En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios.
Sigue mezclando el autor los dos sentidos de luz, el físico y el metafórico. Lo mismo el que actúa con bajeza que el que practica la lealtad se definen por su proceder. El hombre se define por sus obras.
Vuelve a aparecer <<la lealtad>> del prólogo (1,14.17), cualidad del amor del Padre y de Jesús Mesías y, por tanto, del amor recibido de su plenitud (1,14.16.17). La lealtad demuestra el amor. La expresión practicar la lealtad está en paralelo con practicar lo bueno (5,29), en oposición a obrar con bajeza (cf. ibíd.). Equivale, por tanto, a hacer lo que es bueno para el hombre. Al utilizar Jn el término <<lealtad>> en lugar de <<amor>>, significa que el amor no es teoría, sino práctica, que no existe amor si no se traduce en obras. El amor puede llamarse tal en la medida en que realiza el bien del hombre, comunicándole vida.
Y así se manifiesta su modo de obrar. La manifestación es consecuencia del acercamiento; el modo de obrar es, por tanto, anterior a la adhesión a Jesús, la luz. De hecho, desde el principio de la creación, la vida se ha manifestado en el mundo, no ha sido ahogada por la tiniebla. La dialéctica muerte-vida es anterior a la manifestación plena de la vida en Jesús. Los hombres para quienes la vida es la luz (1,4), es decir, los que responden a la llamada del proyecto creador y están en favor de la creación y de la vida, son los que se acercan a Jesús, la luz.
El mismo principio será enunciado en 7,17: el que quiera realizar el designio de Dios apreciará si esta doctrina es de Dios o si yo hablo por mi cuenta. Hay una disposición y una praxis que preceden a la adhesión a Jesús, que son la lealtad a la vida y al hombre. Lo mismo en 8,47: el que procede de Dios escucha las exigencias de Dios; por eso vosotros no escucháis, porque no procedéis de Dios. Proceder de Dios significa imitar su modo de obrar (cf. 5,19) y precede a la adhesión a Jesús. De modo parecido en 6,44s: todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí. Hay, por tanto, una docilidad a Dios anterior a la fe en Jesús y que permite llegar a ella. El Padre es el Dios creador, fuente de vida y amor. El que, con su conducta, ha secundado la obra creadora de Dios, la actividad de su amor por el hombre, reconocerá la luz y se acercará a ella sin miedo; entonces aparecerá que sus obras respondían al designio de Dios, plenamente revelado en Jesús, y que no eran del hombre sólo, sino de Dios con él.
Los paralelos entre el prólogo y esta perícopa son numerosos. En primer lugar, el uso del verbo nacer (1,13: han nacido de Dios; 3,3: nacer de nuevo/de arriba; 3,5: nacer de agua y Espíritu; 3,6.7: nacer del Espíritu).
Para identificar otros paralelos hay que tener en cuenta las equivalencias: <<Espíritu/amor/vida definitiva>> y <<aceptar/prestar adhesión/ acercarse>>. Así, los que reciben la Palabra-luz son los que nacen de Dios (1,12s); paralelamente, los que dan su adhesión al Hombre levantado en alto obtienen vida definitiva (3,14s) o nacen de arriba (3,3.7), del agua-Espíritu (3,5.6.8).
SÍNTESIS
Tras la manifestación mesiánica de Jesús en el templo, donde ha denunciado la opresión y anunciado la sustitución del santuario por su propia persona, expone Jn la reacción al hecho: primero, de modo general; luego, la de los hombres de gobierno y de Ley.
Están representados por un personaje perteneciente a las altas esferas del poder, judío y observante y maestro de la Ley. Éste no espera el Mesías de la fuerza, sino el Mesías del orden, el maestro capaz de explicar la Ley e inculcar su práctica, para llegar así a construir el hombre y la sociedad. El problema se centra sobre la validez de la Ley religiosa como norma de conducta y fuente de vida, como medio de implantar la sociedad humana que Dios desea y promete. Jesús echa abajo el presupuesto de Nicodemo: el hombre no puede llegar a obtener plenitud y vida por la observancia de la Ley, sino por la capacidad de amar. Esta capacidad, que da el Espíritu, le viene de Dios y ella completa el ser del hombre. Los dos aspectos de la Ley se concentran en Jesús mismo levantado en alto: él es fuente de la vida definitiva, el Espíritu, y al mostrar su amor con el don de su vida, la norma para que el hombre alcance la plenitud. Sólo con hombres dispuestos a amar hasta la muerte puede construirse la verdadera sociedad humana. Son los hombres libres, que rompen con un pasado para comenzar de nuevo, no ya encerrados en una tradición, nacionalidad ni cultura. Su vida será la práctica del amor, el don de sí mismos, con la universalidad con que Dios ama a la humanidad entera.
Dios, en Jesús, ofrece así a todos la vida plena. El hombre tiene que optar entre la vida y la muerte. Quien de alguna manera es enemigo del hombre y de la vida, la rechaza y se condena él mismo a morir. Quien está por el hombre y por la vida, se adhiere a Jesús.
Toda empresa que tome por base el hombre a medio hacer, al hombre sin amor, está condenada al fracaso.
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