Repuso Jesús: <<Pues sí, te lo aseguro: Si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios>>.
Ante el rechazo de Nicodemo, Jesús hace su segunda declaración, reforzando la primera y explicándola al mismo tiempo. Repite su afirmación anterior sin concesión alguna, pero sustituye el adverbio de nuevo/de arriba por otra expresión: [nacer] de agua y Espíritu, que es su explicación. En adelante, sin embargo, hablará solamente de <<nacer del Espíritu>> sin más mención del agua. Esta reducción, unida al significado <<de arriba>>, aclara el sentido de la expresión de agua y Espíritu. <<Nacer de arriba>> significa nacer del que está levantado en alto, es decir, de Jesús en la cruz. Así lo indica el paralelo entre 3,7: Tenéis que nacer de nuevo/de arriba, y 3,14: Tiene que ser levantado en alto este Hombre; a una necesidad corresponde la otra: él tiene que ser levantado para que los hombres puedan nacer de arriba.
El dicho a Nicodemo anticipa la escena de la cruz, cuando del costado de Jesús, traspasado por la lanza, saldrá sangre y agua (cf. 19,34 Lect.). El agua es el Espíritu (cf. 7,37-39), el amor que él comunica al hombre, el bautismo que él iba a conferir, según lo anunciaba Juan Bautista (1,33). En esta frase: nacer de agua y Espíritu, Jesús aproxima los dos símbolos de la misma realidad: es el agua-Espíritu que baja de arriba, de él muerto en la cruz.
El Espíritu es fuerza divina de amor; sólo él hace nacer a una vida nueva y sólo quien ha nacido de él puede entrar en el reino de Dios. No está destinado a un pueblo como tal; no bastará ser israelita, ni siquiera buen israelita de cualquiera de las tendencias; no bastará la observancia escrupulosa de la Ley ni la identificación con ella: hace falta recibir un nuevo principio de vida. Existe un punto de partida: el agua-Espíritu, para llegar al reino.
Nicodemo pensaba que el hombre podría acabarse a sí mismo, por su fidelidad a la Ley. Jesús afirma que la creación ha de ser terminada por Dios, infundiendo al hombre el aliento de la vida definitiva (20,22 Lect.). Sólo cuando el hombre esté hecho del todo podrá empezar a vivir con plenitud y será apto para el reino de Dios. Toda empresa humana que tome como base el hombre aún no acabado está abocada al fracaso.
Este nacimiento se identifica con <<nacer de Dios>> (1,13) y <<recibir de su plenitud>> (1,16: de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor). El Espíritu, amor que él comunica de su plenitud de gloria, hace nacer de nuevo. Tal es la obra de Jesús Mesías, por oposición a Moisés (1,17 Lect.).
Para Nicodemo, había que volver atrás, hacia un pasado, para entrar en el seno materno y nacer después; entrar en un pasado y nacer en un presente sin horizonte ni porvenir. Para Jesús, primero es nacer, para entrar después en el futuro del reino.
El reino de Dios es un ámbito donde hay que entrar. Se expresa así en términos espaciales (entrar) el cambio radical que ha de verificarse en el hombre, la adquisición de una nueva identidad, de una nueva vida (nacer de nuevo). Es la calidad que Jn llama, en contraposición a <<la carne>>, ser espíritu (cf 3,6). Al nacer del Espíritu entra el hombre en ese ámbito donde Dios se le comunica, no ya a través de mediadores -la Ley, como expresión de su voluntad, y los maestros a su servicio (cf. 3,2)-, sino de modo inmediato en Jesús (cf. 1,14; 2,19). El reino es el espacio donde esa comunicación es posible, el que Jesús mismo delimita con su presencia. Entrar significa, por tanto, adherirse y vincularse de un modo estable a Jesús, en quien Dios se hace presente como fuerza de vida que se comunica (3,14ss). Así como los conceptos de Ley, templo, verdad, vida se encierran en Jesús, de igual modo el de reino. Jesús mismo es el espacio donde los nacidos de nuevo entran y permanecen. Este concepto se desarrollará en el cap. 15 con la imagen tradicional del pueblo de Dios, la vid verdadera en la que el hombre ha de insertarse y en la que ha de permanecer.
El reino, como Jesús, está presente en la historia y es visible en la nueva comunidad humana creada por el dinamismo del Espíritu, fuerza vital que se recibe de Jesús, la participación del amor del Padre. El amor crea la nueva relación humana. Nace así la sociedad nueva, donde el orden y la organización no van de fuera adentro, sino de dentro afuera. Pero ese <<dentro>> en la comunidad y en el individuo nuevo es Jesús mismo, que vive en ella y hace presente la gloria-amor del Padre, como fuerza que brota del interior y se manifiesta en la actividad.
El concepto nuevo de reino de Dios, en oposición a la mentalidad común, es correlativo a la concepción de la realeza de Jesús. Él se confiesa rey sólo cuando su situación excluye toda semejanza con la realeza de este mundo (18,36); al aceptar la muerte confirma su rechazo de todo poder dominador, y hace presente la potencia del amor de Dios que vence la muerte, dando la propia vida. Al ser levantado en alto, queda para siempre en la posición propia suya como rey de la nueva comunidad (19,19).
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