los hizo capaces de hacerse hijos de Dios.
A los términos castellanos <<hijo / hijos>>, distinguidos solamente como singular y plural, corresponden en el evangelio dos términos griegos: huios y tekna, como en francés se distingue entre <<fils>> y <<enfants>>. Jn usa el primero exclusivamente para Jesús, <<el Hijo único>> (3,16.18), <<el Hijo de Dios>> (5,25; 20,31), o simplemente <<el Hijo>> (5,23; 6,40). El segundo, referido a los hijos de Dios, se emplea sólo en este pasaje y en 11,52.
En el evangelio de Jn, el concepto <<hijo>> es dinámico, como aparece en 8,39: Si fuerais hijos de Abrahán, realizaríais las obras de Abrahán. El <<nacer>> capacita para ejercer una actividad del mismo género que la del padre, y esa actividad es la que demuestra la filiación. El hijo imita a su padre y aprende de él (cf. 5,19-20). Así puede decir Jesús a los dirigentes judíos que tienen por padre al Enemigo (el diablo), porque realizan sus mismas obras y cumplen sus deseos, siendo asesinos y embusteros (8,44).
El dinamismo contenido en el término <<hijos>> da la razón de la frase, a primera vista extraña, de Jn: los hizo capaces de hacerse hijos de Dios. La capacidad se confiere con el <<nacer de Dios>> (1,13), pero el ser hijo no es algo dado de una vez para siempre: se demostrará con una actividad que se asemeje a la de Dios mismo y será fruto de ella. La expresión <<hijos de Dios>> connota a Dios como Padre, el que, por amor, comunica vida. Tal será la actividad de los hijos, comunicar vida por las obras de amor hacia los demás, que continuarán las de Jesús, el Hijo. Por eso su único mandamiento prescribirá precisamente el amor de unos a otros, igual al amor con que él los ha amado (13,34; 15,12.17), es decir, el hacerse hijos de Dios como lo es él. Esa actividad de amor al hombre será el camino hacia el Padre, camino de semejanza progresiva (14,6), que se recorre por identificación con Jesús, por asimilación a su vida y muerte (6,53ss: su carne y su sangre), prueba de su amor al hombre hasta el extremo (13,1.4.5).
En esta frase de Jn, hacerse hijos de Dios, se contiene un principio que dominará todo el evangelio: Dios no sustituye al hombre, sino que lo capacita para que él pueda desarrollar su propia actividad. Y lo capacita haciendo que nazca de nuevo (1,13; 3,3) por la comunicación de su Espíritu (3,5s), dándole así una calidad de vida que potencia su ser y le permite desarrollarlo hasta realizar en sí el proyecto creador. Desde este momento, la acción de Dios y la del hombre son indistinguibles, pues actúa el hombre completo, del que es componente el Espíritu de Dios (4,14; 8,12 Lect.). La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre. Este no queda anulado por la acción de Dios; al contrario, se desarrolla por la unión y la colaboración con el Padre y Jesús, sus compañeros de vida (14,23). De ahí la frase de Jesús: Quien me presta adhesión, las obras que yo hago también él las hará, y las hará mayores (14,12).
En relación con este principio está la constante negativa de Jesús a ser proclamado rey (2,23 Lec.; 6,15; 12,12-36). Él no quiere gobernar al hombre ni a la sociedad, sino dar la vida por él para acabar su creación (nuevo nacimiento) y mostrarle su camino (hacerse hijos de Dios). Dios no le da al hombre la existencia ni el mundo hechos, le comunica su capacidad de amor y entrega (el Espíritu-vida, cf. 4,14), para que él mismo, señor de su vida y de su mundo (13,12 Lect.), los construya. Dios es ímpetu que impulsa (4,24: Espíritu; cf. 3,8), no soberano que impone un orden y determina sus límites. Se advierte de nuevo la oposición entre el Padre, Dios creador y dador de vida, y el Dios de la Ley y las instituciones que, estableciendo un orden inviolable, fija la vida y el mundo del hombre. De ahí que la Ley impida ser hijos de Dios (19,7; cf. 5,18, 10,33).
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