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viernes, 4 de agosto de 2023

Jn 19,38-42

 

  • Jn 19,38
  • Jn 19,39
  • Jn 19,40
  • Jn 19,41a
  • Jn 19,41b
  • Jn 19,42
  • Nada se dice sobre la posición social de José ni sobre su afiliación religiosa; se menciona solamente su origen, Arimatea (38). Era discípulo, pero no se atrevía a pronunciarse en público a favor de Jesús (cf. 12,25; 20,19). Quiere rendirle los últimos honores. Todo ha terminado con una condena injusta y se propone mostrar su solidaridad con el ajusticiado.
  • Nicodemo (39) no aparece como discípulo; era, por el contrario, fariseo y jefe entre los judíos (3,1). Había esperado que Jesús fuese el Mesías-maestro y realizase la restauración promoviendo la rigurosa observancia de la Ley. De noche, el espacio de donde Jesús, la luz (8,12), está ausente. Sin embargo, su sentido de la justicia lo hizo salir en defensa de Jesús (7,50s). Con la enorme cantidad de aromas Nicodemo se propone eliminar el hedor de la muerte (11,39), que da por descontado. Para él, Jesús ha terminado para siempre, pero quiere perpetuar su memoria. Esta clase de aromas no se empleaban para la sepultura; se usaban, en cambio, para perfumar la alcoba (Prov 7,17; cf. Sal 45,9); se mencionan con frecuencia en el Cantar, en contexto nupcial (4,14; cf. 3,6; 4,6; 5,1.13).
  • El discípulo se asocia al fariseo (40) para sepultar a Jesús. Las exequias que le hacen tienen un doble sentido. Ellos piensan rendir el último homenaje a un muerto, pero de hecho están preparando el cuerpo del esposo para la boda. Quieren perpetuar la memoria de Jesús, el injustamente condenado, considerándolo muerto para siempre; así lo indica el verbo lo ataron, extraño para ser aplicado a los lienzos, pero que sugiere la privación de libertad, el estar definitivamente sujeto a la muerte (cf. 11,44, de Lázaro: “Desatadlo”). Jn subraya este modo de pensar cuando añade: como tienen costumbre los judíos de dar sepultura, que no se refiere a los aromas.
  • El perfume de Betania (12,3) era un homenaje a Jesús vivo y dador de vida; los aromas de Nicodemo, a Jesús muerto. De aquél resaltaba la calidad (“de mucho precio, auténtico”); de éste, la cantidad (unas cien libras). José, el discípulo, debía haber llevado un poco del perfume de nardo, según la recomendación de Jesús (12,7: “para el día de mi sepultura”); habría mostrado así su fe en Jesús vivo aun en la muerte. No lo lleva; acepta, en cambio, los aromas de Nicodemo, que implicaban la creencia en una muerte sin remedio.
  • Había un huerto/jardín en el lugar donde murió Jesús (41): muerte (19,17: “lugar de la Calavera”) y vida (huerto) coinciden (cf. 19,30: metáfora del sueño). Jesús es el primero en ser enterrado en ese sepulcro (nuevo); donde todavía nadie había sido puesto: otros van a pasar por el mismo sepulcro. Jesús inaugura una nueva clase de muerte; la de los suyos, como la de él, es realidad de vida (8,51; cf. 11,25s). Jn no menciona que cierren el sepulcro con una losa; ésta aparecerá solamente quitada (20,1). Nadie puede encerrar a Jesús en la muerte.
  • Termina el tema de la preparación judía (42), que nunca pasará a la celebración de la fiesta. Esa Pascua ya no existe, una vez sacrificado el Cordero de Dios (19,31-42). Por la inminencia del día de precepto colocan a Jesús en el sepulcro cercano. La prisa da a la sepultura un carácter de provisionalidad.
  • Síntesis. La autenticidad de la fe se mide por la actitud ante la muerte. Mientras ésta aparezca como una derrota, el discípulo estará paralizado por el miedo a la violencia del poder, y su falta de libertad impedirá dar testimonio. En nada se diferencia del que nunca ha sido discípulo. Jesús en la cruz no es para él un salvador, sino una víctima. Puede ser un ejemplo que queda en el pasado, pero no una fuente presente y permanente de fuerza y de vida.

Jn 19,42

 <<Por ser Preparación para los judíos, como el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús>>.

Termina el tema de la preparación judía, que nunca pasará a la celebración de la fiesta. Esta Pascua ya no existe una vez sacrificado el Cordero de Dios (19,31.42). Los dos hombres, que lo han preparado, ya no colocan en el sepulcro el cuerpo, sino a Jesús mismo. Entra en la cámara nupcial, la de su boda definitiva.

La inminencia del descanso de precepto hace que coloquen a Jesús en el sepulcro cercano. Como la ausencia de sudario y la omisión de la losa, también la prisa da a la sepultura un carácter de provisionalidad. Jn crea el ambiente propicio para la escena de la resurrección.

José y Nicodemo pusieron allí a Jesús. Para ellos, Jesús pertenece al pasado; la muerte, como a todos, lo ha vencido.

Tal era la convicción de los discípulos que abandonaron a Jesús en el episodio de Cafarnaún: veían la muerte como una derrota (6,60ss). Jesús no consiguió convencerlos de lo contrario, y ellos lo abandonaron. Sin embargo, tampoco los que permanecieron con él se han convencido de que la muerte no es la última palabra, como aparecerá por la dificultad que experimentarán en llegar a creer en la resurrección.

SÍNTESIS

En contraposición con el testigo que vio en Jesús muerto la fuente de la vida, el discípulo clandestino y el fariseo no ven en él sino al héroe injustamente condenado, al que rinden los últimos honores.

Se muestra aquí una cuestión crucial para el cristiano: la autenticidad de su fe se mide por su actitud ante la muerte. Mientras ésta le aparezca como una derrota, el discípulo estará paralizado por el miedo a la violencia del poder; su falta de libertad le impedirá dar testimonio. En nada se diferencia del que nunca ha sido discípulo. Jesús en la cruz no es para él un salvador, sino una víctima. Puede ser un ejemplo que queda en el pasado, pero no una fuente presente y permanente de fuerza y de vida.

Jn 19,41b

 <<y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía nadie había sido puesto>>.

Es Jesús el primero en ser enterrado en este sepulcro (nuevo). La frase siguiente: donde todavía nadie había sido puesto, no es mera repetición del concepto <<nuevo>>; significa que otros van a pasar por el mismo sepulcro. <<Todavía>> abre un futuro; Jesús inaugura una nueva clase de muerte que contiene el germen de vida (huerto). También los suyos serán colocados en este sepulcro, después de pasar por su misma muerte (19,18 Lect.). <<El huerto>> es la palabra que enlaza la muerte (en el lugar donde lo crucificaron había un huerto), la sepultura (19,42: allí pusieron a Jesús) y la resurrección (20,15: el hortelano). Se reafirma aquí lo dicho antes por Jesús: quien cumpla mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir (8,51; cf. 11,25s). La muerte de los suyos, como la de él, es realidad de vida.

El sepulcro nuevo se opone al sepulcro antiguo, donde habían colocado a Lázaro y de donde Jesús lo hizo salir. Lo mismo que aquél, el de la muerte sin esperanza, fue el sepulcro común de la humanidad antes de la muerte de Jesús, así éste será el sepulcro común de todos los que le den su adhesión y reciban la vida definitiva. Aquél simbolizaba el reino de la muerte, éste, situado en el huerto, el de la vida.

Jn no ha hecho notar que pusieran un sudario a Jesús, ni tampoco ahora que cierren el sepulcro con una losa; ésta aparecerá solamente quitada (20,1). En realidad, nadie puede cerrar el lugar donde él se encuentra.

También el huerto-jardín es tema del Cantar; es allí donde se manifiesta el amor de esposo y esposa.

Jn 19,41a

 <<En el lugar donde lo crucificaron había un huerto>>.

Al precisar Jn que había un huerto o jardín en el lugar donde murió Jesús quiere mostrar que dentro de su muerte había vida, como ya apareció por la metáfora del sueño (19,30). Al lugar de la Calavera, emblema de la muerte irremediable, se añade de improviso un rasgo contradictorio; por primera vez se cae en la cuenta de la coexistencia de muerte y vida en el lugar aquel. Como la del grano de trigo, la muerte de Jesús encerraba un germen vital (12,24).

Jn 19,40

 <<Cogieron entonces el cuerpo de Jesús y lo ataron con lienzos junto con los aromas, como tienen costumbre los judíos de dar sepultura>>.

José, el discípulo, se asocia a Nicodemo, fariseo y jefe judío, para sepultar a Jesús. Han ido a buscar su cuerpo. Han ido a buscar su cuerpo; ven en Jesús un mero hombre (19,31: los cuerpos) y, ahora, muerto. El discípulo que no se atreve a afrontar las consecuencias de su adhesión a Jesús (cf. 12,25: el que desprecia su vida en medio del orden este) está al mismo nivel que el jefe judío. Ocupándose del cadáver, según la creencia judía, se contaminarán y no podrán celebrar la Pascua en su fecha (cf. Nm 9,1-11).

Las exequias que hacen a Jesús tienen un doble sentido. Mientras ellos piensan rendir el último homenaje a un muerto y, con los perfumes que utilizan, pretenden inútilmente vencer la realidad de muerte, de hecho están preparando el cuerpo del esposo para la boda; los aromas tienen, como se ha visto, un marcado carácter nupcial.

Quieren perpetuar la memoria de Jesús, como homenaje al injustamente condenado, pero lo consideran muerto para siempre. Así lo muestra el verbo lo ataron, extraño para ser aplicado a los lienzos, pero que sugiere la privación de libertad. Atan a Jesús, como habían hecho los que fueron a detenerlo (18,12); lo privan de toda posibilidad de movimiento, pensando que está sujeto para siempre a la muerte. Hacen con él como otros habían hecho con Lázaro, que apareció atado de pies y manos. Jesús dio la orden de desatarlo, porque la muerte no tiene poder sobre el discípulo (11,44). José y Nicodemo sepultan a Jesús pensando que está prisionero de ella. Esto es lo que subraya el evangelista cuando añade: como tienen costumbre los judíos de dar sepultura. No se refiere a los aromas, pues no era costumbre judía enterrar el cadáver con ellos; a lo más, lavándolo y ungiéndolo con aceite; el uso de aromas era muy raro o inexistente. La frase de Jn: como tienen costumbre los judíos, equivale a lo señalado en la sepultura de Lázaro: [el sepulcro] era una cueva, alusión, como se vio, al sepulcro de los patriarcas, símbolo de la muerte sin esperanza (11,38b Lect.). Para ellos, la muerte es una derrota; la vida de Jesús ha terminado.

El perfume de Betania era un homenaje a Jesús vivo; los aromas de Nicodemo, a Jesús muerto. Aquél se ofrecía al dador de la vida: expresaba la fe de la comunidad en la vida que vence a la muerte; se hacía resaltar su calidad, perfume de gran precio, auténtico, fiel (12,3). Aquí, en cambio, resalta la cantidad, el vano esfuerzo por perpetuar la memoria de un muerto. Se ofreció allí después de desatar a Lázaro y comprobar la potencia de vida de Jesús. Aquí se le ponen los aromas para atarlo. La acción y el modo muestran la intención de los personajes.

En vez de las cien libras de mirra y áloe que lleva Nicodemo, José, figura de los discípulos, debería haber llevado un poco de aquel perfume de nardo que Jesús recomendó conservar para el día de su sepultura (12,7). Llevar este perfume, que representaba la acción de gracias a Jesús como dador de vida, habría mostrado su fe en Jesús vivo aun en la muerte, como lo estaba Lázaro. El discípulo no lo lleva. Acepta, en cambio, enterrar a Jesús con los aromas de Nicodemo, que expresaban la definitividad de la muerte. La situación es paralela con lo sucedido en Betania. Allí, María, figura de la comunidad, tiene el mismo concepto de la muerte que el fariseo y jefe judío. Jesús ha dejado de existir.

Comparando, sin embargo, la sepultura de Lázaro con la de Jesús, se ve que mientras aquél fue atado con vendas, Jesús lo es con lienzos. El término griego (othonion) que, como calidad de tejido, significa tela de lino, se usaba para designar las sábanas de la cama.

La unión de los perfumes nupciales y de las sábanas muestra que José y Nicodemo, sin pretenderlo, están colocando al esposo en su lecho nupcial. La doble realidad de la preparación, conscientemente para la sepultura e inconscientemente para la boda, muestra que la potencia de vida que posee Jesús no depende de la voluntad de los hombres; él vive aunque se le considere muerto.

Como en las escenas anteriores, se presenta aquí una ambivalencia: la cruz es al mismo tiempo suplicio y exaltación; los lienzos son al mismo tiempo funerarios y nupciales.

Jn 19,39

 <<Fue también Nicodemo, aquel que al principio había ido a verlo de noche, llevando unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe>>.

Jn no llama a Nicodemo discípulo. Era, por el contrario, fariseo y jefe entre los Judíos (3,1). Había esperado que fuese Jesús el Mesías-maestro y realizase la restauración promoviendo la rigurosa observancia de la Ley (3,2), pero su propia fidelidad a ésta le impidió captar el mensaje de Jesús. Jn recuerda su primera visita de noche; conociendo que <<la noche>> significa el espacio de donde Jesús, la luz, está ausente (cf. 9,4s), alude Jn con este detalle a la resistencia de Nicodemo a admitir el mensaje de Jesús (3,4.9.12). Siendo, sin embargo, hombre de la Ley, escrupuloso de su observancia, consideraba injusto el modo de proceder de sus compañeros fariseos y salió en defensa de Jesús en nombre de la misma Ley (7,50-51 Lect.). También él consideraba una injusticia el acuerdo del Consejo de matarlo sin haberlo escuchado (11,53) y quiere protestar honrando su sepultura.

Los aromas son símbolo de vida. Con la enorme cantidad que lleva, se propone Nicodemo eliminar el hedor de la muerte (cf. 11,39), que da por descontado. Para él, Jesús ha terminado para siempre, pero quiere perpetuar su memoria.

Esta clase de aromas, mirra y áloe, no se empleaban para la sepultura. Por el contrario, se usaban para perfumar la alcoba (Prov 7,17) y a ellos olían los vestidos del rey-esposo (Sal 45,9). Se mencionan con frecuencia en el Cantar en claro contexto nupcial (4,14: con árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos y aromas; cf. 3,6s, de la litera del esposo; 4,6; 5,1.13). Su significado en la escena aparecerá a continuación.

Jn 19,38

 <<Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero clandestino por miedo a los dirigentes judíos, rogó a Pilato que lo dejase quitar el cuerpo de Jesús; Pilato lo autorizó. Fue entonces y quitó su cuerpo>>.

Nada se dice sobre la posición social de José ni sobre su afiliación religiosa; se menciona solamente su origen, Arimatea. Era discípulo, es decir, había dado su adhesión a Jesús, pero no lo manifestaba públicamente por miedo a los dirigentes. No se atreve a pronunciarse por él desafiando a la institución judía.

La situación de José de Arimatea es comparable a la de los discípulos en 20,19: con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes judíos. El discípulo clandestino representa una postura ante el poder judío que caracteriza también a los demás mientras Jesús no se les manifieste; en este momento, todos son clandestinos. La actitud de José refleja, por tanto, la de la entera comunidad después de la muerte de Jesús; es una figura representativa.

<<Los Judíos>> habían pedido a Pilato que quitasen los cuerpos de la cruz (19,31); pero no son los soldados los que lo quitan, sino un discípulo que los representa a todos. José pide a Pilato el cuerpo de Jesús. Jn, que se ha esforzado por hacer recaer sobre <<los Judíos>> la mayor responsabilidad en la condena y muerte, muestra ahora que mientras el odio de éstos continúa siendo una amenaza para la comunidad, Pilato no es causa de temor.

José quiere rendir a Jesús los últimos honores. Todo ha terminado con una condena injusta y quiere mostrar su solidaridad con el ajusticiado.

miércoles, 2 de agosto de 2023

Jn 19,34-37

 

  • Jn 19,34
  • Jn 19,35
  • Jn 19,36
  • Jn 19,37
  • La lanza (34), como el vinagre, representa el odio. Acción innecesaria, la hostilidad sigue. La expresión del odio permite la del amor que produce vida. Lo mismo que al vinagre del odio respondió Jesús con su muerte aceptada por amor y la efusión del Espíritu (19,30), a la herida de la lanza sucede la efusión de la sangre y el agua.
  • La sangre simboliza su muerte, suprema manifestación de su gloria o amor hasta el fin (1,14); el agua, el Espíritu (7,37-39), el amor/vida que comunica a los hombres (1,16). Señal permanente, el Hombre levantado en alto, para que tengan los hombres vida definitiva (3,14s); el Cordero de la nueva Pascua, el que libera al hombre de la esclavitud quitando así el pecado del mundo (1,29).
  • La descripción de la muerte de Jesús como un sueño (19,30) y la mención del costado relacionan este pasaje con el de la creación de la mujer (Gn 2,21s). Al nacer del agua/Espíritu (3,5) se formará la nueva humanidad, representada en figura de mujer-esposa por María Magdalena (19,25; 20,13.15). La primera mujer era carne de la carne de Adán y hueso de sus huesos (Gn 2,23); la nueva esposa del Hombre es espíritu de su Espíritu.
  • El testimonio que da el evangelista (35) es el más solemne del Evangelio. Cierra el testimonio de Juan Bautista (1,34), que describía la misión de Jesús (1,29: “quitar el pecado del mundo”; 1,33: “bautizar con Espíritu Santo”). Por primera vez se dirige Jn a sus lectores (vosotros; cf. 1,14.16: “nosotros”). La experiencia del amor de Jesús es el fundamento de la fe.
  • Se cumplen dos textos de la Escritura: Éx 12,46 (36), sobre la comida del cordero pascual: No se le romperá ni un hueso; Jesús, Cordero de Dios, alimento de los que se sumen a su éxodo. Serán discípulos suyos los que coman su carne y beban su sangre (6,53-58), es decir, los que se identifiquen con el amor de Jesús expresado en su vida y culminado en su muerte.
  • Segundo texto (37), Zac 12,10: Mirarán al que traspasaron. El profeta se refiere a uno de los acontecimientos del “día del Señor”, en el contexto de Zac 13,1 y 14,8 donde se habla del manantial que ha de brotar en Jerusalén para eliminar los pecados e impurezas; fluirá sin cesar hacia oriente y occidente, y el Señor será rey del mundo entero. A la luz de Zacarías, el agua que brota del Traspasado significa la universalidad del don del Espíritu; así será el Señor rey del mundo entero (19,19-23).
  • El verbo Mirarán cumple la promesa de Jesús a los discípulos: “Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hombre” (1,51). Es aquí donde se establece la comunicación definitiva de Dios con el hombre por medio del Espíritu que brota de Jesús.
  • Síntesis. Jesús en la cruz es la gran señal hacia la que convergen todas las que se han narrado en el Evangelio, la que da a todas su pleno sentido. Señal paradójica: un hombre condenado y muerto en una cruz. Nada más lejos de lo que podía esperarse como manifestación divina.
  • Jesús muestra la realidad de Dios; no es el Dios de los prodigios espectaculares, sino el que se manifiesta en el hombre mismo, participando con él en el desarrollo de la historia e imprimiendo en ella su dinamismo desde dentro. Se manifiesta en el amor generoso; en él despliega su potencia y él es el factor de cambio en la historia, la única posibilidad de redención y de plenitud del hombre.

Jn 19,37

 Y todavía otro pasaje dice: <<Mirarán al que traspasaron>>.

Jn utiliza el pasaje de Zac 12,10. En él, según el texto hebreo, habla en primera persona uno que ha sido traspasado: <<Me mirarán a mí, traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito>>. El texto expone uno de los acontecimientos de <<aquel día>>, el día del Señor. Está, pues, en relación con Zac 13,1: <<Aquel día se alumbrará un manantial contra los pecados e impurezas>>; 14,8: <<Aquel día brotará un manantial en Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental, lo mismo en verano que en invierno. El Señor será rey de todo el mundo. Aquel día el Señor será único y su nombre único>>.

A la luz de los textos de Zacarías, la figura del Traspasado, del que brota el manantial de sangre y agua, significa, pues, la universalidad del don del Espíritu, que se extenderá hacia oriente y occidente. Así será el Señor rey del mundo entero; el Rey de los Judíos (19,19) admitirá a su reino a todos los que escuchen su voz y reconozcan su verdad (18,37).

En Jerusalén se alumbrará el manantial contra los pecados e impurezas; es el amor lo único que purifica (15,3 Lect.), y es el Espíritu el que comunica el amor de Jesús. Es a este nuevo templo adonde hay que venir a purificarse (cf. 11,55; 7,37-39).

El verbo que usa Jn en el texto profético: Mirarán, cumple la promesa de Jesús a los discípulos: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por este Hombre (1,51). Es aquí donde se establece la comunicación definitiva de Dios con el hombre por la efusión del  Espíritu que brota de Jesús. Él es el Hombre sobre quien reposa permanentemente la gloria de Dios: en él está presente el Padre y de él mana el amor del Padre.

Levantado en alto, Jesús había de tirar de todos hacia sí (12,32). Ahora lo hace, por medio del Espíritu, el amor que identifica con él. Tira haciendo subir a todos a su nivel, el del amor que llega a dar la vida. El Hombre quedará levantado en alto y seguirá atrayendo a los hombres hacia sí, para que realicen también ellos el proyecto creador (1,1c Lect.). Cuando todos los que escuchen su voz hayan sido atraídos hasta él, se verificará la subida al Padre para constituir el estadio definitivo del reino (20,17).

SÍNTESIS

Jesús en la cruz es la gran señal hacia la que convergen todas las que se han ido narrando en el evangelio y que da a todas su explicación y su pleno sentido. Ella es la clave de interpretación de su actividad y la fuente de su potencia salvadora.

Es paradójico, sin embargo, que esta gran señal sea, por decirlo así, una antiseñal: un hombre condenado y muerto en una cruz. Nada más lejos de lo que podía esperarse como manifestación divina.

Enlaza este hecho con el reproche de Jesús al funcionario real (4,48). Éste esperaba de él <<señales prodigiosas>>, la de un Dios situado fuera de la historia y de la misma creación, quien, cada vez que interviene, rompe el curso normal de los hechos y es percibido como presencia deslumbradora.

Aparece, como en la Cena (13,5 Lect.), la gran inversión del concepto de Dios que realiza Jesús. Dios se manifiesta en el mismo hombre, participando en él y con él en el desarrollo de la historia e imprimiendo en ella su dinamismo desde dentro. Condena y muerte, odio que se manifiesta, son hechos históricos; Jesús, al asumirlos, crea una nueva posibilidad para el hombre.

Es cuestión decisiva llegar a captar esta señal: que Dios se manifiesta solamente en el amor generoso capaz de dar vida; en él está su omnipotencia y él es el factor de cambio en la historia. Tal amor es la única posibilidad de redención del hombre, sólo él puede llevarlo a la plenitud y construir la sociedad nueva.

Jn 19,36

 Pues estas cosas sucedieron para que se cumpliese aquel pasaje: <<No se le romperá ni un hueso>>.

El evangelista ve en lo sucedido el cumplimiento de dos textos de la Escritura. El primero está tomado de Éx 12,46: <<Cada cordero se ha de comer ... y no le romperéis ni un hueso>> (cf. Nm 9,12). Vuelve a aparecer Jesús como Cordero de Dios, cuya figura fue el cordero pascual (1,29) de la antigua alianza.

El texto del Éxodo se refiere a la comida del cordero. Jesús ha sido preparado como alimento de los que se suman a su éxodo. Serán discípulos suyos los que coman la carne de este cordero y beban su sangre (5,53-58), es decir, los que se identifican con este amor de Jesús expresado en su vida y culminado en su muerte. Éstos tienen la vida definitiva (6,54) según el designio del Padre (6,39-40).

Está presente el pan bajado del cielo, que dará vida al mundo (6,51).

Jn 19,35

 <<El que lo ha visto personalmente deja testimonio -y este testimonio suyo es verdadero, y él sabe que dice la verdad- para que también vosotros lleguéis a creer>>.

El testimonio que da el evangelista ante el espectáculo de Jesús traspasado en la cruz es el más solemne del evangelio. Este testimonio cierra el arco abierto por el de Juan Bautista (1,34: Yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios) sobre la bajada y presencia del Espíritu en Jesús, su unción mesiánica, que lo constituye en Hijo de Dios y lo anuncia como el que va a bautizar con Espíritu Santo (1,32-34). Juan Bautista describía con estas palabras la misión de Jesús, antes de que comenzase su actividad; ahora, el evangelista ve la obra terminada (cf. 19,30). Juan Bautista preparaba la manifestación a Israel (1,31), el evangelista da su testimonio para que todos los que lo escuchen lleguen a creer. Como en Caná, donde la primera manifestación de la gloria fue la que llevó a los discípulos a darle su adhesión (2,11), esta manifestación definitiva y suprema será el fundamento de la fe de los discípulos futuros.

Es la primera vez que el evangelista se dirige a sus lectores: vosotros, correlativo al <<nosotros>> del prólogo (1,14.16). El testimonio se refiere directamente a la sangre y el agua que salen del costado; pero, al identificar sangre con muerte y agua con Espíritu, se remonta a lo narrado en 19,28-30.

Jn 19,34

 <<Sin embargo, uno de los soldados, con una lanza, le traspasó el costado, y salió inmediatamente sangre y agua>>.

Como el vinagre representaba el odio (19,29s), así la lanza. La acción del soldado era innecesaria, pero la hostilidad sigue. Ahora es el pagano quien la expresa. Lo soldados se habían burlado de la realeza de Jesús y lo habían escarnecido (19,1-3), se habían repartido su ropa (19,23-24). Ahora, la punta de la lanza quiere destruirlo definitivamente. La expresión de odio permite la del amor que produce vida. Lo mismo que al vinagre del odio respondió Jesús con su muerte aceptada por amor (19,30: reclinando la cabeza), cuyo fruto fue la entrega del Espíritu, así ahora, a la herida de la lanza, sucede la efusión de la sangre y el agua.

El hecho es de una importancia excepcional, como aparece por el solemne testimonio que de él da a continuación el evangelista. Hay que esperar, por tanto, una gran riqueza de significado.

La sangre que sale del costado de Jesús figura su muerte, que él acepta para salvar a la humanidad (cf. 18,11). Es la expresión de su gloria, su amor hasta el extremo (1,14; 13,1), el del pastor que se entrega por las ovejas (10,11), del amigo que da la vida por sus amigos (15,13). Esta prueba máxima de amor, que no se detiene ante la muerte, es objeto de contemplación para la comunidad de Jn (1,14: hemos contemplado su gloria).

Es así Jesús, en la cruz, la Tienda del Encuentro del nuevo Éxodo (2,21). En ella se verifica la suprema manifestación de la gloria, según la petición de Jesús al Padre (17,1; cf. 7,39; 12,23; 13,31s). De su costado fluye el amor, que es al mismo tiempo e inseparablemente suyo y del Padre.

El agua que brota representa, a su vez, el Espíritu, principio de vida que todos podrían recibir cuando manifestase su gloria, según la invitación que hizo Jesús el gran día de la fiesta (7,37-39). Se anunciaba allí el cumplimiento de la profecía de Ezequiel. En aquella escena, Jesús, puesto de pie, postura que anunciaba la de la cruz, invitaba a acercarse a él el último día para beber el agua que había de brotar de su entraña. Es Jesús en la cruz el nuevo templo de donde brotan los ríos del Espíritu (7,38; cf. Ez 47,1.12), el agua que se convertirá en el hombre en un manantial que salta dando vida sin término (4,14).

Puede cumplirse así lo anunciado en el prólogo (1,16): de su plenitud todos nosotros hemos recibido, un amor (el agua-Espíritu) que responde a su amor (la sangre-muerte aceptada). La sangre simboliza, pues, su amor demostrado; el agua, su amor comunicado.

La alusión a la frase del prólogo es tan clara que existe posiblemente un juego de palabras entre 1,14: plêrês; 1,16: plêroma (lleno, plenitud), y 19,34: pleura (costado): <<de su plenitud todos nosotros hemos recibido>>, <<de su costado salió sangre y agua>>.

Aparece aquí ahora la señal permanente, el Hombre levantado en alto, cuyo tipo había sido la serpiente levantada por Moisés en el desierto, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva (3,14s). De él baja el agua del Espíritu (3,5), para que el hombre nazca de nuevo y de arriba (3,3) y comience la vida propia de la creación terminada, siendo <<espíritu>> (3,6; cf. 7,39), amor y lealtad (1,17).

Se ha sacrificado el Cordero de la nueva Pascua, el que libera al hombre de la opresión, quitando así el pecado del mundo (1,29; 8,21.23 Lects.). Según los textos de Zacarías a que se aludirá más tarde (19,37), la fuente de agua que aquí se abre, la del Espíritu, será la que purifique del pecado (1,33 Lect.). Esta purificación se prometió en Caná, combinando los símbolos de agua y vino (2,7 Lect.) y se opone a la que vanamente buscaban en el recinto del templo los peregrinos que habían acudido a Jerusalén para la Pascua (11,55b Lect.).

La nueva Pascua significa la nueva alianza, anunciada en Caná (2,4). Ha llegado la hora en que Jesús da el vino de su amor. Empieza la boda definitiva. Como antiguamente Moisés, está ahora Jesús de pie promulgando la Ley. Es la del amor leal (1,17) que él manifiesta en la cruz, expresa en su mandamiento (13,34: Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros, cf. 15,12) e infunde con el Espíritu, que se identifica con él.

El proyecto divino ha quedado terminado en Jesús (19,28-30); ahora se prepara su terminación en los hombres. El Espíritu que brota será el que transforme al hombre dándole la capacidad de amar y hacerse hijo de Dios (1,12). Con estos hombre nuevos se formará la comunidad mesiánica.

La descripción de la muerte de Jesús como un sueño (19,30: reclinando la cabeza; cf. 11,11-13) y el uso del término pleura (costado) relacionan este pasaje con el de la creación de la mujer en Gn 2,21s: <<El Señor Dios echó sobre el hombre un letargo y el hombre se durmió. Le sacó una costilla (LXX: mian ton pleurôn autou) ... de la costilla ... formó una mujer>>.

Del costado de Jesús, el Hombre terminado (cf. 19,30) el Hombre-Dios, procede el agua del Espíritu que completará al hombre de carne (9,6 Lect.). Por este nacimiento de agua-Espíritu (3,5) se formará la comunidad de Jesús, representada en figura de mujer-esposa (cf. 20,13.15) por María Magdalena (19,25). El encuentro de la nueva pareja primordial tendrá lugar en el huerto/jardín el primer día de la nueva creación (20,16).

La primera mujer era carne de la carne de Adán y hueso de sus huesos (Gn 2,23); la nueva esposa del Hombre es espíritu del Espíritu de Jesús (1,16: de su plenitud todos nosotros hemos recibido; 3,6: del Espíritu nace espíritu; cf. 7,39: aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado).

En este último día, el de la creación terminada (19,30 Lect.), Jesús da al hombre con el Espíritu la vida que vence la muerte: ésta es la resurrección prometida (6,39.40.44.54; cf. 11,25).

Jn 19,32-33

 <<Fueron, pues, los soldados, y les quebraron las piernas, primero a uno y luego al otro de los que estaban crucificados con él. Pero, al llegar a Jesús, viendo que estaba ya muerto, no le quebraron las piernas>>.

Los soldados comienzan por los compañeros de Jesús. Éstos estaban aún vivos; ahora, una vez que él ha muerto, pueden morir ellos. Él ha abierto el camino hacia el Padre y pueden seguirlo.

Nadie puede quitarle la vida, la ha dado por propia iniciativa (10,17s; 19,30). Al afirmar que no le quebraron las piernas prepara Jn la cita del texto sobre el cordero pascual (19,36). Jesús, como Lázaro, está muerto (11,44; 12,1); para los soldados, es una muerte definitiva, como las demás.

Jn 19,31

 <<Los dirigentes judíos, como era Preparación -para que no se quedasen en la cruz los cuerpos durante el día de descanso, pues era solemne el día de aquel descanso-, le rogaron a Pilato que les quebrasen las piernas y los quitasen>>.

Reaparecen los dirigentes judíos (19,20), los que han conseguido dar muerte a Jesús, entre los cuales se encuentran los sumos sacerdotes (cf. 19,14.15).

Desde la primera entrevista con Pilato, <<los Judíos>> tenían presente la pureza legal requerida por la Pascua que se avecinaba (18,28). Ahora siguen preocupados; se consideraba que una ejecución capital profanaba el sábado o la fiesta. No quieren que nada impida la celebración.

Era Preparación; ellos creen que están preparando su propia Pascua, cuando en realidad ha sido sustituida por la de Jesús (11,55a; 12,1 Lects.).

La mención de los cuerpos expresa la solidaridad de Jesús con los que están crucificados con él y con todo hombre, como la había expresado <<la carne>> (1,14; 17,2). <<El cuerpo>>, que iguala a Jesús con los hombres, es el santuario de Dios (2,21). Los cuerpos están en su misma cruz (en la cruz), ésta es la de todos los suyos, como lo será su sepultura (19,41 Lect.).

No debían quedar en la cruz el día de descanso, porque el día de fiesta que imponía aquel descanso era muy solemne. Desde el punto de vista de los judíos, es la preparación de su Pascua, que no llegará a celebrarse (cf. 19,42). Su fiesta quedará vacía. Desde el punto de vista de Dios y de Jesús, terminada el día sexto la obra de la creación (19,30), comienza el sábado, el descanso.

La frase el día era solemne está en paralelo con 7,37: el último día, el [más] solemne de la fiesta, puesto en relación con la manifestación de la gloria (7,39 Lect.). Este día sexto de la muerte de Jesús, en que el hombre queda creado, es <<el último día>>; en él se acaba la obra de Dios, pero al mismo tiempo se inicia. El día último es al mismo tiempo el día primero (20,1) que abre la marcha de la nueva historia. La nueva pareja en el huerto-jardín dará comienzo a la nueva humanidad (20,11ss).

<<Los Judíos>> van a rogar a Pilato. Le hacen peticiones concretas: que les quiebren las piernas, para acelerar la muerte, y que los quiten. Ni una ni otra se verificarán con Jesús; los soldados no le quebrarán las piernas; tampoco serán ellos los que lo quiten de la cruz, esto será motivo de otra petición de un discípulo (19,38).

Quieren acelerar la muerte, pera que no estén vivos en la fiesta. La presencia de Jesús y la de sus compañeros crucificados es incompatible con ella, pues produciría una impureza según la Ley. No consideran que el crimen los impurifique, pero sí la violación de una prescripción legal. 

Para ellos, pueden rompérsele las piernas a Jesús. No saben que es el Cordero de la nueva Pascua (19,36).

sábado, 29 de julio de 2023

Jn 19,28-30

 

  • Jn 19,28
  • Jn 19,29
  • Jn 19,30a
  • Jn 19,30b
  •  Constituida la nueva comunidad universal (28: Después de esto), todo va quedando terminado, sólo falta la expresión del amor hasta el extremo. Libertad de Jesús: tiene conciencia de su misión y va realizando su obra (consciente Jesús). Expresa su necesidad (Tengo sed; cf. 4,7). A los que han obtenido su condena, pide una muestra de solidaridad humana elemental, que le permita que le permita responder comunicándoles vida (4,10, con la samaritana). Les demuestra que su amor no ha sido vencido por el odio. Paralelo con el caso de Judas (13,26). Amor sin límite, lealtad al hombre hasta el extremo. Jn se refiere al pasaje citado en 15,25: “Me odiaron sin razón”.
  • El jarro allí colocado (29) recuerda las tinajas de Caná, figura de la Ley (2,6: “Estaban allí colocadas”). El vinagre se opone al vino que ofreció Jesús en aquella boda: el odio opuesto al amor (cf. 19,7). El hisopo se usaba para rociar la sangre liberadora del cordero pascual (Ez 12,21ss). El odio de los homicidas va a derramar la sangre del Cordero de Dios; el hisopo recogerá esta sangre que va a liberar a la humanidad de la muerte. Nueva Pascua.
  • Tomó el vinagre (30): acepta, sin desmentir su amor, la muerte causada por el odio. Últimas palabras: Queda terminado; ha dado remate a la obra del Padre (4,34). Con su amor invencible, ha realizado en sí mismo la plenitud del Hombre igual a Dios (20,28), el proyecto creador (1,1). En este momento, la presencia del Padre brilla como nunca en Jesús; toda muerte queda excluida por esa presencia: la muerte de Jesús no interrumpirá su vida. Es éste “el último día” (6,39), que termina la creación y abre el mundo definitivo; será también “el primero” (20,1), a partir del cual ese mundo ya empezado se irá completando.
  • Reclinando la cabeza: Jesús se duerme, metáfora de una muerte (11,11-13) que no interrumpe la vida. El gesto espontáneo, que indica la voluntariedad de su muerte, está subordinado a la entrega del Espíritu. Jesús no muere por morir, sino para salvar a los hombres. El amor extremo, rompe, por decirlo así, los límites de su humanidad y lo convierte en dador de vida, como el Padre. El Espíritu que había recibido (1,32s) puede ahora comunicarse a los hombres. Él realizará el reino universal (19,23) y constituirá la humanidad nueva (19,25-27).

Jn 19,30b

 <<y, reclinando la cabeza, entregó el Espíritu>>.

La frase reclinando la cabeza indica que Jesús se duerme, según la metáfora que él mismo había usado con Lázaro (11,11-13). Es una muerte que no interrumpe la vida; el símbolo es paralelo al de la sepultura en el huerto (19,41 Lect.). Lo que para los espectadores aparecerá como una muerte definitiva (19,33) es en realidad un sueño. El gesto espontáneo muestra la voluntariedad de su muerte, que no se menciona de otro modo.

Pero este gesto está subordinado a la entrega del Espíritu: Jesús no muere por morir, sino para salvar al hombre; para completar su obra tenía que demostrar su amor hasta el final. Ese amor extremo rompe, por así decir, los límites de la humanidad de Jesús y lo convierte en dador de vida, como el Padre. El Espíritu, que él había recibido del cielo (1,32s), puede entregarlo ahora y comunicarlo a los hombres. Es el Dios engendrado (1,18; 20,28).

El Espíritu que Jesús entrega es el fundamento de la nueva alianza; él realiza el reino universal (19,232 Lect.) y constituye el nuevo pueblo (19,25-27). Anunciado en Caná bajo la figura del vino (2,9 lect.), se ofrece ahora a la humanidad entera. El Espíritu, que completará la creación del hombre (3,6 Lect.), dándole la capacidad de amar como Jesús (13,34; 15,12), formará la humanidad nueva, el pueblo de la nueva alianza. En la entrega del Espíritu se unen así los dos temas: el de la creación y el de la alianza-Pascua. En contraste con Moisés, dador de la Ley, Jesús Mesías comunica el Espíritu, el amor leal (1,17).

El Hombre ha sido levantado en alto, como señal de vida en medio del campo de muerte; los que lo hagan objeto de su adhesión recibirán la vida definitiva (3,14s). Ésta es la gran prueba del amor de Dios que ofrece a todos la salvación; los hombres tendrán que optar ante esta luz (3,16-21).

SÍNTESIS

En la muerte de Jesús culmina la realización del proyecto de Dios sobre el hombre. El Hombre, transformado por el Espíritu de Dios y que ha respondido hasta el final a su dinamismo de amor, es aquel que es capaz de entregarse voluntariamente por amor a los demás y que vence el odio extendiendo su amor hasta el último momento a los mismos enemigos que le dan muerte. Es así como se convierte en fuente de vida.

Esta generosidad absoluta, que ama hasta el final sin exigir ser correspondido, es la que hace al hombre igual a Dios, que es amor fiel, gratuito y generoso. Al desarrollar el Hombre su entera capacidad de amar comienza el mundo definitivo, el estadio final de la humanidad.

Jn 19,30a

 Y, cuando tomó el vinagre, dijo Jesús: <<Queda terminado>>.

Tomar el vinagre equivale a aceptar la muerte causada por el odio; es el cumplimiento de <<su hora>> (2,4; 13,1), en la que el Hombre, el Hijo, demuestra su gloria, su amor hasta el extremo (12,23; 13,1; 17,1); cumple así su éxodo, pasando del mundo este al Padre (13,1). Su paso coincide con el acto final y supremo de amor, que lo asimila perfectamente al Padre.

Las últimas palabras de Jesús son: Queda terminado. Ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34). Él, que había recibido la plenitud del Espíritu (1,32; cf. 1,14: plenitud de amor y lealtad), ha respondido a aquella consagración hasta completarla (17,19); ha sido consecuente hasta el final, siendo, como el Padre, amor gratuito y generoso que da sin esperar retorno y responde al odio con el amor. Jesús ha realizado en sí mismo la plenitud del Hombre igual a Dios (20,28); culmina así la realización del proyecto creador (1,1c Lect.). Lo que <<los Judíos>> consideraban blasfemia expresaba el designio del Padre: Jesús se hacía igual a Dios (5,18), se hacía Dios (10,33; cf. 19,7).

En este acto de amor, que se ofrece hasta el último momento a sus enemigos, el Padre manifiesta la gloria de su Hijo y el Hijo manifiesta la del Padre (17,1). En este momento, la presencia de Dios brilla como nunca en Jesús, a quien pone para siempre a su lado (17,5), y, al ser el Padre la fuente de vida, toda muerte queda excluida por su presencia. Por eso la muerte física de Jesús no interrumpirá su vida. 

En Jesús, la obra creadora llega por primera vez a su término, según el proyecto inicial (1,1c Lect.; 17,5). Es éste <<el último día>> (6,39 Lect.), que termina la creación y abre el mundo definitivo. El último día será también el primero (20,1), a partir del cual ese mundo ya empezado se irá completando. Jesús, el Hombre-Dios, será su artífice.

Jn 19,29

 <<Estaba allí colocado un jarro lleno de vinagre. Sujetando a una caña de hisopo una esponja empapada con el vinagre, se la acercaron a la boca>>.

El jarro allí colocado recuerda las tinajas de Caná: Estaban allí colocadas seis tinajas (2,6). El vinagre que contiene el jarro se opone al vino que Jesús ofreció al maestresala en aquella boda; es el odio como opuesto al amor.

En la boda les faltaba vino; ahora rechazan al que lo ofrece. A la falta total de amor (2,3: No tienen vino), corresponde la plenitud del odio (un jarro lleno de vinagre). La triple mención del vinagre (19,29 bis.30) destaca la importancia del símbolo. El jarro lleno de vinagre representa la Ley de ellos (15,25), que da muerte a Jesús (19,7). Aunque les prohibía matar (18,31), la han convertido en instrumento de muerte.

La esponja empapa todo el vinagre contenido en el jarro, todo el odio contra Jesús que predecía su Ley (15,25). Al rechazar a Jesús, se dan su propia sentencia (3,18). Ante el Hombre levantado en alto (12,31s) reciben la que habían pronunciado contra sí mismos optando por el César (19,15 Lect.).

Jn, sin embargo, introduce aquí un detalle que completa el significado de la escena; sujetan la esponja a una caña de hisopo, la planta que se utilizaba para rociar la sangre liberadora del cordero pascual: <<Degollad la víctima de pascua (= el cordero). Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre del plato y untad de sangre el dintel y las dos jambas de la puerta ... El Señor va a pasar hiriendo a Egipto, y cuando vea la sangre en el dintel y las jambas, el Señor pasará de largo y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir>> (Éx 12,21ss).

La esponja ofrece a Jesús el odio de los homicidas (8,44); se derramará así la sangre del Cordero de Dios (1,29). El hisopo recogerá esta sangre que va a liberar a la comunidad de la muerte. Se inicia el tema de la nueva Pascua, en relación con la alianza del Mesías.

Jn 19,28

 Después de esto, consciente Jesús de que ya todo iba quedando terminado, dijo: <<Tengo sed>> (así se realizaría del todo aquel pasaje).

La escena está estrechamente ligada a la anterior (Después de esto): constituida la nueva comunidad universal, todo va quedando terminado, sólo falta la expresión de su amor hasta el extremo (cf. 13,1), dando a los mismos que lo han rechazado la última oportunidad de aceptarlo como Mesías, para verse libre de la ruina que los amenaza (8,24).

Hasta el último momento señala Jn que Jesús no ha sido arrastrado a la muerte y que ésta no es algo imprevisto; él es dueño de su destino y sigue realizando el designio del Padre: consciente Jesús de que ya todo iba quedando terminado. El evangelista no se asusta ante la realidad de aquella condena; advierte, por el contrario, que Jesús mismo, que la había predicho (8,28; 10,11; 18,32), la acepta como culminación de su obra. Era consciente de que el Padre lo había puesto todo en su mano (13,3). Usando de su libertad total, da la vida voluntariamente por los hombres (10,18).

Jesús expresa su necesidad: Tengo sed. Este dicho recuerda la petición que hizo la samaritana: Dame de beber (4,7). Pedir agua equivalía a pedir acogida, expresada con una muestra de solidaridad humana elemental. A la de la mujer respondió Jesús con el don de su agua viva, el Espíritu (4,10). Como en Sicar, también a la hora sexta (19,14), Jesús está ahora cansado de su camino (4,6); expresa la misma necesidad y pide la misma acogida.

La escena puede compararse con la del traidor en la Cena. A pesar de la certeza de la traición (13,11.18.21; cf. 6,64), Jesús no lo excluyó de su amor; es más, se lo ofreció por última vez poniéndole su propia vida en sus manos (13,26s Lect.). El gesto de amistad, que lo invitaba a aceptar a Jesús y, con él, la vida, provocó la decisión de Judas; exacerbado su odio, lo rechazó definitivamente y lo entregó a los que habían decretado su muerte.

En la cruz, Jesús tiene un gesto semejante para con los que lo han rechazado y obtenido su condena (19,6.15). Les demuestra que su amor no ha sido vencido por el odio. Les pone delante la calidad del amor suyo y del Padre, que no se cansa ni se desmiente, que deja siempre abierta la posibilidad de respuesta, para que el hombre no se pierda. En esta atmósfera de odio sin límite, brilla así en Jesús la plenitud de la gloria del Padre, su amor sin límite, su lealtad al hombre hasta el extremo (1,14). Muestra Jesús que Dios no condena al hombre, que busca solamente salvarlo comunicándole vida (3,16s; 6,39s; 12,47). Les ofrece una vez más la posibilidad de optar por ella.

Nota el evangelista que el gesto de Jesús provocará el pleno cumplimiento de un texto de la Escritura. Es aquel que Jesús había citado en la Cena: Me odiaron sin razón (15,25 Lect.). Se había cumplido ya durante la vida de Jesús (7,7: el mundo me odia), pero el odio a él y al Padre (15,23s) va a llegar a su colmo en el momento de su muerte, con el rechazo final del amor ofrecido: los suyos no lo acogieron (1,11).

Jn 19,25-27

 

  • Jn 19,25
  • Jn 19,26-27
  • Según el contexto, hay dos mujeres al pie de la cruz (25): la madre de Jesús, María la de Cleofás (quizá patronímico), y su hermana, María Magdalena. En la escena siguiente (26-27), esta última está sustituida por el discípulo predilecto.
  • La presencia significa fidelidad. Cada una de las dos mujeres representa la comunidad de una alianza: la madre, la de la alianza antigua, el resto de Israel, la esposa fiel de Dios (2,4: “Mujer”). María Magdalena, la comunidad de la nueva alianza, la esposa del Mesías (20,13.15: “Mujer”).
  • El papel de la madre, la antigua comunidad, termina en la cruz; el de María Magdalena comienza en ella. La identidad de nombre indica el común papel de esposa (María de Betania, 11,1-3; 12,2, anticipaba la figura de la nueva esposa, como la resurrección de Lázaro anticipaba la de Jesús).
  • La nueva comunidad (María Magdalena) es hermana de la antigua (la madre de Jesús). Existe, pues, una relación de fraternidad, de igualdad, entre el pueblo antiguo y fiel y la nueva comunidad. Ha cesado el privilegio de Israel.
  • Cambia el juego de personajes (26). La nueva comunidad, representada en cuanto esposa por María Magdalena, lo está ahora, en cuanto amigo, por el discípulo predilecto de Jesús. Jesús ve a la madre (no “a su madre”, v.25; cf. 2,1.3.5.12); del Israel fiel tuvo origen el Mesías (4,22) y, en consecuencia, la comunidad mesiánica.
  • Encargo de Jesús a la madre y al discípulo, en términos de reconocimiento mutuo (26: Mira a tu hijo; 27: Mira a tu madre). El antiguo Israel debe reconocer su legítima descendencia (hijo) en la comunidad nueva y universal. La nueva comunidad debe reconocer su origen (madre) en el Israel fiel a Dios. Éste se integra en la comunidad universal (la acogió el discípulo en casa).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...