esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha extinguido.
La luz no ha cesado de brillar, pero su brillo no es pacífico y sin obstáculos, tiene lugar en un cerco de tinieblas que intenta sofocarla. La tiniebla es la anti-luz y, por tanto, la anti-vida. No es una mera ausencia de luz, sino una entidad activa y maléfica, una fuerza de muerte, enemiga de la vida que estimula a la humanidad, irreconciliable con la plenitud que muestra la luz. Intenta extinguirla, invadirla para que cese su brillo, pero no lo consigue: su actividad está bajo el signo de la derrota.
La tiniebla, entidad negativa, es hostil a la luz, y quiere aniquilarla. La luz no lucha, no fuerza ni violenta, tiene su identidad positiva, es evidente por sí misma; se muestra, atrayendo a la opción.
La vida sigue brillando. Se establecen así dos polos antagónicos: luz-vida y tiniebla-muerte. La dialéctica vida-muerte está presente en la historia. Pero, a diferencia de lo narrado en el Génesis, donde la tiniebla era un dato primordial y la luz fue creada para constituir un cielo con ella (1,3-5), Jn no menciona la tiniebla sino después de haber afirmado la existencia de la vida como luz del hombre: es ésta el dato primordial, componente de su ser. Sólo el hombre, oponiéndose a ella, puede crear la tiniebla. Esta no se opone a la vida directamente, sino en cuanto ésta es luz-verdad que puede ser conocida. Se sitúa, pues, la tiniebla en la línea del conocimiento: es una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por él, y sofocando su aspiración a la plenitud de vida.
Existen, por tanto, dos esferas contrapuestas, como dos países limítrofes: el de la vida plena (luz) y el de la muerte en vida (tiniebla). La obra de Dios en Jesús dará al hombre la posibilidad de salir de la tiniebla en que se encuentra y pasar a la zona de la luz / vida. La luz es el ámbito del amor de Dios, y el que entra en él recibe el don de ese amor (1,16). La zona de la tiniebla está bajo la reprobación de Dios, y quien permanece en ella voluntariamente se encuentra bajo esa reprobación (3,36).
A pesar de sus esfuerzos, la tiniebla no ha logrado extinguir la luz; la aspiración a una vida plena ha existido y existe siempre en el hombre, se inserta en su mismo ser (1,3). Será la condición para dar la adhesión a Jesús, y se formulará en el evangelio con expresiones como <<escucha la voz del Padre>> (5,37b), <<aprender del Padre>> (6,45), el Dios que ha creado al hombre para realizar en él su proyecto (1,1c). Los que sienten este deseo y responden a él son los que el Padre entrega a Jesús (6,37). Lo contrario será propio de los dirigentes judíos (5,37b; 8,19). <<Escuchar al Padre>> significa responder a la aspiración que el mismo acto creador ha colocado en el interior del hombre. Aquí se encuentra su disposición más profunda, la que decidirá de su suerte: quien anhela la vida, al encontrarse con la luz-vida, optará por ella; quien, por razones inconfesables, la reprime, odiará la luz y optará por la tiniebla (3,19-21).
Dado que el anhelo de vida pertenece al ser del hombre, reprimirlo significa obrar contra la propia naturaleza, frustrar el propio desarrollo y malograr el designio de Dios. En esto consistirá el pecado de la humanidad (1,10 Lect.; 3,19; 8,21.23).
En el evangelio, la luz se identificará con Jesús (8,12: Yo soy la luz del mundo); él es la alternativa a la tiniebla (ibid., el que me sigue no andará en la tiniebla). Será la institución judía la que pretende extinguir la luz dando muerte a Jesús a propuesta del sumo sacerdote en persona (11,50.53). Es esta institución, por tanto, la que propone y encarna en este evangelio la ideología enemiga de la vida, que se concretará en la Ley absolutizada (5,10 Lect.) y el culto explotador (2,16 Lect.), cuyo baluarte es el templo (2,14; 5,2 Lect.). Jn, sin embargo, no la considera exclusiva de la institución judía; ésta representa únicamente un caso particular, que históricamente se enfrentó con Jesús. La tiniebla designa en realidad la ideología de todo sistema de poder que impide al hombre realizar en sí mismo el proyecto creador, la plenitud de vida. Aparece claramente esta universalidad por ser <<el mundo / orden éste>>, en sentido peyorativo (7,7; 8,23; 9,39, etc.), el ámbito de la tiniebla, haciéndola rebasar las fronteras del sistema judío. Si el caso de las autoridades judías es más escandaloso, se debe a que en este pueblo se había preparado, a lo largo de una historia secular, la realización del proyecto divino para toda la humanidad. La tiniebla, sin embargo, lo había invadido; las autoridades fueron responsables de haber torcido el camino (1,23).
Resumiendo lo anterior puede decirse que la identificación luz-vida impone la de tiniebla-muerte. Si la luz es el resplandor de la vida, la tiniebla es la opacidad de la muerte. Existe así una clase de vida que se llama luz y una clase de muerte que se llama tiniebla y se opone a la vida-luz. A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida-luz sirve de orientación y de meta a la humanidad para salir de su situación. El hombre puede comprender qué significa una existencia plenamente humana; a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. La tiniebla, enemiga de la vida, es agente de muerte. Los dominados por ella son muertos en vida.
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