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viernes, 4 de agosto de 2023

Jn 19,38

 <<Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero clandestino por miedo a los dirigentes judíos, rogó a Pilato que lo dejase quitar el cuerpo de Jesús; Pilato lo autorizó. Fue entonces y quitó su cuerpo>>.

Nada se dice sobre la posición social de José ni sobre su afiliación religiosa; se menciona solamente su origen, Arimatea. Era discípulo, es decir, había dado su adhesión a Jesús, pero no lo manifestaba públicamente por miedo a los dirigentes. No se atreve a pronunciarse por él desafiando a la institución judía.

La situación de José de Arimatea es comparable a la de los discípulos en 20,19: con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes judíos. El discípulo clandestino representa una postura ante el poder judío que caracteriza también a los demás mientras Jesús no se les manifieste; en este momento, todos son clandestinos. La actitud de José refleja, por tanto, la de la entera comunidad después de la muerte de Jesús; es una figura representativa.

<<Los Judíos>> habían pedido a Pilato que quitasen los cuerpos de la cruz (19,31); pero no son los soldados los que lo quitan, sino un discípulo que los representa a todos. José pide a Pilato el cuerpo de Jesús. Jn, que se ha esforzado por hacer recaer sobre <<los Judíos>> la mayor responsabilidad en la condena y muerte, muestra ahora que mientras el odio de éstos continúa siendo una amenaza para la comunidad, Pilato no es causa de temor.

José quiere rendir a Jesús los últimos honores. Todo ha terminado con una condena injusta y quiere mostrar su solidaridad con el ajusticiado.

domingo, 2 de abril de 2023

Jn 13,38

 Replicó Jesús: <<¿Que vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: Antes que un gallo cante me habrás negado tres veces>>.

Jesús responde a Pedro con ironía. Éste ha mostrado su arrogancia y su ignorancia. No se puede dar la vida por Jesús, pues nadie puede sustituirlo a él como salvador. Tampoco quiere él la vida de sus discípulos. Él no necesita sacrificios por él, ni los acepta; el discípulo ha de dar su vida con Jesús y como Jesús: por el hombre. Dios no absorbe, sino que empuja a amar. Jesús, que se ha puesto al servicio de los suyos (lavado de los pies), no les pide que vivan para él.

Pedro pretende vincularse solamente a Jesús. No ha comprendido que Jesús es inseparable del grupo. Al lavarles los pies había destruido la imagen tradicional del maestro y señor; no se quitó el paño (13,5.12), mostrando ser el primero en el servicio mutuo que exige a los suyos (cf. 21,9). Jesús es el centro y el origen de una comunidad de iguales. Pedro quiere separarlo del grupo, poniéndolo en un pedestal. Jesús no acepta tal adhesión.

Pedro, que se ofrece a morir por su señor, al ver derrumbarse su falsa idea de Mesías, acabará negándolo. En medio de su arrogancia, es un débil. Su fuerza era la del líder con quien se había identificado, es decir, el Mesías que iba a desafiar el poder con sus mismas armas (18,26). Cuando la realidad de los hechos le descubra que Jesús no representa su ideal, su fuerza se disipará; aparecerá entonces que su relación con Jesús no era tanto una adhesión a su persona (amor) cuanto a la función imaginada por él. Así, Pedro no podía comprender que Jesús desafiaba al poder no desde la violencia, sino desde el amor. La única fuerza del discípulo es la del amor aceptado y ofrecido. Ahí está la verdadera adhesión a Jesús.

La negación de Pedro no será efecto de una ligereza, sino indicio de una profunda decepción. Dejará a Jesús, negará conocerlo y ser su discípulo (18,15-18.25.27). Jesús se lo había advertido: Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo (13,8). Pedro no sólo no se deja lavar, tampoco quiere que Jesús muera por él. Sigue resistiendo al amor. Él mismo, que no comprende a Jesús, lo negará tres veces, es decir, de modo total. Entonces cantará el gallo. El canto del gallo, que se alza en medio de las tinieblas, es un grito diabólico de victoria (18,27 Lect.). La defección del discípulo será el triunfo de los enemigos de Jesús. Pero éste no lo abandonará, y nadie podrá arrebatar de su  mano lo que el Padre le ha entregado (10,28s; 21,15ss).

SÍNTESIS

La única identificación con él que admite Jesús es la de su mandamiento (13,34: igual que yo os he amado). No es Jesús el rey glorioso que hace participar de su poder a los suyos. Éstos se definen como él, siendo don de Dios a los hombres por la actividad del amor desinteresado. Jesús no pide nada para sí, sino para la humanidad, objeto del amor universal de Dios (3,16). Él ha marcado el camino para ayudar y salvar al hombre. Jesús es origen, fuerza de vida, comunicación del Espíritu y del amor, para que el designio de Dios sobre el hombre sea realidad. No quiere pedestales, sino seguimiento. Pero antes tiene él que morir, pues nadie puede amar como él sin haber conocido y aceptado todo el alcance de su amor.

Quien se identifica con un poderoso, está respaldado en la fuerza del poderoso y la hace suya. Cuando el potente fracasa, el súbdito queda sin identidad propia. En cambio, quien se identifica con Jesús, se identifica con su amor, pero no como algo externo, sino como principio de vida interior que no falla ni se agota. Jesús es don permanente, disponibilidad continua, compañero inseparable. Mientras el hombre se mantenga en su amor, no hay decepción posible.

martes, 28 de febrero de 2023

Jn 12,38

 así se cumplieron las palabras que dijo el profeta Isaías: <<Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio? y ¿a quién se le ha descubierto la fuerza del Señor?>>.

En lo que sucede, Jn ve el cumplimiento de un texto de Isaías (53,1), que el profeta aplicaba al Siervo de Dios. Describe así el rechazo del mensaje de Jesús, y, en consecuencia, la imposibilidad de interpretar sus señales liberadoras (su brazo / su fuerza). Era la fuerza de Dios mismo, pues las obras que realizaba eran las del Padre (5,36; 9,4; 10,25.38), que mostraba con ellas su amor al hombre.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Jn 9,38

 Él declaró: <<Te doy mi adhesión, Señor>>. Y se postró ante él.

El verbo <<postrarse>> es en griego el mismo que en 4,20s se ha traducido <<dar culto/adorar>>. Jesús había anunciado a la samaritana que el culto en Samaría y Jerusalén sería abolido por el culto al Padre con espíritu y lealtad. Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia del Padre (2,19-21; cf. 12,45; 14,9). El antes ciego, expulsado de la sinagoga como pecador, enemigo de Dios, ha quedado excluido de las instituciones religiosas (sinagoga, templo), que monopolizan el culto a Dios. A cambio, encuentra el nuevo santuario, Jesús, donde se rinde el culto anunciado a la samaritana. Éste no se localiza en un edificio, sino en el Hombre, porque consiste en la práctica del amor leal (4,23a Lect.), en trabajar con Jesús realizando las obras del que lo envió (9,4). La adhesión a Jesús ha desembocado en la adhesión al hombre (9,4 Lect.). Es un adorador de los que el Padre busca (4,23).

SÍNTESIS

En el episodio del ciego se expone el aspecto central de la liberación que Jesús lleva a cabo en el hombre y que funda su éxodo. Consiste en devolverle la conciencia de su propio valor y, en consecuencia, del valor de todo hombre. Esto no lo hace Jesús a través de una enseñanza doctrinal, sino a través de su acción, al manifestar al hombre el amor de Dios, expresado en su designio sobre él. Son las obras de Dios el vehículo de su amor; ellas hacen descubrir la propia dignidad y libertad, y muestran en Jesús la meta de la plenitud humana. En esto consiste el verdadero saber, la luz.

El encuentro con Jesús es un encuentro con Dios en el hombre o con el hombre que hace presente a Dios como actividad de amor. Esta experiencia desplaza el culto del templo al Hombre, que es ahora el lugar de la manifestación de Dios.

Pueden relacionarse con estos conceptos otros encontrados antes en el evangelio. Dios, el Padre, se manifiesta en el interior del hombre como un dinamismo de amor que lleva a una respuesta de amor (1,16: un amor que responde a su amor), es decir, se experimenta desde dentro como fuerza que impulsa hacia los demás.

A esta presencia dinámica Jn la llama Espíritu, y quien la acepta en sí nace de Dios, tiene una nueva vida. Al ser experimentada, revela al hombre su propia profundidad humana, que en él adquiere realidad y dimensión gracias a ese Dios que en él actúa, haciéndolo consciente de u propia dignidad y libertad; en otras palabras: de su condición de hijo. Es una vivencia directa de su entera realidad (carne y Espíritu), que lo coloca por encima de toda definición y sujeción esclavizadora.

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Los capítulos 5 y 9 describen dos acciones de Jesús con el hombre que presentan muchos rasgos comunes y, al mismo tiempo, una diferencia fundamental: el inválido (afectado también de ceguera, cf. 5,3), había pecado (5,14); el ciego de nacimiento, no (9,3). Son tipos de dos situaciones humanas: la de los que están privados de vida y actividad (5,3: tullidos, resecos) por haber dado su adhesión a una ideología opresora (5,3: ciegos) y la de los que viven bajo la opresión sin haber conocido nunca otra posibilidad de existencia (9,1: ciego de nacimiento).

En el caso del inválido y en el del ciego la iniciativa pertenece a Jesús, el hombre experimenta el efecto de su acción como un bien físico: salud y libertad de movimientos en el caso del inválido, visión e independencia en el caso del ciego. En ambos casos desaparece Jesús de la escena y el individuo curado no sabe quién es o dónde está; este recurso literario común subraya el desinterés, la gratuidad del beneficio; pone en primer plano el favor concedido, despojándolo de toda intención proselitista. Finalmente, por iniciativa de Jesús, se produce un encuentro con él y el reconocimiento de su persona.

Además de acentuar la gratuidad, la distancia temporal entre la experiencia del bien recibido y el reconocimiento de Jesús señala también, de forma paradigmática, el proceso psicológico del sujeto. En primer lugar ha tenido la experiencia de un bien humano (salud, visión) independientemente de toda profesión de fe; ha recibido ese bien gratuitamente, pues Jesús ha tomado la iniciativa y no ha puesto condiciones para obtenerlo; la conclusión primera a que llega es la bondad del don y el amor del dador. Sólo más tarde, como segundo paso, descubre en Jesús, realizador de ese bien, una presencia más que humana, reconociéndolo como el hombre en el que vive Dios y en quien se le rinde culto. Es en este momento cuando el ciego adquiere la visión completa. No descubre, sin embargo, algo nuevo; solamente es capaz de dar nombre al amor que ya había experimentado.

En ambos casos, por tanto, el contacto con Jesús no se hace a nivel de ideas o doctrina, sino a través de la experiencia de un bien recibido, que se percibe simplemente como un bien humano. Esa experiencia es innegable, se impone por sí misma, más allá de toda ideología. Así, pues, el primer contacto se verifica con Jesús-hombre (9,11) que actúa en favor del hombre. El segundo paso descubre, a través de la experiencia del bien recibido, la plenitud del amor de Dios, el dinamismo de Dios creador que llena a Jesús y que en él actúa; se le reconoce entonces como santuario de Dios (9,38).

La manifestación del amor de Dios en Jesús, o manifestación de la gloria, que funda la fe, se hace gratuitamente, sin exigir respuesta. El amor no se vende ni la fe se compra. La manifestación de amor a escala humana, al ser aceptada por el hombre, le descubrirá interiormente una nueva dimensión de su ser y del de los demás, que antes no sospechaba. Acabará descubriendo la calidad del amor, que de hecho procede de Dios mismo. Formulará o no esta conclusión: sólo el encuentro con Jesús la llevará a su plena claridad.

La diferencia que establece el hecho de haber pecado (inválido) o no (ciego) muestra que Jn desarrolla en estos episodios dos aspectos de la obra de Jesús. En el caso del inválido, el más común (85,3: una muchedumbre), expone cómo Jesús quita el pecado del mundo (1,29) dando al hombre la fuerza (el Espíritu, cf. 1,33) para salir de la opresión en que vive (5,14: el templo).

En el caso excepcional del ciego (9,1: un hombre ciego de nacimiento) no se trata de quitar el pecado, que no existe, sino de completar la creación: del hombre-carne, débil y víctima de toda opresión, hace Jesús el hombre-espíritu (3,6: de la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu). Éste, por la libertad que le da su nueva visión de Dios y del hombre, se emancipa del dominio de los dirigentes (9,30-33) y resulta incompatible con su sistema (9,34: y lo echaron fuera).

lunes, 8 de agosto de 2022

Jn 8,38

 <<Yo propongo lo que he visto personalmente junto al Padre, así también vosotros hacéis lo que habéis aprendido de vuestro padre>>.

Sin embargo, Jesús no habla en su propio nombre: su mensaje es el de Dios mismo. Ellos, por tanto, que se oponen a liberación que él realiza, no están de parte de Dios. Insinúa que ellos tienen otro padre que no es Abrahán, ni tampoco Dios.

domingo, 24 de abril de 2022

Jn 6,38

 <<porque no estoy aquí bajado del cielo para realizar un designio mío, sino el designio del que me mandó>>.

Como ya se ha explicado (3,13 Lect.), la expresión <<bajar del cielo>> no debe ser entendida en sentido espacial, significa que el origen de Jesús no es meramente humano, sino que hay que buscarlo en la esfera divina. Denota en concreto la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,32), que hace de él la presencia del Padre entre los hombres (cf. 1,14). De su identificación con el Padre nace su absoluta fidelidad a su designio (cf. 5,30). El objetivo de ambos es el mismo: comunicar vida al hombre.

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25  La comunidad presenta el testimonio del evangelista. Autor del Evangelio, el discípulo predilecto de Jesús. ...