miércoles, 2 de diciembre de 2020

Jn 1,10

 En el mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, el mundo no la reconoció.

La mención de la actividad creadora y el paralelismo con 1,3 indican que el sujeto es la Palabra. Tanto en griego como en castellano, el paso de <<luz>> a <<palabra>> es imperceptible (en griego por la isomorfia de los pronombres, en castellano por la comunidad de género entre los dos términos). En la luz-vida que llega al mundo están presentes el proyecto de Dios y su palabra creadora, su ideal para el hombre y su interpelación al mundo / humanidad. Sin embargo, contradiciendo al deseo de vida implantado en ella, la humanidad no reconoció el proyecto divino ni hizo caso de la interpelación. Aunque le era connatural, lo rechazó y, con ello, rechazó la vida. Vivía en régimen de muerte, dominada por la tiniebla, y se negó a responder al ideal de plenitud humana al que estaba destinada por la creación misma.

En este verso se resume la situación de la humanidad hasta la llegada histórica de la Palabra: una negativa a realizar el proyecto divino, la sumisión a la tiniebla. Esta no se identifica con la humanidad, que podría escapar de ella y pasarse a la zona de la luz; es la ideología propuesta por un sistema que subyaga y somete al hombre, quitándole hasta el deseo de su propia plenitud. La humanidad en su conjunto se deja dominar por ella y renuncia a la vida, su único bien.

La frase <<el mundo no la reconoció>>, que describe el rechazo voluntario del proyecto de Dios sobre el hombre, anuncia <<el pecado del mundo>>, que va a ser quitado por el Cordero de Dios (1,29 Lect.). La humanidad está dominada por el pecado, por aceptar un régimen de opresión; se niega a dejarse iluminar por la luz-vida, a dejarse interpelar por la palabra.

No existe zona neutra entre la luz y la tiniebla. La humanidad está sumergida en ésta y tiene que salir de ella para pasarse a la zona de la luz. Como estar con la tiniebla significa carecer de vida, vivir en régimen de muerte, el paso a la luz-vida equivale a nacer de nuevo (3,3: si uno no nace de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios), a una resurrección (5,25: los muertos van a oír la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen tendrán vida).

En resumen: desde el principio, el proyecto de Dios era que el hombre alcanzase la plenitud de vida, la vida divina. En la humanidad (el hombre, el mundo, todo hombre), sin embargo, ha dominado una entidad maligna (la tiniebla) que ha impedido que el hombre viva, sometiéndolo a un régimen de muerte. Siempre había podido el hombre experimentar el anhelo de vida, pero la humanidad en su conjunto lo había reprimido, aceptando la opresión. La voz de Juan pretendía despertar ese anhelo y sacar al hombre de su resignación, anunciando la alternativa. Por eso su bautismo significará ruptura con la institución existente y propósito de adhesión al liberador que llega.

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Jn 21,24-25

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