miércoles, 2 de diciembre de 2020

Jn 1,11

 Vino a su casa, pero los suyos no lo acogieron.

En paralelo con la llegada de Juan bautista (1,7: vino) está la de la Palabra, ya personificada y que el lector identifica con Jesús. Él es el proyecto realizado, la palabra creadora, la vida (11,25; 14,6) y la luz (8,12; 9,5). Si la luz siempre existente brillaba para todo hombre (1,5) e iluminaba la humanidad entera (1,9), su presencia histórica se verifica en un pueblo determinado, que es el suyo, metafóricamente su casa, donde debía haber sido acogido sin condiciones: pero los suyos no lo acogieron; llegó al pueblo que Dios había hecho suyo, pero este pueblo no lo aceptó.

Resalta aquí el fracaso de la antigua alianza. La Escritura (5,39) y Moisés (5,46) habían anunciado esta realidad, pero los suyos no quieren reconocer la Palabra / interpelación de Dios, el proyecto creador (12,13ss Lect.), la vida que se les ofrece. Entre la preparación que Dios pretendía hacer y la llegada del anunciado se ha interpuesto un factor que ha invalidado la preparación y le ha quitado su eficacia. Este elemento ha de ser la tiniebla, la enemiga de la luz, que se identifica con los principios de la institución judía. Ésta ciega al pueblo con la enseñanza de la Ley y los ideales nacionalistas (12,34.40 Lect.), y condenará a Jesús (11,53).

Nótese la identidad de sujeto en 1,10 y 1,11. El que llega es la palabra primordial y creadora (1,3: mediante ella existió todo; 1,10: el mundo existió mediante ella), el proyecto divino que interpelaba al hombre ofreciéndole la vida (1,4), hecho realidad en una existencia humana. Jesús será, por tanto, el proyecto divino realizado, el hombre-Dios (1,1c); su actividad consistirá en llevar a cabo el designio creador de Dios sobre el hombre (4,34) y su presencia será la interpelación de Dios a la humanidad (15,22.24). La obra de salvación continúa la obra creadora y la lleva a su término (5,17).

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Jn 21,24-25

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