domingo, 5 de septiembre de 2021

Jn 3,12

 Si os he expuesto lo de la tierra y no creéis, ¿cómo vais a creer si os expongo lo del cielo?

Jesús reprocha a Nicodemo, el maestro de Israel, su incredulidad sobre lo que acaba de decirle. De hecho, el nuevo nacimiento y la renovación del hombre por el Espíritu podían ser perfectamente comprensibles para cualquiera que estuviese familiarizado con la antigua Escritura, que él, como maestro de Israel, debía conocer. <<Lo de la tierra>> responde a lo anunciado por los mensajeros de Dios durante la antigua alianza (cf. 3,31b Lect.). Jesús ha buscado una base común para introducir a Nicodemo en la novedad del reino de Dios, pero éste, aferrado a su propia visión de la Ley como código cerrado e inapelable, y reduciendo su tradición a la enseñanza legal, se ha incapacitado para comprender la promesa.

La realidad del reino, oscuramente anunciada por los profetas, se va a revelar en Jesús, el que ha bajado del cielo (3,13.31s) Esto (lo del cielo) es lo que va a ser explicado en la sección siguiente, donde desaparece la figura de Nicodemo, incapaz de entender la nueva realidad.

El Mesías levantado en alto

Frente a la expectación mesiánica que ha interpretado equivocadamente a Jesús, expone Jn la verdadera realidad del Mesías. Como en la declaración central de Juan Bautista (1,29-34), aunque la sección trata de la figura de Jesús como Mesías, no se pronuncia este título, sujeto a diversas interpretaciones. En ambos pasajes hay una temática común: el Espíritu (1,32s; 3,3-8) y el Hijo de Dios (1,34; 3,18), definición del Mesías dada por Juan a partir de su visión del Espíritu.

Las dos funciones que la escuela farisea atribuía a la Ley: ser fuente de vida y norma de conducta, quedan sustituidas por la persona de Jesús, el Hombre levantado en alto (cf. 1,17). Únicamente de él procede la vida (3,13-18) y, como la luz, revela la bondad o maldad del proceder del hombre (3,19-21). Al manifestar el amor de Dios, se convierte en norma de conducta.

La respuesta humana a la visión del Hombre levantado se describe de dos maneras: primero, como <<prestarle la propia adhesión>> (3,15.18), contacto necesario para recibir la vida; luego, como acercarse a él (3,20.21), punto fijo de donde brota la luz, centro de la zona iluminada, opuesta a la tiniebla. El hombre ha de dar el paso, saliendo de la tiniebla para entrar en la zona de la luz, donde está Jesús. Este paso se identifica con su éxodo, que consiste en salir del <<mundo>>, el orden injusto (8,23; 15,19; 17,6.14.16).

En oposición a la adhesión recibida en Jerusalén (2,23), que Jesús no aceptó porque suponía una concepción equivocada de su mesianismo, se expone el verdadero término de la adhesión: el Hombre levantado y la auténtica concepción del Mesías: el Hijo de Dios, prueba de su amor.

Como Jesús había explicitado con sus afirmaciones (3,3.5), Nicodemo y, en general, el movimiento suscitado en Jerusalén, esperaban del Mesías la instauración del reino de Dios. La calidad del rey mesiánico, que Jesús va a manifestar, no corresponde a la expectación judía. En este pasaje asocia su realeza a su muerte (3,13ss), como aparecerá en el título de la cruz (19,19). Su reinado, que será el de Dios, no se inaugurará con una manifestación de poder, sino con la del amor de Dios manifestado en la cruz, negación del poder (cf. 18,36).

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