domingo, 30 de abril de 2023

Jn 14,27-31

 

Jn 14,31b

 <<¡Levantaos, vámonos de aquí!>>.

Al término de la instrucción intracomunitaria, ha anunciado Jesús la llegada del jefe del mundo. Su exhortación a salir (14,31) tiene un tono de desafío que se convierte en consigna para toda la comunidad (vámonos). Ésta, como Jesús, ha de estar en el mundo y en él ha de dar fruto; costará sufrimiento, porque el mundo la odia a muerte (15,18s).

Invita a sus discípulos a marcharse con él. Con sus palabras, indica de nuevo su aceptación de la muerte que se avecina; en ellas incluye de algún modo a sus discípulos, que, en el futuro, tendrán que estar dispuestos a morir con él (11,15s). Va a su éxodo definitivo, se marcha del mundo para pasar definitivamente al Padre (13,1).

Este versículo divide el discurso de la Cena en dos partes. En la primera, la instrucción de Jesús, de obra y de palabra, se ha referido a la constitución de la comunidad; en la segunda (caps. 15.16) va a tratar de su identidad y misión en medio del mundo, del fruto que ha de producir y de la oposición y persecución que va a arrostrar. La invitación a marcharse con él indica precisamente la diferencia de tema. Jesús va a marcharse con el Padre pasando a través del mundo de tiniebla y  muerte, y en este paso se lleva a los suyos consigo. La constitución de la comunidad se ha hecho dentro de casa, pero su camino está fuera, en medio de la humanidad oprimida y en oposición a los poderes opresores.

SÍNTESIS

La muerte de Jesús, ya inminente, no ha de ser motivo de inquietud para los suyos, pues volverá a estar presente en medio de ellos; es más, mirando a su desenlace, debe ser motivo de alegría, pues significa la culminación de su misión y la realización de su obra, su estado definitivo con el Padre. La experiencia futura de esta realidad confirmará la fe y la adhesión de los discípulos. Jesús va a enfrentarse con los poderes hostiles.

Los que siguen a Jesús, y son miembros de la humanidad nueva que él ha venido a comenzar, cuentan con la ayuda del Padre y suya, no están solos a lo largo de la historia. El mensaje de Jesús habrá de vivirse en muy diversas circunstancias.

Toca ahora ver la misión de este grupo en la humanidad y la oposición que va a encontrar.

Jn 14,30b-31a

 <<No es que él pueda nada contra mí, sino que así comprenderá el mundo que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que mandó>>.

Jesús no está en absoluto sometido a tal poder, ni éste puede pretender autoridad sobre él, ni derecho a detenerlo y condenarlo. Pero va a aceptar el enfrentamiento para mostrar a la humanidad su amor al Padre, llevando a cabo su obra a costa de su propia vida (10,17: por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro). La muerte de Jesús debe convencer a todos de la autenticidad de su mensaje, de su fidelidad al que lo envió. Va a cumplir exactamente su encargo, liberando al hombre y comunicándole vida. Su fidelidad al Padre, no cediendo ni transigiendo en nada con el mundo, será la prueba de su amor.

Existe un claro paralelo entre esta frase: Así comprenderá el mundo que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que me mandó, y la de 8,28: Entonces comprenderéis que yo soy lo que soy y que no hago nada de por mí, sino que digo exactamente lo que me ha enseñado el Padre. El paralelo identifica en primer lugar a los dirigentes judíos, a quien Jesús se dirige en 8,28 con <<el mundo>> (14,31; cf. 8,23). Lo que éste ha de comprender se enuncia en un caso: <<que yo soy lo que soy>> (= el Mesías, cf. 8,24b Lect.) y, en el otro: <<que amo al Padre>>. Por último, en ambos casos se deduce que la actividad de Jesús tiene su origen en la misión recibida del Padre.

Jn 14,30a

 <<Ya no hay tiempo para hablar largo, porque está para llegar el jefe del mundo>>.

La marcha de Jesús es inminente, la estancia con los suyos toca a su fin. Va a enfrentarse con el jefe del mundo injusto, ya mencionado en 12,31 (El jefe del orden este va a ser echado fuera). Como allí, es la personificación del poder opresor, figura de los que van a detenerlo, que serán los representantes del poder civil y religioso (18,3: Judas cogió el batallón y, además, guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos...).

Jn 14,29

 <<Os lo dejo dicho ahora, antes que suceda, para que, cuando suceda, lleguéis a creer>>.

Jesús, que había predicho la traición para que sus discípulos comprendieran más tarde la magnitud de su amor y se confirmaran en que él era el Mesías (13,19), repite ahora la frase a propósito de su promesa de volver. La primera vez se refería a su muerte; la segunda, a sus efectos: el triunfo de la vida en él y en ellos.

Jn 14,28

 <<habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo>>.

Cita sus palabras anteriores para tranquilizarlos de nuevo; su ausencia no es definitiva, ni siquiera prolongada. Ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es una tragedia, puesto que su muerte va a ser la manifestación suprema del amor del Padre (12,27s), la victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es más que él, porque en él tiene Jesús su origen (1,32; 3,13.31; 6,51), el Padre lo ha consagrado y enviado (10,36) y todo lo que tiene procede del Padre (3,35; 5,26s; 17,7).

Jn 14,27

 <<´Paz´ es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo>>.

Jesús se despide deseándoles la paz. Éste era el saludo ordinario al llegar y al despedirse. Su paz, sin embargo, es diferente: no es un saludo trivial. Tampoco se despide como todos, porque él se va, pero no va a estar ausente. Esto debe darles la serenidad y quitarles todo temor. Cierra Jesús esta parte de su instrucción como la había comenzado (14,1).


domingo, 23 de abril de 2023

Jn 14,15-26

 

Jn 14,25-26

 <<Os dejo dichas estas cosas mientras vivo con vosotros. Ese valedor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre por causa mía, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto>>.

La frase mientras vivo con vosotros vuelve a recordar la marcha de Jesús, anuncia su despedida. En compendio les ha expuesto el plan de Dios sobre la humanidad, les ha dejado sus promesas; ahora que se marcha, ellos tendrán que irlas comprendiendo y profundizando. Pero no será solamente una reflexión humana, el Espíritu les hará penetrar en todo lo que él ha dicho. Él colaborará en la construcción de la comunidad. Muchos aspectos de la vida y mensaje de Jesús están aún oscuros para ellos (2,22; 12,16); pero tendrán el valedor, que les ayudará en todo lo que necesiten.

Se le llama ahora el Espíritu Santo. Este término tiene un doble significado, de cualidad y de acción: el Espíritu es santo y santificador. La palabra <<santo>> significa en su origen semítico <<separado>>; el Espíritu es, por tanto, santo o separado, porque pertenece a la esfera divina; pero, al mismo tiempo, es separador, es decir, separa al hombre de la tiniebla, del mundo perverso, instalándolo en la zona de la luz y la vida, que es la de Dios (cf. 5,24), haciéndolo nacer de nuevo (cf. 1,33; 3,5s). Término equivalente a <<separar>> es <<consagrar>>. También la santidad/consagración pertenece a la temática del éxodo (Lv 11,44.45; 19,2; 20,7; cf. Éx 19,6; LXX 23,22).

La separación o consagración no se hace de una manera material ni local, sino haciendo semejante a Jesús el Consagrado (6,69) por la infusión de un amor que responde al suyo (1,16), con la actividad de una misión como la suya (17,17-19). Las calificaciones <<Espíritu Santo>> y <<Espíritu de la verdad>> (14,17) expresan aspectos de la misma realidad: el amor del Padre que se comunica al hombre.

El Espíritu es una realidad dinámica y personal (él, cf. 15,26; 16,8.13; otro valedor: 14,15; el valedor: 14,26; 15,26; 16,7), cuya actividad se extiende en el tiempo. No habla de sí, hace recordar y comprender lo enseñado por Jesús. Este papel que desempeña en la comunidad lo señala como espíritu profético, que transmite mensajes del Señor. Los roles que Jesús va a atribuirle siguen la línea profética: en el interior de la comunidad, enseña, recordando y explicando el mensaje de Jesús (14,26); en relación con la misión, da testimonio en favor de Jesús (15,26), acusa al mundo (16,8) e interpreta la historia para los discípulos (16,13), orientándolos en su labor.

Hará penetrar a los discípulos en lo que había dicho Jesús, haciéndolo presente; la enseñanza del Espíritu es la de Jesús mismo, su recuerdo es la renovación de su presencia.

El que enseña es el Espíritu Santo, el que separa del mundo de la tiniebla-muerte. Mientras no exista esa ruptura, no es posible la interpretación del mensaje de Jesús. Tampoco se puede penetrar el mensaje de Jesús sin escuchar al Espíritu. Éste es el maestro de la comunidad.

El Espíritu Santo es el mismo Espíritu de la verdad, el nuevo valedor (14,16.17.26). Según 14,16-17, su venida será resultado de una petición de Jesús en el futuro; el Espíritu se distingue de Jesús, en primer lugar, por ser objeto de su petición y, en segundo lugar, por ser llamado <<otro valedor>>; su misión será estar continuamente con los discípulos, de una manera interior, a diferencia de Jesús, que en su vida mortal era su valedor externo. En este segundo pasaje (14,26) se afirma que el Padre envía ese valedor concediendo el ruego de Jesús (por causa mía). Su misión es enseñar y recordar, que, a primera vista, parece más congruente con la denominación <<Espíritu de la verdad>>; sin embargo, en 17,17 se hablará precisamente de la consagración con la verdad, que es el mensaje.

El Espíritu es el amor y lealtad, la gloria (cf. 1,14 y 1,32; 1,17 y 7,39). En cuanto el amor se formula para proclamarlo, se le llama <<mensaje>>; en cuanto es dinamismo recibido, se le llama <<Espíritu>>; en cuanto norma de conducta, es <<mandamiento>>; en cuando se hace visible y hace presente a Dios, se le llama <<gloria>>.

Con la venida del Espíritu se asocia la de Jesús (14,16.18.23.26.28). Durante su vida terrena, Jesús, lleno del Espíritu (1,32), lo manifestaba en su persona y actividad; su relación con él puede describirse como continente-contenido; en Jesús habita el Espíritu (1,32) o la gloria (1,14); así cumple el mensaje del Padre (8,55), ha cumplido sus mandamientos (15,10) y es uno con el Padre (10,30).

En la vuelta de Jesús después de su muerte sigue habiendo una relación entre él y el Espíritu, no sólo por ser él la causa de su envío (objeto de su oración), sino porque, con el Espíritu, también se hace presente Jesús. No son dos venidas paralelas, sino interdependientes: Jesús resucitado sigue siendo el lugar del Espíritu, de donde éste brota (cf. 7,38). La distinción que se hace entre las dos venidas se debe a que la de Jesús se considera como presencia, la del Espíritu como actividad, la irradiación de su presencia. Para el creyente, Jesús es punto de referencia, centro, mientras ve al Espíritu como la fuerza de vida que a partir de él se difunde. En otros términos: la presencia de Jesús, situada ya fuera de las categorías espaciales, se realiza a través de su acción, la del Espíritu, que es su fuerza. Jesús se hace presente cuando entre el creyente y él se establece el contacto a través del Espíritu que de él procede. Por eso Jesús no se hace presente al mundo, porque éste rechaza el Espíritu-amor y no recibe su acción.

SÍNTESIS

La presencia de Dios en la comunidad cristiana y en cada miembro, tal como la describe Jesús en este pasaje, cambia el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con él. Se concebía, de hecho, a Dios como una realidad exterior al hombre y distante de él; la relación con Dios se establecía a través de mediaciones, de las cuales la primera era la Ley, de cuya observancia dependía su favor. Dios reclamaba al hombre para sí, éste aparecía ante él como siervo. El mundo quedaba en la esfera de lo profano, había que salir de ella para entrar en la de lo sacro, donde Dios se encontraba. Se establecía así una división entre dos mundos; la creación, obra de Dios, carecía de dignidad ante él. El hombre había de renunciar a sí mismo en cierta manera, para afirmar a Dios soberano.

En la exposición que hace Jesús se describe la venida del Espíritu, de Jesús y del Padre; con esta imagen espacial significa el cambio de relación entre Dios y el hombre. La comunidad y cada miembro se convierten en morada de la divinidad, la misma realidad humana se hace santuario de Dios. De esta manera Dios <<sacraliza>> al hombre (Espíritu Santo) y a través de él, a toda la creación. No hay ya, pues, ámbitos sagrados donde Dios se manifieste fuera del hombre mismo. Esta <<sacralización>> produce, al mismo tiempo, una <<desacralización>>, suprimiendo toda mediación de <<lo sagrado>> exterior al hombre.

El Padre, por tanto, no es ya un Dios lejano, sino el que se acerca al hombre y vive con él, formando comunidad con los hombres, objeto de su amor. Buscar a Dios no exige ir a encontrarlo fuera de uno mismo, sino dejarse encontrar por él, descubrir y aceptar su presencia por una relación, que ya no es de siervo-señor, sino la de Padre-hijo.

Esta nueva relación del hombre con Dios implica su nueva relación con el hombre. Su modelo está en Jesús, al cual se asimila el creyente. Dios revela su presencia y establece su comunión en la comunión con el hombre. En el don de sí a los demás se verifica el encuentro con el Padre.

La presencia de Dios en el hombre no es estática; es la de su Espíritu, su dinamismo de amor y vida, que hace al hombre <<espíritu>> como él, haciéndolo participar de su propio amor. El Padre es el amor absoluto y, por tanto, el don de sí absoluto; se revela en Jesús como aquel que se entrega para dar vida al hombre. Por eso desaparece la mediación de la Ley: la única ley es Jesús, en quien el Padre, a través de su Espíritu, ha realizado el modelo de hombre. Dios se asemeja a una onda en expansión que comunica vida con generosidad infinita. No quiere que el hombre sea para él, sino que, viviendo de él, sea como él, don de sí, amor absoluto; ése es el mandamiento que transmite Jesús. Al hombre toca aceptarlo e incorporarse a esa fuerza que tiende a expansionarse en continuo don y que es el Espíritu de Dios. Al recibirlo el hombre, Dios realiza en él su presencia y comienza a producir fruto, señal de la vida. Así, el crecimiento y desarrollo del hombre son la afirmación de Dios mismo en él. El hombre y todo lo creado son la expresión de su generosidad gratuita; estimarlo, afirmarlo y hacerlo crecer es darle gracias por su amor. Su venida es un acto creador de su generosidad. Dios no es el rival del hombre. No lo ha creado para reclamarle luego su vida como tributo y sacrificio, Él no absorbe ni disminuye al hombre, lo potencia. No puede el hombre anularse para afirmar a Dios porque eso significaría negar a Dios creador, el dador de la vida.

La unión a Dios no se hace remontando la corriente para desaparecer en los orígenes sino aceptando al Dios que viene, insertándose en la gran corriente de vida en expansión que es él mismo. Dios integra a los hombres en su acción cósmica de vida y amor, manifestada en Jesús. El hombre se suma así con Jesús a la acción del Padre. El centro que irradia vida se va ampliando y va realizando el destino gozoso de la creación entera la plenitud de vida en el amor.

LEVÍTICO.

ÉXODO

Jn 14,24

 <<El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del que me mandó, el Padre>>.

Jesús identifica su mensaje con el del Padre (cf. 7,16; 8,28.40; 12,49s). Es el mensaje que los dirigentes no habían conservado (5,38), pero que Jesús cumple (8,55). Se trata, por tanto, del mensaje de Dios ya presente en el AT, el de su amor por el hombre (Éx 34,6s), que mostró a lo largo de la historia de Israel poniéndose de parte del oprimido e injustamente tratado. Fue su amor el que sacó a Israel de la esclavitud de Egipto (Dt 4,37; 7,7s; Jn 5,37b-38 Lect.). Este mismo es el mensaje que Jesús cumple y que transmite a sus discípulos, quienes lo hacen suyo (17,20). Los mandamientos, por tanto, que llevan el mensaje a la práctica, se refieren en particular al amor que se muestra ofreciendo al oprimido el medio de salir de su opresión. Es el mensaje de un éxodo fuera del sistema injusto (10,2-4), abriendo los ojos de los ciegos para que conozcan la dignidad humana según el designio de Dios (9,1ss) y haciendo caminar a los paralizados por las ideologías opresoras (5,3ss); es el amor manifestado en el compartir, que da al hombre su independencia y lo libera de la explotación (6,5ss).

Para seguir esta línea, que llega al don de la propia vida, hay que estar identificado con Jesús (cf. 14,15). Es el Espíritu, fuerza del amor de Dios, el que identifica con él e imprime al hombre su dinamismo para la acción. De ahí que vuelva Jesús al tema del valedor enviado por el Padre.

Jn 14,23

 Jesús le contestó: <<Uno que me ama, cumplirá mi mensaje, y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él>>.

La venida de Jesús no será un alarde de poder ni una reivindicación de la injusticia cometida con él. La transformación de la sociedad humana que él propone no se hace por la fuerza. Forma su comunidad con los que quieren responder al ofrecimiento de la vida. Por eso, en respuesta a Judas, repite lo antes dicho, formulándolo de modo parecido. Su mensaje es el del amor al hombre y se despliega en sus mandamientos. Insiste en que el amor a su persona lleva necesariamente a la actividad, que uno y otra son inseparables (14,15.21). Jesús explica de nuevo la calidad de su manifestación, que no es del mismo género que la que ellos han conocido o la que esperan. Quien guarda su mensaje responde a su amor, acogiéndolo, y su amor es su presencia y la del Padre.

Esta presencia se experimenta como una cercanía. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada con el discípulo. Vivirán juntos, en la intimidad de la nueva familia.

Remite este texto al principio del capítulo (14,2-3). La misma realidad se formula allí en sentido contrario; Jesús iba a preparar sitio para los suyos en el hogar del Padre, significando bajo esa imagen la condición de hijos que iba a obtener para los suyos. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo; la condición de hijo se expresa en términos de amor (mi Padre le demostrará su amor), pues es el amor la actitud del Padre respecto al Hijo (3,35: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano; 10,17: Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro). Quien cumple el mensaje del amor se hace hijo de Dios (1,12; cf. 14,2b). Se trata, por tanto, de una promesa para esta vida, la de la compañía, el contacto personal entre el Padre, Jesús y cada discípulo. Corresponde a la experiencia comunitaria descrita en términos de identificación (14,20).

Una de las características del camino en el antiguo éxodo era la presencia de Dios en medio del pueblo, localizada en <<la morada>> (hebreo ha-miskan), situada en la tienda del Encuentro (Éx 26ss, passim). En el nuevo éxodo, cada miembro de la comunidad será morada de Dios; así, la comunidad entera será el lugar de la manifestación de la gloria (17,22). Jesús, el nuevo santuario, hace participar de su calidad a todos y cada uno de los suyos.

Nótese también que la expresión vivir con él es la misma aplicada antes al Espíritu (14,17: vive con nosotros), que vivía con los discípulos gracias a la presencia de Jesús. Se promete, por tanto, una presencia de Jesús y del Padre en todo semejante a la que tenía Jesús con los suyos, pero interiorizada. Todo será efecto del don del Espíritu (ibíd.: estará con vosotros).

El amor a Jesús y la venida de Jesús y el Padre a vivir con el discípulo no son más que dos descripciones de la misma realidad, una desde cada extremo. Amar a Jesús es acercarse a él para identificarse con él; puede describirse así como un movimiento del hombre hacia Jesús, aunque supone un acercamiento previo de Jesús al hombre, puesto que el ofrecimiento de Jesús ha precedido a la respuesta.

La respuesta al amor de Jesús se expresa en el amor a los demás hombres (cumplir el mensaje). El Padre y Jesús responden a la fidelidad del discípulo dándole la experiencia de su compañía; esto se expresa con la imagen <<venir y quedarse a vivir con él>>.

Por eso no va a manifestarse al mundo, porque su manifestación supone la aceptación de su amor y la correspondencia a él; el mundo, en cambio, lo odia (7,7; 15,18).

Jn 14,22

 El otro Judas, no el Iscariote, le preguntó: <<Señor, y ¿a qué se debe que nos vayas a manifestar tu persona a nosotros y al mundo no?>>.

Se trasluce la decepción del discípulo. Esperaba una vuelta gloriosa y triunfante de Jesús, y no se explica por qué va a ser sólo una manifestación personal a individuos. La pregunta de Judas recuerda la invitación hecha a Jesús por su gente: Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo. Sigue Jn mostrando la incomprensión de los discípulos, que no renuncian a su concepción mesiánica. Judas, cuyo nombre lo pone en relación con <<Judios/Judea>> (cf. 7,1), participa de la mentalidad común, que veía en el Mesías un triunfador terreno.

Jn 14,21b

 <<y al que me ama mi Padre le demostrará su amor, y yo también se lo demostraré manifestándole mi persona>>.

La semejanza con Jesús, efecto del amor a él, provoca una respuesta de amor de parte del Padre (17,23), que ve realizada en el hombre la imagen de su Hijo. La respuesta de Jesús se traducirá en una manifestación personal. El Padre y Jesús, que son uno, responden al unísono. El Padre considera como hijo al que ama igual que Jesús; Jesús lo ve como hermano. Jesús menciona solamente su propia manifestación porque él seguirá siendo el santuario donde Dios habita (2,21): en él se realiza la teofanía.

Jn 14,21a

 <<El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama>>.

Pasa Jesús al singular, a la relación que el Padre y él establecen con cada miembro de la comunidad. Él no uniforma, sino diferencia. Su comunidad no es gregaria. Por eso el principio que enuncia se aplica a cada individuo, y cada uno es responsable de su práctica. Recoge la formulación inicial (14,15), pero invirtiendo el orden de los términos. Allí era el amor a Jesús la condición para cumplir sus mandamientos; ahora les avisa que la actividad en favor del hombre es lo único que da realidad al amor a él y, por tanto, el único criterio para verificar su existencia.

El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. El amor consiste, por tanto, en vivir los mismos valores que Jesús y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción (el Espíritu).

Jn 14,20

 <<Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros>>.

La frase se refiere al día en que, aunque Jesús desaparezca para el mundo, se hará presente en la comunidad. El efecto de la comunicación de su vida (el Espíritu) será una experiencia de identificación. El Espíritu, que procede del Padre (15,26) y que Jesús comunica a los discípulos, les da a conocer que él y el Padre son uno (10,30), y que ellos, a su vez, en la comunión del mismo Espíritu, son unos con él.

Jesús está identificado con el Padre, por tener el mismo Espíritu, la misma plenitud de amor (1,14); los discípulos lo están con Jesús por el amor a él y a los hermanos, que es el Espíritu recibido. Así se verifica la unión perfecta de la comunidad con el Padre, su Dios, a través de Jesús (17,21.23). Es una experiencia de unidad e integración, una comunión de vida entre Dios y el hombre. Jesús vincula a Dios con los hombres.

Se constituye así un núcleo de donde irradia el amor: la comunidad identificada con Jesús y a través de él con el Padre. En ella y a través de ella se ejerce la acción salvadora de Dios en la humanidad.

Jn 14,18-19

 <<No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros. Dentro de poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis>>.

Jesús está preparando a sus discípulos para el momento de su ausencia; les da todas las seguridades para que no estén intranquilos (14,1). No los dejará desamparados, huérfanos. El término tiene fuertes connotaciones del AT, donde el huérfano es prototipo del que está a merced de los poderosos; es aquel con quien se cometen todas las injusticias (cf. por ejemplo, Is 1,17-23; 10,2; Jr 5,28; 7,6; 22,3; Ez 22,7; Os 14,4). Jesús no va a dejar a los suyos indefensos.

Su ausencia no será definitiva, promete su vuelta para dentro de poco. La oposición <<no ver-ver>> es correlativa de <<no manifestarse-manifestarse>> de 14,21s. El mundo dejará de verlo después de su muerte porque Jesús no se manifestará a él; los discípulos podrán <<verlo/contemplarlo>>. En términos de visión se describe la comunión de vida con él; los discípulos participarán de su vida por participar de su Espíritu, que efectuará la comunión de Jesús con los suyos.

ISAÍAS I (1-39)

JEREMÍAS.

EZEQUIEL

OSEAS

Jn 14,17b

 <<el que el mundo no puede recibir porque no percibe ni lo reconoce. Vosotros lo reconocéis, porque vive con vosotros y además estará en vosotros>>.

<<El mundo>> está usado aquí en el sentido peyorativo de <<orden injusto>>. Éste profesa <<la mentira>>, una ideología (la tiniebla) que propone como valor lo que es contrario al designio creador, lo que merma o suprime la vida del hombre; en definitiva, la muerte. El sistema es la mentira institucionalizada, que llega al homicidio, la supresión de la vida (8,44). No puede percibir el Espíritu de la verdad ni conocerlo; la muerte es incompatible con la vida.

Los discípulos tienen experiencia del Espíritu debido a la presencia de Jesús, en quien mora el Padre (14,10); pero esa experiencia será mayor en el futuro, cuando llegue la interiorización que Jesús les promete. Cuando dé el Espíritu (7,39), éste estará en ellos como principio dinámico y vivificador.

Jn 14,16-17a

 <<yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté con vosotros siempre, el Espíritu de la verdad>>.

Jesús ejerce una actividad mediadora ante el Padre para la comunicación del Espíritu a los suyos. Es una mediación futura, hecha desde su nueva condición junto al Padre, y mediación necesaria. La comunidad recibe el Espíritu solamente a través de Jesús.

El término <<valedor>>, aplicado al Espíritu, significa el que ayuda en cualquier circunstancia. De hecho, tiene un doble papel: dentro de la comunidad, mantener vivo e interpretar el mensaje de Jesús (14,26); en el enfrentamiento de la comunidad con el mundo, dar seguridad a los discípulos y guiarlos interpretándoles los acontecimientos (16,7-15).

El Espíritu será otro valedor. Mientras ha estado con los suyos, Jesús les ha enseñado y los ha protegido (17,12). Desde ahora será el Espíritu su valedor permanente. Es el Espíritu de la verdad, porque él es la verdad y la comunica. La ambivalencia del término griego (alêtheia): verdad, lealtad, pone la verdad en conexión con el amor. Es la verdad sobre Dios, por ser y manifestar la fuerza de su amor, y sobre el hombre, por ser el amor y la vida comunicados, que hace conocer al hombre el proyecto de Dios sobre él y lo capacita para realizarlo. Por ser el Espíritu de la verdad lo es de la libertad, pues la verdad hace libres (8,31-32); él continuará el proceso de liberación. Jesús es la verdad (14,6), y el Espíritu, la fuerza de la verdad. Al ser experiencia de vida, da la sensibilidad para distinguir lo que es vida y lo que es muerte.

Jn 14,15

 <<Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos>>.

El amor a Jesús (21,15c Lect.) es condición para cumplir sus mandamientos, como cumplirlos será la prueba del amor a él (14,21). Quien no ama a Jesús no puede amar a los demás; quien no ama a los demás no ama a Jesús.

Por primera vez menciona Jesús el amor de sus discípulos a él; la fe en él denota, por tanto, una adhesión personal que culmina en amor. La adhesión a su persona y a su obra se convierte en un impulso de identificación,.

Por la identificación con él, los mandamientos pierden todo carácter de imposición; son la exigencia del amor. Cumplirlos significa ser como él, y a esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de la obediencia de los discípulos a normas externas, sino de la expansión exterior de su sintonía con Jesús.

Si Jesús conserva el término <<mandamiento>> para designar esta realidad es sólo para oponer su norma de vida a los mandamientos de la Ley antigua, que quedan superados; para sus discípulos valen solamente los suyos. El mismo énfasis de la construcción: los mandamientos míos, en lugar de mis mandamientos, indica la oposición a los de la Ley de Moisés.

Después de haber expuesto el mandamiento nuevo (13,34) habla Jesús de <<sus mandamientos>> (14,15.21; 15,10). Aquél creaba la solidaridad del amor en la que están presentes Jesús y el Padre (13,17; 17,21 Lects.); desde ella se ejerce el amor a la humanidad, realizando las obras de Dios (9,3s): ellas son el contenido de los mandamientos de Jesús. Éstos nunca se enumeran ni se formulan: como <<las exigencias>> (15,7; 17,8), son la respuesta del amor a la necesidad del hombre en cada circunstancia. <<Mandamientos>>, <<exigencias>> y <<palabras>> designan las variadas traducciones a la práctica del mensaje del amor (14,23.24).

Así como <<el pecado>>, constitutivo de la solidaridad para el mal (<<el mundo>>), desembocaba en <<los pecados>> o injusticias contra el hombre, de modo paralelo <<el mandamiento>>, constitutivo de la solidaridad para el amor (la comunidad de Jesús), se despliega en <<los mandamientos>>, que prescriben la actividad en favor del hombre.

<<El mandamiento nuevo>> es prototipo de todos los demás: la identificación con Jesús por un amor a los hermanos igual al suyo (13,34), que lo hace presente en la comunidad (13,17 Lect.), lleva en sí la exigencia del amor a todo hombre, también como él los ha amado.

domingo, 16 de abril de 2023

Jn 14,1-14

 

Jn 14,12b-14

 <<porque yo me voy con el Padre, y cualquier cosa que pidáis en unión conmigo, la haré; así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo. Lo que pidáis unidos a mí, yo lo haré>>.

Jesús da la razón de su afirmación anterior: los discípulos harán obras como las suyas, y aun mayores, porque desde su nueva condición en la esfera divina, él seguirá actuando con ellos. Su muerte no va a poner fin al proceso iniciado por él ni significa tampoco que él vaya a desentenderse del mundo. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino. A través de Jesús, el amor del Padre (su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión.

La expresión en unión conmigo formula la experiencia de la comunidad: todos los dones que ésta recibe vienen por Jesús y toda su comunicación con el padre se hace en Jesús. Es una de las expresiones de la realidad simbolizada bajo la figura de la rampa de Jacob (1,51); el cielo va a quedar abierto, es decir, no se interrumpirá ya la comunicación de Dios con los hombres, y el lugar de esa comunicación es Jesús. Él mismo es la presencia del Padre y el acceso al Padre.

La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús; se hace desde la realidad de la unión con él y a través de él. Tal vinculación, que va a definirse como identificación (14,20), hace de Jesús centro y miembro de la comunidad cristiana; así pone él su potencia a disposición de los suyos: Lo que pidáis unidos a mí, yo lo haré. Esta fórmula se refiere siempre a un verbo plural, pues dice relación a la comunidad. El contenido de la petición son los intereses de la comunidad en cuanto tal, que son los de Jesús, para realizar su obra.

SÍNTESIS

La comunidad de Jesús tiene que recorrer un camino. La metáfora del camino expresa el dinamismo de la vida, que es progresión. Es un vivir que va terminando al hombre. Pero su término puede ser éxito o fracaso. El éxito es la madurez, el pleno desarrollo de las potencialidades. El fracaso, la decadencia, la ruina. Jesús marca la dirección en que el hombre se realiza: es el camino que él mismo ha abierto y trazado, el de la solidaridad con el hombre y la entrega, el del amor creciente. Ahí se encuentra el éxito de la vida, la vida definitiva. Todo otro camino lleva a la nada, a la muerte. La meta es la máxima solidaridad con el hombre, dándose enteramente por él. En ese amor se encuentra al Padre.

Pero Jesús no es solamente el camino como modelo; al mismo tiempo, la energía que él comunica (el Espíritu) impulsa y desarrolla en su misma dirección. Con el Espíritu, Jesús crea una onda de solidaridad con el hombre, de amor desinteresado que sigue sus pasos y lleva a la humanidad al encuentro final con el Padre. Así se constituirá el reino definitivo (3,3.5).

Jesús acompaña siempre a los suyos en ese camino. No es solamente individual, sino comunitario. Su muerte no interrumpe el contacto. Él los acompaña, su amor se asocia al itinerario.

Jn 14,12a

 <<Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, las obras que yo hago también él las hará, y las hará mayores>>.

La obra de Jesús ha sido sólo un comienzo, el futuro reserva una labor más extensa. Él no se propone a sí mismo como modelo inalcanzable, el único capaz de hacer tales obras. El discípulo podrá hacer lo mismo y aún más. Esto confirma que las señales hechas por Jesús no son irrepetibles por lo extraordinarias, sino que su carácter principal es ser símbolos de la actividad que libera al hombre ofreciéndole la vida.

Con este dicho da ánimos a los suyos para el futuro trabajo. Sus obras no han sido un relámpago momentáneo y deslumbrador, sino el principio de una nueva actividad en favor del hombre, que ha de ser realizada por los que están adheridos a él, viven de su vida y cumplen sus mandamientos. La liberación ha de ir adelante. Su presencia y actividad en el mundo significa un recodo en la historia; Jesús ha venido para cambiar su rumbo; toca a los discípulos continuar la dirección dada por él.

Jn 14,11

 <<Creedme: yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras mismas>>.

Insiste Jesús en su total sintonía con el Padre, y como último criterio, como hizo con los dirigentes judíos, se remite a sus obras (10,37-38). Quien considere la calidad de sus obras, tiene que concluir que son de Dios. El último argumento para probar la autenticidad de su misión y su identificación con el Padre es objetivo. Dios creador tiene que estar necesariamente en favor del hombre, su criatura. Si las obras de Jesús están hechas sólo y totalmente en favor del hombre, es evidente que está identificado con el Padre. Sus exigencias, por tanto, que responden a sus obras, son las exigencias del Padre, para el bien del hombre. La muerte de Jesús, su entrega para dar vida al hombre, demostrará su identificación total con el Padre, dador de vida.

Jn 14,10

 <<¿No crees que yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa mía; es el Padre, que, viviendo en mí, realiza sus obras>>.

La presencia del Padre en Jesús es dinámica; a través de él ejerce su actividad. Jesús, por ser la localización de la presencia del Padre (2,21), lo es de su acción creadora (5,17).

Las exigencias que Jesús propone reflejan las múltiples facetas de la actividad del amor y no son independientes de su persona. Formulan la acción del Padre en él, que es su acción en favor del hombre. El Padre ha realizado su obra en Jesús y, por medio de las exigencias que éste propone expresando su propia experiencia, realiza su obra en la humanidad. Las exigencias de Jesús concretan y acrecientan el amor, que es el Espíritu: por eso comunican Espíritu y vida (3,34; 6,63) y hacen presente a Dios mismo, que es Espíritu (4,24). Esta presencia creciente del Padre en el hombre, como principio de vida y actividad, realiza en él su obra, su designio creador. Así salva Dios al hombre.

Jn 14,9

 Jesús le contestó: <<Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve presente a mí, ve presente al Padre; ¿cómo dices tú: ´Haz que veamos al Padre´?>>.

Jesús le contesta con una queja. La convivencia con él, ya prolongada, no ha ampliado su horizonte. Anclado en la idea tradicional, no puede comprender que el Padre está presente en Jesús.

Explica aquí Jesús el contenido de la promesa hecha a los discípulos en el episodio de Felipe y Natanael: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por este hombre (1,51). Como allí se ha explicado, el punto de comparación con Jacob estaba en la presencia de la gloria de Dios en Jesús; la presencia de la gloria-amor es la del Padre. Como los Judíos de Cafarnaún (6,42 Lect.) aún separa Felipe a Dios del hombre. No conoce el alcance de su amor ni de su proyecto. No concibe que en el Hombre esté presente y se manifieste Dios, que el Hombre sea Dios.

Como lo ha notado Jn, sólo después de la resurrección de Jesús comprendieron los discípulos ser él el nuevo santuario donde habita la gloria (2,22). Dios, por tanto, es visible en Jesús.

Jn 14,8

Felipe le dijo: <<Señor, haz que veamos al Padre, y nos basta>>.

La petición de Felipe denota su falta de comprensión. Había sido invitado por Jesús a seguirlo, pero lo identificó con la figura del Mesías que podía deducirse de la Ley de Moisés y de los profetas (1,43-45). No ha comprendido, por tanto, que Jesús es la realización, no de la Ley, sino del amor y la lealtad de Dios (1,14.17). En la escena de los panes (6,5-7) mostró no haber entendido la novedad del reino mesiánico; tampoco entiende aún la calidad de Jesús Mesías. Queda estancado en la mentalidad de la antigua alianza. Ve en Jesús al representante de Dios (cf. 12,13: Bendito el que llega en nombre del Señor), en quien se cumplen las antiguas promesas. No se ha dado cuenta de que Jesús desborda toda promesa, que és es la presencia misma de Dios en el mundo.

Jn 14,7

 <<Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente>>.

El término del camino y de la semejanza es el Padre, pero éste está presente en Jesús. Los discípulos poseen ya un conocimiento de Jesús y, por tanto, ven en él al Padre presente. Ese conocimiento, sin embargo, no es algo dado de una vez para siempre. Es progresivo y va revelando más plenamente al Padre. No es meramente intelectual ni exterior, sino relacional, la familiaridad que crea el amor (10,14-15 Lect.) y que se alcanza sólo por la práctica del amor; supone la comunión en el Espíritu, que hace nacer de Dios. Progresar en el conocimiento de Jesús, es decir, ahondar la comunión con él por la práctica del amor, va haciendo al hombre hijo de Dios y dándole a conocer al Padre (17,3 Lect.).

miércoles, 5 de abril de 2023

Jn 14,6b

 <<nadie se acerca al Padre sino por mí>>.

Para el discípulo, el Padre no está lejano, su presencia es inmediata una vez nacido del Espíritu (1,13; 3,6). El acercamiento que ha de efectuar es el de la semejanza, la realización del ser de hijo (1,12), que va produciendo una intimidad creciente. Para ello, no hay más camino que Jesús, el Hijo único. La identificación con Jesús, desarrollando por un amor como el suyo la vida recibida de él, lo hace semejante al Padre.

Jn 14,6a

 Respondió Jesús: <<Yo soy el camino, la verdad y la vida>>.

Jesús expone en primer lugar cuál es el camino; a continuación manifiesta quién es la meta (el Padre). Él mismo se define como el camino, pero uniendo esta cualidad suya a otras dos: la verdad y la vida. Hay que examinar el significado de los términos y su relación.

<<Camino>> es un concepto relativo, subordinado a un término, al que conduce. <<Verdad>>, por su parte, es un concepto adjetival, que supone un contenido y se refiere a él. En el prólogo ha quedado patente que la verdad/luz tiene como contenido la vida (1,4: Ella contenía vida y la vida era la luz del hombre). De los tres términos, por tanto, el único absoluto es <<la vida>> (cf. 11,25); los otros dos han de estar en relación con ella.

Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y formularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único camino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse. Seguirlo, por tanto, consiste en recorrer su camino, asimilarse a su vida y muerte.

Desde el punto de vista del discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe por el nuevo nacimiento que produce el Espíritu (1,13; 3,3-7; 4,14; 7,37-39); esa vida nueva experimentada y consciente es la verdad que él percibe sobre sí mismo y sobre Dios, que le manifiesta su amor (8,32 Lect.). Pero el camino, la asimilación progresiva a Jesús, da un carácter dinámico de crecimiento a su vida y verdad. Desde el principio, la vida se revela en el discípulo como verdad, pero a medida que progresa en ella, la va descubriendo cada vez más. Lo que en Jesús se encuentra en su cumbre definitiva, en el discípulo es adquisición gradual, por su entrega e imitación a Jesús. Al don de sí total corresponde la plenitud de vida y de verdad, el final del camino, donde la plenitud del hombre encuentra la plenitud de Dios.

Jesús es así el camino de los que poseen la vida y, con ella, la verdad, para llevarlas a su pleno desarrollo. El camino ha quedado expresado en su mandamiento (13,34s); la verdad era <<su barro>>, que puso en los ojos del ciego (9,6); la vida es el Espíritu que comunica (7,37-39).


Jn 14,5

 Tomás le dijo: <<Señor, no sabemos adónde te marchas, ¿cómo podemos saber el camino?>>.

Tomás había aparecido por primera vez en el episodio de Lázaro (11,16). En aquella ocasión estaba dispuesto a morir con Jesús, pero creía que su viaje a Judea terminaría en la muerte. Ahora es claro que va a morir, pero Tomás no ve cómo la muerte pueda expresarse en términos de paso que permite alcanzar una meta; para él ella misma es la meta y el final del viaje. De ahí que no sepa adónde se marcha Jesús. Aun después de la resurrección le costará verlo (20,24ss). Está desconcertado y no encuentra su propio camino.

Jn 14,4

 <<Y para ir adonde yo me marcho, ya sabéis el camino>>.

Jesús va a abrir el camino, se va a constituir en camino hacia el Padre. Él se marcha con Dios (13,3) por el amor hasta la muerte, como lo ha mostrado en las escenas anteriores.

Aquí un diferenciado uso de los verbos: ir, admite una vuelta (14,3); marcharse, en cambio, denota la entrada en un estado definitivo, en la esfera divina, desde donde seguirá actuando. Ahí termina el camino. Los discípulos, capacitados por el don del Espíritu, han de aprender a amar hasta el final; ése será su camino. También ellos han de ir manifestando hasta dónde llega el amor de Dios al hombre. EL don de sí total los realizará plenamente y hará brillar en ellos la presencia de Dios.

martes, 4 de abril de 2023

Jn 14,3

 <<Además, cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo, también vosotros estaréis>>.

Jesús, el Hijo y heredero universal del Padre (1,14; 3,35; 13,3), va a acoger en su hogar a los suyos. Él va a dar la libertad a los esclavos (8,35s). Con este lenguaje figurado describe Jn la nueva relación de cada discípulo y de la comunidad con Dios. Ésta ya no es el Señor tremendo, de presencia sobrecogedora, ante el cual los hombres son siervos, es el Padre; los hombres podrán ser sus hijos, hermanos de Jesús (20,17), y vivir en su intimidad.

El mismo tema será desarrollado en 14,19-20.23. Jesús acogerá a los suyos consigo, porque es a través de la identificación con él, el Hijo único, producida por el Espíritu, como sus discípulos estarán unidos con el Padre. Va a verificarse lo anunciado en 1,51, donde, tomando pie de la visión de Jacob, les prometía que verían en él la plena comunicación de Dios con los hombres.

La frase donde estoy yo aparece además en 7,34 (cf. Lect.). 36; 12,26; 17,24. Equivale a haber nacido del Espíritu (3,6s), que lleva a término la creación. En Jesús, el proyecto de Hombre quedó realizado desde el principio (1,14), por la comunicación total de Dios a él (1,32ss: el Espíritu); su vida y su muerte son la manifestación del amor sin límite. Desde el principio tuvo la plenitud del amor, pero éste se va realizando en sus obras-señales que culminan en su muerte (1,17). En Jesús no hay obstáculo, pero sí va traduciendo en obras la respuesta a su dinamismo de amor. En él se aprende hasta dónde puede llegar la acción de Dios en el hombre y de él se recibe la capacidad para seguir su camino.

Los demás hombres nacen del Espíritu para comenzar la vida nueva, y crecen en el Espíritu a medida que se eliminan los obstáculos a su acción. Han de recorrer un camino como el de Jesús, de semejanza con el Padre, haciéndose hijos de Dios (1,12); cuando lleguen al don de sí total quedará acabado en ellos el proyecto. En Jesús hay realización progresiva; en el hombre, crecimiento. Por eso es modelo para todos, porque su camino es el del Hombre acabado. Es desde el principio el Hijo de Dios con la plenitud del Espíritu (1,32.34); por eso es el Dios engendrado (1,18). No se dice que <<nace de Dios>>, porque <<nacer de Dios>> significa en Jn recibir la capacidad de hacerse hijo con el modo de obrar (1,12-13).

<<Los Judíos>> eran incapaces de ir adonde está Jesús (7,34), por ser opresores del hombre. No podían nacer del Espíritu, por no estar dispuestos a cesar en su injusticia. Por eso no aceptan como Mesías a Jesús, que va a la muerte para salvar al hombre.

En 12,26: El que quiera ayudarme, que me siga, y así, allí donde yo estoy, estará también el que me ayuda. Jesús afirma que es la decisión de seguirlo y ayudarlo en su tarea la que da al hombre el nuevo nacimiento y causa la acogida del Padre (el Padre lo honrará). A la respuesta del hombre, que se decide a seguir a Jesús, corresponde el don del Espíritu y la pertenencia a la familia de Dios.

Jn 14,2b

 <<La prueba es que voy a prepararos sitio>>.

Va a verificarse el deseo contenido en la pregunta de los primeros discípulos (1,38): Maestro, ¿dónde vives? Ahora van a vivir ellos en el sitio donde vive Jesús. Se va a cumplir lo dicho en el prólogo: los hizo capaces de hacerse hijos de Dios (1,12). Será el fruto de su muerte, la obra del Espíritu que va a darles.

Jn 14,2a

 <<En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho>>.

La expresión <<la casa de mi Padre>> había sido aplicada por Jesús al templo (2,16), que había dejado de ser tal para convertirse en un mercado. Aquí el término es diferente: el hogar de mi Padre, que indica, al mismo tiempo, lugar y comunidad de vida. Allí era habitación, como correspondía a un templo; aquí es intimidad, como es propio de la familia (4,53; 12,3). Jn evita el paralelo con 2,16. El nuevo pueblo no va a tener la nostalgia o el anhelo de ver a Dios en su templo o el deseo de habitar en él (cf. Sal 5,8; 23,6; 27,4; 42,2s; 66,13, etc). El Padre va a vivir con el discípulo que cumple el mensaje de Jesús (14,23). Como lo indica el nombre de Padre, Dios pertenece al ámbito familiar. El temor y el misterio de lo sacro pasan a ser confianza y cercanía. Dios está y vive con el hombre.

Jesús es el Hijo de Dios; así lo anunció Juan Bautista desde el principio (1,34; cf. 1,49; 3,16.17.18.35; 5,19ss; 10,36; 11,4.27; 20,31). Ahora anuncia a sus discípulos que el Padre quiere tener más hijos. Éste va a ser el resultado de su misión; ellos van a ser integrados en la familia del Padre (cf. 20,17: a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios).

LIBRO DE LOS SALMOS.

Jn 14,1

 <<No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí>>.

En el capítulo anterior ha sido Jesús el centro; con sus acciones ha mostrado su actitud, para terminar con el mandamiento nuevo, haciéndose norma del amor que constituye su pueblo. Ahora fija su atención en los discípulos y los tranquiliza. Existe una inquietud entre ellos, debida, sin duda alguna, al anuncio que ha hecho de su partida. Los exhorta a la adhesión firme a Dios en su persona, pues él y el Padre son una sola cosa (10,30.38; 14,11.20; 17,21-23). Para tranquilizarlos, va a explicarles el resultado de su marcha.

En 12,44 había expuesto Jesús un principio semejante: Cuando uno me da su adhesión, no es a mí a quien la da, sino al que me ha mandado, indicando que la opción por Dios se identificaba con la opción por él; esa opción dividía a los hombres. Ahora, en cambio, recuerda la identidad entre una y otra adhesión dentro del grupo de los discípulos, para inspirarles confianza; todo su anhelo de Dios encuentra su realización y su seguridad en Jesús.

domingo, 2 de abril de 2023

Jn 13,36-38

 

Jn 13,38

 Replicó Jesús: <<¿Que vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: Antes que un gallo cante me habrás negado tres veces>>.

Jesús responde a Pedro con ironía. Éste ha mostrado su arrogancia y su ignorancia. No se puede dar la vida por Jesús, pues nadie puede sustituirlo a él como salvador. Tampoco quiere él la vida de sus discípulos. Él no necesita sacrificios por él, ni los acepta; el discípulo ha de dar su vida con Jesús y como Jesús: por el hombre. Dios no absorbe, sino que empuja a amar. Jesús, que se ha puesto al servicio de los suyos (lavado de los pies), no les pide que vivan para él.

Pedro pretende vincularse solamente a Jesús. No ha comprendido que Jesús es inseparable del grupo. Al lavarles los pies había destruido la imagen tradicional del maestro y señor; no se quitó el paño (13,5.12), mostrando ser el primero en el servicio mutuo que exige a los suyos (cf. 21,9). Jesús es el centro y el origen de una comunidad de iguales. Pedro quiere separarlo del grupo, poniéndolo en un pedestal. Jesús no acepta tal adhesión.

Pedro, que se ofrece a morir por su señor, al ver derrumbarse su falsa idea de Mesías, acabará negándolo. En medio de su arrogancia, es un débil. Su fuerza era la del líder con quien se había identificado, es decir, el Mesías que iba a desafiar el poder con sus mismas armas (18,26). Cuando la realidad de los hechos le descubra que Jesús no representa su ideal, su fuerza se disipará; aparecerá entonces que su relación con Jesús no era tanto una adhesión a su persona (amor) cuanto a la función imaginada por él. Así, Pedro no podía comprender que Jesús desafiaba al poder no desde la violencia, sino desde el amor. La única fuerza del discípulo es la del amor aceptado y ofrecido. Ahí está la verdadera adhesión a Jesús.

La negación de Pedro no será efecto de una ligereza, sino indicio de una profunda decepción. Dejará a Jesús, negará conocerlo y ser su discípulo (18,15-18.25.27). Jesús se lo había advertido: Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo (13,8). Pedro no sólo no se deja lavar, tampoco quiere que Jesús muera por él. Sigue resistiendo al amor. Él mismo, que no comprende a Jesús, lo negará tres veces, es decir, de modo total. Entonces cantará el gallo. El canto del gallo, que se alza en medio de las tinieblas, es un grito diabólico de victoria (18,27 Lect.). La defección del discípulo será el triunfo de los enemigos de Jesús. Pero éste no lo abandonará, y nadie podrá arrebatar de su  mano lo que el Padre le ha entregado (10,28s; 21,15ss).

SÍNTESIS

La única identificación con él que admite Jesús es la de su mandamiento (13,34: igual que yo os he amado). No es Jesús el rey glorioso que hace participar de su poder a los suyos. Éstos se definen como él, siendo don de Dios a los hombres por la actividad del amor desinteresado. Jesús no pide nada para sí, sino para la humanidad, objeto del amor universal de Dios (3,16). Él ha marcado el camino para ayudar y salvar al hombre. Jesús es origen, fuerza de vida, comunicación del Espíritu y del amor, para que el designio de Dios sobre el hombre sea realidad. No quiere pedestales, sino seguimiento. Pero antes tiene él que morir, pues nadie puede amar como él sin haber conocido y aceptado todo el alcance de su amor.

Quien se identifica con un poderoso, está respaldado en la fuerza del poderoso y la hace suya. Cuando el potente fracasa, el súbdito queda sin identidad propia. En cambio, quien se identifica con Jesús, se identifica con su amor, pero no como algo externo, sino como principio de vida interior que no falla ni se agota. Jesús es don permanente, disponibilidad continua, compañero inseparable. Mientras el hombre se mantenga en su amor, no hay decepción posible.

Jn 13,37

 Le dice Pedro: <<Señor, ¿por qué razón no soy capaz de seguirte ya ahora? Daré mi vida por ti>>.

Pedro no se conforma. Da de nuevo a Jesús el título de <<Señor>> y le muestra su total adhesión, declarándose dispuesto a dar la vida por él, pero no se da por enterado del mandamiento del amor a los hermanos. Su vínculo es con el Señor y quiere sustituirlo a él en la muerte. Vuelve a singularizarse entre sus compañeros, queriendo mostrar una adhesión a Jesús mayor que la de ellos (21,15c Lect.). Por otra parte, cree que Jesús no lo conoce bien y que sólo él sabe sus propias posibilidades (cf. 21,15: tú lo sabes todo).

No entiende que no se trata de morir por Jesús, sino por el hombre. Pero Pedro, que no se deja amar, no deja tampoco amar, quiere impedir que Jesús muestre su amor al hombre. Para él una muerte equivale a la otra, porque no entiende el sentido de la de Jesús. La muerte de Pedro manifestaría su adhesión a su Señor, pero no el amor de Dios al hombre. Seguir a Jesús no consiste en dar la vida por él, sino en darla con él, el hombre que muere por el pueblo (11,50; 18,14; cf. 11,16 Lect.).

Su generosidad manifiesta su profunda incomprensión, pues nadie puede sustituir a Jesús en su función liberadora y manifestadora del amor del Padre. Solamente él es uno con el Padre (10,30); nadie puede ocupar su puesto.

Como en el lavado de los pies, Pedro considera a Jesús como el líder; allí le parecía impropio que el líder sirviera a los súbditos; aquí, en cambio, estima que el subordinado debe dar su vida por el jefe. Jesús no les ha pedido nada para sí, su mandamiento es el amor de unos a otros; Pedro, en cambio, se empeña en mostrar su adhesión a Jesús sin acordarse del mandamiento.

Por segunda vez (cf. 13,8) utiliza Jn el sobrenombre Pedro aisladamente, sin que acompañe al nombre de Simón. Como la vez anterior, esto sucede cuando Pedro muestra su indocilidad a Jesús. Hasta ahora, por tanto, el sobrenombre (Piedra) parece describir su obstinación. Esta interpretación quedará confirmada por su uso en el cap. 18.

Pedro cree que Jesús va a recorrer un camino y llegar a un final que él conoce. Para él, la muerte de Jesús es como otra cualquiera y, llevado de su idea mesiánica, quiere evitarla. Él se ofrece como rescate. No ha caído en la cuenta de que Jesús traza el camino, por ser él mismo el camino (14,6). No entiende que el camino hacia Dios es el camino hacia el hombre; la máxima solidaridad con el hombre, que Jesús va a mostrar en su muerte, es el punto de llegada a Dios o el punto donde Dios se hace presente, manifestando su amor. En su muerte, Jesús e hace el don supremo de Dios a la humanidad. No es tanto la entrega del hombre a Dios cuanto la de Dios al hombre. Tal ha sido la actitud de Jesús al distribuir el pan (6,11) y al lavar los pies de sus discípulos (13,5), la que va a culminar en su muerte.

Siguiendo a Jesús, el hombre no se sacrifica a Dios, sino que se hace don suyo a los demás hombres, como Dios mismo, por el Espíritu, se hace don al hombre. El hombre termina de recorrer su camino cuando llega a ser don total de Dios a los demás.

Jn 13,36b

 Le repuso Jesús: <<Adonde me marcho no eres capaz de seguirme ahora, pero me seguirás finalmente>>.

Repite a Pedro su frase anterior, pero añadiendo que le tocará recorrer su mismo itinerario en el futuro. Jesús tiene que abrir el camino del amor total. Lo que ellos hagan será un seguimiento, no una compañía. Los discípulos no están a la altura necesaria, puesto que todavía no han recibido el Espíritu; aún no son capaces de amar hasta el final (13,1). La creación del hombre no está aún terminada (19,30).

Jn 13,36a

 Le pregunta Simón Pedro: <<Señor, ¿adónde te marchas?>>.

De las palabras anteriores de Jesús, Pedro ha retenido solamente las que anunciaban su marcha. Quiere saber adónde. Jesús había dicho que se marchaba solo (13,33) y que ellos no podían seguirlo aún. Les dejaba por testamento el mandamiento del amor muto. Pedro no se fija en lo que le toca como discípulo, sino solamente en lo que afecta a Jesús.

sábado, 1 de abril de 2023

Jn 13,33-35

Jn 13,33a

Jn 13,35

 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros.

El amor que existe entre los suyos ha de ser visible, y podrá ser reconocido por todo hombre. Por tanto, ha de ser mostrado con obras como las de Jesús. Éste será el signo distintivo de su comunidad. Lo que aprenden los discípulos de su maestro no es una doctrina, sino un comportamiento: no van a distinguirse por un saber particular, ni mucho menos esotérico, ni van a comunicar a la humanidad una especulación sobre Dios. Van a mostrar la posibilidad del amor y de una sociedad nueva; así manifestarán y harán presente al Padre en el mundo.

Jesús quiere crear el espacio donde el amor exista, la alternativa a la tiniebla. Por eso su mandamiento se refiere a los discípulos. Está constituyendo su comunidad, realizando la utopía. No crea, sin embargo, un grupo cerrado, sino la plataforma indispensable para la misión en medio del mundo, de la que tratará en los caps. 15 y 16 donde <<el fruto>> expresará el amor a la humanidad (cf. 12,24) y <<sus mandamientos>> lo prescribirán. La actividad del amor ha de tener como base la vivencia del amor. Quien no vive en el amor no conoce la vida ni puede ofrecerla. De la experiencia de vida nace la urgencia de la misión.

La primera muestra de amor a la humanidad consiste en demostrar que la utopía es posible, que Dios es padre y los hombres pueden ser hermanos; en hacer brillar en medio del mundo la gloria de Dios, su amor leal al hombre.

Éste es el mandamiento <<constituyente>> de la comunidad de Jesús: él crea la solidaridad del amor, que practica <<los mandamientos>> (14,15) realizando <<las obras de Dios>> (9,3s) y entregando su vida por el hombre (12,24s). Su opuesto es el pecado <<constituyente>> del orden éste: éste crea la solidaridad del mal, cuya actividad son <<los pecados>> u obras perversas (7,7), quitando la vida al hombre (8,23.44 Lects.).

Al poner Jesús como único distintivo de su comunidad la existencia de ese amor visible, elimina todo otro criterio. La identidad de su grupo no estará basada en observancias, leyes o cultos. Con ese único distintivo desliga Jesús a los suyos de todo condicionamiento cultural. Si el orgullo de Israel estribaba en la peculiaridad de sus instituciones respecto a las de los pueblos paganos, el grupo de Jesús no tendrá barreras que lo separen. Su mensaje coincide con lo más profundo del hombre, más allá de las diversas culturas. El amor es lenguaje universal.

La independencia que ha venido mostrando Jesús a lo largo de su vida pública frente a las instituciones de su cultura (2,13ss; 4,21ss; 5,18.39; 6,32; 7,19; 8,44; 9,14; 10,3-4) vale también para sus discípulos. Las obras en favor del hombre, expresión del amor, son las que dan testimonio de su misión divina; los suyos tendrán las mismas credenciales.

Jn sitúa el mandamiento del amor entre la traición de Judas y la predicción de las negaciones de Pedro, en el mismo lugar donde Mt 26,26-30 y Mc 14,22-26 colocan la eucaristía. Jn, en el mandamiento, está explicando el sentido profundo de ésta. Como ya lo había descrito en 6,56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él, la eucaristía es una identificación con Jesús por asimilación a su vida y a su muerte.

Para Jn, por tanto, la celebración de la eucaristía es el recuerdo incesante del amor de Jesús y el compromiso continuo de la comunidad con ese amor hasta la muerte. Pero no es sólo recuerdo. Jesús, presente entre los suyos, sigue demostrándoles su amor y comunicándoles su Espíritu, que les permitirá amar como él los ha amado.

SÍNTESIS

El primer mandamiento de la Ley antigua se refería a Dios: <<Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas>> (Dt 6,5). Como todos los de aquella Ley, queda sustituido por el mandamiento que da Jesús: Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. Lógicamente, se esperaría que Jesús pidiese una correspondencia a su amor: <<Amadme como yo os he amado>> (cf 1 Jn 4,11). La frase de Jesús muestra, por el contrario, que sólo amando al hombre se ama a Dios, que Dios es inseparable del hombre. Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (cf. 1 Jn 4,20). El amor a los otros es la única prueba de la presencia en el hombre del amor de Dios.

Amar a Dios es, en primer lugar, aceptarlo en uno mismo como presencia y fuerza de amor (el Espíritu), cuyo término es siempre el hombre. Así, amando a los demás, se hace a Dios presente en uno mismo y se establece con él la única relación posible, la de su amor aceptado, que es su presencia y su gloria.

En Jesús, Dios se ha hecho presente en el hombre y uno con él (10,30). Con eso exige el máximo respeto por él y toma como suyos lo mismo el amor a él que la ofensa. El Dios lejano y trascendente permitía manipular al hombre. El Dios que habita en el hombre lo hace intocable.

El mandamiento de Jesús da existencia a su grupo, lo constituye. Éste se encuentra en medio del mundo como la alternativa de la vida frente a la muerte, de la dignidad y la libertad frente al sometimiento. Es el ofrecimiento permanente del amor de Dios a la humanidad por medio de Jesús. Él es el centro de ese grupo humano, por ser su modelo, el dador de la vida que comparten los miembros y, con ella, de la posibilidad de amar. Desde esa alternativa y esa vivencia se ejerce el servicio al hombre.

DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 6.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25