martes, 1 de diciembre de 2020

Jn 1,9b

 La que ilumina a todo hombre, llegando al mundo.

La luz de la vida se describe ahora no en sí misma, sino en su acción sobre el hombre, ya insinuada en 1,4: la vida era la luz del hombre. Al decir que ilumina se hace referencia no sólo a su cualidad de ser visible (1,5: brilla), sino también a su capacidad de difusión. Es la vida que se comunica la vida que vivifica.

De hecho iluminaba e ilumina a todo hombre, porque llega al mundo / la humanidad. A pesar de las tinieblas y de las falsas luces, el hombre podía experimentar el anhelo de vida, podía valorarla y acrecentar el deseo de ella. La plenitud de vida contenida en el proyecto creador se e presentaba siempre como ideal y meta. Tenía, pues, un criterio para distinguir entre luces verdaderas y falsas, su anhelo de vida y plenitud. Por eso todos podían responder al testimonio de Juan (1,7), pues él daba testimonio de una realidad existente, pretendía despertar la conciencia de la vida, latente en todo hombre y que cada uno podía descubrir de nuevo. Sin embargo, para responder a su invitación había que darse cuenta de la situación de muerte; tal era la labor de Juan por medio de su bautismo: proponer la ruptura con la situación y la adhesión al que había de llegar y que, de hecho, ya estaba presente (1,26: entre vosotros se ha hecho presente).

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