Todo el que obra con bajeza, odia la luz.
Este principio general extiende el enunciado fuera de las fronteras de Israel y del tiempo de Jesús. La luz, resplandor de la vida, denuncia por comparación la bajeza de conducta que se opone a la vida. Ya en su sentido primario, la luz expone y denuncia la maldad oculta. Por eso existe una respuesta de odio al amor de Dios. La opción por la tiniebla no se hace por el valor que tenga en sí misma, sino por el odio a la luz y éste nace por miedo a ser desenmascarado. No se opta aquí imparcialmente entre términos equiparables; hay una repulsión a la vida en aquel que es cómplice de la muerte. Se odia la bondad de la luz. La maldad no puede soportar su vista y pretende sofocarla. Los agentes de injusticia y muerte no pueden soportar su denuncia (1,5; 11,53; 12,10; 19,15).
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