domingo, 15 de enero de 2023

Jn 11,47a-53

 

Jn 11,53

 Así aquel día acordaron matarlo.

El discurso de Caifás tiene pleno éxito, la adhesión es unánime. El líder ha formulado lo que todos llevaban dentro (11,47: ¿Qué hacemos? ... Si lo dejamos seguir así ...). Han formulado su sentencia, y saben lo que tienen que hacer; la muerte de Jesús no se hará por un linchamiento, como han intentado en otros casos (8,59; 10,31), sino por una decisión oficial y fría, políticamente justificada.

No han celebrado un juicio formal, pero no era necesario, porque no pretendían hacer justicia, sino defender sus propios intereses. La condenación de Jesús es un hecho, aunque no lo han escuchado, como exigía Nicodemo de acuerdo con su Ley (7,51). Pero ellos, que la defienden y la utilizan, no la cumplen (7,19a), y menos que nunca cuando buscan matarlo (7,19b). Tienen por padre al Enemigo, homicida desde el principio (8,44).

SÍNTESIS

El sistema de poder judío identifica la supervivencia del pueblo con la suya propia. Así justifica su oportunismo político y la injusticia que comete. Como institución religiosa, esa táctica lo lleva a su propia ruina, pues deja de ser realidad significativa de la presencia de Dios en la humanidad. La actividad de Jesús en favor del hombre lo ha interpelado seriamente; es la de Dios que trabaja en la historia. Pero ellos ahogan la interpelación aniquilando al mismo Dios. La institución queda vacía de su presencia. Al firmar la sentencia contra Jesús, deja de existir.

Jn 11,51-52

Esto no lo dijo por cuenta propia; siendo sumo sacerdote el año aquel profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios dispersos.

La institución del sumo sacerdocio creaba un intermediario entre Dios y el pueblo. Dios le da ahora su último mensaje, que anuncia la verdad de Dios y al mismo tiempo denuncia la traición de los dirigentes. La profecía de Caifás resume la historia de la infidelidad de Israel. Anuncia ciegamente el designio de Dios, sin comprenderlo.

Con esto se cierra la historia de la institución judía. Queda sellado el rechazo: los suyos no lo acogieron (1,11), por boca del máximo representante del pueblo. Quieren derramar sangre inocente (Jr 7,5-7: <<Si juzgáis rectamente los pleitos ... si no derramáis sangre inocente en este lugar ... entonces habitaré con vosotros en este lugar>>). Usan la injusticia para defender la nación y el templo (nuestro lugar). Ellos mismos provocan su destrucción.

Explica Jn en qué sentido las palabras de Caifás son profecía. <<El pueblo>> que será objeto de la nueva alianza de Dios con la humanidad no se limitará a Israel, <<la nación>>, sino que abarcará hombres de otras razas y pueblos.

A la nación, la muerte de Jesús va a dar la posibilidad de salir de la opresión que sufre; ella echará a las ovejas fuera del recinto (10,3s; cf. 18,5 Lect.); será el fin de la institución judía, que en esta sesión firma su propia sentencia de muerte.

El Mesías va a congregar la nueva comunidad humana, compuesta por todos aquellos que le den su adhesión. Su distintivo no será la consanguinidad con Abrahán (8,33.37.39), sino la consanguinidad con Dios (los hijos de Dios), habiendo nacido de él (1,13) por el Espíritu (3,6). No estará encerrada en un país, sino desparramada por el mundo, conservando su vínculo de unidad (reunir en uno), formando el único rebaño (10,16; 19,23 Lect.).

Alude el texto a Jr 31,8 (38,8 LXX), que describe la reunión del pueblo disperso: <<Yo los traeré del país del norte, los reuniré de los confines del mundo>>. Los LXX añaden: <<en la fiesta de Pascua>>, que se convierte en signo de la futura liberación. Jn hace suya esta interpretación de la versión griega (cf. 13,1; 19,31.42).

La muerte de Jesús por el pueblo será la del pastor que muere por defender a sus ovejas, para darles vida (10,10s). Por parte de los hombres será la máxima injusticia, por parte de Dios la máxima manifestación de su gloria, de su amor por el hombre. Sin ella nunca habría podido conocerse quién es Dios, ni el alcance de su amor. 

La unidad a que llevará Jesús a los que proceden de Israel y a los hijos de Dios dispersos es la suya con el Padre (10,30: yo y el Padre somos uno), como lo expresará claramente en el discurso de la Cena (14,20: conoceréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros) y en la oración final (17,21: que todos sean uno, como tú, Padre, estás identificado conmigo y yo contigo, para que también ellos lo estén con nosotros). Esa es la unidad del único rebaño.

Jn 11,49b-50

les dijo: <<Vosotros no sabéis nada: ni siquiera calculáis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera>>.

El líder ejerce su función, proponiendo una salida. Corta la discusión brutalmente, habla con rudeza, sin respeto al Consejo, pero apela al interés personal: os conviene. Con esto les evoca la amenaza de su propia ruina, les recuerda que es su autoridad la que está en juego, y así gana su voluntad y su voto.

La frase de Caifás: que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera, recuerda un episodio de la vida de David: Ajitófel, consejero de Absalón, propone a éste, en presencia del Consejo, dar muerte a David: <<Cuando quede solo, lo mataré y te traeré a todos como una esposa vuelve al marido. Tú quieres matar sólo a una persona y que todo el pueblo quede en paz>> (2 Sm 17,2-3). Sigue apareciendo el trasfondo mesiánico en que se mueve la persecución a Jesús, el Mesías, nuevo David (10,24).

Que la muerte de aquel hombre fuera la salvación para el pueblo era precisamente el designio de Dios, que Caifás enuncia sin darse cuenta y del que los otros no saben nada.

En la frase de Caifás se contraponen dos términos: pueblo y nación. <<Pueblo>> es palabra teológica y denota el conjunto de hombres con los que Dios establece su alianza y que, por ese hecho, quedan constituidos en pueblo de Dios (cf. Éx 19,5: <<Si queréis obedecerme y guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad>>, y passim). <<Nación>>, por el contrario, designa en Jn al pueblo judío en cuanto se diferencia de los demás, no sólo racionalmente, sino en cuanto se diferencia de los demás, no sólo racialmente, sino sobre todo por su organización teocrática. De hecho, la nación está ligada al templo (11,48) y gobernada por los sumos sacerdotes (18,35: cf. Éx 19,6: <<Seréis un pueblo sagrado, regido por sacerdotes>>). 

Haciendo que un hombre muera por el pueblo, quiere salvar a la nación, es decir, quiere impedir que se derrumbe el sistema teocrático en el que ejerce la autoridad suprema.

jueves, 12 de enero de 2023

Jn 11,49a

 Pero uno, que era de ellos, Caifás, siendo sumo sacerdote el año aquel...

Entra en escena el que actúa como jefe del pueblo, que es único (uno) y que preside el Consejo. Él toma la iniciativa. Se le identifica por su nombre, que era en realidad un sobrenombre. Al mismo tiempo, es uno de ellos, solidario con los demás. El jefe encarna a la corporación. Se subraya la responsabilidad de Caifás, sumo sacerdote el año decisivo (el año aquel), cuando Israel va a rechazar al Mesías. La frase, sin embargo, tiene también otro sentido. Caifás es una figura efímera, es uno de tantos en la serie de sumos sacerdotes, representante momentáneo de una institución y ejecutor de sus designios. No es la última instancia; detrás de él un poder del que es instrumento (18,13 Lect.).

Jn 11,48c

 <<y quitarán de en medio nuestro lugar sagrado e incluso nuestra nación>>.

Ven en Jesús un peligro para sus instituciones y su propia raza en caso de conflicto con el poder invasor. El templo es <<el lugar>> de ellos, desde donde ejercen su dominio; en 5,13, <<el lugar>> designaba la ciudad oprimida por el templo. Para salvar <<su lugar>> van a oponerse a Dios. Han construido su sistema y quieren conservarlo cueste lo que cueste. Pretextan, sin embargo, asegurar la permanencia del lugar sagrado, es decir, defender a Dios, como si él fuera impotente. Para ellos no es él quien sostiene al hombre, son las instituciones las que lo sostienen a él; pretenden defenderlo defendiendo su propio sistema. Por eso cuando, en la persona de Jesús, Dios interviene en la historia, lo consideran sospechoso y peligroso.

Su táctica política se equivoca: no hay seguridad fuera de Dios y de Jesús; lo que ellos temen que suceda si la gente sigue a Jesús, la destrucción de su templo, sucederá precisamente por rechazarlo. Va a verificarse lo anunciado por Jr 7,4ss: <<No os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo: ´el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor´.... ¿de modo que robáis, matáis ... y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y decís: ´Estamos salvados´, para seguir cometiendo tales abominaciones? ... Por eso trataré al templo que lleva mi nombre y os tiene confiados, y al lugar que di a vuestros padres y a vosotros lo mismo que traté a Siló; a vosotros os arrojaré de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos, la estirpe de Efraín>>. 

Jn 11,48b

 <<y vendrán los romanos>>.

Buscan un motivo que racionalice su oposición a Jesús y lo encuentran en el terreno político. Ciertamente, un alboroto mesiánico habría provocado la intervención romana, y temen ser despojados de su privilegio. No se preguntan ni por un momento si es Jesús el Mesías enviado por Dios y apoyado por él (10,24.36). Dios no entra en sus cálculos. Lo han encuadrado en una administración religiosa y en una Ley y no le reconocen actividad propia.

Jn 11,48a

 <<Si lo dejamos seguir así, todos van a darle su adhesión>>.

Para ellos, las señales de Jesús representan sólo una amenaza para su hegemonía. Temen que todos se vayan con él, reconociendo sus señales. Jesús se ha mostrado su adversario declarado y ha pronunciado las más graves acusaciones: los ha llamado embusteros y homicidas (8,44), ha declarado que son esclavos (8,34) y denunciado ser el dinero el verdadero señor de su templo (2,16; 8,20; 8,44 Lect.). Les ha dicho que ellos, los representantes de Dios, no lo conocen (8,54-55), que no cumplen la Ley de Moisés (7,19) y que la doctrina que proponen no viene de Dios, pues buscan su propia gloria (7,18). La adhesión del pueblo a Jesús significaría el fin de su propio dominio.

Jn 11,47b

 y decían: <<¿Qué hacemos?, porque ese hombre realiza muchas señales>>.

Los congregados comentan con pesimismo la situación. Nunca mencionan a Jesús por su nombre (ese hombre). Son ellos <<los Judíos>> que habían preguntado a Jesús en el templo si era el Mesías (10,24) y habían querido apedrearlo porque, siendo un hombre, se hacía Dios (10,33). Jesús había apelado a sus obras (10,38), que son <<las muchas señales>> a que ahora se refieren y que motivan su alarma. Ellos mismos las llaman <<señales>>, pero, aunque <<señal>> significa un hecho que apunta a una realidad superior, el círculo de poder se niega a reconocerlo. Se dan perfecta cuenta de que tales acciones no proceden de un hombre cualquiera, pero eso no cuenta para ellos, buscan sólo su propio interés. Jesús da vida, libertad y autonomía al hombre. Ellos son los opresores; la oposición entre ellos y Jesús es la de la muerte-tiniebla a la vida-luz. Se preguntan lo que deben hacer. No será nada positivo, sino negativo; contrarrestar la actividad de Jesús, impedir el plan creador de Dios.

 

Jn 11,47a

 Los sumos sacerdotes y los fariseos reunieron entonces una sesión del Consejo.

Es la segunda vez que Jn nota la fuerza del grupo fariseo, capaz de poner en movimiento el aparato de poder (cf. 7,32). Se convoca una reunión oficial en la que participan los sumos sacerdotes, poder político-religioso, y los fariseos, grupo al cual pertenecían la mayor parte de los letrados del Consejo y que detentaba el influjo espiritual sobre el pueblo. Unos y otros pasan por representantes de Dios, los primeros por su cargo, los segundos por su ciencia y su observancia ejemplar de la Ley. Son los mismos dos grupos que dieron orden de detener a Jesús en el templo (7,32.45).

Jn 11,38b-46

 

Jn 11,46

 Algunos de ellos, sin embargo, fueron a ver a los fariseos y les refirieron lo que había hecho Jesús.

Son los incondicionales del orden injusto, los que no se rinden ante los hechos porque no desean la vida, los muertos que buscan la muerte. De nuevo se lleva la noticia a los fariseos, que controlan la situación (9,13). Que el hombre tenga vida y sea libre es un escándalo para ellos, un motivo de inquietud.

Jn elimina aquí la ambigüedad anterior: denuncian lo hecho por Jesús. Él es el responsable de la existencia del hombre nuevo.

SÍNTESIS

El designio de Dios sobre el hombre , que realiza Jesús, es la comunicación de una vida que cambia cualitativamente la que el hombre posee: vida definitiva, que supera la muerte. Ésta seguirá siendo un hecho biológico, pero no señalará el fin. Culmina así el designio del amor creador. Jesús invita a penetrar esa realidad del amor de Dios y a descubrir su alcance. Exhorta a fiarse de su palabra, a quitar la losa y soltar las ataduras de las antiguas concepciones de la muerte, que oprimían al hombre reduciendo su destino a la condición de cadáver.

La muerte como final de la vida es el punto máximo de la debilidad humana, que incluye todas las demás debilidades y humillaciones. El miedo a la muerte como desaparición definitiva hace al hombre impotente para resistir la opresión, y funda el poder de los opresores. Liberándolo de ese miedo radical, Jesús lo hace radicalmente libre. El hombre no puede estar dispuesto a dar su vida como Jesús si no está convencido de que es indestructible. Sólo la certeza de poseerse plenamente más allá de la muerte libera en él la capacidad de entrega generosa y total.

Jn 11,45

 Muchos de los judíos que habían ido a ver a María y habían presenciado lo que hizo, le dieron su adhesión.

La reacción natural al hecho era la adhesión a Jesús. La vida es la aspiración suprema del hombre, su luz (1,4; 8,12), y Jesús ha mostrado que él comunica la vida que vence a la misma muerte. De los que habían ido a ver a María, muchos se ponen de su parte. Impotentes ante la muerte, habían ido a expresar su solidaridad en el dolor (11,19.31). Con Jesús ha amanecido la esperanza; la muerte no es la última palabra. Ahora, entre su institución y Jesús, el rechazado por ella, optan por éste. Conocen el sistema religioso judío y saben que no da la solución al gran problema del hombre; Jesús, en cambio, presencia y actividad del amor de Dios, la ofrece. 

María, figura de la comunidad (11,2d Lect.), es la única que ahora se menciona. La frase y habían presenciado lo que hizo puede aplicarse lo mismo a Jesús que a María. La ambigüedad podría ser intencionada: por una parte, Jesús les ha presentado a Lázaro vivo, haciéndoles ver el amor del Padre; pero, por otra, es la comunidad la que lo ha soltado y dejado marcharse, es decir, ella ha percibido la calidad de vida que posee y no se asusta ya ante la muerte. Ha visto la gloria y ésta brilla ahora en su conducta. Mientras tenía miedo a la muerte, la comunidad no interpelaba, ni se veía diferencia alguna entre los Judíos y los discípulos de Jesús. Ahora la conciencia de la vida y la certeza de su continuidad en la muerte hacen de la comunidad un testimonio del amor de Dios que libra al hombre del temor más profundo, raíz de todas sus esclavitudes. Este testimonio lleva a los otros a creer en Jesús.

domingo, 8 de enero de 2023

Jn 11,44

 Salió el muerto con las piernas y los brazos atados con vendas; su cara estaba envuelta en un sudario. Les dijo Jesús: <<Desatadlo y dejadlo que se marche>>.

Los detalles del texto, vendas y sudario, hacen resaltar la realidad de la muerte, como antes lo había hecho la resistencia de Marta a quitar la losa. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad.

Expone el texto una paradoja. El que sale está muerto y ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo, porque está vivo. 

Al ordenarle que salga fuera, Jesús lo presenta ante los circunstantes, invitándolos a cambiar su concepción. La exhortación a quitarle las vendas los invita a traducir en la práctica la nueva convicción de que el muerto está vivo, que no está sometido al poder de la muerte.

Jesús no devuelve Lázaro a la comunidad, lo deja marcharse, pero ya libre. El camino de Lázaro lleva al Padre con quien Lázaro está vivo. La narración escenifica el cambio de mentalidad frente a la muerte que Jesús les pide. Son ellos los que lo han atado y ellos han de desatarlo. Como la losa que habían puesto encerraba al muerto en el pasado, en el sepulcro de Abrahán, las vendas con que lo habían atado le impedían llegar a la casa del Padre. Se describe dramáticamente la concepción judía del destino del hombre, que impedía a la comunidad comprender el amor que el Padre les había manifestado en Jesús. No es que Lázaro tenga aún que irse con el Padre, son ellos los que tienen que dejarlo ir, comprendiendo que Lázaro está vivo en la esfera de Dios, en vez de retenerlo en su mente como un difunto sin vida.

Al desatar a Lázaro muerto son ellos los que se desatan el miedo a la muerte que los paralizaba. Salen así todos fuera del sepulcro, que los sometía a la esclavitud de la muerte. Sólo ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrá la comunidad entregar su vida como Jesús, para recobrarla (10,18; cf. 6,61-62 Lect.).

Jn 11,43

 Dicho esto, dio un grito con voz muy fuerte: <<¡Lázaro, ven fuera!>>.

El sepulcro en que habían colocado a Lázaro, según la costumbre y la mentalidad judía, no era su lugar propio. Han sido ellos lo que lo han colocado allí (11,34: ¿Dónde lo habéis puesto?). Es el sepulcro del pasado (11,38b). El creyente no está destinado a él, porque, aunque muera, sigue viviendo (11,25; 19,41 Lect.).

Por eso, con su orden, Jesús muestra a Lázaro vivo en la muerte. Su grito brota de su acción de gracias (Dicho esto, dio un grito). Los destinatarios de su acción son los circunstantes (11,42: para que lleguen a creer que tú me has enviado): han de convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la vida del discípulo.

Jn 11,42

 <<Yo sabía que siempre me escuchas, pero lo digo por la gente que está alrededor, para que lleguen a creer que tú me has enviado>>.

Jesús tiene conciencia permanente de su relación con el Padre. Haberlo escuchado ahora no es más que un caso particular de lo que siempre ocurre, pues él y el Padre son uno (10,30) y están identificados (10,38); único en su designio (5,30; 6,39-40) y su acción (10,37). El Padre nunca lo ha dejado solo (8,29).

Con esta fórmula: que siempre me escuchas, descubre Jesús, al mismo tiempo, su ambiente interior de continua acción de gracias al Padre. El agradecimiento, expresión del amor, es una faceta de su relación con él. Reconoce así Jesús que su ser y su amor proceden del Padre.

Da gracias por causa de los que lo rodean. Destaca así la importancia de lo que va a hacer y quiere que se sepa su origen. Su acción se realiza en medio de un mundo hostil (<<los Judíos). Él honra a su Padre (8,49) y quiere atribuirle la gloria.

La acción de gracias responde a las acusaciones de blasfemia. Lo habían acusado de hacerse igual a Dios (5,18), de hacerse Dios (10,33); ahora quiere hacerles ver cómo él y el Padre son uno. Va a demostrarse la verdad del argumento dado por el ciego curado a los dirigentes: Sabemos que ... si uno realiza el designio de Dios, a ése lo escucha (9,31). Con el hecho quiere Jesús ponerles delante la evidencia de su misión divina. Quiere que los hombres reconozcan el amor de Dios presente y activo por su medio en el mundo. Jesús desea que, al conocer la vida que vence incluso la muerte, la humanidad se convenza.

Aparece dos veces la fe en relación con el mismo hecho. La fe de Marta es condición para ver la gloria; la de los presentes será efecto de su manifestación.

En el primer contacto con Jesús hay una aceptación de su palabra (1,39, dos discípulos; 1,43, Felipe; 4,50, funcionario; 9,7 ciego). Pero es la manifestación de la gloria-amor la que funda la adhesión a él (2,11). Por eso, la fe en Jesús como enviado, a que deben llegar los circunstantes, brotará de reconocer en la obra de Jesús la acción del Padre, que manifiesta su gloria.

Esta comunidad (Marta), por su parte, le ha dado su adhesión; pero, anclada en la tradición judía, aún no ha descubierto toda la realidad de Jesús, que él es la presencia del amor del Padre (1,51). Tiene que ver la gloria (1,39 Lect.), para vivir con él en el estado propio del discípulo (cf. 17,24).

Jn 11,41c

 y dijo: <<Gracias, Padre, por haberme escuchado>>.

El texto no dice que Jesús ore y, de hecho, el verbo <<orar>> (proseukhomai) no aparece nunca en Jn. Tampoco expresa Jesús una petición, como lo había esperado Marta, pensando que su oración a Dios sería infalible (11,22).

Da gracias al Padre, que se lo ha dado todo (3,35). Por eso no necesita pedir. Es la segunda vez que Jesús pronuncia una acción de gracias. La primera (6,11), su objeto fueron los bienes creados, el alimento ya existente; dio gracias por el pan, don de Dios para todos, que él iba a repartir haciéndose mediador del don. Pero el pan expresaba y contenía el don que hace Jesús de sí mismo, como pan que comunica la vida definitiva (6,51). Ahora da gracias por esa vida comunicada.

Jn 11,41b

 Jesús levantó los ojos a lo alto.

Como en 8,23: yo pertenezco a lo de arriba, lo alto representa la esfera del Padre, de quien procede el Espíritu y a la que pertenece Jesús. Su gesto muestra a los circunstantes su comunicación con la esfera de Dios.

Jn 11,41a

 Entonces quitaron la losa.

Ante el reproche, la comunidad se decide a dejar su idea de la muerte. Desaparece así la frontera entre muertos y vivos. La losa no sólo no dejaba entrar, tampoco dejaba salir. Pretendía poner el punto final a la existencia: ocultaba la presencia de la vida en la muerte.

Jn 11,40

 Le contestó Jesús: <<¿No te he dicho que si llegas a creer verás la gloria de Dios?>>.

Jesús se refiere a sus palabras anteriores. Había preguntado a Marta si creía lo que él le había dicho: Yo soy la resurrección y la vida, y su consecuencia: el que me presta adhesión, aunque muera, vivirá (11,25). Esta vida que vence la muerte manifiesta la gloria de Dios. Si Marta cree, es decir, si se adhiere a Jesús como resurrección y vida, verá los efectos de su amor al hombre, la vida de su hermano.

Jesús reprocha a Marta su incredulidad. Su amor ha realizado ya su obra en Lázaro, pero ella no puede verlo hasta que no llegue a creer. Se lo impide su persistencia en la antigua concepción, representada por la losa que cierra el sepulcro. La fe aparece aquí como condición para ver / experimentar personalmente (verás) la gloria-amor de Dios, manifestado en el don de la vida definitiva.

La frase de Jesús a Marta (verás) enlaza este episodio con la promesa hecha a Natanael: Cosas más grandes verás (1,50) y anticipa el cumplimiento de la segunda promesa, dirigida a todos los discípulos: Veréis el cielo quedar abierto ... (1,51 Lect.); ésta se verificará en la manifestación suprema de la gloria, Jesús en la cruz (19,35: Mirarán al que traspasaron). La gloria que va a manifestarse es la de Dios (11,40) y la del Hijo de Dios (11,4), un mismo amor, el del Padre, presente en Jesús y activo en su persona.

Jn 11,39

 Dijo Jesús: <<Quitad la losa>>. Le dice Marta, la hermana del difunto: <<Señor, ya huele mal, lleva cuatro días>>.

La orden de Jesús pide a la comunidad que se despoje de esa creencia que demora la resurrección hasta el final, separando a los vivos de los muertos. Lo mismo que el paralítico tenía que disponer de su camilla, también esta comunidad tiene ella misma que echar a un lado la mentalidad que le impide creer plenamente en Jesús.

El texto subraya de nuevo el vínculo entre Marta y Lázaro, el muerto. La comunidad piensa que la muerte es el fin (el difunto). Marta objeta a la orden de Jesús. La nueva mención de los cuatro días (11,17 Lect.) subraya los estragos de la muerte y muestra una vez más que la hermana no ve diferencia entre la muerte de un discípulo y la que ha sufrido la humanidad desde siempre. No cree que la adhesión a Jesús haya cambiado la condición del hombre. La fe expresada antes por Marta, clara en su formulación (11,27), vacila ante la cruda realidad (ya huele mal); no conoce la calidad del amor de Dios ni el alcance de su obra creadora.

Jn 11,38b

 Era una cueva y una losa estaba puesta en la entrada.

La precisión dada por Jn, que el sepulcro era una cueva, recuerda el sepulcro de los patriarcas, la cueva de Macpela, donde fueron sepultados Abrahán, Isaac y Jacob (Gn 49,29-32; 50,13). La cueva-sepulcro está ligada a los orígenes del pueblo. En oposición al sepulcro nuevo de Jesús, donde nadie había sido puesto todavía (19,41), éste es el antiguo, el sepulcro de Israel donde todos han sido puestos. Lázaro ha sido enterrado a la manera y según la concepción judía, para <<reunirse con sus padres>> (Gn 15,15); <<con los suyos>> (Gn 35,28); <<con su pueblo>> (Gn 49,33 LXX). La losa, que cierra el paso y es símbolo de la definitividad de la muerte, completa el significado de la cueva. Separa dos mundos, el de los muertos y el de los vivos, y aplaza la resurrección hasta el último día, según la concepción judía expresada por Marta (11,24).

Jn 11,28-38a

 

Jn 11,38a

 Jesús entonces, reprimiéndose de nuevo, se dirigió al sepulcro.

Jesús ha llorado, mostrando su cariño a Lázaro, su amigo. Ahora va al sepulcro, pero no para duelo, como los judíos habían pensado de María (11,31), sino a manifestar la gloria de Dios, su amor que, a través de Jesús-hombre, salva al hombre de la muerte irreparable.

SÍNTESIS.

La comunidad cristiana sigue apenada por el difunto. Jesús la invita a salir de la casa del duelo sin esperanza. La comunidad no sabe independizarse de la antigua concepción de la muerte y expresa su dolor como los que no conocen la vida. También Jesús siente pena, pero no porque la muerte sea definitiva, sino porque se siente solidario del hombre sujeto a ella, y sufre por la ausencia del amigo.

Jn 11,37

 En cambio, algunos de ellos dijeron: <<¿Y no podía éste, que abrió los ojos al ciego, hacer que  tampoco éste muriese?>>.

Algunos de los presentes hacen un comentario distinto, recordando lo que Jesús había hecho con el ciego. Se extrañan de que aquella manifestación de potencia no se haya ejercido con el enfermo impidiéndole morir. Como en otras ocasiones, el evangelista sugiere al lector un segundo sentido por boca de sus personajes: Jesús, que fue capaz de dar vida en el bautismo (episodio del ciego, 9,6), ¿no habrá sido capaz de conservar esa vida? Hecha antes de que Jesús vaya al sepulcro, la pregunta parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro vivo.

Jn 11,35-36

 A Jesús se le saltaron las lágrimas. Los judíos comentaban: <<¡Mirad cuánto lo quería!>>.

Jesús, que no se había dejado llevar por el desconsuelo de las circunstancias, llora ahora espontáneamente, mostrando su afecto personal a Lázaro y su dolor por la ausencia del amigo. Su llanto no es ruidoso, sino sereno. Se solidariza con el dolor, pero no con la desesperanza.

El llanto de Jesús carecería de sentido si fuese  a devolver a Lázaro la vida física. Su dolor expresa su amor por el hombre, amor de amigo que nace de su misma condición humana. En Jesús, el cariño de Dios se transforma en solidaridad de hombre. Dios está en <<el Hombre>>.

Los presentes interpretan correctamente el llanto de Jesús (¡Mirad cuánto lo quería!), pero hablan de su cariño a Lázaro como de cosa pasada. Sin embargo, el amor de Jesús es siempre presente.

Jn 11,34

 y preguntó: <<¿Dónde lo habéis puesto?>>. Le contestaron: <<Ven a verlo, Señor>>.

Pregunta Jesús por el lugar del sepulcro y lo invitan a ir a verlo personalmente. Esta última frase es idéntica a aquella con la que Felipe invitó a Natanael a convencerse por experiencia de la realidad de Jesús; aquí, en cambio, invitan a Jesús a constatar la realidad de la muerte. Son dos movimientos contrarios: el del hombre que se acerca a Jesús y el de éste que se acerca al hombre. Por primera vez presenta Jn a Jesús ante la cruda realidad de la muerte, destino del hombre, débil y enfermo (11,1). El movimiento del hombre hacia Jesús es la fe; el de Jesús hacia el hombre, la vida. El Hijo de Dios va a manifestar su gloria, su amor al hombre (11,4). La condición humana llevaba inexorablemente a la muerte. A esa muerte trágica, fracaso y frustración, responde el llanto de María y de los judíos. La pregunta de Jesús: ¿Dónde lo habéis puesto?, muestra que son ellos los que han colocado a Lázaro en el sepulcro sin esperanza.

Jn 11,33

 Jesús entonces, al ver que lloraba ella y que lloraban los judíos que la acompañaban, se reprimió con una sacudida.

Jesús contempla el espectáculo de los que lloran ruidosamente; son María, la hermana del difunto, y los visitantes que se le habían reunido. María no tiene aún esperanza. Su llanto se equipara al de <<los Judíos>>, que no conocen a Jesús. Aun habiendo creído, no comprende las consecuencias de su fe. Ésta no da solamente la garantía de la vida futura, que también los judíos esperaban. En tal caso, Jesús habría sido un maestro más. Su acción habría consistido en ofrecer una doctrina diferente o superior, pero que llevaría al mismo fin. Él, en cambio, no ofrece un camino distinto para llegar a la vida, sino una vida distinta, que es la definitiva, por ser el término de la creación (14,6 Lect.).

Jesús se reprime; no quiere participar en esta clase de dolor. El suyo se manifestará después, pero con otro género de llanto. Éste es el llanto desconsolado, por la inevitabilidad y definitividad de una muerte sin esperanza; a lo más, con la de una lejana resurrección (11,24).

La expresión se reprimió puede tener un segundo sentido, por la ambivalencia del adjunto griego (to pneumati), que puede indicar simplemente un acto interior de voluntad o connotar <<el espíritu>> como opuesto a <<la carne>>, que se siente vencido por la muerte; Jesús, que tiene el Espíritu, rehúsa participar.

 

Jn 11,32

 Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se le echó a los pies, diciéndole: <<Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto>>.

El dolor de María es más expresivo que el de Marta. Las palabras que dirige a Jesús son casi idénticas a las de su hermana, pero expresa en primer lugar el recuerdo de Lázaro. Como las de Marta, son un reproche implícito a Jesús por no haber evitado la muerte de su hermano. La repetición, en estricto paralelo, convierte esta frase en el leitmotiv de los encuentros. Jn subraya no ser misión de Jesús preservar a los suyos de la muerte natural.

Jesús no le responde. El dolor de esta muerte no puede encontrar más consuelo que la vida misma. A la queja de Marta había respondido con las palabras de vida. En contraste con el pésame de los judíos, solidaridad sin eficacia, Jesús no pronuncia palabras de consuelo ni exhorta a la resignación. Va a llamar a Lázaro a que salga del sepulcro.


























































































































Jn 11,31

 Los judíos que estaban con María en la casa dándole el pésame, al ver que se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, pensando que se marchaba al sepulcro a llorar allí.

Los visitantes interpretan la salida de María como un nuevo impulso de dolor, como si el sepulcro la llamase. Lo único que esperan es el llanto, que expresa la conciencia de la desgracia. María, en cambio, ha salido de prisa para ir a Jesús. Va a hacer el mismo recorrido de Marta (se dirigió adonde estaba él). Los judíos salen detrás de María. Siguiendo a un discípulo, van, sin esperárselo, a encontrarse con Jesús. La intervención de éste tendrá lugar en presencia de ellos. Los solidarios de la muerte van a ver brillar la vida. Ante ella tendrán que hacer su opción (11,45s).

Jn 11,29-30

 Ella, al oírlo, se levantó de prisa y se dirigió adonde estaba él. Jesús no había entrado todavía en la aldea, estaba aún en el lugar adonde había ido Marta a encontrarlo.

María sale inmediatamente porque reconoce la voz de Jesús, el pastor (10,3s), que la llama, y responde sin vacilar. Esta voz la saca de la inmovilidad en que se encontraba (11,20), paralizada por el dolor sin esperanza. Ella, que estaba en la casa del duelo, se levanta y la deja. Jesús no entra en la casa del duelo. Él no ha dado el pésame a Marta, le ha asegurado que su hermano resucitará. Aquella casa no es lugar para que se reúna con los suyos.

Jn 11,28

 Dicho esto, se marchó y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto: <<El Maestro está ahí y te llama>>.

El recado a María en voz baja delata la hostilidad que reinaba contra Jesús en los ambientes oficiales, a los que pertenecían, al menos como simpatizantes, los judíos que habían ido a visitar a las hermanas (11,19). Al mismo tiempo insinúa la existencia de comunidades clandestinas en ambientes enemigos (cf. 19,38).

Marta llama a su hermana, pero, en realidad, no hace más que transmitir la llamada de Jesús. De hecho, éste no le ha dado ningún recado para María, pero ella interpreta la llegada de Jesús como una llamada a los suyos. La venida de Jesús, a la comunidad es una muestra de amor que reclama una respuesta.

Marta, que ha encontrado a Jesús en el doble sentido, local y de fe plena, va a buscar a su hermana, como Andrés buscó a su hermano Simón Pedro (1,41) y Felipe a Natanael (1,45). No va para hacerle conocer a Jesús como en los dos casos citados, puesto que María ya lo conoce, sino porque sabe que María debe oír de labios de Jesús lo que ella ha oído. De ahí que lo llame <<el Maestro>>. En la comunidad es Jesús quien enseña directamente a todos.

Jn 11,18-27

 

Jn 11,27

 Ella le contestó: <<Sí, Señor, yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo>>.

La fórmula que usa Marta para expresar su fe la inserta Jn en el primer colofón del evangelio; es la fe a que él pretende llevar al lector (20,31). Es, por tanto, la perfecta profesión de fe cristiana. Jesús es el Mesías, el Ungido, el Consagrado por Dios con el Espíritu, el Hijo de Dios, el Hombre que es Dios (1,18: el único Dios engendrado).

Que Jesús es el Hijo de Dios fue el testimonio dado por Juan Bautista después de presenciar la bajada del Espíritu, que significaba al mismo tiempo la consagración mesiánica (1,34; cf. 10,36). Con este significado, el título Mesías había sido aplicado a Jesús por Andrés (1,41). Natanael recogió la denominación dada por el Bautista, <<el Hijo de Dios>>, pero interpretándola en términos de <<rey de Israel>> (1,49). La fórmula de Marta devuelve el título Mesías su pleno significado: la unción, que es el Espíritu, hace de Jesús el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.

El último miembro de la frase de Marta: el que tenía que venir al mundo, fue empleado por la multitud cuando reconoció a Jesús como <<el Profeta>> (6,14). El uso que ahora hace Marta, aplicándolo a Jesús Mesías, muestra la diferencia entre su mentalidad anterior y la propia del discípulo. La gente esperaba al Profeta, continuador de la tradición del AT, a un enviado que hablase en nombre de Dios, un segundo Eliseo, aunque mayor que éste (6,9 Lect.). También Marta había interpretado al Mesías en términos de <<el Profeta>> al afirmar que Dios le concedería todo lo que le pidiera (11,22; cf. 4,19; 9,17; 9,35b Lect.). Ahora, en cambio, comprende cuál era el verdadero objeto de la esperanza: el Mesías Hijo de Dios, que da a todos los que creen en él la vida que no conoce muerte. Comprende ahora que el amor del Padre no es ocasional, sino universal y permanente. Ha captado el sentido de las promesas del AT (el que tenía que venir al mundo) y en qué modo la Escritura daba testimonio de Jesús como dador de vida (5,39s). Es la fe propia del cristiano.

SÍNTESIS

En el ámbito de la muerte se presenta Jesús como la resurrección y la vida. El proyecto creador de Dios no es hacer un hombre destinado a la muerte, sino a la vida plena y definitiva, comunicándole la suya propia. Tal es el designio del Padre y la obra mesiánica de Jesús.

Se inaugura así la etapa última y definitiva de la creación. Para el que ha recibido el Espíritu de Dios no existe interrupción de vida, la muerte es sólo una necesidad física. Tal es la fe cristiana y la realidad que existe ya en los que pertenecen a Jesús.

Jn 11,26

 <<pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?>>.

Expone ahora Jesús el principio (todo el que, etc.) que funda la afirmación anterior. A la adhesión a él corresponde una comunicación de vida (el que vive) que se alimenta de la misma adhesión continuada; hay, por tanto, una relación constante entre la adhesión a Jesús y la vida que se posee. En el paralelo a esta frase que se encuentra en 8,51, la adhesión está expresada en términos de cumplir su mensaje, es decir, practicar el amor al hombre (Quien cumpla mi mensaje, no sabrá nunca lo que es morir). La muerte física no tiene para el discípulo realidad de muerte. Esta segunda formulación precisa y, en cierto modo, corrige la primera: la muerte, de hecho, no existe.

Marta había relegado la resurrección al último día de los tiempos, según la concepción popular. No sabía que, para Jesús, el último día es el de su propia muerte, cuando quede terminada la creación del hombre. El hombre acabado según el proyecto creador de Dios no muere. La vida de Lázaro mostrará anticipadamente el don de vida destinado a todo el que cree, según lo anunciado el día más solemne de la fiesta (7,37; 6,39.40 Lects). Esta es la fe que Jesús espera de Marta; ¿Crees esto? No bastan para ser discípulo las antiguas creencias judías.

Aparece aquí la concepción escatológica de Jn. Así como no hay intervalo entre la muerte y la exaltación de Jesús, porque su muerte es la manifestación de su gloria, tampoco hay distancia entre su venida histórica y la escatológica. La primera preludia la segunda y se consuma con ella, como sus señales anticipan la de la cruz y culminan en ella.

Jesús es <<el que llega>> (1,15.27.29), el que ha venido a los suyos (1,11) en su vida histórica y el que vuelve a venir a ellos después de su muerte (14,3.18.23.28; cf. 16,16ss); ésta señala <<el último día>> (6,39 Lect), seguido del primer día de la semana (20,1), que inaugura la nueva creación, la etapa definitiva. Es <<el último día>> de su muerte-exaltación cuando tiene lugar el juicio de <<el orden este>>, <<el mundo>> (12,31; 16,11) y el de cada hombre (3,19-21). Asimismo, la resurrección esperada para el último día se ofrece este día de su muerte-exaltación, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada (19,30.34). Es esto lo que Jesús quiere decir a Marta, corrigiendo la concepción tradicional. La comunidad de Jesús es la de aquellos que ya poseen la vida definitiva; son <<los resucitados de la muerte>>, pues la muerte física por la que pasarán no será ya una interrupción de vida.

viernes, 6 de enero de 2023

Jn 11,25b

 <<el que me presta adhesión, aunque muera, vivirá>>.

Este enunciado de Jesús se refiere al primer miembro de su declaración anterior: Yo soy la resurrección. Para que esa realidad de Jesús pueda llegar al hombre se requiere como condición la adhesión a él, que incluye la aceptación de su vida y muerte como norma de la propia vida (6,53-54 Lect.).

A la adhesión responde él con el don del Espíritu (7,39), nuevo nacimiento a una vida nueva y permanente (3,3ss). La muerte física no la interrumpe, esa vida continúa por sí misma. El término <<resurrección>> expresa solamente su victoria sobre la muerte. Tal será el caso de Lázaro.

Este mismo principio apareció en 5,24: quien escucha mi mensaje y así da fe al que me mandó, posee vida definitiva y no está sujeto a juicio; ya ha pasado de la muerte a la vida. Ese paso expresa el efecto en el hombre de la acción de Jesús y es el momento de su resurrección. El paso de la muerte a la vida definitiva se verifica cuando <<se escucha>> a Jesús, es decir, cuando se le da la adhesión. Es entonces cuando se recibe el Espíritu-vida (7,37ss). Jesús es la resurrección por ser el dador del Espíritu.

 

Jn 11,25a

 Le dijo Jesús: <<Yo soy la resurrección y la vida>>.

Jesús no viene a prolongar la vida física que el hombre posee; no es un médico ni un taumaturgo; viene a comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone (5,26). Esa vida, que es la suya y él da, anula la muerte en el hombre que la recibe. La vida comunicada al hombre es Jesús mismo, por ser su mismo Espíritu, la presencia de Jesús y del Padre en el que lo acepta y se atiene a su mensaje (14,23). Por eso, su presencia en el hombre crea una condición definitiva.

En la frase de Jesús, el primer término, la resurrección, depende del segundo, la vida. Es la resurrección por ser la vida (14,6 Lect.). Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior (re-) de vida física. Respecto a él, ante el fenómeno visible de la muerte natural, la vida ulterior aparece como una renovación de vida. Sin embargo, respecto a la vida que comunica Jesús, indica únicamente su continuidad. La calidad que ésta posee hace que, al encontrarse con la muerte, la supere;  a esto se llama resurrección. Jn usa el lenguaje de su época, dándole un sentido distinto.

Este dicho de Jesús enlaza con otros anteriores sobre su persona.

 

 

Marta se había imaginado una resurrección lejana. Jesús, en cambio, se identifica él mismo con la resurrección, que ya no está relegada a un futuro, porque él, que es la vida, está presente.

Jn 11,24

 Respondió Marta: <<Ya sé que resucitará en la resurrección del último día>>.

Marta interpreta las palabras de Jesús según la creencia farisea y popular. Éste es, sin duda, el consuelo que le han ofrecido los que han venido a visitarla. Es la segunda cosa que sabe Marta (cf. 11,22), pero tampoco en ella llega a la fe de un discípulo. Sus palabras (ya sé) delatan una decepción. Lo que Jesús le dice lo ha oído muchas veces. Esperaba ella que pidiera a Dios por su hermano, confiando en que Dios se lo concedería (11,22). Ahora le parece que Jesús no va a hacerlo, sino que la consuela con la frase que dicen todos. El último día está lejos. Sigue pensando en categorías judías, sin comprender la novedad de Jesús.

Jn 11,23

 Jesús le dijo: <<Tu hermano resucitará>>.

Jesús responde a Marta, restituyéndole la esperanza. La muerte de su hermano no es definitiva. Contra lo que ella habría deseado, no le dice <<yo resucitaré a tu hermano>>, sino simplemente <<resucitará>>, sin prometer acción personal suya. Esta frase parece contrastar con lo que había dicho Jesús exponiendo el designio del Padre: que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva, y lo resucite yo el último día (6,40). La oposición es sólo aparente. La identificación del último día con el de su muerte (6,39 Lect.), cuando con el Espíritu va a comunicar la vida definitiva, hace que la resurrección no sea más que la persistencia de esa vida y que, en realidad, no exija ninguna acción especial por parte de Jesús. La perennidad de la vida había sido dada a Lázaro con la vida misma que da el Espíritu.

Jn 11,22

 <<pero, incluso ahora, sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará>>.

Es la primera de las dos cosas que sabe Marta (cf. 11,24), ambas por debajo del nivel de fe propio del discípulo. No penetra la realidad de Jesús, lo ve como un mediador infalible ante Dios, sin comprender que el Padre y Jesús son uno (10,30) y que las obras de Jesús son las del Padre (10,32.37).

Se percibe en las palabras de Marta la esperanza de una intervención taumatúrgica de Jesús; como el funcionario, espera la salvación desde fuera. El profeta Eliseo había resucitado un muerto (2 Re 4,8ss). Marta estima que también Jesús, con su intervención, puede restituir la vida a un difunto.

No sabe que el Padre ha entregado a Jesús todos los que se le acercan para que el mismo Jesús les dé la vida definitiva y la resurrección (6,37-40). Ésta no es una excepción para un caso particular; está contenida en la vida misma que él comunica. La salvación que trae Jesús no se realiza por actos aislados, que no cambian la condición humana: consiste en una transformación desde dentro del hombre entero, confiriéndole una calidad de vida que es indestructible. Marta no ha comprendido aún hasta donde llega el amor del Padre a Jesús (3,35: el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano), ni que el Padre le enseña a hacer todo lo que él hace (5,20); lo mismo que el Padre, Jesús dispone de la vida para comunicarla (5,21.26).

Jn 11,21

 Dijo Marta a Jesús: <<Señor, si hubieras estado aquí, no habrá muerto mi hermano>>.

Marta llama a Jesús: <<Señor>>, como cuando le habían mandado recado de la enfermedad (11,3); así llama a Jesús el grupo cristiano. La frase que pronuncia muestra su pena e insinúa un reproche. Se podía haber evitado el dolor de la muerte. Donde está Jesús reina la vida; su hermano ha muerto debido a su ausencia.

El adverbio aquí se opone en la narración al lugar donde Jesús se quedó dos días después de saber la noticia (11,6). Marta juzga que Jesús debería haber venido a Betania para evitar la muerte de su hermano. Como antes Tomás respecto a Jesús y a ellos (11,16), Marta cree que la muerte de su hermano ha interrumpido su vida; Jesús habría debido evitarla con su presencia, es decir, restituyéndole la salud. Esperaba una curación, sin darse cuenta de que la vida que Jesús les ha comunicado ha curado ya el mal radical del hombre: su esclavitud a la muerte.

Marta no sabe aún lo que significa el amor de Jesús (11,5). Sin él la muerte es la ruina del hombre, el fin de su existencia; pero para los que él ama, sólo un sueño (11,11).

Jn 11,20

 Al enterarse Marta de que llegaba Jesús, le salió al encuentro (María estaba sentada en la casa).

Jesús está llegando, su venida a la comunidad es continua. Marta tiene que salir a su encuentro. Expresado aquí en términos de movimiento, es el mismo encuentro que va a tener lugar en términos de confesión: el recorrido de la fe de Marta. Responde así al movimiento de Jesús. El encuentro entre Jesús y los suyos es siempre la confluencia de dos movimientos (1,38). El vino a los suyos (1,11), pero cada uno ha de acercarse a él (6,37). María, que no se entera de que Jesús llega, sigue en la casa donde se expresa la solidaridad en la muerte. Allí no puede entrar Jesús. Está sentada: la muerte del hermano, que para ella ha significado el término de su vida, la reduce a la inactividad; esa idea de la muerte como destrucción paraliza a la comunidad y la hace permanecer en el ambiente del dolor, mezclada con los que no tienen fe en Jesús.

Jn 11,19

 y muchos judíos del régimen habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por el hermano.

Los judíos presentes en Betania, aunque no sean dirigentes, pertenecen al orden enemigo de Jesús, el de los que quieren matarlo (11,8; cf. 7,1; 8,59; 10,31.39). Sin embargo, dan muestras de amistad a esta comunidad de discípulos: no han visto en ellos una ruptura semejante a la que ha hecho Jesús. Se confirma el significado de la doble Betania. Mientras Jesús va a ver a Lázaro (11,15) para despertarlo (11,11), los judíos van a ver a las dos hermanas para mostrarles su solidaridad en la muerte, para ellos irremediable. Han ido a consolar a las hermanas, sin poderles ofrecer nada. Es Jesús quien les dará el verdadero consuelo. El hermano, sin el posesivo (su), define a Lázaro como un miembro de la comunidad cristiana (11,3: las hermanas).

Jn 11,18

 Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros.

Aunque el nombre de Betania, como se ha visto, figura la localización de la comunidad de Jesús (11,1 Lect.), esta Betania, cercana a Jerusalén, no se identifica con la situada más allá del Jordán (10,40; cf. 1,28). Existe, pues, una comunidad de discípulos, personificada en los tres hermanos, que vive aún dentro de la frontera de Israel. La doble localización simboliza, pues, dos estados en las comunidades cristianas: el de aquellos que han creído saliendo de la antigua institución, y el de otros que, habiendo dado la adhesión a Jesús, y siendo, por tanto, discípulos, aún no han roto con su pasado judío.

Se ve aquí el motivo de la conexión de esta perícopa con la de Felipe y Natanael (11,1 Lect.). Felipe era figura del discípulo llamado directamente por Jesús, sin haber escuchado el mensaje del Bautista. La descripción que hace de Jesús como Mesías lo asimila al AT: Al descrito por Moisés en la Ley, y por los profetas, lo hemos encontrado (1,45). Éste último plural designaba a aquellos que, habiendo respondido a la llamada de Jesús, conservaban la mentalidad del pasado, como será el caso de Marta.

Jesús vuelve a acercarse a la capital, aunque esta vez no entra en ella. Es allí donde se cierne la amenaza de muerte (10,31.39).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25