En cambio, a cuantos la aceptaron.
Aunque los suyos no lo acogen, hay quienes lo aceptan. Con esta frase indica Jn que ha habido una respuesta positiva a la palabra-luz, sobre todo fuera de su pueblo. Esta afirmación corresponde en el relato evangélico a la acogida hecha a Jesús en Samaría (4,39), y a su retirada a Efraín (11,54 Lect.); también a la mención de otras ovejas no pertenecientes al recinto de Israel (10,16), al episodio de los griegos (12,20-22) y al de la pesca (21,1ss). Comienza una nueva época para la humanidad, que se divide en dos partes desiguales: los que continúan en la actitud del pasado (los suyos) y no reconocen la Palabra (1,10), y los que la reconocen y la aceptan, liberándose del dominio de la tiniebla.
Aunque Israel como pueblo no acoja a Jesús, hay excepciones que aparecen en el mismo evangelio (1,48 Lect.); una parte de Israel será integrada en la nueva comunidad (19,25-27 Lect.). De hecho, la vida-luz brilla para la humanidad (1,4) e ilumina a todo hombre (1,9). Lo mismo, aunque la presencia histórica de Jesús se verifica en Israel, su mensaje está destinado a la humanidad entera (3,16: así demostró Dios su amor al mundo / humanidad). La tragedia fue que aquel pueblo mostrase la mayor resistencia. De hecho, Jesús tendrá otros <<suyos>> (13,1), que ya no se identificarán con el Israel histórico (cf. 10,4).
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