Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan.
En este estado permanente de la humanidad, el de la dialéctica luz / tinieblas, hay un acontecimiento: se presenta un mensajero. Se le describe sucesivamente, en primer lugar, como hombre; luego como enviado, determinando quién lo envía; finalmente, se pronuncia su nombre propio.
Esta sección, que describe la figura de Juan y el contenido y significado de su misión, tiene un evidente carácter polémico. Irrumpe bruscamente en el desarrollo del tema de la Palabra. Representa un cambio en la estructura (ritmo diverso) y estilo de las frases (v.g.: desaparición de la serie de coordinadas, y uso de la subordinación). Contiene elementos antitéticos con respecto a lo que se había afirmado de la Palabra: la palabra existía en el principio (forma durativa) / Juan apareció, vino (formas puntuales); la Palabra estaba junto a Dios / Juan fue enviado por él: la Palabra era Dios / Juan era un hombre; la Palabra contenía la vida-luz / Juan no era la luz.
Juan Bautista era visto por algunos como oponente de la Palabra (en realidad, históricamente, Jesús fue considerado como competidor de Juan Bautista, que había aparecido antes en el tiempo, cf. 3,25-30), de ahí el significado de la contraposición que Jn establece en esta sección y que va in crescendo hasta la formulación breve y taxativa del último paralelismo: no era él la luz (1,8). Sin embargo, Jn no hace de Juan Bautista un oponente de la Palabra: de rasgos contrapuestos a ella, Juan es, sin embargo, el aliado de la Palabra; pero su significado se agota en la misión de testimoniar, subsidiaria de la Luz.
Para transmitir su mensaje, Dios escoge a un hombre, sin más calificación de pueblo, condición social ni estado religioso. Un hombre, para quien la vida es la luz (1,4), va a dar testimonio a los hombres acerca de la luz-vida. Su misión le viene directamente de Dios, al margen de las instituciones religiosas.
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