domingo, 5 de septiembre de 2021

Jn 3,17

 Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para el mundo por él se salve.

La doble formulación, positiva y negativa, que aparecía en 3,16: para que ... tenga vida definitiva y ninguno perezca, vuelve a encontrarse aquí formando un quiasmo: no para dar sentencia ... sino para que se salve. Pero la manifestación del amor de Dios y el don del Hijo único (3,16) se describen ahora en términos de misión (envió ... al mundo). En ambos casos hay un mismo sujeto, Dios; un mismo destinatario, el mundo, la humanidad. El amor de Dios fue el móvil del envío del Hijo y su finalidad era salvar a todo hombre; toda intención negativa queda excluida, el propósito divino es enteramente positivo y universal (el mundo). El Mesías no trae una misión judicial ni excluye a nadie de la salvación: en el Hijo, don y prueba del amor de Dios, brilla únicamente su gloria, su amor y su lealtad al hombre. No viene a discriminar dentro de Israel, pero tampoco entre Israel y los otros pueblos. Ha terminado el privilegio del pueblo escogido. La salvación está destinada a la humanidad entera.

Salvarse es pasar de la muerte a la vida definitiva, y eso es posible a través de Jesús, el dador del Espíritu.

Aparece por primera vez la denominación <<el Hijo>> aplicada a Jesús. Esta resume las dos anteriores: <<el Hombre>> (el Hijo del hombre, 3,13.14) y <<el Hijo único de Dios>> (3,16.18; cf 1,18: el único engendrado). Jesús es <<el Hijo>>, en el cual se unen la raíz humana y la procedencia divina, el máximo exponente del hombre que hace presente la plenitud de Dios.

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Jn 21,24-25

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