Replicó Jesús: <<¿No hay doce horas de día? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, si uno camina de noche, tropieza, porque le falta la luz>>.
Jesús responde, en primer lugar, al miedo de los discípulos. Las doce horas de día representan el período de su actividad, la duración del día <<sexto>>, que simbólicamente comenzó en Caná (2,1) y al que ha aludido más tarde (8,56: este día mío). Su actividad va a terminar con la resurrección de Lázaro y la decisión de matarlo por parte de las autoridades (11,54); entonces comenzará <<su hora>>, la hora final de su día, cuando llevará a término su obra con el don de su vida. Mientras dure el día, sigue la actividad, y hay que aprovechar la ocasión para realizar las obras del Padre (9,3s), sin miedo al peligro.
Para su explicación Jesús toma pie del ritmo natural. El período de actividad para el hombre es el día, mientras la noche no es propia para el trabajo por la carencia de luz. <<El día>> designa, por tanto, el tiempo de su vida, en que él realiza su obra. En este nivel de lenguaje, la luz expresa la posibilidad de trabajo para Jesús, como la noche significará la cesación de su actividad (cf. 13,30). La frase la luz de este mundo no tiene, por tanto, aquí el mismo significado que Yo soy la luz del mundo (8,12); el evangelista añade el demostrativo precisamente para evitar el paralelo.
Sin embargo, dado que este principio se aplica también a los discípulos, la comparación adquiere un segundo sentido. Para ellos, el tiempo de la actividad requiere la presencia de Jesús, que es su luz; indirectamente, por tanto, la comparación revierte al simbolismo de la luz expresado en 8,12 (21,3 Lect.).
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