martes, 31 de agosto de 2021

Jn 3,3

 Jesús le replicó: <<Sí, te lo aseguro: Si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios>>.

La respuesta de Jesús es categórica (te lo aseguro) y enuncia una condición que no admite excepciones.

La expresión que se traduce: de nuevo, significa en griego al mismo tiempo de nuevo y de arriba. Jesús no admite los presupuestos de Nicodemo: la Ley no puede llevar al hombre al nivel requerido por el reino de Dios: la Ley es <<de abajo>> (3,31), no es fuente de vida (1,4b Lect.); la vida viene <<de arriba>>, de un nuevo nacimiento. Tal es la condición para percibir el reinado de Dios; quien no haya nacido de nuevo, recibiendo una vida diferente que tiene su origen en lo alto, no puede figurarse siquiera lo que es. La Ley no da una idea de él ni es medio para alcanzarlo.

El reinado de Dios era la meta de Israel, su ideal. En la mentalidad farisea, el Mesías, que debía inaugurarlo, sería el primer maestro y observante de la Ley. El reino se realizaría porque todo israelita sería <<justo>> conforme a esa norma, y sería desterrada la impiedad de los <<pecadores>> o descreídos.

Para Jesús, el reino de Dios, mencionado únicamente en este pasaje, supone la creación acabada: es la realidad final, la etapa definitiva y sin término. Sólo el nuevo nacimiento, que completa la creación del hombre comunicándole el Espíritu de Dios (Gn 2,7: el soplo de vida), le permite comenzar a vivir con plenitud (1,12: los hizo capaces de hacerse hijos de Dios).

Jn 3,2

 Este fue a verlo de noche y le dijo: <<Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, pues nadie puede realizar las señales que tú estás realizando si Dios no está con él>>.

Comienza la narración. El pronombre éste resume los datos contenidos en el versículo anterior: Nicodemo, fariseo y miembro del Gran Consejo (7,50), hombre de Ley y de gobierno. Impresionado por la actuación de Jesús, quiere manifestarle que él y otros como él están de su parte. Sin embargo, Nicodemo va a verlo de noche, circunstancia que está en relación con <<la tiniebla>> (1,5). La noche significa la resistencia a dejarse iluminar por Jesús, la luz, por causa de una ideología que se opone al amor de Dios por el hombre. El entusiasmo que Jesús no ha aceptado (2,24s), el mundo de la Ley que representa Nicodemo, son tiniebla, es decir, enemigos de la vida contenida en el proyecto divino sobre el hombre (1,4). Con esa disposición, Nicodemo se acerca a Jesús, la luz.

Se dirige a Jesús con el título honorífico, Rabbí (Excelencia), usado comúnmente con los letrados o doctores de la Ley. Habla en plural, en nombre de un grupo (sabemos), y expone la persuasión a que han llegado: que has venido de parte de Dios como maestro. El fariseo, adicto ferviente de la Ley, ve en Jesús a un maestro excepcional. Maestro, según el uso judío, era aquel que, a partir de la Ley, mostraba el camino de Dios. Precisamente la escuela farisea veía en el Mesías un maestro y legislador como Moisés, <<el maestro de Israel>>. Reconoce la superioridad de Jesús, no lo trata como mero colega (cf. 3,10), pero con la denominación <<maestro>> lo coloca en una categoría a la que ellos pertenecen: es el Mesías-maestro avalado por Dios para interpretar la Ley y a su servicio. En esas condiciones están dispuestos a aprender de él y seguir su enseñanza.

De parte de Dios está colocado enfáticamente, y añade la razón: pues nadie puede realizar las señales que tú estás realizando si Dios no está con él. Las autoridades del templo, en vez de aceptar la denuncia de Jesús, le habían pedido credenciales, Nicodemo, en cambio, ve en las señales que realiza Jesús las credenciales de un enviado de Dios. Como representante de un grupo, reconoce que su enfrentamiento con la institución del templo no es un arrebato, sino que su denuncia es válida. Además, su valentía no nace sólo de arrojo personal; un hombre, sin estar apoyado por Dios, no podría atreverse a tanto.

Existen, por tanto, grupos selectos que están con Jesús y en contra de las autoridades del templo.

Las señales a que alude Nicodemo son las mismas mencionadas en 2,23 y que habían provocado la adhesión de muchos. Por parte de Nicodemo hay una doble admisión del carácter divino de los hechos: reconoce, en primer lugar, que la misión de Jesús viene de Dios; en segundo lugar, que Dios acompaña su actividad, que respalda su proceder. De la actuación de Jesús deduce su misión divina. Revela así su descontento con la situación presente.

Sin embargo, al interpretar las señales comete el error de los <<muchos>> mencionados antes (2,23): las lee también como denuncia de la corrupción institucional y promesa de restauración. Nicodemo y los que representa lo consideran el Mesías-maestro, que, inspirándose en la Ley, llevaría a cabo la reforma e instauraría el reinado de Dios enseñando a los israelitas la perfecta observancia de la Ley de Moisés. No perciben en las señales la manifestación del amor que culminará en la cruz. No comprenden el cambio de alianza, señalado por Jesús al anunciar la sustitución del templo; esperan la continuidad con el pasado (1,45b; 2,9b-10 Lects.).

Para el grupo fariseo, la Ley es el camino hacia Dios, su observancia es vida (1,4b Lect.), y toda esperanza de mejora se centra en el conocimiento y fidelidad a la Ley. Ella, como norma, es la educadora del hombre y la que le permite llegar a ser lo que Dios espera de él. El renacimiento de la nación y su prosperidad habían de venir de su aplicación escrupulosa, por reflejar ella la voluntad de Dios. En ella está el porvenir de Israel.

Jn 3,1

 Ahora bien, había un hombre del grupo fariseo, de nombre Nicodemo, jefe entre los Judíos.

Nicodemo es presentado como <<un hombre>> de los que Jesús conoce lo que llevan dentro (2,25). Queda así unida esta parte a la precedente. Es uno de los descontentos con la situación, que ven en Jesús un Mesías reformador. Sin embargo, el nombre de Nicodemo está flanqueado por dos precisiones.

La primera declara que era fariseo, determinando su afiliación religiosa. El grupo o partido fariseo se distinguía por su adhesión y fidelidad a la Ley mosaica y a la tradición interpretativa que sobre ella se había formado. Sus miembros tenían gran influjo sobre el pueblo por su fama de observancia y religiosidad. Esperaban y deseaban el reino de Dios, pero no por medios violentos, sino a través del cumplimiento exacto de la Ley, cuya observancia aceleraría la llegada del Mesías y, con él, la del reinado de Dios. El primer dato que da Jn sobre este personaje, su afiliación farisea, domina sobre los otros dos, el nombre propio y el cargo. Nicodemo se define, en primer lugar, como el hombre de la Ley antes que por su misma persona. Su fidelidad a la Ley aparecerá en otra ocasión, oponiéndose en nombre de ella a sus mismos compañeros de grupo (7,50s).

La segunda precisión que presenta Jn es la del cargo: jefe entre los Judíos, es decir, miembro del Gran Consejo (Sanedrín); los <<jefes>> aparecen como las autoridades supremas (7,26.48; 12,42) y entre ellos se encuentran los sumos sacerdotes y ciertos fariseos, como es el caso de Nicodemo (cf. 1,19; 7,32.45; 11,47: convocaron Consejo). El grupo fariseo era el más influyente, dominaba por el miedo aun a los miembros del Consejo (12,42). Todos estos grupos están incluidos en la denominación <<los Judíos>>, que abarca a todos los adictos al régimen.

Nicodemo es, por tanto, un fariseo influyente, que pertenece al órgano supremo del gobierno judío. Es una figura representativa que, de hecho, hablará en plural (3,2: sabemos). La escena va a describir, por tanto, un diálogo de Jesús con los representantes de la Ley, entendida en su sentido religioso y espiritual como sabiduría, norma de vida y medio de perfección para el hombre. Nicodemo está en la línea de los que propugnan la reforma espiritual del pueblo partiendo de su aplicación y observancia exacta. La actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua había provocado un movimiento de adhesión incluso en las altas esferas (cf. 12,42).

Jn 2,25

 no necesitando que nadie hiciera declaraciones sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba dentro.

El conocimiento de Jesús (2,24: por conocerlos a todos) no procedía de información, sino de su penetración de las aspiraciones y tendencias del hombre. Su clarividencia lo llevaba a rechazar la adhesión que se le ofrecía.

Jesús sabe perfectamente que se le interpreta a partir de ideologías que deforman la realidad; lo identifican con sus expectaciones, imponiéndole el programa mesiánico tradicional, que se formulaba en categorías de poder y dominio, de juicio y discriminación entre judíos y paganos y, aun dentro del pueblo judío, entre <<puros>> y colaboracionistas con el poder romano. La discriminación actuaba también en el terreno de la pureza de linaje y en el de la observancia de la Ley. Esperan de él la deposición de las jerarquías existentes, la reforma de las instituciones, el triunfo sobre los invasores, la restauración de la monarquía davídica, el esplendor nacional.

Pero Jesús, en primer lugar, no viene a condenar ni a excluir, sino a ofrecer a todos una posibilidad de salvación (3,17). Tampoco pretende reformar el templo y con él la entera institución, sino sustituirla. Ha dado a entender que el lugar de la presencia de Dios, el lugar natural de su habitación, es el mismo hombre: él (1,14: la tienda donde habita la gloria de Dios) y los suyos detrás de él (17,22: yo, la gloria que tú me has dado se la dejo a ellos). Dios no será ya el Dios del templo y de la nación, sino el Dios del hombre.

Jn 2,24

 Pero él, Jesús, no se confiaba a ellos, por conocerlos a todos.

Jesús no responde positivamente a la adhesión que se le muestra. No acepta el papel que le atribuyen ni se deja instrumentalizar, y el evangelista da la razón: por conocerlos a todos. Muchos toman partido por él; existe una adhesión, una popularidad de Jesús, visible a los ojos del observador, pero él conoce los motivos y no los estima válidos; porque seguirlo no significa adherirse a un triunfador humano, sino aceptar al que va a dar su vida para salvar al hombre y estar dispuesto a unirse a él hasta dar la propia vida.

Jn 2,23

 Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua,  muchos prestaron adhesión a su figura, al presenciar las señales que él realizaba.

Jn no ha descrito el día de Pascua ni ha hecho alusión alguna a ceremonias o ritos religiosos. Las festividades de Pascua, sin embargo, prosiguen, y con ellas la concurrencia de gente en la capital. La actuación de Jesús en el templo ha tenido gran resonancia, pero su actividad no se ha detenido ahí, ha continuado durante las fiestas. Esto hace que muchos tomen partido por él, por descubrir en él la figura del Mesías reformador. En paralelo con la interpretación dada a su actuación por sus propios discípulos (2,17 Lect.).

El motivo de la adhesión eran las señales que estaba realizando, señales suyas propias, características. La expulsión de los mercaderes tuvo, por tanto, una continuación, que el evangelista no menciona más que globalmente. Estas señales no interesan en sí mismas, prolongan la intervención en el templo; ésta da la clave para interpretar el resto de la actividad de Jesús durante las fiestas.

La señal dada en el templo era claramente mesiánica; así lo demuestra el uso del azote de cuerdas (<<el azote del Mesías>>), el cumplimiento de la profecía de Zac 14,21, la alusión al Sal 2,6-7 (la casa de mi Padre). Como en el episodio de Caná, donde lo sucedido se identifica como <<señal>> sólo al final del episodio, lo mismo ocurre aquí: el autor llama <<señales>> a los sucesos del templo (cf. 2,18: estas cosas) sólo después de haber narrado toda la escena. En el episodio de Caná explicó Jn cómo la señal fundaba la fe de los discípulos y, paradigmáticamente, en qué sentido las señales de Jesús sirven de fundamento a la fe; esto es, en cuanto manifestación de su gloria-amor (2,11). Para Jn, la clave de lectura de las señales es su relación con la muerte de Jesús (2,4: su hora; 2,19; suprimid este santuario); ellas <<adelantan>> su muerte por ser una prueba veraz del amor que, en su muerte, va a manifestarse en plenitud.

Muchos prestaron adhesión a su figura, pero de una manera equivocada, interpretando mal sus señales; su adhesión/ fe no es la que requiere Jesús. Aceptan un Mesías poderoso que desafía el poder; no pueden imaginar que el poder de Jesús es un amor hasta la muerte. Lo consideran Mesías según la señal del templo, pero asimilándolo a sus categorías mesiánicas. Jesús había mostrado su intención de liberar al pueblo de la explotación (religiosa), pero dando a los dirigentes la oportunidad de rectificar (2,16 Lect.). En cambio, los ahora partidarios de Jesús no han visto que la señal manifieste su amor fiel al hombre ni que anuncie una sustitución del templo por su humanidad (su cuerpo), que, por ser la expresión máxima del amor de Dios, se convierte en el santuario donde en adelante brillará su gloria (2,19.21); han interpretado su gesto como un enfrentamiento con los dirigentes como enemigos. Jesús, el Hijo, no ha venido, sin embargo, para pronunciar sentencia, sino para que el mundo por él se salve (3,17). Han visto en su actuación una sentencia condenatoria, mientras era la invitación de la luz, para que le diesen su adhesión (3,19). Jesús ha denunciado la injusticia que representa el templo, para que comprendan. Son los dirigentes, con su reacción contraria a Jesús, quienes han preferido la tiniebla (ibíd.).

domingo, 29 de agosto de 2021

Jn 2,13-22

 JESÚS, NUEVO SANTUARIO.

Jn 2,22

 Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y al dicho que había pronunciado Jesús.

Los hechos iluminan las palabras, sin la experiencia no hay entero conocimiento. Ante su muerte y resurrección, los discípulos ya no asociarán directamente la escena del templo con el AT, sino con las palabras de Jesús (había dicho esto) y con su realización. Antes habían interpretado su gesto en coherencia con el pasado (Sal 69,10), como celo por el templo material; cuando resucite, lo comprenderán como pasión/celo por la presencia liberadora de Dios entre los hombres, que lo han llevado hasta la muerte. A la luz de los hechos y de sus palabras verán también hasta qué punto eran verdad las palabras del salmo (me consumirá). Comprenderán entones que él es el nuevo santuario, y la falsedad de su primera interpretación.

Al señalar Jn que los discípulos no comprendieron hasta después de la resurrección de Jesús, avisa al lector sobre el significado de ciertas posturas de discípulos que encontrará en sucesivos pasajes del evangelio. Durante todo el relato seguirá en vigor para ellos la primera interpretación que han dado de este hecho, viendo a Jesús como Mesías que, según la concepción del tiempo, debería instalarse como rey en Jerusalén. Ya había sido preparada esta reacción en 1,45 (Al descrito por Moisés en la Ley, y por los profetas) y 1,49 (tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel). No tendrá nada de extraño el intento de hacerlo rey (6,15).

Coexiste, por tanto, en los discípulos la adhesión a Jesús, nacida de la experiencia de su amor (2,11), con una ideología anterior a la fe, el apego a su tradición. Esta doble lealtad continuará a lo largo de todo el relato. La persistencia en la idea tradicional del Mesías-rey terreno hará que abandonen a Jesús (6,16ss). Aun después de la muestra de amor de éste, que los recupera (6,19-21), la explicación de su programa y del compromiso que exige la fe en él (6,22-59) provocará una profunda crisis en el grupo de discípulos, de los cuales la mayor parte lo abandonará definitivamente (6,60-66). Aun los que optan decididamente por él (6,67-71) no renunciarán a su ideología, como se ve claramente en el caso de Pedro con ocasión del lavado de los pies (13,8-10), por su arrogancia en querer morir por Jesús (13,36-38), en su conato de ataque en el huerto (18,10-11) y en su desánimo ante la detención de Jesús, que lo lleva a negar su identidad de discípulo (18,15-18.25.27).

SÍNTESIS

Desde el prólogo ha aparecido Jesús Mesías como el lugar donde reside la plenitud de la gloria de Dios (1,14.17), por eso Jn comienza la actividad pública mostrando su incompatibilidad con el templo oficial. En aquella ciudadela del régimen judío y usando símbolos (el azote), que declaran su calidad de Mesías, propone abiertamente su intención y hace su denuncia, más con acciones que con palabras. Escoge una ocasión en que la ciudad está llena de peregrinos; quiere que su actuación sea una proclama que alcance a todos los ángulos del país.

Simbólicamente, con la expulsión del ganado, anuncia su propósito de liberar al pueblo de la explotación disfrazada del culto, denuncia el dominio del dinero y acusa a las autoridades religiosas de abusar de los pobres con el comercio de lo sagrado.

Por un lado, da a conocer al pueblo el verdadero carácter de la institución religiosa, preparándolo a aceptar el éxodo que él va a proponer más adelante; por otra, acusa a los dirigentes de haber desvirtuado la misión histórica del templo en beneficio de sus propios intereses.

La reacción de las autoridades es típica; en lugar de abandonar su evidente injusticia, se oponen a Jesús. De todos modos, el templo ha caducado; será la persona de Jesús la que lo sustituya, pues en él está el Padre presente. Dios se relaciona con el hombre dándole vida, no exigiendo muerte; habitará en el hombre mismo, no en edificios.

Jn 2,21

 Pero él se refería al santuario de su cuerpo.

El cuerpo de Jesús es mencionado de nuevo en 19,31.38.40; 20,12, con ocasión de la sepultura y de la búsqueda por parte de María Magdalena. El cuerpo, por tanto, designa a Jesús, no a la comunidad cristiana; es Jesús en cuanto realidad visible. Ese templo, que ya existe, quedará definitivamente levantado con su resurrección, cuando los hombres pueden beber en él el agua del Espíritu (7,37-39).

El cuerpo, la humanidad de Jesús, es santuario porque contiene la plenitud del Espíritu de Dios (1,32) que lo llevan al don de sí mismo, por el cual comunica el Espíritu (7,37ss; 19,34). Todo hombre, solidario con él en su humanidad (19,31), al recibir el Espíritu, e impulsado por su dinamismo, se vincula a Jesús, dando como él la vida (19,18) para comunicarla, realizando en sí el proyecto de Dios y manifestando su gloria (21,19). Esta solidaridad con Jesús en su muerte por el hombre está expresada en Jn por la necesidad de comer su carne y beber su sangre (6,53).

De su plenitud de gloria/amor leal, recibe la comunidad (1,16); al ser portadora de la gloria (17,22) es, como Jesús, templo de Dios. Lo que se aplica a la comunidad ha de entenderse también de cada miembro de ella en la medida en que se manifieste en él la actividad del amor: uno que me ama, cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él (14,23).

Jn 2,20

 Repusieron los dirigentes: <<Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres días?>>

Se fijan sólo en el santuario como edificio, no como lugar de la presencia de Dios. Ellos llevan la gestión del templo como negocio, no como casa del Padre; con esa mentalidad, la afirmación de Jesús les resulta incomprensible.

Jn 2,19

 Les replicó Jesús: <<Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré>>.

La palabra que usa Jesús, santuario, designaba la tienda del desierto y, en el moderno templo, la capilla que simbolizaba la presencia de Dios. Jesús es el santuario; como Hijo, asegura la presencia de Dios en el mundo y,  por tanto, tiene derecho a eliminar los obstáculos a ella.

Le han pedido una señal; él les da la de su muerte, que será su máximo servicio a la humanidad y la máxima manifestación de la gloria de Dios, es decir, de la presencia de su amor; la muerte hará de él el santuario único y definitivo.

Jesús los desafía a suprimir el templo que es él mismo; ellos lo matarán, pero no lograrán destruirlo; volverá a levantarlo en tres días. Movidos de su afán de lucro y de poder han quitado su validez al templo antiguo y van a intentar anular a Jesús. Matándolo, querrán eliminar la presencia de Dios. De hecho, lo condenarán por considerar que lo que hace, sus señales, constituyen un peligro para el templo (11,47s). La misma lógica que los había llevado a ahogar en éste la presencia de Dios les hace intolerable toda otra presencia suya fuera de él. Tratarán de eliminar la que brilla en Jesús. Pero Dios no es divisible; al matar a Jesús matarán para ellos toda presencia de Dios e invalidarán ellos mismos su propio templo, que perderá el derecho a llamarse tal (20,7 Lect.). El fin de los templos está ligado a la muerte de Jesús (cf. 4,21). Pero él va a rehacer la presencia de Dios que ellos suprimen. Él es quien la garantiza en el mundo, a pesar de ellos, que la destruyen por el comercio y el homicidio (cf. 8,44; 10,8.10).

La frase: en tres días lo levantaré, que alude a la resurrección de Jesús, debe compararse con la de 11,39, en la cual Marta, la hermana del difunto Lázaro, cree que la muerte es definitiva por llevar ya cuatro días en el sepulcro. El cuarto día, la descomposición del cadáver comienza a borrar sus rasgos. De ahí la creencia en la muerte definitiva a partir de ese día. Los tres días, más que una determinación temporal, significan, por tanto, una estancia transitoria, un estado que no adquiere carácter definitivo. La muerte de Jesús incluirá la continuidad de la vida.

Jn 2,18

 Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole: <<¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?>>.

Segunda reacción. En el templo, los dirigentes son los sumos sacerdotes, los que enviarán satélites para detener a Jesús (18,3). Son ellos los que ahora le responden, identificándose con los vendedores a quienes él ha exhortado a poner fin al comercio sacro.

No hacen caso de la exhortación. Reaccionan pidiéndole credenciales: exigen una señal que acredite el derecho de Jesús para actuar así. En cuanto autoridades, se erigen en jueces, le piden pruebas que lo convenzan de la legitimidad de su actuación. Parten de una posición de fuerza, de derecho adquirido; son los dueños del templo: ven en Jesús un rival y en su actuar una intromisión. Ellos están acreditados por la institución misma; quieren saber quién lo acredita a él.

Ni por un momento se les ocurre dudar de la legitimidad de su posición; no se preguntan si la denuncia de Jesús está justificada. No miran lo real, sino únicamente lo jurídico. En este terreno piensan tener el triunfo asegurado. No admiten que una crítica pueda estar acreditada por la evidencia de los hechos.

Sin embargo, la función de un templo consistía en significar la presencia activa de Dios; la manifestación de esa gloria/presencia había sido la característica del antiguo tabernáculo. Así aparece en Éx 40,34.38: <<Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario. Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento en todas las etapas. Pero cuando la nube no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel>>. Los dirigentes, al convertir la cas de Dios en un mercado, han suprimido su presencia. Han anulado así la función del templo y la suya propia. La protesta estaba justificada en sí misma. Pero ellos, los que han perdido sus títulos, siguen exigiendo credenciales.

Las señales que acreditarán a Jesús serán las que realice en beneficio del hombre (5,36; 10,25.38; 14,11); únicas pruebas que él aducirá para demostrar la legitimidad de su misión.

Jn 2,17

 Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: <<La pasión por tu casa me consumirá>>.

La primera reacción al gesto de Jesús es la de los discípulos, que aparecen como espectadores de la escena y la asocian con el texto de Sal 69,10 (LXX 68,10; salmo usado con sentido mesiánico en 15,25 y 19,28s). Como en otras ocasiones, Jn adapta el texto, cambiando aquí el pasado (LXX) por el futuro (la pasión por tu casa me consumió/consumirá). El futuro que los discípulos ponen en el antiguo texto señala el presente de Jesús. La palabra clave es <<celo>> (gr. zêlos, interés, ardor, pasión), de la que derivaron el adjetivo <<zelota>>, el observante y defensor acérrimo de la Ley (2 Mac 4,2) y el verbo correspondiente (confróntese 1 Mac 2,26.27.50.58). Tal apelativo caracterizó a los nacionalistas fanático que fomentaron la guerra contra los romanos hasta la destrucción de Jerusalén (70 d. C).

Sin embargo, en el AT, el <<celo>> se asocia particularmente con el profeta Elías y puede decirse que es su característica. En el episodio del monte Horeb responde así a Dios, que lo interpela: <<Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas>> (1 Re 19,10.14). Dios le encarga entonces consagrar reyes y un profeta sucesor suyo que castiguen a los prevaricadores (1 Re 19,15-18). La matanza final, en cumplimiento de este encargo, se narra en 2 Re 10, 1-28 (cf. v.17).

El celo violento de Elías queda retratado en Eclo 48,1-11: <<Entonces surgió un profeta como un fuego, cuyas palabras eran un horno encendido: les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó ... ¡Qué terrible eres, Elías! ¿Quién se te compara en gloria?>>.

Precisamente en relación con el templo aparece en Mal 3,1ss el mensajero de la alianza, que había de purificarlo, restableciendo el culto auténtico. Este mensajero había de preparar el camino del Señor. Después del reproche por la falta de observancia de la Ley (3,7ss) y la exhortación a practicarla (3,22), se pone en paralelo el envío de Elías, antes del día del Señor (3,23s), con el del primer mensajero (3,1).

Estos datos, asociados al concepto de <<celo/pasión>>, permiten la interpretación del gesto de Jesús como el de un Mesías animado por el celo de Elías y reformador de las instituciones centradas en el templo. Así lo interpretan los discípulos, seguidos más tarde por los muchos que darán su adhesión a Jesús en Jerusalén (2,23-25) y, en particular, en el aspecto de Mesías-maestro, custodio e intérprete de la Ley, por el grupo fariseo representado por Nicodemo (3,1ss).

La interpretación que dan los discípulos responde a datos ya encontrados. Según la declaración de Felipe a Natanael, Jesús era el Mesías según la Ley y los anuncios proféticos (1,45). No es extraño, por tanto, que vean en su gesto la afirmación del ideal nacionalista y en su persona al sucesor de David (1,49) que había de purificar las instituciones y ocupar el poder en Jerusalén.

Pero Jesús no se presenta como un reformista, él no pretende apoderarse del templo ni destituir a sus autoridades. Denuncia la situación para hacer comprender al pueblo el verdadero carácter del culto oficial. Él viene a sustituirlo, ya que la nueva alianza va a tomar el puesto de la antigua, a la que pertenecía el templo. Así lo ha anunciado al expulsar a las ovejas. No va a restaurar la pureza de las instituciones. Éstas han de desaparecer ante la nueva realidad, la manifestación plena y definitiva de la gloria/amor de Dios en él.

         

viernes, 27 de agosto de 2021

Jn 2,16

 y a los que vendían palomas les dijo: <<Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios>>.

Mientras las palomas eran los animales sacrificiales de menor importancia, son éstos, sin embargo, los únicos vendedores a quienes se dirige Jesús, y a los que hace responsables de la corrupción del templo. Por otra parte, no toca él las jaulas de las palomas, son ellos los que deben quitarlas. Este trato sería desproporcionado a menos que estos vendedores tengan un significado central en la narración. De hecho, la responsabilidad exclusiva que les atribuye Jesús en la profanación del templo los hace figura de la jerarquía sacerdotal. De ahí su relación con el simbolismo de las palomas.

La paloma era el animal usado en los holocaustos propiciatorios (Lv 1,14-17) y en los sacrificios de purificación y expiación (Lv 12,8; 15,14.29), especialmente si los que habían de ofrecerlos eran pobres (Lv 5,7; 14,22.30s). Holocaustos y sacrificios eran maneras de reconciliarse con Dios. Se encuentra aquí el mismo tema presentado en Caná bajo el símbolo de las tinajas; el sacrificio de las palomas entra dentro de <<la purificación de los Judíos>> (2,6). Los vendedores de palomas son, por tanto, los que ofrecen por dinero la reconciliación con Dios y representan a la jerarquía sacerdotal, que comercia con el favor de Dios. Como en Caná el vino del Espíritu se oponía a las tinajas vacías (2,9 Lect.), así las palomas sacrificiales se oponen al Espíritu, la paloma bajada del cielo (1,32), que es el amor y favor gratuito de Dios (1,14: kharis) y autor de la verdadera y definitiva purificación del hombre (2,9b-10 Lect.).

La jerarquía del templo explota en particular a los pobres ofreciéndoles por dinero presuntos favores de Dios. Por eso, en contraste con las dos ocasiones anteriores, ganado y cambistas, Jesús no ejecuta acción alguna, se dirige a los vendedores mismos. Son ellos los que tienen que desistir de su comercio, que presenta a Dios como un comerciante más. De ahí que esta acusación sea la más grave de las tres que hace Jesús: explotación del pueblo por medio del culto (sacrificios de animales), y del impuesto (cambistas), pero, sobre todo, por el interesado engaño de los pobres con el fraude de lo sagrado.

Jesús actúa como Hijo, en sentido exclusivo (mi Padre); es él quien representa al Padre en el mundo. Al expresar esa relación particularísima con Dios, afirma una vez más su mesianidad, por alusión a Sal 2,7: <<Hijo mío eres tú>>, palabra que Dios dirige al Mesías-rey (ibíd. 2,6).

La repetición del término casa (casa de mi Padre, casa de negocios), que denota habitación estable, indica la sustitución permanente del culto a Dios por el comercio. El templo ya no es tal, sino un mercado; el dios primario del templo es el dinero. El culto se ha convertido en un pretexto para el lucro, que es su objetivo principal. Pero, puesto que el templo lleva aún el nombre de Dios, los acusa de atribuir la explotación a Dios mismo. El lugar donde Dios debería manifestar su gloria, su amor fiel al hombre, es un lugar de engaño y de abuso.

Al llamar a Dios <<mi Padre>>, Jesús lo saca del templo; la relación con él no es religiosa, sino familiar, en el ámbito doméstico. El término desacraliza a Dios. La relación con él no es ya de temor, sino de amor, intimidad y confianza. En la casa de su Padre no puede haber comercio; siendo casa de familia, todo pertenece a todos. En aquella masa de explotadores y explotados, sólo Jesús se siente Hijo. El pueblo establece relación con Dios mediante el dinero, encontrando un Dios opresor, no un padre. Y esta corrupción religiosa es culpa de los dirigentes (no convirtáis).

Tal es la denuncia que hace el Mesías de la situación: Dios está subordinado a la codicia y es utilizado para explotar a la gente. Se comprende la denominación <<la Pascua de los Judíos>>. Es una Pascua utilizada en beneficio de los dirigentes, que desangran al pueblo en nombre de Dios.

Jesús denuncia la institución centra de Israel, símbolo del pueblo mismo y de su elección divina. Se queja de que el templo no haya cumplido su misión histórica, ser signo de la habitación de Dios en medio del pueblo. De hecho, el aparato administrativo de comercio y sacrificios no había existido al principio, como ya lo habían anunciado Jr 7,22: <<Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni hablé de holocaustos y sacrificios>>, y Am 5,25: <<¿Es que en el desierto, durante cuarenta años, me traíais ofrendas y sacrificios, casa de Israel?>>. La tienda del desierto, a la que sucedió el templo, había sido el signo de la presencia salvadora de Dios, de su actividad en favor del pueblo. Al referirse Jn a la tienda, llena de la gloria de Dios (1,14; cf. Ex 40, 34ss), alude a la del desierto para expresar la presencia de Jesús en la comunidad y en el mundo. En cambio, el Dios liberador y salvador había pasado a ser un Dios exigente y explotador; no el Dios que daba vida, sino el que la exigía para sí.

Aunque para muchos el culto del templo fue de hecho ocasión de profunda experiencia religiosa (cf., por eje., Sal 42), Jn, que no hace la historia de la piedad israelita, ve el templo en tiempo de Jesús como un instrumento de explotación de manos de los dirigentes.

La antigua tienda/templo había tenido su misión histórica: preparar a la etapa definitiva que se realiza en Jesús. Por culpa de los dirigentes, no la ha cumplido.

El templo era una realidad estática; para ir a él tenía el hombre que salir de su historia, de su vida. La tienda del desierto, en cambio, sede de la gloria de Dios, caminaba con el pueblo, lo guiaba y acompañaba; con él Dios se hacía historia. A la tienda, Dios bajaba; al templo, el hombre tiene que subir hasta Dios.

En adelante, la manifestación de la gloria de Dios se hará en Jesús, la Palabra hecha hombre, que ha plantado su tienda entre nosotros (1,14). Como en el desierto, la presencia de su amor acompañará a su comunidad en la historia. La antigua tienda era figura de la nueva realidad.

Juan Bautista había anunciado a los judíos: <<entre vosotros se ha hecho presente, aunque vosotros no sabéis quién es>> (1,27), y los discípulos preguntaron a Jesús: <<Maestro, ¿dónde vives?>> (1,38). Jesús, la presencia dinámica de Dios entre los hombres, no tiene residencia fija; en este evangelio Jesús no tiene domicilio permanente ni un centro de operaciones particular. Va y viene, según las circunstancias. Pero donde él esté, allí se encuentra el acceso a Dios (1,51; 5,13 Lect.).

La frase de Jesús a los vendedores/dirigentes es, sin embargo, exhortación al mismo tiempo que denuncia: Jesús no viene sencillamente a condenarlos (3,17; 12,47), sino a invitarlos a responder a la luz; por eso emplea la expresión: no convirtáis, dejando abierta la posibilidad de rectificar. Él denuncia su injusticia, para que ellos recapaciten y dejen de practicarla. No da sentencia contra nadie, es el hombre miso el que da su propia sentencia, respondiendo o negándose a responder a la luz que lo ilumina (1,9; 3,18.19).

Resumiendo el contenido de la actuación de Jesús, éste anuncia en primer lugar su intención de sacar a la gente (simbolizada por las ovejas) fuera de la institución religiosa, que destroza al pueblo con el culto, los impuestos y el fraude de lo sagrado. Los explotadores son las autoridades del templo, el sacerdocio, infiel a su misión, y los dirigentes judíos en general, que, con su proceder, deforman la imagen de Dios, convirtiéndolo en un tirano. Lo mismo que la Ley alejaba a Dios e impedía la experiencia de su amor (2,6), así el templo y el culto retratan a un Dios ávido y exigente, en lugar de un Padre, dador de vida.

     

Jn 2,15c

 a los cambistas, les desparramó las monedas y les volcó las mesas.

Los cambistas estaban <<instalados>> (lit. sentados); el sistema bancario está instalado en el templo. Ofrecían la oportunidad de cambiar monedas para pagar el tributo del templo, prescrito en moneda legítima; el templo mismo acuñaba moneda, pues no podían admitirse en el tesoro las que llevasen la efigie de reyes paganos u otras imágenes. El gesto de Jesús denuncia, por tanto, como un abuso el tributo del templo, una de sus principales fuentes de ingresos.

El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad. Sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados del templo. El gesto de Jesús toca, por tanto, un punto neurálgico: el sistema económico del templo, con su enorme aflujo de dinero procedente de todo el mundo conocido, desde Mesopotamia hasta el occidente del Mediterráneo. Era otra forma de explotación.

Jn 2,15b

 a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes.

El gesto de Jesús se inserta en la denuncia que los profetas habían hecho del culto expresado en los sacrificios, un culto hipócrita que iba de la mano con la injusticia y la opresión del pobre. Pero Jesús va más lejos que los profetas. Al expulsar del templo a los animales, material de los sacrificios, declara la invalidez de los mismos y del culto entero, del que los sacrificios constituían el momento cumbre.

Él no denuncia solamente el culto que encubre la injustica, sino el culto que es en sí mismo una injusticia, por ser un medio de explotación del pueblo. Jesús no propone, como los profetas, la reforma, sino la abolición.

La expulsión material de ovejas y bueyes constituye un gesto simbólico. Las ovejas van a ser figura del pueblo y, en particular, de los que siguen a Jesús (10,1ss). La frase de 2,15: a todos los echó del templo (ovejas y bueyes) está en paralelo con la de 10,4: cuando las eche fuera a todas (sus ovejas), que se refiere también al templo, mencionado como <<atrio>> (10,1). Las ovejas son, por tanto, figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está condenado al sacrificio, porque los dirigentes, siendo ladrones (10,8 y 12,6 Lect.), no entran en él más que para robar, sacrificar (alusión a los sacrificios que no son en realidad de ganado, sino del pueblo mismo) y destruir (10,10). Roban lo que no es suyo, explotan al pueblo, verdadera víctima del culto, sacrifican y destruyen el rebaño, a cuya costa viven.

Is 1,11-17  ISAÍAS. CAPÍTULO 1.

Jr 7,21-26  JEREMÍAS. CAPÍTULO 7.

Os 5,6-7  OSEAS. CAPÍTULO 5.

Os 8,13 OSEAS. CAPÍTULO 8.

Am 4,4s AMÓS. CAPÍTULO 4.

Am 5,21-24 AMÓS. CAPÍTULO 5.

Eclo 34,18-20  CAPÍTULO 34.

Eclo 35,14-20 CAPÍTULO 35.

Sal 50,13 

Jn 2,15a

 y haciendo como un azote de cuerdas.

El azote era un símbolo proverbial para designar los dolores que inaugurarían los tiempos mesiánicos. Se representaba al Mesías con el azote en la mano para fustigar los vicios y malas prácticas. El gesto de Jesús era, pues, una señal mesiánica y transparente: se revela en el templo como Mesías, respondiendo al texto de Zac 14,21, donde, anunciando el día del Señor, se afirma: <<y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel día>>. La manifestación de Jesús es inequívoca.

Jn 2,14

 Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados.

El viaje está resumido; la narración, acelerada (subió, encontró); Jesús es situado directamente en el templo. Se enumeran detalladamente las diversas clases de vendedores y los cambistas, para mostrar el ambiente que reinaba allí. No encuentra Jesús gente que busque a Dios, sino comercio. La fiesta era un medio de lucro para los dirigentes. Era éste el gran mercado anual que comenzaba tres semanas antes de Pascua; el importe de las licencias para la instalación de los puestos comerciales revertía en el sumo sacerdote. Había tiendas que pertenecían a la familia de éste. Es probable que el comercio de animales para los sacrificios estuviese en manos de la poderosa familia del sumo sacerdote Anás (cf. 18,13.14).

Jesús va a ocupar el centro de la escena; los discípulos serán mencionados sólo como observadores (2,17). Va a comenzar su vida pública en la capital, en el templo y en una gran festividad. Él elige la ocasión y la señal que va a dar.

Jn 2,13

 Estaba cerca la Pascua de los Judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Es la primera de las tres Pascuas que se mencionarán en el evangelio (cf. 6,4; 11,55). La Pascua era una de las fiestas que requerían la peregrinación a Jerusalén, la capital. Aunque, en la primera época de Israel, era una fiesta familiar, después de la centralización del culto se había obligado a sacrificar el cordero en el templo, y todos los israelitas mayores de doce años estaban obligados a ir a la capital. Acudían también judíos del extranjero. En tiempo de Pascua, Jerusalén aumentaba considerablemente su población. Siendo de unos 55 000 habitantes, podía recibir como media hasta 125 000 peregrinos por Pascua. El total aproximado de víctimas pascuales que se sacrificaban eran de 18 000. El año 6 d. C la Pascua fue la ocasión para el levantamiento de Judas Galileo; era, pues, momento propicio para la exaltación política nacionalista.

La denominación usual en Jn, <<la Pascua/la fiesta de los Judíos>>, es intencionada. No se encuentra nunca en el AT, donde siempre es <<la Pascua o la fiesta del Señor>>. El sentido peyorativo que tiene ordinariamente en Jn la expresión <<los Judíos>> muestra la intención del evangelista. Se trata de la fiesta oficial, regida y utilizada por las autoridades. La denominación <<de los Judíos>> aparecerá en 5,1; 6,4; 7,2 y, por última vez, en 11,55. Se aplica, por tanto, a tres Pascuas (2,13; 6,4; 11,55) y a dos fiestas intermedias (5,1, no especificada; 7,2, la fiesta de las Chozas). Cada fiesta oficial desencadenará un conflicto entre los judíos del régimen y Jesús, respondiendo a menudo a una acción de éste. Las antiguas fiestas israelitas, celebradas en honor de Dios, en las que el pueblo era protagonista, han pasado a ser fiestas oficiales, impuestas, donde el pueblo no tiene nada que celebrar, dada la opresión en que se encuentra. Esto será visible sobre todo en 5,1 y 6,4. A partir de 11,55, última mención de la Pascua de los Judíos, esta fiesta se llamara simplemente <<la Pascua>>, puesto que va a ser la Pascua de Dios, en la que será inmolado el Cordero de Dios.

La Pascua, en su origen, había sido la fiesta de la liberación de Egipto, celebrando el fin de la esclavitud y la fundación de Israel como pueblo. La denominación <<de los Judíos>>, que la hace fiesta del régimen opresor, muestra que su sentido se ha desvirtuado: ya no queda más que la fachada de la fiesta, el pueblo ha vuelto a la esclavitud. Será Jesús quien proponga su Éxodo en la segunda Pascua (6,4) y lo lleve a efecto con su pasión y muerte (18,1 Lect.). Él será el liberador que haga entrar a los suyos en la tierra prometida (6,49 Lect.).

Esta denominación peyorativa crea también una distancia. Esta Pascua no lo es para Dios ni para Jesús; tampoco para los destinatarios del evangelio, que descubren su verdadera índole. Jn distancia al lector de las fiestas, como Jesús se distancia de la Ley judía (7,19: Moisés os dejó la Ley; cf. 8,17; 15,25), que las fundaba.

Jesús escoge una ocasión clamorosa para comenzar su vida pública y revelar su mesianidad. Al estar Jerusalén llena de peregrinos, su actuación tendría inmediatamente resonancia a escala nacional.

Jn 2,12

 Después de esto bajó él a Cafarnaún con su madre, su gente y sus discípulos y se quedaron allí, no por muchos días.

Cafarnaún, ciudad importante situada junto al lago de Galilea, lugar de cruce de caravanas; allí es conocido Jesús (cf. 4,46b) y enseñará en una reunión (6,59).

Después de trazado su programa en Caná, Jesús va a comenzar su actividad pública. Para ello baja a Cafarnaún, desde donde irá a Jerusalén. Alrededor de él aparecen tres grupos, que figuran la realidad humana que se presenta ante sus ojos; son una panorámica  de la sociedad, clasificada según sus posturas frente a la situación religiosa. Es la única vez que los tres grupos aparecen juntos; se ve así su carácter sintético. La madre, el Israel fiel, de donde procede humanamente Jesús, estará abierto a su mensaje y será finalmente incorporado al pueblo mesiánico (19,25ss). Los hermanos (su gente) no apreciarán su obra y serán hostiles a él (7,3-9), por estar apegados a los valores del <<mundo/sistema>>, al cual se ajustan; como figura del pueblo adicto al régimen, son, en cierta manera, correlativos de la del maestresala de Caná. Los discípulos son los que ya se han adherido a Jesús, dispuestos a seguirlo; también en cierto modo corresponden a los sirvientes de la boda. Serán los únicos que acompañen a Jesús en su actividad. La madre y los hermanos pertenecen a un pasado que, ante la persona de Jesús, tomará actitudes contrarias; los discípulos, al futuro. Resalta la oposición entre antiguo y nuevo.

La convivencia (se quedaron allí) es muy efímera: no por muchos días. Jesús coexiste pacíficamente con su sociedad muy poco tiempo. Va a lanzarse inmediatamente a la acción (2,13), y se dividirán los campos

jueves, 26 de agosto de 2021

Jn 2,1-11

 SUSTITUCIÓN DE LA ALIANZA

Jn 2,11

 Esto hizo Jesús como principio de las señales en Caná de Galilea; manifestó su gloria, y sus discípulos le dieron su adhesión.

Este colofón del evangelista anuncia una serie de señales que realizará Jesús. La de Caná es principio, primera de la serie, prototipo y pauta de interpretación de todas las que seguirán.

El tema de la alianza que recorre toda la perícopa termina con la manifestación de la gloria, como en el Sinaí (Ex 24,15.17: <<La gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí ... La gloria del Señor apareció a los israelitas como fuego voraz sobre la cumbre del monte>>). La gloria del Padre está presente en Jesús con la plenitud de su amor leal (1,14) y ella se manifiesta desde el principio de su actividad, anticipando la manifestación plena que tendrá lugar en <<su hora>> (17,1).

Toda señal que realice será, por tanto, una manifestación de su gloria, y, de hecho, en la última de este día, la resurrección de Lázaro, volverá a mencionarse esta manifestación (11,4.40). La gloria/amor manifestado y experimentado es lo que funda la fe: hasta ahora los discípulos se habían dirigido a él como maestro (1,38.49), es decir, como poseedor y transmisor de una doctrina; ahora dan su adhesión a su persona misma, como presencia de la gloria/amor fiel de Dios.

Su gloria se ha manifestado al anunciar la nueva relación que Dios entabla con el hombre gratuitamente, uniéndolo íntimamente a él y haciéndolo capaz de amar como él, por el Espíritu que purifica al hombre y lo hace hijo de Dios. La fe consiste en reconocer el amor indefectible de Dios, manifestado en Jesús, y responder con la adhesión personal. 

                                *                  *                 *                    *

El episodio de Caná está puesto en relación con la muerte de Jesús por la alusión a <<su hora>> (2,4; cf. 12,23.27s; 17,1). Es por tanto, una promesa de lo que va a suceder en la muerte de Jesús. Será en la cruz donde él se dirija por segunda vez a su madre (19,26), y donde ella, figura del Israel fiel, quedará integrada en la nueva comunidad (19,27 Lect.).

En la cruz tendrá lugar la manifestación plena y definitiva de la gloria/amor, de que dará solemne testimonio el evangelista (19,35). En forma simbólica, la gloria/amor se manifiesta al quedar abierto por la lanzada el interior de Jesús y derramarse sangre (su amor que llega a dar la vida por el hombre) y agua (el Espíritu o amor que él comunica al hombre). Ambos están incluidos en el simbolismo del vino, en correspondencia con la frase del prólogo: de su plenitud todos nosotros hemos recibido un amor que responde a su amor (1,16).

También la alianza nueva se verifica en la cruz, pues allí se promulga el nuevo código, la nueva Escritura de la alianza, cuyo título es el letrero de la cruz; su contenido será Jesús mismo crucificado, expresión suprema del amor de Dios al hombre (19,19-22 Lect.).

La nueva boda aparecerá el día de la nueva creación, con la nueva pareja en el huerto/jardín, Jesús resucitado y María Magdalena, figura de la comunidad en su papel de esposa del Mesías (20,1-18). Desde el anuncio de Juan Bautista (1,15.27.30) hasta la escena de la resurrección, la alianza es figurada con el símbolo nupcial (cf. 12,1ss), por ser más apto para expresar la relación personal que ella inaugura.

Al prefigurar Caná la desaparición de la antigua alianza, prepara los episodios del primer ciclo (2,13 -- 4,46a), que anuncian la sustitución de las instituciones que la concretaban (cf. Los dos ciclos del día del Mesías). Por otra parte, al exponer que la nueva alianza consistirá en la relación de amor entre Dios y el hombre, anuncia el segundo ciclo, en que el amor de Dios, manifestado en las obras de Jesús, va a traducirse en la liberación y nueva vida para el hombre (4,54 Lect.), como resultado del contacto directo con Jesús, la vida. Así puede afirmar el evangelista que Caná no es sólo la primera de las señales de Jesús, sino su principio, su prototipo y origen. Todas van a ser manifestación de ese amor que va a culminar en <<su hora>>.

SÍNTESIS

El episodio de Caná es programático y por eso está en estrecho paralelo con la escena de la cruz, donde Jesús da remate a su obra.

Siguiendo la línea comenzada en el prólogo, que enfocaba el entero evangelio en la perspectiva de la creación (1,3) del hombre, para llevarlo a su plenitud (1,12: hijo de Dios), este episodio se sitúa el sexto día, el de la creación del hombre; inaugura un día simbólico que contendrá toda la actividad de Jesús y cuya hora final será la de su muerte.

La plenitud del hombre (ser hijo de Dios) se realiza en su relación con Dios íntima y sin fractura: la de amor y alegría simbolizados por el vino que ofrece Jesús. La figura de la boda/alianza anuncia, por tanto, la formación de una nueva comunidad, donde la experiencia del amor de Dios producirá la plenitud de vida, causará la alegría, y se ejercerá en la práctica de un amor que corresponde al que Dios le manifiesta.

El obstáculo para la realización del hombre era la Ley. Ella, interponiéndose entre Dios y el hombre y creando en éste una conciencia de indignidad, deformaba la imagen de Dios e impedía la experiencia de su amor. En vez de este Dios que habla desde la Ley para luego pedir cuentas (culpabilidad), Jesús hace presente al Dios que ofrece y comunica su amor gratuitamente.

La fe es la respuesta al amor de Dios manifestado en Jesús, que se traduce en la adhesión personal a él. A lo largo del evangelio se irá exponiendo el contenido de esa adhesión.

miércoles, 25 de agosto de 2021

Jn 2,9b-10

 Llamó al novio el maestresala y le dijo: <<Todo el mundo sirve primero el vino de calidad, y cuando la gente está bebida, el peor; tú, el vino de calidad lo has tenido guardado hasta ahora>>.

El encargado del banquete se dirige al novio. Su reproche subraya dos casas: la superioridad del vino nuevo y la sorpresa de que el nuevo sea mejor que el antiguo.

El plan de Dios seguía una línea ascendente; el Mesías habría de inaugurar una época incomparablemente superior a la antigua. La verdadera boda, con la alegría pena, va a empezar con Jesús, el verdadero esposo (3,29).

El maestresala, por su parte, reconoce un tiempo presente (hasta ahora) en el que la situación es distinta, pero no lo refiere a la presencia de Jesús ni sospecha el cambio de alianza que prefigura este vino. Protesta contra el orden en que se dan los vinos, le parece irracional; lo de antes debe ser lo mejor. No cae en la cuenta de la progresión del plan de Dios ni entiende que lo mejor puede venir después. Para él, la situación pasada era ya la definitiva; los dirigentes no quieren ni esperan que algo cambie. Ellos, los detentadores del sistema de poder, creen que su régimen no necesita mejora.

Constata que el vino que le ofrecen es de mejor calidad y no se lo explica. No comprende ni por un momento que lo antiguo ha quedado superado. Para él, lo que sucede no es decisivo; toda novedad ha de ser integrada en la continuidad con el pasado; por eso piensa conocer la procedencia del vino, la bodega del esposo (lo has tenido guardado), como si ese vino hubiese estado destinado desde el principio a la boda que él dirige. No comprende que el vino es de otro orden, que anuncia una situación nueva y el fin de la boda presente. No ha reconocido la presencia del Mesías.

La frase lo has tenido guardado hasta ahora contiene otra alusión a la muerte de Jesús. Éste, en quien reside el Espíritu (1,32s), lo entregará solamente <<en su hora>>, como el fruto de su muerte (19,30: entregó el Espíritu). Lo que recibe el maestresala y no comprende ni acepta es sólo una muestra de lo que será realidad en la cruz, el momento en que terminada la obra creadora (19,30: Queda terminado), se inaugure la alianza nueva.

El vino que ofrece Jesús alude indirectamente a la eucaristía. Esta, descrita por Jn con la expresión comer su carne y sangre, será el vehículo del Espíritu que produce en el hombre la vida definitiva (6,54).

Los personajes de la boda

Los datos dispersos en el comentario a propósito de los personajes pueden resumirse así:

La madre de Jesús se contrapone al maestresala. Ella reconoce al Israel que ha reconocido al Mesías; él, a <<los Judíos>>, que no lo esperan ni lo necesitan, y no saben apreciar la novedad del don mesiánico. Israel (la madre) experimenta la carencia y espera el cambio; los dirigentes judíos (el maestresala) se extrañan de que algo pueda cambiar; consideran definitivo el régimen que ellos dominan. Mantienen oficialmente la alianza, pero vacía de contenido. Son responsables de que se haya desvirtuado (1,23 Lect.), dejando de ser expresión del amor de Dios a su pueblo.

Las tinajas (la Ley), colocadas en el centro del episodio, separan las dos categorías de personas y las dos actitudes. La madre, definida por su relación con Jesús, del que es origen, está abierta al futuro, a las promesas de Dios. El maestresala, en cambio, se define por su relación con la boda existente, con un presente encerrado en una tradición sin horizonte de futuro.

Estos dos personajes describen el ambiente en que va a moverse Jesús; por un lado, los israelitas que esperan; por otro, los aferrados a su sistema, que dominan al pueblo. Los primeros reconocerán al Mesías, los segundos serán sus enemigos.

Aparecen, además, los sirvientes, que se ponen a disposición de Jesús y ejecutan su encargo. El término lo usará Jesús para invitar a seguirlo (12,26: el que quiera ayudarme). Incluyendo, pues, a sus discípulos, los sirvientes designan a todos aquellos que se prestan a colaborar en la obra del Mesías.

La madre y el maestresala, figuras-tipo, estarán representados en el evangelio por las multitudes que adoptan ante Jesús actitudes contrarias (cf. 7,25-31).

Entre los personajes que en el relato continúan la figura del maestresala, es decir, entre los que no esperan nada de Jesús, se encuentra <<su gente>> sus hermanos de raza (7,3-9). Por eso, cuando después de Caná baja Jesús a Cafarnaún, aparecerán tres grupos: su madre (= el Israel que espera), su gente (= los adictos al régimen) y los discípulos (=los que desean colaborar con Jesús).

Jn 2,9a

 Al probar el maestresala el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua).

El agua se ha convertido en vino después de haber sido sacada de las tinajas, no en ellas. El maestresala, que prueba el vino, no reconoce el don mesiánico. Los sirvientes, sí, pues ellos saben que el vino ofrecido procede de la acción de Jesús.

El vino simboliza el amor (2,3 Lect.). El que da Jesús significa, por tanto, la relación de amor entre Dios y el hombre que se establece en la nueva alianza, relación directa y personal, sin intermediarios. El amor como don es el Espíritu (1,16.17) y es él quien purifica. La escena de Caná anuncia la cruz, <<su hora>> (2,4). Es allí donde se manifestará hasta el extremo (13,1) el amor de Dios al hombre (17,1) y se ofrecerá a todos el Espíritu (19,34 Lect.). Simbolizado aquí por el vino, significa la alegría que produce la experiencia del amor, propia de la nueva alianza (15,11; 16,22.24; 17,13).

Se encuentra así en este episodio programático la oposición establecida en 1,17: la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías. El vino del Espíritu crea en el hombre <<el amor leal>> que constituye su nueva condición. Esta es la Ley de la nueva alianza, no un código exterior, como la antigua, sino un vino que penetra en el interior del hombre y lo transforma, la Ley escrita en el corazón (Jr 31,33; Jn 1,17 Lect.). Al ser el Espíritu el que termina la creación del hombre (3,6 Lect.), se unen desde el principio de la actividad de Jesús las dos líneas maestras de la temática de Jn: la alianza y la obra creadora, que quedarán realizadas en la cruz, <<la hora>> de Jesús (19,30 Lect.).

Este vino se ofrece a los dirigentes judíos (el maestresala), pero ellos no lo reconocen. Jesús no va a oponerse a ellos con la violencia, sino que les dará la posibilidad de rectificar (cf. 2,16) reconociendo que lo antiguo y, con ello, su propia posición han caducado, y aceptando el don mesiánico; sólo ante su obstinación y rechazo (1,11: los suyos no lo acogieron) prescindirá de ellos para dirigirse directamente al pueblo (4,46bss).

Jn 2,8

 Entonces les mandó: <<Sacad ahora y llevadle al maestresala>>. Ellos se la llevaron.

Jesús da una segunda orden. El maestresala era el encargado y responsable de la organización y marcha del banquete, pero no estaba al corriente de la falta de vino El jefe del banquete representa a la clase dirigente, a <<los Judíos>> (2,6). Los jefes se despreocupan de la situación del pueblo. Es más, que Dios se encuentre alejado por la mediación de la Ley y no se experimente su amor les parece normal. Ellos dirigen el sistema religioso. Sólo el pueblo fiel siente que la situación es insostenible.

Jn 2,7

 Jesús les dijo: <<Llenad las tinajas de agua>>. Y las llenaron hasta arriba.

Se dirige a los sirvientes, que, por indicación de la madre, están dispuestos a ejecutar lo que él diga. El Mesías, cuya hora no ha llegado aún, va a mostrar al Israel expectante cuál será el efecto de su misión cumplida y el resultado de su obra. Jesús sabe que las tinajas están vacías y hace tomar conciencia de ello a los sirvientes. Les da una orden, que pide su colaboración en lo que va a hacer. Ellos la ejecutan escrupulosamente: y las llenaron hasta arriba.

Al hacer llenar las tinajas de agua indica Jesús que él va a ofrecer la verdadera purificación. Pero ésta no va a depender de ninguna Ley, porque las tinajas nunca van a contener el vino que él ofrece. El agua se convertirá en vino fuera de ellas (2,9: los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua). Jesús hace llenar las tinajas solamente para hacer comprender que lo que, en la antigua alianza, era una ficción, va a ser ahora realidad, pero independientemente de la Ley antigua. La Ley no podía purificar, Jesús sí; pero no lo hará con un agua externa, sino con un vino que penetra dentro del hombre. Su purificación será tan eficaz que no necesitará ser repetida (13,10: Quien se ha bañado no necesita que le laven más que los pies, está enteramente limpio; 15,3: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he venido exponiendo). La Ley se interponía entre el hombre y Dios. En adelante, no habrá intermediarios; el vino, que es el amor, establecerá una relación personal e inmediata. Allí existirá la alegría (15,11: Os he venido hablando de esto para que mi propia alegría esté en vosotros y así vuestra alegría llegue a su colmo).

Jn 2,6

 Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra destinadas a la purificación de los Judíos; cabían unos cien litros en cada una.

Se interrumpe la narración para señalar la presencia de las tinajas destinadas a la purificación. La descripción es minuciosa: se precisa su número (seis), el material de que estaban hechas (de piedra) y su capacidad, unos cien litros (literalmente, de 80 a 120 litros cada una); con esto resultan prácticamente inamovibles. La expresión estaban allí colocadas acentúa su estaticidad y su fijeza; su finalidad (destinadas a la purificación de los judíos) se coloca en el centro de la frase, para darle todo su relieve. Las tinajas, enormes y ocupando narrativamente el centro del episodio, lo dominan; ellas presiden la boda/alianza.

El determinativo de piedra evoca inmediatamente las tablas o losas de piedra en que fue escrita la Ley; ser la piedra es precisamente el epíteto constante que se les aplica (Ex 31,18; 32,15; 34,1.4; Dt 4,13; 5,22; 9,9.10.11; 10,1.3; 1 Re 8,9). Con estas tinajas, Jn representa la Ley de Moisés, código de la antigua alianza. En relación con el cambio de alianza, la piedra recuerda también el texto de Ezequiel: <<Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os dará un corazón de carne>> (36,26). A la ley de piedra, la antigua alianza, corresponde el corazón de piedra, sin amor.

La finalidad de las tinajas, la purificación, era un concepto que dominaba la Ley antigua. Esta Ley creaba con Dios una relación difícil y frágil, mediatizada por ritos. La necesidad continua de purificación procedía de la conciencia de impureza, es decir, de indignidad, creada por la Ley misma. Esta obsesión con la indignidad del hombre ante Dios explica la posición central de este versículo en el episodio de la boda y la insistencia en la capacidad y estabilidad de las tinajas. Ellas son el personaje central, que invade el espacio.

La necesidad continua de purificación revela un Dios susceptible, que rechaza al hombre por cualquier causa. La Ley no refleja su verdadero ser (1,17 Lect.), pues a través de ella no puede percibirse su amor; la Ley propone la imagen de un Dios impositivo, celoso guardián de su distancia respecto al pueblo y al individuo, y que no pierde ocasión de subrayarla.

En estas condiciones, cuando, según la Ley, Dios está continuamente alejando al hombre de sí, y, en consecuencia, el hombre se siente siempre indigno, sometido a un esfuerzo constante de reconciliación con él, no puede existir amor. Ni se manifiesta el amor de Dios al hombre, ni éste se siente unido a Dios por un vínculo de amor, sino de temor y dependencia. La Ley no es mediación, sino obstáculo. Es ella, por tanto, la que hace faltar el vino en esta boda, o el amor en esta alianza.

Las purificaciones son calificadas de los Judíos, los dirigentes del régimen o sus adictos.

Era el sacerdocio el mediador de la purificación legal (Lv 12-16). Ésta, por tanto, que se apoyaba en la conciencia de pecado creada por la Ley, era un instrumento de poder en manos de los dirigentes, con el que tenían sometido al pueblo (5,10 Lect.).

No se dice, sin embargo, que las tinajas contuvieran agua. De hecho, tendrán que ser llenadas siguiendo la orden de Jesús. El aparatoso ritual purificatorio está vacío. Las purificaciones, prescritas por la Ley, eran sólo aparentes y, por lo mismo, inútiles e ineficaces; no era realmente medio de restaurar la relación con Dios. El sistema religioso propugnado por los Judíos es, al mismo tiempo, opresor (conciencia constante de pecado, tinajas de piedra) e ineficaz (ausencia de agua). Existe sólo lo externo, sin contenido real.

El número seis es la cifra de lo incompleto, por oposición al siete, que indica la totalidad. Seis será el número de las fiestas judías registradas en el evangelio (tres Pascuas: 2,13; 6,4; 11,55; una fiesta anónima: 5,1; la fiesta de las Chozas, 7,2; la de la Dedicación del templo 10,22), indicando también su carácter de provisionalidad, pues van a ser sustituidas por la pascua de Jesús preparada con su muerte (19,42 Lect.). La actividad de Jesús se desarrolla el sexto día, precisamente porque la creación no está acabada. El número de seis tinajas indica de nuevo la ineficacia de la purificación y la imperfección de la Ley, que no alcanza su objetivo de unir al hombre con Dios.

Es la Ley, por tanto, la que produce la tristeza de la antigua alianza, donde falta el vino del amor. La primera señal que va a realizar Jesús, el nuevo Esposo, anunciará el cambio de alianza y la supresión del antiguo código legal. Lo hace ofreciendo una muestra de su vino.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25