En esto llegaron sus discípulos y se quedaron extrañados de que hablase con una mujer, aunque ninguno le preguntó de qué discutía o de qué hablaba con ella.
El asombro de los discípulos supone la inferioridad de la mujer en aquella sociedad; pero Jesús no acepta tal desigualdad. No le preguntan nada; se acentúa así la intimidad de la conversación que ha precedido, del encuentro con Samaría. Él se la ha llevado a la soledad y le ha hablado al corazón para ganársela de nuevo (Os 2,16).
La primera suposición de los discípulos es que Jesús pueda haber estado discutiendo con la mujer. Delatan su mentalidad judía. Tampoco comprenden de qué puede hablar con ella. No ven por qué Jesús tiene que dirigirse a Samaría. No han olvidado la discriminación. No se les ocurre que Jesús pueda manifestarle su amor, como había hecho con ellos en Caná. Sin embargo, así ha sido; también a ella ha ofrecido el Espíritu, allí simbolizado por el vino (2,9), y ha sido aceptado.
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