Así que la Palabra se hizo hombre.
Hasta aquí el autor ha hecho una síntesis de la obra creadora de Dios, incluida la llegada histórica de la Palabra y las reacciones, negativa y positiva, que ha provocado (1,11-13). La exposición se ha hecho desde fuera, de modo impersonal. Ahora, en esta sección, Jn va a considerar la llegada de la Palabra y sus efectos positivos desde el punto de vista de la comunidad creyente a la que pertenece (1,14: nosotros hemos contemplado; 1,16: todos nosotros hemos recibido). La llegada de la Palabra se describe en términos de experiencia, la que es propia de los que han recibido, han nacido de Dios y mantienen su adhesión a ella.
Para entender bien el alcance de la frase de Jn, hay que tener presente el doble significado de logos: proyecto / palabra. El proyecto divino se ha realizado en una existencia humana, la plenitud de la vida brilla en un hombre, es visible, accesible, palpable (cf. 1 Jn 1,1-3). Por vez primera aparece cuál es la meta de la creación de Dios, a qué tiende toda su obra: lo manifiesta el Hombre que encarna su proyecto: al llegar a la plenitud humana, es Dios, pues tal era el proyecto, llevar al hombre a la condición divina (nótese la traducción alternativa de 1,1c: y un Dios era el proyecto). El hombre-Dios está presente en la tierra, él es la presencia del Padre entre los hombres (12,45; 14,9), el Dios engendrado (1,18) por la comunicación plena de la vida el Padre.
A esta expresión <<el proyecto / palabra hecho hombre>> corresponde en el cuerpo del evangelio dos expresiones: <<el Hijo del Hombre>> ( = el Hombre; 1,51 Lect.), que denota el hombre en su plenitud, el modelo de Hombre, y <<el Hijo de Dios>> (3,18; 5,25, etc.), aquel que ha recibido la plenitud de vida divina y que, por tanto, es Dios. Son dos aspectos de la misma realidad, pues el hombre no llega a serlo plenamente hasta que no sea hijo de Dios, recibiendo la comunicación de la vida divina. Ambas denominaciones están compendiadas en otra: <<el Hijo>> (3,17.35s; 5,21-23; 6,40, etc.), que denota al mismo tiempo la procedencia humana (el Hijo del hombre) y la divina (el Hijo de Dios) de Jesús.
Estas realidades se <<cumplen>> en el momento de la muerte (19,28-30, cf. Lect.) que pone de manifiesto la realidad <<carnal>> de la Palabra y, paradójicamente, su transparencia divina: en ese momento privilegiado el hombre puede contemplar en ella la gloria del Hijo que, a su vez, es la del Padre (cf. 19,35, cf. Lect.).
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