domingo, 14 de noviembre de 2021

Jn 4,24

 <<Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad>>.

Jesús define a Dios mismo como Espíritu, es decir, dinamismo de amor que se ha expresado en la creación del hombre y sigue actuando hasta llevarla a su término; de ahí su nombre de Padre: el que por amor comunica su propia vida (1,14c Lect). Ese amor es su gloria (1,14), la que llena su santuario, que es Jesús, su Proyecto hecho hombre (íbid), y la que por su medio se comunica a los hombres. En 1 Jn 4,7s se expresa la misma doble realidad del amor: El amor procede de Dios y Dios es amor.

La afirmación de Jn: Dios es Espíritu, explicado como dinamismo de amor, hace comprender los efectos del agua viva que Jesús da a beber y que apaga la sed del hombre (4,14a). Ese agua es la experiencia constante, a través de Jesús, de la presencia y el amor del Padre. La experiencia del amor produce, a su vez, en cada hombre la capacidad de amar generosamente como se siente amado (4,14b: se le convertirá dentro en un manantial); así el hombre se transforma en espíritu (3,6) semejante a Dios mismo (1,16). Siendo el amor la línea de desarrollo y personalización del hombre, su actividad irá realizando en él el proyecto creador, llevándolo a una semejanza cada vez mayor con el Padre (1,12: hijos de Dios).

El culto a Dios deja de ser vertical, pues él está presente en el hombre por el Espíritu; el Padre y Jesús son compañeros de vida del que practica el amor (14,23). La relación con Dios es la de una sintonía que impulsa a una semejanza cada vez mayor (14,6: el camino hacia el Padre) y lleva a amar al hombre hasta la entrega total. Ese es el único culto que el Padre busca y que, por tanto, acepta: la prolongación del dinamismo de amor que es él mismo y que él comunica.

El culto antiguo exigía del hombre una renuncia a bienes exteriores (sacrificios, etc.). Era una humillación del hombre, una disminución ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla al hombre; al contrario, lo eleva, haciéndolo cada vez más semejante al Padre. El antiguo culto subrayaba la distancia; el nuevo tiende a suprimirla, gracias a la iniciativa de Dios mismo, que hace al hombre hijo y semejante a él. Consiste en testificar que Dios es Padre, porque existen hijos suyos y hermanos del hombre que, desde la nueva realidad que viven, se esfuerzan por comunicarla, para que el hombre salga de su situación de opresión y de muerte.

Se entiende la oposición de Jesús al templo (2,13ss) y la sustitución de éste por el nuevo santuario, su cuerpo (2,21), la tienda que acompaña en el camino (1,14), de donde brota el agua del Espíritu (7,37-39; 19,34). Se aclara la ruptura con el pasado que él proponía a Nicodemo (3,3: nacer de nuevo / de arriba) y que éste, devoto de la Ley, no podía comprender. Dios no quiere cultos como los de la antigua alianza; él no espera dones, sino que busca comunicarse. Su gloria es expansiva, no centrípeta, y consiste en dar vida, desplegando así la actividad de su amor. Los que participan de esta gloria (17,22), la difunden en el mundo.

V. DIOS ES AMOR. SOLO QUIEN AMA CONOCE A DIOS 4,7-...

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