, pretenden disociarlas de sus palabras (por blasfemia), sin reconocer que las declaraciones de Jesús exponen simplemente lo implicado en su acción.

No reaccionan invocando la Ley (5,10; 9,14), la controversia sobre el sábado ha quedado ya expuesta (5,16ss; 7,21-24). Jesús responde ahora a la segunda acusación que le habían hecho en su visita anterior a Jerusalén (5,18), repetida ahora: porque tú, siendo un hombre, te estás haciendo Dios.

Ellos, que se contentan con palabras, hablan de blasfemia. Haber convertido la casa de Dios en un mercado (2,16), explotar al pueblo y tenerlo moribundo (5,3) no cuenta, con tal de tener en los labios el nombre de Dios. Es el respeto de palabra y el asesinato de hecho (8,44). Son el prototipo de lo que decía Is 1,14s: <<Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las plegarias, no los escucharé; sus manos están llenas de sangre>>; y 29,13: <<Este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí y su culto a mí es precepto humano y rutina>>.

En la acusación se trasluce la ironía de Jn. La expresión que ellos tachan de blasfemia describe exactamente el proyecto de Dios (1,1c Lect.). Ellos, que no aman, sino que odian (7,7), no tienen experiencia del amor de Dios (5,42) ni, por tanto, de su plan. Acusan a Jesús de hacerse Dios siendo hombre. No comprenden el amor del Padre.

lunes, 8 de agosto de 2022

Jn 8,33

 Reaccionaron contra él: <<Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie: ¿cómo dices tú: ´Llegaréis a ser libres¨?>>.

El sujeto que manifiesta esta reacción queda en Jn indeterminado. Está constituido sobre todo por los Judíos abiertamente enemigos de Jesús, que rechazan de plano su mensaje (8,37), mientras los destinatarios de la frase anterior lo habían aceptado (8,31). Son sus adversarios, los que quieren matarlo (8,40), quienes lo insultarán repetidamente en la última parte de la controversia (8,48.52.57).

El hecho de que Jn no distinga claramente entre éstos y los que habían dado crédito a Jesús refleja probablemente la existencia posterior de comunidades judaizantes, que tenían en común con los judíos el orgullo de ser descendientes de Abrahán y el culto de la Ley. Por eso Jn no los considera plenamente discípulos (8,31: le dieron crédito, en lugar del término técnico de la fe: le dieron su adhesión, 8,30), y les advierte del peligro que corren por no romper con instituciones que provocaron la muerte de Jesús (cf. 19,7).

Sale a la superficie el orgullo de raza: Somos linaje de Abrahán. Según la concepción judía, todo israelita, por descender de Abrahán, tenía sangre real; por eso se ofenden de que Jesús les ofrezca la libertad.

domingo, 17 de octubre de 2021

Jn 3,33

 Quien acepta su testimonio pone su sello, declarando: <<Dios es leal>>.

Aunque los que están con la Ley no aceptan el testimonio, otros lo hacen y éstos ratifican la lealtad de Dios.

La acumulación de términos pertenecientes al campo semántico contractual: dar / aceptar el testimonio, poner el sello ( cf. Jr 32,10.11.35.44) y la afirmación de la lealtad, subrayan el tema de la alianza / pacto. Los contrayentes son Dios y el hombre, por medio de Jesús, que declara lo que ha visto y oído; él hace la propuesta en nombre de Dios, ofreciendo vida definitiva, mediante el Espíritu (cf. 3,34). La única voz acreditada para hablar en nombre de Dios es la de Jesús, por ser la del Hijo, heredero y poseedor de toda la riqueza del Padre, su misma presencia (1,14: la gloria; cf. 1,18; 3,35).

La experiencia de vida comunicada por el Espíritu es la que hace que el hombre conozca la fidelidad de Dios a su pacto y selle definitivamente su alianza.

Pone su sello afirmando la lealtad de Dios, que es la expresión de su amor con obras. Quien acepta el testimonio tiene evidencia de la obra de Dios en sí mismo, experimenta el cumplimiento de su promesa. Ser fiel / leal era una de las cualidades características de Dios en el AT (Éx 34,6; Nm 14,18; Sal 86,15; 103,8; Is 65,16: veraz / fiel). Al comunicar la vida manifiesta su lealtad a sus promesas y al hombre.

A dos alianzas diversas (1,17) corresponden dos tipos distintos de relación con Dios. La primera, fundada en la Ley, establecía una relación mediata, la de siervo-Señor, produciendo la conciencia de culpabilidad y la necesidad de una purificación nunca alcanzada (cf. 2,6). En la segunda, fundada sobre el amor leal, la relación es inmediata, interpersonal, y se describe en términos de amor, como de esposo-esposa o de Padre-hijo; su característica es la fidelidad / lealtad.

sábado, 21 de agosto de 2021

Jn 1,33

 Tampoco yo sabía quién era; fue el que me mandó a bautizar con agua quien me dijo: <<Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se queda, ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo>>.

Segunda vez que Juan niega haber conocido a Jesús. Su testimonio, por tanto, no nace de una deducción humana, procede únicamente de un anuncio divino confirmado por su propia experiencia. Dios le había dado una señal para reconocer al que había de bautizar con Espíritu Santo. Desde el principio supo Juan que su bautismo era signo de otro muy superior, pero ignoraba quién lo llevaría a cabo. La revelación divina le da la señal para reconocerlo: sólo aquel en quien reside el Espíritu puede comunicarlo a otros.

El bautismo con Espíritu Santo será distinto del de Juan; no será una inmersión externa en agua, sino una penetración del Espíritu en el hombre; el Espíritu será el manantial interior que salta dando vida definitiva (4,14), el agua que salga del costado de Jesús en la cruz (19,34), que podrá beber aquel que tiene fe (7,37-39). Comparado por los profetas con la lluvia de Dios, él será el que vitalice al hombre (6,63).

El verbo bautizar, que se conserva en la traducción para no romper el paralelismo, tiene en griego dos significados: sumergir y empapar (como la lluvia empapa la tierra). Denota, en todo caso un contacto total entre el agua (real o metafórica) y el sujeto, exterior si se trata de baño, interior si es de lluvia o agua metafórica.

Según el prólogo, la palabra/proyecto divino hecho realidad humana tiene la plenitud del amor y lealtad de Dios (114) y de su plenitud todos reciben un amor que responde a su amor (1,16). La misma realidad se expresa ahora bajo el símbolo del Espíritu. Jesús tiene la plenitud (el Espíritu, con artículo totalizante), los suyos recibirán espíritu (sin artículo), participando de su plenitud. El amor leal, la gloria, se identifica, pues, con el Espíritu en Jesús y en los suyos, y significa la comunicación de Dios mismo, que es Espíritu (4,24); ésta es total en el caso de Jesús, parcial en los demás hombres, para ir creciendo hacia la totalidad (1,12: hacerse hijos de Dios) por la práctica del amor. Así podrá decir Jesús que su gloria queda manifestada en sus discípulos (17,10) o que la gloria que el Padre le ha dado se la deja a ellos (17,22). Todas son expresiones para designar al Espíritu, la comunicación del amor leal del Padre.

El Espíritu, cuando se nombra en relación con Jesús, no lleva apelativo Santo (1,32.33); sí, en cambio, en relación con los demás hombres (1,33). El término <<Santo>> significa una cualidad intrínseca del Espíritu y, al mismo tiempo, una actividad suya. <<Santo>> es el separado, por pertenecer a la esfera divina (del cielo), pero es también el que separa al hombre de la esfera sin Dios para unirlo permanentemente con la de Dios. Es, por tanto, el que consagra (consagrar = separar para unir a Dios). Es él quien da al hombre la adhesión, la fidelidad inquebrantable a Dios (17,17 Lect.).

En este contexto, el adjetivo <<Santo>> denota en primer lugar la actividad liberadora con el hombre, que le permite salir de la esfera sin Dios (quitar el pecado del mundo). Por eso no se utiliza al describir su bajada sobre Jesús: éste no ha pertenecido nunca a esa esfera.

El bautismo de Juan era insuficiente. Despertaba el anhelo de vida y llevaba a prestar adhesión al Mesías que iba a llegar. Pero esa adhesión quedaba aún en los límites del propósito humano. Es solamente el Espíritu quien, al consagrar y comunicar la vida nueva, da a esa adhesión su firmeza.

El Espíritu que separa es el que libera del pecado del mundo, el que saca al hombre de la esclavitud y de la tiniebla comunicándole la vida divina, que es el amor leal, la capacidad de amar. Jesús es, por tanto, el Cordero pascual que libra de la muerte, precisamente porque con su muerte dará el Espíritu, la vida. Libre de la represión de la tiniebla, el hombre, con esa fuente interior de vida, puede alcanzar su pleno desarrollo, llegar a su plenitud. Así se completa la obra creadora. Mientras el hombre no haya recibido el Espíritu, su creación no está terminada, es solamente <<carne>> (3.5.6 Lect.).

El Espíritu reside en Jesús (6,35: el pan de la vida); su comunicación al hombre crea una semejanza y una comunión con Jesús. Aparece aquí  el paralelo con el prólogo: de su plenitud todos nosotros hemos recibido (1,16). Así, el Espíritu da al hombre su nueva realidad, ser capaz de un amor como el que Dios muestra en Jesús (1,16b). El desarrollo y la práctica de este don será el contenido del nuevo mandamiento (13,34).

Lo propio del Espíritu es dar la vida (6,63) definitiva (4,14). Esta vida está relacionada con el conocimiento personal del Padre y de Jesús Mesías (17,3). La razón es que el conocimiento de Dios como Padre no es meramente intelectual; nadie puede conocerlo si no es hijo, es decir, si no tiene el Espíritu. El Espíritu da la sintonía con Jesús, porque se recibe de su plenitud, y con el Padre, porque es la gloria que el Padre comunica al Hijo Único (17,3 Lect.).

El tema de la vida que comunica el Espíritu se formulará en términos de <<nuevo nacimiento>> o <<nacer de arriba>> (3,3.5; cf. 1,12). Este nacimiento capacita para entrar en el reino de Dios (3,5), la etapa definitiva de la creación, comenzado en la comunidad cristiana.

Es el Espíritu el que opera en el hombre el cambio de esfera, el éxodo que anuncia Jesús el Mesías: de la esfera <<del orden este>> a la esfera de Jesús que es la de Dios (de abajo arriba): del odio (7,7) al amor, de la mentira a la verdad, de ser esclavos a ser hijos de Dios.

Las dos actividades de Jesús expresadas en la perícopa: el que va a quitar el pecado del mundo (1,29) y el que va a bautizar con Espíritu Santo, se relacionan como efecto y causa: quitará el pecado de la humanidad consagrando con el Espíritu de la verdad, que hace brotar en el hombre una vida nueva y definitiva y lo integra en el orden nuevo, contrapuesto al del mundo.

Esta conexión confirma que el título <<el Cordero de Dios>> (1,29) no incluye la expiación del pecado. El cordero anuncia la nueva pascua, es decir, la liberación que Dios hace de la esclavitud a la tiniebla (el pecado). Se hará por la comunicación y participación de la vida divina (el Espíritu). La experiencia de la nueva vida será la verdad que haga al hombre libre (8,31). 

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...