domingo, 14 de noviembre de 2021

Jn 4,28-29

 La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: <<Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?>>.

La palabra que designa el cántaro es la misma empleada en el episodio de Caná para designar las tinajas (2,6). Como allí éstas representaban la Ley, también el cántaro es imagen de la Ley que la mujer toma del pozo para buscar la vida en ella. La mujer estaba supeditada a la vasija, donde bebía el agua que no apagaba su sed.

Abandona el cántaro, que era su conexión con el pozo; rompe con la Ley. Esta es su respuesta de fe al Mesías que se le ha dado a conocer. Ha comprendido la novedad que representa respecto al pasado. Al contrario de Nicodemo, que no veía la posibilidad de un nuevo principio, la mujer lo ha entendido perfectamente.

Va a invitar a <<los hombres>> (la gente) a que vayan a ver a <<un hombre>>; así presenta a Jesús. No hay miedo a acercarse. No lo describe como un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación. Es sencillamente <<un hombre>> que tenía sed, como todos. En el fundamento de la común humanidad funda la mujer su invitación a acercarse a Jesús.

Su mensaje es modesto, lo propone en forma interrogativa; quiere que cada uno, como ella, llegue a su conclusión personal. Sus palabras son una invitación que abre una esperanza. La representante de Samaría se individualiza. Anuncia a sus paisanos que Jesús le ha dicho todo lo que había hecho. Esta frase es importante, pues se repetirá textualmente en 4,39. La mujer insiste en que Jesús le ha descubierto su pasado; esto supone que ella ha reconocido su adulterio.

La noticia de la samaritana a sus paisanos está inspirada en Os 7,1: <<Cuando cambie la suerte de mi pueblo, cuando cure a Israel>> (el reino del norte con centro en Samaría), <<se descubrirá el pecado de Efraín y las maldades de Samaría>>. Al saber los samaritanos que se han descubierto sus pecados, comprenden que ha llegado el cambio de suerte, el momento de su curación. De ahí la pregunta de la mujer: ¿Será el Mesías?, y la prontitud de los samaritanos en acudir a Jesús.

El comportamiento de la mujer es parecido al de los discípulos cuando encontraron a Jesús. Andrés fue a buscar a su hermano Simón (1,41); Felipe, a Natanael (1,45). Ella va al pueblo y anuncia.

Jesús, en primer lugar, ha ofrecido el agua viva; sólo después de haber despertado el anhelo ha denunciado sus maldades a Samaría. Primero expone la calidad de su don, luego señala los obstáculos para recibirlo. Comienza con lo positivo, su denuncia no deja a nadie desamparado. No pide una ruptura que deje en el vacío, abre una puerta invitando a pasar de la muerte a la vida.

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