Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para el mundo por él se salve.
La doble formulación, positiva y negativa, que aparecía en 3,16: para que ... tenga vida definitiva y ninguno perezca, vuelve a encontrarse aquí formando un quiasmo: no para dar sentencia ... sino para que se salve. Pero la manifestación del amor de Dios y el don del Hijo único (3,16) se describen ahora en términos de misión (envió ... al mundo). En ambos casos hay un mismo sujeto, Dios; un mismo destinatario, el mundo, la humanidad. El amor de Dios fue el móvil del envío del Hijo y su finalidad era salvar a todo hombre; toda intención negativa queda excluida, el propósito divino es enteramente positivo y universal (el mundo). El Mesías no trae una misión judicial ni excluye a nadie de la salvación: en el Hijo, don y prueba del amor de Dios, brilla únicamente su gloria, su amor y su lealtad al hombre. No viene a discriminar dentro de Israel, pero tampoco entre Israel y los otros pueblos. Ha terminado el privilegio del pueblo escogido. La salvación está destinada a la humanidad entera.
Salvarse es pasar de la muerte a la vida definitiva, y eso es posible a través de Jesús, el dador del Espíritu.
Aparece por primera vez la denominación <<el Hijo>> aplicada a Jesús. Esta resume las dos anteriores: <<el Hombre>> (el Hijo del hombre, 3,13.14) y <<el Hijo único de Dios>> (3,16.18; cf 1,18: el único engendrado). Jesús es <<el Hijo>>, en el cual se unen la raíz humana y la procedencia divina, el máximo exponente del hombre que hace presente la plenitud de Dios.
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