domingo, 26 de marzo de 2023

Jn 13,33b

 <<Me buscaréis, pero aquello que dije a los Judíos: ´Adonde yo me marcho, vosotros no sois capaces de venir´, os lo digo también a vosotros ahora>>.

La frase a que hace alusión Jesús se encuentra en 8,21: Yo me marcho; me buscaréis, pero vuestro pecado os llevará a la muerte. Adonde yo me marcho, vosotros no sois capaces de venir. Los discípulos lo buscarán (20,15), porque su ausencia les causará dolor (16,20), pero no será, como para los Judíos, una ausencia definitiva que los lleve a la ruina. No morirán por su pecado, porque están limpios (13,10). Sin embargo, tampoco ellos son capaces de ir adonde él se marcha. Él va libremente adonde lo lleva Judas (13,30): a la cruz, y por ella al Padre (13,3). En ese itinerario nadie es capaz de acompañarlo. Nadie puede comprender todavía la magnitud de su amor ni asociarse a él. Los Judíos no habrían aceptado nunca un Mesías que hubiera de morir (cf. 12,34); por eso no podían acompañar a Jesús. Los discípulos tampoco pueden aceptarlo aún ni entender hasta dónde ha de llegar el don de sí (cf. 16,31). No tienen todavía la talla para amar de esa manera. Él se la dará con su propia muerte. De hecho, lo abandonarán en la hora decisiva (16,32).

Sólo el discípulo amigo de Jesús (13,23) lo acompañará en su itinerario (18,15s) y se encontrará al pie de la cruz (19,26s), donde será testigo del amor manifestado (19,35). Figura así al discípulo modelo.

Jn 13,33a

 <<Hijos míos, ya me queda poco que estar con vosotros>>.

Jesús se dirige a los discípulos con un término de afecto. El momento es emocionante, porque va a anunciarles su próxima partida, de la que es plenamente consciente (13,1.3). Con esto, las palabras que siguen toman carácter de testamento. Aunque ellos no se han dado cuenta (13,28), la traición se ha consumado y la entrega es inminente.

Este <<poco>> va a ser completado en 16,16ss por otro <<poco>>, cuando los discípulos volverán a ver a Jesús. Por el momento, les habla de su  marcha, que es la que da carácter definitivo al mandamiento que va a comunicarles.

sábado, 25 de marzo de 2023

Jn 13,21-32

Jn 13,21

Jn 13,32

 <<y Dios va a manifestar su gloria en él y va a manifestarla muy pronto>>.

Si los dos primeros miembros de la explicación de Jesús exponen el amor suyo y de Dios al hombre, que Jesús demuestra dando su vida, los dos últimos exponen el amor de Dios comunicado al hombre a través de Jesús. El fruto de la vida que ha dado será la vida que comunique a través de él, el don del Espíritu a la humanidad.

La frase de Jesús está en relación con 12,88: Padre, manifiesta la gloria de tu persona, y la respuesta del cielo: ¡Como la manifesté, volveré a manifestarla!

Si en la primera parte (13,31) ocupaba el primer término la manifestación de la gloria, en esta segunda está en primer término Dios, que manifiesta la suya a través de Jesús.

Vuelve a expresarse así el tema de todo el evangelio: la unión del amor demostrado con la del amor comunicado (1,16), representada en la cruz por la sangre y el agua que brotan del costado abierto de Jesús.

Por eso aquí se trata sucesivamente de las dos glorias, que se confunden en una. La gloria/amor de Jesús se manifiesta en dar su vida y expresar el amor de Dios al hombre; la de Dios se manifiesta en el don del Espíritu, que se hace por medio de Jesús. Éste será el amor recibido que responde a su amor demostrado (1,16).

Se ve la razón del <<ahora>> inicial. Está en correspondencia con <<la hora>> anunciada en 13,1. En otras ocasiones afirmaba Jesús: se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado (lit. y es ahora) (cf. 4,23; 5,25), anticipando la de su  muerte. En la Cena, la hora está presente y en ella se manifiesta su gloria (cf. 12,23).

SÍNTESIS

Si en el lavado de los pies ha demostrado Jesús en qué consiste el amor, en este episodio muestra su total respeto por la libertad del hombre, a costa de la propia vida. Uno de sus discípulos se ha propuesto entregarlo. Jesús no lo delata delante de sus compañeros; lo pone ante su última opción, en la que va a jugarse su propia suerte. No lo hace, sin embargo, fríamente, sino ofreciéndole su amistad. Con ella le ofrece la vida y la verdad, su relación humana, ser libre e hijo de Dios. Pero no lo fuerza, le deja la posibilidad de rechazarlo y de procurar su muerte y la de él mismo. No coacciona su libertad ni siquiera para defenderse. La traición del discípulo será para Jesús la ocasión de demostrar que su amor es más fuerte que el odio mortal de sus enemigos.

La mención del discípulo a quien quería Jesús y la identificación del traidor, con la que en realidad no lo da a conocer, completan la instrucción de Jesús sobre el amor que caracteriza a su discípulo: es un amor que no juzga, que no conoce límite, que se extiende al enemigo mortal. Para el que está con Jesús, no hay enemigos que delatar.

El fruto de este amor, que da la vida libremente, será la posibilidad universal de salvación, el don del Espíritu. Éste es la comunicación de Dios mismo, que da al hombre la capacidad de amar sin límite, haciéndolo así plenamente hombre.

Jesús excluye toda violencia. Muestra que Dios no se impone ni coacciona, sino que es puro amor que se ofrece. La idea de un Dios impositivo justifica todo poder y violencia entre los hombres. El Dios de Jesús, el Padre, no justifica ninguna. Por eso no existe más juicio que el que el hombre da de sí mismo.

Jn 13,31

 Cuando salió, dijo Jesús: <<Ahora acaba de manifestarse la gloria de este Hombre, y así la gloria de Dios se ha manifestado en él>>.

Al terminar el lavado de los pies, había explicado Jesús su significado (13,12). Ahora interpreta la salida de Judas, que va a entregarlo. Explica su aceptación de la muerte en términos de manifestación de su gloria, que se identifica con la de Dios. El Hombre que realiza el proyecto de Dios manifiesta la gloria/amor en toda su plenitud (1,14).

Jesús ha aceptado su muerte; es más, ha puesto libremente su vida en manos de sus enemigos por amor al hombre, para salvarlo. Su muerte es la gran prueba del amor de Dios, que da a su Hijo único (3,16).

La construcción acaba de manifestarse la gloria de este Hombre pone en primer término la manifestación de la gloria; pero el amor manifestado es el de Dios mismo, tan grande que, traducido por Jesús en términos humanos, llega a dar su propia vida por los hombres.

Jn 13,30

 Él tomó el trozo y salió en seguida; era de noche.

Las palabras de Jesús permiten a Judas marcharse de un círculo al que ya no le une nada. Él ha decidido la muerte de Jesús; lo ha rechazado absoluta y definitivamente. No puede quedarse allí un momento más. Sale, pero llevándose el trozo, la vida de Jesús, para entregarla.

Era de noche. Judas entra en la tiniebla, en el ámbito de los enemigos de Jesús, al que lo ha llevado su decisión. Abandona el lugar donde brilla la gloria y el amor. Su salida a la noche es la expresión visible de su decisión interior: se ha pasado al enemigo, no hay vuelta atrás. La noche significa la ausencia de la luz que es Jesús (11,10; 21,3), es aquí la tiniebla del odio y de la muerte. No ha querido caminar detrás de Jesús y vuelve a ella (12,35). No hay otra alternativa. Pero vuelve a la tiniebla llevándose la luz, para extinguirla (1,5).

Jn 13,29

 (Algunos pensaban que, como Judas tenía la bolsa, Jesús le decía: <<Compra lo que necesitemos para la fiesta>>, o que diese algo a los pobres).

Judas administraba los fondos del grupo (12,6). Algunos discípulos que no se han dado cuenta del significado del gesto de Jesús ni del alcance de sus palabras, dan dos interpretaciones. Suponen que Jesús le ha dicho que compre lo que necesitaban para la fiesta o bien que diera algo a los pobres. Con estas frases Jn quiere mostrar de nuevo la falta de penetración del mensaje de Jesús que existe en algunos discípulos. El verbo <<comprar>> expresaba la prueba a la que Jesús sometió a Felipe en el episodio de los panes (6,5b.6 Lect.); algunos entienden tan poco la novedad de Jesús que lo consideran aún dependiente del sistema económico explotador. La otra suposición habla de <<dar algo a los pobres>>, por alusión a 12,5, donde precisamente Judas propuso vender el perfume y dar el importe a los pobres. Jesús había corregido esta concepción, afirmando que los pobres no han de recibir <<algo>> de la comunidad, sino que deben ser acogidos en ella; ésta ha de compartir con los pobres todo lo que tiene (cf. 6,11). Se dibuja así la complejidad del grupo: al lado de Judas, el traidor, está Simón Pedro, el que no sabe aceptar el amor de Jesús (13,8); otros discípulos, que no han comprendido que el amor se expresa en el don, y, frente a todos ellos, la figura del discípulo a quien quería Jesús, que representa el ideal de la comunidad.

Al mismo tiempo, Jn juega con el doble sentido de las frases. Hay dos fiestas, la Pascua judía y la Pascua de Jesús, la fiesta de la muerte y la de la vida. De hecho, Judas va a procurar lo necesario para la verdadera fiesta: va a sacrificar el Cordero de Dios, que inaugura la Pascua definitiva. Esa Pascua, Jesús, en la cruz, será al mismo tiempo el gran don a los pobres, el que va a liberarlos de su miseria. Judas, a quien no le importaban los pobres (12,6), va a ser el medio involuntario para que puedan salir de su situación. Lo necesario, sin embargo, no hay que comprarlo (6,5b-6 Lect.), lo proporciona el amor de Jesús, que va a dar su vida voluntariamente (10,18). Los discípulos, sin saberlo, expresan lo que realmente está sucediendo.

Jn 13,28

 Ninguno de los comensales se dio cuenta de por qué le decía esto.

La frase de Jesús, que ha seguido a su gesto de aceptación, no puede interpretarse como un reproche a Judas. Nadie se da cuenta de la inminencia de la traición.

Jn 13,27b

 Por eso le dijo Jesús: <<Lo que vas a hacer, hazlo pronto>>.

Percibiendo Jesús la actitud de Judas, no intenta forzarlo; él le ha mostrado la suya hasta el último momento. No lo ha denunciado ante el resto de los discípulos, le ha dejado plena libertad de opción, aun a costa de su propia vida. Pero ahora ya es inútil prolongar la situación. Jesús mismo le facilita la salida. Respeta la decisión libre y malvada del discípulo, como el Padre respetará la de Pilato (19,11a Lect.).

Se ve aquí la absoluta libertad que deja Dios al hombre. Su ofrecimiento de vida no se impone en ningún sentido. Su amor es indefectible, continuo, hasta el final, pero nunca fuerza. Se puede aceptar la vida plena y definitiva o consumar la propia ruina. No es Dios quien juzga, el hombre se da su propia sentencia (3,16-21).

Jn 13,27a

 Y en aquel momento, después del trozo, entró en él Satanás.

Jn evita decir que Judas comió el trozo, lo que hubiese significado la voluntad de asimilarse a Jesús. Éste se lo ha dado, pero queda en suspenso qué haces Judas con él. Más tarde se explicará: lo toma y sale (13,30). Se llevará el trozo, la vida de Jesús, para entregarlo a los que van a matarlo. Así indica Jn figuradamente cuál ha sido su opción.

Satanás se identifica con <<el Enemigo/diablo>> (13,2). En este momento, Judas hace su opción definitiva. Al tener en sus manos la vida y la muerte de Jesús, no lo acepta como don, sino que decide hacerlo morir. El gesto de amistad de Jesús no provoca en él respuesta positiva, antes al contrario, aumenta su antagonismo. Se pone deliberadamente al lado del sistema diabólico, se identifica con sus principios y valores, resumidos en la idolatría del dinero (8,44a Lect.). Así interioriza (entró en) plenamente al adversario de Dios, Satanás, que lo hace agente suyo y homicida.

Jn 13,26b

 Mojando, pues, el trozo se lo dio a Judas de Simón Iscariote.

La cuádruple repetición del trozo (26bis.27.30) muestra su importancia en el pasaje y anuncia un lenguaje simbólico. No se especifica de qué es, jugando con la ambigüedad pan/carne, ni en qué lo moja, creando otra ambigüedad salsa/sangre. El uso del verbo mojar, pariente de bautizar, bañar, insinúa la idea de la carne bañada en sangre. Lo que Jesús ofrece a Judas es su misma persona dispuesta a aceptar la muerte. Comer su carne y su sangre une a él (6,56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él) y da vida definitiva (6,54). El gesto de Jesús invita a Judas a ser de los suyos, a rectificar su pasado. Responde a su odio con amor, como ocurrirá en la cruz, donde ofrecerá la última oportunidad a los que lo han crucificado (19,28). Esta es la calidad del amor leal (1,14): el que no se desmiente nunca, el que espera y se ofrece hasta el último momento, aun a costa de la propia vida. Pone su vida en manos del enemigo. Ahora toca a Judas hacer su última opción: o bien aceptar el amor de Jesús y responder a él, o bien endurecerse en su postura y consumar su traición.

Vuelve a nombrarse Judas como <<de Simón Iscariote>>. Último paralelo con Simón Pedro. Este quiere averiguar quién es el traidor, sin darse cuenta de lo cerca que está el mismo de traicionarlo (13,36-38).

Jn 13,26a

 Jesús contestó: <<Es aquel para quien yo voy a mojar el trozo y a quien se lo voy a dar>>.

En el lavado de los pies, ha presentado Jn solemnemente el mandamiento nuevo, característico de la nueva comunidad. Ahora, con este gesto de Jesús, advierte que el amor no sólo no excluye a nadie, sino que incluye hasta al mismo enemigo mortal, y que uno debe darse también a él sin escatimarse. El gesto de Jesús no supone delación alguna. Para dar a conocer al enemigo, Jesús hace el gesto de amor hacia él, que no sólo no lo delata, sino que lo protege de la actitud inquisidora de los discípulos. Esta actitud de Jesús hacia el traidor se constituye en norma de la comunidad.

La respuesta de Jesús no revela el nombre del traidor ni lo señala; no quiere denunciarlo en presencia de todos. Revela quién es sólo a este discípulo por medio de un gesto que va a significar al mismo tiempo aceptación. Jesús continúa su lección; ha dicho que hay que aceptarse mutuamente (13,14) y ahora indica hasta qué punto. Él no rompe con el que va a traicionarlo haciéndose instrumento de su muerte: él no ha venido a juzgar, sino a salvar (12,47). Con el pan, ofrece su acogida hasta el último momento, se está ofreciendo él mismo; le brinda su amistad hasta el final. Ofrecer a un comensal un trozo de pan mojado en la salsa o un trozo de alimento era señal de deferencia.

Jn 13,24-25

 Simón Pedro le hizo señas de que averiguase por quién podría decirlo. Reclinándose entonces sin más sobre el pecho de Jesús, le preguntó: <<Señor, ¿quién es?>>.

El discípulo puede permitirse un gesto de total intimidad y, echándose hacia atrás, se apoya sobre el pecho de Jesús y le pregunta sin rodeos. Entre él y Jesús no hay barreras. Pedro, en cambio, no puede tomar la iniciativa y hacer la pregunta; no está inmediato a Jesús, no comprende su amor ni acepta ser amado (13,8). La barrera que lo separa aparecerá en 21,15: ¿me amas más que éstos? (ibíd. Lect.).

Así como el discípulo a quien Jesús quería, por estar inmediato a Jesús, conoce a Jesús y al Padre, Pedro no los conoce. Puede llegar hasta Jesús solamente a través del otro, como no lo reconocerá sino por indicación suya (21,7).

Jn 13,23

 Uno de sus discípulos estaba reclinado inmediato a Jesús; era el que Jesús quería.

Según las costumbres del tiempo, en las comidas solemnes se comía reclinado sobre divanes, apoyándose en el codo izquierdo; el cuerpo quedaba, por tanto, ligeramente vuelto hacia la izquierda. El lugar más cercano e íntimo respecto a un comensal era aquel que se encontraba a su derecha en la mesa, y este puesto lo ocupaba el discípulo a quien Jesús quería.

Se menciona por primera vez a este discípulo, que no llevará nunca nombre (Jn 19,26; 20,2; 21,7.20). Se le caracteriza con la misma expresión usada para Marta, su hermana y Lázaro (11,5: Jesús quería a Marta, etc.), que representaban una comunidad de Jesús. La frase en relación con 1,18, donde se dice que Jesús estaba de cara al Padre. Existe, por tanto, una semejanza de relación entre Jesús y el Padre por un lado y este discípulo y Jesús por otro (cf. 10,14s: conozco a las mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre), la de intimidad y confianza. La relación entre los dos textos queda también aclarada por 14,20: yo [estoy] identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. La identificación del discípulo con Jesús se expresa por el puesto que ocupa; la de Jesús con él, por el amor que le tiene. El discípulo se mantiene en el amor de Jesús (15,9). Ocupar el puesto inmediato a Jesús es lo propio del discípulo, y la cercanía se debe a sentirse amado por él; se podría expresar como una relación de intenso afecto mutuo que produce una especial sensibilidad. Tal discípulo es el confidente de Jesús, a quien él no oculta sus secretos, porque es capaz de percibirlos. La figura de este discípulo se contrapone a la de Simón Pedro (cf. 18,15; 20,2ss; 21,7.20-23). Acepta el amor de Jesús y responde a él con su cercanía. Pedro, en cambio, no lo ha aceptado en el lavado de los pies.

El discípulo parece encarnar a la comunidad en la figura del amigo de Jesús (15,13.15). Su amor penetra los secretos de Jesús y le da una sensibilidad intima para <<descubrir>> la presencia del Señor (21,7). Por eso en esta escena, sorprendentemente, no habrá delación del traidor. Lo identifica el discípulo que ama; pero, porque lo ama, no lo delata.

Este discípulo, figura de la comunidad como <<doble>> de Jesús, reaparecerá en 18,15, donde entrará con Jesús en el atrio del sumo sacerdote (18,15b Lect.).

Jn 13,22

 Los discípulos se miraban unos a otros sin poderse explicar por quién lo decía.

Jesús ha tenido siempre conciencia de la falta de adhesión de Judas, quien, encubiertamente, ha estado siempre contra él (6,64.71). Pero es la primera vez que anuncia claramente la traición, después de las alusiones explícitas del episodio anterior. Coge por sorpresa a los discípulos; su declaración provoca inquietud en ellos y crea una sospecha difusa.

Jn 13,21

 Dicho esto, Jesús, estremeciéndose, declaró: <<Sí, os aseguro que uno de vosotros me va a entregar>>.

Se pone el acento sobre uno de vosotros, frase que, con ligeras variantes, ha aparecido ya tres veces referida a Judas (6,70: de vosotros, uno es enemigo;  6,71: siendo uno de los Doce, lo iba a entregar; 12,4: uno de sus discípulos). Esta declaración de Jesús pone el punto final a los anuncios anteriores; la traición va a consumarse.

Al ver que uno de los suyos se condena él mismo a la ruina y a la muerte, obstinado en su mala opción, Jesús se estremece. Su vida está en peligro inmediato; pero, sobre todo, él, que había siempre amado a los suyos y que va a demostrarles su amor hasta el extremo (13,1) siente horror al percibir el odio que le opone Judas.

Con el traidor fracasa su obra de salvación. Todo el esfuerzo de su amor queda inutilizado, porque este hombre no lo acepta. Jesús se había sentido fuertemente agitado por la perspectiva de su propia muerte (12,27). Ahora, en cambio, ya ha anunciado su muerte voluntaria en el lavado de los pies. Es la muerte de Judas la que lo hace estremecer. La frase me va a entregar señala la doble tragedia: la de Jesús y la de Judas.

martes, 21 de marzo de 2023

Jn 13,1-20

Jn 13,1a

Jn 13,20

 <<Sí, os lo aseguro: Quien recibe a cualquiera que yo mande me recibe a mí, y quien me recibe a mí, recibe al que mandó>>.

Segundo dicho solemne de Jesús, en paralelo con el primero (13,16-17) y que termina la perícopa. El primero se refería a los discípulos que han de seguir su ejemplo; el segundo a cualquiera que reciba al discípulo que él envíe: el primero, a Jesús maestro; el segundo, a la humanidad ante su mensaje.

Este dicho recoge la segunda oposición contenida en el proverbio citado por Jesús /13,16: siervo-señor; enviado-mitente). A ellos los considera él como enviados, con una misión igual a la suya (17,18: igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo; 20,21: igual que el Padre me ha enviado a mí, os mando yo también a vosotros).

Sin embargo, el dicho se refiere directamente a aquellos que acogen al enviado. Hay un paralelo con 1,12: a cuantos la aceptaron, los hizo capaces de hacerse hijos de Dios. Es lo mismo recibirlo a él que recibir a un enviado suyo. Los discípulos van a tener la misma misión y eficacia de Jesús (cf. 14,12).

Recibir al enviado significa aceptar su mensaje, y los discípulos en su misión harán lo mismo que ha hecho Jesús, dar dignidad y libertad a los hombres; sus títulos serán el amor y el servicio, anunciando con las obras la nueva fraternidad y la nueva acogida humana, manifestando el amor de Jesús y del Padre. Los que lo acepten entrarán en el ámbito del amor del Padre, y Jesús les comunicará el Espíritu, capacitándolos para ser hijos de Dios.

Aunque Jesús no lo exprese en estos términos, la segunda declaración podría formularse como la primera: <<Dichoso aquel que os recibe a vosotros que le lleváis este mensaje>>. Los discípulos, por su práctica del amor en el servicio, serán hijos de Dios, y los que reciban a tales mensajeros lo serán también. El amor es la única manera de dar vida a la humanidad; él crea la nueva comunidad humana.

SÍNTESIS

En el episodio del lavado de los pies explica Jesús con su gesto el fundamento de su comunidad, la igualdad y la libertad como fruto del amor mutuo. Da el patrón de la verdadera grandeza, que no está en el honor humano (5,41), sino en parecerse a Dios. Ser grande consiste en tener la gloria que se recibe de Dios solo (5,44) y que se identifica con su amor (1,14).

En este episodio responde Jesús al deseo de hacerlo rey, que expresaron sus discípulos en 6,15 y que él rechazó. Haciéndose servidor les muestra que su realeza no sigue el modelo de este mundo (18,36).

No se trata de un acto de humildad de Jesús, sino de una profunda y decisiva enseñanza. La humildad se interpreta como una renuncia a valores reales por otros más elevados; de hecho, consolida los falsos valores. Jesús va más allá. Niega validez a los que el mundo llama valores: son falsedades e injusticias. Él, a los suyos, los eleva a su misma categoría, la de hijos de Dios. No hay rango más alto que éste; es más, ésta es la única verdadera dignidad del hombre. Pero ser hijos de Dios es inseparable de ser plenamente hombre, pues la gloria de Dios, la expresión de su amor, es que el hombre llegue a realizar del todo su proyecto creador. Al hacerlos hijos del único Padre, funda la igualdad humana; la categoría de hijos, dejando de ser siervos, da la libertad al hombre.

Jesús es la presencia de Dios entre los hombres. Sus acciones son las del Padre (10,37). Al prestar el servicio a los discípulos expresa al mismo tiempo su amor y el del Padre. El Padre se pone, con Jesús, al servicio del hombre. Desde este momento, Dios no es ya un ser lejano, el soberano celeste que mira al hombre desde arriba. Es, por el contrario, el que quiere mostrar su amor levantando al hombre hasta sí mismo.

La idea de un Dios soberano, con su trono en el cielo, funda el paradigma de las grandezas humanas. Los más poderosos entre los hombres son los que más se parecen a él. Son la imagen del Dios que esclaviza. En cambio, cuando Dios es hombre y se pone al servicio del hombre (lavado de los pies), la réplica más exacta de Dios es el que sirve (cf. Mt 18,1-5; 20,25-28; Mc 9 33,37; 10,42-45; Lc 9,46-48; 22,24-27). Con Jesús, Dios ha dejado su trono, se manifiesta como amor sin límite, que acompaña al hombre en su existencia (14,23).

La manera de parecerse al Dios celoso de su trascendencia es hacerse de algún modo trascendente por el brillo y el poder. En cambio, la manera de parecerse al Padre es amar hasta el fin, darse totalmente por el bien del hombre, como Jesús (14,6: Yo soy el camino ... nadie se acerca al Padre sino por mi). El Padre, que es puro don de sí, no necesita ni pide culto; el culto a él se identifica con el servicio al hombre, con el amor leal (4,23), que será el único mandamiento (13,34). De ahí que Jesús suprima las categorías religiosas de templos y sacrificios (2,13ss; 4,21ss).

Jesús efectúa una inversión total de la concepción tradicional de Dios y, en consecuencia, de su relación con el hombre y de los hombres entre sí. El Padre, que no ejerce dominio, sino comunica vida y amor, no legitima ningún poder ni dominio.

En Jesús, Dios ha recobrado su verdadero rostro, deformado por el hombre. Este habría proyectado en él sus ambiciones, miedos, intereses y crueldades. Jesús muestra que Dios es Padre y que se compromete con su obra, la creación, para llevarla a plenitud; rechaza y combate todo aquello que intenta destruirla.

Jn 13,19

 <<Os lo digo ya desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que yo soy lo que soy>>.

Su predicción tiene un propósito. Cuando llegue su muerte, verán ellos que la había aceptado voluntariamente. Como en otras ocasiones, la frase elíptica <<yo soy>> (8,24.28; cf. 1,20; 4,26) se refiere a la totalidad de su  misión como Mesías (1,20 Lect.), el enviado, salvador, liberador (8,12: la luz del mundo), el Hijo de Dios (1,34), la presencia del Padre entre los hombres (1,51; 12,45; cf. 14,9).

Jn 13,18

 <<No lo digo por todos vosotros, yo sé bien a quiénes elegí, pero así se cumple aquel pasaje: ´El que come el pan conmigo me ha puesto la zancadilla´>>.

Jesús sabe que hay entre los suyos quien no está dispuesto a cumplir el mensaje de igualdad y de amor que acaba de transmitirles. Hay quien no está limpio (13,11). La mención del traidor en este momento muestra el reverso de la felicidad que él promete y recalca la importancia y seriedad del aviso anterior. Al hablar de la elección recuerda el dicho de 6,70: ¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? Y, sin embargo, de vosotros, uno es enemigo. Se refería a Judas de Simón Iscariote, pues éste, siendo uno de los Doce, lo iba a entregar. Jesús conoce a los que han sido objeto de su elección. A ninguno que se le acerque buscando vida lo rechaza Jesús (6,37), aunque tenga una idea equivocada de lo que busca. En este momento, sin embargo, las posiciones se aclaran. El ejemplo de amor en el servicio que él les ha dado discernirá las actitudes. Entre los discípulos se encuentra el caso extremo, Judas, a quien va a ofrecer la última oportunidad.

<<El que como el pan conmigo ....>>. Jn adapta al contexto del evangelio el texto del Sal 41,10: Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba y que compartía mi pan, es el primero en traicionarme. Hay una alusión clara a 6,58: Quien come pan de éste vivirá para siempre, pero Jesús no dice que Judas coma su pan, sino que come pan con él. La eucaristía, de hecho, es un signo con significado: el signo es la comida en común de los hermanos; el significado es la comunión fraterna que tiene como centro y fuente a Jesús, es decir, la amistad de los miembros de la comunidad (15,13.15: amigos) y el compromiso con Jesús, la asimilación a su vida y muerte. Judas se ha mantenido en lo formal del signo, la participación en la misma mesa, pero ha traicionado la amistad y no ha seguido a Jesús. Más tarde Jesús le ofrecerá su propio pan (13,26s), última invitación a seguirlo, y eso lo decidirá a consumar su traición.

El pasaje refleja la situación de las comunidades. Hay quienes externamente pertenecen a la comunidad y participan en la eucaristía, pero no siguen la línea marcada por Jesús.

Jn 13,17

 <<¿Lo entendéis? Pues dichosos vosotros si lo hacéis>>.

Pedro no lo entendía (13,7). Después de haber explicado el sentido de su gesto (13,12-15) y hecho la advertencia que impide toda escapatoria (13,16), Jesús incluye a Pedro en su pregunta.

No le basta a Jesús la adhesión de principio (cf. 8,31), se requiere la práctica de su mensaje, traduciendo las actitudes interiores en modos de proceder. Expresa su exigencia en forma de bienaventuranzas: dichosos vosotros si lo hacéis. En el amor está la plenitud de vida, y quiere que los discípulos lo comprendan. Disipa el espejismo de felicidad que propone el poder. No se es feliz dominando, sino amando; no siendo superiores, sino iguales. La felicidad verdadera nace de la experiencia del amor en una comunidad de hermanos.

Esta bienaventuranza prepara la que pronunciará Jesús en su reproche a Tomás (10,29: Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer). La práctica del amor mutuo dará a los discípulos la experiencia del amor de Jesús vivo y presente. Éste es el verdadero fundamento de la fe, no una experiencia extraordinaria como la que pedía Tomás (20,29 Lect.).

Jn 13,16

 <<Sí, os lo aseguro: No es el siervo más que su señor ni el enviado más que el que lo envía>>.

Jesús cita un proverbio bien conocido, cuya forma más usual se encuentra en Mt 10,25: Le basta al discípulo con ser como su maestro y al siervo como su señor. No es que Jesús llame siervos a sus discípulos (15,13), cuando, precisamente, con el lavado de los pies les ha dado categoría de iguales. Usa el proverbio solamente para señalar la arrogancia y la irresponsabilidad que supondría separarse de su ejemplo.

Jn 13,15

 <<Es decir, os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros>>.

Jesús no escatima los términos para explicitar su exigencia. Ellos tienen que imitarlo a él. Lo que acaba de hacer no es un gesto transitorio, sino una norma válida para todo tiempo. Es un servicio que nadie impone; no nace del sentido del deber, sino de la espontaneidad de amor, comunicado por el Espíritu. Expone así el contenido de su mandamiento, la ley fundacional de la nueva comunidad, que expresará con frase paralela: Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros (13,34).

Jn 13,14

 <<Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros>>.

Jesús cambia el orden de los títulos indicando su equivalencia. Uno y otro se daban a los maestros, pero Jesús es reconocido por los suyos también como Mesías, lo que da al título de Señor un contenido particular. Él, sin embargo, los equipara. Ante Pilato define su misión de rey como <<dar testimonio en favor de la verdad>> (18,37). En cuanto Mesías, por tanto, no es un poderoso ni un dominador. Al contrario, su acción muestra que amar a los demás es el único significado de ser señor y maestro.

Jesús es ciertamente señor, pero lo es porque comunica su Espíritu, el amor del Padre, que hace nacer de Dios, e identifica con Jesús por la libre espontaneidad del amor. No es señor por imposición alguna. Por eso su seguimiento es una asimilación a él (6,53ss: comer su carne), no una obediencia (15,15). Su señorío no suprime la libertad, sino que la exalta, dando la posibilidad de expresar plenamente con el amor la vida que se posee.

Con su acción Jesús les ha mostrado su actitud interior, la de un amor que no excluye a nadie, ni siquiera al que lo va a entregar. Si lo llaman señor, han de estar identificados con él; si lo llaman maestro, han de aprender de él. Los suyos han de actuar como él actúa.

Jesús es maestro porque, con su gesto, que preludia su muerte (15,13), les da la experiencia de ser amados, y así les enseña a amar con un amor que responde al suyo (1,16). Esta experiencia hace conocer a Dios como Padre. Quien acepta el amor de Dios, activo en el de los hermanos, acepta el Espíritu y lo recibe y, con él, la capacidad de corresponder a ese amor.

Así se ejerce el señorío de Dios, que es el de Jesús, como una fuerza que desde el interior del hombre lo lleva a la expansión. No acapara, sino que desarrolla. Es un principio de vida que transforma haciendo semejantes a él. Es también meta de semejanza, que abre un horizonte cada vez mayor.

domingo, 19 de marzo de 2023

Jn 13,13

 <<Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy>>.

No se permitía a los discípulos llamar a su maestro por su nombre. Se dirigían a él con el título de Maestro (Rabbí; cf. 1,38) o el de Señor (Mar). Pedro acaba de llamarlo <<Señor>> dos veces (13,6.9). Existe una diferencia entre Jesús y sus discípulos; todos son conscientes de ella. Jesús se la recuerda para hacerles comprender en qué consiste verdaderamente ser maestro y señor. Ante todo, en su comunidad la diferencia no crea rango; las dotes o funciones no justifican superioridad alguna. Siendo el Maestro y el Señor, los ha colocado a ellos en su mismo nivel. Los hace iguales y los trata como iguales. No hay más funciones que las que requiere la eficacia del amor mutuo, y éstas nunca eclipsan la relación personal de hermanos (20,17; 21,23).

Jn 13,12

 Cuando les lavó los pies, tomó su manto y se recostó de nuevo a la mesa. Entonces les dijo: <<¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?>>.

Con la primera frase cierra Jn claramente el marco de la acción anterior (13,4: se levantó de la mesa, dejó el manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura; 13,12: tomó su manto y se recostó de nuevo a la mesa), que tiene el significado de testamento-mandamiento. Como se ve por el paralelo entre el principio y el final (13,4.12), Jesús, al volver a la mesa, no se quita el paño, señal de su servicio, que culminará en su muerte, pero continuará para siempre (13,5 Lect.). Por otra parte, sin embargo, al volver a la posición de hombre libre (se recostó a la mesa) con el paño puesto, muestra que el servicio prestado por amor no disminuye la libertad ni la dignidad del hombre. Se integra ahora en el grupo de iguales que ha creado con su gesto. Los ha hecho libres (señores), pero no ha dejado él de ser libre y señor. Con su pregunta: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?, quiere evitar que se interprete erróneamente su gesto, como un simple acto de humildad.

La frase de Jesús (lit.: lo que he dejado hecho con vosotros), señala, en primer lugar, la intención de Jesús de dar a su acción validez permanente para los suyos; pero al mismo tiempo, desde la perspectiva de la comunidad, el recuerdo de una acción que permanece y conserva en ella su vigencia.

Jn 13,10b-11

 <<...aunque no todos>>. (Es que sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: <<No todos estáis limpios>>).

En ese estado de limpieza hay, sin embargo, una excepción. Hay uno que se opone a Jesús, porque no comparte sus valores ni su programa. Quien rehúsa dar su adhesión a Jesús está separado de Dios. Cesa la antigua pureza legal, que se perdía por el contacto con objetos o por funciones naturales. La actitud ante el hombre, representado por Jesús, determina la situación ante Dios.

Judas, aunque Jesús le ha lavado los pies, no está limpio. Esto indica de nuevo que el lavado no significaba purificación; la limpieza o no limpieza precedían a la acción de Jesús, y ésta no ha cambiado la situación. Jesús, sin embargo, no ha excluido a Judas de su aceptación ni de su amor. Le ha dado la misma muestra que a los demás, aun bien consciente de la traición que prepara. Sus palabras: aunque no todos, avisan al traidor de que conoce su actitud.

Jn 13,10a

 Jesús le contestó: <<El que ya se ha bañado no necesita que le laven más que los pies. Está enteramente limpio. También vosotros estáis limpios...>>.

Que era servicio y no rito de purificación había quedado claro por el gesto de Jesús, quitarse el manto y ceñirse un paño o delantal, como un criado (13,4). Además, se purificaban ritualmente las manos, pero no existía un lavado ritual para purificar los pies; el lavado de los pies pertenecía al área del servicio, de las costumbres domésticas. Así lo entendió Pedro en su primera reacción, y por eso protestó al ver lo impropio de la acción de Jesús en relación con su categoría de Maestro y Señor.

Jesús corrige la segunda interpretación de Pedro; no se trata de rito purificatorio, sino de servicio, y como tal hay que aceptarlo. El gesto muestra la actitud interior del que lo ejecuta, es decir, enseña que Jesús no se pone por encima de sus discípulos. Poco después los llamará amigos (15,14) y, después de su resurrección, se referirá a ellos como a sus hermanos (20,17).

<<Haberse bañado>> significa haber sido purificado y estar enteramente limpio. Para Jesús, sus discípulos están limpios (puros), es decir, no se interpone obstáculo alguno entre ellos y Dios; éste los acepta y los quiere.

El único motivo por el que el hombre desagrada a Dios y, por tanto, lleva encima su reprobación, es la negativa a hacer caso al Hijo, es decir, la permanencia voluntaria en la zona de la tiniebla (3,36c Lect.).

Los discípulos, por el contrario, han salido ya del <<mundo>> injusto (15,19; cf. 17,6.14.16); la pertenencia a él es el pecado (8,23 Lect.) que hace al hombre impuro. Al aceptar el mensaje de Jesús han abandonado <<el mundo>> y han quedado limpios (15,3); la opción fue expresada por Simón Pedro en 6,68: Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva, aunque, de hecho, no han sacado las consecuencias de ella.

El término <<limpios>> (= puros) pone esta escena en relación con la de Caná, donde se mencionaban las purificaciones de los Judíos (2,6). La necesidad de purificación, característica de la religión judía, significaba la precariedad de la relación con Dios, interrumpida por cualquier contaminación legal. Jesús había anunciado allí el fin de las purificaciones y de la Ley misma. Ahora excluye todo sentido purificatorio de su gesto, porque la opción por él ha purificado definitivamente a los suyos. Un discípulo sólo necesita que le laven los pies, es decir, que le muestren el amor, dándole dignidad y libertad.

Las antiguas purificaciones eran testigo de la conciencia de pecado, de estar separado de Dios. En la comunidad de Jesús, la relación con Dios está asegurada, Dios está con ellos (El que ya se ha bañado). No existen ya impurezas rituales o legales. La única es la complicidad con un orden injusto.

Jn 13,9

 Simón Pedro le dijo: <<Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza>>.

La reacción de Pedro muestra su adhesión personal a Jesús, aun sin entender su manera de obrar. Con tal de no separarse de él está dispuesto a hacer lo que quiera, pero por ser voluntad del jefe, no por convicción. Sigue siendo dependiente. No comprende la actitud vital que inspira la acción de Jesús y, por tanto, no podrá traducirla en actitud propia. Se muestra dispuesto a obedecer, pero no a imitar.

Al ofrecerse a que le lave las manos y la cabeza, Pedro piensa que el lavado es purificatorio. Si <<no dejarse lavar>> significa no ser aceptado, deduce que el lavado elimina algún obstáculo, alguna impureza o falta, y que es condición para ser admitido por Jesús, como lo era la purificación hebrea para acercarse a Dios. Si tiene que ser purificado de algo, está dispuesto. Juzgaba inadmisible la acción como servicio; como rito religioso, se presta a ella. Se trataría, en tal caso, de un acto único e individual como un rito de admisión.

Como en su idea del Mesías, también en este punto piensa Pedro en categorías judías, como los discípulos de Juan, que interpretaban su bautismo, gesto simbólico de ruptura con la institución judía, en clave de purificación tradicional (3,25 Lect.). Se refleja aquí el apelativo que Jesús había dado a Pedro en su primera entrevista: Simón, el hijo de Juan (1,42 Lect.), el discípulo de Juan que, como los de 3,25, no veía la novedad que éste anunciaba.

Ahora que ha conseguido explicarse el gesto de Jesús de manera compatible con sus principios, vuelve a llamarlo <<Señor>>, título que había suprimido en su reacción indignada (13,8: No me lavarás los pies jamás).

Jn 13,8b

 Le repuso Jesús: <<Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo>>.

Si no admite la igualdad, no puede estar con Jesús. Hay que aceptar que no haya jefes, sino servidores (cf. Mc 10,45 y parals.): Jesús, el Señor, es miembro de una comunidad de servicio; quien rechaza este rasgo distintivo de su grupo queda excluido de la unión con Jesús, su centro y fundamento. Su amenazadora declaración (Si no ... no tienes nada que ver conmigo) muestra lo grave de la actitud de Pedro. La mentalidad de éste es incompatible con la de Jesús y corre peligro. Para él, la acción de Jesús es intolerable (cf. 6,60), y éste le avisa que está al borde de la defección (cf. 6,66).

Jn 13,8a

 Le dijo Pedro: <<No me lavarás los pies jamás>>.

Negativa rotunda de Pedro. No acepta en absoluto que Jesús se abaje; cada uno ha de ocupar su puesto. Defender el rango de otro es defender el propio. No aceptar el gesto de Jesús significa no estar dispuesto a portarse como él.

En este pasaje, donde Pedro se opone a la acción de Jesús, lo designa el evangelista, por primera vez en la narración (cf. 1,44), únicamente por el sobrenombre (Pedro). Comienza a dibujarse el significado que Jesús le atribuía en su primer encuentro (1,42 Lect.).

Pedro conserva aún los principios del <<mundo>>, cree que la desigualdad es legítima y necesaria. La iniciativa de Jesús crea un grupo de iguales; el líder abandona su puesto para hacerse como los suyos; esto lo desorienta y él lo rechaza. Como la multitud de Jerusalén, quiere que Jesús sea el jefe (12,13: el rey de Israel); no acepta su servicio ni, por tanto, su muerte por él (12,34; 13,37). Había reconocido que las exigencias de Jesús comunicaban vida definitiva (6,68s), pero cuando llega el momento de la acción de Jesús, que interpreta sus palabras, no la acepta. Sigue en la mentalidad de 6,15, cuando quisieron hacer rey a Jesús, aunque éste se había puesto al servicio de la gente (6,11). No entiende lo que significa amor, pues no deja que Jesús se lo manifieste.

Jn 13,7

 Jesús le replicó: <<Lo que yo estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás dentro de algún tiempo>>.

Jesús no se extraña de la incomprensión de Pedro, él conoce a los que ha elegido (13,18), pero lavarle los pies es una muestra de acogida y afecto y le pide que le acepte. Le está revelando el modo como él y el Padre lo aman, no con palabras, sino con la acción.

Pedro acabará por entender, pero dentro de algún tiempo. Esta expresión introducirá la escena final del evangelio (21,1).

Jn 13,6

 Al acercarse a Simón Pedro, éste le dijo: <<Señor, ¿tú a mí lavarme los pies?>>.

Extrañeza y protesta de Pedro. Lo llama <<Señor>>, título de superioridad, en contraste con <<lavar>>, servicio de un inferior. Su extrañeza y protesta se expresan por la contigüidad de los pronombres (¿tú a mí?). Pedro ha comprendido que la acción de Jesús invierte el orden de valores admitido. Reconoce la diferencia entre Jesús y él y la subraya para mostrar su desaprobación. Interpreta el gesto en clave de <<humildad>>.

Él, como los demás, tiene a Jesús por un Mesías que debe ocupar el trono de Israel (cf. 6,15; 12,13; 18,10), por eso no acepta su servicio. Él es súbdito, no admite la igualdad. Se figura el reino mesiánico como una sociedad parecida a la antigua. No comprende la alternativa de Jesús.

Mientras los otros discípulos aceptan el gesto de Jesús, Pedro se singulariza entre ellos.

Jn 13,5

 Echó luego agua en el barreño y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con el paño que llevaba atado.

El lavado de los pies era un servicio que se hacía para mostrar acogida y hospitalidad o deferencia. De ordinario, lo hacía un esclavo no judío o una mujer, la esposa a su marido, los hijos e hijas al padre. Cuando se menciona el lavado de los pies en relación con una comida, siempre se hace antes, no durante ella, como en este caso (cf. Lc 7,44; Gn 18,4s; 24,32s). Esto muestra que Jesús no presta un servicio cualquiera.

No pide ayuda, él mismo va ejecutando cada una de las acciones preparatorias al trabajo servil. Se pone a lavar los pies de los discípulos. No se indica quién es el primero ni cuál va a ser el último; entre los discípulos no hay orden de precedencia. El evangelista vuelve a mencionar el paño ceñido. Con esta insistencia muestra la actitud de Jesús, que va a ser definitiva, pues, terminado el lavado, aunque toma de nuevo el manto, no se dirá que deje el delantal (13,12). Éste se convierte, por tanto, en atributo permanente de Jesús: su amor-servicio no cesará con su muerte, por eso su costado, del que brota el Espíritu, quedará abierto (20,25.27). La descripción desciende a detalles mínimos, lo cual confirma la intención del autor; asimismo, las dos menciones del paño se colocan al final de frase, acentuando su importancia; es más, la segunda mención: que llevaba atado, es literariamente innecesaria.

Va a mostrar a los discípulos su amor, que es el del Padre, con quien está identificado (10,30.38). Al ponerse Jesús, Dios entre los hombres, a los pies de sus discípulos, destruye la idea de Dios creada por la religión. Dios no actúa como soberano celeste, sino como servidor del hombre. Así lo había expresado Jesús en 5,17: Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando (en favor del hombre) y yo también trabajo. Esta escena muestra que el trabajo de Dios en favor del hombre no se hace desde arriba, como limosna, sino desde abajo, levantando al hombre al propio nivel. Jesús es <<el Señor>> por definición; pero, al lavar los pies a los suyos haciéndose su servidor, les da también a ellos la categoría de señor. Su servicio, por tanto, se propone dar la libertad (Señor) y crear así la igualdad, eliminando todo rango. En la sociedad que él funda, cada uno ha de ser libre: son todos señores por ser todos servidores; el amor produce la libertad. El futuro servicio de los suyos tendrá el mismo objetivo: crear condiciones de igualdad y libertad entre los hombres por la práctica del servicio mutuo. Esa es la obra del amor.

Ni el deseo de hacer el bien puede justificar el ponerse por encima del hombre. La actitud de Jesús se opone diametralmente a la del poder opresor de los <<hijos del diablo>>, que somete al hombre (8,44); crea así el punto de referencia que se expresará en su mandamiento: amarse como él los ha amado (13,34). Ponerse por encima del hombre es ponerse por encima de Dios, que sirve al hombre y lo eleva hasta sí. Destruye así Jesús todo dominio y quita la justificación a toda superioridad. Su comunidad no es piramidal, con estratos superpuestos, sino horizontal, todos al servicio de todos, a imitación de Dios y de Jesús.

No es, por tanto, que Jesús se abaje, sino que no reconoce desigualdad o rango entre los hombres. La grandeza humana no es un valor al que él renuncia por <<humildad>>, sino una falsedad e injusticia que él no acepta (cf. 5,41.44; 7,18). La única grandeza está en ser como el Padre, don total y gratuito de sí mismo (3,16).

Esta escena está en paralelo con la de Betania (cf. 12,1s). En ambas ocasiones se trata de una cena (12,2; 13,2), se mencionan <<los pies>> (12,3: de Jesús; 13,5: de los discípulos), aparece el verbo <<secar>> (12,3; 13,5); se contraponen, en cambio, los verbos <<ungir>> (12,3) y <<lavar>> (13,5). Allí la comunidad, representada por María, rendía homenaje a Jesús (le ungió los pies), expresándole su amor (el perfume), que se extendía a la comunidad entera (12,3: se llenó la casa). Aquí Jesús muestra su amor a los suyos con su servicio. Así se corresponden Jesús y su grupo. El servicio de los discípulos, en cambio, no se dirigirá a Jesús, lo harán unos a otros, y a los pobres, como ya se anunció en la escena de Betania (12,8 Lect.).

El lavado de los pies significa aceptación, hospitalidad, acogida fraterna, como lo explicará Jesús (13,20). El amor fraterno se expresa en acogida, y ésta, a su vez, en servicio.

     

Jn 13,4

 se levantó de la mesa, dejó el manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura.

La acumulación de verbos entre este verso y el siguiente (ocho verbos) pone ante los ojos la escena con todo detalle. Jn pinta un cuadro que debe quedar grabado para siempre en la mente de los discípulos como la última acción de Jesús con los suyos, norma de su comunidad. Muestra cómo el amor se traduce en acciones concretas de servicio. Jesús se despoja del manto, la prenda exterior, y se ciñe un paño o delantal, propio del que sirve.

La expresión dejó el manto y su correlativa del v.12 tomó el manto, están en paralelo con 10,17s: entregar la vida / recobrarla. <<Dejar el manto>> simboliza, por tanto, dar su vida; es la vida que él da por sus amigos (15,13). Pero, inmediatamente, Jesús toma un paño, símbolo del servicio. Con su acción de lavar los pies va a enseñar a los suyos cuál ha de ser su actitud y qué significa el amor leal (1,14.17): prestar servicio al hombre hasta dar la vida como él (cf. 13,34).

Jn 13,3b

 ... y que de Dios procedía y con Dios se marchaba.

Jesús sabe cuál es su verdadero origen, Dios, que lo llenó del Espíritu (1,32s; cf. 1,14: plenitud de amor y lealtad). Es el origen que el mundo no descubre (3,8; 7,27s; 8,14). Está seguro de su itinerario y sabe que su muerte es el final de su camino, porque ella, suprema expresión del amor, es el lugar de Dios. Su muerte es un tránsito (13,1); será la afirmación total de la vida, porque en el don de sí está Dios plenamente presente como la vida absoluta, donde no cabe muerte alguna.

Jesús, Dios presente entre los hombres, es indiscutiblemente superior a sus discípulos. Con plena conciencia de su identidad y con su absoluta libertad, va a lavarles los pies. Su gesto será expresión del amor que lo llena, en perfecta sintonía con el Padre.

Jn 13,3a

 consciente de que el Padre lo había puesto todo en sus manos...

Jesús tiene plena conciencia de la misión que el Padre le ha confiado. La frase es paralela de 3,35: el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. Por otra parte, una expresión equivalente aparecerá en 17,2: ya que le has dado esa capacidad para con todo hombre, que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado. Jesús sabe que de él depende la salvación de la humanidad, el éxito del designio creador de Dios. Con el lavado de los pies va a mostrar cómo se lleva a término la obra del Padre. Jesús vive ya <<su hora>> (12,23). Es precisamente esta conciencia la que lo lleva a significar su muerte con el lavado de los pies y a aceptarla con la traición de Judas. Quiere salvar al hombre y el deseo de darle vida lo lleva a entregarse.

Jesús es consciente de tenerlo todo en su mano, empezando por su propia vida. Al estar en relación con <<la hora>> (13,1), la acción que sigue es expresión de su última voluntad y adquiere por ello carácter fundacional; de ahí que termine enunciando su mandamiento (13,34s). La constitución de la comunidad, tema de este capítulo, deriva de la conciencia que tiene de haber llegado al momento de dejar cumplida su misión. Es misión suya fundar la comunidad humana nueva.

Se subraya al mismo tiempo la completa libertad de Jesús. El Espíritu (1,32s), en vez de limitarla, la ha exaltado, pero poniéndolo al mismo tiempo en total sintonía con el Padre por el vínculo de amor indestructible con él (1,34: el Hijo de Dios).

El Padre deja a Jesús plena libertad de acción. Se deduce de esto que, cuando Jn utiliza en otros pasajes el término <<mandamiento>>, como dado por el Padre a Jesús, no quiere significar una orden que tenga que cumplir (cf. 10,18: Está en mi mano entregarla [la vida] y está en mi mano recobrarla. Este es el mandamiento / encargo que recibí de mi Padre). Es un modo de expresar la perfecta unidad de propósito (10,30: Yo y el Padre somos uno; El Padre está identificado conmigo y yo con el Padre). No existe una obediencia filial de Jesús, sino una identificación total con el Padre (5,30; 6,38), efecto de la plenitud del amor que el Padre le ha transmitido (1,14: la gloria / riqueza que un hijo único recibe de su padre).

Jn 13,2

 Mientras cenaban (el Enemigo había ya inducido a Judas de Simón Iscariote a entregarlo).

Jesús estaba cenando con los suyos. No se trata de la comida ritual de Pascua, anticipada, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, la cena cristiana no es una continuación de la judía. Aparece de nuevo la ruptura de Jesús con las instituciones de la antigua alianza. La cena pascual cristiana, la cena de su éxodo, será la de su cuerpo y su sangre, preparados en la cruz (6,51.54; 19,31: Preparación, el día solemne).

<<El Enemigo>> ha sido presentado como <<el padre>> de los dirigentes judíos; es el principio de homicidio y mentira que inspira al círculo de poder: el dios-dinero, entronizado en el templo (8,44a Lect.). Dios, que es Espíritu (4,24), engendra como Padre hombres que son <<espíritu>> (3,6); el Enemigo/diablo engendra como padre hombres que son enemigo/diablo (6,70). El hombre nace de Dios al recibir su amor (el Espíritu) y tomar por norma de conducta el bien de los demás; nace del Enemigo (el dinero) al recibir el anti-amor (el deseo de lucro) y tomar por norma el interés propio despojando a los demás (12,6: ladrón = explotador); para ello usa como armas la violencia y la mentira (8,44: homicida y mentiroso).

<<El Enemigo>>, por tanto, el dios que es el propio interés, traducido en la ambición y la codicia, ha inducido ya a Judas a entregar a Jesús. Él está dispuesto a llevar a la práctica <<los deseos de su padre>>. Va a convertirse en su agente, aliándose con el círculo de poder. La decisión última, su identificación completa con el deseo del Enemigo, la hará al recibir la muestra de amor de Jesús (13,27).

La comunidad de intereses y de actitud entre Judas y los dirigentes parece estar indicada también por la raíz común de las designaciones: Judas-Judíos-Judea. El discípulo es un enemigo de Jesús, como lo son los Judíos que quieren matarlo (7,1); éstos dominan en la región de Judea, donde no ha sido acogido Jesús (4,1-3) y donde corre peligro (7,1; 11,7-8).

Por segunda vez aparece la denominación Judas de Simón Iscariote, que se encuentra en las tres ocasiones en que es mencionado Judas (6,71; 13,2.26) en proximidad con Simón Pedro (6,68; 13,6.9.24.36). Según se indicó en su lugar (6,71 Lect.), esta intencionada aproximación induce a pensar que el evangelista insinúa cierta comunidad de rasgos (representada por la coincidencia del nombre Simón con el patronímico de Judas) entre Judas y Pedro, los dos traidores, uno de obra y otro de palabra, uno entregando y el otro negando a Jesús. En la cena, última vez que aparecen juntos, Jesús descubrirá la traición de Judas (13,26) y anunciará a Pedro sus negaciones (13,38).

domingo, 5 de marzo de 2023

Jn 13,1c

 él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el extremo.

Los suyos no lo acogieron (1,11). Jesús, sin embargo, tiene ahora otros a los que llama <<los suyos>>, los hombres que ha sacado del recinto de la institución judía (10,3.4; cf.15,19; 17,6.14.16). <<Suyos>> serán en todo tiempo los que den el paso que dieron éstos. Su amor sigue siempre a los suyos y para todos lo demuestra hasta el extremo. Son la nueva comunidad, que sustituye al antiguo Israel.

Su amor al hombre se ha demostrado en su vida, pero va a resplandecer en su muerte. A estos dos aspectos de su amor van a corresponder las dos escenas que siguen: el lavatorio de los pies, que simboliza el amor continuo como servicio, y la aceptación de su muerte, expresada al no impedir la traición de Judas.

En Dt 31,24 se dice: <<Cuando Moisés terminó de escribir los artículos de esta Ley hasta el final...>>. A la expresión <<hasta el final>> corresponde en el texto de Jn <<hasta el extremo>>. Jesús va a demostrar su amor hasta el final y ésa será la nueva Escritura (19,19 Lect.) que sustituye a la Ley; será la plenitud del amor en Jesús y la de su obra en el hombre (19,28ss).

Los dos miembros de la frase, había amado ... demostró su amor hasta el extremo, son la definición de la gloria: amor y lealtad (1,14). El amor que no cesa, que no se desmiente ni se escatima, la característica de la nueva alianza (1,17).

Jn 13,1b

 Consciente Jesús de que había llegado su hora, la de pasar del mundo este al Padre...

Jesús va a dar cima a su éxodo personal y definitivo, terminando su camino hacia el Padre (13,3). Su paso al Padre será la cruz, donde se entregará para dar vida al hombre. Es la última etapa, la llegada a la tierra prometida.

Él había salido del mundo. El primer paso se cumplió desde el principio, al romper con las instituciones opresoras de Israel (2,13ss), ruptura que se hizo definitiva con su última controversia en el templo (10,22ss). Ahora va a llegar a la meta. Ésta es su hora (2,4; 12,23), la de la manifestación de su gloria (12,23), la nueva alianza y el don del Espíritu (7,39; 19,30) anunciados en el vino de Caná (2,4). Su amor va a expresarse al máximo dando la vida por sus amigos (15,13) y acabando la obra del Padre (4,34; cf. 19,30: Queda terminado).

Subraya Jn la conciencia que tiene Jesús del momento que vive, y, por tanto, de su misión (13,1.3; 18,4; 19,28). Jesús no va a la muerte arrastrado por las circunstancias, es él quien da su vida. En momentos de máxima tensión, Jn ha afirmado que no había llegado su hora (7,30; 8,20); ahora ha llegado ya, y Jesús es consciente. Muestra su plena aceptación, en contraste con la petición que nunca hizo al Padre (12,27: Padre, líbrame de esta hora). La conciencia de <<su hora>> será la que motive la expresión de su amor hasta el extremo.

Jn 13,1a

 Antes de la fiesta de la Pascua.

Se omite toda mención de ciudad o lugar. Jerusalén ha sido nombrada por última vez en 12,12. Jesús había roto definitivamente con Jerusalén y el templo, ciudadela del sistema opresor, tierra de la esclavitud. El lugar lo crea su presencia (6,10 Lect.).

Desde la escena de Betania (12,1), esta última Pascua no se llama ya la Pascua de los Judíos, porque ahora es la Pascua de Jesús, el Cordero de Dios que va a liberar a la humanidad de su pecado. Ésta va a ser la Pascua de la liberación del hombre: va a permitirle el éxodo de la tiniebla a la luz (8,12, cf. 4,34), va a inaugurar la vida y la fiesta (7,37); será el último día (cf. 6,39 Lect.; 6,40; 7,37), en que todo quedará terminado (19,30).

Jn 12,44a-50

 

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25