El viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, aunque no sabes de dónde viene ni adónde se marcha. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu.
El término <<espíritu>> significa originariamente <<viento>>, y Jn juega con su doble significado. El viento/espíritu es fuerza y dinamismo. El término <<ruido>> significa también <<voz>>: ruido del viento/voz del Espíritu.
La necesidad del nuevo nacimiento, enunciada antes por Jesús, excluía que el reino de Dios se identificase con Israel. Se plantea la cuestión de quiénes son los llamados al reino A ella responde Jesús en este versículo.
La contraposición carne/Espíritu y la concepción de éste como principio de vida están en la línea de Gn 2,7. El aliento vivificador de Dios sopla sobre <<el hombre>>, comunica vida sin estar limitado por raza o región, como el viento sopla donde quiere.
Así, el Espíritu/viento, que prepara ciudadanos para el reino de Dios, no conoce fronteras. Es decir, no sólo la Ley no es camino para el reino, sino que éste tampoco está circunscrito a Israel, a su raza y tradición. El Espíritu creador es libre, no está ligado a nada ni por nadie. Y paralelamente, los que nacen del Espíritu no se sienten encerrados en los límites de un pueblo o tradición. Si no se pueden establecer reglas para el Espíritu, tampoco el origen, historia o experiencia anterior puede ser norma última para el hombre nuevo que nace de él.
Al Espíritu y al nacido de él se les conoce por su voz (ruido del viento/voz del Espíritu). Este pasaje está en estrecho paralelo con 8,14: mi testimonio (la voz) es válido, porque sé de dónde he venido y adónde me marcho, mientras vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde me marcho. Se trata aquí de la identidad de Jesús (8,12: Yo soy la luz del mundo, etc.), que él puede afirmar por ser consciente de su procedencia y de su destino. Lo mismo, los que han nacido del Espíritu, no se definen ya por su <<carne>> ni se identifican por ella; en eso se diferencian de Israel, que encontraba su identidad en su genealogía e instituciones; de hecho, su vida tiene origen <<arriba>>. Tampoco sus objetivos son los que podrían deducirse de su pertenencia a un pueblo o a una sociedad. Saben de dónde vienen y adónde van, cuál es su itinerario: el camino hacia el Padre por el amor leal hasta el extremo (13,1). Pero el que no ha nacido del Espíritu y sigue en la esfera de la <<carne>> no puede comprenderlo ni acepta, por tanto, la veracidad de su testimonio. Para él la voz del Espíritu es un ruido (cf. 12,28s; 1 Cor 2,14).
Se trasluce detrás de estas frases la polémica de las comunidades cristianas con la sinagoga. Estas comunidades han surgido en todas partes, sin responder a criterios de raza o pueblo, pero se las reconoce por tener una misma voz y dar un mismo testimonio, el de Jesús.
El Espíritu/viento, que no sigue la regla de ellos, les resulta imprevisible. No está vinculado, como Israel, a instituciones; solamente su voz delata su presencia y ella afirma su libertad.
Nicodemo creía saber (3,2: sabemos). Había intentado encasillar a Jesús, pero se había equivocado, porque no sabía de dónde venía ni adónde iba. Las señales de Jesús (2,23) eran la voz del Espíritu; ellos han querido interpretarlas en función de su origen judío, en un marco de <<carne>>, de tradición, de lo ya conocido (3,2: como maestro). Pero el Espíritu no admite tales marcos de referencia. Lo mismo ocurrirá a otros, que creerán saber y, en realidad, no sabrán (cf. 7,27s.33-36; 8,21s). Nicodemo poseía el saber de la <<carne>>, del hombre inacabado, sin conocer el proyecto de Dios.
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