los que no han nacido de mera sangre derramada ni por mero designio de una carne ni por mero designio de un varón, sino que han nacido de Dios.
Jn anticipa la respuesta a una objeción que puede surgir de la afirmación central del verso siguiente: Así que la Palabra se hizo hombre, donde el término empleado (sarx, lit. <<carne>>, denota la fragilidad humana que se manifiesta sobre todo en la muerte. La contemplación de la gloria está vinculada a la <<hora>> de la muerte (1,14; cf. 12,27s) y ésta tuvo una realización violenta, donde la sangre derramada es la señal de la vida manifestada (cf 19,34 Lect.).
La frase adversativa (no ... ni ... ni ... sino que) opone dos tipos de nacimiento. Aunque el primero se formula de tres modos distintos; la oposición se establece entre nacimiento humano (triple formulación) y nacimiento divino (única formulación).
En efecto, si los tres primeros principios vitales: carne, sangre, varón, fueran independientes, el hombre podría tener tres orígenes diversos. Ante esta imposibilidad, hay que identificar de algún modo los tres principios del primer nacimiento y preguntarse por qué razón Jn los ha especificado y separado.
Nótese, en primer lugar, la diferencia entre este pasaje y 3,3-6, donde también se distingue entre dos nacimientos: el primero se llama <<nacer de nuevo / de arriba>> (3,3), <<de agua y Espíritu>> (3,5) o simplemente <<del Espíritu>> (3,6), mientras el segundo, el nacimiento humano, se describe únicamente como <<nacer de la carne>> (3,6), mientras en 1,13 aparecen en oposición compleja: nacer de sangre, carne, varón / nacer de Dios.
Por otra parte, en 1,13 se habla de <<nacer de Dios>>; en 3,6 de <<nacer del Espíritu>>, que equivale a <<nacer de nuevo / de arriba>> (3,3). El nacimiento del Espíritu viene de arriba, es decir, de Jesús, el Hombre, levantado en alto (3,13 Lect.). El elemento activo de ese nacimiento es el Espíritu, dado por designio de Jesús, el portador del Espíritu (1,32) y su fuente (del agua-Espíritu: 7,37-39; 19,30.34; cf. 20,22). Jesús es carne y sangre (realidad humana) + Espíritu (vida divina, cf. 4,24). El hombre no puede tener vida divina, definitiva, si no es a través de Jesús, por el Espíritu que él comunica a través de su realidad humana (6,53s: si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva), aceptándola como don (6,51: el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva), el don del Padre a la humanidad (6,32: mi Padre os da el verdadero pan del cielo [cf. 3,16]).
En la cruz aparece, por otra parte, que Jesús da el Espíritu cuando entrega su cuerpo / carne y derrama su sangre. La única forma de nacer de nuevo es, por tanto, aceptar a Jesús que da su vida por el hombre, aceptar su condición humana y asimilarse a ella.
<<Nacer de Dios>> equivale, por tanto, a nacer del Espíritu que procede de la carne y sangre de Jesús, aceptando su carne y su sangre, su vida y su muerte. Es solamente por el designio de Jesús (carne + sangre + Espíritu) de dar vida, que se identifica con el designio del Padre (6,39s) y se traduce en su entrega voluntaria a la muerte (10,18), como es posible al hombre el nuevo nacimiento.
El que nace de Dios, lo hace del Dios que se manifiesta y actúa en Jesús: su expresión cumplida en la debilidad de la <<carne>> y en el acto de su entrega en la cruz. Por lo mismo nace de la sangre de Jesús, pero no de mera sangre, sino de aquella que, derramada en la cruz, contiene la fuerza vivificadora de Dios; nace de la carne, débil y mortal que es Jesús, pero no de mera carne, puesto que es la morada de Dios, de donde brota el manantial de vida, indestructible, nuevo lugar de encuentro con el Padre; nace de un varón, pero no de un mero varón, sino del hijo único del Padre, heredero de su gloria.
Este nacimiento de Dios, que se obtiene por la aceptación de la humanidad de Jesús (lo aceptaron), permitirá al hombre, por su fidelidad a él (a esos que mantienen la adhesión a su persona), llegar a ser hijos de Dios.
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