Mediante ella existió todo, sin ella no existió cosa alguna de lo que existe.
Resultado de la interpelación de la palabra es la creación del mundo, en particular de la humanidad (1,10: el mundo existió mediante ella, el mundo / la humanidad no la reconoció). El enunciado negativo (sin ella no existió cosa alguna, etc.) elimina toda excepción; nada existe fuera de la voluntad y del proyecto divino, expresado y realizado por su Palabra. No hay dualismo cósmico, ni principio cósmico del mal opuesto y antagonista de Dios. No hay criatura que no sea expresión de Dios ni, por tanto, que sea mala de por sí. Si el mal existe, no se debe a la obra creadora.
Al ser la Palabra la fuerza creadora de todo, funda el origen de todo (1,1: al principio). La enseñanza rabínica, al considerar la Ley como preexistente y divina, la tenía por agente de la creación. Así se lee en Pirqe Abot 5,1: <<El mundo fue creado por diez palabras>> (el decálogo, la Ley propiamente dicha). Juan, en cambio, desde su primera frase, opone la <<Palabra>> a <<las palabras>> de la Ley, disintiendo de esa doctrina. Frente a la Palabra, la Ley, dada por medio de Moisés (1,17), queda relativizada y circunscrita a una época determinada de la historia.
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