domingo, 13 de marzo de 2022

Jn 5,31-47

 Jn 5,31-32

Jn 5,46-47

 <<Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, dado que de mí escribió él. Pero si no dais fe a sus escritos, ¿cómo vais a dar fe a mis palabras?>>.

Ellos no creen a Moisés, dado que éste, como la Escritura en general, tenía una misión preparatoria. La Escritura no tenía por objetivo crear una situación definitiva. Todo intento de absolutizar su contenido y las instituciones que en ella se apoyan va contra su misma naturaleza. Tampoco Moisés, con su obra, tiene un valor absoluto. Considerado el autor del Pentateuco, los cinco primeros libros de la Escritura, era como ésta un testigo de Jesús. Pero además Moisés, en sus escritos, describe también su propia obra, ligada toda ella a su papel de intermediario entre Dios y su pueblo y, como líder, instrumento de su acción liberadora. El contenido, pues, de la Escritura atribuida a Moisés era, sobre todo, él mismo y su actividad; su persona y su obra eran un tipo que cobraba sentido en relación con la venida y obra de Jesús. Moisés, que no logró ver a Dios cara a cara, anunciaba a Jesús, que es el Hijo que mira el rostro del Padre (1,18), como la Ley de la alianza, que aspiraba al amor que no había logrado expresar, anunciaba la realidad del amor presente en Jesús (1,17). Tanto uno como otra, Moisés y la Escritura, ocupan un período de suplencia y de preparación. Pero los dirigentes no son capaces de ver en Moisés y en sus escritos una promesa, porque los han absolutizado y los han hecho instrumentos de su dominio. Instalados en su posición, borrando la esperanza vaticinada, no pueden dar fe a las palabras de Jesús.

Moisés les legó sus escritos, Jesús propone sus palabras o exigencias, que son la expresión de su  misma vida y muerte y comunican vida (3,34; 6,68). La comunidad judía se apoyaba en su libro, hecho palabra muerta. La comunidad cristiana, que aquí se dibuja, escucha las palabras vivas de Jesús, pues su presencia es continua entre los suyos a través de su Espíritu, contenido en sus palabras (6,63), y que las recuerda y enseña en la comunidad (14,26).

La alusión final a Moisés en este capítulo prepara el siguiente. El recuerdo de su obra escrita, que contiene el relato de la liberación del pueblo, sacándolo de la esclavitud de Egipto, da la clave para interpretar la escena que sigue, en la que Jesús pasa el mar de Galilea y muestra la calidad de su éxodo.

SÍNTESIS

Como argumento único y decisivo de su misión divina, propone Jesús su propia actividad. No dialéctica, sino obras. Vuelve así al tema inicial del trabajo creador que él realiza. La plenitud de vida y libertad para el hombre es la obra del Padre que Jesús lleva a término. Estas son sus credenciales.

Con esto legitima Jesús toda actividad encaminada a comunicar vida al hombre, a darle libertad y dignidad, y niega legitimidad a cualquier institución que a esto se oponga.

La antigua Escritura anunciaba ya la persona y actividad de Jesús que había de realizar la liberación definitiva. En el mundo que había rechazado la luz (1,10) quedó un testigo de la esperanza. Los círculos de poder judíos, sin embargo, habían tergiversado su sentido, haciendo un absoluto de lo que era una etapa en el plan salvador de Dios, y habían ignorado su mensaje liberador, poniéndola al servicio de sus propios intereses.

Jn 5,45

 <<No penséis que os voy a acusar yo ante el Padre; vuestro acusador es Moisés, en quien tenéis puesta vuestra esperanza>>.

No tienen que esperar una acusación futura de Jesús, que no ha venido a condenar, sino a salvar (3,17), a ofrecer vida (5,40). La amenaza les viene de su propia incoherencia. Su acusador está ya presente, y es Moisés mismo, el autor de su Ley (7,19), el único de quien se profesan discípulos (9,28s), pues han deformado la Ley, utilizándola para sus propios fines. Los dirigentes no apelan a la tradición profética, los profetas han muerto (8,52.53).

Jn 5,44

 <<¿Cómo os va a ser posible creer a vosotros que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que se recibe de Dios solo?>>.

Han creado un círculo cerrado donde se apoyan unos a otros con las mutuas muestras de estima y honor. Ellos no se dan a los demás, reciben y aceptan la gloria que les dan. La gloria que viene de Dios, que es el amor, les obligaría a salir de sí mismos para darse generosamente a los otros. Eso no lo quieren. Ellos dan sólo para recibir, apoyan para ser apoyados. No conocen el don de sí, desinteresado y fiel. Cerrados en su círculo privilegiado, buscando sólo mantener su posición y prestigio, les resulta imposible creer. Así se explica la situación del pueblo, descrita al principio (5,3). Como arma de afirmación utilizan la Ley (5,10), cuyo espíritu no entienden (5,39). Sin conocer a Dios (5,37-38), se llaman sus representantes.

Jn 5,43

 <<Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me aceptáis; si otro viniese en su propio nombre, a ése lo aceptaríais>>.

Venir en nombre del Padre significa representarlo, realizar su obra trabajando en favor del hombre, sin buscar la propia ventaja. Al actuar así, Jesús está en contradicción con los dirigentes, para quienes no cuenta el pueblo, sino su propio interés (5,42: no tenéis el amor de Dios). Por eso no lo aceptan. Si otro viniese buscando su propio interés, despreocupándose del hombre, pero con deseo de propia afirmación, a ése sí lo aceptarían; estaría al nivel de ellos, entraría en su juego de poder. 

Se delimita aquí la frontera entre Jesús y <<el mundo>>, que se identificaría con <<los Judíos>>, los partidarios del sistema y sus instituciones (cf. 7,1.7). Se distinguen uno del otro en los objetivos que persiguen. Jesús y, tras él, los suyos (cf. 8,23; 17,14-16) son los que no buscan honor mundano; su gloria consiste en transmitir el amor y la vida de Dios al hombre (17,22), liberándolo de la esclavitud y de la muerte. <<El mundo>>, por el contrario, se caracteriza por perseguir al propio interés, la propia gloria, despreciando y matando al hombre (8,44; 10,10). Es la oposición entre la vida, que es luz (1,4) y la tiniebla, que intenta apagarla (1,5).

Jn 5,41-42

 <<Gloria humana, no la acepto; pero de vosotros sé muy bien que entre vosotros no tenéis el amor de Dios>>.

Jesús no busca su prestigio. No les ha hablado así para pedir homenajes, sino para impedir que se pierdan (5,34). Es precisamente el rechazo de la gloria humana lo que lo pone de parte de los que no la tienen y lo hace capaz de una solidaridad y amor que llega hasta el don de su propia vida.

Establece un contraste entre él y sus adversarios. Jesús no necesita ni acepta el esplendor humano, porque él lleva en ´si el resplandor del Padre (1,14: la gloria que un hijo único recibe de su padre), la plenitud de amor leal, que brilla y se da a conocer en sus obras. Su honor y su gloria es la actividad de su amor por el hombre, que manifiesta al Padre. No necesita otros honores.

Ellos, en cambio, forman un círculo en que el amor de Dios no está presente y, por tanto, no puede resplandecer. Se refleja aquí la experiencia propia de la comunidad cristiana, donde, según el mandamiento de Jesús, reina el amor, que constituye su distintivo (13,34s). El círculo judío, que carece de ese amor, busca el honor humano. Esto los hace insolidarios con los oprimidos; no están dispuestos a dar la vida, sino a quitarla, como ya pretenden hacerlo con Jesús (5,18; cf. 5,3). Jesús hace presente a Dios precisamente porque en él brilla su amor, y, según el proyecto creador, comunica vida al hombre. Los dirigentes, en cambio, que se afirman representantes de Dios, carecen de esa credencial, la única válida, y tienen que crearse su aureola a base de honores mutuos, con los que dan prestigio y consistencia a su grupo.

Jn 5,39-40

 <<Vosotros estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida definitiva; son ellas las que dan testimonio en mi favor, y, sin embargo, no queréis acercaros a mí para tener vida>>.

Después de exponer el testimonio de sus obras, que tienen ante los ojos, les recuerda el testimonio que viene del pasado, pero que sigue señalando a su persona. Tampoco hacen caso de las Escrituras, porque su modo de leerlas es equivocado. Piensan que van a encontrar en ellas lo que no contienen, vida definitiva, la realización plena del hombre. Han absolutizado la Escritura como un todo completo y cerrado, en lugar de ver en ella una promesa y una esperanza. La estancia de Jesús en Judea había ya dado pie a una polémica contra la absolutización de los antiguos intermediarios de la alianza (3,22-36).

El verdadero papel de la Escritura era el mismo de Juan Bautista, dar testimonio preparatorio a la llegada del Mesías (1,6). Prometía la acción definitiva de Dios y anunciaba sus líneas maestras. Ellos no hacen caso de ese testimonio. En realidad, no pueden hacerlo, porque su clave de lectura es falsa, dado que no captan el rasgo fundamental de Dios: su interés y su amor por el hombre (cf. Éx 22,20-26). Por eso no ven la necesidad del cambio (2,9b-10 Lect.) y son hostiles a Jesús, que era el objeto de la esperanza. No van a él para obtener vida. De hecho, al no conocer a Dios como Padre, es decir, como dador de vida, ni siquiera saben lo que ésta significa.

Jn 5,37b-38

 <<Nunca habéis escuchado su voz ni visto su figura, y tampoco conserváis su mensaje entre vosotros; la prueba es que no dais fe a su enviado>>.

De la exposición del testimonio en su favor pasa Jesús a la invectiva contra los dirigentes, que pretendían ser los depositarios de la auténtica tradición y los mediadores entre Dios y el pueblo; son ellos los que, en nombre de Dios, condenan a Jesús. Denuncia en primer lugar su desobediencia. La frase escuchar su voz recuerda la exigencia de Dios en la antigua alianza pidiendo que el  pueblo lo escuchara (Éx 19,5; 23,22), y las promesas del pueblo de escuchar lo que había dicho el Señor (Éx 19,8; 24,3.7 [LXX]), como ratificación de la alianza. Jesús los acusa de no haber escuchado la voz de Dios y no haber observado su alianza, como en 7,19 los acusará de no observar la Ley de Moisés que oficialmente defienden.

La figura de Dios que menciona Jesús está también en relación con la alianza. En Éx 24,17 (LXX) se describe la manifestación en el Sinaí como la <<figura de la gloria>> de Dios, visible para todo el pueblo. Dios invitó a verla, pero éstos, que no han obedecido a su voz, no la han visto. Jesús les niega no ya el conocimiento pleno de Dios, que no tuvo siquiera Moisés (Éx 33,22), sino incluso el conocimiento propio de la antigua alianza, que debía haberlos preparado a la plena revelación en su persona. Allí apareció fuego voraz; ahora Jesús la revela como amor leal.

La consecuencia de su desobediencia y falta de fidelidad a la alianza es que han perdido el mensaje que ésta pretendía comunicar y que había sido renovado por los profetas. Han ignorado la verdadera característica de Dios, la de su amor al hombre. Este amor se hará realidad tangible y experimentable con Jesús (1,17), pero Dios quiso anunciarlo y prepararlo y ellos lo han ignorado. Por eso en Caná faltaba el vino (2,3). Dios había querido dar vino de amor a su pueblo, pero había sido sofocado por la institución judía, encarnada en el absoluto de la Ley (2,6 Lect.). Jesús denuncia un endurecimiento inveterado en los círculos dirigentes de Israel y da la clave para comprender el carácter opresor de sus instituciones. Nunca han escuchado el mensaje de amor que Dios proponía.

Se enfrentan aquí dos concepciones de Dios: el Dios de Jesús, el Padre, que ama al hombre y se manifiesta dándole vida y libertad, y el Dios de los dirigentes, el Soberano, que impone un orden jurídico, prescindiendo del bien concreto del hombre. Por eso Jesús puede afirmar rotundamente que no conocen en absoluto al Padre; es más, incluso el mensaje transmitido, expresado desde el principio con la acción de Dios, que los hizo un pueblo precisamente al sacarlos de la esclavitud, tampoco lo han conservado. La descripción que Dios mismo hizo de sí a Moisés antes de la alianza: el Dios compasivo y clemente, paciente, grande en amor y lealtad (Éx 34,6), era precisamente la que correspondía a la obra de Jesús, hasta tal punto que la gloria del Padre, presente en Jesús, ha sido descrita por Jn con estas palabras de Dios (1,145.17). Ellos, sin embargo, han olvidado esta imagen dada por Dios mismo, para fabricarse la suya.

En efecto, en el Código de la Alianza que sigue al Decálogo (Éx 20,22-25,33), entre la minuciosa casuística que regula materias diversas, se encuentran prescripciones relativas a la manera de comportarse con los <<débiles>>, compendiadas de ordinario en la fórmula estereotipada de <<forasteros, huérfanos y viudas>>, pero que abarcan toda clase de desvalidos que, por su condición, pueden ser objeto de explotación o abuso (22,20-26). Su grito, advierte el Señor, será escuchado siempre (22,22). Fue precisamente el grito de los israelitas, mientras sufrían la opresión en Egipto, el que motivó la intervención liberadora del Señor (Éx 3,7-9). Él actúa en favor del oprimido porque es compasivo (Éx 22,26: yo soy compasivo, hebr. hanun). Es una cualidad que lo definirá cuando más tarde Moisés le pida ver su gloria (34,6) y es ella la que lo mueve a liberar al pueblo y hacer su alianza con ellos. Por eso, a los israelitas que se conviertan a su vez en opresores, Dios los tratará igual que trató a los egipcios (22,23; cf. 4,23; 13,15). Es significativa a este respecto la expresión: Si prestas dinero a mi pueblo (hebr. `et ´ami), al pobre que habita contigo ... (22,24); al hablar así, Dios separa momentáneamente al acreedor de su pueblo, constituido por los pobres.

Esto explica por qué los profetas, ante las injusticias que se cometen, denuncian el incumplimiento de la alianza y equiparan a Israel a los pueblos paganos (Is 1,10: Sodoma y Gomorra), descalificándolo como pueblo de Dios a pesar del culto esplendoroso que practican en el templo (Is 1,10-28).

Los que ellos enseñan y sostienen es, por tanto, una traición a la revelación de Dios, tanto más grave cuanto que pretende ser la única doctrina auténtica.

La prueba de estas afirmaciones de Jesús es que no reconocen en su acción la de Dios y, en consecuencia, no dan fe a su enviado. Quien se cierra al bien del hombre no puede reconocer a Dios (cf. 7,17; 8,19.54s; 15,21; 16,3).

Jn 5,36-37a

 <<Pero el testimonio en que yo me apoyo vale más que el de Juan, pues las obras que el Padre me ha encargado llevar a término, esas obras que estoy haciendo, me acreditan como enviado del Padre; y así el Padre que me mandó va dejando él mismo un testimonio en mi favor>>.

Mientras Juan daba testimonio con palabras (10,41: Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste era verdad), Jesús no lo hace con declaraciones, sino con obras, con su misma actividad liberadora. El plural <<obras>> muestra de nuevo que la curación del inválido no había sido un caso aislado, sino un ejemplo o paradigma de la actividad de Jesús entre el pueblo marginado. La calidad de esas obras demuestra que Jesús es un enviado del Padre.

Su argumentación se basa en el concepto de Dios como Padre, ya explicado en el prólogo (1,14d; 4,53 Lect.). Al llamar a Dios <<Padre>>, Jesús lo define como el que comunica sin límite alguno su riqueza, que es su vida y su amor. Es el Dios que demostró su amor a la humanidad dando a Jesús, su Hijo único (3,16). Ahora bien, todo el que reconozca que Dios es Padre, tiene que reconocer que las obras de Jesús, que, como las del Padre, comunican vida al hombre, son de Dios (5,17.21).

Jesús está apelando implícitamente a un rasgo claramente expresado en el AT, que describe la solicitud de Dios por su pueblo, especialmente por los débiles; se le llamaba <<justo>> porque hacía justicia al oprimido rehabilitaba al calumniado, rompía el yugo opresor. Ésta era también su exigencia, expresada con fuerza por los profetas:

Is 1,17: <<Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda>>.

Is 58,6-7: <<El ayuno que yo quiero es éste -oráculo del Señor-: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todo cepo; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne>>.

Is 61,1: <<Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad>>.

Jr 21,11-12: <<Escuchad la palabra del Señor: Casa de David, así dice el Señor: ´Id temprano a administrar justicia, librad al oprimido del poder del opresor´".

Jr 22,15-16: <<¿Piensas que eres rey porque compites en cedros? Si tu padre comió y bebió y le fue bien, es porque practicó la justicia y el derecho; hizo justicia a pobres e indigentes, y eso sí es conocerme -oráculo del Señor>>.

Ez 34,2-4: <<¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Vosotros os coméis su enjundia, os vestís con su lana, matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis las descarriadas ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes>>.

Sal 72,4.12-14 (Del rey mesiánico): <<Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador. ...Porque él libra al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene protector; él vengará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos>>.

De estos y otros muchos textos que podrían citarse, se ve claramente que Dios está en favor del indefenso, del desgraciado. Quien hubiera penetrado en esta característica de Dios, tan prominente en el AT, tenía que concluir que la obra de Jesús en favor de los débiles era la de Dios, que Jesús era su enviado y que hacía lo que le ha enseñado el Padre (5,19-20). En 5,3 se retrataba el rebaño abandonado y maltrecho. Dios mismo había prometido buscar a sus ovejas dispersas como hace un pastor (Ez 34,11-12) y darles un pastor que cuidase de ellas (Ez 34,23: << Les daré un pastor único que las pastoree, mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor>>).

Frente a las teorías sobre el origen del Mesías (7,27), Jesús, para acreditar su misión, propone únicamente el testimonio de sus obras, según las promesas de liberación y salvación anunciadas en los textos proféticos (cf. 7,31).

Este testimonio de Jesús será también el de su comunidad. Como Jesús, deberá realizar las obras del Padre que lo envió (9,4). No existe otra prueba de la misión divina: quien, por amor al hombre, le comunica vida y libertad, es agente del Padre; quien se opone a la vida, no ejerce la actividad de Dios ni está con Dios. Su testimonio es algo inmediato, que cualquiera puede constatar; es objetivo, visible, palpable. Sólo puede negarlo la mala fe. Por eso, el testimonio de sus obras es testimonio directo de Dios. El amor al hombre, traducido en obras, está siempre apoyado por el Padre.

Moisés apelaba a la confirmación de Dios para legitimar sus obras: <<En esto conoceréis que es el Señor quien me ha enviado a actuar así (LXX: ´a realizar todas estas obras´) y que no obro por cuenta propia>> (LXX: `ap´emautou, de por mí, cf. 5,19.30). <<Si éstos mueren de muerte natural ... es que el Señor no me ha enviado; pero si el Señor hace un milagro, si la tierra se abre y se los traga con los suyos ..., entonces sabréis que estos hombres han despreciado al Señor>> (Nm 16,28-30). Las obras de Moisés no revelaban por sí mismas su origen divino, necesitaban una confirmación milagrosa; en este caso, un efecto de muerte. Las de Jesús, por el contrario, no necesitan legitimación alguna; ellas manifiestan sin equívoco la presencia del Padre, al manifestar su amor por el hombre. No son señales portentosas (cf. 4,48), espectaculares, ni muchos menos aterradoras; manifiestan las maravillas del poder creador de Dios, desarrollando y ampliando la capacidad del hombre.

Jn 5,35

 <<Él era la lámpara encendida que brillaba, y vosotros quisisteis por algún tiempo disfrutar de su luz>>.

Juan no era la luz (1,6), era sólo un testigo en favor de la luz, que podía compararse a una lámpara, cuyo resplandor prometía la existencia de la luz plena. Los dirigentes se gloriaron por algún tiempo de la resonancia del mensaje de Juan, figura extraordinaria que se había llegado a pensar que pudiera ser el Mesías (1,19s). No se trataba, sin embargo, de una verdadera adhesión a su mensaje, que anunciaba siempre a Jesús (1,15.27.29-34.36; 3,27-30), sino de un oportunismo (quisisteis por algún tiempo). De hecho, Juan tuvo que retirarse más tarde a un lugar fuera de su jurisdicción y acabó en la cárcel (3,23).

Jn 5,33-34

 <<Vosotros enviasteis a interrogar a Juan, y él dejó testimonio en favor de la verdad. No es que yo acepte el testimonio de un hombre; lo digo, sin embargo, para que os salvéis vosotros>>.

Podrían pensar que se refiere al testimonio dado de él por Juan en la primera etapa de su labor. Aquel testimonio era válido, pero Jesús no se basa en él; para probar que su misión viene de Dios, no puede apoyarse en un testimonio humano. Aunque Juan era un enviado de Dios (1,6), no basta oponer la autoridad de Juan, que ha negado ser Elías o el Profeta (1,21), a la de Moisés. A ellos, sin embargo, les conviene recordar aquel testimonio, cuya validez confirma Jesús (en favor de la verdad), para dejar su inmovilismo y acercarse a Jesús, a quien Juan anunciaba (1,27). Así podrían alcanzar la salvación que, por su medio, Dios ofrece al mundo (3,17). Jesús no da sentencia contra sus adversarios, les da ocasión de rectificar.

Jn 5,31-32

 <<Si yo fuera testigo en causa propia, mi testimonio no sería válido. Otro es el testigo en mi causa, y me consta que es válido el testimonio que da sobre mí>>.

La situación se concibe figuradamente como un litigio en que Jesús, frente a un adversario, tiene que probar la validez de su causa. Cada uno aduce testigos para probar su legitimidad, pues no se admite como válido el solo testimonio de las partes contendientes. El adversario implícito es la Ley, que, según la opinión de los judíos, tenía a su favor el testimonio de Dios. Jesús va aducir testimonios en favor suyo. No va a apoyarse en el suyo propio, pero sabe que tiene en su favor otro testigo irrecusable que demostrará la legitimidad de su postura.

domingo, 6 de marzo de 2022

Jn 5,16-30

 Jn 5,16

Jn 5,30

 <<Yo no puedo hacer nada de por mí; doy sentencia según lo que aprendo, y esa sentencia mía es justa, porque no persigo un designio mío, sino el designio del que me mandó>>.

Para terminar esta sección del discurso reaparece el tema del principio (5,19). El Hijo no da sentencia siguiendo un propio criterio, sino según lo que aprende del Padre, quien le muestra cuál es su designio. La raíz de la injusticia es buscar el propio interés (cf. 7,17s.24). Al buscar exclusivamente la ejecución de ese designio, su sentencia es necesariamente justa, sin parcialidad alguna, pues su único criterio es el bien objetivo del hombre. Hay aquí una acusación implícita de sus adversarios, que lo han condenado a él y al hombre curado en nombre de la Ley (5,10.16). Ésta, que debería ser una instancia de imparcialidad y de justicia, ha sido deformada por ellos al utilizarla para sus propios fines, oponiéndose al designio creador, inspirador de la Ley. Así han deformado también la imagen de Dios, haciendo de él un enemigo del hombre.

SÍNTESIS

Esta perícopa determina la norma de conducta dada al hombre por Dios. Jesús, único intérprete de la voluntad de Dios, trabaja como el Padre en favor del hombre; su obra es creadora como la de Dios mismo; es bueno lo que favorece la realización del proyecto creador, y malo lo que se opone a ella. Nada puede prevalecer contra la realidad y el incremento de la vida. La norma es el hombre mismo y su plenitud (1,4 Lect.).

Esa actividad ha comenzado ya y va a continuar, con todas sus consecuencias; al experimentar sus efectos, los hombres se harán independientes de la opresión, para vivir en libertad y plenitud. Tal es el éxodo que Jesús propone.

Para el pasado vale el mismo criterio del presente. Es la opción en favor o en contra de la vida la que juzga al hombre. Quien se puso a su favor, tendrá vida para siempre. Quien la oprimió, se condena a muerte definitiva.

Jn 5,28-29

 <<No os asombre esto, porque se acerca la hora en que van a oír su voz los que están en el sepulcro, y saldrán: los que practicaron el bien, para comparecer y tener vida; los que obraron con bajeza, para comparecer y recibir sentencia>>.

Los dirigentes no deben extrañarse de lo que Jesús afirma. El criterio de juicio que él representa vale lo mismo para el pasado, porque corresponde al proyecto creador (1,1.4a). También los ya físicamente muertos (los que están en el sepulcro, por oposición a 5,25, los muertos en vida) son juzgados por la misma norma.

Esta hora va a llegar, pero aún no está presente (en oposición a 5,25). <<La hora>> se refiere a la muerte de Jesús (2,4; 13,1; 17,1). Será entonces cuando comience realmente la nueva época de la humanidad (1,14.17).

La vida que Dios da al que opta por ella no está limitada por la muerte, el sepulcro no va a impedir su continuación. La muerte no iguala a los hombres, ni siquiera a los del pasado. Quien haya practicado el bien no tendrá una muerte definitiva, se levantará para seguir viviendo. Quien haya practicado el mal; quedará definitivamente excluido de la vida.

El criterio será, pues, la conducta con el hombre, manifestación de la actitud interior: practicar el bien es lo mismo que practicar la lealtad (3,21a) o actuar en unión con Dios (3,21b); se opone a actuar con bajeza (3,20), es decir, en contra del hombre.

El pasaje está inspirado en Dn 12,2: <<Los que duermen en el polvo despertarán, unos para vida definitiva, otros para derrota definitiva>>. La frase de Jn 5,29: para comparecer y tener vida, y su paralelo negativo describen, bajo la figura de un juicio, la suerte del hombre. Como en Dn 12,2, a la vida se opone la sentencia o derrota, que es la no vida, la muerte. No se opone una vida feliz a una desgraciada, sino vida a sentencia que excluye de la vida. Cada hombre, con su conducta hacia sus semejantes, lleva al éxito o al fracaso el proyecto de Dios sobre él. Quien opta por la luz, que es la vida y el amor, tendrá vida definitiva. Quien opta por la tiniebla, que es la muerte y el desprecio del hombre, se condena a muerte definitiva.

Jn 5,26-27

 <<Porque lo mismo que el Padre dispone de la vida, así también ha concedido al Hijo disponer de la vida y, además, le ha dado autoridad para pronunciar sentencia, porque es hombre>>.

Da la razón de lo anterior. El Padre dispone de la vida, es decir, la posee y la comunica libremente, y lo mismo el Hijo, por don del Padre (5,21). Pero no son dos actividades separadas, pues el Padre ha delegado la sentencia en el Hijo, y ésta consiste en la exclusión de la vida. La sentencia condenatoria no se da por iniciativa de Jesús; se significa con ella que su presencia y actividad vivificante provocan en muchos un rechazo que equivale a su propia sentencia (de muerte) (cf. 3,18s). Quien se opone a la vida, no puede recibirla.

La opción la provoca Jesús. Para elegir entre muerte y vida se necesitaba un punto de referencia, y éste es él, precisamente por ser hombre. En consecuencia, lo que va a decidir la suerte de los hombres será su actitud ante el hombre; no hay situación ante Dios que no dependa de la opción frente al hombre; la norma que sustituye a la Ley es el hombre; el juicio es la confrontación con el hombre.

En 5,25-27 Jesús aplica lo dicho en 5,21-24 a la realidad ya presente de la vida que él comunica. Sus palabras tienen un tono de aviso y quizá de amenaza a los dirigentes: los muertos van a oír su voz. Jesús no ha hecho más que empezar su actividad y ésa va a dirigirse al pueblo entero, que vive en la opresión. Vuelve a afirmar su libertad (5,21: da vida a los que quiere; 5,26: dispone de la vida) y precisa cuál es la norma que sustituye a la Ley: la actitud ante el hombre.

Jn 5,25

 <<Sí, os aseguro que se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los muertos van a oír la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchan tendrán vida>>.

Tercera declaración solemne que introduce otro tema. Esa vida que anuncia Jesús para el hombre empieza a ser realidad. La humanidad vive en la zona de la muerte (tiniebla), pero esos muertos en vida (alusión a la muchedumbre de 5,3) van a oír la voz del Hijo de Dios, que es su mensaje (5,24) y el del Padre. Los que lo escuchen, es decir, los que le den su adhesión, pasarán a la zona de la vida.

Su voz y su mensaje son su palabra al inválido (5,8: legei; 5,24: logon), por la que lo invitaba a levantarse, a ser libre (carga con tu camilla) y a comenzar su actividad (echar a andar). El inválido escuchó sus palabras e hizo lo que Jesús le decía. La voz del Hijo de Dios que comunica vida es un mensaje de libertad y de iniciativa (5,8s), que lleva a romper con las dependencias y a vivir por sí mismo, en la adhesión a Jesús (5,15 Lect.). Así encuentra el hombre la vida plena.

Jn 5,24

 <<Sí, os aseguro que quien escucha mi mensaje, y así da fe al que me mandó, posee vida definitiva y no está sujeto a juicio: ya ha pasado de la muerte a la vida>>.

Declaración solemne que concluye esta sección. Aceptar el mensaje de Jesús significa dar fe a Dios que lo envió. Se acentúa de nuevo la imposibilidad de separar a Dios de Jesús, de recurrir a Dios para oponerse a Jesús. Aceptar el mensaje de Dios, que es el de Jesús, produce en el hombre, ya ahora, una vida de tal calidad, que es definitiva y, en consecuencia, no puede cesar nunca. Este hombre pertenece ya al estadio de la creación terminada. Para el que la posee, el juicio es superfluo, ha pasado ya de la muerte a la vida. El verbo <<pasar>> está en relación con el éxodo de Jesús (13,1: su hora, la de pasar de este mundo al Padre; cf. 7,3). Define aquí el éxodo que él propone, que es el paso a la plenitud de vida que él ofrece, saliendo del dominio de la tiniebla-muerte. La sentencia, como inmediatamente se explicará, equivale a la exclusión de la vida. Quien ha pasado ya de la muerte a la vida, no cae bajo sentencia alguna. En 3,18, la ausencia de juicio coincidía con la adhesión a Jesús; equivale en este pasaje a escuchar su mensaje dando fe al que lo envió.

La sentencia dada por Jesús sólo sanciona la decisión del hombre de no pasar a la vida, su opción en favor de la tiniebla (3,19; cf. 1,5). Quien da su adhesión a Jesús y a su mensaje, ha salido de la zona de la tiniebla-muerte. No hay otra manera de salir más que optando por Jesús.

Jn 5,23

 <<para que todos honren al Hijo como lo honran a él. Negarse a honrar al Hijo significa negarse a honrar al Padre que lo mandó>>.

No se puede, por tanto, distinguir entre Jesús y Dios. En sentido descendente, de Dios al hombre, la norma que el Padre propone es Jesús y sólo él; en sentido ascendente, del hombre a Dios, el honor tributado a Dios se identifica con el tributado a Jesús. No existe un Dios que se constituya en instancia superior a Jesús y a quien se pueda apelar contra él. Él es la presencia del Padre en la tierra: no hay más Dios que el manifestado por él. Para los judíos, la Ley era norma que viene de Dios, criterio de bien y de mal, modo de honrar a Dios y de asegurar la relación con él. En todos sus aspectos queda sustituida por Jesús: él es la presencia misma de Dios, la norma, el criterio de bien y de mal; la relación con Dios se identifica con la relación con él.

Jn 5,22

 <<pues ni siquiera el Padre da sentencia contra nadie, sino que la sentencia la ha delegado toda en el Hijo>>.

La primera actividad de Jesús era común con la del Padre. La segunda que describe es exclusiva de Jesús, por delegación del Padre.

Hay aquí una alusión a Dn 7,9-12, donde se describe la celebración de un juicio contra los poderes surgidos del océano. Es Dios mismo, el anciano, quien, sentado en su trono, lo ejerce. Sólo más tarde aparece en la visión la <<figura humana>> a quien se concede poder real y dominio sin fin sobre todos los pueblos (7,13s).

Jn, sin embargo, es mucho más audaz que Daniel. No es Dios quien ejerce el juicio y da la sentencia, sino Jesús, en quien el Padre ha delegado toda sentencia. Dará otro paso más: el personaje que en Daniel aparecía como <<una figura humana>>, claramente identificada más tarde con el pueblo de los santos (7,27), es para Jn <<un hombre>>, Jesús, a quien ha sido entregada ya toda potestad de pronunciar sentencia (5,27).

Hay aquí, por tanto, un uso del lenguaje de Daniel, pero traspuesto a una clave histórica, la de la persona de Jesús. Jn no espera un juicio más allá de la historia (5,28-29 Lect.); el juicio, como ya lo había expuesto en 3,18, se está celebrando ya, la sentencia se la da el hombre mismo. En esta perícopa no se propone la cuestión del juicio propiamente dicho, sino la de dónde se encuentra la voluntad de Dios, que distingue entre bien y mal. A la antigua Ley ha sucedido Jesús como única expresión de esa voluntad. El código a que hay que apelar es Jesús mismo. Lo que está de acuerdo con él y su actividad, está de acuerdo con Dios y queda considerado como bueno; lo que a él se oponga, está contra Dios y es condenado como malo. Jesús es la expresión plena y total de la voluntad de Dios, y su presencia discrimina entre bien y mal, entre buenos y malos. El Padre ha vaciado su voluntad en este mandamiento vivo que es Jesús, la expresión de su ser, el lugar de su gloria (1,14).

Pero esa voluntad de Dios en Jesús no se manifiesta, como la de la Ley, en un precepto negativo <<no está permitido>> (5,10), sino en una actividad vivificante (5,21.25). Este mandamiento vivo, que es Jesús, es el proyecto creador de Dios sobre el hombre, la plenitud de vida. Quien la acepta, está con Dios; quien la rechaza, está contra él.

Dios no da sentencia para nadie, es decir, él no dirime. Su voluntad está expresada total y exclusivamente por el Hijo, Jesús. No es criterio de estar a bien con Dios observar lo que prescribe la Ley, invocada por ellos para condenar a Jesús (5,16-18); sólo él define lo que Dios quiere o no quiere: estar a bien o a mal con Dios se mide por estarlo con Jesús.

Jn 5,21

 <<Así, igual que el Padre levanta a los muertos dándoles vida, también el Hijo da vida a los que quiere>>.

Jesús acaba de levantar a un inválido (5,8: Levántate), dándole salud y libertad; con él está dando vida a un pueblo muerto; se dibuja el horizonte de vida para la humanidad sojuzgada. Resuena el pasaje de Ez 37,1-14 (37,11: <<Esos huesos son toda la casa de Israel. Ahí los tienes diciendo: ´Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos´. ... Yo voy a abrir vuestros sepulcros, os voy a sacar de vuestros sepulcros, pueblo mío>>).

La actividad de Dios respecto del hombre es darle vida, suprimir toda clase de muerte (1,4: la Palabra contenía vida); lo mismo la de Jesús. Él da vida comunicando el Espíritu (cf. 6,63: es el Espíritu quien da vida; 1,33) recibido del Padre (1,32), que completa el ser del hombre (3,6). Su actividad anticipa el fruto de su muerte (19,30).

La frase a los que quiere no expresa discriminación, pues en Jesús Dios ofrece la vida a todos (3,16), sino su absoluta libertad para obrar; el Padre se lo confía todo (3,35), y nadie puede impedir su actividad, como lo habían intentado los dirigentes.

El pueblo muerto, a quien Jesús da vida, estaba representado por los enfermos tirados en los pórticos de la piscina (5,3). Ha levantado a uno de ellos, que los representaba a todos, capacitándolo para obrar por sí mismo. Su acción consiste en restituir al hombre su integridad, expresada por la postura erguida (levantar), permitiéndole ser dueño de aquello que lo reducía a la impotencia.

Jn 5,19-20

 Reaccionó Jesús diciéndoles: <<Pues sí, os lo aseguro: Un hijo no puede hacer nada de por sí, tiene que verlo hacer al padre. Así, cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual, pues el padre quiere al hijo y le enseña todo lo que él hace, y le enseñará obras mayores que éstas para vuestro asombro>>.

Jesús responde con fuerza (Pues sí, os lo aseguro). Describe la identidad de acción entre él y el Padre tomando pie de un hecho de experiencia, el del padre que enseña su oficio al hijo. Lo hace por cariño, y para el hijo no tiene secretos (cf. 1,14: comunicación de toda la gloria / riqueza del Padre; 3,35: el heredero universal). Pero aún no han visto ellos todo lo que el Padre puede enseñar a Jesús. El futuro les reserva sorpresas.

Con esta comparación identifica Jesús de nuevo su actividad con la del Padre: es la misma obra creadora (5,17) aprendida de él. Recalca la legitimidad de su postura y, por tanto, priva a sus adversarios de todo argumento. Lo que practican y enseñan no lo han aprendido de Dios. De hecho, ellos, que ya se proponen matar a Jesús (5,18), aprenden su actividad de otro padre, <<el diablo>>, el enemigo del hombre (8,44). La Ley, en cuyo nombre se oponen a Jesús, no es expresión de la voluntad divina, ni refleja el ser de Dios (1,17). La controversia ya no gira en torno al episodio particular del inválido (cargar con la camilla); opone la Ley mosaica, representada por el precepto del descanso (5,18a), y la persona de Jesús, que se coloca por encima de ella haciéndose igual a Dios (5,18b). Tampoco Jesús se refiere a una acción particular, sino que ha enunciado un principio general (mi Padre trabaja y yo también trabajo), que se extiende a toda su actuación. Afirma que no admite norma exterior que limite su actividad y que ellos no son quién para juzgarla, pues se trata de la actividad de Dios mismo. Excluye, por tanto, como norma, a la Ley en cuanto tal, no a una interpretación particular del precepto. A continuación va a exponerles algunos aspectos de la actividad aprendida del Padre.

Jn 5,18

 Más aún, en vista de esto, los dirigentes judíos trataban de matarlo, ya que no sólo suprimía el descanso de precepto, sino también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose él mismo igual a Dios.

Semejante negación de las bases teológicas de su poder produce en los dirigentes el deseo de matar a Jesús. No basta una represión, hay que eliminarlo. Respecto al sistema religioso-político que representan, Jesús es un sedicioso. En primer lugar, muestra con su actuación que el amor de Dios llega al hombre directamente, sin intermediarios, y que la fidelidad del hombre a Dios no consiste en la observancia de preceptos. Queda así negado a la Ley todo papel mediador. El amor de Dios, hecho realidad en Jesús, toma su puesto (1,17). Los representantes de la Ley, sus intérpretes y custodios, pierden su función.

Pero la declaración de Jesús, como ellos entienden muy bien, va aún más lejos. Al llamar a Dios Padre suyo propio, afirma que Dios está con él y, en consecuencia, en contra de ellos, que se le oponen. Declara con esto que la institución regida por ellos, que se arroga autoridad divina, es legítima. Dado que la actividad de Jesús es la de Dios mismo, la enseñanza de ellos, que la contradice, es contraria a Dios. Para colmo, ven que Jesús se coloca en la categoría divina (llamaba a Dios su propio Padre), se hace igual a Dios, y les resulta intolerable. En esto se descubre su ignorancia, pues tal es precisamente el proyecto creador (1,1c Lect.; 1,18: el único engendrado). Pero ellos tienen mentalidad de siervos, no de hijos (3,36b Lect.; 8,,34s). Al llamar a Dios <<mi Padre>>, Jesús se proclama su único representante. Es la ruina de su poder religioso.

Por eso conciben la idea de matarlo. Jesús ha dado salud y libertad. Entran en conflicto dos intereses: uno, por el bien del hombre; otro, por el prestigio de la institución. Los dirigentes no dudan por un momento. Si Jesús se pone de la parte del pueblo y con eso amenaza su poder, ha de ser eliminado. Los que así piensan son los que se proclaman representantes legítimos de Dios, los que se opusieron a Jesús en el templo, porque denunciaba su culto explotador (2,18). Invocan ahora la fidelidad al mandamiento de Dios (5,10). Al ver amenazada su hegemonía, conciben sin más la idea del homicidio. Bajo capa de religión, defienden sus propios intereses.

Jn 5,17

 Jesús les replicó: <<Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo>>.

Era doctrina corriente en el judaísmo que Dios no podía haber interrumpido del todo su actividad el séptimo día, pues su actividad funda la de cualquier ser creado.

Jesús amplía esta concepción: El Padre no conoce sábado, no ha cesado de trabajar, porque mientras el hombre esté oprimido y privado de libertad, es decir, mientras no tenga plenitud de vida, no está realizado su proyecto creador. Él sigue comunicando vida al hombre, su amor leal está siempre activo. Jesús, por su parte, actúa como el Padre, no reconoce leyes que limiten su actividad en favor del hombre.

Jesús no nombra el precepto legal. Éste no es más que un caso particular, anulado por el principio de que la actuación de Dios en bien del hombre no conoce pausa ni límite. Llama a Dios su Padre (cf. 2,16), afirmando su relación particularísima y exclusiva con él. <<Padre>> implica origen (3,16), semejanza (1,14; 12,45), amor de Dios por Jesús (3,35). Su actuación está legitimada por la del Padre; es más, la hace presente. La actitud de ellos, en cambio, carece de legitimación. Con esto, Jesús declara que una doctrina religiosa que prescinde del bien del hombre no viene de Dios, y las obligaciones que impone, tampoco.

Jn 5,16

 Precisamente por esto empezaron los dirigentes judíos a perseguir a Jesús, porque hacía aquellas cosas en día de descanso.

La persecución a Jesús toma pie de su actividad en día festivo, cuyo precepto, regulado por las escuelas de interpretación, era la expresión máxima de la obligación de la Ley. Para los dirigentes era medio de control sobre el pueblo y prueba de la sumisión de éste; al observarlo, el pueblo reconocía la autoridad divina que reclamaba la enseñanza oficial. Eximirse del precepto era negar tal autoridad a su enseñanza y, por tanto, negarles el derecho a imponerla. Al no reconocer la obligación del descanso, y con ella la de la Ley, Jesús les quita la legitimación de su poder, los elimina como mediadores entre Dios y el hombre. Él no emplea violencia alguna, pero su actitud y actividad minan las bases del sistema judío. Esto es lo que los alarma. Son indiferentes al bien del hombre; lo único que importa es la incolumidad de la institución que ellos representan. A la actividad de Jesús responden con la represión.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25