Ahora bien, ésta es la sentencia, que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso.
Jn va a desarrollar lo antes dicho, la causa de la exclusión de muchos (3,18). La luz que ha venido al mundo, de por sí lo ilumina todo. La luz es el Hijo, en su función salvadora de dar vida, como prueba del amor de Dios a la humanidad (3,16s); es Jesús como Mesías (cf. 8,12: Yo soy la luz del mundo: 12,35). Se confirma así una vez más la relación de toda esta perícopa con la escena del templo (2,13ss). Ha venido y se ha quedado en el mundo: presencia duradera de alcance universal.
La frase: La luz ha venido al mundo, está en paralelo y en oposición con la de Nicodemo: tú has venido de parte de Dios como maestro (3,2), al servicio de la Ley. Según la tradición rabínica, la Ley era vida y luz; su observancia daba vida al hombre y al pueblo, ella revelaba a Dios y su voluntad y servía de guía a la conducta.
Jesús levantado en alto toma su puesto: la conducta del hombre está guiada y juzgada por esta luz, el resplandor de su amor al hombre. Es ella la única norma y la que descubre la bondad o maldad de las acciones.
La presencia de la luz-vida en el mundo coloca al hombre ante la opción de aceptar la vida-luz o no aceptarla. La sentencia de exclusión se identifica con una opción de mala fe: viendo la luz, resplandor de la vida, que ha venido al mundo (1,4), los hombres (alusión a 2,24s; 3,1) han preferido la tiniebla, es decir, la muerte.
La tiniebla, como se ha visto en el prólogo (1,5), representa la ideología opresora que sofoca la vida del hombre, objetivada aquí en la institución judía denunciada por Jesús (2,14ss). Los hombres (3,19) son otra expresión para el mundo (3,16). La frase es hiperbólica; la totalidad denotada por los hombres significa la inmensa mayoría e incluye a los muchos que le dieron su adhesión durante las fiestas (2,23), a quienes Jesús no se confiaba (2,24), y, entre ellos, a los representados por Nicodemo (3,2: sabemos). Esta universalidad del rechazo contrasta con la del amor de Dios (3,16: así demostró Dios su amor al mundo), y fue expresada en el prólogo con una hipérbole equivalente (1,10: el mundo no la reconoció; 1,11: los suyos no la acogieron).
Antes de la venida de la luz estaba la humanidad en tinieblas. La mayoría de los hombres prefieren continuar en la muerte, renunciando a la plenitud de vida: ése es el pecado de la humanidad (1,29). Desprecian el amor de Dios, optan por la tiniebla. Esa opción constituye su sentencia. Son los hombres mismos los que la pronuncian.
Pero la opción tiene un motivo: porque su modo de obrar era perverso, en consonancia con la actividad malvada de la tiniebla, que intenta extinguir la luz (1,5), y con las obras malvadas del mundo u orden injusto que denunciará Jesús (7,7). El modo de obrar perverso consiste en el uso de la mentira y la violencia como medios de opresión (8,44: mentiroso y homicida). El imperfecto (era) indica una conducta precedente que no se quiere rectificar (cf. 2,18, el rechazo de los dirigentes ante la denuncia de Jesús). Explica Jn por qué los suyos no lo acogieron (1,11). Son los cómplices de la tiniebla, dirigentes o incondicionales del régimen injusto (= los Judíos), los que prefieren la tiniebla a la luz. Ellos encuentran en ese sistema su campo de acción; los opresores del hombre a cualquier nivel no aceptan la luz-vida. Los causantes de muerte rechazan el ofrecimiento del amor de Dios.
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