domingo, 5 de septiembre de 2021

Jn 3,16

 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca.

Se ofrece la explicación última de la realidad del Mesías. En el pasaje anterior (3,14-15) se le ha descrito partiendo desde el hombre, como la señal visible, el Hombre levantado; ahora, partiendo de Dios, que toma la iniciativa insertando su acción en la historia. Es la misma realidad expresada antes con la frase el que ha bajado del cielo. Jesús es el don del amor de Dios a la humanidad. El Hombre levantado a la vista de todos es al mismo tiempo el Hijo único de Dios (cf. 1,34); ésa es su realidad escondida, que se revela al ser levantado en alto y mostrar así el amor de Dios al mundo.

La frase no explicita el destinatario del don; se habría esperado <<el mundo>>, la humanidad. Esta omisión, junto con la mención de <<el Hijo único>>, muestran la alusión a Gn 22,2. Dios se comporta como Abrahán, que fue capaz de desprenderse de su propio hijo.

La alusión a Abrahán pone también el pasaje en relación con éxodo, pues según tradiciones judías, el sacrificio de Isaac tuvo lugar a la hora en que más tarde se sacrificarían los corderos en el templo, y la liturgia de la Pascua unía el gesto de Abrahán con el sacrificio del cordero. Se ve así la conexión de todo el episodio con el del templo y la expectación mesiánica.

El don se ha hecho en el pasado (demostró) y se va realizando a lo largo de la vida de Jesús, que culminará en el momento de ser levantado en alto, <<su hora>> (2,4), con la manifestación plena del amor de Dios, el don total de sí para comunicar vida.

El designio de Dios no discrimina, ofrece la vida a todos sin excepción. Quien no la obtenga es porque rechaza su oferta, negando la adhesión a Jesús.

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Jn 21,24-25

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