domingo, 20 de agosto de 2023

Jn 20,19-23

 

Jn 20,23

 <<A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados>>.

Este dicho de Jesús, dirigido a la comunidad como tal, señala el resultado positivo y negativo de la misión, paralelo con el de la suya.

Ante todo, para comprender su contenido, hay que tener presente el concepto de pecado en Jn. <<El pecado>> (1,29; 8,21.34) consiste, como se ha visto (8,23 Lect.), en integrarse voluntariamente en el orden injusto. <<Los pecados>> son las injusticias concretas a que conduce la adhesión a éste y a sus principios.

El individuo que acepta un sistema injusto puede hacerlo voluntariamente o por no conocer otra posibilidad. Cada uno de estos casas está representado por uno de los inválidos/sometidos que han aparecido en el evangelio: el paralítico (5,3ss) y el ciego de nacimiento (9,1ss). El primero, que no había estado siempre inválido (5,5: treinta y ocho años enfermo), había sido capaz de decisión y pecado por su adhesión voluntaria a la institución opresora (5,13 Lect.); Jesús lo liberó dándole la fuerza que le permitiera salir de ella. El ciego, en cambio, no tenía pecado, por serlo de nacimiento y no haber tenido nunca posibilidad de opción; Jesús se la da mostrándole lo que significa ser hombre (9,6).

Por el contrario, existe el caso de los fariseos (9,40: cf. 10,19: <<los Judíos>>), quienes, ante la actividad de Jesús en favor del hombre, la condenan. Son los enemigos del hombre. A ellos les declara Jesús que su pecado permanece (9,41).

Aparecen así los modelos de actuación que Jesús transmite a su comunidad:

a) Con los oprimidos que nunca han conocido la dignidad humana (ciego de nacimiento), la comunidad ha de mostrarles el proyecto divino sobre el hombre, y que Jesús es capaz de realizarlo.

b) Con los oprimidos que han perdido la libertad por su adhesión voluntaria al sistema injusto (paralítico), la comunidad les ofrece la posibilidad de salir de él, rompiendo así con su conducta anterior (sus pecados).

c) Con los que se niegan a ponerse de parte del hombre y se obstinan en su conducta opresora (fariseos), la comunidad denuncia su modo de obrar perverso (cf. 7,7) (sus pecados).

Los discípulos continúan la obra de Jesús, pues él les confiere su misma opinión (20,21). Por el Espíritu que reciben de él, son sus testigos ante el mundo (15,26s). Su actividad, como la de Jesús, es la manifestación con la obra del amor gratuito y generoso del Padre (9,4). Ante este testimonio, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su adhesión a Jesús y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre, rechacen el amor y se vuelvan contra él, llegando incluso a perseguir y dar muerte a los discípulos en nombre de Dios (15,18-21; 16,1-4). No es misión de la comunidad, como no lo era de Jesús, juzgar a los hombres (3,17; 12,47). Su juicio, como el de Jesús, no hace más que constatar y confirmar el que el hombre da sobre sí mismo. Repetidas veces ha enunciado Jn este principio: Sí, os aseguro que quien escucha mi mensaje y así da fe al que me mandó, posee vida definitiva y no está sujeto a juicio: ya ha pasado de la muerte a la vida (5,24); el que le presta adhesión no está sujeto a sentencia; el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en calidad de Hijo único de Dios (3,18).

Misión de la comunidad es hacer brillar en el mundo la gloria-amor del Padre (17,22) y así hacer presente a Jesús. Ante él, que es la luz, los hombres han de pronunciarse positiva o negativamente. Dado el testimonio del grupo cristiano, toca al hombre dar el paso, rompiendo con la injusticia del mundo en que ha vivido (la tiniebla). El rechazo de la luz es la sentencia: Ahora bien, ésta es la sentencia, que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar (3,19-20).

Jesús crea su comunidad como la alternativa de salvación. Los discípulos conocen que un hombre ha roto con el pecado y desea pasar a la luz cuando se acerca, reconoce a Jesús y se propone vivir según su mensaje. A éste, al ser admitido en el grupo cristiano, rompiendo así efectivamente con el orden injusto, declara que su pasado ya no cuenta, que sus pecados ya no pesan sobre él. En cambio, ante los que rechazan el testimonio persistiendo en su injusticia, se les imputan sus pecados, que prueban con el hecho de no dar adhesión a Jesús ni a su mensaje (16,9). No se trata de una imputación pública o judicial, sino de la evidencia misma de su actividad perversa en contraste con la actividad en favor del hombre que ejerce el grupo cristiano. Esto es lo que mantiene objetivamente la imputación del pecado. La comunidad puede expresarla gracias al testimonio del Espíritu, que le confirma que <<el jefe del orden éste ha salido condenado>> (16,11).

Aparece aquí una mediación de la comunidad respecto a los que desean acercarse a Jesús. Como él, no echa fuera a ninguno que se acerca (6,37). La asimilación a Jesús que produce el Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que manifiestan su adhesión a él (17,20). Al interiorizar a Jesús en los discípulos, interpretándoles su persona y mensaje (14,26), el Espíritu hace que sea Jesús su criterio para discernir las actitudes y hechos que encuentran. No se trata de una <<potestad>>, sino de una capacidad que se mide por su sintonía con Jesús por el Espíritu.

La actitud que el hombre toma ante Jesús y que la comunidad discierne, queda refrendada por Dios (quedan libres, les quedan imputados; cf. 5,26-27 Lect.). Las dos fórmulas tienen correspondencias en varios pasajes del evangelio. En primer lugar, la libertad definitiva de los pecados la da el Espíritu, que es la purificación (19,34 Lect.) y consagra al hombre dándole la fidelidad en el amor (17,16-17a Lect..). La permanencia del don de Dios es comparable a la expresada por Juan Bautista a propósito de Jesús: He contemplado al Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo; y se quedó sobre él (1,32). La permanencia del Espíritu en el hombre es la que crea su estado de libertad. Se expresa en el evangelio de otras muchas maneras: tener vida definitiva (3,36) haber pasado de la muerte a la vida (5,24); estar donde está Jesús (14,3; 17,24); estar unido a la vid (15,4); permanecer en su amor (15,9). Es la condición que existe a partir del nuevo nacimiento (3,3.5).

La segunda fórmula: les quedarán imputados, está en relación con lo afirmado en otro pasaje: quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida: no, la reprobación de Dios queda sobre él (3,36 Lect.). Esta reprobación, bajo la cual permanece el hombre por negarse a salir de la tiniebla, es la que da el carácter definitivo a la imputación de sus pecados.

Resumiendo lo expuesto, puede decirse:

Jn no concibe el pecado como una mancha, sino como una actitud del individuo: pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en el sistema opresor. Cuando el individuo cambia de actitud y se pone en favor del hombre, cesa el pecado (15,3: Vosotros estáis ya limpios, por el mensaje que os he comunicado; cf. Lect.).

Según la declaración de Juan Bautista, Jesús, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo (1,29), bautizando con Espíritu Santo (1,33 Lect.); es decir, comunicando al hombre la capacidad de amar hasta el extremo.

Crea Jesús así un espacio humano donde, en lugar de la injusticia, reina el amor mutuo; es la comunidad alternativa que permite a los hombres salir del sistema que los lleva a cometer la injusticia.

La comunidad prolonga el ofrecimiento de vida que hace el Padre a la humanidad en Jesús. Ante él, el hombre ha de hacer su opción. La opción positiva lo separa ya del sistema injusto, pero sólo la admisión en al alternativa del amor da realidad a la ruptura con su pasado (dejar libres de sus pecados). El Padre, a través de Jesús, confirma la decisión del hombre y de la comunidad comunicando el Espíritu.

La opción negativa pone en evidencia el pecado del hombre, su adhesión a la injusticia. La existencia de la comunidad es la imputación objetiva de su modo de obrar. La persistencia en la injusticia hace que el hombre permanezca bajo la reprobación de Dios.

Aspecto eucarístico de la perícopa

El relato de la aparición de Jesús a los discípulos tiene muchos puntos de contacto con la celebración de la eucaristía. En primer lugar, aparece la comunidad como algo distinto del mundo y Jesús en su centro; su presencia viviente lleva en ella, sin embargo, el recuerdo de su muerte; su costado, abierto en la cruz, es la expresión permanente de su amor. La experiencia comunitaria del amor de Jesús, expresado en su muerte, y de su victoria sobre ella, es precisamente la de la eucaristía. Ésta es también la fuente del Espíritu para la comunidad por su asimilación a la carne y sangre de Jesús e, inseparablemente, el compromiso para la misión, continuando la actividad de su amor entre los hombres.

Se presenta así también la eucaristía como éxodo, no por el alejamiento del mundo, donde se desarrolla la misión, sino por la identificación con Jesús, que hace que no se pertenezca al mundo. La comunidad que la celebra se encuentra así en la tierra prometida (6,21 Lect.). Ésta es al mismo tiempo punto de llegada y camino incesante hacia el Padre, secundando la obra del Espíritu que recibe con la entrega cada vez mayor al bien del hombre. Así esta tierra prometida se transformará en la definitiva, cuando suba con Jesús al Padre.

Otro dato eucarístico es la hora en que se sitúa la escena, ya anochecido, y el día primero de la semana, que las primeras comunidades adoptaron para celebrar la reunión cristiana.

SÍNTESIS

La comunidad cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente, crucificado y resucitado. Él está en su centro otorgándole confianza y seguridad al mostrarle los signos de su victoria sobre la muerte. Su presencia es activa; de él, que se ha entregado por los hombres, brota la fuerza de vida que anima a la comunidad en su misión. Ésta, como la de Jesús, es la actividad liberadora del hombre, hasta la entrega total.

La comunidad, alternativa que Jesús ofrece, da testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. La aceptación o rechazo de este amor es para ella criterio de discernimiento y hace resonar dentro del hombre mismo su propia liberación o su propia sentencia.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Jn 20,22

 Y dicho esto sopló y les dijo: <<Recibid Espíritu Santo>>.

La acción de Jesús está en conexión con sus palabras anteriores (dicho esto); al dar el Espíritu capacita para la misión y la confiere.

El verbo usado por Jn: sopló, exhaló su aliento, es el mismo que se encuentra en Gn 2,7 para indicar la animación del hombre al infundirle Dios un aliento de vida; con aquel soplo se convirtió el hombre en ser viviente.

Jesús infunde ahora a sus discípulos su aliento de vida, que es el Espíritu. Es aquel que había entregado en la cruz una vez terminada la creación del hombre (19,30: dijo <<Queda terminado>>. Y ... entregó el Espíritu). El proyecto creador contenía vida (1,4); el Espíritu es el principio vital que realiza este proyecto; la creación del hombre no está terminada hasta que Jesús no se lo infunde, como lo muestra la frase de Jn (sopló). La calidad de vida propia del hombre según el designio de Dios es la vida definitiva que supera la muerte física (8,51) y que se identifica con la resurrección que Jesús había de conceder el último día a los que le dieran su adhesión (6,39.40); <<el último día>>, inaugurado en la cruz (19,30a Lect.), es el tiempo mesiánico que se prolonga a partir de <<este primer día>>.

El Espíritu que Jesús comunica crea en los suyos la nueva condición humana, la de ser <<espíritu>> (3,6: del Espíritu nace espíritu; 7,39: aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado). Esta condición la crea el <<amor y lealtad>> que el hombre recibe de Jesús Mesías (1,17: el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías). Aquí culmina la obra creadora; esto significa <<nacer de Dios>> (1,13), estar capacitado para <<hacerse hijo de Dios>> (1,12).

Así supera el hombre su condición de <<carne>> (3,6), es decir, la de lo débil y transitorio, pues esa <<carne>> queda asumida y transformada por el Espíritu, la fuerza divina que capacita al hombre para darse generosamente a los demás, como Jesús (13,34: igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros).

El Espíritu bajó sobre Jesús desde el cielo, es decir, fue la comunicación directa del Padre que lo constituyó <<el Proyecto hecho Hombre>> (1,14), <<el Hijo de Dios>> (1,34). Los discípulos reciben el Espíritu de Jesús, según lo anunció Juan Bautista: ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo (1,33). En la escena del Calvario, el testigo, para figurar el Espíritu, usó la imagen del agua que fluía del costado de Jesús (19,34); por ella el hombre nace <<de arriba>>, del Hombre levantado en alto (3,3.7); aquí describe la misma realidad de otro modo: el Espíritu que les infunde Jesús produce en ellos una vida nueva. Del Espíritu que bajaba del cielo nació el Hombre-Dios, el único engendrado; ahora nace la nueva comunidad humana, la de los hijos de Dios, primicia de su reino (3,5).

Vuelven a unirse los dos temas entrelazados a lo largo del evangelio: el de la creación y el de la nueva Pascua-alianza. Terminar la creación del hombre, dándole el Espíritu, y con él la capacidad de amar hasta el extremo, es lo que lo libera del pecado del mundo, sacándolo de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es la verdad que lo hace libre (8,31-32 Lect.), sacándolo de la esclavitud.

El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del <<mundo>> injusto (17,15), sino saliendo de él hacia Jesús; los discípulos dejan de pertenecer <<al mundo>>, es decir, rompen con el sistema de injusticia entrando en el espacio de Jesús. La comunidad alrededor de él, unida a él por la sintonía de su Espíritu, es la nueva tierra prometida, situada en medio del Egipto opresor. No vive, sin embargo, en situación estática, recorre su camino hacia el Padre (14,4-6), secundando en la misión el dinamismo del Espíritu-amor. Jesús, en medio de los suyos (cf. Nm 11,20: El Señor que camina en medio de vosotros; 14,14: tú, Señor, estás en medio de este pueblo), los acompaña como la presencia de la gloria de Dios en el santuario de su cuerpo (1,14; 2,21). La gloria-amor de Dios es el Espíritu que ahora les comunica (17,22), los ríos de agua viva que habían de brotar de Jesús, nuevo templo (7,37-39).

Viendo las señales de su cuerpo, pueden dar fe los discípulos al texto de la Escritura: La pasión por tu casa me consumirá (2,17); al recibir la efusión del Espíritu, reconocen en Jesús el nuevo santuario de Dios (2,19.21s).

El Espíritu es, al mismo tiempo, el vino del amor que inaugura la nueva alianza; él da a los discípulos la experiencia de Dios como Padre, llevándolos al conocimiento que es la vida definitiva (17,2-3). Por asimilar a Jesús, es la Ley de la nueva alianza (7,37b-38 Lect.).

Toda esta temática se encuentra en el contexto de la misión. Para ella había pedido Jesús al Padre que consagrase a los discípulos con la verdad, que es su mensaje (17,17s). Es el Espíritu Santo (= el que consagra, 14,25-26 Lect.) el Espíritu de la verdad, el mensaje del amor, la unción con que el Padre los consagra. Por ser la misma misión de Jesús, necesitan el Espíritu que los identifique con él. La de Jesús nacía de su consagración con el Espíritu (10,36; cf. 1,32s), así la de los discípulos: movidos por su dinamismo se entregarán como Jesús a la obra de Dios en favor del hombre (9,4).

El Espíritu es la savia de la vid, que los identifica con Jesús, les enseña recordándoles su mensaje (14,26) y los mantiene en su amor (15,4.9). Se constituye así la comunidad mesiánica (15,1 Lect.), por el amor recibido de su plenitud y que responde al suyo (1,16). La vida que les comunica debe producir fruto (15,5.8.16). En el contexto de la misión, el Espíritu es el valedor que Jesús envía a los suyos (16,7). Él les dará seguridad frente al mundo, haciéndoles conocer que Jesús está con el Padre y que <<el jefe del mundo este>> ha recibido su sentencia (16,10s).

Jn 20,21

 Les dijo de nuevo: <<Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os mando yo también a vosotros>>.

Para introducir la misión, repite Jesús su saludo. Con el primero pretendía liberar del miedo a los discípulos, asegurándoles su victoria. Ahora, esa seguridad y valentía deberá acompañarlos en la misión que comienza. La suya es paz presente y para el futuro, en medio de las dificultades de la labor en el mundo.

La misión es tan esencial a los discípulos que la elección de Jesús estaba en función de ella: Os elegí yo a vosotros y os destiné a que os marchéis, produzcáis fruto y vuestro fruto dure (15,16). La misión igual a la de Jesús había sido anunciada en 17,18: Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo. Será la misión de los que, estando en medio del mundo, no les pertenecen (17,16). La suya ha consistido en dar testimonio en favor de la verdad (18,37), manifestando con sus obras (5,36; 10,25.38) la persona del Padre (10,30; 17,6) y su amor a los hombres (17,1.4: la gloria). Toca a los discípulos realizar las obras del que lo envió (9,4), producir fruto unidos a él (15,5).

La misión ha de ser cumplida como él la cumplió: demostrando el amor hasta el final que simbolizan las manos y el costado. Ellos van a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18) y que pensará rendir homenaje a su Dios cuando les dé muerte (16,2). Ahora pueden ir a la misión sin temor alguno (12,25), dispuestos a morir para dar mucho fruto (12,24).

Jn 20,20b

 <<Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor>>.

El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado: Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría (16,20); cuando aparezca entre vosotros os alegraréis y vuestra alegría no os la quitará nadie (16,22). Ha comenzado la fiesta de la nueva Pascua con la alegría del nacimiento del Hombre (16,21), que da principio a la creación definitiva. Las manos y el costado recuerdan al mismo tiempo el dolor del parto y su fruto: el Hombre-Dios.

Jn 20,20a

 <<Y dicho esto les mostró las manos y el costado>>.

Jesús muestra a los discípulos los signos de su amor y su victoria. Equivale este gesto a las palabras que les dirigió cuando lo abandonaron: Soy yo, no tengáis miedo (6,20). Jesús se les da a conocer como el que les demuestra su amor hasta la muerte; tal era su identidad en aquella ocasión y sigue siéndola (13,1: él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el extremo). Por ellos ha entregado su vida y la ha recobrado (10,18).

El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Les asegura así que las palabras de paz que les ha dirigido son verdaderas. Si tenían miedo a la muerte que podían infligirles <<los Judíos>>, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él les comunica. La mención del costado prepara el don del Espíritu (20,22), simbolizado por el agua que salió de él (19,34).

Al mostrarles las señales de su muerte, se les manifiesta Jesús como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, que ha sido inmolado y cuya sangre, en esta noche de su éxodo, los librará definitivamente de la muerte (Éx 12,12: <<Esa noche atravesaré todo el territorio egipcio ... La sangre será vuestra contraseña en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora>>).

Es el Cordero preparado para ser comido esta noche (Éx 12,8: <<Esa noche comeréis la carne>>); la carne y la sangre de Jesús han quedado preparadas en la cruz, para que los suyos puedan asimilarse a él.

La permanencia de las señales en las manos y el costado indica la permanencia de su amor; se perpetúa la escena de la cruz; Jesús será para siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua.

Lo que el discípulo describió en el Calvario como un signo a la vista del mundo entero, el Hombre levantado en alto del que fluía la vida, se propone aquí ahora como experiencia de Jesús en el ámbito de la comunidad.

Es curioso que el evangelista menciona las manos, de las que nada había dicho en las escenas de la crucifixión. En el decurso del evangelio se ha afirmado que el Padre lo ha puesto todo en las manos de Jesús (3,35; 13,3) y que nadie podría arrebatar a las ovejas de su mano, como tampoco de la del padre (10,28s). Éstas son las manos que dan seguridad a los discípulos, las que representan la potencia de Jesús que los defiende; las manos libres, signo de su victoria y de su actividad; las que tienen plena disposición de todo, porque todo lo ha puesto el Padre en ellas. El costado, que había sido traspasado por la lanza, es la muestra de su amor sin límite; son sus manos las que han de llevar a cabo la obra de ese amor.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Jn 20,19b

 llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: <<Paz con vosotros>>.

En esta situación se presenta Jesús, como lo había prometido: No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros (14,18); Dentro de poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis (14,19; cf. 16,18ss). Es el Señor que viene a liberar a los suyos (cf. Dt 7,21: <<No les tengas miedo, que está en medio de ti el Señor, tu Dios>>).

Jesús aparece en el centro de su comunidad, porque él es para ella la fuente de la vida, el punto de referencia, el factor de unidad, la vid en la que se insertan los sarmientos (15,5), el lugar donde brilla la gloria que ellos contemplan (1,14; 17,24), el santuario de Dios que los acompaña en su camino (2,19). La comunidad cristiana está centrada en Jesús y solamente en él.

La construcción de la frase muestra el modo como Jesús se hace presente. No recorre el espacio desde la puerta, su presencia se efectúa directamente en el centro del grupo.

Los saluda deseándoles la paz, como había hecho en su despedida: <<Paz>> es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo ... me marcho para volver con vosotros (14,27s). También quiso Jesús que el anuncio de su victoria sobre el mundo infundiese paz a los suyos: Os voy a decir esto para que, unidos a mí, tengáis paz: en medio del mundo tenéis apuros, pero, ánimo, que yo he vencido al mundo (16,33). A ellos, que por el miedo han perdido la paz, se la confirma: es el saludo del que ha vencido al mundo y a la muerte.

Este saludo de Jesús significa para los discípulos el encuentro con él, correspondiente al que ha tenido con María en el huerto. Allí, su voz (20,16: María) provocó el reconocimiento, calmando la angustia de María; ahora, su saludo de paz recuerda a los discípulos su presencia en medio de ellos (14,27s) y su victoria (16,33), eliminando el miedo y la incertidumbre.

En la perícopa anterior, el encuentro se verifica al término de una búsqueda, más en consonancia con el tema nupcial; aquí se debe a la iniciativa de Jesús, el Señor que viene a estar con los suyos. Al huerto-jardín, lugar del amor, corresponde aquí el local cerrado, lugar que delimita el espacio de la comunidad en medio del mundo hostil (cf. 20,26).

Jn 20,19a

 <<Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos>>.

Es el mismo día en que comienza la nueva creación y, con ella, la nueva alianza; esta misma realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua, con alusión al éxodo del Mesías. Corresponden así las dos manifestaciones de Jesús, a María Magdalena y a los discípulos, a los dos aspectos de la cruz: la creación terminada y alianza hecha (19,28-30) y la preparación de la Pascua (19,31-42). El enlace de las dos manifestaciones por el encargo de Jesús a Magdalena (20,18) muestra la unión entre uno y otro aspecto: la Pascua de la nueva alianza, que libera a la humanidad de la esclavitud, el pecado del mundo, se realiza completando con el Espíritu la creación del hombre y llevándolo así a su plena estatura humana (20,22).

El artículo que determina a <<los discípulos>> (20,19.20) es marca de totalidad: como antes María Magdalena representaba a la comunidad, ahora <<los discípulos>> incluyen a todos los que dan su adhesión a Jesús. Nótese la ausencia en esta perícopa de todo nombre propio y de toda limitación.

La situación en que se encuentran los discípulos: con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes judíos, muestra su desamparo en medio de un ambiente hostil. El miedo denota su inseguridad. No tienen experiencia de Jesús vivo; están aún en la situación descrita por él en 16,16: Dentro de poco dejaréis de verme, pero aún no se ha verificado la promesa: pero un poco más tarde me veréis aparecer.

Las puertas cerradas aluden de nuevo (20,10 Lect.) al texto de Is 26,20s: <<Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera. Porque el Señor va a salir de su morada>>.

Como el antiguo Israel, los discípulos, que habían comenzado su éxodo siguiendo a Jesús, se encuentran atemorizados ante el poder enemigo (cf. Éx 14,10).  Pero están en la noche (Ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42: Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto; cf. Dt 16,1 LXX: te sacó de Egipto de noche el Señor tu Dios).

La determinación temporal <<al anochecer>> se encontraba en 6,16, cuando los discípulos se marcharon abandonando a Jesús, que había rechazado la realeza que ellos pretendían conferirle. Aquel episodio anticipaba el desánimo producido en ellos por la muerte de Jesús, que ha manifestado en la cruz su verdadera realeza, rechazando toda pretensión de poder. Como en aquella ocasión (619-20 Lect.), se presentará Jesús para recuperar a los suyos y evitar que se pierdan (17,12; 18,9).

La expresión por miedo a los dirigentes se ha encontrado en dos pasajes anteriores: en 7,13, donde el temor impedía a la multitud hablar abiertamente sobre Jesús, y en 19,38, donde el miedo hacía de José de Arimatea un discípulo clandestino. Ésta es la situación en que se encuentra la comunidad: atemorizada, oculta, sin valor para pronunciarse públicamente en favor del injustamente condenado.

El mensaje de María Magdalena no los ha liberado aún del miedo. No basta saber que Jesús ha resucitado; sólo su presencia misma puede dar la seguridad y la alegría en medio de la hostilidad del mundo.

martes, 8 de agosto de 2023

Jn 20,11a-18

 

Jn 20,18

 María fue anunciando a los discípulos: <<He visto al Señor en persona>>, y que le había dicho aquello.

Por boca de su representante, la comunidad recibe noticias de la resurrección de Jesús, María, que lo ha visto, se convierte en mensajera (cf. 20,12). Su anuncio parte de la experiencia personal de Jesús y del mensaje que él comunica. No es anuncio que nace de la lectura de un hecho (20,8), sino mensaje recibido de Jesús vivo y presente.

Con este mensaje comienza la nueva comunidad de hermanos, cuyo centro es Jesús, que manifiesta su gloria (17,24), expresada en la cruz con el derroche de su amor; esta comunidad contempla la Escritura nueva y definitiva, la persona de Jesús que da la vida por los suyos (19,20-22). El desposorio celebrado anuncia la fiesta de bodas; la nueva creación tiene ya a su estado definitivo.

SÍNTESIS

Aparece claramente en esta perícopa la concepción que Jn tiene de la obra de Jesús: consiste en la creación de una humanidad y un mundo nuevos. Simboliza esta idea con el encuentro en el huerto de la nueva pareja primordial que le da origen. Jesús está vivo y presente entre los suyos, que son las primicias de la nueva creación

La creación que comienza ha de ser continuada, está destinada a toda la humanidad. Por eso la presencia de Jesús en la comunidad no absorbe sus energías, sino que la proyecta hacia fuera, enviándola a un anuncio que se prolongará en la misión.

Existe una realidad nueva, ya presente, pero en tensión hacia el futuro. No hay sólo esperanza, sino posesión de una vida que se desarrolla en la actividad del amor. Existe ya el reino de Dios, pero ha de crecer hasta su estadio final, en que culminará la realidad que se ha vivido y preparado. Están realizados los desposorios, pero la unión definitiva queda en el futuro, cuando los discípulos hayan recorrido el camino de Jesús.

Jn 20,17b

 <<En cambio, ve a decirles a mis hermanos: ´Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios´>>.

Jesús interrumpe el deseo de unión definitiva para enviar a María con un mensaje para los discípulos, a los que, por primera vez, llama sus hermanos. Como lo significó con el lavado de los pies (13,5), él constituye una comunidad de iguales. El amor entre él y los suyos es un amor fraterno siendo el Señor y el Maestro, no se pone por encima de ellos: sus amigos (15,15) son también sus hermanos.

Antes de la subida definitiva junto con la humanidad nueva, que coronará la obra realizada, hay otra subida de Jesús al Padre, que dará comienzo a la nueva historia. Jesús no los deja desamparados, volverá con ellos (14,18) para darles vida; así podrán contemplarlo vivo y experimentar la identificación de Jesús con el Padre y la de ellos con Jesús (14,18-20). Ésta es la subida que Jesús anuncia a los discípulos por medio de María.

La mención del Padre de Jesús como Padre de los discípulos alude a la promesa que les había hecho en la Cena: En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. La prueba es que voy a prepararos sitio. Además, cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo, también vosotros estaréis (14,2-3). Como les había anunciado, Jesús sube ahora al Padre para prepararles sitio, es decir, para obtener para ellos la condición de hijos. Por eso, esta subida está también en relación con el don del Espíritu: yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté con vosotros siempre, el Espíritu de la verdad (14,16s). En la perícopa siguiente se describirá precisamente la vuelta de Jesús a su comunidad, donde le comunicará el Espíritu, reuniéndolos así consigo y haciéndolos estar donde está él. Comienza el período que irá realizando y preparando el estadio final.

El Padre de Jesús lo es ahora también de los discípulos, por eso los llama hermanos; van a vivir en el mismo hogar (14,2), es decir, el Padre, como Jesús, va a vivir con cada uno de ellos (14,23). Por haber un mismo Espíritu, común a Jesús y a los suyos (7,37-39; 20,22; cf. 1,16), hay un mismo Padre.

Por la experiencia del Espíritu, los discípulos conocerán a Dios como Padre (17,3 Lect.). Esa es su primera experiencia verdadera de Dios. No es que llamen Padre al que conocen como Dios, sino al contrario: llaman Dios al que experimentan como Padre. No reconocen a otro Dios más que al que ha manifestado en la cruz de Jesús su amor gratuito y generoso por el hombre, comunicándole su propia vida. Ese es el Dios de quien Jesús, único Dios engendrado, ha sido la explicación (1,18) al manifestar su gloria en la cruz (17,1). No hay más Dios verdadero que el dador de vida (17,3).

Jn 20,17a

 Le dijo Jesús: <<Suéltame, que aún no he subido con el Padre para quedarme>>.

Hay un gesto implícito de María respecto a Jesús, que corresponde a Cant 3,4: <<Encontré al amor de mi alma; lo agarré y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas>>. La alegría del encuentro hace olvidar a María que su respuesta a Jesús ha de ser el amor a los demás.

A este gesto responde Jesús al decir a María: Suéltame, y añade la razón: que aún no he subido con el padre para quedarme. <<Con el Padre>> se opone a <<la casa de la madre>> del texto del Cantar, mostrando la importancia del esposo: es él quien da la identidad a los suyos. Él ha de llevarse a la esposa a su propio hogar, que es el del Padre, pero aún no ha llegado el momento.

La fiesta nupcial será el estadio último, cuando la esposa, después de recorrer su camino, el del amor total, llegue a su mismo tálamo, el que está preparado (20,6) en el jardín (19,41) donde no se conoce la muerte (20,7).

Jn está llamando a la realidad a las comunidades cristianas. Aün no se encuentran en el estadio final, sino en el de la misión (20,21), cuyo éxito está asegurado por el Espíritu que reciben. El evangelista invita a la actividad. Hay que continuar la misión de Jesús realizando las obras del que lo envió (9,4), mostrando hasta el final el amor de Dios por el hombre (17,22s).

La vida de la comunidad queda situada en la perspectiva del paso al Padre. Para llegar a la tierra de la vida hay que pasar por la muerte.

Este <<pasar por la muerte>> es, sin embargo, una expresión de sentido complejo. Así como la calidad de la vida presente es ya definitiva y supera la muerte, del mismo modo este <<más allá>> del sepulcro es también una realidad presente. La muerte del discípulo no es un acto único, sino la actitud de donación total que orienta su vida (12,24 Lect.). Así también, el jardín de la vida se va encontrando incesantemente en el don de sí a los demás. Es lo que Jesús había descrito afirmando: está en mi mano entregarle y está en mi mano recobrarla (10,17-18a Lect.). Dar la vida física o aceptar la muerte por amor al hombre será el acto final y definitivo de entrega; a él corresponderá el estadio final de la realidad que ya vive, la plenitud de la creación de Dios.

Esta tensión entre el <<ya>> y el <<todavía no>> dinamiza la vida cristiana. Así, María Magdalena encuentra a Jesús en el huerto-jardín y, sin embargo, él la manda a cumplir una misión. Ella posee a Jesús y, al mismo tiempo, aún no lo posee.

La subida definitiva con el Padre significará el fin de la actividad de Jesús en su comunidad, que está aún en el mundo (17,11) y, junto con ella, en la m isión (21,4ss). Todavía va a estar Jesús presente con los suyos y seguirá <<llegando>> a su comunidad (20,19.26; 21,13). Cuando deje de llegar (21,11: mientras sigo viniendo) será el momento de esta subida. En ella, por tanto, quedará incorporada toda la nueva humanidad, realizada a lo largo de la historia y representada aquí en su primicia por María Magdalena, la esposa de la nueva alianza. Será entonces cuando obtenga la unión definitiva.

Esta subida describe figuradamente el triunfo del Mesías, la entrada del reino de Dios en su estadio final, la creación plenamente realizada (3,13 Lect.). Es el final del itinerario del Mesías con su pueblo. De ahí que en esta frase no llame a Dios <<su Padre>>, sino <<el Padre>> de todos los que quieren hacerse hijos siguiéndolo a él.

Desde su condición de crucificado, es decir, desde su amor hasta el extremo (13,1), Jesús tirará de todos hacia sí (12,32), para hacerlos llegar a su nivel de Hombre (cf. 12,23.34) y constituir así la humanidad acabada que subirá con el Padre definitivamente.

Hay que tener en cuenta el sentido figurado de <<subir>>, en relación con el origen de Jesús (3,13: el que ha bajado del cielo) y su pertenencia (8,23: yo pertenezco a lo de arriba). Estas expresiones no tienen sentido local (3,13 Lect.), indican solamente la diferencia cualitativa entre la esfera de Dios, la del Espíritu, que existe dentro de la historia, pero que ha de llegar aún a su realización total, y la del mundo sometido al mal y a la injusticia (8,23: lo de aquí abajo).

lunes, 7 de agosto de 2023

Jn 20,16

 Le dice Jesús: <<María>>. Volviéndose ella, le dijo en su lengua: <<Rabbuni>> (que equivale a <<Maestro>>).

Jesús la llama por su nombre (10,3) y ella lo reconoce por la voz, aunque no lo había reconocido por la vista. Este tema aparece también en el Cantar: <<Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo a mi amado (lit. <<voz de mi amado>>) que me llama: ´¡Ábreme, amada mía!´(5,2; cf. 2,8 hebr., LXX).

Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María se vuelve del todo, no mira más al sepulcro, que es el pasado; se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza. Ahora responde a Jesús.

Juan Bautista había oído la voz del esposo y se había llenado de alegría, viendo el cumplimiento de la salvación anunciada. Ahora, al esposo responde la esposa; se forma la comunidad mesiánica. Ha llegado la restauración anunciada por Jeremías: <<Se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia>> (Jr 33,11). Se consuma la nueva alianza por medio del Mesías.

La voz de Jesús, que María reconoce, llama al seguimiento (10,4: camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz); toca ahora a los discípulos recorrer su mismo camino hacia el Padre (14,6).

La respuesta de María: Rabbuni, Señor mío, tratamiento que se usaba para los maestros, pone este momento en relación con la escena donde Marta dice a su hermana: El Maestro está ahí y te llama (11,28). Por otra parte, aunque los términos <<Rabbí>> y <<Rabbuni>> sean prácticamente sinónimos (Señor mío), el segundo se encuentra solamente en esta escena, después de la resurrección. reconocer a Jesús como <<Rabbi>>, usado para dirigirse a los maestros judíos (3,2), fue el punto de partida de los discípulos, antes de conocer a Jesús (1,38). <<Rabbuni>> es el punto de llegada, después que su enseñanza ha culminado dando su vida en la cruz: Jesús es maestro de un modo nuevo, distinto de los del pasado. Al mismo tiempo, <<Rabbuni>> podía ser usado por la mujer dirigiéndose al marido. Se combinan así los dos aspectos de la escena: el lenguaje nupcial expresa la relación de amor que une la comunidad a Jesús; pero este amor se concibe en términos de discipulado, es decir, de seguimiento: se corresponde a su amor practicando un amor como el suyo (1,16; 13,34: igual que yo os he amado).

Jn 20,15

 Jesús le preguntó: <<Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?>>. Ella, pensando que era el hortelano, le dice: <<Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré>>.

La pregunta de Jesús repite en primer lugar la de los ángeles. Como los mensajeros, insinúa a María que no hay motivo para llorar.

Añade Jesús: ¿A quién buscas? La pregunta es paralela a la que hizo Jesús en el huerto a los que iban a prenderlo (18,4.7) y espera la misma respuesta que dieron entonces: A Jesús el Nazareno, el Mesías descendiente de David, para responder: Yo soy. Pero María no pronuncia el nombre de Jesús ni habla siquiera de <<su Señor>>.

Al no reconocer a Jesús, su presencia en el huerto le hace pensar que sea el hortelano. Con esta palabra reintroduce Jn el tema del huerto-jardín, volviendo al lenguaje del Cantar (19,41a Lect.). Se prepara el encuentro de la esposa con el esposo. María no lo reconoce aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad. Jesús, como los ángeles, la ha llamado <<Mujer>> (esposa). Ella, expresando sin saberlo la realidad de Jesús, lo llama <<Señor>> (esposo, marido).

María, sin embargo, sigue obsesionada con su idea: si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto. Sigue sin comprender la causa de la ausencia de Jesús; piensa que se debe a la acción de otros. En la frase de María aflora la ironía del evangelista: de hecho, Jesús se ha arrebatado él mismo del sepulcro. Ella no sabe que, dando su vida libremente, tenía en su mano recobrarla (10,18). Piensa también que su presencia está vinculada a un lugar preciso (dónde lo has puesto; cf. 20,2.13), donde ella podría encontrarlo. Quiere asegurarse la cercanía de Jesús, aunque sea muerto: y yo me lo llevaré. No sabe que, resucitado, ya no se circunscribe a un lugar y que está siempre cercano, presente entre los suyos.

Jn 20,14

 <<Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús>>.

María acaba de expresar su desesperanza y su angustia ante el sepulcro vacío. Piensa ser aquél el lugar propio de Jesús. Sin embargo, mientras siga mirando hacia allá no podrá encontrarlo nunca, pues Jesús está vivo y ha dejado el sepulcro. Es inútil buscarlo entre los muertos ni querer encontrar su cadáver.

En cuanto se vuelve hacia atrás, ve a Jesús, que está de pie, como corresponde a una persona viva; de pie se opone a puesto, tendido (20,12), la postura del muerto. María, sin embargo, no lo reconoce; para ella, lo único cierto es el hecho de la muerte y no concibe que pueda cambiarse. Igual que Marta no veía en su hermano más que un cadáver (11,39-40), así ahora María con Jesús. No cree en la fuerza de la vida ni en la inmortalidad del amor.

Habría reconocido a un Jesús yacente, pero no lo reconoce vivo. Esta ceguera de María será reflejada más tarde en la de Tomás (20,25). Estos dos personajes muestran a la comunidad anclada en la concepción de la muerte como hecho definitivo. Se ve ahora claramente por qué Jn puso como culminación del día del Mesías el episodio de Lázaro. La creencia en la continuidad de la vida a través de la muerte es la piedra de toque de la fe en Jesús.

Jn 20,13

 Le preguntaron ellos: <<Mujer, ¿por qué lloras?>>. Les dijo: <<Se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto>>.

Al contrario del texto del Cantar citado antes, no es María la que pregunta a los guardianes, sino ellos a María. Siendo mensajeros, si ella les preguntara, le darían la información que poseen. Pero son ellos los que la interpelan, preguntándole el motivo de su llanto; su misma presencia gloriosa demuestra que el llanto es infundado; ellos saben lo que ha ocurrido; pero María, obsesionada con su desesperanza, repite la frase que expresa su desorientación y su pena. Bajo esta descripción poética, subraya fuertemente Jn la dificultad que experimentó el grupo de discípulos en tomar conciencia de la resurrección de Jesús.

El vestido y la pregunta de los ángeles muestran que no hay razón para el luto. Parece ser ésta la última oposición entre Jesús y Moisés. En efecto, entre las leyendas judías acera de Moisés se hablaba del dolor de Josué y de Dios mismo por su muerte, así como del duelo de los ángeles.

Los mensajeros de Dios, en cambio, están aquí vestidos de blanco, color de la alegría y de la gloria. Su pregunta indica a María que no hay razón para el luto ni las lágrimas. El mediador de la antigua alianza murió para reunirse con sus padres (Dt 32,16). Jesús, que funda la nueva alianza (1,17), tiene la vida y es fuente de vida para los suyos.

Se dirigen a ella con el apelativo Mujer, que Jesús había usado con su madre en Caná (2,4) y en la cruz (19,26), y con la samaritana (4,21), la esposa fiel y la esposa infiel de la antigua alianza. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca al esposo desolada, pensando que lo ha perdido, María, de hecho, llama a Jesús mi Señor (cf. 20,2: al Señor), como mujer al marido, según el uso de entonces.

La respuesta de María delata su estado de ánimo; se encuentra en la misma situación que cuando llegó por primera vez al sepulcro (20,2). Siendo en esta escena el único representante de la comunidad, habla en singular: no sé (cf. 20,2: no sabemos). Sigue pensando que con la muerte de Jesús todo ha terminado.

Jn 20,11b-12

 <<Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados uno a la cabecera y otro a los pies, en el sitio donde había estado puesto el cuerpo de Jesús>>.

María no interrumpe su llanto, pero se asoma al sepulcro; en los extremos del lecho ve dos ángeles o mensajeros de Dios. La escena, que continúa la comenzada en 20,1 sigue inspirándose en el Cantar; aparece María en su búsqueda del esposo. En el Cantar se describe así la escena: <<Me levanté y recorrí la ciudad ... buscando el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ¿Visteis al amor de mi alma?>> (Cant 3,2s).

Los guardianes del lecho son los testigos de la resurrección; pero, además, son mensajeros dispuestos a anunciarla. Están vestidos de blanco, el color de la gloria divina. Su misma presencia es ya un anuncio de vida y de resurrección.

Su carácter de testigos queda subrayado por la precisión del evangelista: uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el cuerpo de Jesús. Colocados a un lado y a otro, muestran conocer lo que allí ha sucedido. Están sentados; el sepulcro vacío es el término de su misión; dan testimonio de que Jesús no está en él.

Jn 20,11a

 <<María se había quedado junto al sepulcro, fuera, llorando>>.

Jesús había anunciado la tristeza de sus discípulos por su muerte, pero asegurándoles la brevedad de la prueba, la certeza de su vuelta y la alegría que los inundaría entonces (16,16-23a). María, en cambio, llora aún sin esperanza, como había llorado la hermana de Lázaro y los judíos por la muerte de éste (11,33 Lect.). María ha olvidado las palabras de Jesús, no queda confortada en su dolor por la certeza de la vida. No entiende que ha llegado ya la hora del gozo, porque ha nacido el hombre (16,21). No se separa del sepulcro y allí no puede encontrar a Jesús.

sábado, 5 de agosto de 2023

Jn 20,1-10

 

Jn 20,10

 <<Los discípulos se fueron de nuevo a su casa>>.

No señala Jn comunicación alguna de palabra entre los dos discípulos, ni antes ni después de la experiencia de las señales. No cambian entre sí comentario alguno sobre lo que han visto. Este hecho confiere a la escena un carácter de paradigma, como si el autor estuviera describiendo las actitudes que el hecho de la resurrección encuentra en el interior de la comunidad.

Esta impresión se acentúa al considerar que los discípulos no continúan la búsqueda de Jesús, sino que vuelven a su casa, mientras, por otra parte, María Magdalena reaparecerá en la escena siguiente manteniendo su falsa idea de que el cuerpo ha sido robado, como si la escena de los discípulos no hubiese ocurrido. La perícopa parece, pues, un planteamiento introductorio que describe el impacto producido en los discípulos por la muerte de Jesús y las diferentes disposiciones existentes entre los miembros de la comunidad. A continuación recomenzará el relato, presentando de nuevo la figura de María; ella se encontrará con Jesús.

Los discípulos no anuncian lo sucedido. Aún no han visto a Jesús, solamente han constatado su ausencia. Para dar testimonio no basta saber que Jesús está vivo, hay que experimentarlo presente. Se vuelve a la situación inicial. Los discípulos, que estaban dispersos cuando recibieron la noticia de María, seguirán dispersos hasta que Jesús les haga llegar su mensaje (20,18). Sólo él puede convocarlos.

SÍNTESIS

La experiencia del resucitado tiene dos aspectos: negativo y positivo. Es, en primer lugar, la de una ausencia, que se descubre, sin embargo, como signo de vida. En segundo lugar, reconoce y experimenta la vida anunciada. En otras palabras: Jesús ha muerto, pero no es un cadáver, está vivo y presente.

Es inútil ir a buscarlo al sepulcro, no está allí. El sepulcro es un pasado que remite al presente. No se puede vincular su memoria a un lugar determinado, ni erigirle un monumento como a un difunto ilustre. Tal ha sido la intención de José y Nicodemo. La historia de Jesús no se ha cerrado con su muerte.

Subraya la perícopa la dificultad de llegar a descubrir la vida en la muerte. La comunidad cristiana (María Magdalena) ni incluso el discípulo modelo habían llegado a comprender que la muerte física no podía interrumpir la vida de Jesús, cuyo amor hasta el final ha manifestado la fuerza de Dios.

La resurrección de Jesús funda y confirma le experiencia cristiana; el hombre creado por Jesús con el Espíritu posee una vida que, entregada al amor de los demás, supera la muerte. Tal es el proyecto creador, expresión del amor de Dios a la humanidad.

Jn 20,9

 <<Es que aún no habían entendido aquel pasaje donde se dice que tiene que resucitar de la muerte>>.

El texto de la Escritura a que se refiere Jn es, sin duda, Is 26,19-21. Como en otras ocasiones (17,12; 19,28). Jn remite al lector a un texto citado anteriormente en el evangelio o al que ha hecho alusión en algún pasaje. Anunciando su resurrección a los discípulos, les había dicho Jesús: Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer (16,16). Esta ausencia breve, no definitiva, aludía a Is 26,19-21 LXX: <<Se levantarán los muertos, despertarán los que están en los sepulcros y gozarán los habitantes de la tierra. Anda, pueblo mío, ... escóndete un breve instante mientras pasa la cólera, porque el Señor va a salir de su morada ... La tierra descubrirá la sangre derramada y no ocultará a los asesinados en ella>> (16,16 Lect.). El anuncio de María a los discípulos llamaba a Jesús <<el Señor>>. Pensaba ella que se lo habían llevado, mientras el texto profético afirmaba que el Señor saldría de su morada.

Los discípulos no habían visto en la Escritura un testigo de Jesús (5,39). De ahí nacía el <<no sabemos>> de María (20,2). No sabían que se ha verificado el nacimiento del Hombre (16,21). Sin embargo, aun sin haber entendido aquel texto, el discípulo amigo de Jesús ha comprendido al ver las señales.

Jn 20,8

 <<Entonces, al fin, entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó>>.

Jn subraya que el discípulo quiso esperar a que Pedro entrase primero. Al repetir la frase el que había llegado primero al sepulcro recuerda su gesto de amor y reconciliación, insistiendo en la actitud de este discípulo, igual a la de Jesús. Ve las mismas señales que había visto Pedro y comprende: la muerte no ha interrumpido la vida, simbolizada por el lecho nupcial preparado. El sudario no había tapado la cara a Jesús, sólo le había cubierto la cabeza porque su muerte era un sueño (19,30). El dador de la vida no podía quedar prisionero de la muerte.

El discípulo que está en sintonía con Jesús, la Vida (11,25; 14,6), comprende sus señales y podrá ser testigo de la resurrección como lo ha sido de la muerte y del amor de Jesús (19,35). Ahora cree y ve así la gloria de Dios (11,40: ¿No te he dicho que si llegas a creer verás la gloria de Dios?), es decir, el alcance de su amor, que vence la muerte dando la vida definitiva.

Jn pone de nuevo en contraste a los dos discípulos al señalar solamente la fe del segundo. Recuérdese que en la cercanía a Jesús y en la percepción de las señales este discípulo precede siempre a Pedro (13,24.25; 18,15s; 21,7). En caso que Pedro hubiese llegado a interpretar las señales, para que la relación entre los dos personajes conservara aquí su coherencia con los otros pasajes del evangelio, se habría señalado la fe de Pedro después de la del otro discípulo.

Jn 20,6-7

 <<Llegó también Simón Pedro siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, y el sudario, que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino aparte, envolviendo determinado lugar.>>

Pedro, cuyo seguimiento había fracasado en el atrio del sumo sacerdote (18,15ss), mientras el otro discípulo siguió a Jesús, se siente ahora seguro siguiendo al discípulo fiel; corriendo tras él, podrá alcanzar su meta. El que es amigo de Jesús marca el camino. Pedro no se detiene a mirar, entra directamente.

Dentro del sepulcro ve lo que el otro había visto desde la puerta, los lienzos puestos, es decir, las sábanas extendidas señal de la boda preparada. Pero descubre también el sudario.

El sudario es el único elemento común de la sepultura de Jesús con la de Lázaro: es el símbolo de la muerte. En cambio, las vendas que ataban a Lázaro, impidiéndole marchar (11,44), no corresponden a los lienzos de Jesús. Por otra parte, el sudario, en el caso de Lázaro, le cubría la cara (11,44); en el de Jesús, sólo la cabeza.

La posición del sudario se caracteriza distinguiéndola de la de los lienzos, que es la principal: no puesto con los lienzos. Está separado (aparte) del lecho del sepulcro, lugar reservado para Jesús; la muerte se ha alejado de él para siempre. Por el contrario, este símbolo de muerte envuelve determinado lugar; lo extraño de la expresión apunta a un sentido simbólico. <<El lugar>> ha designado constantemente en Jn el templo de Jerusalén o, por oposición, el lugar donde se encuentra Jesús, el nuevo santuario. Aquí, este lugar, separado del que es propio de Jesús, alude sin duda al templo, centro de la institución judía que le ha dado muerte.

La muerte (el sudario) queda ya, por tanto, lejos de Jesús; al señalar Jn que el sudario había estado sobre su cabeza, en vez de envolvérsela, vuelve a caracterizar su muerte como un sueño que no interrumpe la vida. El sudario, en cambio, envuelve el templo: esa muerte será definitiva. Se cumple la predicción de Jesús en 2,19: Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Al matar a Jesús han intentado suprimir la presencia de la gloria de Dios, que habían ya expulsado de su templo, convertido en casa de negocios (2,16); pero con ello han condenado a su propio templo a la destrucción (2,19 Lect.). Esto significa el sudario que envuelve aquel lugar: la muerte de Jesús pesa sobre la institución judía; la muerte, vencida por Jesús, amenaza sin remedio a la institución que lo condenó.

Resumiendo estos datos, el lecho del sepulcro, con las sábanas puestas (20,5), visto desde la puerta, aparecía como un tálamo nupcial, significando vida y fecundidad. Sólo al entrar se descubre el sudario: la fiesta de bodas anula la muerte pasada. Los lienzos o sábanas puestos (20,6.7) van a servir aún; el sudario, que lleva en sí la muerte, cubre la institución homicida.

No señala Jn reacción alguna de Pedro ante los signos.

Jn 20,5

 <<Asomándose vio puestos los lienzos; sin embargo, no entró>>.

El discípulo ve puestos los lienzos, como sábanas en el lecho nupcial (19,40 Lect.); distingue, por tanto, la señal de la vida, pero no la comprende.

Los detalles mencionados por Jn en esta perícopa hacen de ella una especie de continuación de lo sucedido con Lázaro. Allí Jesús mandó quitar la losa y desatar a Lázaro para dejarlo marcharse (11,39.44). Aquí encuentran que la losa está quitada y que los lienzos ya no atan a Jesús (cf. 19,40). Deberían deducir que se ha marchado por sí solo. Pero, como entonces Marta y María (11,21.32.39), los discípulos no conciben que la vida pueda superar la muerte.

El discípulo no entra en el sepulcro. No lo hará hasta que no haya entrado Simón Pedro. Al ceder el paso a Pedro le muestra su diferencia y su amor, al que lo lleva su sintonía con Jesús. Después de las negaciones de Pedro en el atrio del sumo sacerdote (18,15-17.25), es un gesto de aceptación y reconciliación. Habiendo seguido a Jesús dispuesto a morir con él (18,15-16), no afirma su superioridad frente al que lo ha negado, sino que, al contrario, lo deja entrar antes para que exprese primero su amor a Jesús. La vez anterior, él lo había conducido (18,16); ahora debe acercarse a Jesús sin intermediarios.

Jn 20,3-4

 <<Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro>>.

Nueve veces se menciona el sepulcro en esta perícopa (20,1 bis.2.3.4.6.8.11 bis), mostrando que la idea de Jesús muerto es la que domina en la comunidad. No se recuerda que el sepulcro está en un huerto, lugar de vida (cf. 19,41).

Ambos discípulos tienen la misma reacción ante la noticia que les da María. Se dirigen al sepulcro. Los dos corren juntos, mostrando su adhesión a Jesús y su interés por lo sucedido; durante el trayecto, sin embargo, se produce una diferencia: el que es amigo de Jesús se adelante a Pedro. Dado que el contraste con Pedro es siempre favorable a este discípulo (18,15 Lect.), el hecho de correr más de prisa y llegar antes al sepulcro ha de ser interpretado como un dato positivo. La desventaja de Pedro está también indicada por el modo de nombrarlo; presentado como Simón Pedro (20,2), se le designa ahora dos veces por el mero sobrenombre. Éste alude a la obstinación del discípulo (cf. 13,6.37; 18,16.17.18.25.27), para quien la muerte de Jesús representaba un fracaso (18,10s Lects.). Aunque, a pesar de las negaciones, mantiene su adhesión a Jsús, aún no ha aceptado su entrega.

Corre más de prisa el que tiene experiencia del amor de Jesús, el que ha sido testigo del fruto de la cruz (19,35). Pedro no concibe aún la muerte como muestra de amor y fuente de vida (12,24).

Jn 20,2

 Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo a quien quería Jesús y le dijo: <<Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto>>.

La reacción de María es de alarma y va a avisar por separado a dos discípulos. Como Jesús lo había anunciado, su muerte ha provocado la dispersión (16,32: se acerca la hora y ya está aquí, de que os disperséis cada uno por vuestro lado y a mí me dejéis solo).

El primer discípulo es Simón Pedro; el segundo, aquel a quien quería Jesús. En este pasaje, la cuarta vez que aparece, cambia Jn la denominación ordinaria de este discípulo, señalándolo como el amigo de Jesús. Alude así a lo dicho en la Cena: Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que os mando (15,14), es decir, si aman como ha amado él (15,12.17). Caracteriza, por tanto, a este discípulo como al que está dispuesto a dar su vida como Jesús; así lo había demostrado entrando con él en el atrio del sumo sacerdote (18,15b Lect.). Esta denominación sintetiza, pues, los datos que aparecían en las dos primeras ocasiones: el discípulo es el amigo de Jesús, que experimenta su amor (13,23), responde a él y cumple su mandamiento (18,15s).

Las dos veces que Pedro y este discípulo han aparecido juntos (13,23-25; 18,15ss) ha establecido Jn una oposición entre ellos dando la ventaja al segundo. Un nuevo caso aparecerá en esta perícopa.

La mención del sepulcro, de la losa y del discípulo amigo de Jesús relacionan este episodio con el de Lázaro (11,31.38a.39.41); hay que tenerlo en cuenta para la exégesis de los versículos que siguen.

En vez de anunciar que estaba quitada la losa, anuncia María que que han quitado al Señor. Lo que era señal de vida lo interpreta como signo de muerte. Para ella, Jesús es el Señor, pero un Señor impotente; piensa que está aún a la merced de lo que quieran hacer con él. No ha superado la experiencia de la entrega y muerte de Jesús. El plural que utiliza: no sabemos, muestra a la comunidad desorientada.

<<La tiniebla>> (20,1) era, por tanto, el reflejo de la situación de desamparo en que la comunidad se siente por la muerte de Jesús (16,18: ¿Qué significa ese <<Dentro de poco>>? No sabemos de qué habla; cf. 14,18: No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros; 16,16: Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer). María piensa que existen unos terceros, anónimos, quienes, como poder hostil, se han apoderado de Jesús y lo han colocado fuera del alcance de los suyos.

La comunidad se siente perdida sin Jesús. Hay una actitud de búsqueda, pero buscan a un Señor muerto. Él representaba su fuerza; al creer que ha pasado a ser debilidad e impotencia, la comunidad queda ella misma sin fuerzas.

Jn 20,1b

 <<por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada del sepulcro>>.

Por la mañana temprano indica un momento en que ya hay luz (18,28); cronológicamente, este dato es difícil de conciliar con el que sigue: todavía en tinieblas. Según el lenguaje de Jn sin embargo, <<la tiniebla>> designa la ideología contraria a la verdad de la vida (1,5; 3,19; 6,17; 12,35). María va al sepulcro poseída por la falsa concepción de la muerte, y no se da cuenta de que el día ha comenzado ya. De hecho, va a buscar a Jesús en el sepulcro. Es clara la alusión al Cantar (3,1: <<En mi cama, por la noche, buscaba el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré ... Por las calles y plazas ... lo busqué y no lo encontré>>). María es la figura de la comunidad-esposa, anticipada en la hermana de Lázaro (12,3; 19,25 Lects.). Las alusiones al Cantar crearán el trasfondo para la escena del encuentro de María con Jesús resucitado.

María cree que la muerte ha triunfado. Va únicamente a visitar el sepulcro, sin llevar nada. La comunidad ha olvidado la recomendación de Jesús en Betania (12,7): la fe en la vida, simbolizada allí por el perfume, está ausente de María y de los discípulos que aparecerán a continuación. Busca al dador de vida como a un cadáver.

Al llegar, vio la losa quitada del sepulcro. La losa puesta habría sido el sello de la muerte definitiva (cf. 11,38s.41). Ni siquiera se ha señalado, en el momento de la sepultura, que hubiese sido puesta. La muerte de Jesús no interrumpe su vida, su historia no se ha cerrado.

           

          

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25