sábado, 5 de diciembre de 2020

Jn 1,14a

 Así que la Palabra se hizo hombre.

Hasta aquí el autor ha hecho una síntesis de la obra creadora de Dios, incluida la llegada histórica de la Palabra y las reacciones, negativa y positiva, que ha provocado (1,11-13). La exposición se ha hecho desde fuera, de modo impersonal. Ahora, en esta sección, Jn va a considerar la llegada de la Palabra y sus efectos positivos desde el punto de vista de la comunidad creyente a la que pertenece (1,14: nosotros hemos contemplado; 1,16: todos nosotros hemos recibido). La llegada de la Palabra se describe en términos de experiencia, la que es propia de los que han recibido, han nacido de Dios y mantienen su adhesión a ella.

Para entender bien el alcance de la frase de Jn, hay que tener presente el doble significado de logos: proyecto / palabra. El proyecto divino se ha realizado en una existencia humana, la plenitud de la vida brilla en un hombre, es visible, accesible, palpable (cf. 1 Jn 1,1-3). Por vez primera aparece cuál es la meta de la creación de Dios, a qué tiende toda su obra: lo manifiesta el Hombre que encarna su proyecto: al llegar a la plenitud humana, es Dios, pues tal era el proyecto, llevar al hombre a la condición divina (nótese la traducción alternativa de 1,1c: y un Dios era el proyecto). El hombre-Dios está presente en la tierra, él es la presencia del Padre entre los hombres (12,45; 14,9), el Dios engendrado (1,18) por la comunicación plena de la vida el Padre.

A esta expresión <<el proyecto / palabra hecho hombre>> corresponde en el cuerpo del evangelio dos expresiones: <<el Hijo del Hombre>> ( = el Hombre; 1,51 Lect.), que denota el hombre en su plenitud, el modelo de Hombre, y <<el Hijo de Dios>> (3,18; 5,25, etc.), aquel que ha recibido la plenitud de vida divina y que, por tanto, es Dios. Son dos aspectos de la misma realidad, pues el hombre no llega a serlo plenamente hasta que no sea hijo de Dios, recibiendo la comunicación de la vida divina. Ambas denominaciones están compendiadas en otra: <<el Hijo>> (3,17.35s; 5,21-23; 6,40, etc.), que denota al mismo tiempo la procedencia humana (el Hijo del hombre) y la divina (el Hijo de Dios) de Jesús.

Estas realidades se <<cumplen>> en el momento de la muerte (19,28-30, cf. Lect.) que pone de manifiesto la realidad <<carnal>> de la Palabra y, paradójicamente, su transparencia divina: en ese momento privilegiado el hombre puede contemplar en ella la gloria del Hijo que, a su vez, es la del Padre (cf. 19,35, cf. Lect.).

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