domingo, 28 de mayo de 2023

Jn 17,2

 <<ya que le has dado esa capacidad para con todo hombre, que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado>>.

De Jesús depende el éxito de la obra creadora de Dios, pues sólo a través de él puede comunicarse a los hombres la vida definitiva (5,24.26). Jesús tiene la capacidad de hacer que el hombre nazca de Dios (1,13), dándole así la capacidad de hacerse hijo (1,12).

Al referirse al hombre como <<carne>> lo considera en una condición de vida que es efímera: es el hombre no acabado. Esa condición no se supera si no es <<naciendo de nuevo>>, recibiendo <<de arriba>> el Espíritu, principio de la vida definitiva (3,3.5-6). Al mismo tiempo, con la denominación <<carne>>, Jn evoca el elemento de la solidaridad entre Jesús, el proyecto hecho hombre (<<carne>>) y los demás hombres. Jesús es el hombre que posee enteramente el Espíritu (1,32, cf. 1,14) y puede comunicarlo (7,39). Jesús, <<carne>> más Espíritu, es el proyecto de Dios realizado y es él quien, comunicando el Espíritu que posee, da la posibilidad a los demás hombres (<<carne>>) de participar de su misma condición (1,12.13.16.17).

Todo hombre puede obtener esa vida, aceptando el ofrecimiento que el Padre le hace en Jesús. Por parte de Dios no hay discriminación alguna: será el hombre quien decida su destino (3,17; 12,46s; 15,22-24). Quien, rechazando el amor, rechaza la vida, queda en la muerte.

La comunicación de la vida definitiva indica que el mundo que el judaísmo consideraba futuro está ya presente en la comunidad de Jesús. El reinado de Dios (3,3-5) empieza a realizarse en esta tierra, porque el amor del Padre se manifiesta dando a los hombres la vida propia de la creación terminada (3,15.16; 4,14; 5,24; 6,40.50s.58; 11,25s).

Aparece en este capítulo por última vez la expresión neutra: lo que me has entregado, referida al grupo de sus discípulos (17,2.11.12.24; cf. 6,37.39; 10,29). Esta extraña designación, por la incoherencia sintáctica que crea (falta de concordancia con el plural que precede o sigue), demuestra ser una fórmula estereotipada propia de Jn. El uso del neutro singular para designar al grupo está en relación con el objetivo de la oración <<para que sean uno>> (neutro, 17,11.21.22.23; cf. 10,26.30; 11,52).

Por otra parte, este neutro singular puede ponerse en relación con la denominación <<espíritu>> (pneuma, neutro), aplicada al hombre nacido del Espíritu (3,6: del Espíritu nace espíritu). De este hombre nuevo afirma el evangelista: Aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado (7,39). El fruto de la manifestación de la gloria se designa, por tanto, como <<existencia de espíritu>> o como comunicación de la vida definitiva (17,2); ambas expresiones son, por tanto, equivalentes: posee la vida definitiva quien ha nacido del Espíritu. Otra equivalencia se encuentra en 1,17: El amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías; son el fruto de su misión, lo que se recibe de su plenitud (1,16); al existir <<el amor y la lealtad>> en el hombre, existe el <<espíritu>>. La expresión neutra <<lo que me has entregado>> denota, por tanto, a la comunidad en cuanto es una por ser <<amor leal>>, es decir, <<espíritu>> y poseer así la vida definitiva.

El Padre ha entregado a Jesús el grupo de los que responden a la llamada de la vida, en el presente y en el futuro (6,37-40; 17,6-8.20). Son aquellos para quienes la vida es la luz (1,4) y que se dejan iluminar por ella (1,9); los que escuchan y aprenden del Padre (6,45) y ansían alcanzar la plenitud contenida en el proyecto divino (1,1c; 7,17). Jesús ha de cumplir su anhelo dándoles la vida definitiva.

 

sábado, 27 de mayo de 2023

Jn 17,1c

 <<Manifiesta la gloria de tu Hijo, para que el Hijo manifieste la tuya>>.

Como había hecho al superar su crisis (12,27), Jesús vuelve a pedir al Padre que se realice el acontecimiento salvador, la manifestación de su gloria-amor. Tiene prisa por manifestar a la humanidad su propio amor y el del Padre. Ambos son una misma gloria, la del Padre comunicada enteramente a Jesús (1,14). Pide que brille en todo su esplendor, con el don de su propia vida (10,18), ese amor sin límite, capaz de vencer incluso el odio que históricamente lo lleva a su muerte (15,18-25). Manifestando su amor, quiere Jesús dar a conocer el Padre a los hombres (17,26).

Sigue Jn insistiendo en la idea del verdadero Dios, aquel que está dispuesto a darlo todo por el hombre (3,16) para que llegue a su plenitud (1,1c). Lo que Jesús había anticipado en el lavado de los pies, el servicio del hombre hasta la muerte (13,4 Lect.), es lo que va a cumplir ahora en unión con el Padre. Jesús manifestará su gloria-amor entregándose a la muerte; el Padre manifestará la suya dando vida (= el Espíritu) por medio de Jesús (13,32 Lect.).

Al pedir al Padre que manifieste la gloria de su Hijo, Jesús muestra el carácter dinámico de la comunicación de la gloria-amor. Ésta no es un bien transmitido de una vez para siempre y que actúa independientemente de su fuente; al contrario, la comunicación es incesante, ininterrumpida, como expresión continua del amor del Padre al Hijo. Jesús no puede manifestar su propia gloria sin el acuerdo del Padre, porque lo que manifiesta es la gloria que el Padre le está comunicando. Se ve, pues, que la expresión 1,32s: He contemplado al Espíritu ... y se quedó sobre él, no significaba que ese Espíritu se separaba del Padre para quedar en Jesús, sino que, desde aquel momento, la comunicación total del Espíritu del Padre a Jesús no sufre interrupción alguna.

Al ser inseparables el amor del Padre y el de Jesús, no existe ya en Jesús un amor humano que no sea divino, ni el Padre manifiesta un amor que no sea al mismo tiempo humano. Es el amor divino expresado en carne y el amor humano con dinamismo divino.

Jn 17,1b

 <<Padre, ha llegado la hora>>.

<<Padre>> es el apelativo de Dios que muestra la relación con él del que lo pronuncia, y caracteriza a Dios como a aquel que por amor comunica su vida (1,14d Lect.). Jesús lo llama así porque él está y se siente lleno de la vida del Padre, su amor leal, que le ha comunicado enteramente. Desde esta igualdad con el Padre, se dirige a él.

Ha llegado <<la hora>> anunciada en Caná (2,4), cuyo período ha comenzado seis días antes de Pascua (12,1.23); esta hora había provocado la crisis de Jesús (12,27). Aquí no sólo anuncia de nuevo que ha llegado, sino que la acepta plenamente. Ante su hora, que culminará en su muerte, Jesús está completamente tranquilo; es más, va a pedir que no se demore. Sabe que ella significa su victoria (16,33).

Jn 17,1a

 Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo:

La oración que pronuncia Jesús está íntimamente ligada a sus instrucciones anteriores (Así habló), en las que ha dejado establecido el fundamento de su comunidad (13,33-35), le ha señalado el camino (14,1-14), ha expuesto las condiciones para la misión (15,1-17) y ha predicho el odio al mundo y la ayuda que en medio de la dificultad va a recibir (15,18-16,15). La realidad de todo ese programa depende de la verificación del acontecimiento salvador, obra común de Jesús y del Padre, a quien va a dirigirse ahora.

Para hablar con él levanta los ojos al cielo, que, por su excelencia e invisibilidad, es símbolo de la esfera divina. Es todavía la morada del Padre, de donde bajó el Espíritu sobre Jesús (1,32s) y de donde puede decir que ha bajado él mismo (3,13.31; 6,32.33.38.41.42.50.51.58). Jesús responde ahora a la voz que vino del cielo; manifiesta su deseo, que coincide con la promesa hecha entonces por el Padre (12,28).

En lo sucesivo, <<el cielo>> o lugar de Dios será Jesús pendiente de la cruz, nuevo santuario; con su muerte, quedará definitivamente abierto (1,51), el Espíritu bajará de su costado (19,34; cf. 7,37-39).

Hay un estrecho paralelo entre este pasaje y lo narrado en la escena de Lázaro (11,41), únicas dos ocasiones en que se explicita una oración de Jesús.

Los gestos son casi idénticos; la invocación (<<Padre>>) es la misma. La diferencia está en que en este pasaje se pide la manifestación futura de la gloria, mientras en 11,41 Jesús expresaba su acción de gracias al Padre, también en relación con la gloria (11,40; cf. 11,4).

La acción de gracias de Jesús se debía a que el Padre lo había escuchado; se refería a la realización de su obra en el hombre, precisamente lo que se pide como futuro en 17,1-3. El episodio de Lázaro, como toda la actividad de Jesús durante <<su día>>, anticipaba y explicaba los efectos de su muerte (<<su hora>>). Lo sucedido con Lázaro resulta así figura de lo que sucederá en la muerte de Jesús y, en consecuencia, en la de los suyos.

Jn 16,33

 <<Os voy a decir esto para que, unidos a mí, tengáis paz: en medio del mundo tenéis apuros; pero, ánimo, que yo he vencido al mundo>>.

Este versículo termina el desarrollo sobre la persecución de los discípulos por parte del mundo, comenzada en 15,18: Cuando el mundo os odie, tened presente que primero me ha tomado odio a mí.

Jesús quiere tranquilizar a los suyos (cf. 14,1.27). La paz que les deseaba como despedida (14,27) debe ser una realidad en ellos gracias a la unión con él. Es la paz de su comunidad, asegurada por la presencia de Jesús y del Padre en ella. Responde a la alegría que nadie les podrá quitar (16,22).

Esta paz inalterable que Jesús desea para los suyos está cercada por la presión de <<el mundo>>, el orden injusto en medio del cual ellos se encuentran (12,25; 13,1). Jesús da por descontado el hecho de la persecución; si los discípulos se mantienen fieles a él, ésta es inevitable (15,18-25). Pero, para la comunidad de Jesús, la hostilidad del mundo no es señal de derrota. La victoria ya está conseguida, el sistema injusto ha recibido su sentencia (12,31; 16,11). De ahí la posibilidad de la alegría continua y de la paz; cada vez que el mundo cree vencer, confirma su fracaso.

La muerte de Jesús le quitará toda la legitimación religiosa en que se apoya (15,21; 16,3) y pondrá al descubierto hasta dónde llega su maldad intrínseca. Para el que cree en Jesús, el orden injusto quedará desacreditado para siempre.

Jn 16,23b-32

 

Jn 16,32

 <<Mirad, se acerca la hora, y ya está aquí, de que os disperséis cada uno por vuestro lado y a mí me dejéis solo; aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo>>.

Jesús muestra conocerlos mejor que ellos mismos. La inadecuación de su fe se va a mostrar muy pronto: cuando se enfrenten con la realidad de la muerte de Jesús. Se imaginan ser plenamente discípulos, antes de aceptar su muerte y recibir el Espíritu. Su fe es insuficiente: Adonde yo me marcho, vosotros no sois capaces de venir (13,33). Lo dejarán solo. Pero el Padre está con Jesús, y su presencia se manifestará más que nunca en ese momento, cuando todos lo hayan abandonado.

Jesús evoca la imagen del rebaño disperso. Los suyos lo dejarán solo. Ya una vez Jesús, ante la actitud de los discípulos, que pretendían hacerlo rey, se marchó solo al monte (6,15). Ellos lo abandonaron (6,17). Ahora, ante la realidad de su arresto y su muerte, que destruyen toda esperanza de triunfo terreno, se irán cada uno por su lado.

Será la figura de Pedro, que conserva la ilusión de un rey terreno, la que represente al máximo esta defección de los discípulos (18,10-11 Lects.). Ante el derrumbamiento de sus esperanzas, llegará a renegar de Jesús (18,15-18.25-27).

SÍNTESIS

En medio de la lucha futura, Jesús asegura a sus discípulos la permanencia del amor del Padre. El contacto de ellos con el Padre es inmediato en Jesús; él es la puerta del Padre al mundo y del hombre al Padre (1,51). Su mediación no se interpone, sino que acerca.

El amor del Padre llega directamente a los discípulos; él está presente en la comunidad como amigo, lo mismo que para cada miembro es compañero de vida (14,23). Es el Dios que da y que ayuda. Su gloria es su amor fiel al hombre (1,14).

La fe es incompleta mientras no se acepte a Jesús tal como se va a mostrar en su muerte. Mientras exista la esperanza del triunfo terreno, cuando llegue la prueba se le abandonará. Sólo comprendiendo que su victoria consiste en superar el odio con el amor, encuentra la fe su verdadero fundamento. No basta reconocer que Jesús procede del Padre, hay que saber que va con el Padre precisamente por su entrega total.

Jn 16,31

 Jesús les replicó: <<¿Qué ahora creéis?>>.

Jesús muestra su escepticismo ante semejante motivación. La fe verdadera tiene por objeto a Jesús en la cruz (19,35); consiste en la adhesión al Hombre levantado en alto (3,14s) como manifestación suma del amor de Dios (3,16), su fuerza salvadora. Jesús crucificado se convierte así para el creyente en la nueva Ley, que le enseña a amar como él (13,34; 19,19 Lect.), sabiendo que su entrega es también fuerza salvadora de Dios. Es la fe en el amor como única fuerza salvadora, manifestada en Jesús y comunicada por él.

Los discípulos muestran seguir a Jesús como a un maestro excepcional, y se admiran de su saber. Pero Jesús es maestro desde la cruz: no con doctrinas, sino con su entrega. Enseña a los suyos que el amor hasta el extremo produce la fecundidad de la vida (12,24), que perderse es encontrarse (12,25) y realizar en uno mismo el proyecto de Dios. Si no aprenden esta lección, no pueden llamarse discípulos.

Ya Nicodemo había visto en Jesús a un maestro enviado por Dios (3,2) y esperaba de él doctrina. Jesús, en cambio, le ofreció el Espíritu, la potencia del amor (3,5s).

Sigue resaltando la muerte-exaltación de Jesús como el acontecimiento que da sentido a toda su vida y de donde irradia la fuerza del Espíritu. Jn ha concebido la actividad de Jesús como anticipación de los efectos de su muerte (2,4b Lect.). Su presencia con los discípulos producirá fruto a partir de su exaltación.

Jn 16,30

 <<Ahora sabemos que lo sabes todo y que no necesitas que nadie te haga preguntas. Por eso creemos que procedes de Dios>>.

Los discípulos interpretan mal las palabras de Jesús. Creen que Jesús ha contestado a su pregunta no formulada (16,19), penetrando su pensamiento, y se admiran de su saber. Por eso creen que procede de Dios. Su fe no se apoya en el único argumento que Jesús ha dado: sus obras (5,36; 10,38; 14,11), sino en una pretendida ciencia que le atribuyen.

Jn 16,29

 Sus discípulos le dijeron: <<Ahora sí que hablas claro, sin usar comparaciones>>.

Jesús ha dicho a los suyos que se acercaba la hora de entender plenamente (16,25), no que hubiera llegado ya. Ellos, en cambio, por creer que el Padre lo ha enviado, según acaba de afirmarlo Jesús (16,27), se figuran entender ya del todo. Ironía del evangelista.

Jn 16,28

 <<Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y voy con el Padre>>.

Jesús resume su itinerario: desde el Padre hasta el Padre (cf. 13,3). <<Salir del Padre>> significa no sólo ser enviado por él (cf. 5,36.38), sino ser él la realización del proyecto que Dios tenía desde el principio (1,1). 

La trayectoria de Jesús es la del Espíritu (3,6; 8,14). Siendo éste la fuerza vital de Dios comunicada, lo lleva de una manera connatural a su origen.

Jesús es uno con los hombres por estar en el mundo, y uno con el Padre, de quien ha venido y a quien se dispone a ir; él une al hombre con Dios. Su camino pasa por la muerte: esta expresión suprema de su amor lo llevará a su situación definitiva junto al Padre.

Jn 16,26-27

 <<Ese día pediréis en unión conmigo; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo os quiere, ya que vosotros me queréis de verdad y creéis firmemente que yo salí de Dios>>.

Es la tercera y última vez que Jesús señala, con esta expresión, un día futuro determinado (14,20; 16,23.26); alude al primer día de la semana (20,19: aquel día primero de la semana, cf. 20,1) en que vendrá a los suyos y les comunicará el Espíritu (20,19.22). En cada uno de los tres pasajes se ha expuesto un aspecto de la experiencia propia de ese día. En 14,20, la identificación con él y de los suyos con el Padre; en 16,23, aquel día en que lo vean y se alegren (16,22; cf. 20,20), se hará innecesaria toda pregunta; en este pasaje (16,26), ese mismo día, la vinculación producida por el Espíritu les permitirá pedir en unión con él.

Este modo de pedir manifiesta la unión con el Padre a través de Jesús y la comunidad de intereses entre el Padre, Jesús y los suyos. Jesús no se interpone entre el Padre y los discípulos. En él encuentran el contacto directo con el Padre. Puede llamarse mediador porque sólo en él y con él se encuentra al Padre.

En este texto afirma Jesús que no rogará al Padre por los suyos; sin embargo, en otras ocasiones ha declarado que él ruega al Padre en favor de ellos. La oración de Jesús por los suyos funda la comunidad y la mantiene en la existencia, en particular por el don y la comunicación del Espíritu (14,16.24; 17,9.20). Al decirles que rogará al Padre por ellos les da la seguridad de la benevolencia del Padre; bajo la imagen del ruego, que es diálogo, expresa la comunión incesante e íntima entre el Padre y él. Su presencia junto al Padre como primicia de la humanidad nueva se convierte en vínculo de comunión entre Dios y la humanidad.

En ésta, que puede llamarse la intercesión continua de Jesús, se insertan las peticiones de los discípulos; unidos con Jesús, tienen en él pleno acceso al Padre.

No existe, por tanto, un Dios severo y un Jesús mediador, sino un Dios Padre que ama a los hombres y que hace presente su amor en Jesús. Por eso, el amor del Padre y el de Jesús son uno mismo; cuando Jesús actúa es el Padre quien actúa. Jesús es la prueba del amor del Padre, él es la respuesta a toda petición y la expresión del amor que la concede.

El amor del Padre a los discípulos tiene por fundamento la adhesión de éstos a Jesús, su cariño a él como amigos y su fe en su procedencia, que significa reconocerlo como don del Padre. Este presupuesto no significa que el Padre ame directamente a Jesús y sólo indirectamente a los hombres; al contrario, fue el amor a la humanidad el que lo llevó a dar a su Hijo (3,16). Pero, por ser Jesús el don de su amor y el modelo de Hombre, quien lo rechaza, rechaza con ello el amor de Dios y el amor a sí mismo como hombre. Amarlo, en cambio, es responder al amor del Padre, amar al hombre y a sí mismo.

El Padre quiere a los discípulos como a amigos, igual que Jesús. Por ser <<amigo>>, un apelativo de los miembros de la comunidad (cf. 11,11), el Padre, como Jesús (15,15), entra en ella. Ni uno ni otro dominan al hombre; están en su favor y se ponen a su servicio, como lo ha demostrado Jesús (6,11; 13,4ss).

De hecho, Dios ofrece su amor al mundo entero (3,16), pero éste se convierte en recíproco sólo si el hombre responde. El amor no es completo hasta que no sea mutuo; mientras no se acepte queda en suspenso. Los discípulos lo han aceptado al querer a Jesús, y así han hecho eficaz el amor del Padre, Si no se le acepta, queda frustrado; no tiene realidad ni efecto.

La omnipotencia de Dios es la de su amor; no puede actuar más que en esa línea, que es la de su ser (4,24: Dios es Espíritu). Su amor, creador de vida, es ayuda eficaz, pero sólo adquiere realidad cuando encuentra respuesta. Dios no se impone, se ofrece como don gratuito. El mundo, la creación, es una expresión concreta del amor de Dios como don, y ese amor es la fuerza que la sostiene. Si el hombre, la gran expresión de su amor, rechaza su propia realidad, se hace violencia a sí mismo y a la creación; arrastrándola fuera del ámbito del amor, se destruye con ella. 

Jn 16,25

 <<De esto os he venido hablando en comparaciones. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en comparaciones, sino que os informaré sobre el Padre claramente>>.

La hora a que se refiere Jesús es la de su vuelta (16,22). Su información sobre el Padre, sin embargo, no va a consistir en explicaciones de Palabra, sino en la comunicación de su propia experiencia del Padre por el don del Espíritu. Éste hará superfluas todas las comparaciones; el conocimiento del Padre les será connatural (17,3 Lect.). Equivale esta frase a la de 16,23a: Ese día no tendréis que preguntarme nada.

Jn 16,24

 <<Hasta el presente no habéis pedido nada en unión conmigo; pedid y recibiréis, así estaréis colmados de alegría>>.

Esta manera de pedir no es posible mientras los discípulos no reciben el Espíritu que crea la unión con Jesús. Por eso les ha dicho anteriormente: os conviene que me vaya; sólo entonces podrán recibirlo (16,7; cf. 14,16). Los exhorta a pedir con la seguridad de recibir. El Padre concede todo a sus hijos; bajo la multiplicidad de sus dones, les expresa y comunica su amor.

La experiencia del Padre asequible y generoso da a la comunidad en medio del sufrimiento una alegría colmada que nadie puede quitarle (16,22); tiene la certeza de poseer la riqueza de Dios, aunque viva bajo la amenaza de ser desposeída de los bienes e incluso de la vida.

Jn 16,23b

 <<Sí, os lo aseguro: Si le pedís algo al Padre en unión conmigo, os lo dará>>.

Comienza esta perícopa con una declaración solemne: asegura Jesús a los discípulos de que tienen pleno acceso al Padre, cuya paternidad los abraza a ellos (ausencia del posesivo mi [Padre]. El acceso existe a través de él, es decir, en la unión con él. No es la de Jesús una mediación que distancie del Padre, sino, al contrario, lleva a los discípulos hasta él; no toma Jesús el lugar de ellos, como un intercesor que los represente; los unifica consigo y, en comunión con él, presentan sus peticiones al Padre.

La certeza con que afirma Jesús: os lo dará, muestra que dispone de la riqueza del Padre (16,15: Todo lo que tiene el Padre es mío; 3,35; 17,10); al mismo tiempo subraya la eficacia de la petición. El campo de ésta es ilimitado. Al poner como única condición que sea hecha en unión con él, su objeto ha de estar incluido en el ámbito de Jesús y, por tanto, en el de su amor y su obra, definida por él mismo: Yo he venido para que tengan vida y les rebose (10,10). Todo lo que contribuye a la vida del hombre, individual o comunitaria, y a la comunicación de esa vida a otros, puede ser objeto de petición.

viernes, 26 de mayo de 2023

Jn 16,16-23a

 

Jn 16,23a

 <<Ese día no tendréis que preguntarme nada>>.

Cuando llegue aquel día, comprenderán. Las preguntas que se han ido sucediendo en la Cena (13,36; 14,5.22; 16,19) mostraban que los discípulos no entendían el significado de la muerte de Jesús. La frase de éste muestra que no podrán entenderla mientras no tengan la experiencia del Espíritu. Ella responderá a todas las preguntas (14,20.26).

SÍNTESIS

Jesús se esfuerza por asegurar a sus discípulos que su muerte no es un fin, sino un principio. Su ausencia será breve y dará lugar a una presencia nueva, que no les faltará nunca. En la perícopa anterior les había prometido la ayuda del Espíritu en su enfrentamiento con el mundo. Pero el Espíritu hará presente a Jesús mismo.

En el discurso de Jesús aparecen dos planos superpuestos en relación con el tema de la muerte-fecundidad. En primer lugar, se refiere a su propia muerte, que producirá tristeza, pero no duradera; su fruto será el nacimiento del hombre nuevo.

En segundo lugar, lo que sucede con Jesús es ley para todos; para producir fruto abundante, el grano de trigo tiene que morir. La comunidad tiene que ser fecunda y, por tanto, conocerá sus momentos de muerte. En este plano, la realidad es más compleja, pues incluye las pruebas de cada individuo y las de la comunidad como tal. Cada uno tiene que pasar por su muerte, no sólo física, sino como propia entrega en favor del hombre. La comunidad conocerá sus momentos de persecución, que producirán dolor. A lo largo de la historia individual y colectiva, individuos y comunidades tendrán que morir para dar vida. Unos y otros tienen su hora como la de Jesús.

En medio del dolor hay alegría, que nace de la presencia de Jesús, de la certeza de su victoria y del fruto que nace.

Jn 16,22

 <<Así, también vosotros ahora sentís tristeza, pero cuando aparezca entre vosotros os alegraréis, y vuestra alegría no os la quitará nadie>>.

El verbo traducido antes, me veréis aparecer (16,16.17.19), tiene ahora por sujeto a Jesús, que vuelve a ver a los suyos; indica así la nueva clase de experiencia y visión. El tema del gozo se une al del nacimiento y restauración en Is 66: <<Al verlo (el consuelo) se alegrará su corazón, y sus huesos florecerán como un prado>> (66,14); <<Antes de los espasmos dio a luz, antes que le llegaran los dolores ha dado vida a un varón ... ¿se da a luz a un pueblo de una sola vez? Apenas sintió los espasmos, Sión dio a luz a sus hijos>> (66,7s).

Aplica aquí Jesús claramente el tema de la tristeza-alegría a los acontecimientos de su muerte y resurrección. Las pone así en paralelo con la imagen que había usado: su muerte representa los dolores de parto; su resurrección, el nacimiento del hombre. Es a través de la entrega total como llega el hombre a su condición definitiva. En la vida de que goza Jesús a partir de su muerte culmina el designio creador. Lo que nace es el hombre; la condición de Jesús resucitado no deja, por tanto, de ser humana; al contrario, es la plenitud de existencia que Dios ha destinado al hombre.

Comienza así en Jesús la humanidad en su etapa definitiva. Hasta tal punto es importante para Jn subrayar este hecho, que lo llama <<el nacimiento del hombre>>. Se explica así su falta de interés por la genealogía de Jesús y por las circunstancias de su nacimiento en la carne (7,42 Lect.). El hombre alcanza su plenitud solamente cuando ha llegado a amar hasta el extremo (13,1).

La alegría será permanente. Una vez que los discípulos hayan visto el triunfo de la vida sobre la muerte, no habrá motivo de tristeza, la victoria es segura. El gozo de la comunidad estriba en la presencia de Jesús resucitado, signo de la vida invencible, experiencia de que no puede ser extinguida por el poder de la muerte. Es la muerte en cualquiera de sus modalidades, muerte en vida y muerte final, la única causa de tristeza. El poder, que representa y causa esa muerte (8,44; 16,2), es sembrador de tristeza. El sistema de poder se alegraba del aparente triunfo de la muerte sobre la vida; los discípulos se alegrarán del triunfo de la vida sobre la muerte.

Jn 16,21

 <<Cuando la mujer va a dar a luz se siente triste, porque le ha llegado su hora; pero, cuando nace el niño, ya no se acuerda del apuro, por la alegría de que ha nacido un hombre para el mundo>>.

<<La mujer>>, que por estar determinada se convierte en tipo, es aquí figura de la humanidad, como la embarazada de Is 26,17 es imagen del pueblo y en 66,8, es la ciudad de Sión quien da a luz a sus hijos.

En contexto de creación, la imagen evoca a Eva, la madre de los vivientes; se alude en este pasaje al nacimiento de una nueva humanidad, a un nuevo comienzo, que será señalado por Jn con la mención del primer día de la semana (20,1) y del huerto-jardín (20,15).

El tema de la creación recorre todo el evangelio a partir del prólogo (1,1ss; 5,17 Lect.). La salvación que trae el Mesías se concibe en términos de creación acabada (3,5-6 Lects.), que comienza la etapa definitiva (6,39 Lect.). Este tema se entrelaza, sin embargo, con el de la nueva alianza (1,17 Lect.) expresado con la imagen nupcial frecuente en los profetas (2,1; 3,29 Lects.; cf. 12,1ss; 20,1ss).

Al comenzar su misión, Jesús fue presentado por Juan Bautista como <<el Esposo>> que lleva a la esposa, refiriéndose al día de la boda; esto causaba la alegría de Juan al ver cumplida la expectación de Israel, la promesa de una alianza nueva (3,29 Lect.). En este pasaje, al final de la misión de Jesús, la mención de la mujer que da a luz evoca la fecundidad de aquella boda; la alegría se debe al fruto de la nueva alianza, el final de la creación del hombre (4,36; 15,11 Lect.), expresado en términos de nacimiento (cf. 3,3.5.6).

La comparación que pone Jesús alude al mismo tiempo a Is 26,14ss: <<Los muertos no vivirán, las sombras no se alzarán ... Multiplicaste el pueblo, Señor, ... manifestando tu gloria, ensanchaste los confines del país ... Como la embarazada, cuando le llega el parto, se retuerce y grita de dolor, así éramos en tu presencia, Señor ... Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo. Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras dará a luz>>.

El texto profético usa la imagen del parto en relación con una resurrección de muertos. En boca de Jesús, señala no sólo su propia resurrección, sino la que el hombre experimenta al salir de la opresión, que es muerte (5,21). El texto de Isaías incluye los temas de la manifestación de la gloria de Dios (v.20: Jn 16,18 Lect.).

La imagen del parto se sitúa en la misma doble perspectiva: la muerte-resurrección de Jesús y la tristeza-alegría de los suyos. La persecución y la muerte son prenda de resurrección y vida.

Esta imagen está en relación con la del grano que cae en tierra y muere (12,24). En ambos casos se refiere directamente a Jesús, pero se aplica consecuentemente a su comunidad; en uno y otro pasaje, el contexto es de misión. Las dos imágenes tienen en común un aspecto negativo (muerte-tristeza) y otro positivo (fecundidad) consecuencia del primero.

La mención de <<la hora>> de la mujer recoge el tema de <<la hora>> de Jesús, en su doble aspecto: el negativo, como muere, desenlace de la persecución provocada por el odio (7,30; 8,20; 12,23.27), a la que hace alusión <<el apuro>>, y el positivo, como manifestación suprema del amor de Dios (12,23.28) y paso de Jesús al Padre (13,1). 

La imagen del parto precisa en qué consiste el fruto del grano de trigo y el mencionado a partir de 15,2: es el hombre nuevo, el que posee la vida nueva y definitiva. Nace como fruto de un despojo, expresado en términos de muerte o de dolor. Jesús va a dar su vida para crear al hombre nuevo; también el sufrimiento de los suyos, perseguidos por el orden injusto, son dolores de parto de la nueva humanidad. No hay por qué restringir en este pasaje el sentido de <<el mundo>>; denota la creación entera. El hombre nuevo nace para la creación (ha nacido un hombre para el mundo); ésta encuentra su estado definitivo precisamente en la nueva condición del hombre.

Jn 16,20

 <<Pues sí, os aseguro que vosotros lloraréis y os lamentaréis; el mundo, en cambio, se alegrará. Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría>>.

Para describir el dolor de los discípulos y la violencia de la prueba usa Jesús los dos verbos clásicos para expresar el luto por un muerto; llorar y lamentarse. Mientras la comunidad estará de luto, el mundo estará alegre. Marca así el contraste con <<el mundo>> y, con ello, el espectáculo que se ofrece a la vista de todos: el triunfo del mundo sobre los discípulos. Como en todo el pasaje, se refiere en primer lugar a su propia muerte (20,11.13.15: llanto de María en el sepulcro), pero ésta será el paradigma de las pruebas sucesivas que habrá de sufrir la comunidad.

Inmediatamente, sin embargo, les anuncia el cambio de situación: vuestra tristeza se convertirá en alegría. Es la tristeza el sentimiento de la comunidad ante la prueba dolorosa. El contraste entre tristeza y alegría está en paralelo con el anterior: dejaréis de verme - me veréis aparecer (16,16).

Jn 16,19

 Notó Jesús que querían preguntarle, y les dijo: <<¿Estáis discutiendo porque he dicho: ´Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer´?>>.

Jesús repite su frase textualmente, como para inculcarla bien a los suyos. Conserva la misma diferencia de verbos, cuya contraposición indica dos modos de presencia y, correlativamente, dos modos de visión, la física y la propia de una experiencia espiritual.

El intervalo entre las dos visiones supone una ausencia de Jesús, como si se hubiera ocultado o hubiese muerto. Pero han de convencerse los discípulos de que su desaparición es momentánea, que pronto volverán a verlo. Como se ha dicho, la frase mira en primer lugar a la próxima muerte de Jesús, pero incluye las dificultades y aprietos de los suyos en la historia. La comunidad vive en medio del mundo, frente a un sistema perverso, y participa continuamente de dos realidades: la vida de Jesús y su muerte. La vida de Jesús que experimenta es una realidad interna e indefectible (14,19); externamente, sin embargo, se encontrará a menudo en circunstancias de lucha y muerte. El conflicto más o menos agudo entre la comunidad y el mundo tendrá sus momentos de dolor intenso. Es ahí donde el grupo cristiano ha de manifestar el amor del Padre, como Jesús, quien, en medio del paroxismo del odio, responde con amor (19,28 Lect.). La vida es ya en ellos una realidad, la muerte será solo el paso a una nueva etapa, pero entre tanto tendrán que seguir a Jesús, dispuestos a la entrega total (12,25; 21,19).

Jn 16,18

 Y se preguntaban: <<¿Qué significa ese ´Dentro de poco´? No sabemos de qué habla>>.

La insistencia en el <<Dentro de poco>> y la imagen sucesiva de la mujer que da a luz colocan las palabras de Jesús sobre el trasfondo de Is 26,14ss, en especial 26,20: <<Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra la puerta por dentro (cf. Jn 20,19.26), escóndete un breve instante mientras pasa la cólera. Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre derramada y ya no ocultará a los asesinados en ella>>.

Jn 16,17

Comentaron entonces algunos de sus discípulos: <<¿Qué significa eso que nos dice: ´Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer´?, ¿y eso de: ´Me marcho con el Padre´?>>.

El comentario de algunos discípulos revela que no han comprendido ni siquiera lo que significa la ausencia de Jesús, su marcha con el Padre. Su subraya mucho su desconcierto, pues la frase se repite prácticamente cuatro veces (16,16.17.18.19). Esa insistencia del evangelista indica de nuevo que no se refiere solamente a la suerte de Jesús, sino también a la de la comunidad. Esta no se espera los tiempos difíciles que le tocará soportar.

Las preguntas de los discípulos corresponden exactamente a una frase anterior a Jesús (16,10: Y la prueba es que me marcho con el Padre y dejaréis de verme). No comprenden que su marcha con el Padre es la garantía de su futura presencia (16,7) y la prueba de su razón frente al mundo. Siguen pensando que la muerte es el final de todo; como antes Tomás (14,5 Lect.), no entienden que sea camino. Por eso la ausencia de Jesús es para ellos motivo de tristeza (16,6), en vez de serlo de alegría (14,28).

Jn 16,16

 <<Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer>>.

Jesús recoge la frase pronunciada en 14,19: Dentro de poco el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis. Cambia, sin embargo, el segundo verbo: me veréis aparecer. La diferencia de verbos indica sentidos diversos. En aquel pasaje, situado en la instrucción sobre la vida interna de la comunidad, la visión de Jesús, que para los discípulos no sufrirá interrupción, significaba la comunión de vida con él (14,19: porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis). El ambiente interior de los discípulos no cambia, su relación con Jesús es de cercanía permanente.

En este pasaje, en cambio, mientras instruye a los suyos sobre su situación en el mundo, habla de la comunidad sujeta a las vicisitudes de la historia y, en particular, a la persecución. La comunidad experimentará momentos de cercanía y de lejanía de Jesús, de los cuales serán prototipo la ausencia causada por su muerte y su presencia vuelto a la vida. Cada grupo tendrá sus momentos difíciles, en los que parezca quedar desamparado; pero a cada prueba exterior sucederá, sin mucho intervalo, una nueva presencia de Jesús. El ciclo de Jesús (muerte-resurrección) se convierte en ritmo de la comunidad.

En la perícopa anterior (16,6-7) Jesús había mencionado su marcha y la tristeza que causaba en los discípulos el temor de encontrarse indefensos ante los ataques del mundo. Respondió allí a esa preocupación, prometiendo la asistencia del Espíritu. Ahora va a desarrollar expresamente el tema de su ausencia, en relación con las circunstancias cambiantes en que van a encontrarse los suyos.

Su ausencia, que está próxima, será breve. Él volverá a estar con ellos, aunque de manera diversa a como ha estado durante su vida mortal.

jueves, 25 de mayo de 2023

Jn 15,26 -- 16,15

 

Jn 16,15

 <<Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso he dicho que toma de lo mío para daros la interpretación>>.

Lo que Jesús posee en común con el Padre es en primer lugar la gloria que le ha comunicado (1,14); en otras palabras: el amor leal (ibídem), el Espíritu (1,32; cf. 17,10). No ha de concebirse como posesión estática, sino como relación dinámica con el Padre, comunicación incesante y mutua, que hace de los dos uno (10,30) e identifica su actividad. Jesús realiza así las obras del Padre (5,17.36; 10,25), su designio creador (4,34; 5,30; 6,38.40; cf. 7,17; 9,31).

Por tanto, el criterio para interpretar la historia, basado, como se ha visto, en la sintonía con Jesús por la aceptación de su amor, se concreta ahora en la realización del hombre, designio del Padre y expresión de su amor. Ya realizado en Jesús, ha de realizarse en la comunidad y orientar su actividad con los hombres. El Espíritu, que uniendo a Jesús con el Padre lo ha hecho la realización y el ejecutor de su designio, hace partícipe a la comunidad del dinamismo de Jesús (toma de lo mío).

SÍNTESIS

La voz del Espíritu, que resuena en el mensaje profético, sostiene y confirma la experiencia de la comunidad cristiana, dando testimonio de Jesús y haciéndolo presente. El vigor que la comunidad recibe de la acción del Espíritu se transmite en la misión, que es su testimonio ante el mundo. La condición para dar testimonio es aceptar la totalidad de Jesús, Hombre-Dios.

Grave peligro de las comunidades cristianas es querer dividir a Jesús, siguiendo o bien a un Jesús hombre de acción, que sólo ha dejado su ejemplo, o bien a un Jesús glorioso, despegado de su existencia terrena. Jesús no es sólo ejemplo del pasado, sino también y sobre todo el salvador presente; pero tampoco es sólo objeto de contemplación y gozo, sino Mesías a quien seguir y en cuya obra hay que colaborar.

Al no ser Dios visible sino a través de Jesús-hombre y no podérsele conocer sin aceptarlo en la humanidad de Jesús (8,19), cambia la relación del hombre con Dios y con el hombre mismo. Dios no es una abstracción, sino el Padre que se hace visible en Jesús. A un Dios distante se le acepta fácilmente por su misma lejanía; se le puede ofrecer un culto desprendido de la realidad humana. Pero un Dios-hombre que se inserta en la historia, poniéndose en relación directa con grupos e individuos humanos, afecta a la trama misma de la sociedad. Al tomar una posición definida ante la realidad humana y social y actuar en consecuencia, discierne con su acción las actitudes que concuerdan con el designio creador y las que se le oponen. Su toma de posición es por sí misma criterio de verdad, y se convierte en norma para los que se llaman discípulos. No se puede concebir una comunidad cristiana que no tenga el mismo compromiso con el hombre que tuvo Jesús.

Esta presencia liberadora de Dios en Jesús se hace insoportable para la institución religiosa que él había denunciado y que le dará muerte. Lo mismo hace con sus discípulos. La misma institución, enemiga de la emancipación del hombre y de su plenitud de vida, seguirá persiguiendo despiadadamente a los discípulos de Jesús, que continúan su actitud y su actividad en el mundo. Jesús pronuncia la más dura acusación contra todo sistema religioso que oprima al hombre: aunque dice representar a Dios, no lo conoce. De hecho, quien se atreve a matar al hombre, por el motivo que sea, no conoce a Jesús ni al Padre, y el Dios que presenta al mundo no es el verdadero.

En su tensión continua con el mundo, la comunidad está apoyada por el Espíritu, que realiza la comunión entre Jesús y los suyos. El Espíritu constituye toda la verdad y riqueza de Jesús, herencia del Padre, y él la comunica a los discípulos. Su lugar propio es Jesús, en quien habita. <<Viene>> a la comunidad; al ser aceptado, la hace partícipe del amor de Jesús, poniéndola en sintonía con él y descubriéndole su significado. Así la confirma en su postura. Aunque se vea acusada, no se sentirá culpable. La potencia del sistema opresor y su amenaza no el producirá cobardía. Ella sabe, y lo proclama, que el culpable es el mundo que mató a Jesús y sigue dispuesto a matar (16,2).

Jesús, el que tenía que venir, inaugura la etapa última de la historia. A partir de la comprensión de su muerte-exaltación, los discípulos entenderán toda la verdad sobre él, y ésta será para ellos la clave de lectura de la historia. La verdad total de Jesús ilumina el designio de Dios sobre el hombre; por contraste, pone al descubierto el pecado del mundo, su capacidad homicida, y al mismo tiempo su fracaso, patente en la exaltación de Jesús. El amor completa en el hombre el plan creador y, frente a él, el odio es impotente. Su aparente victoria es su derrota. La vida definitiva, característica de la etapa final, resiste al poder destructor de <<el mundo>>.

Jn 16,14

 <<Él manifestará mi gloria, porque, para daros la interpretación, tomará de lo mío>>.

Explica Jesús a los suyos el modo como el Espíritu va a interpretarles la historia. Lo hará manifestándoles su gloria, lo que equivale a <<tomar de lo suyo>>. El Espíritu toma de Jesús (de lo mío) su mensaje (16,13: cada cosa que le digan), el amor (la gloria) manifestado en su muerte. Lo oye en cuanto mensaje, lo toma en cuanto amor, para comunicarlo. Así, la manifestación de la gloria a los discípulos no es solamente una iluminación, sino una comunicación del amor de Jesús que los pone en sintonía con él. Tal es la función del Espíritu de la verdad. La penetración del mensaje, es decir, la sintonía del amor, hace posible la interpretación de la historia. Con esto significa Jesús que sólo a través del amor se puede conocer el ser del hombre, interpretar su destino y realizar la sociedad humana. Su modelo y fuente es Jesús, que da la vida por los hombres.

Jn 16,13

 <<Cuando llegue él, el Espíritu de la verdad os irá guiando en la verdad toda, porque no hablará por su cuenta, sino que os comunicará cada cosa que le digan y os interpretará lo que ha de venir>>.

Hay mucho terreno inexplorado en la verdad de Jesús, que sólo podrá ser conocido a medida que la experiencia coloque a la comunidad delante de nuevos hechos o circunstancias; éstas irán iluminando el sentido de su muerte-exaltación.

El Espíritu comunicará lo que oiga a Jesús, será su profeta (14,25-26 Lect.). El pasaje hace alusión a los mensajes proféticos dentro de la comunidad; en la misión, el Espíritu le comunica la verdad, es decir, explica y aplica el mensaje, lo que Jesús es y significa como manifestación del amor del Padre. No se trata de una doctrina nueva, sino de la propuesta continua a la comunidad de la realidad de Jesús, que será el contenido de su testimonio y la orientación de su actividad. La comunidad percibirá la voz del Espíritu (3,8), que es la de Jesús mismo.

Lo que ha de venir es la etapa nueva de la historia a partir de <<el último día>> (6,39 Lect.), el de la muerte y exaltación de Jesús, que la inaugura; en ella ha de ir tomando realidad el proyecto de Dios. El Mesías Hijo de Dios era el que tenía que venir al mundo (11,27); el reino mesiánico es lo que ha de venir cuando dé remate a su obra. Jn lo concibe como una escatología presente en la historia. Como los antiguos profetas interpretaban la historia a la luz de la alianza, el Espíritu, haciendo conocer a Jesús, cuyo amor funda la nueva alianza, da la clave de lectura de la historia como dialéctica entre el <<mundo>> y el proyecto de Dios. Al partir de la muerte-exaltación de Jesús y penetrando cada vez más su significado, la comunidad podrá descubrir en los acontecimientos <<el pecado del mundo>>, su espíritu mentiroso y homicida (8,44), percibiendo al mismo tiempo la progresiva ejecución de la sentencia que lo condena al fracaso (16,8-11).

La interpretación del Espíritu guía a los discípulos en su actividad en favor del hombre. Para acertar en lo que conviene han de estar abiertos, por una parte, a la vida y a la historia y, por otra, a la voz del Espíritu que se la interpreta. La actividad del amor se diversificará de mil maneras; así cumplirán <<sus mandamientos>> (14,15; 15,10).

Jn 16,12

 <<Mucho me queda por deciros, pero no podéis con ello por el momento>>.

Jesús había comunicado a sus discípulos lo que había oído del Padre (15,15). Su mensaje, sin embargo, tiene consecuencias que ellos aún no han sacado ni pueden comprender por el momento. No saben aún cómo va a morir Jesús ni el sentido último de su muerte; tampoco perciben la sustitución que acarreará de todo el orden anterior. Dos veces ha notado Jn que los discípulos entendieron un gesto de Jesús solamente después de la resurrección (2,22) o de su muerte (12,16).

Jn 16,11

 <<por último, que se ha dado sentencia, y la prueba es que el jefe del orden este está ya condenado>>.

Ahora que el orden injusto va a considerarse más seguro por la muerte de Jesús, la comunidad experimentará que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él. <<El jefe del orden este>> (12,31; 14,30) encarna el círculo dirigente, considerado como un todo único, con plena unanimidad de objetivos.

La comunidad se siente juzgada y condenada por <<el mundo>> (16,1-4), pero el testimonio del Espíritu la convence de que es ella la que puede juzgarlo, acusándolo de su pecado. Así, a pesar de la persecución que sufre, no se siente culpable ni se acobarda, tiene la certeza del Espíritu y siente el apoyo del Padre. Está en actitud activa frente al juicio del mundo. Jesús se le aparece como vida y el sistema como muerte.

Jn 16,10

 <<luego, que llevo razón, y la prueba es que me marcho con el Padre y dejaréis de verme>>.

La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida del Padre, de la que la comunidad tendrá plena conciencia a través de la experiencia del Espíritu que de él va a recibir (15,26). Ésta será el refrendo por parte del Padre de toda la actividad y obra de Jesús; al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio dado por el mundo. Los enemigos de Jesús son los enemigos de Dios.

La marcha de Jesús con el Padre hará que ya no esté presente como antes; les ha asegurado ya, sin embargo, que su ausencia corporal es ventajosa para ellos (16,7) y en la perícopa siguiente les explicará que van a gozar de otra clase de visión (16,16ss; cf. 14,19-21).

Jn 16,9

 <<Primero, que tiene pecado, y la prueba es que se niegan a darme su adhesión>>.

Aparece claramente <<el mundo>> como un colectivo para designar el círculo dirigente que condenó a Jesús. Su pecado es el pecado del mundo; negarse a reconocer el proyecto creador (1,10 Lect.); es más, oponerse a él e intentar destruirlo en el hombre (1,5). Ese pecado ha llegado a su expresión máxima y definitiva al rechazar a Jesús (15,22 Lect.).

Jesús les había dado la posibilidad de salir de su pecado por la adhesión a él como Mesías (8,24: Si no llegáis a creer que yo soy lo que soy, os llevarán a la muerte vuestros pecados). Ellos, en cambio, se identifican con la opresión y el asesinato (8,44), y lo prueban dándole muerte. Ella marcará la oposición radical y definitiva entre Dios y los sistemas de opresión.

Jn 16,8

 <<Cuando llegue él, le echará en cara al mundo que tiene pecado, que llevo razón y que se ha dado sentencia>>.

El mundo o sistema injusto se ha erigido en juez de Jesús y lo ha condenado como a un criminal. Con su sentencia ha afirmado su propia legitimidad y razón y la culpa de Jesús (18,30: Si éste no fuese un malhechor, no te lo habríamos entregado). Ahora, el Espíritu, que es la fuerza de Dios, va a abrir de nuevo el proceso para pronunciar la sentencia contraria. Los que se hicieron jueces son los culpables; el condenado tenía la razón y, en consecuencia, el sistema que se atrevió a cometer semejante injusticia está condenado por Dios.

La muerte de Jesús será al mismo tiempo dos cosas: en primer lugar, la máxima manifestación del poder mortífero del sistema injusto; ella va a desenmascararlo del todo, demostrando hasta dónde llega su maldad. Pero, por otra parte, será la máxima manifestación del amor de Dios, que coincide con ese paroxismo de odio del mundo. Al matar a Jesús, el mundo pronuncia su propia acusación: quien se atreve a asesinar a Dios muestra no detenerse ante nada; de por sí, tiende a acabar con toda vida, puesto que mata al autor de la vida. <<El mundo>> o sistema, cuyo principio inspirador es <<el Enemigo>> (8,44) y cuya unidad de propósito y de acción se expresa bajo la denominación <<el jefe del orden este>> (12,31; 14,30; 16,11), encarna la solidaridad humana vaciada de amor y de vida; desata una fuerza destructora que trasciende a los individuos que la componen. El pecado consiste en integrarse en ese orden perverso, haciéndose solidario de su injusticia.

Jn 16,7

 <<Sin embargo, yo os estoy diciendo la verdad: Os conviene que yo me marche, pues si no me marcho, el valedor no vendrá con vosotros. En cambio, si me voy, os lo mandaré>>.

Para Jesús, hará más bien a los discípulos la presencia y ayuda del Espíritu que su propia presencia externa. Sin embargo, para comunicar el Espíritu tiene que dar antes la prueba última, definitiva y radical de su amor por el hombre, que lleva su condición humana al término del proyecto creador (19,30: Queda terminado). Como el grano de trigo, si muere, se transforma por la fuerza de vida que contiene y se multiplica en otros granos (12,24), lo mismo la muerte de Jesús, su don total, libera en él toda la fuerza del Espíritu que contenía, haciéndolo comunicable (19,30).

El Espíritu va a dar a los discípulos la posibilidad de amar como Jesús (13,34: igual que yo os he amado). Ahora bien, no sabrán cómo los ha amado Jesús ni podrán entender, por tanto, todo el alcance de su mandamiento hasta que él no dé la vida por ellos (15,13). Por eso les conviene que se marche, porque no podrán ser como él hasta que muera. Hasta ahora es para ellos un modelo, y ni siquiera completo. El Espíritu hasta que sea la fuente interior de su vida, los asimilará a él.

Jn 16,4b-6

 <<No os lo dije desde el principio porque estaba con vosotros. Ahora, en cambio, me marcho con el que me mandó, pero ninguno de vosotros me pregunta adónde me marcho. Eso sí, lo que os he dicho os ha llenado de tristeza>>.

Nunca les había hablado Jesús de la persecución futura. Hasta ahora, el blanco de la persecución era él, quien, además, podía defenderlos (17,12). En la primera parte del discurso (14,5), Tomás había objetado a Jesús que no sabían adónde se marchaba y, por tanto, no podían saber el camino para seguirlo. Los discípulos siguen sin comprender la muerte como marcha al Padre; para ellos es el fin de todo. No piden explicaciones, que consideran superfluas, sino que se llenan de tristeza al pensar en la separación, que ellos interpretan como soledad definitiva (cf. 14,18). El mundo se presenta como un adversario formidable y, sin Jesús, se sienten indefensos.

Jn 16,4a

 <<Sin embargo, os dejo dicho esto para que, cuando llegue la hora de ellos, os acordéis de que yo os había prevenido>>.

Jesús ha prevenido a sus discípulos de lo que va a suceder. Al describir el odio del mundo les había anunciado la persecución (15,20), pero ahora les ha explicado que también las instituciones religiosas, a las que ellos pertenecían, forman parte de ese mundo enemigo de Dios. El mundo odiará a los discípulos por negar la adhesión a sus principios (15,18s). El mundo religioso se opondrá a ellos porque van a dar testimonio de Jesús, mostrando la falsedad de su pretendido dios y el fraude de su culto oficial (2,16; 8,20 Lect.). Ese mundo tendrá su hora, la de su triunfo aparente. Será la oda del odio mortal (19,29 Lect.), en oposición a la de Jesús, expresión suprema del amor vivificante. No debe ser una sorpresa para los discípulos. La institución religiosa los condenará en nombre de su dios, como condenó a Jesús mismo (19,7; cf. 11,48).

Jn 16,3

 <<Y obrarán así porque no han conocido al Padre ni tampoco a mí>>.

Jesús libera a los suyos del respeto a las instituciones religiosas. Tras su impresionante fachada se esconde un fraude, pues no conocen al Padre, es decir, no conocen a Dios (5,37; 8,19.47.54s)d. El Dios que ellos adoran y a quien ofrecen culto no es el verdadero (17,3), pues no está en favor del hombre (5,10; 9,24.29): es la antítesis del que se manifiesta en Jesús.

Esa es la razón de su conducta homicida: al no reconocer a Dios como la fuente de vida y el amor incondicional al hombre (el Padre), no reconocen a Jesús, que es su manifestación plena, y que con su actuación ha colocado el bien del hombre por encima de cualquier Ley e institución.

Aparece aquí de nuevo uno de los principios fundamentales de la teología de Jn: condición para dar la adhesión a Jesús es la actitud a favor del hombre (cf. 16,9), respondiendo a la experiencia de Dios como Padre y al impulso de su proyecto creador (1,4: La vida era la luz del hombre; 6,45: Todo el que escucha al Padre y aprende, se acerca a mí; 7,17: El que quiera realizar el designio de Dios apreciará si esta doctrina es de Dios).

Matar a Jesús equivaldría a eliminar a Dios como Padre. Pero al vaciar a Dios de su propio ser, llenan el hombre de Dios con la proyección de sus propias ambiciones, que despliegan su capacidad destructora. De ahí el dios homicida (8,44).

Jn 16,2

 <<Os excluirán de la sinagoga; es más, se acerca la hora en que todo el que os dé muerte se figure que ofrece un culto a Dios>>.

Lo que podía parecer inexplicable a los discípulos y hacerles abandonar a Jesús era verse combatidos por las instituciones religiosas. En el evangelio se ha mencionado dos veces la expulsión de la sinagoga: en la primera (9,22) el pueblo temía la expulsión decretada por <<los Judíos>> contra los que reconociesen a Jesús como Mesías; la segunda vez (12,42), los jefes temían a los fariseos, el grupo de <<Judíos>> más influyente y más hostil contra Jesús (4,1-3; 7,32.47s; 8,13; 11,46), quienes podrían hacerlos expulsar si se pronunciasen en favor de él.

Jesús anuncia de antemano a los discípulos que serán marginados por los que se proclaman representantes de Dios e intérpretes de su voluntad, en particular por los defensores acérrimos de la Ley. No deben alarmarse si las instituciones religiosas los rechazan.

Jesús insiste: no sólo los marginarán, sino que llegarán a darles muerte para eliminarlos. Aquí ya generaliza a los oponentes: todo el que os dé muerte. El horizonte de la hostilidad, aun incluyendo a los judíos, se ha ampliado. El conflicto podrá surgir en cualquier país y frente a cualquier religión instalada.

Jesús les advierte que las instituciones religiosas adoran a un dios que acepta como culto la muerte del hombre. Si ése es su dios, son homicidas por esencia (cf. 8,44). Jesús ha venido a dar vida; el sistema de muerte, tipificado por la institución religiosa judía, no tiene más alternativa que matarlo a él y a los que lo hacen presente a través de su testimonio. De hecho, sus máximos representantes han decretado ya la muerte de Jesús (11,53) y la de Lázaro (12,10). Se han fabricado un dios a su propia imagen, y le sacrifican al hombre.

La institución religiosa, que dará muerte a Jesús y perseguirán a sus discípulos, es aquella cuyos súbditos, inválidos, llenaban los pórticos de la piscina (5,3). Su opresión produce muertos en vida (5,21) y da muerte al que se le opone.

Jn 16,1

 <<Os voy a decir esto para que no os vengáis abajo>>.

Este aviso de Jesús tiene extraordinaria importancia, pues es la segunda vez que usa el verbo <<escandalizarse>>. La primera fue en 6,61, cuando la deserción de los discípulos, que consideraban insoportable su mensaje. Previene ahora a éstos, por tanto, para evitar su deserción en el futuro; lo que va a anunciarles es algo que han de esperarse, por muy contradictorio que parezca.

Jn 15,27b

 <<porque desde el principio estáis conmigo>>.

Los discípulos pueden dar testimonio de Jesús por estar con él desde el principio. Hay que preguntarse qué significa esta expresión. En el evangelio sólo aparecen con Jesús desde el principio Andrés y otro discípulo de Juan. Pedro, Felipe y Natanael (1,35-51).

La expresión desde el principio no puede, pues, tener un mero sentido cronológico. Todo discípulo, en cualquier época, está llamado a dar testimonio de Jesús. Estas palabras son, por tanto, válidas y aplicables siempre. Lo que el evangelista afirma es que para dar ese testimonio hay que aceptar como norma toda la vida de Jesús, desde el principio, sin separar a Jesús resucitado del Jesús terrestre. Relacionarse únicamente con Jesús glorioso es la tentación espiritualista y gnóstica ( 1 Jn 4,2-3; 5.6); insiste Jn por eso en la aceptación de Jesús Hombre-Dios.

Hay que poner en paralelo dos testimonio s que aparecen en el evangelio: el de Juan Bautista, que precede a la misión de Jesús, y el de los discípulos, que la sigue.

El testimonio de Juan se concentraba en la visión del Espíritu que bajaba y permanecía sobre Jesús (1,32s) y en el anuncio del don del Espíritu (1,33); el objetivo de su misión era que el Mesías se manifestara a Israel (1,31).

El testimonio de los discípulos sobre Jesús concierne su misión realizada, de la que ellos son fruto y que ellos continúan. Ellos han recibido el Espíritu, y éste los sostiene en su misión, dando testimonio juntamente con ellos. Juan anunciaba un hecho venidero; ellos, su experiencia personal de Jesús.

Acentúa así Jn la centralidad de Jesús en la historia, Con el Bautista termina la época de la expectación. Después de Jesús, que ha inaugurado la etapa final, toca a los discípulos anunciar su experiencia de él. Pero no se puede dar ese testimonio si no se está con él, es decir, si no se experimenta su presencia, y eso desde el principio, aceptando su entera realidad humano-divina.

Jn 15,27a

 <<Pero también vosotros daréis testimonio>>.

El testimonio de los discípulos ante el mundo continúa el del Espíritu en la comunidad. El Espíritu de la verdad va a estar en ellos (14,17), y así su voz será la del Espíritu (3,8). El enfrentamiento entre Jesús y el mundo no va a terminar con su muerte: al contrario, va a  multiplicarse por medio de los suyos.

El Padre realiza su designio: dar vida al hombre (6,40), enviando a Jesús, a quien comunica plenamente su Espíritu (1,32-34; 3,16s; 4,34; 5,30; 6,39.40). Jesús lo comunica a los suyos para que continúen su obra. El Espíritu, en su testimonio acerca de Jesús, la interpreta (14,25-26 Lect.); el grupo, que recibe ese testimonio, renueva en cada época la obra de Jesús, y en eso consiste su propio testimonio.

Jn 15,26

 <<Cuando llegue el valedor que yo voy a mandaros recibiéndolo del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio en mi favor>>.

En la primera parte del discurso prometía Jesús a los discípulos la permanencia en ellos del Espíritu de la verdad (14,17), que los hará penetrar en su mensaje (14,26). En esta perícopa les anuncia la actividad del Espíritu en la misión, dando testimonio en favor de Jesús mismo condenado por el mundo.

El Espíritu, palabra que originalmente significa <<viento>> o <<aliento>>, representa figuradamente <<el aliento de Dios>>; es la expresión de su vida, procedente de lo íntimo de su ser. El sentido de <<viento>> indica, al mismo tiempo, su fuerza (Gn 1,2: <<y el aliento/viento de Dios se cernía sobre las aguas>>). Es el Espíritu creador, que procede de Dios mismo como Padre. Su procedencia es continua, representa un flujo incesante de vida que procede de Dios. Este Espíritu, que es él mismo fuerza y vida y por eso es el Espíritu de la verdad (1,4: y la vida era la luz del hombre), es quien va a dar testimonio de Jesús, el dador de vida.

Dará ese testimonio dentro de la comunidad, asegurándola de la verdad de su mensaje y actuación. Se trata del testimonio profético que sostiene al grupo cristiano, confirmando la experiencia interior de sus miembros y consolidando así su actitud de ruptura con el mundo.

En este pasaje, Jesús no habla de <<su Padre>> (cf. 15,23.24), sino <<del Padre>>, porque la relación con Dios como Padre va a ser propia de todo hombre que responda a su llamada. El Espíritu, la fuerza de vida, es la salvación que trae Jesús, ofrecida a la humanidad entera (3,17; 12,47).

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25